Aoi había decidido que llamar a la madre de los gemelos "futura suegra" era más acertado y correcto que simplemente "suegra". Con la situación tan frágil entre ella y Yuichiro, no le sorprendería que al final no terminaran casándose.
—Yuichiro es un niño muy temperamental, por favor ten un poco más de paciencia.
Eso fue lo que su madre le había dicho, y tenía razón. Yuichiro era un niño, pero Aoi también era solo una niña. En el fondo, sentía resentimiento al pensar que su comportamiento debía ser comprendido por su edad, mientras que de ella se esperaba madurez y sensatez solo por ser la mayor, aunque solo hubiera un año de diferencia entre ambos.
Con su futura suegra enferma, Aoi había asumido las tareas del hogar sin problemas, sintiéndose responsable de su bienestar. Estaba preparando el almuerzo junto a Muichiro cuando sin darse cuenta, comenzó a llorar.
—¿Qué pasa, Aoi? —preguntó el chico preocupado.
—No es nada, es solo la cebolla. Picarla me hizo llorar —respondió ella con una sonrisa forzada.
—Déjame picarla por ti, entonces.
—No te preocupes, yo lo termino de hacer.
Muichiro asintió, sus ojos intentaron transmitirle calidez. Aoi sintió el peso en su corazón. No era la primera vez que la sorprendían llorando, pero seguía siendo vergonzoso. Aunque era solo una niña, debía acostumbrarse a la carga de sostener un hogar, como se esperaba de una buena esposa. Sin embargo, Aoi ni siquiera podía sostenerse a sí misma.
Volvió a cuestionarse si realmente era necesario seguir una tradición tan antigua pues le costaba aceptar que aquel niño tan amable, su futuro cuñado, la tratara mucho mejor que su prometido quien la odiaba con la mitad de su alma.
—Si pudiera, me casaría contigo —dijo Muichiro, y el corazón de Aoi dio un salto al escuchar aquellas palabras tan inesperadas. Sus mejillas se sonrojaron tan rápido que apenas logró evitar mirar a Muichiro—. Así trataría de que no tuvieras que llorar tan seguido.
—Lo siento —Aoi había perdido la cuenta de todas las veces que se había disculpado desde que llegó a la casa de los Tokito, pero lo seguía haciendo. Parecía que desde que había puesto un pie allí, había sido doctrinada a deshacerse en disculpas que no arreglaban absolutamente nada.
...
Aoi evitó mirar a Yuichiro durante todo el camino. El joven llevaba a cuestas varios leños que, a simple vista, no parecían ser una carga difícil y sin embargo, ella había sido enviada junto a él para ayudarlo. Aoi sabía que la intención de su futuro suegro era que Yuichiro conviviera más con ella para apaciguar su temperamento; no creía que realmente pensara que ella podría ayudar con una carga de leña tan grande.
—No te alejes mucho, no quiero hacerme responsable si un oso te come —dijo Yuichiro, sin mirar atrás.
Ella lo observó por debajo de sus pestañas. Su cabello oscuro estaba atado con un pañuelo que había sido regalo de su futura suegra, en una coleta baja, mientras que el cabello de Yuichiro caía suelto como siempre. Se preguntó si algún mechón podría enredarse en uno de los leños que cargaba; quizás de esa forma él se lastimaría y ella podría sonreír triunfante.
—No sé por qué te preocupas. Para ti sería mejor que un oso me comiera —respondió Aoi, con un tono molesto.
Yuichiro soltó una pequeña risa al verla molesta, lo que solo empeoró su humor.
—Es verdad, pero me metería en problemas si te dejo morir.
Aoi quería señalar que si un oso se atravesara en su camino no había forma de que un niño de once años pudiera salvarla, pero prefirió dejar el tema por el bien de la convivencia.
Vamos, Aoi, pon de tu partese dijo a sí misma mientras se agachaba para recoger varias ramas que estaban frías al tacto debido a la humedad.
—Todo lo que hemos encontrado está húmedo y con las lluvias se tardará mucho en secar —mencionó, entregándole la leña a Yuichiro.
—Sí, pero no hay de otra. Estos árboles aún están muy jóvenes; no podemos simplemente talar y ya. Los árboles más viejos están en una zona a la que no podemos ir solos.
—¿Está muy lejos? —preguntó Aoi, sintiendo que la conversación tomaba un giro interesante.
—Un poco. Además, dicen que los demonios deambulan por las noches allí y los animales salvajes también. No podemos ir solos.
Aoi tragó en seco; tendrían que conformarse por el momento con lo que habían conseguido. Siguió caminando cerca de Yuichiro hasta llegar al borde de un acantilado. No era muy alto, pero no quería arriesgarse a caer rodando hasta abajo, así que se limitó a recoger las ramas que se encontraban más alejadas del precipicio.
—Con esto es suficiente —escuchó decir a Yuichiro. Aoi asintió, sosteniendo varias ramas en sus brazos. Estaba dispuesta a cargar la leña por su cuenta hasta la casa; de esa forma, aliviaría la carga de Yuichiro y demostraría a su familia que, aunque no fuera cierto, se llevaban un poco mejor.
—¿Regresaremos ya?
—Sí. Dime si no puedes cargar con eso tú sola.
—No te preocupes Yuichiro, puedo hacerlo sola, te demostraré que no seré una carga para ti —ella asintió, esforzando una leve sonrisa que demostrara que estaba dispuesta a llevarse bien a pesar de todo.
Inesperadamente Yuichiro le devolvió la pequeña sonrisa y ella sintió que aunque era un simple momento, había marcado una diferencia en su relación. Quizás las pequeñas cosas podrían hacer que ambos se acercaran más poco a poco y le demostraría a su prometido que ella no era molesta, que podía ser una buena esposa, su confidente, su compañera.
Sin embargo, su regreso a casa se vio interrumpido cuando una ventisca deshizo su peinado, arrebatándole el pañuelo que había estado sosteniendo. Aunque lo había llevado poco tiempo, ese pañuelo tenía un valor sentimental muy grande. Aoi dejó caer la leña al suelo y corrió para alcanzarlo, llegando hasta el borde del acantilado.
Su mano se estiró todo lo que pudo y logró alcanzar la esquina del pañuelo turquesa, cuyo color era idéntico al de los ojos que la miraban con preocupación. Pero en su prisa, su pie resbaló y estuvo a punto de caer por el borde.
Yuichiro se lanzó sin pensarlo para salvar a la chica de caer por el precipicio. Dejó caer toda la carga de leña para mantener el equilibrio y atrapó a Aoi entre sus brazos, evitando que cayera por el acantilado.
Aoi observó que, aunque la caída no era profunda, seguía siendo intimidante. Los leños se deslizaban uno a uno hasta caer por el precipicio y deseó ser parte de ellos y evitar lo que inminentemente se avecinaba.
—¿Estás bien? —preguntó Yuichiro, su voz tensa y alarmada.
Aoi, aún en sus brazos, sintió el calor de su cuerpo como un alivio de saber que estaba viva. Sin embargo, el pánico y la confusión la invadieron, y no supo cómo responder. Pero sabía que Yuichiro no se limitaria a preguntarle sobre su integridad después de darse cuenta que en su espalda ya no había ninguna carga de leña.
...
Para sorpresa de Aoi, Yuichiro no dijo nada. No le echó la culpa por haber perdido toda la leña que habían recolectado durante horas ni la reprendió con algún comentario hiriente. Simplemente, le dijo que se quedara escondida entre unos arbustos mientras él buscaba cómo ayudarla con su pie inflamado. Había sido un esguince; al atrapar el pañuelo, su tobillo se dobló y ahora estaba enrojecido y palpitante de dolor.
Se sentía como un enorme estorbo. Todo era su culpa. La leña había caído hasta el fondo del acantilado cuando Yuichiro la salvó y ahora, sin duda, él la odiaba más que nunca. Ya no era solo la mitad de su alma la que la despreciaba, sino su ser entero. Las lágrimas brotaron pesadas, cargadas de culpa y frustración. Nada le salía bien. Y aunque le había prometido a Yuichiro que sería una buena esposa, ahora sabía que había mentido.
No sería una buena esposa. Solo sería una carga, alguien que traería desgracia a la familia. Hoy había perdido una gran cantidad de leña y mañana seguramente quemaría la cocina o cometería algún otro desastre. Quizás lo mejor sería no casarse. Quizás lo mejor sería desaparecer, morir de hambre después de que su padre falleciera y así, dejar de ser una carga para todos.
El dolor en su tobillo era poco ante la tormenta de pensamientos en su mente Un sollozo profundo, casi desgarrador, escapó de sus labios al recordar a su padre. Lo extrañaba tanto. Él siempre había confiado en ella, siempre le había asegurado que todo saldría bien, que encontraría su camino. Pero Aoi ya no estaba segura de poder hacerlo. Había fracasado y con cada día que pasaba, sentía que el abismo entre lo que se esperaba de ella y lo que realmente era se hacía más profundo.
Ya no podía más.
Estaba decidida. Pediría regresar a casa, rogaría a su futuro suegro que la dejara irse. Convencería a su padre de anular el compromiso. Era lo mejor para todos. Yuichiro no tendría que cargar con ella, su familia no tendría que soportar más sus errores y ella... Ella simplemente desaparecería, sin causar más problemas.
Aoi sintió que había pasado una eternidad hasta que Yuichiro finalmente regresó. Sin decir una palabra, él se arrodilló frente a ella y, sin pedir permiso, levantó con cuidado su kimono para examinar el tobillo lesionado. Sus manos eran sorprendentemente suaves mientras envolvía el pie de Aoi con paños húmedos.
—¿Fuiste hasta el río? —preguntó asombrada. Aoi notó el sudor deslizándose por la frente de Yuichiro y su respiración entrecortada le hizo comprender que había corrido todo el camino de ida y vuelta.
—Sí —respondió él, concentrado en terminar de ajustar el vendaje. Cuando terminó, se pasó el brazo por la frente, secando las gotas de sudor—. ¿Puedes ponerte de pie?
Aoi respiró hondo, apoyando las manos en el suelo para intentar levantarse. Sin embargo, tan pronto como intentó hacerlo, un dolor agudo le atravesó el tobillo, haciéndola caer de nuevo sobre las manos. Sintió cómo pequeñas piedritas se incrustaban en sus palmas, intensificando su incomodidad. Soltó un suspiro pesado, frustrada tanto por el dolor como por la sensación de ser una carga.
Yuichiro en silencio comprendió que ella no podría levantarse por sí sola. Sin quejarse ni reprocharle nada, rodeó su brazo por la espalda de Aoi, levantándola con cuidado hasta que estuvo sobre sus pies. Luego, sin decir una palabra, se agachó y extendió los brazos hacia atrás, ofreciéndole su espalda para que se subiera.
Aoi dudó por un instante, pero el dolor en su tobillo y la impotencia que sentía la convencieron de aceptar. Con cuidado, se subió a la espalda de Yuichiro, aferrándose a sus hombros mientras su corazón latía con un peso que sentía tan grande como la tristeza y culpa que la invadían. Rogaba en silencio que ese peso emocional no fuera tan pesado como para hacerlos tambalear.
—Lo siento —murmuró, apenas un susurro tan bajo que probablemente Yuichiro no lo habría oído si no la tuviera tan cerca. Él ya había comenzado a caminar hacia la casa, con el paso firme y decidido y Aoi seguía esperando alguna respuesta. Algo. Una queja, un comentario ácido que le hiciera sentir aún peor, tal vez que le ordenara dejar de llorar. Pero lo único que recibió fue silencio.
Mientras avanzaban por el sendero de regreso, las lágrimas comenzaron a escapar de sus ojos sin control, humedeciendo la nuca de Yuichiro. Aoi escondió el rostro en su cabello, buscando consuelo en el silencio que, irónicamente, solo la hería más. El peso de la incomodidad se hacía insoportable, y aunque ella trataba de detener las lágrimas, estas seguían fluyendo, como si con cada paso que Yuichiro daba, el muro que los separaba se hiciera más alto.
Yuichiro no reaccionó ante sus lágrimas. No había reproches, ni señales de incomodidad, solo un abrumador silencio.
El camino de vuelta fue un tormento.
No porque su pie doliera, sino porque el silencio de Yuichiro resultaba más pesado que cualquier reproche. Creyó que preferiría escuchar las palabras hirientes de su prometido a soportar ese vacío, pero no había forma de saberlo. Al final, el silencio de Yuichiro dolía mucho más que todo lo que le había dicho hasta ese día.
Mientras su cuerpo era sostenido por Yuichiro, Aoi se dio cuenta de que, aunque su tobillo sanaría con el tiempo, las heridas emocionales que los separaban eran mucho más profundas, mucho más difíciles de curar.
