"Harry Potter y el Kebab de Alhaurín: La Resaca de un Héroe"

Sinopsis:

En un desvío inesperado de sus aventuras mágicas, Harry Potter despierta en un motel mugriento de Vizcaya, semidesnudo y con los restos de un kebab podrido en su boca. A su lado yacen sus excéntricos compañeros: Don Limpio, un supuesto mago de la limpieza convertido en capo de la droga, y Mr. Tartaria, un enigmático luchador de dimensiones. Lo que parece una operación policial liderada por Leticia Sabater pronto se convierte en el rodaje de un videoclip que los sumerge en una espiral de caos y traición. Ahora, atrapados en una cárcel de San Martín de Trevejo, los tres héroes deberán enfrentarse a la rutina carcelaria y al eco constante del hit viral que selló su destino: El kebab de Alhaurín. ¿Podrán escapar de su propia parodia y retomar sus caminos o será esta la resaca definitiva que acabe con sus historias?

Una mañana brillante pero dolorosa, Harry Potter abrió lentamente los ojos y se encontró en un lugar desconocido. Lo primero que notó fue el frío del agua que le recorría la espalda. Se incorporó ligeramente y vio que estaba semi desnudo, en una acequia de lo que parecía ser Alahurín de la Torre, en Málaga. "¿Qué demonios ha pasado?", murmuró mientras se sujetaba la cabeza, que parecía a punto de estallar.

A su lado, algo que no esperaba en absoluto: un tipo calvo y musculoso, vestido con una camiseta blanca ajustada y pantalones vaqueros que parecían brillar más de la cuenta. Era nada menos que Don Limpio, quien también se encontraba con una expresión de confusión y resaca. "¿Harry Potter?", preguntó el hombre con un acento perfectamente neutro.

Harry parpadeó varias veces. "¿Don Limpio?", respondió, intentando recordar cómo es que habían terminado en esa situación.

Don Limpio se puso en pie con la agilidad de quien no sabe lo que es una resaca y se sacudió un poco el agua. "La última vez que lo comprobé, estábamos en una fiesta en un castillo turco del siglo XVI, y creo que perdimos el control después del quinto chupito de licor de dragón".

Harry se rascó la cabeza, intentando unir las piezas del puzzle que era su noche anterior. "Vale, pero... ¿dónde estamos exactamente?"

Don Limpio se encogió de hombros y, con una sonrisa inquebrantable, respondió: "Lo que importa ahora es que tengo hambre y, sinceramente, necesito un kebab. ¿Te apuntas?"

Harry no podía negar que tenía un vacío en el estómago que solo un buen kebab podría llenar, así que, a pesar de la resaca y la confusión, asintió. "Vamos."

Así, ambos héroes inesperados caminaron bajo el sol abrasador de Andalucía, en busca de la mítica kebabería en un castillo turco del siglo XVI que Don Limpio insistía en recordar. A medida que avanzaban por las calles empedradas, se encontraron con miradas curiosas de los habitantes de Alahurín de la Torre, que seguramente no veían todos los días a un mago famoso con ojeras y un tipo calvo brillando como si acabara de salir de un comercial de limpieza.

Al final de una avenida larga y sinuosa, el castillo apareció ante sus ojos: una fortaleza imponente con cúpulas doradas y minaretes que recordaban la época otomana. "Ahí está", dijo Don Limpio con una sonrisa triunfal. "Te dije que lo encontraríamos".

Subieron las escalinatas del castillo y, al entrar, un aroma embriagador de especias y carne asada los envolvió. "¡Por fin!" exclamó Harry, sintiéndose vivo por primera vez en toda la mañana.

Sentados en una mesa de piedra, Harry y Don Limpio devoraron sus kebabs como si no hubiera mañana. Entre bocado y bocado, recordaron fragmentos de la noche anterior: hechizos fallidos, intentos de bailar con estatuas, y una competencia de limpieza en la que, obviamente, Don Limpio había ganado por goleada.

"Ha sido una buena aventura, amigo", dijo Harry con una sonrisa mientras daba un último mordisco.

"Y lo que nos queda", respondió Don Limpio, guiñándole un ojo y levantando su vaso de ayran en un brindis. "Porque las mejores historias son las que no tienen sentido."

Y así, en un castillo turco perdido en el tiempo, con el estómago lleno y la amistad sellada, Harry Potter y Don Limpio disfrutaron de un momento épico en la resaca de su vida.

Con el estómago lleno y los ánimos un poco más recuperados, Harry y Don Limpio se levantaron de la mesa de piedra, estirándose con satisfacción. Pero justo cuando pensaban que el día mejoraba, las puertas del castillo se abrieron de golpe y un viento caliente recorrió el lugar. Harry sintió un escalofrío bajarle por la espalda y, sin motivo aparente, el aroma a kebab se transformó en un intenso olor a incienso y azahar.

"¿Qué... qué es esto?", preguntó Harry, mientras su mano instintivamente buscaba la varita, aunque no estaba muy seguro de dónde la había dejado la noche anterior.

"Esto no me gusta un pelo", respondió Don Limpio, con la frente fruncida y los músculos tensándose, como si estuviera listo para un anuncio de limpieza... o para una pelea.

Del otro lado del salón, una figura envuelta en un vestido rojo de volantes apareció. Se movía con una gracia inquietante, y cada paso resonaba como un golpe de tambor. La luz dorada de las antorchas reveló su rostro: ojos fieros y una sonrisa cargada de misterio. Era ni más ni menos que Isabel Pantoja.

"¡Harry Potter y Don Limpio! Nunca pensé veros aquí, en mi castillo", dijo con un acento que goteaba veneno, mientras levantaba un abanico negro y lo agitaba con elegancia. "¿Pensabais que podíais venir a mi territorio, devorar mi kebab y marcharos como si nada?"

Harry frunció el ceño. "¿Tu territorio? Pensé que este castillo era un kebabería histórica."

Isabel soltó una carcajada flamenca que resonó por las paredes. "¡Oh, inocente mago! Esto es mucho más que una kebabería. Este es mi santuario de poder, donde practico el arte del flamenco prohibido."

Don Limpio y Harry se miraron, y el primero susurró: "Esto huele a lío. ¿Tienes algún hechizo para esto?"

"Lo intento", respondió Harry, sacando su varita que al fin había encontrado en el dobladillo de sus pantalones. "¡Expelliarmus!"

Pero la Pantoja simplemente dio un giro de su falda y, con un taconeo preciso, desvió el hechizo con su abanico. "¡Ja! ¿Crees que soy fácil de vencer? Esto no es Telecinco, niño."

De repente, la música comenzó a llenar el salón. Una guitarra española empezó a sonar de la nada, y el suelo se iluminó como si fuera un tablao improvisado. "Esto no pinta bien", murmuró Harry, retrocediendo un par de pasos. La Pantoja empezó a bailar, y con cada golpe de sus tacones, las paredes vibraban y los candelabros temblaban en sus sitios.

"Es el flamenco prohibido, Harry", advirtió Don Limpio, quien parecía saber más de lo que dejaba ver. "¡No es solo un baile! Es un conjuro antiguo que puede atrapar a cualquiera en una ilusión interminable de cantes y penas. ¡Y si nos atrapa, estamos fritos!"

"Genial", bufó Harry, apuntando con su varita mientras intentaba mantenerse en equilibrio. "¿Alguna idea brillante?"

"Quizá... pero no va a ser fácil", dijo Don Limpio, que se metió la mano en el bolsillo y sacó un pequeño frasco de limpiador multiusos. "Si conseguimos que se resbale con esto, puede que tengamos una oportunidad. La clave será desviar su atención."

Harry levantó una ceja. "Así que... ¿distracción?"

"Exacto. Tú encárgate del hechizo, yo del producto de limpieza", dijo Don Limpio mientras se preparaba para atacar.

La Pantoja giraba con más fuerza, y de pronto, de sus manos empezaron a salir chispas de luz roja que se transformaron en pequeñas flores de papel que lanzaba como proyectiles. Harry las esquivó, lanzando un Protego para defenderse. "¡Ahora, Don Limpio, hazlo!"

Pero justo en el momento en que Don Limpio iba a lanzar su trampa, Isabel Pantoja soltó un grito de "¡Quejío!" tan potente que las paredes del castillo temblaron. "¡No podéis detenerme, jamás podréis detener el flamenco!" Y con un movimiento rápido, lanzó una voltereta y se preparó para desatar su ataque final.

Harry y Don Limpio intercambiaron miradas rápidas, conscientes de que si no actuaban rápido, quedarían atrapados en esa encrucijada flamenca. No había salida fácil, y la batalla apenas estaba comenzando.

Continuará...

El suelo vibró de manera tan intensa que Harry y Don Limpio se tambalearon. Justo cuando la Pantoja levantaba las manos para desatar su conjuro flamenco final, un portal de luz verde se abrió en el centro de la sala, emitiendo un zumbido extraño y dejando un olor a especias y cuero viejo en el aire. Harry y Don Limpio se quedaron paralizados, sin saber si era otra artimaña de la Pantoja... o algo peor.

De la nada, un hombre con una capa hecha de restos de mapas y una corona de latas apareció. Era alto, con una barba desaliñada y un aire de grandeza desbordante. "¡Mr. Tartaria!" exclamó Don Limpio con un brillo de esperanza en los ojos. "¡No me lo puedo creer!"

Mr. Tartaria, con voz profunda y autoritaria, señaló a la Pantoja. "He viajado por todas las dimensiones para encontraros, Harry y Don Limpio. Este no es solo un castillo turco, es un nodo de energía ancestral. Y ella..." señaló a la Pantoja, "no es quien dice ser."

Antes de que Harry pudiera preguntar qué demonios estaba pasando, Mr. Tartaria sacó de su capa un objeto que parecía un pequeño muñeco tallado en madera, con símbolos africanos antiguos. Lo arrojó al suelo con fuerza, y el muñeco se transformó en un sabio africano, envuelto en túnicas místicas y con un bastón de ébano que chisporroteaba con energía mágica.

El sabio pronunció unas palabras en un idioma antiguo, y su cuerpo comenzó a brillar y a transformarse. Harry observó con la boca abierta mientras el sabio se convertía en un león majestuoso de melena dorada, que rugió con fuerza, llenando el castillo de un eco imponente. El rugido hizo que la Pantoja se detuviera en seco, sus ojos se abrieron como platos y, de repente, un relámpago la envolvió. Su forma comenzó a desvanecerse, y en su lugar, el cuerpo se deformó, estirándose y retorciéndose hasta que, en cuestión de segundos, allí estaba el temido... ¡Pablo Motos!

"¡No puede ser!", gritó Harry, levantando la varita. Pablo Motos, con una musculatura imposible y un resplandor rojizo en los ojos, les sonreía de manera siniestra. "¿Cómo...?", empezó a decir Harry, pero no tuvo tiempo de terminar la frase.

"¡Bienvenidos al infierno del prime time!" gritó Pablo Motos mientras flexionaba sus músculos de acero, que relucían como si estuvieran hechos de hierro pulido. A su lado, emergiendo de su bolsillo como si fueran miniaturas mágicas, aparecieron las temibles hormigas Trancas y Barrancas, que flotaban a su alrededor con una risa malévola.

"¡Nos habéis subestimado, mago y limpiador!", dijo Barrancas, moviendo sus diminutas patas mientras su voz aguda reverberaba en la sala. "Pensabais que podríais huir, ¡pero habéis caído en nuestra trampa de audiencia!"

"¡Preparad vuestras varitas y vuestras fregasuelos!", añadió Trancas, agitando las antenas. "Porque ahora empieza el verdadero espectáculo."

Don Limpio se giró hacia Harry, con el rostro serio. "Escucha, chico, esto va a ponerse muy complicado. Pablo Motos no es solo un presentador; es un ser transdimensional capaz de manipular la realidad y el tiempo televisivo. Necesitamos la fuerza del león y un hechizo poderoso para salir de aquí."

Harry asintió, sintiendo cómo la tensión le recorría la espalda. El león rugió de nuevo, cargando contra Pablo Motos, que bloqueó al felino con un movimiento rápido, como si estuviera haciendo pesas en su gimnasio infernal. Las hormigas empezaron a lanzar chispas moradas, obligando a Harry y Don Limpio a esquivarlas.

"¡Expecto Patronum!" gritó Harry, apuntando a las hormigas, pero Trancas y Barrancas eran más escurridizas de lo que parecían. Volaban en círculos, riéndose y burlándose mientras esquivaban cada hechizo. Pablo Motos agarró al león por la melena y lo arrojó al otro lado de la sala como si fuera un juguete de peluche.

"¿Es esto lo mejor que tenéis?", dijo Pablo, con una risa que resonaba en el lugar. "¡Este es mi terreno, y aquí no hay quien me derrote!"

Mr. Tartaria, viendo que la situación se complicaba, gritó desde la distancia: "¡Harry, usa el hechizo del desajuste dimensional, es la única forma de desconectar a Motos de su fuente de poder!"

"¿Qué es eso?" preguntó Harry, intentando recordar algo de sus clases de defensa contra las artes oscuras, pero aquello no le sonaba de nada.

"No lo sé, ¡pero hazlo rápido!" respondió Don Limpio, lanzando su limpiador multiusos hacia las hormigas para ralentizarlas.

Las paredes del castillo temblaron, las luces parpadeaban, y el aire se cargó de tensión. Los héroes estaban rodeados por las hormigas, el león seguía enzarzado en la lucha con Motos, y Harry buscaba desesperadamente en su memoria aquel hechizo perdido.

La batalla seguía en curso, y el desenlace era incierto. ¡Nada estaba ganado aún!

Pablo Motos, con una sonrisa que se ensanchaba hasta límites inquietantes, levantó un brazo y tronó con voz temible: "¡Que entre la china!"

Las puertas del castillo se abrieron de par en par y, en un remolino de polvo y sombras, apareció una figura femenina con un vestido tradicional chino y un rostro inexpresivo, como una estatua viviente. Sus ojos brillaban con un fulgor hipnótico, y en un abrir y cerrar de ojos, extendió sus manos y un vórtice de energía comenzó a arrastrar al león que luchaba contra Pablo.

Harry miró con horror mientras el león rugía, intentando resistirse, pero la fuerza de la china era abrumadora. El león fue absorbido completamente en un instante, desapareciendo en un destello de luz que dejó al mago y a sus aliados boquiabiertos.

"No... esto no puede estar pasando", murmuró Harry, sintiendo cómo la desesperación le calaba hasta los huesos. Pablo Motos se rió a carcajadas, flexionando sus músculos y haciendo que las hormigas celebraran, volando en círculos y lanzando pequeñas explosiones de chispas moradas.

"¡Estáis acabados!", gritó Motos, acercándose con una marcha lenta pero implacable. "En mi programa, yo decido quién vive y quién muere."

Harry cayó de rodillas, agotado y sin aliento. La varita temblaba en su mano, y sentía que las fuerzas le abandonaban. "No... no puede terminar así...", pensó, viendo cómo el presentador se acercaba con una energía oscura que parecía desintegrar todo a su paso.

Pero entonces, en ese instante de desesperación, algo profundo se despertó en su interior. Era como si una puerta se abriera en su mente, un poder que nunca antes había comprendido. El aire a su alrededor comenzó a distorsionarse, y el tiempo pareció detenerse. Los ojos de Harry se iluminaron con un resplandor dorado mientras, con una voz que parecía no ser suya, gritó:

"¡ZA WARUDO!"

A su lado, una figura imponente y etérea apareció. Su stand, The World, se materializó como un coloso con armadura dorada, con ojos rojos que irradiaban una furia ancestral. Harry, poseído por una energía y confianza arrolladora, gritó como Dio Brando, su voz resonando en cada rincón del castillo: "¡MUDA, MUDA, MUDA!"

The World levantó sus manos y, en un movimiento relámpago, cientos de cuchillos volaron hacia Pablo Motos, que apenas tuvo tiempo de reaccionar. Los cuchillos surcaron el aire congelado, atrapando a Motos en una danza mortal. El tiempo, detenido por el poder de The World, se mantenía en suspenso, permitiendo que cada cuchillo se acercara milimétricamente a su objetivo.

Pablo Motos, con los ojos abiertos de par en par, sintió el filo de las cuchillas rozándole la piel. "¡No puede ser, no puedes detener el prime time!", gritó, pero ya era demasiado tarde. La fuerza de The World era imparable.

Mientras los cuchillos se clavaban en el cuerpo de Motos, la realidad comenzó a desmoronarse a su alrededor. Mr. Tartaria, que había estado observando desde una distancia segura, vio la oportunidad perfecta. "¡Harry, sigue así! Voy a canalizar un cubo de plasma para sellarlo de una vez por todas."

Mr. Tartaria alzó las manos al cielo, y un vórtice de energía azul comenzó a formarse en el aire. Girando y chisporroteando, el cubo de plasma empezó a condensarse, absorbiendo toda la energía que Pablo Motos emanaba en sus últimos momentos de lucha. Con un grito de rabia, Motos intentó deshacerse de los cuchillos que le inmovilizaban, pero era inútil.

Harry y The World lo empujaron con todas sus fuerzas hacia el cubo de plasma, mientras el tiempo lentamente volvía a fluir. "¡Es tu fin, Motos!", gritó Harry, sudando y temblando por el esfuerzo, pero con la determinación inquebrantable de un guerrero.

Finalmente, el cubo de plasma se selló alrededor de Pablo Motos, encapsulándolo por completo. "¡No me vais a sacar de la parrilla!", fue lo último que se escuchó antes de que el cubo se cerrara con un destello cegador y desapareciera en el vacío dimensional.

El silencio reinó en la sala, solo roto por la respiración agitada de Harry. Don Limpio se acercó, colocando una mano en su hombro. "Lo conseguiste, chaval. Nunca pensé que vería algo así... un mago invocando un stand."

Harry, aún con los ojos resplandecientes, esbozó una sonrisa. "No sé cómo lo hice... pero supongo que hay poderes que uno descubre en los momentos más oscuros."

Mr. Tartaria, satisfecho, bajó las manos y el portal dimensional comenzó a cerrarse. "Habéis demostrado ser dignos. Pero esto no ha terminado. El prime time no se rinde tan fácilmente."

Harry, Don Limpio y Mr. Tartaria se prepararon, sabiendo que nuevas batallas les esperaban en su cruzada contra las fuerzas televisivas que amenazaban con dominar todas las dimensiones.

Continuará...

Justo cuando el cubo de plasma se desvanecía, y parecía que Pablo Motos había sido derrotado, un ruido ensordecedor llenó la sala. El aire se volvió denso y pesado, como si un peso histórico invisible aplastara el ambiente. Las paredes del castillo comenzaron a temblar y a llenarse de un humo espeso. Desde lo más alto de las escaleras de mármol, emergió una figura conocida, envuelta en una niebla grisácea. Era ni más ni menos que Arias Navarro, el antiguo presidente del gobierno español.

"Españoles..." dijo, con una voz rota y temblorosa que resonó en cada rincón del castillo. Los ojos de Harry y Don Limpio se abrieron como platos, mientras Mr. Tartaria fruncía el ceño, sintiendo que algo oscuro se estaba gestando.

"¡Españoles!", repitió Arias Navarro, con lágrimas en los ojos y la voz temblorosa, como si cada palabra le costara un esfuerzo monumental. "¡Franco... ha muerto!"

Harry levantó una ceja y miró a sus compañeros. "¿De qué está hablando este tipo?"

Pero antes de que alguien pudiera responder, el suelo bajo ellos se abrió como un abismo, y un sarcófago de mármol emergió desde las profundidades, adornado con símbolos de águilas y laureles. Las luces del castillo titilaron, y un aire gélido inundó el lugar. El sarcófago se abrió con un crujido, y de su interior surgió la figura inconfundible de Francisco Franco, envuelto en su uniforme militar, pero con un resplandor oscuro en los ojos. Su piel era pálida como la cera, y sus manos se alzaron con un gesto autoritario.

"¡No me iré tan fácilmente!", proclamó con una voz que parecía arrastrar siglos de oscuridad y rencor. "¡El caudillo siempre regresa para salvar a España de la decadencia y el caos!"

Harry y Don Limpio retrocedieron, sintiendo cómo la energía oscura se acumulaba alrededor del dictador resucitado. Franco comenzó a realizar extraños movimientos con las manos, como un hechicero que conjura maldiciones. Cada gesto suyo invocaba símbolos fascistas que flotaban en el aire, transformándose en águilas negras que lanzaban rayos de energía y sombras que intentaban envolver a los héroes.

"¡Cuidado, Harry!", gritó Don Limpio mientras esquivaba uno de los rayos de energía, golpeando el suelo con su fregona convertida en bastón de batalla. "¡Es un conjuro fascista, y sus efectos pueden inmovilizar nuestra magia y fuerza!"

Mr. Tartaria, con su capa ondeando, se colocó delante de ellos. "Este programa está atrayendo a todo el país, ¡toda España está mirando la muerte y resurrección de Franco en directo! Si no lo detenemos, convertirá este espectáculo en una tiranía de dimensiones históricas."

Harry, consciente de la gravedad de la situación, se colocó en posición, con su varita en alto. "Vale, parece que la única forma de acabar con este tipo es hacer un ataque conjunto. ¿Alguna idea?"

Don Limpio asintió, sacando un frasco especial de su bolsillo. "Podemos combinar nuestros poderes. Yo me encargo de limpiar esta energía fascista. Mr. Tartaria, tú utiliza tus poderes para crear un escudo dimensional que impida que Franco invoque más maldiciones."

Mr. Tartaria cerró los ojos y comenzó a canalizar la energía. "¡Estad listos, porque esto va a ser una batalla como ninguna otra! ¡Franco está utilizando todo el odio y la represión que almacenó durante décadas para fortalecerse!"

Franco, con los ojos ardientes, levantó ambas manos y pronunció palabras en un idioma arcano, un hechizo fascista tan antiguo como sus ideales. Un rayo de energía negra salió disparado de sus manos, y en el aire comenzaron a materializarse banderas y símbolos que envolvían a Harry y a sus amigos. Todo estaba en juego.

Harry respiró hondo y gritó: "¡The World!" Su stand apareció de nuevo, con su presencia dorada y majestuosa. "¡ZAAA WARUDO!" El tiempo se congeló por un instante, y Harry aprovechó para lanzar una lluvia de cuchillos, dirigidos a las manos y al pecho de Franco. El dictador resucitado gruñó de dolor, pero no se detuvo.

Mientras tanto, Don Limpio, con agilidad sobrehumana, lanzó su limpiador multiusos que se transformó en un chorro de luz purificadora, disolviendo las sombras y rompiendo las águilas oscuras que Franco había invocado. "¡Harry, ahora!"

Harry, con el tiempo aún detenido, corrió hacia Franco y, con la fuerza de The World, impactó con un golpe que resonó en el castillo como un trueno. Mr. Tartaria, sincronizado con el ataque, canalizó su poder para crear un portal de energía que absorbió las fuerzas oscuras de Franco.

"¡Este es el final!", gritó Tartaria mientras concentraba su poder en el cubo de plasma, que empezó a formarse con un brillo cegador.

Franco, debilitado pero aún luchando, levantó la mano para conjurar un último ataque. Pero esta vez, con la fuerza combinada de Harry, Don Limpio y Mr. Tartaria, el cubo de plasma se cerró alrededor de él, absorbiendo no solo su cuerpo, sino también la oscura energía que lo alimentaba. El cubo vibró, expandiéndose como una estrella que se contrae hasta colapsar, y en un estallido de luz, todo quedó en silencio.

Las cámaras de todo el país captaron el momento. El castillo volvió a la calma, y Arias Navarro, con lágrimas en los ojos, murmuró: "Españoles... esta vez, Franco... ha muerto de verdad."

Harry, agotado pero victorioso, se dejó caer de rodillas, sabiendo que habían salvado no solo su propia dimensión, sino a España entera de un tirano resucitado. La batalla había terminado... por ahora.

Continuará...

Harry abrió los ojos de golpe, con la sensación de que un trueno le había atravesado la cabeza. Su visión era borrosa, y un olor nauseabundo le invadió las fosas nasales. Intentó levantarse, pero un peso aplastante le mantuvo pegado a la cama. El sabor metálico y rancio en su boca le hizo darse cuenta de que aún tenía trozos del kebab que había ingerido horas atrás... o tal vez días. Miró a su alrededor, dándose cuenta lentamente de que no estaba en el castillo turco del siglo XVI, ni luchando contra Franco o Pablo Motos. Estaba en una habitación mugrienta y oscura, y el ruido de sirenas y gritos se colaba a través de las paredes finas del motel.

Parpadeó varias veces, intentando procesar lo que veía. A su derecha, Don Limpio estaba recostado, desnudo y sudoroso, su reluciente calva empañada por gotas de sudor. A su izquierda, Mr. Tartaria yacía en la misma condición, envuelto en las sábanas de poliéster amarillentas del motel de Vizcaya. El aire olía a humedad, tabaco y desesperanza. Insectos zumbaban alrededor de los restos del kebab podrido en la boca de Harry, y de repente, un grito lo sacó de su trance.

"¡Quieto todo el mundo!" El grito resonó por toda la habitación, acompañado de golpes fuertes en la puerta. En su ensoñación, Harry había pensado que era Tejero, pero la realidad era mucho más oscura. El estruendo de botas y armas cargándose llenó el aire, y la puerta se abrió de golpe, revelando a un grupo de policías entrando a la fuerza.

La figura que lideraba el asalto era, para asombro de Harry, Leticia Sabater. Llevaba un uniforme ajustado de policía, pero con un brillo distintivo que solo ella podría llevar: lentejuelas y una gorra decorada con la bandera de España. En sus manos sujetaba un trabuco, que apuntaba directamente al pecho de Don Limpio.

"¡A la pared, todos!" gritó Leticia con una autoridad inusual. Sus ojos brillaban con furia y determinación mientras otros agentes rodeaban la habitación, registrando cada rincón.

Harry, aún aturdido, se giró hacia Don Limpio, que tenía una expresión entre resignación y terror. "Don Limpio... ¿qué está pasando?"

Don Limpio suspiró, alzando las manos mientras se ponía de pie lentamente, sus músculos tensos. "Lo siento, Harry. Creí que podría mantener el negocio bajo control. Las limpiezas eran solo la fachada... Durante años he dirigido una red de narcotráfico por todo el norte de España."

Harry sintió un nudo en el estómago. "¿Qué...?"

Mr. Tartaria, aún envuelto en la sábana y con cara de circunstancias, añadió: "Nos lo tenía bien oculto, Harry. Lo que empezó como un negocio de productos de limpieza fue degenerando... cuando menos nos dimos cuenta, estábamos envueltos en algo mucho más grande."

Leticia Sabater no bajó la guardia. "¡No penséis que vais a salir de esta tan fácilmente! Habéis caído en una redada de la Guardia Civil, y esta vez, ni la magia ni la Tartaria os salvarán."

Harry intentó incorporarse, pero el mareo seguía afectándole. El sudor frío recorría su espalda mientras intentaba entender en qué momento su vida había dado un giro tan surrealista y oscuro. "Leticia, esto tiene que ser un malentendido..."

Pero Leticia Sabater, con un brillo malévolo en sus ojos, sonrió. "¿Malentendido? Tú fuiste parte de esto, Harry. Tú y ese kebab de Alhaurín... todo forma parte de la evidencia."

Harry, en su estado de confusión y desesperación, empezó a reírse. Una risa amarga y desesperada. "Todo esto... ¿todo fue por un maldito kebab podrido?"

"Sí," respondió Leticia, sin una pizca de compasión. "El kebab fue la trampa perfecta para acabar con vosotros."

Mientras los agentes les colocaban las esposas y los sacaban de la habitación, Harry supo que sus días de aventuras mágicas habían quedado muy atrás. Ahora, en el oscuro mundo de la realidad, solo quedaba enfrentarse a las consecuencias... o intentar escapar una última vez.

Continuará... ¿o quizá no?

En un giro inesperado, el eco de la sirena y los gritos se desvaneció, y las luces rojas y azules que iluminaban la habitación se transformaron en focos y neones de colores. Los agentes de la policía, que hasta entonces parecían dispuestos a hacer cumplir la ley, se quitaron las gorras y comenzaron a bailar en coreografía sincronizada. Leticia Sabater, quien había estado en posición firme con el trabuco, lanzó el arma al suelo y se quitó el uniforme, revelando un traje de lentejuelas doradas. Todo era un espectáculo.

Harry, Don Limpio y Mr. Tartaria, aún confundidos, miraron alrededor y vieron cómo el motel de Vizcaya se convertía en un set de rodaje. Las cámaras se enfocaron en sus caras atónitas, y una música estridente y pegajosa comenzó a sonar de fondo. Leticia, con su característico tono festivo, agarró un micrófono y lanzó la frase que marcaría el inicio de un nuevo hit:

"¡El kebab de Alhaurín, te pone a cien! ¡Sabe a gloria, pero te lleva a prisión!"

Los supuestos policías se unieron al coro, y la coreografía se desarrolló a su alrededor mientras las cámaras rodaban cada reacción. Harry, paralizado, intentó procesar lo que sucedía: no era una redada, sino el rodaje del nuevo videoclip de Leticia Sabater. Y ellos eran las estrellas invitadas, aunque involuntariamente.

Don Limpio soltó una carcajada amarga. "Bueno, Harry, así es como funciona el negocio. A veces el brillo no es más que un espejismo."

Harry negó con la cabeza, aún aturdido por el espectáculo surrealista. "¿Así que todo esto era parte del videoclip?"

Leticia, sonriendo y con su micrófono en mano, se acercó a ellos, rodeada de bailarines. "¡Claro que sí, chicos! Esto es arte, espectáculo... y marketing. ¿De verdad pensabais que todo era real? Nada como un kebab podrido y un motel en Vizcaya para captar la atención del país entero."

El videoclip de El kebab de Alhaurín se convirtió en un éxito viral. Las redes sociales se llenaron de memes y vídeos de Harry, Don Limpio y Mr. Tartaria, bailando y siendo esposados por Leticia y su ejército de bailarines-policía. Sin embargo, la fama efímera vino con un precio. Los tres, incapaces de demostrar que habían sido engañados para participar en la grabación, fueron detenidos oficialmente por "alteración del orden público y posesión de kebab en mal estado".

Así fue como Harry, Don Limpio y Mr. Tartaria acabaron en una celda en San Martín de Trevejo, un pueblo remoto que, como todo en su vida últimamente, les parecía salido de un sueño extraño y confuso. Sus días transcurrían lentos, y cada uno de ellos marcaba en las paredes de su celda los días que pasaban, dejando constancia de sus sueños rotos y las batallas que, aunque absurdas, seguían luchando.

Harry, sentado en el suelo de su celda, miraba las marcas en la pared y suspiraba. "Quizá, después de todo, debería haberme quedado en Hogwarts."

Mientras tanto, en la televisión de la sala común de la prisión, el videoclip de El kebab de Alhaurín seguía sonando en bucle, una y otra vez.

Fin... ¿o tal vez no?