1992.
—Aoi, hija mía, lamento ponerte en esta situación.
Las palabras de su padre enfermo pesaron en el aire, tanto como en su corazón. Aoi apretó con más fuerza la mano temblorosa de su padre, sintiendo cómo su fragilidad se hacía más palpable cada día. El brillo en sus ojos azules comenzó a desvanecerse, reemplazado por lágrimas contenidas. Él era lo único que tenía y verlo así consumido por la enfermedad la desgarraba por dentro.
—No digas eso, papá. Los matrimonios arreglados son mas comunes de lo que piensas, madre dijo una vez que era posible que tuviese que pasar por uno algún día —respondió, aunque su voz se quebró ligeramente. Sentía que cada palabra era una pequeña traición a sus propios deseos, pero sabía que no podía agregar más peso a la ya desgastada espalda de su padre. Él tosió, un sonido ronco y seco que la hizo estremecer—. Estaré bien, lo juro.
"¿Realmente estaré bien? No... no lo estaré, pero no puedo decírselo. No ahora. Él necesita pensar que todo estará en orden, que no quedará nada por lo que preocuparse.
Pero... ¿cómo podría estar bien? Cada vez que le digo que no se preocupe, siento que algo dentro de mí se está rompiendo. Ojalá no tuviera que hacer esto, ojalá pudiera elegir... vivir para mí, encontrar a alguien que ame de verdad, no porque me veo obligada. Pero, ¿qué opciones tengo? Tokito... ni siquiera lo conozco. ¿Cómo será mi vida con él? ¿Y si no nos llevamos bien? Peor aún... ¿y si me trata como una carga, como una simple obligación?" su monólogo interno se vio interrumpido por la respuesta de su padre.
—Desearía que hubieses conocido a un joven que tocara tu corazón... —dijo él con dificultad— Alguien con quien realmente quisieras compartir tu vida, no que te veas obligada a casarte porque yo no puedo cuidarte. Pero estoy seguro de que el joven Tokito te protegerá bien.
Aoi bajó la mirada, apretando los labios en una fina línea para contener la frustración que nacía en su pecho. Eran tiempos oscuros, la aldea entera estaba siendo arrasada por una enfermedad cruel. Su padre, que había sido su refugio y todo lo que le quedaba en la vida, ahora estaba indefenso, y ella... Aoi aún no sabía cómo no había caído también, pero eso no la detenía de cuidar de él. Sabía que el riesgo era alto, pero lo que realmente la aterraba era la soledad que vendría después. A sus doce años, ya había aprendido que el destino no se doblegaba ante los deseos de nadie.
Desde que su padre cayó enfermo, la carga económica había caído completamente sobre sus hombros. Trabajaba de sol a sol, haciendo lo que podía para poner algo de comida sobre la mesa. Pero no era suficiente. Su padre, consciente de la situación, había decidido que la única solución era asegurar su futuro con un matrimonio arreglado. Una decisión que le permitiría morir en paz, sabiendo que ella no quedaría desprotegida. Para Aoi, aquello era como aceptar un destino que no había elegido.
La voz de su futura suegra la sacó de sus pensamientos. Aoi la observó con cautela, mientras la mujer se acercaba a su padre con un cuenco de té medicinal.
—Kanzaki-san, debe conservar energías para la cena. Aquí tiene, he preparado este té medicinal —la mujer se inclinó para colocar un paño húmedo y tibio en la frente del hombre, mientras con delicadeza le acercaba el cuenco a los labios.
—Gracias por cuidar de mi padre —murmuró Aoi, llena de gratitud aunque algo incomoda. La situación seguía siendo extraña para ella, como si no encajara del todo en esa nueva dinámica.
—No tienes por qué agradecer, querida —la mujer le sonrió con suavidad, y sus ojos turquesa brillaron con un destello de compasión—. Eres una niña muy fuerte, Aoi. Este es un momento duro, pero estás afrontándolo con una valentía que pocas personas tendrían.
Aoi asintió, sintiendo el rubor en sus mejillas. No se sentía fuerte. Cada día le costaba un esfuerzo mayor levantarse y enfrentar las dificultades, pero las palabras de su futura suegra eran el consuelo perfecto.
—¿Volverá a casa esta noche? —preguntó Aoi, manteniendo la mirada baja.
—Sí, debo regresar, pero no te preocupes, volveré la próxima semana —respondió la mujer con una sonrisa maternal.
—Por favor, tenga cuidado en el camino —pidió Aoi, inclinándose ligeramente en señal de respeto.
La mujer mayor asintió antes de marcharse, dejando a Aoi sola con su padre, sumida en la inquietante quietud de la pequeña casa.
Un mes después, Aoi se preparaba para abandonar la casa de su infancia y viajar hacia el hogar de sus futuros suegros como una visita temporal pero que era tradicional para conocer el lugar donde viviría cuando su padre falleciera. Había encontrado con ayuda de su futura suegra, a alguien que cuidara de su padre en su ausencia, pero la inquietud seguía en su pecho. Cuando su futuro suegro llegó para recogerla, Aoi se sorprendió al sentir una extraña calma. Era un hombre amable, de esos que, con pocas palabras, lograban transmitir una calidez que suavizaba las tensiones del momento. Aoi, por primera vez en semanas, sintió un pequeño atisbo de alivio.
Durante todo el camino, Aoi y su futuro suegro se conocieron a través de preguntas sencillas, casi tímidas. La familia Tokito vivía de la venta de leña; tanto el padre como sus hijos recolectaban ramas y troncos en el bosque cercano, para luego venderlos en el pueblo. Eran muy apreciados por todos, ya que el bosque estaba lejos y pocos tenían el valor o la capacidad para hacer ese trabajo de forma constante. La familia Tokito había construido una reputación sólida y respetada.
—Eres muy pequeña, Aoi —comentó el hombre cuando la alzó en brazos para ayudarla a cruzar un río poco profundo, evitando que se mojara los pies.
Aoi sintió un leve rubor en sus mejillas, sin saber si debía disculparse por su estatura o por la incomodidad de ser llevada en brazos.
—Lo siento —murmuró.
—No, no te preocupes. Me refiero a que, para tener doce años, eres más bajita de lo que imaginaba. Mis hijos, Yuichiro y Muichiro, son más pequeños que tú, tienen once, pero son un poco más altos —respondió con una sonrisa amable, intentando tranquilizarla.
—Quizás... me falta comer más —bromeó Aoi, aunque había algo de verdad en sus palabras. La comida en su casa había sido escasa últimamente.
—No te preocupes por eso. Nos ocuparemos de que estés bien alimentada a partir de ahora —dijo él, con una calidez que hizo que Aoi se sintiera un poco menos nerviosa. Tal vez su padre tenía razón. Quizás con los Tokito estaría bien cuidada, como tanto le habían asegurado.
Caminaron en silencio un buen rato, solo acompañados por el murmullo del río y el canto de los pájaros que revoloteaban en las copas de los árboles. El bosque se abría a su alrededor como un refugio sereno, y aunque Aoi sentía una profunda tristeza al haber dejado a su padre, algo en el ambiente la tranquilizaba. Después de unos minutos más, vislumbró el hogar de los Tokito: una modesta pero acogedora casa de madera que parecía formar parte del bosque mismo.
—Hemos llegado, Aoi —anunció su suegro.
La puerta se abrió y su futura suegra apareció, equilibrando un canasto de ropa en la cadera. Al verlos, su mirada turquesa se iluminó de alegría. Era una sonrisa cálida, que llenó el abatido corazón de Aoi. Durante todo el trayecto, había estado luchando contra la sensación de inquietud por haber dejado a su padre, pero esa sonrisa, tan llena de cariño, le dio un pequeño respiro.
—Han llegado en el mejor momento —dijo la mujer, sin perder la sonrisa— El estofado casi está listo.
—¿Dónde están los niños? —preguntó su futuro suegro. Aoi se sintió extraña al pensar en los "niños Tokito". Ella misma seguía siendo una niña, una niña de la familia Kanzaki, a punto de casarse con uno de ellos. La idea de que dos niños fueran a convertirse en esposos la llenaba de inquietud.
"Dos niños casándose... Es absurdo, somos demasiado jóvenes," pensó. "Quizás demasiado..."
—Muichiro me está ayudando con el almuerzo. Yuichiro ha salido a recoger leña. La lluvia de ayer mojó la que teníamos, no me dio tiempo de guardarla. —respondió la mujer con una risa suave, acostumbrada a la torpeza que a veces venía con las tareas diarias
—No pasa nada, solo habrá que secarla —respondió el padre de Muichiro con serenidad, como si los contratiempos fueran parte natural de la vida cotidiana.
Aoi se mantuvo en silencio, observando a su alrededor. Había una calidez en esa casa y en las personas que la habitaban, pero aun así, no podía dejar de sentirse como una pieza fuera de lugar. Se preguntaba cómo sería su vida aquí, lejos de su padre, en una familia que apenas comenzaba a conocer.
—Aoi, querida, pasa, no te quedes ahí afuera —invitó la mujer, señalando la entrada de la casa con una sonrisa.
Aoi asintió, y con paso tímido, cruzó el umbral. La casa no era muy diferente de la suya en tamaño o estructura. La pequeña casa era acogedora pero simple, con la cocina y los cuartos dispuestos en una misma habitación, pero había una diferencia esencial: esta casa irradiaba la calidez de un hogar. Era algo que su propia casa había perdido desde que su madre falleció. El simple aroma del estofado y la risa ocasional de los miembros de la familia Tokito le hicieron sentir una extraña mezcla de consuelo y melancolía.
—Muichiro, esta es Aoi —presentó su futura suegra.
El chico, a quien había llamado Muichiro, se giró hacia ella. Era un joven de cabello largo, del mismo color negro azulado que su madre, y con esos mismos ojos turquesa que parecían capturar la luz del entorno. Sonreía con amabilidad, y como había mencionado su padre, era un poco más alto que Aoi, a pesar de ser más joven.
—Hola —saludó Aoi, su voz apenas un susurro tímido, mientras se inclinaba ligeramente en señal de respeto.
—Hola, bienvenida, Kanzaki-san —respondió Muichiro, con una sonrisa sincera.
—Por favor, llámame Aoi. No creo que necesitemos formalidades entre nosotros —dijo ella, intentando suavizar la tensión inicial.
La conversación fue interrumpida por la llegada del mayor de los hijos, Yuichiro. Entró en la casa con un manojo de leña que dejó cerca de la cocina, y sin siquiera saludar, lanzó una mirada fría e indiferente a Aoi. Era diferente a su hermano, con un rostro más cerrado y un aire de distancia que envolvía su presencia.
—Aoi, este es mi hijo mayor, Yuichiro —dijo su futuro suegro, con una sonrisa, señalando al muchacho—. Yuichiro, ella es Aoi. Tu futura esposa.
Yuichiro respondió con un gesto de malhumor, chasqueando la lengua con evidente desagrado. Sin decir una palabra, giró sobre sus talones y salió de la casa a toda prisa, ignorando los llamados de su madre.
—¡Yuichiro! —llamó ella, pero su voz fue respondida por el sonido distante de la puerta cerrándose tras él.
El ambiente se tensó brevemente, y el padre de los chicos soltó un suspiro resignado.
—Lamentamos mucho el comportamiento de nuestro hijo, Aoi —dijo él, con un tono apaciguador—. Yuichiro necesita algo de tiempo para acostumbrarse a tu presencia. No suele ser tan... arisco, pero la situación es nueva para él también.
"Acostumbrarse a mi presencia..."pensó Aoi, mientras arrugaba la tela de su kimono desgastado entre los dedos, sintiendo el calor del fuego que crepitaba bajo la olla de estofado. Las chispas volaban en el aire, pequeñas y brillantes, pero la calidez del hogar no podía ocultar el nudo que se formaba en su estómago. "Yuichiro Tokito..." El mayor de los hijos no le había dado una buena impresión. En sus ojos no había visto más que rechazo y resentimiento.
Sin embargo, Aoi sabía que no tenía elección. El destino ya estaba trazado, y pronto formaría parte de esta familia, le gustara o no. Tendría que aprender a vivir con aquello que no podía cambiar.
Los días pasaron, y Yuichiro seguía comportándose de manera fría e indiferente con Aoi. Había momentos en los que incluso llegaba a empujarla con el hombro cuando cruzaban caminos, como si su sola presencia le molestara. Sin embargo, no todo era sombrío. Aoi había tenido la oportunidad de conocer mejor a Muichiro, su futuro cuñado, quien, a diferencia de su hermano, era amable y cálido. Cada vez que Yuichiro la hería con su indiferencia, Muichiro aparecía para consolarla, demostrando una sensibilidad que contrastaba enormemente con su gemelo.
Era como si estuviera viendo dos caras de la misma moneda. Muichiro, tan similar físicamente a Yuichiro, pero tan distinto en carácter, hacía que Aoi deseara que él, y no Yuichiro, fuera su futuro esposo.
—Muichiro tiene un encanto muy especial, ¿verdad? —comentó su futura suegra, sonriendo mientras ambas lavaban ropa en el río una tarde en que el aire comenzaba a enfriarse. Al principio, la mujer se había opuesto a que Aoi metiera las manos en el agua helada, pero la chica insistió, queriendo demostrar que podía ser una buena nuera. La suegra cedió, aunque pronto le diría que parara para evitar que sus delicadas manos, no acostumbradas a la dureza de lavar sobre piedra, terminaran lastimadas.
—Me agrada más él —confesó Aoi en voz baja, mientras sumergía las prendas de Yuichiro en el agua con un sentimiento oculto de resentimiento.
—Lo sé —dijo la mujer con una risa suave—. A muchas personas les pasa. Muichiro suele ser más agradable. Pero, desafortunadamente para ti, la tradición dicta que el hijo mayor debe casarse primero. No podemos cambiar eso, a menos que...
—A menos que a Yuichiro le sucediera algo —Aoi completó la frase, con un estremecimiento que la recorrió por dentro. A pesar de lo desagradable que le resultaba Yuichiro, no deseaba que nada malo le ocurriera. Suspiró con resignación—. Soy muy consciente de las tradiciones, madre...
—Qué dulce. Finalmente me llamas "madre" —respondió la mujer, con una sonrisa cariñosa.
—Lo siento —dijo Aoi, sintiendo el calor en sus mejillas.
—No tienes que disculparte, Aoi —la mujer hizo una pausa, como si fuera a decir algo más profundo—. Quiero que sepas que tú...
El final de su frase se vio interrumpido por un ataque de tos violento. Aoi dio un respingo, asustada por la gravedad del sonido. Su futura suegra tosía de forma descontrolada, como si en cualquier momento fuera a romperse. Al final, la mujer respiraba con dificultad, dejando a Aoi paralizada por el miedo, pues el sonido le recordaba demasiado a su propio padre.
—Madre... No me digas que...
—Lo siento, Aoi —respondió la mujer con voz débil—. Estoy un poco enferma... No quise ocultártelo, pero ya no puedo seguir fingiendo que todo está bien.
La sonrisa que esbozó fue frágil, y el simple gesto de limpiarse la saliva de la comisura de los labios llenó a Aoi de una profunda sensación de culpa. La idea de que la enfermedad pudiera reclamar también a esta mujer, como lo había hecho con su padre, le revolvió el estómago.
—¿Podrías ayudarme a llevar la ropa de vuelta a la casa? —pidió su suegra, con un tono apagado.
Mientras limpiaba con delicadeza el rostro de su madre en el río, Aoi comenzó a entender por qué Yuichiro la odiaba.
No pasó mucho tiempo antes de que Aoi confirmara sus sospechas. Esa misma noche, Yuichiro la confrontó afuera de la casa, habiendo escuchado lo que ocurrió en el río. Aoi temblaba bajo la luz de la luna; después de haber lavado en el río, esperaba estar tomando calor de la fogata de la cocina, pero en cambio se encontró frente a su prometido, quien la miraba con una expresión hostil.
—Dile a mi madre que no te quieres casar conmigo. Ella lo entenderá, respetará tus deseos, y podrás regresar a tu casa.
Aoi lo miró fijamente provocando que la mirada estoica de Yuichiro se ablandara por un momento. Continuó observándolo, y Yuichiro, incómodo, se retorció en su lugar. La forma en que sus ojos azules, como el cielo nocturno en verano, la miraban le resultaba intimidante, haciéndolo estremecer en su propia piel y dificultando su deseo de esconderse detrás de una roca. Justo cuando estaba a punto de salir corriendo como un niño asustado, ella decidió hablar.
—No creo que ese sea el camino correcto. Estoy aquí porque seré tu esposa, te guste o no. No entiendo por qué me odias. Apenas nos hemos conocido, pero puedo asegurarte que seré una buena esposa.
Él simplemente levantó una ceja, su expresión mostrando desdén. Incluso su ceja tembló bajo el escrutinio de su mirada. Nadie debería concentrar tanto odio en sus ojos.
Yuichiro soltó un pequeño suspiro.
—¿Por qué te odio? ¿No lo sabes? Es por tu culpa que... Madre está enferma.
Las palabras la atravesaron con fuerza, y Aoi palideció. Yuichiro continuó, sin piedad.
—Si no te hubieran traído para este estúpido matrimonio, ella no se habría enfermado por estar cerca de tu anciano padre. Su bondadoso corazón no le permitió ignorar su sufrimiento, y ahora ella terminará igual. Todo es tu culpa.
—¡Yuichiro, ya fue suficiente! —intervino su padre que habiendo escuchado todo salio de la casa, mirándolo con severidad. La rabia acumulada en el rostro de Yuichiro se tradujo en lágrimas que brotaron sin poder contenerse.
—¡Es la verdad!
Sin querer enfrentar más a su padre, Yuichiro se dio la vuelta y entró a la casa, donde fue recibido por la mirada severa de su madre, que había decidido que era tiempo de hablar con él seriamente.
—Aoi, lo lamento mucho —dijo el padre de los gemelos, acercándose a ella.
—¿Puedo quedarme un rato aquí afuera? —preguntó Aoi sin mirarlo, su cuerpo temblando de miedo.
—Lo siento, Aoi. Es peligroso. No quisiera que un demo... No quisiera que un animal salvaje pudiera lastimarte.
—Por favor —soltó un sollozo, cubriendo su rostro, que se había vuelto rojo por contener el llanto—. Solo será un minuto.
El mayor suspiró, sintiendo una mezcla de preocupación y frustración.
—Muichiro, quédate con Aoi.
El menor que también había salido de la casa al escuchar la discusión asintió, y cuando quedaron solos, Muichiro permitió que Aoi se dejara caer al suelo, dejando escapar un llanto suave. Aunque no era muy bueno consolando, la tristeza de Aoi le pesaba tanto que se sintió obligado a permanecer a su lado. Intentó motivarla, tratando de convencerla de que Yuichiro no era tan malo.
Pero Aoi estaba tan llena de amargura por las palabras de su prometido, su futuro esposo, que lloró desconsoladamente por la salud de su futura suegra y por su padre, quien, durante todo ese tiempo, había estado sufriendo.
La realización la golpeó con fuerza: Yuichiro no iba a cuidar de ella como su padre había esperado.
Nota de la autota:
Así que sí. Aunque el fanfic es de Muichiro x Aoi los primeros capítulos son Yuichiro x Aoi (x Muichiro) ya que a pesar de las cosas del canon que he decidido cambiar (las edades y el tiempo en que conocen a X personajes) si que mantengo el hecho de que el pobre Yuichiro no llegará a casarse con ella si recordamos lo que pasa en el canon.
