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• One-shot número •3•, perteneciente a "Sakuramochi: One-Shot Book", mi libro colección de one-shots de Sakura Haruno como personaje principal junto a sus multi-ships.
• Pareja: Haruno Sakura [Hombre] x Hyūga Hanabi.
• Universo: Naruto.
• Aclaración: El nombre de hombre de Sakura es Sakutarō. Hanabi tiene veinte años en el presente de la historia.
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• Cuando sea mayor •
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En Konoha había comenzado a circular por lo bajo cierto rumor que envolvía a dos personas bien conocidas de la aldea. Era un rumor que los civiles comentaban con curiosidad, convirtiéndose en la comidilla del momento, mientras que entre los shinobi era visto con cierta sorpresa e incluso escepticismo. Sin embargo, ambas partes compartían un mismo pensamiento, y ese era que esperaban ansiosos el desenlace del asunto porque nada se había negado o confirmado.
A Hyūga Hanabi se la había visto frecuentar un apartamento de la zona civil durante dos años seguidos.
Las señoras más chismosas comenzaron a correr la información de que se la había visto llegar al apartamento en cuestión durante la tarde y marcharse por la noche. Otras más osadas montaron guardia en sus ventanas, cual shinobi en misión, y afirmaron que incluso llegaba por la noche y no la veían salir hasta altas horas de la madrugada.
Los rumores eran algo que se convirtieron en una moneda de cambio en Konoha; después de la llegada de la paz, las personas no tenían tantas preocupaciones y esa fue la forma que encontraron para entretenerse. Además, era mucho más interesante si estos chismes involucraban a personalidades famosas como lo eran la hija prodigio del clan Hyūga y el antiguo alumno de la quinta Hokage y héroe de la última Gran Guerra Ninja.
A pesar de lo que pudiera comentarse y especularse, a Hanabi poco le importaba que supieran que frecuentaba la casa de Haruno Sakutarō. Es más, estaba agradecida con los rumores porque de esa manera podía espantar a la competencia. La razón de ese pensamiento era que ella tenía un claro interés romántico en el médico Jōnin.
Ella esperó mucho tiempo por él y había llegado el momento de poner en la mesa sus verdaderas intenciones y dar fin a esos rumores de una vez por todas.
Hanabi miraba hacia atrás y aún no creía que pudiera enamorarse tanto de una persona, en especial de Sakutarō. Su yo pequeña se burlaría de ella al verla en esa situación. Pero su visión de él fue cambiando mucho mientras crecía, hasta convertirse en ese sentimiento tan cálido que no había experimentado con nadie más en su vida.
Su primer pensamiento de él no fue para nada agradable, ella era una niña criada para ser excepcional y Sakutarō no entraba en esos estándares en aquél momento. Lo conoció como el compañero Genin de su hermana mayor, el compañero de equipo de aquél niño que tenía el interés de Hinata.
Lo vio por primera vez en los primeros exámenes Chūnin que presenció, su cabello fue lo único que llamó su atención; todo lo demás carecía de interés para ella: no daba la talla en términos de poder y fuerza, no venía de un clan ni de familia shinobi, por no decir que ni siquiera había pasado las preliminares de los exámenes. Él solo estaba ahí en las gradas junto a una niña rubia, poniendo esa cara idiota de preocupación por ese tal Naruto. Le resultó más idiota cuando lo escuchó gritar palabras de aliento, no servían de nada cuando el rubio se enfrentaba al genio de su clan.
Luego lo impensable ocurrió, Neji perdió ante Naruto y su comprensión de la realidad se vio tambalear. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello porque de inmediato fueron atacados por Oto en alianza con Suna. Todos en las gradas fueron puestos a dormir bajo un genjutsu y fue el rostro de Sakutarō lo primero que vio al despertar. Él la liberó del genjutsu por su cercanía, se había liberado incluso antes que su padre, y luego se marchó con prisa. Tampoco tuvo tiempo para reaccionar ya que fue evacuada por miembros de su clan mientras los shinobi se encargaban de enfrentar a los invasores.
Todo pasó muy rápido y ya no supo de él, hasta que los rumores sobre que había sido tomado como aprendiz de la nueva Hokage se esparcieron como pólvora al viento. En ese momento tampoco le tuvo fe; si Hinata, quien se suponía era la heredera del clan, apenas había demostrado un avance al entrenar con Neji tras su reconciliación —algo que se esperaba de ella, pero que ni siquiera alcanzaba las expectativas mínimas—, ese chico no tendría mucho futuro. Aun con eso, y por culpa de las palabras del Uzumaki, sintió curiosidad de saber a dónde podría llegar.
No supo el porqué le daba tanta importancia a ese peli-rosa como para mantenerlo en su mente mientras el tiempo transcurría; asumió que ella no conocía a muchas personas fuera del clan, atribuyéndolo únicamente a la curiosidad.
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Sus pensamientos sobre él tomaron otro rumbo el día que la aldea fue atacada por el líder de Akatsuki, ese día en el que ella y su padre salieron de Konoha para reunirse con el clan Taketori. Regresaron de inmediato cuando les dieron la noticia de lo sucedido, encontrando un panorama devastador, pero sorprendiéndose al saber que nadie había muerto realmente pese al desastre.
Sus diestros ojos se dirigieron inconscientemente a Sakutarō, lo vio a lo lejos haciéndose cargo de los heridos en lo que se suponía era el área del hospital, tomando las riendas de la situación con rapidez y eficiencia. Fue la primera vez que vio de lo que era capaz, su destreza en ninjutsu médico y liderazgo eran cautivantes. Estaba deslumbrada por su trabajo, sus ojos blancos brillaron sin que ella lo supiera. Sintió un gran respeto por él ante su desempeño, incluso más porque le dijeron que había sido él quien salvó la vida de su hermana mayor. También se enteró de que él había sido parte del grupo que ayudó en el rescate del Kazekage unos meses antes, siendo también el único en poder curar a su hermano de una muerte segura, así como también de haberse enfrentado y eliminado a un miembro de Akatsuki, el grupo terrorista que los había atacado.
En aquél momento, Hanabi estaba pasando por un momento realmente estresante. Estaba abrumada porque no podía dominar un jutsu del clan que se suponía que debería dominar con facilidad, todo por culpa de su mente dispersa y su corazón que dudaba, haciendo que sus convicciones se tambalearan. La frustración por no completar la técnica a la primera, como se esperaba de ella, se sumaba a los sentimientos confusos que sentía al presenciar desde lejos los entrenamientos de su hermana y su primo. No solo eso, Hinata había creado un jutsu y lo estaba dominando, mientras ella fallaba una y otra vez en sus lecciones del Kaiten.
Debía lidiar con la presión del clan, su agobio y la admiración por su hermana mayor que quería resurgir de sus cenizas.
Entonces vio las expresiones que Sakutarō hacía cada vez que completaba una curación satisfactoriamente: Sonreía, tanto para quitar el peso de sus pacientes como por sí mismo. Le recordó a la sonrisa de Hinata cuando avanzó con su técnica.
Él tuvo la misma expresión después de curar a su abuelo. Su curiosidad ante eso la hizo acercarse a él para contemplarlo más de cerca, pero no contó con que llamaría su atención. Se puso nerviosa ante sus ojos color jade, suaves y cálidos, y solo atinó a darle un pañuelo para que él secara el sudor de su frente. Sakutarō le agradeció por su gesto acariciando su cabello con simpatía, ella en su lugar le dio las gracias por lo que había hecho por sus familiares, también le felicitó por su habilidad tan diestra.
Esa sonrisa de orgullo apareció en su rostro una vez más cuando le dijo que se lo debía a su maestra, y que también tuvo que pasar por mucho entrenamiento, derramar sangre, sudor y lágrimas para llegar a donde estaba ahora, pero que valía la pena porque después de todo su esfuerzo podía ser de utilidad y proteger a los demás.
Hanabi escuchó sus palabras con atención y admiración. Ella también quería tener ese sentimiento de satisfacción por su propio esfuerzo, y no la frustración de no llenar las expectativas por ser catalogada como prodigio. Tal vez debía cambiar su enfoque para poder avanzar y proponerse nuevas metas para que su camino no fuera una carga. Su charla con Sakutarō le dio fuerzas para continuar su entrenamiento. Estaba segura de que esta vez conseguiría dominar el Kaiten y todas las técnicas que le siguieran.
Unos meses después, mantuvo en su mente, sin saber el porqué, la idea de buscar al ninja médico para comentarle sobre su progreso. Lastimosamente, no pudo hacerlo cuando se decidió porque la guerra llegó a la puerta de todas las naciones. Al menos pudo reconciliarse con su hermana; con su nueva convicción le prometió que cuidaría del clan y le pidió que se mantuviera a salvo y regresara a casa. Sus plegarias también estaban dirigidas hacia el peli-rosa, a quien le hubiera gustado despedir y desear buena suerte. Lo mantuvo en su mente en todo momento, con el deseo infantil de que así él no desaparecería y lo volvería a ver.
No pasó mucho tiempo desde que comenzara la guerra cuando una brillante luz se disparó desde el cielo. Lo siguiente que supo fue que estaba en una realidad diferente, pero que se sentía tan real que al final la terminó creyendo.
En ese lugar ella era mayor, con un par de años más que su hermana incluso. Estaba entrenando en el jardín del clan, como de costumbre. Dejó de hacer sus movimientos y por el rabillo de su ojo vio a alguien sentado a un costado. Al girar vio a un peli-rosa que leía tranquilamente unos documentos. Sus miradas chocaron cuando sintió su mirada sobre su persona, y él le sonrió. Las palabras salieron solas de su boca y se sintieron realmente bien para ella.
—Cariño, ¿no quieres unirte al entrenamiento?
—En realidad, creo que deberías tomar un descanso. Traje té. Quisiera pasar tiempo con mi prometida antes de ir al hospital —respondió con su voz profunda y cálida.
Sakutarō le regaló su linda sonrisa una vez más junto a sus brillantes orbes jades y ella le correspondió, apresurándose a su lado como toda una mujer enamorada.
Ellos estaban comprometidos, su vida con él era agradable, ella era feliz, ambos lo eran. La situación se sintió tan real, tan correcta, que sintió un gran vacío cuando el sueño terminó de repente y ella tenía doce años una vez más, dejándole un gran hueco en su pecho y una gran confusión de sentimientos que no sabía que tenía.
La guerra terminó, los muertos fueron honrados, con el tiempo aprendieron a vivir con la ausencia de sus seres queridos, todos continuaron con sus vidas en honor a ese futuro que protegieron con fervor. Y un sentimiento sólido se presentó en Hanabi después de darle vueltas y vueltas a raíz del sueño que había tenido por el Tsukuyomi infinito.
Ese sueño le había mostrado lo que quería, pero también le había dado la interrogante más importante: ¿Qué podía hacer ella siendo tan pequeña? Nada. Sakutarō nunca le haría caso, ella siempre sería la pequeña hermana de Hinata.
De esa manera, Hanabi se conformó con ser una espectadora a su alrededor. Le resultaba irónico en cierto modo, su nuevo comportamiento le recordaba a su hermana: observando desde lejos a la persona que aprecias y rezando por su bienestar.
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Dos años pasaron después de la guerra y una nueva amenaza se cernió sobre todos; ella fue secuestrada, donde también arrebataron sus ojos para cumplir ese propósito.
Para su suerte, no recordaba qué había pasado luego de su secuestro porque la mantuvieron en un sueño una vez más, pero a diferencia del Tsukuyomi no había más que oscuridad y vacío para ella allí; no sentía nada.
Cuando recuperó la consciencia, sus ojos estaban nuevamente en su lugar y lo primero que enfocaron fueron los colores rosa y jade. La cara de alivio de Sakutarō la recibió, junto a su sonrisa feliz al ver que ella estaba bien. Debería haberse sentido contenta al saber que él había participado en su rescate, pero toda ilusión fue opacada por la vergüenza que sintió por haberse dejado secuestrar. No se atrevía a verlo a la cara. Al menos fue así hasta que él puso su mano en su cabeza y acarició sus cabellos con calidez, diciéndole que era una chica fuerte y que estaría bien.
Su trato amable la hizo sonrojar hasta las orejas. Se permitió regodearse por sus palabras, que se sentían mil veces mejor que cualquier elogio que pudiera recibir de otra persona. Su corazón palpitó alocado en todo momento al regresar a casa, sin poder evitar que su mente de adolescente fantaseara con la idea de él yendo hasta la luna para rescatarla. Su cercanía la ponía nerviosa, a diferencia de Hinata que se congelaba o desmayaba por Naruto, ella se ponía más habladora diciendo cosas sin sentido, incluso hacía bromas, todas a costa de su hermana. A Sakutarō parecía no molestarle su comportamiento porque le siguió el juego un par de veces y hasta se rio con ella.
Luego vio a su hermana y a Naruto consolidar finalmente su amor en una escena de ensueño. Ella solo pudo anhelar lo mismo bajo aquella gran y bella luna, pero era un sueño que no se realizaría. El peli-rosa vio su expresión decaída y la malinterpretó como una preocupación por su hermana. Tomó su mano con cariño y le dijo que no era necesario preocuparse, que Naruto cuidaría bien de Hinata y que serían muy felices.
Hanabi no le prestó atención a lo que le estaba diciendo, ella solo podía pensar en la calidez de su gran mano tomando la suya pequeña. Su rostro se sonrojó una vez más cuando Sakutarō la tomó en brazos, solo hasta ese momento se percató que seguían cayendo en el aire. Su corazón retumbó ante la cercanía que mantenía con él, observando y admirando el atractivo rostro del Jōnin. Cerró los ojos y rezó con todas sus fuerzas para que el tiempo pasara rápido y él pudiera verla al fin como una mujer, y ganarse su corazón.
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Los días continuaron su curso normalmente. Hanabi siguió observando a Sakutarō, con la diferencia que esta vez ella estaba cerca de él. Con lo que sucedió con sus ojos, él se ofreció voluntariamente a monitorear su byakugan cada cierto tiempo para asegurarse que no tuviera secuelas. Gracias a eso ella pudo disfrutar de su cercanía, sus charlas amistosas, sus sonrisas brillantes, y verlo en su faceta de médico. Hanabi adoraba ver su rostro de concentración cuando trabajaba, lo hacía ver tan profesional y, para qué negarlo, atractivo a sus ojos.
Un deseo de verse bonita para él surgió en ella de repente, pero no era extraño porque ya no faltaba mucho para que se convirtiera en una jovencita de quince años, y sus hormonas acompañaban a sus sentimientos. Pidió ayuda a su cuidadora, Natsu, buscando su consejo para cuidar más de su apariencia. Quería que su cabello largo se viera más brillante y bonito. También pasaron tiempo buscando prendas bonitas para ella y renovando su guardarropa, su cuerpo ya no era el de una niña.
Por supuesto, todo esto había sido en su tiempo libre de entrenamiento. Ella no podía dejar abandonadas sus responsabilidades con el clan, lo había prometido, después de todo. No las descuidaría por muy enamorada que estuviera.
Natsu estaba enternecida por la muchachita, a quien prácticamente había criado y educado como si fuera su hija. Viéndola tan inmersa en su objetivo de verse más como una jovencita que una niña, le hizo cuestionarse si ya había llegado el momento de los intereses amorosos. No pudo contenerse y le preguntó directamente si había algún jovencito que había llamado su atención. Tuvo su clara respuesta cuando su rostro se enrojeció al nivel de su hermana mayor y comenzó a balbucear incoherencias para justificarse y negarse ante el tema. La emoción de Natsu provocó que comenzara a parlotear sobre temas románticos sin parar, según ella, era una experta en el tema por todos los libros que había leído y, como cuidadora, se veía en la obligación de instruirla por el camino correcto también, dándole la charla.
Hanabi solo pudo sonrojarse de la vergüenza al escucharla en sus divagaciones, intentando ignorarla por el bien de su salud mental, pero a la vez prestando atención, porque sabía que entre toda la perorata de Natsu había cosas que ella tenía interés en saber.
En un momento de la charla, su ánimo flaqueó con el pensamiento de que no era un jovencito a quien mantenía en su corazón. Al verla decaída, Natsu le dio unas palabras de aliento, recordándole que era una chica fuerte, inteligente, bonita y bien educada, que sería un buen partido para cualquiera.
La castaña quiso convencerse de eso, preguntándose si algún día él tomaría en cuenta esas cualidades que su cuidadora mencionó.
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La nieve se derritió por completo con la llegada de la primavera, dando paso a la floración de los cerezos. No faltaría mucho para que estuvieran en todo su esplendor y belleza, que se esperaba sería el día de la boda de Naruto y Hinata. Pero unas semanas antes de eso, había un día que también era importante para Hanabi: el cumpleaños de Sakutarō.
La chica pasó casi dos semanas completas pensando qué podría obsequiarle a su amado, sin decidirse por nada en específico. Con eso se dio cuenta de que no sabía mucho de los gustos de él a pesar de su enamoramiento, lo que la desalentó un poco.
Sus ánimos se vieron renovados un día durante la visita de Ino a Hinata en la que escuchó de casualidad lo que sería su solución a su búsqueda.
La rubia le comentó a Hinata, con cierto aire de cansancio y preocupación, que Sakutarō estaba pasando demasiadas horas en el hospital. El peli-rosa tenía el objetivo de adelantar sus tareas para estar libre el día de la boda, incluso ocupó el día de su cumpleaños para cumplirlo. Escuchó a su hermana hablar con preocupación y lamentándose por las molestias que estaba causando su boda, pero Ino rápidamente la tranquilizó diciéndole que lo hacían porque querían estar presentes en un día tan importante para sus amigos. Aunque también agregó que si al menos no fuera tan terco y se alimentara correctamente sería bueno.
La menor de los Hyūga no escuchó más la conversación de las dos mujeres y se marchó con una idea clara: prepararía el almuerzo de Sakutarō.
El 28 de marzo Hanabi se presentó en el hospital con una gran caja de comida casera en sus manos, preparada por ella y con la guía de Natsu. Armándose de valor, se dirigió a la recepción y preguntó por el Jōnin por el que suspiraba. Allí le dijeron que estaba de suerte ya que el doctor Sakutarō estaba tomando un descanso en el jardín en ese momento. Ella le agradeció a la mujer del otro lado del escritorio después de que le permitió pasar.
Vio el asombro de Sakutarō por verla allí, sin embargo, Hanabi no le dejó hablar y con entusiasmo le entregó la caja de comida mientras lo felicitaba por su cumpleaños. Sus orejas ardían por su vergüenza y nerviosismo, pero nada la detendría de su objetivo.
Él lo recibió sin perder su expresión de sorpresa. Le preguntó si podía abrirlo en ese momento y así lo hizo después de obtener el permiso de la chica. Dentro de la caja había una buena cantidad de comida que se veía realmente deliciosa y desprendía aromas que llamaban a querer probarla.
—¿Todo esto es para mí? —cuestionó, mirándola a sus ojos perlas.
—Sí. Espero que te guste. Pasé mucho tiempo practicando para que tenga buen sabor —respondió apartando la vista. Puso sus manos tras la espalda y se balanceó hacia los lados con cierta timidez poco característica de ella.
—Muchas gracias, Hanabi-chan —agradeció, enternecido por su gesto—. En ese caso, ¿qué te parece acompañarme y probar este manjar? Es un bonito día como para desperdiciarlo comiendo solo.
Hanabi aceptó emocionada su oferta y ambos se dispusieron a comer. Almorzaron juntos, sentados bajo un cerezo del jardín, compartiendo una agradable charla. Era un momento de ensueño para ella, una escena salida de sus fantasías.
—Ah~. Eso estuvo exquisito —suspiró él, satisfecho—. Con el ajetreo de la boda de Naruto y Hinata, últimamente no he tenido tiempo para una buena comida casera. Gracias a ti, Hanabi-chan, podré continuar con más energía.
—No deberías descuidar así tu alimentación. Eres un médico, ¿no? —regañó con un falso tono acusador. Debía mantenerse serena y no como si estuviera a punto de hacer honor a su nombre y explotar como fuegos artificiales por la emoción ante las palabras de halago de él.
—Tienes razón. —Rio con nerviosismo—. ¿Qué hay de ti? Eres la hermana de la novia, debes estar involucrada en el asunto más que nosotros. Incluso cuando tu cumpleaños fue ayer.
Hanabi lo observó con sorpresa de que él tuviera esa información.
—Ahora estoy avergonzado por las molestias que te tomaste por mi cumpleaños y yo no he preparado nada para ti —continuó él, ante su mutismo.
—¡No te preocupes por eso! No hace falta. —Que lo sepas es suficiente para mí, quiso agregar, pero no lo dijo—. Tienes razón. Con todos los preparativos para la boda, mi cumpleaños pasó desapercibido. Pero no me siento mal por ello, estoy feliz por mi hermana.
—Espero que al menos hayas disfrutado del pastel —comentó aliviado por no ofenderla. Ella lo volvió a mirar con sus ojos perlados más abiertos por su asombro, le pareció una expresión tierna de contemplar—. Hinata me dijo que quería darte un pastel, que era lo menos que podía hacer por toda tu ayuda. Así que le recomendé mi tienda favorita.
—El... El pastel con bananas estuvo delicioso —musitó. Estaba tomando todo su autocontrol para que su rostro no se volviera un tomate.
—Me alegra escucharlo. El próximo año podríamos ir juntos a comer pastel, ya que nuestros cumpleaños son tan cercanos.
—M-Me gustaría eso —tartamudeó cual Hinata. De solo pensar en que sonaba como una cita su mente comenzaba a fantasear rápidamente.
Ambos se quedan en silencio por un momento, disfrutando de la leve brisa y los rayos de sol que se filtraban por entre las hojas del árbol rosa.
A raíz de su invitación futura, Hanabi estuvo dándole vueltas a algo que se le había ocurrido con anterioridad, pero que había descartado por obvios motivos. Sin embargo, en ese momento se sentía con la valentía suficiente para hacerlo.
—¡Sakutarō-kun! —llamó de repente. Él la miró en respuesta, dándole a entender que tenía toda su atención—. ¿Tienes acompañante para la boda?
—Ah, eso —murmuró con nerviosismo. Sonrió y se frotó el cuello con cierta vergüenza—. Bueno... Verás... En realidad, no tengo a nadie con quien ir.
—¡Sé mi acompañante! —exclamó ya sin poder contener su emoción ante la posible realización de su petición—. Sería una buena forma de compensarme por mi cumpleaños —agregó sopesando un rechazo de su parte al verlo dudar.
Sakutarō no pudo evitar ponerse más nervioso ante la idea de que su acompañante fuera una jovencita de quince años cuando él acababa de cumplir veinte. Buscó en su mente una forma de rechazarla sin ser grosero u ofenderla, pero él cedió al verla tan emocionada con la idea. Eran amigos, después de todo. No tenía nada de malo que ella lo acompañara. Ella era la hermana de la novia y él era prácticamente un hermano para el novio, viéndolo de esa manera no le resultaba descabellado.
—Está bien. Si eso es lo que quieres por tu cumpleaños, acepto con gusto. —Sonrió, dándole unas palmaditas en su cabeza.
Hanabi no le tomó importancia a ese gesto que se le haría a un niño, su desmesurado entusiasmo se estaba por desbordar de su cuerpo así que optó por marcharse antes de que se dejara en ridículo.
—¡Te veré en mi casa el día de la boda!
Sin esperar una respuesta, se puso de pie de un salto y salió corriendo hacia la salida.
—¡Hanabi-chan, dile a tu padre que seré tu acompañante! ¡No quiero morir en sus manos y arruinar la boda! —gritó Sakutarō divertido por su forma de actuar, pero sus palabras tenían algo de verdad. Él no quería que Hiashi lo matara por escoltar a su pequeña hija, malinterpretando la situación.
—¡Tranquilo, no lo dejaré hacerlo! —devolvió, riendo divertida.
Se marchó con rapidez después de eso. Una vez fuera del hospital no pudo contener su alegría y dio saltitos mientras regresaba a su casa con una sonrisa deslumbrante pintada en su rostro.
—¡Iré con Sakutarō-kun como mi pareja! —Se dijo a sí misma.
Solo un poco más y tendría la edad adecuada para conquistar el corazón de su amado. Ella era consciente de que él no la veía de la misma forma que ella a él, pero solo debía esperar un par de años más y pondría todo su empeño para que la viera como una mujer. Por el momento se conformaría con estos pequeños, pero significativos, momentos con él.
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La boda de Naruto y Hinata fue un memorable y maravilloso momento para todos, en especial para Hanabi, no solo por ser espectadora de la felicidad de su hermana mayor, sino por haberlo compartido al lado de la persona que amaba. Pasó todo el momento tomada de su brazo y sonriendo como nunca antes; él no se quedó atrás y compartió su alegría por su comportamiento tan risueño.
Cuando la vida retomó su rumbo normal, sin la agitación de la preparación de una boda tan importante para todos, Hanabi tuvo la valentía suficiente para comenzar a visitar al Jōnin de pelo rosa con regularidad.
Comer dango en su tienda de té favorita, quedar para cenar en casa de la nueva familia Uzumaki, llevar su almuerzo al hospital, eran actividades que se habían vuelto cotidianas entre ellos. Por supuesto, camufladas de amistad por parte de ella, no quería arruinar su relación y mucho menos la reputación de él debido a la diferencia de edad.
No pasó mucho tiempo cuando la vida decidió sonreírle a la de cabellos castaños una vez más. Una seguidilla de bodas de los antiguos "Once de Konoha" se suscitaron una tras otra, lo que le dio la posibilidad de ser la acompañante oficial de Sakutarō en cada una de ellas.
A veces se enfadaba cuando los amigos del peli-rosa bromeaban con él sobre que debería sentar cabeza de una vez por todas y dejar de molestar a la jovencita para las ceremonias. Ella siempre respondía en tono mordaz y protector para con él, replicando que no la molestaba; era una actitud que al mayor le divertía, y agregaba que ella era una agradable compañía y que recurriría a ella todas las veces que lo aceptara.
La forma en la que siempre la trataba solo hacía que su amor por él aumentara cada día más.
También debía destacarse que él no solo cumplió su palabra de compartir un pastel por los cumpleaños de ambos el año siguiente, sino que lo repitieron para los diecisiete de ella y los veintidós de él. Esto se debió a que, el día del cumpleaños dieciséis de Hanabi, Hinata dio a luz a su primer hijo: el pequeño Boruto; por lo que ambos apenas tuvieron tiempo de probar un bocado de su pastel cuando Hinata entró en labor de parto y tuvieron que retirarse.
Para ese momento Hanabi no conservaba ninguna apariencia de niña, era toda una joven atractiva y fuerte, la futura cabeza de un clan poderoso. A pesar de que todos ya la veían como una mujer hecha y derecha, aún no se sentía con la confianza suficiente para declarar su amor por el hombre que la hacía suspirar durante el día completo.
A finales de sus diecisiete, Hanabi también experimentó el dolor de ver a la persona que amaba cortejando a alguien más.
Con veintidós años, el Haruno se había convertido en uno de los solteros más codiciados de Konoha, tanto por su atractivo como por su reputación. La Hyūga nunca se había preocupado por las pretendientes del hombre ya que él siempre rechazaba de forma cortés cada invitación por parte de éstas, con la excusa de no tener el tiempo suficiente por su trabajo.
Su seguridad se vio flaquear cuando Sakutarō pospuso un par de sus reuniones de pasar el rato, para luego enterarse que lo habían visto frecuentar a la antigua compañera de equipo de su difunto primo, Tenten.
Al principio no lo creyó, atribuyendo su ausencia a sus deberes en el hospital mental y el general. Hasta que, en uno de sus rechazos, ella decidió seguirlo cuando lo vio salir del hospital cuando se suponía que no debería. Lo siguió hasta una pintoresca y pequeña casa donde fue recibido por la mujer en cuestión. Sus ilusiones se comenzaron a resquebrajar ante la realización de lo que podía significar. Él era un hombre soltero, independiente, respetado y en la flor de su vida; ella también era una mujer soltera, dueña de una tienda de armas, heroína de la última Guerra, una mujer buena y atractiva, y no había que olvidar que ambos tenían edades compatibles.
Hanabi estuvo toda una semana torturándose con ese tipo de pensamientos, deprimiéndose más cada vez que le daba vueltas al asunto. Continuó así, con la ausencia de él, por otra semana más en la que ella no pudo concentrarse bien en su entrenamiento, desgastando su byakugan por el uso excesivo y descuidado de su poder ocular al descargar sus sentimientos turbulentos al entrenar. Esto le valió una visita del médico, uno en el que su padre había puesto toda su confianza desde hacía algún tiempo, el mismo que rondaba la mente y el corazón de Hanabi.
Sakutarō se presentó en su casa de inmediato después de haber sido llamado por Hiashi. Él la revisó con sumo profesionalismo, tomándose su tiempo para hacer un chequeo exhaustivo de sus ojos debido a los acontecimientos ocurridos con Toneri en el pasado. Para alivio de todos, los ojos de la joven estaban bien y no presentaba peligro alguno, pero él aconsejó que le diera un descanso a su vista por un tiempo, ofreciéndose a visitarla a diario para controlar que se estuviera recuperando de buena manera.
La Hyūga menor debió usar un vendaje en sus ojos para darle un mayor descanso en poco tiempo, teniendo la ayuda de Natsu en todo momento.
Como lo había prometido, Sakutarō la visitó todos los días por la mañana y por la tarde. En las mañanas era una visita rápida, preguntando por sus molestias; en la tarde, él le realizaba los chequeos mientras se quedaba con ella a compartir el té.
Durante la semana que duró su recuperación, Hanabi se mostró distante con el ninja médico, aún no olvidaba lo que había visto y cómo había sido desplazada de su vida tan rápido por otra mujer. Éste comportamiento fue notado por él, pero también malinterpretado. Relacionó su estado decaído a lo que le estaba sucediendo; conociendo lo activa y dedicada que era a su clan, él pensó que ella se debía sentir estancada, que le estaba fallando a los suyos al mostrar tal debilidad.
Con esos pensamientos él intentó darle ánimos de manera sutil, haciéndole sentir que a pesar de que no podía verlo, él estaba ahí para ella. Le llevó dulces para acompañar el té de la tarde, le contaba su día, le hablaba sobre cómo se veía el cielo a esa hora. También se encontró a sí mismo tomando su delicada mano, dándole leves apretones para transmitirle su apoyo. Cuando le realizaba los chequeos, sus manos se demoraban más tiempo del necesario acunando su rostro y luego retirándose con una suave caricia a sus mejillas, incluso se atrevió a acomodar el cabello que había caído descuidadamente en su rostro.
Todas estas acciones no hacían más que confundir a Hanabi, que recibía cada contacto de sus pieles con sorpresa y agrado, agitando su corazón como un loco y sonrojando su rostro más de lo normal. Pudo soportar el no tirarse a sus brazos gracias al autocontrol que le generaba mantener presente el dolor de verlo con Tenten. Todavía no podía sacar ese momento de su cabeza, volviendo sus sentimientos cada vez más turbulentos. Hasta que el último día de su rehabilitación llegó con Sakutarō alegando que era hora del último chequeo, es decir, tiempo de quitar las vendas y probar su visión. Antes de que sucediera, Hanabi pidió hablar con él en privado.
Una vez solos, ella no pudo contenerse más y descargó todas sus inquietudes directamente con él, sintiéndose lista —realmente no— para soportar la verdad. Le recriminó el haberla abandonado por tanto tiempo, rechazando cada una de sus invitaciones a pasear, almorzar y tomar el té. Le cuestionó si ella era realmente importante para él o si su amistad era tan fácil de olvidar, como también el por qué aparecía de repente después de tanto tiempo, tratándola con tanto cariño y preocupación. Cuando sintió que las palabras contra él no eran suficientes, lanzó su carta final y la más importante.
—¡¿Estás saliendo con Tenten-san?! —vociferó, tomando grandes bocanadas de aire luego de sacar todo lo que mantenía guardado. Su silencio solo la perturbó más—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Es que no soy tan importante para ti?
—¿De dónde sacaste eso? —habló por primera vez luego de escuchar todo lo que ella tenía para decirle. Se sentía fatal de haber causado esas inseguridades en ella, más porque no era su intención.
—Yo... Te seguí —respondió con cierta incomodidad de admitir lo que había hecho—. Y los vi juntos, en su casa.
—Nos viste —musitó, suspirando en derrota—. Si es así, ya no puedo ocultarlo.
—Entonces, es cierto... —Su voz se quebró un poco al final. Su corazón dolía. Agradecía no ver en ese momento, no creía poder soportar ver su expresión al admitir su relación—. Tú y ella...
—Hanabi, no estoy saliendo con Tenten —interrumpió, sobresaltándola.
—Pero... tú dijiste...
—Tenten tiene una tienda de armas, ¿recuerdas? —Esperó hasta tener un asentimiento de ella para continuar—. Bueno, ella me estaba ayudando a elegir algunos artículos.
—¿En su propia casa? ¿Qué hay de todas las veces que me rechazaste para ir con ella? —alegó con tono ofendido. Estaba reemplazando su tristeza con enfado, no quería llorar delante de él.
—No te mentí cuando dije que estaba ocupado —explicó con paciencia. Intentó tomar su mano, pero ella la quitó al sentirlo y cruzó sus brazos, evitándolo. Suspiró una vez más—. Solo podía ir con ella por unos minutos antes de regresar al trabajo. Debía elegir las armas para el kit, la calidad y el fabricante. Tenten me estaba ayudando con todo eso porque debe ser traído de fuera de Konoha y necesitaba las especificaciones antes de pedirlas.
—Aun así... Yo... podría haberte ayudado si lo hubieras pedido —murmuró, sintiéndose una tonta por el escándalo que había armado. Se había puesto en ridículo ante él, se había mostrado como una niñita celosa.
—No podía pedírtelo. Era un kit especial.
—¿De verdad es tan especial?
—Sí, porque es para ti —declaró con una sonrisa que ella no vio debido a sus vendas. Hanabi se sorprendió, enfocando donde debería estar su rostro—. Pronto será tu cumpleaños dieciocho y quería darte algo especial.
El silencio los rodeó por unos minutos eternos. Un sollozo alarmó al mayor, se acercó rápidamente a su lado y puso sus manos en las sienes de ella.
—¿Qué ocurre? ¿Sientes dolor? Déjame revisar...
Hanabi no lo dejó continuar y sacó rápidamente las vendas que cubrían sus ojos; la iluminación le causó un leve dolor, pero no le dio importancia, lo único que quería ahora era verlo. Así lo hizo, lo miró directamente a sus orbes jades, esos en los que amaba perderse. Él le devolvió la mirada con curiosidad. No esperó más y se lanzó a su pecho, aferrándose a él con todas sus fuerzas.
—Lo siento —sollozó, ocultando sus lágrimas de él mientras mojaba su camisa—. Te dije todas esas cosas, dejándome llevar por los rumores... y tú... Tú estabas preparando un regalo para mí. Lo siento, Sakutarō-kun. Por favor, ¡no me odies!
—No voy a odiarte por algo así, Hanabi —consoló, acariciando su cabello—. Fue un malentendido. Lamento que pensaras que te había reemplazado y que no me importabas. No es así, eres alguien preciado para mí.
—De... ¿De verdad? —Se separó de su pecho sin perder su unión, encontrando sinceridad en su expresión tranquila y cálida.
—¡Claro! Ya no dudes de mí. —Sonrió para ella, atrayéndola hacia él para afianzar su abrazo.
La peli-castaña musitó un sonido en afirmación y le devolvió el abrazo, dejándose embriagar por su calor y aroma. No siempre podía estar así de cerca de él, quería que el tiempo se congelara y quedarse así por la eternidad.
—Fingiré sorpresa cuando me des mi regalo —bromeó ella. Sintió un cosquilleo en todo su cuerpo cuando la risa de él retumbó en su pecho, donde ella tenía su cabeza apoyada.
—Ejem.
Ambos se separaron como si quemaran al escuchar el carraspeo de Hiashi, estaba parado en la puerta con los brazos cruzados lanzándoles una mirada de ojos estrechados; Natsu estaba detrás de él, cubriendo su boca en asombro con un rubor en sus mejillas como si fuera una adolescente.
Sakutarō casi sufre un infarto en ese momento, con nerviosismo se excusó para realizar al fin el chequeo final de los ojos de la menor de los Hyūga. La joven no le quitó los ojos de encima en ningún momento, ignorando la expresión sospechosa de su padre hacia ellos. Un momento después, ella sonrió al darse cuenta de que en realidad era ella misma quien ponía nervioso al peli-rosa. Su corazón latió en esperanza de que sus sentimientos pudieran ser correspondidos.
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Hanabi se mostró sorprendida al recibir el regalo de su amado el día de su cumpleaños dieciocho, más que por compromiso, realmente se sorprendió al abrir su caja de armas especialmente seleccionadas para ella. Atesoraría ese kit por siempre.
Ella no pudo pasar el tiempo que quería junto a él ese día ya que estuvo ocupada con el cumpleaños del pequeño Boruto, encargándose de todo debido a que Hinata cargaba en su vientre a su segundo bebé. Sakutarō, al ser prácticamente familia para Naruto, estuvo presente ese día, lo que le dio la oportunidad de verlo jugar con su sobrino mientras hablaba con su amigo y ella se ocupada de la comida para la pequeña reunión.
Verlo con el niño la enterneció de sobremanera y la puso a fantasear, recordando aquél sueño de su niñez. Su expresión risueña le ganó una mirada sospechosa de su hermana mayor, pero ella solo fingió no entender a qué se refería cuando se lo preguntó. La sonrisa nunca abandonó su rostro, así como tampoco sus ojos a la imagen del hombre jugando con su sobrino.
Su cumpleaños fue un bello momento para ella, rodeada de sus seres amados. Esperó con ansias al día siguiente para compartir un pastel con el hombre que amaba, como se había hecho costumbre para ellos. Podría pasar tiempo junto a él, a solas, antes de que él fuera acaparado por sus demás amigos. Que él reservara un momento exclusivo para ambos llenaba de alegría su corazón.
Sin embargo, sus planes no pudieron realizarse como ella esperaba. Sakutarō se apareció de repente en su casa el día de su cumpleaños, con la respiración agitada y expresión de disculpa tatuada en su rostro. Le dijo que su cita no iba a poder ser porque fue solicitado para una misión de improvisto. Ella entendió, alegando que no tenía que preocuparse, que se podía posponer su celebración para cuando regresara. Cuando su expresión no cambió, Hanabi tuvo un mal presentimiento.
No se equivocó.
Sakutarō le explicó con pesar que su misión era por tiempo indefinido, iba a acompañar a su antiguo compañero de equipo, Sasuke, en su viaje mientras realizaba su misión clasificada como confidencial. Por lo que no podía prometerle una fecha para su próxima reunión.
Aguantando el nudo en su garganta al pensar que no lo vería con regularidad como antes, Hanabi le preguntó cuándo se marcharía. Su corazón se estrujó al escuchar que se iría en ese mismo momento, su compañero lo estaba esperando en la entrada de la aldea. Después de esas palabras, se mantuvieron en un silencio incómodo. Ella no levantó la mirada del suelo, temiendo que su rostro delatara lo que sentía su corazón.
Tuvo que hacerlo de igual manera cuando él tomó su mentón con suavidad y levantó su cabeza para compartir una mirada. Sakutarō le sonrió de inmediato, afirmando que regresaría lo más pronto posible para poder comer juntos ese pastel que tanto amaban. Ella lo abrazó con todas sus fuerzas, reteniendo sus lágrimas, no quería que la mantuviera en sus pensamientos con un estado deplorable.
Al separarse se ofreció a cuidar de su apartamento y él se lo agradeció, agregando que no podría dejarlo en mejores manos. Antes de que se marchara, ella lo retuvo y salió disparada hacia el interior de la casa. Regresó con una caja envuelta en un pañuelo amarillo y se lo entregó; le dijo que era un bentō que tenía pensado llevarle al hospital antes de su reunión. El hombre lo aceptó, enternecido por su gesto.
Se despidieron con un último abrazo y él finalmente se fue. Hanabi observó su silueta desaparecer a lo lejos, sin atreverse a usar su poder ocular para seguirlo por más tiempo. Ingresó a su hogar y fue directamente a su habitación. Las energías que tenía al levantarse ese día se habían drenado por completo, yéndose con él en su último contacto en quién sabe cuánto tiempo.
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Durante los meses que siguieron a la ausencia de Sakutarō, Hanabi no tuvo tiempo de deprimirse, tampoco se lo permitió. Continuó con su rutina de entrenamiento, se encargó de sus responsabilidades en el clan, y se enfocó en estar pendiente de su hermana y su embarazo hasta que nació su bebé.
La pequeña Himawari se ganó su corazón en el instante que la vio por primera vez. Después de su nacimiento, ella no tuvo tiempo para pensar en su amado más que lo suficiente. Lo que no le evitó que igualmente fantaseara sobre cómo serían los hijos de ella y el peli-rosa al ver a los niños, pensando en las posibles combinaciones de sus rasgos.
Sus sobrinos ocuparon su completa atención durante el primer año sin él. Su cumpleaños diecinueve lo pasó junto a su familia, como de costumbre, compartiendo su celebración con el pequeño Boruto.
Cuando el 28 de marzo llegó, pero él no, Hanabi comenzó a sentir realmente su ausencia como si todo ese tiempo se hubiera estado conteniendo y ahora se manifestara con fuerza. ¿Dónde estás en este momento?, ¿qué estás haciendo?, ¿estás comiendo bien?, ¿ese compañero de equipo tuyo, es una buena compañía para ti?, ¿me... extrañas un poco?, eran las preguntas que rondaban su mente sin descanso cuando no estaba ocupada.
Las mismas preguntas que se hacía en ese día, mientras comía su cena en casa del médico, celebrando el cumpleaños de él a solas. Su primer año completo sin él a su alrededor.
En ese tiempo ella se encargó de visitar el apartamento de él una vez a la semana para quitar el polvo después de cumplir con sus deberes del día. Algunas veces iba por la tarde, otras por la noche, tomándose ese momento de soledad para ella misma mientras cenaba allí. Ella también mantuvo su despensa con comida lista para preparar en el caso de que él regresara sin aviso, para que tuviera algo que comer.
A finales de sus diecinueve años, las dudas comenzaron a asaltar sus pensamientos. Cosas como: ¿y si ya se olvidó de mí, de nuestra promesa de compartir pastel por su cumpleaños?, ¿y si ya encontró a alguien que ocupe su corazón?, ¿y si le gustó tanto viajar que ya no quiere regresar?, agobiaban a su corazón. Su estado de ánimo decayó considerablemente, pero, a diferencia de la vez anterior, no dejó que los demás se dieran cuenta. Ella continuó su rutina como de costumbre, utilizando el hogar de su amado como método de aislamiento y escape de todo aquél que pudiera notar su extraño comportamiento.
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Su cumpleaños número veinte sería al día siguiente, sin Sakutarō allí por dos años, el ánimo de ella solo alcanzaba para celebrar el cumpleaños de su sobrino. Por lo que decidió descargar sus penas en casa del hombre, prepararse una buena cena para mantenerse ocupada y, tal vez, recostarse en la cama de él para sentirlo cerca de alguna forma. Al día siguiente esperaba estar más relajada y con ánimos renovados para festejar a su adorado sobrino y jugar con la adorable Himawari.
Hanabi llegó al apartamento del Jōnin por la noche, cargaba consigo un par de bolsas con lo necesario para su solitaria cena. Entró como de costumbre, con la copia de la llave que le había dado Ino; la mujer, como mejor amiga del peli-rosa, siempre se encargó del apartamento de él, pero con la llegada de su primer hijo ya no tenía el tiempo suficiente entre su hogar y su trabajo.
Cerró la puerta detrás de sí e incluso antes de encender las luces, de inmediato se percató del par de zapatos desorganizados en el genkan. Su corazón comenzó a latir con fuerza al punto de sentirlo retumbar en sus oídos. Su byakugan se activó por unos escasos dos segundos antes de volver a la normalidad, la red de chakra de una persona se mostró desde el baño, una muy reconocida para ella. Dejó caer las bolsas al suelo, sin importarle que todo se desparramara ni el sonido que retumbó por el lugar. Su cuerpo se movió por sí solo y corrió por el pasillo.
Un hombre con el torso descubierto y una pequeña toalla en su cadera salió del baño con prisa. La expresión de cautela ante un intruso en su hogar se vio cómicamente opacada por la sorpresa que le generó ver a la mujer Hyūga ir hacia él. La reconoció de inmediato.
Sakutarō, en su aturdimiento por verla tan de repente, no pudo reaccionar a tiempo, recibiendo el cuerpo de ella cuando se lanzó hacia él, tumbándolos al suelo.
—¡Regresaste! De verdad lo hiciste. Estás aquí. Regresaste —expresó con suma felicidad por verlo. Restregó su mejilla contra la de él como si fuera un felino, mientras lo abrazaba del cuello con fuerza.
—Por supuesto que regresé —respondió él, riendo, después de reaccionar. Le devolvió el abrazo envolviendo su cintura—. Hanabi, me alegra verte. Me gustaría preguntarte cómo has estado, pero... primero quisiera... Ya sabes, vestirme —dijo con nerviosismo al ser consciente de que el cuerpo voluptuoso de ella estaba apretado contra el suyo, prácticamente desnudo.
Una vez que se calmó de su reacción inicial, ella también se dio cuenta de la posición comprometedora en la que estaban. Saltó con facilidad para alejarse y que no viera su rostro rojo por la vergüenza de lo que había hecho al dejarse llevar por sus emociones. Se dio la vuelta y le dijo que terminara de hacer sus cosas, mientras ella prepararía algo para cenar.
La mujer regresó a la entrada y recogió las cosas que había tirado, con la idea de ponerse manos a la obra con la cena. El nerviosismo por lo sucedido embargó su cuerpo, volviéndola torpe en sus movimientos, sin embargo, no opacó la felicidad que sentía por verlo nuevamente, de tenerlo frente a ella otra vez después de ese tiempo que ella sintió como una eternidad.
Con el correr de los minutos ella finalmente pudo tranquilizarse y enfocarse en su tarea, preparando algo delicioso para él, pero lo suficientemente rápido para no perder tiempo en ello. El peli-rosa se estaba tomando su tiempo antes de aparecer, algo que, en lugar de molestarla, agradecía. Así podría poner sus emociones en orden.
Cuando finalmente tuvo todo listo, mientras ella terminaba de colocar todo en la mesa, lo vio parado en el marco de la puerta de su pequeña cocina. Ambos se quedaron mirando por unos largos segundos, tomándose su tiempo para ver los cambios en el otro, reconociéndose una vez más.
Él se veía igual de atractivo para ella, su cabello seguía igual que siempre, sus ojos no habían perdido su brillo. Ella se veía más bonita a ojos de él, más madura, su cabello estaba mucho más largo, estaba más alta de lo que recordaba, y su cuerpo ya no era el de antes, era más curvilíneo y voluptuoso en la medida justa, sin llegar a la exageración. Se dio cuenta —por primera vez— que ella realmente ya era una mujer y no más una niña.
Sakutarō se acercó con calma hasta estar frente a ella, sin perder el contacto visual, y la atrajo a su cuerpo, abrazándola con todas sus fuerzas. Hanabi correspondió de inmediato, cerrando sus ojos para sentirlo de una manera más profunda, aspirando su aroma, convenciéndose de que no estaba soñando, que él estaba ahí realmente, junto a ella.
—Me alegra verte otra vez, Hanabi.
—También me alegra que hayas regresado, Saku-kun.
Él se separó un poco para mirarla a los ojos una vez más. Parecía sorprendido por cómo lo llamó, aunque no disgustado. Le sonrió con suavidad mientras levantaba su mano para acariciar la mejilla de ella con lentitud, apartando el mechón de cabello que rebeldemente se quedó en su rostro.
Hanabi se puso nerviosa, sin saber cómo reaccionar o cómo interpretar esta caricia que él le estaba dando. Se separó con rapidez para que no viera el sonrojo que quería hacerse visible en su rostro, invitándolo a sentarse para comenzar a comer antes de que todo se enfriara.
Por parte de Sakutarō, él solo rio bajito por su reacción e hizo lo que ella le pidió.
Mientras ella servía la comida, con entusiasmo le hizo infinitas preguntas sobre su viaje, evitando el tema de su misión clasificada. Así comenzaron a comer con una amena charla, con la misma confianza de siempre, como si el tiempo no hubiera pasado entre ellos.
Él le contó sobre los paisajes que vio, las comidas nuevas que probó, las personas que conoció, sobre su convivencia con Sasuke. Al terminar le pidió que lo pusiera al día sobre lo que había ocurrido en su ausencia. Ella lo hizo con mucho gusto, contándole sobre lo que había hecho, cómo había ido todo en su entrenamiento y el clan, las novedades sobre sus conocidos, e incluso sobre sus sobrinos.
La comida se terminó, pero Sakutarō continuó en la mesa, escuchando con suma atención a la mujer que hablaba con tanto esmero frente a él. El cariño con el que hablaba de sus sobrinos lo hizo sonreír enternecido, admirando sus cálidas expresiones y gesticulaciones, el cómo sus ojos brillaban cual perlas y reflejaban la luz más que la luna.
—Saku-kun, ¿me estás escuchando? —cuestionó al percatarse de que el hombre frente a ella no había emitido señales por un tiempo.
—Por supuesto que sí. Solo estaba pensando que extrañaba estas charlas contigo —respondió con una sonrisa que se ensanchó al ver el brillo de sus ojos una vez más por sus palabras.
Las campanadas del reloj de pared interrumpieron cualquier respuesta que ella podría haber dado. También provocó que Sakutarō se pusiera de pie de inmediato, sorprendiéndola.
—¡Qué oportuno! —exclamó y salió disparado hacia el pasillo.
—Pero... ¿Qué...?
—¡No tardo!
Hanabi esperó en su lugar, con una clara expresión de confusión en su rostro, pensando en qué le ocurría a su amado.
Él regresó, invitándola a la sala, donde la llevó de la mano hasta que ambos se sentaron en el sofá, uno junto al otro. Ante las interrogantes de ella, él comenzó a hablar sin perder la calidez que lo caracterizaba.
—Estuvimos en este pueblo hace un par de meses. Mientras buscábamos un lugar para hospedarnos, lo vi en el escaparate de esta tienda e inmediatamente pensé que se vería bien en ti.
—¿A qué te refieres?
—Feliz cumpleaños, Hanabi.
El peli-rosa puso frente a ella una pequeña caja de color azul, la cual abrió, mostrándole su contenido. Dentro había un collar blanco elegantemente colocado, pero toda la atención se la llevó el colgante: era una piedra de jade en forma de gota, del color exacto de los ojos de él.
—Saku-kun... esto es... hermoso —balbuceó ella, maravillada con el accesorio. Lo tomó entre sus manos con sumo cuidado, brilló con la luz de la sala y no pudo evitar comparar cuán hermoso era con los hermosos ojos de él. Siempre pensó que los ojos de Sakutarō eran como gemas preciosas y ahora, con la prueba en sus manos, tenía la certeza de que no estaba equivocada.
—Qué alivio que te guste —rio con alivio mientras se rascaba la parte posterior de la cabeza—. La anciana de la tienda me explicó su significado. Ella dijo que era un símbolo de buena suerte en su pueblo natal y un amuleto de protección. Mencionó también que lo consideran un símbolo de pureza, serenidad y sabiduría, que ayuda a encontrar el equilibrio, proporciona calma y felicidad.
Cada palabra que él pronunciaba sobre la piedra preciosa, para Hanabi era como ella lo describía a él. Sakutarō era todo eso para ella: le proporcionaba calma y felicidad al estar junto a ella; su serenidad al desempeñar su trabajo como médico, la capacidad para manejar las situaciones, la dejaban maravillada; le encantaba escucharlo hablar sobre las cosas que él sabía, que ayudaban a que su panorama se expandiera y sus valores se enriquecieran; se sentía protegida con él cerca, podía bajar la guardia porque sabía que nada malo le ocurriría con él allí; su personalidad demostraba que él poseía un corazón puro, dispuesto a ayudar a quien lo necesitara con una sonrisa en su rostro.
Tener esa gema sería como tener una parte de él con ella en todo momento.
El Haruno se puso un poco nervioso con la expresión tan embelesada con la que Hanabi lo escuchaba hablar, mientras acunaba su obsequio en su pecho. Se aclaró un poco la garganta antes de continuar.
—También mencionó algo sobre que abre un chakra del corazón, pero no era una parte de la red que conocemos, ella lo llamó con un nombre extraño que no recuerdo bien porque Sasuke me estaba esperando y la anciana hablaba demasiado rápido y confuso —explicó con nerviosismo, aún podía sentir la mirada punzante en su espalda proveniente del Uchiha por culpa de su desvío de la ruta acordada para su misión—. Pero pude quedarme con algo de lo que dijo antes de irme: "Sigue a tu corazón".
Ella dio un respingo ante su declaración. Presentía que era un mensaje exclusivamente para ella, por sus sentimientos por él. También sintió que algo en el ambiente cambió, junto con el tono de voz de él y su postura inquieta.
Tampoco se equivocó esta vez. Vio a Sakutarō sacar algo de su bolsillo y desplegarlo con sumo cuidado. Era una tela, un pañuelo amarillo que reconoció al instante. No cabía en su asombro de que él hubiera mantenido ese objeto durante todo ese tiempo.
—Yo... estuve pensando en ti durante todo el viaje —musitó con vacilación en su tono. Acarició la tela con cariño al continuar—. Al principio creí que era normal, mi partida fue repentina y no pude despedirme adecuadamente de todos. Pero... Al pasar las semanas, dejé de pensar constantemente en los demás... Pero tú permaneciste, Hanabi. —La miró directamente, ella pudo reconocer en sus ojos lo turbulento de sus sentimientos. Era como si estuviera intentando poner en palabras algo de lo que apenas era consciente—. Intenté convencerme de que pasábamos mucho tiempo juntos y al separarnos todo se sentía extraño sin ti alrededor. Que era normal extrañarte. Pero luego me encontré pensando en ti al mirar el alba, el atardecer, las estrellas, preguntándome si tú también estarías mirando al cielo en ese momento. Recordando tus platillos favoritos en cada restaurante que visité. Demonios, incluso Sasuke me regañó por hablar de ti en sueños. —Pasó sus manos por su cabello de forma exasperada y avergonzada—. Este pañuelo que me diste con el bentō se volvió mi tesoro, una forma de sentirte cerca. Pero no fue suficiente, este sentimiento de anhelo se hizo más fuerte, ya no era un simple extrañar a alguien.
Hanabi se mantuvo en silencio.
—Entonces... lo comprendí —continuó él, armándose de valor para lo que vendría—. Me enamoré de ti, Hanabi —declaró mirando sus ojos perlas que le devolvían la mirada con ojos bien abiertos—. Durante este tiempo que permanecimos separados, me enamoré de ti. Ni siquiera tuviste que hacer nada —rio para aminorar su nerviosismo—. Solo tu recuerdo me hizo ver lo importante que te habías vuelto en mi vida. Y lo confirmé al vernos otra vez. Me enamoré de ti, Hanabi —repitió, un sonrojo apareció calentando hasta sus orejas, al haber expuesto su corazón.
Sakutarō esperó a que ella dijera algo, cualquier cosa, pero se inquietó ante su mutismo.
—Lamento esto tan repentino, no estaba en mis planes decir todas estas cosas. Creo que me dejé llevar —excusó apresuradamente. Temió haber arruinado todo entre ellos.
La Hyūga se puso de pie, su cabello ocultaba su rostro, impidiendo que él viera cuál era su expresión.
—¿Hanabi...?
—Yo... Tengo que irme —sentenció.
Sin escuchar al peli-rosa que intentó detenerla, ella se marchó de la casa con prisa, sin mirar atrás.
El Jōnin se quedó en su sala de estar, solo, con los ánimos por el suelo, el corazón destrozado, ante la realización de que su confesión arruinó su relación con la mujer que recientemente descubrió que amaba. Él recordó que antes de irse a esa misión, Ino le insinuó que la chica Hyūga estaba enamorada de él y él era el único idiota en no darse cuenta, cual Naruto y Hinata. En ese momento no le creyó, pero lo mantuvo en su mente cuando se dio cuenta de lo que sentía por ella. Ingenuamente pensó que sus sentimientos serían correspondidos con la esperanza de ese recuerdo.
Que equivocado estaba.
Apretó el pañuelo amarillo en sus manos, volvería a ser lo único que lo haría sentir cercano a ella después de lo ocurrido. Apagó las luces de su casa y se dirigió como alma en pena hasta su habitación. Estaba sintiendo todo el peso de su viaje apresurado y sin descanso para llegar el día del cumpleaños de Hanabi; todo había sido en vano.
Tal vez debería replantearse la oferta de Sasuke de acompañarlo exclusivamente en su viaje. Después de todo, perdió lo único que lo hacía querer regresar a la aldea.
• ────── ❀ ────── •
La castaña de ojos perlados cerró la puerta de su habitación después de adentrarse. Tenía la respiración agitada por su carrera hacia su casa y los ojos desenfocados y bien abiertos por la sorpresa de los acontecimientos recientes. Al encontrarse sola pudo reorganizar sus pensamientos con calma, contrario a sus emociones que aún podía sentirlas con el retumbar alocado de su corazón en sus oídos. Se tapó la boca, dejándose deslizar por la madera hasta el suelo; allí se dio cuenta de lo que pasó pocos minutos atrás.
—Saku-kun se me confesó —murmuró bajito, como si aún no pudiera creerlo—. Saku-kun se me confesó —repitió más alto destapando su boca; ponerlo en palabras, sacarlo fuera de su cabeza lo hacía más real y menos un sueño o fantasía.
Hanabi rio al escucharse, sintiendo burbujear por dentro la alegría que se desbordaría en cualquier momento.
Después de tanto esperar por su amor, anhelando que los años transcurrieran más rápido, maldiciendo su diferencia de edad, incluso llegando a darlo por perdido en un punto de su vida, con una parte de ella creyendo que su amor nunca sería correspondido por más que mantuviera sus esperanzas, que él nunca la vería como ella lo hacía.
Después de todo el tormento que pasaron sus sentimientos, finalmente llegó el día en el que eran correspondidos. Y en un momento que la tomó con la guardia realmente baja. Mejor aún, el hombre de su afecto le confesó su amor, y no ella, que se había devanado los sesos buscando la manera de confesarse sin encontrarla.
Se levantó de un salto de su posición, comenzando a saltar por todo el lugar, riendo con extrema felicidad.
—¡Él me ama! ¡Él me corresponde! —exclamó eufórica, haciendo honor a su nombre ante la explosión de emociones cual fuegos artificiales que se manifestaban desde el fondo de su corazón hacia el exterior—. Me regaló un collar tan hermoso. ¡Y se confesó! —continuó, danzando mientras acunaba su preciado tesoro en sus manos, la sonrisa plasmada en su rostro sin querer abandonarla—. Él me ama. Saku-kun me ama.
Continuó en su mundo de sueño hecho realidad por unos cuantos minutos, imaginando cómo sería todo de ahora en adelante entre ellos.
—¿Eso significa que ahora estamos juntos? —preguntó al aire, observando su gema con sus ojos perlados y brillantes.
Hanabi inhaló una gran bocanada, asustada ante esa interrogante que la hizo regresar a la realidad y darse cuenta de lo que había hecho. Ella huyó. Se fue sin decir nada, sin decirle a Sakutarō que sentía lo mismo por él.
Su alegría se convirtió en verdadero pánico al entender que él podía tomar su huida como un rechazo de su parte. Exhaló un grito de frustración, agarrándose el cabello con exasperación al pensar que lo arruinó.
Dejó su obsequio con cuidado sobre su escritorio, para luego abrir la puerta de su cuarto con brusquedad y salir corriendo por el pasillo con la única idea de regresar a la casa del Jōnin y arreglar el malentendido cuanto antes. Desafortunadamente, fue interceptada por su padre; él la regañó y le pidió una explicación por el bullicio que provenía de su habitación a tal hora de la noche.
Hanabi no podía decirle la verdad a su padre, que había estado dando brincos como una niña por ser correspondida por al amor de su vida, pero que se había dado cuenta de que lo había arruinado con creces al hacerle un desplante monumental con su arrebato y que, ahora mismo, a altas horas de la noche, se dirigía a la casa del hombre que amaba para confesarle su amor. Por supuesto que no tenía tal grado de confianza con su padre para decirle todas esas cosas, además que podría malinterpretar todo al pensar en ella y un hombre a solas por la noche siendo un hombre tan conservador.
Ella se decantó por decirle una mentira y disculparse por el ruido. Regresó a su habitación, desganada, deseando que el sol saliese pronto para poder hablar con el peli-rosa y aclarar todo.
Al despertar, su objetivo tuvo que posponerse ya que fue arrastrada al hogar Uzumaki por su hermana mayor, el motivo: ese día era el cumpleaños de su sobrino. Entre todo el sube y baja de emociones que tuvo con la llegada del Haruno y su anterior estado decaído por su ausencia, ella olvidó que había prometido ayudar con el festejo desde muy temprano.
Tuvo la esperanza de encontrar al peli-rosa en casa de Naruto. Las reuniones de los cumpleaños de Boruto siempre se limitaron a los Uzumaki, su padre y ella, pero como Sakutarō era tan cercano a Naruto, siendo como un hermano para él, también asistía. Sin embargo, él no se presentó en todo el día. Es más, se dio cuenta de que nadie tenía conocimiento sobre su regreso, excepto ella.
La Hyūga se preocupó porque él no anunció su llegada a nadie. Recapituló los sucesos de la noche anterior, recordó su obsequio, sus palabras; llegó a la conclusión de que Sakutarō volvió exclusivamente por su cumpleaños, por ella. Y ella lo arruinó. Se deprimió al pensar en eso, pero tuvo que mantener la compostura durante la fiesta para no arruinar ese momento también. Agradeció profundamente a sus sobrinos, Himawari y Boruto le ayudaron a olvidar un poco su desdicha.
La vergüenza por lo que había hecho también jugó un papel importante al frenarla para no abandonar la casa Uzumaki y salir a buscarlo de inmediato. Pero también hacía que en su mente se recrearan escenarios en donde lo buscaba y él la corría de su casa, mirándola con dolor y desprecio.
El cumpleaños del pequeño Uzumaki transcurrió lo más natural posible de su parte, internamente se felicitó porque ni siquiera Hinata sospechó sobre lo que la carcomía por dentro. Regresó a casa junto a su padre por la tarde, encerrándose en su habitación de inmediato.
Allí comenzó a pensar y buscar la mejor manera de afrontar el asunto con Sakutarō, el cómo encararlo, disculparse por haberlo dañado con su acción impulsiva, aceptar los sentimientos de él y confesarse ella.
Le llevó más tiempo de lo que planeó poner sus pensamientos en orden, y más tiempo tomar el valor suficiente para llevar a cabo su plan. Con ella caminando por cada centímetro de su habitación metida en sus pensamientos, le hizo recordar aquella vez cuando vio a Hinata ir y venir por los pasillos de la casa, sin atreverse a ir hacia Naruto para darle la bufanda que con esmero había tejido para él. Ese recuerdo, que en su momento le resultó gracioso y sin sentido, le dio el empujón que necesitaba para actuar.
Ella no era como Hinata, era más segura de sí misma, decidida, intrépida, incluso osada y atrevida; no iba a permitir que el miedo al rechazo se apoderara de ella. Con eso en mente, Hanabi salió con determinación de su casa, sin mirar atrás ni vacilar en su andar para no dejar lugar al arrepentimiento.
Contrario a lo que se había mentalizado apenas unos minutos atrás, su valentía fue menguando en su camino a la residencia del ninja médico, las dudas y la vergüenza volvían a ella con cada paso que daba, con cada latido acelerado en su pecho.
A medio camino de su destino, mientras estaba sumida en sus preocupaciones, fue interceptada y sorprendida por un alegre Konohamaru acompañado de sus dos inseparables amigos, Moegi y Udon. Con su mente y su corazón tan dispersos, fue fácil para ellos arrastrarla sin su consentimiento hacia el local de Ichiraku. El trío —Konohamaru, en realidad— había planeado llevarla a beber por primera vez para celebrar que ya tenía la edad para hacerlo.
Hanabi creyó que, si bebía solo un poco, tal vez su nerviosismo se aplacaría y la dejaría en paz para enfrentar a su amado; así que cedió ante las insistencias del Sarutobi y aceptó el vaso de sake para darle un trago mucho más largo de lo que tenía planeado. No sintió que fuera suficiente, sus emociones arremolinadas en su estómago persistían, por lo que pidió otro vaso, luego otro más, y otro más después de ese.
Al ser la primera vez que bebía alcohol, su resistencia a éste era nula, sumándole su inexperiencia para detenerse cuando debía, hicieron que terminara sumamente borracha junto a Konohamaru y Udon, el último ya dormido sobre la barra.
A pesar de su estado deplorable y errático, la heredera Hyūga se sintió revitalizada, envalentonada y con la sensación de que estaba lista para ver al peli-rosa. Escapó hábilmente de una Moegi, más sobria que el resto, que intentaba arrastrar a sus amigos fuera del local. Así se presentó en casa del Haruno, llegando en un tiempo récord a pesar de sus capacidades alteradas por el alcohol.
Ella podía sentir las conocidas miradas en su persona al acercarse a la entrada de la casa del hombre. Siempre fue consciente de los vecinos chismosos que seguían cada uno de sus movimientos cuando llegaba al vecindario y de los rumores que debatían entre ellos, pero nunca le importó. Era mejor así, que supieran que iba a conseguir a ese hombre para ella.
Utilizando la llave que aún no devolvía, Hanabi irrumpió en la casa de su amado. Se quitó los zapatos con torpeza, tirándolos sin ningún cuidado, para luego adentrarse por el pasillo en dirección hacia la única luz encendida en ese momento.
Encontró a Sakutarō en la sala de estar, sentado en su sillón, escribiendo en un pergamino de informe de misión.
—¡¿Hanabi?! —exclamó él con asombro por verla allí tan de repente. Dejó su tarea en la mesa pequeña del centro y se puso de pie, acercándose a ella. Rápidamente notó el rostro extremadamente sonrojado que tenía, una característica que conocía muy bien al haber sido aprendiz de la Quinta, por no decir que su equilibrio no era el mejor y se tambaleaba un poco incluso al estar solo de pie—. ¿Estás ebria? —insinuó con incredulidad.
Sin embargo, ella no le prestó atención ya que algo más llamó su atención, su bolsa de viaje para misiones junto al sofá que no estaba el día anterior.
—¿Por qué tienes tu equipaje preparado? —cuestionó, hilando una oración con dificultad—. ¿Tienes una nueva misión?
—Um... Bueno... No exactamente —respondió con nerviosismo e incomodidad por lo que había pasado la noche anterior, algo que estaba muy fresco en su mente y corazón. No pensó que iba a enfrentarla tan pronto después de su rechazo, en realidad, pensó que ya no la enfrentaría.
—Habla claro —demandó, frunciendo el ceño y parpadeando para enfocarlo correctamente. A sus ojos él parecía moverse demasiado, mareándola.
Sakutarō suspiró antes de responderle.
—No tengo una misión. Cuando termine de escribir mi reporte y entregarlo a Kakashi-sensei, yo —vaciló, evitando su mirada. Puso una mano en su cuello para intentar aminorar la tensión de sus músculos—... Voy a encontrarme con Sasuke. Aceptaré su oferta de acompañarlo en su viaje. Creo que será una buena idea alejarme un poco... Después de todo... ya no tengo un incentivo para continuar en la aldea por el momento —musitó lo último en voz baja, mirando sus pies, decaído.
Hanabi no escuchó sus últimas palabras, lo único que retumbó en su mente fue la parte en la que él mencionó que se iría con Sasuke.
—Sasuke. Sasuke. Sasuke —repitió con voz asqueada y con rabia, apretando los puños a los costados—. ¡¿Ese maldito quiere alejarte de mí otra vez?! —exclamó sin poder contenerse, activando su byakugan—. ¿Es que no tuvo suficiente?
—Oye... Eso no es... —Él se puso nervioso ante el desprecio con el que hablaba de su amigo, no entendía qué le sucedía, por qué se ponía de esa manera.
—¡Después de todo el tiempo que esperé por ti, no puedes hacer eso! ¡No puedes marcharte con él de nuevo! —recriminó. Se acercó con pasos tambaleantes al hombre y le picó el pecho con cada palabra que decía, enfatizando su desagrado por la idea de él lejos de ella otra vez—. ¡¿Dónde está ese maldito?!
—Tranquilízate, Hanabi. Esto no tiene que ver con Sasuke, él no... —Intentó excusar al Uchiha. Lo que menos quería era que ambos, personas preciadas para él, se enfrentaran por su culpa.
—¡No lo defiendas! —interrumpió.
En su estado de ebriedad, sin el control total de su cuerpo, la castaña utilizó una de las técnicas de su clan, el puño suave, en uno de sus dedos. Sakutarō reaccionó a una velocidad que sólo se lograba con la experiencia, recubriendo su pecho con chakra denso y protegiendo sus tenketsu del ataque que iba en su dirección. El impacto no fue tan grande como en un campo de batalla gracias a la resistencia de su musculoso cuerpo, pero no evitó que lo enviara bruscamente contra el sofá en el que anteriormente estaba sentado.
—No voy a permitir que te vayas. —Se acercó con pasos pesados, parándose frente a él y viéndolo desde su altura—. No hasta que escuches lo que tengo que decir.
El Haruno tragó saliva con nerviosismo, realmente no estaba en sintonía con el accionar de la mujer de su afecto. Decidió que la mejor forma de sobrellevar la situación era hacerle caso y no alterarla, no quería que su pequeño apartamento se convirtiera en un campo de batalla y terminase destruido.
Hanabi asintió satisfecha al verlo cooperar, desactivó su poder ocular y tomó un par de respiraciones para organizar —lo mejor posible en su nebulosa mente— sus palabras.
—Cuando te conocí, me pareciste realmente patético —comenzó ella. Los ojos del hombre se abrieron con sorpresa. Ella levantó su mano para enumerar con sus dedos—. Eras un don nadie que no daba la talla para ser un shinobi. No tenías un linaje fuerte. Solo eras carne de cañón para las misiones. Eras parte de un equipo destinado al fracaso, con Naruto siendo repudiado por todos y Uchiha que se convirtió en un desertor y traidor. Luego escuché que la quinta Hokage te tomó como pupilo y me reí, no creí que tuviera sentido que lo hicieras. Eras un perdedor para mí, y un perdedor siempre será un perdedor.
—Sé que estás borracha, pero... tus palabras duelen, ¿sabes? —dijo Sakutarō con una expresión incómoda que ocultaba lo que realmente sentía al escucharla hablar tan mal de él. Entendió a dónde quería llegar ella y no le veía sentido a continuar. Ella no lo amaba—. Escucha, Hanabi, será mejor que te lleve a casa.
Intentó ponerse de pie, sin embargo, ella se abalanzó contra él para impedírselo, sentándose en su regazo y apresándolo contra el respaldo del sofá.
—No, tú escúchame. Estoy intentando llegar a un punto aquí. Si sigues moviéndote tan rápido, vomitaré. Quédate quieto.
Sakutarō la miró con preocupación por su estado, por supuesto que le dolía escuchar ese discurso de rechazo tan hiriente, pero más le importaba ella así que le siguió la corriente; mientras más rápido ella le dijera lo que tenía para decir, más rápido podría ocuparse de ella y dejarla en la seguridad de su hogar.
—Eras solo un perdedor —repitió, siendo un puñal más para él—. Pero, ¿sabes qué? Naruto consiguió desestabilizar el mundo en el que había sido criada. Él derrotó al primo Neji, un perdedor como él consiguió doblegar al genio de mi clan y hacerlo cambiar. Mi hermana vio algo en Naruto, algo que los demás no pudimos ver hasta que nos lo restregó en la cara, entonces me pregunté si tú también tenías algo oculto, si tú también serías capaz de dejar de ser un perdedor. —Tomó una bocanada de aire antes de continuar, la cabeza le daba vueltas y quería concentrarse en hilar algo coherente al menos. Él se mantuvo expectante—. Me lo demostraste, te convertiste en alguien fuerte, habilidoso, capaz, confiable. Fuiste quien me demostró que el esfuerzo no era malo, que no debía atribuir todo al talento nato. Gracias a ti, dejé atrás esa gran frustración al fallar a la primera y pude sentir satisfacción por cada mejora, ser fuerte para proteger al clan ya no era una carga para mí. Te convertiste en una figura de admiración. Pensé que solo era eso lo que sentía por ti, pero ocurrió algo que hizo que el sentimiento comenzara a mutar y, al comenzar a pasar tiempo contigo, se transformó en un profundo anhelo de estar a tu lado y que tú también lo estés. Pero nuestra diferencia de edad hizo todo complicado, porque tú nunca me viste más que como una niña, una amiga. —Sus manos, que estaban puestas en los hombros de él para mantenerlo quieto, formaron puños agarrando su ropa, demostrando la frustración que la aquejaba—. Esperé todos estos años, deseé que el tiempo pasara rápido para confesarte lo que sentía por ti, pero una parte de mí siempre estuvo resignada, por más que intenté ocultarlo, por más que busqué excusas para llamar tu atención. Incluso me alegré cuando mi pecho creció tanto, porque ya no ibas a poder decir que solo era una niña. ¡Ya no lo soy! ¿Ves? Son enormes, como les gustan a los hombres, ¿verdad?
—¡Hanabi! —exclamó impresionado al verla agarrar su yukata naranja con la intención de exponer su busto. Rápidamente la cubrió cuando estuvo a punto de cumplir su cometido, ella realmente estaba borracha, no iba a permitir que se humillara de esa forma—. Por favor, tranquilízate. Es mejor que hablemos luego, no estás en condiciones ahora mismo. —Aunque dijo eso, él tampoco se sentía en condiciones después del discurso tan contradictorio en comparación al primero; sus emociones se habían revuelto a causa de esa mujer que lo tenía retenido y que hacía que su corazón se llenara de esperanza.
—Luego te vas por dos años, y al regresar me dices que me amas —continuó sin prestarle atención a sus palabras—. ¿Cómo esperabas que reaccionara? No creí que algo así me sucedería, siempre pensé que era mi tarea declararse y la tuya rechazarme.
La Hyūga se lanzó a abrazarlo del cuello; por lo profundo de sus sentimientos por él y por su estado de ebriedad, que la volvía más vulnerable, las lágrimas dieron rienda suelta por sus mejillas.
—La verdad es que yo te amo. Te amo, Sakutarō. Saber que tú también lo haces me hace realmente feliz.
Por su parte, Sakutarō se mantuvo inmóvil, impactado, procesando todo lentamente en su cabeza. Se mantuvieron unos minutos así, hasta que él volvió en sí al escucharla sollozar bajito en su oído. La abrazó con fuerza de la cintura, atrayéndola más hacia su cuerpo, y se quedaron así por unos cuantos minutos más, con el latir de sus corazones sincronizado. No obstante, a pesar de la enorme alegría de saber que ella sí le correspondía, él decidió que, por más que ella expuso su corazón frente a él, necesitaba que ella se lo afirmara estando en todos sus sentidos. No quería remordimientos.
De esa manera, sus manos brillaron con el resplandor de su jutsu médico y se tomó el atrevimiento de usar en la mujer una técnica que aceleraba el metabolismo para que el alcohol se procesara y se eliminara más rápido de su sistema.
—¿Qué...? —musitó, separándose de él al sentir su cuerpo extraño, o, mejor dicho, volviendo a la normalidad.
—Ya no estás ebria, ¿verdad? —cuestionó con una pequeña sonrisa. Ella asintió asombrada—. Has pasado por mucho por mi culpa. Yo... solo quiero saber si realmente sientes todo lo que dijiste antes.
—Te amo —afirmó, conectando sus miradas con intensidad. No había una pizca de vacilación en ella.
Sakutarō sonrió, levantó la mano y acarició su mejilla con suavidad, quitando los restos de lágrimas para luego acunarla.
—Eso es suficiente para mí.
Él se irguió hasta la altura del rostro de Hanabi con lentitud, haciéndole notar su intención. Los ojos de ambos brillaron al compartir miradas, ya no eran necesarias las palabras, se habían dicho todo. Ella acortó la distancia entre sus rostros, juntando sus labios en un suave beso.
Su primer beso, de los dos.
El tiempo pasó a un segundo plano mientras ellos movían sus labios al compás del otro, con calma, con timidez. Después de un tiempo parecido a una eternidad, se separaron por unos escasos milímetros, con la respiración agitada, solo para mirarse a los ojos que expresaban los sentimientos turbulentos que los gobernaban en ese momento.
Unieron sus labios una vez más; ella lo envolvió más con sus brazos, hundiendo una mano en su suave cabello y con la otra abrazándolo por sus hombros; él la atrajo más hacia su cuerpo, envolviendo su cintura, acariciando su espalda con movimientos lentos. Ninguno supo quién dio el siguiente paso, quién abrió su boca primero, solo que reaccionaron por instinto y pronto se vieron envueltos en una lucha de sus lenguas, tanteando el terreno inexplorado.
Así como el tiempo dejó de ser una prioridad, separarse para tomar aire también lo fue. Las respiraciones jadeantes y aceleradas de ambos resonaban en la silenciosa sala junto a los sonidos húmedos de sus besos. Éstos ya no eran suaves e inocentes como al principio, ahora eran fieros y apasionados, disputándose el dominio de uno sobre el otro. Los sonidos entre sus labios se volvieron lascivos, así como también el sonido de la fricción de sus ropas al acariciar sus cuerpos con desespero; el ambiente creado solo aumentaba la temperatura entre ellos.
Las manos del peli-rosa dejaron la cintura de la mujer y las trasladó a su rostro, acunándolo.
—Hanabi —musitó, separándose un poco para admirar su bello rostro sonrojado, un hilo de saliva los unía, pero ella volvió a la carga con otra ronda de besos fogosos.
—Saku-kun —murmuró sin separarse, entre beso y beso—. Quiero que... me acaricies.
Sus palabras tensaron al hombre que se apartó de ella, para su desgracia, y la miró con asombro por su petición.
—¿Sabes lo que me estás...?
—Lo sé —interrumpió. Su mirada brillante cual perla desbordaba un deseo descomunal por él, pero también determinación—. Quiero que lo hagas.
—¿Estás segura de eso? ¿No crees que sea muy rápido? —insistió.
—Ámame, Sakutarō, en cuerpo y alma.
Por respuesta, él se levantó del sofá, llevándola consigo en el proceso. Afianzó el agarre en sus muslos para no dejarla caer, mientras ella cruzó sus piernas por detrás de él. Sin esperar un segundo más, los dirigió a su habitación entre paradas torpes para retomar sus besos y decirse lo mucho que se amaban.
• ────── ❀ ────── •
La claridad que se filtraba a través de las claras cortinas de su ventana hizo que Sakutarō despertara lentamente. Él no quería hacerlo, la calidez que envolvía su cuerpo era tan agradable que quería quedarse así, permanecer en esa comodidad por más tiempo. Decidió ignorar la luz que intentaba colarse por sus párpados cerrados, sin embargo, sintió que esa calidez se movía con lentitud y se apretaba más contra su cuerpo, como si intentara fundirse con él.
Sakutarō abrió los ojos con lentitud, acostumbrándose a la leve iluminación natural de la habitación, solo para ser recibido por una imagen verdaderamente gloriosa. Brillante cabello largo y castaño, esparcido sobre una pequeña espalda —y más allá— como si fuera una sábana de fina seda; esbeltas piernas que lo envolvían y lo mantenían apresado; brazos que lo rodeaban con firmeza, sin querer soltarlo, y una mano suave aferrada en su hombro; su duro pecho sintiendo el contraste de la presión de dos bultos grandes y blandos; en la cima de todo, una hermosa sirena yacía sobre él, con su delicado rostro, su nariz respingona, sus labios entreabiertos, y espesas pestañas que ocultaban las dos perlas preciosas que conformaban sus ojos.
La hermosa imagen de la mujer que amaba durmiendo sobre su cuerpo hizo que aquella calidez del principio aumentara aún más en el Haruno; valía la pena despertar para contemplar esa obra de arte.
Sonrió enternecido ante la ninfa durmiente, afianzando el abrazo que mantenía en su cintura y pegando sus cuerpos desnudos aún más. Ella suspiró en un sonido de satisfacción cuando él comenzó a hacerle caricias en su espalda, creando siluetas abstractas en su suave piel.
El beso que le dio en su frente ocasionó que Hanabi saliera de su sueño reparador, pero no se sintió molesta por ello ya que los mimos sobre su cuerpo eran relajantes y placenteros. Se presionó más contra el cuerpo de él para hacerle saber que estaba despierta, luego levantó su cabeza y se acomodó más cerca del rostro del hombre que la miró embelesado. Fue recibida por un dulce beso de buenos días que la hizo replantearse haber despertado realmente, se sentía como un sueño para ella.
—¿Cómo te sientes? —preguntó él, comenzando a esparcir castos besos en los labios de su amada.
—De maravilla —respondió sonriendo adormilada. Quiso ir al encuentro de sus labios, pero él no la dejó, iniciando un juego donde besaba sus comisuras, mejillas, nariz, frente, sin dejar que ella le correspondiera. Más que frustrarla, la enterneció, llenando su corazón de dicha. Quería despertar de esa manera por siempre—. Nunca había dormido tan bien en mi vida.
En un acto que lo tomó por sorpresa, Hanabi se posicionó mejor sobre su cuerpo y atrapó su rostro para apoderarse de sus labios, besándolo con más profundidad que los besos inocentes de él. Se besaron sin prisa, explorándose nuevamente, sus lenguas se movieron a un ritmo tranquilo pero firme.
—Feliz cumpleaños —susurró luego de interrumpir el beso, uniendo sus frentes.
—Estar así contigo, es el mejor regalo que podría recibir —devolvió en el mismo tono, observando sus ojos con profundo cariño.
Ella sonrió ante sus palabras, le dio un beso más corto y se recostó una vez más contra él. Ocultó su rostro en el hueco entre el hombro y el cuello del peli-rosa, apoyando sus pechos contra los duros pectorales, mientras el resto de su cuerpo permanecía sobre él, con sus piernas enredadas.
El Haruno abrazó su cintura una vez más, reteniendo la calidez que sus cuerpos habían creado. No pudo evitar reírse un poco al ver como ella se acomodaba de nuevo y lo mantenía prisionero entre el colchón y su propio cuerpo esbelto, le quedó claro que no lo dejaría ir por un buen tiempo. Sin embargo, no era algo que le molestara en absoluto, podría morir ahí y aún sería el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.
Se quedaron así por varios minutos más, con la idea de seguir disfrutando el agradable ambiente que los envolvía.
Sakutarō no dejó en ningún momento de repartir caricias en la espalda de Hanabi. Con los ojos cerrados rememoraba la gran noche que tuvo junto a su amada; los besos, las caricias, los sonidos que salían de su boca, las bellas expresiones de placer de su mujer permanecerían en su memoria de por vida.
Su mujer.
Pensar en eso lo hizo abrir los ojos como platos, cayendo en cuenta por primera vez en el peso de lo que ambos habían hecho. Tensó todo su cuerpo ante la realización. Si Hanabi se percató de su cambio, no lo tuvo en cuenta.
El médico aferró con más fuerza el cuerpo de la Hyūga y, haciendo gala de la fuerza de su musculoso cuerpo, dio un ágil salto, levantándolos a ambos de la cama. Dejó a su mujer sobre sus propios pies con suavidad, obviando la desnudez de sus cuerpos.
—¡Hanabi, rápido, debemos vestirnos! —exclamó, mirando hacia los lados para ver dónde habían dejado sus prendas la noche anterior.
Ella no le prestó atención, ni siquiera le tomó importancia a lo que había hecho su amado, solo se quedó aferrada al cuello de él con una sonrisa bobalicona. Ante esto, el peli-rosa se preguntó si su estado de ebriedad había vuelto, pero no era algo posible ya que él se había encargado de eso y su jutsu era efectivo.
—¿Hanabi? —llamó de nuevo, sin respuesta.
Hanabi no estaba borracha, estaba con todos sus sentidos hipersensibles, pero sí se sentía ebria de amor y dicha. La noche anterior Sakutarō la había amado de una forma que superó todas sus expectativas y fantasías, porque esta vez fue real y mucho más intenso. Su primera vez fue maravillosa y todo gracias a él; fue muy considerado con ella al usar su ninjutsu médico para que no sintiera dolor, solo el placer de sus cuerpos conectados, balanceándose al ritmo de sus alocados corazones.
Aún podía sentir en su piel el calor de sus caricias, recordar el fuego que dejaba tras el contacto de sus cuerpos, las sensaciones placenteras que sus manos despertaron en partes de ella que no sabía que eran posibles, sus labios besando cada centímetro de su piel. El simple recuerdo de lo que habían hecho hacía que su centro de placer palpitara y su temperatura corporal se elevara. Se sentía en el mismo nirvana y no quería salir de allí.
—¿Me escuchas? —insistió él, pero nuevamente no tuvo respuesta más que ella presionándose contra él, sin intención de separarse de su cuerpo.
El Jōnin soltó un suspiro, él también quería permanecer juntos más tiempo, pero no había tiempo que perder. Él mismo se encargó de vestirla y vestirse, maniobrando con el cuerpo de la mujer que se negaba a dejarlo. Una vez listo y con una imagen de ambos lo más presentable posible, los sacó de su casa con rapidez. Sin embargo, al salir por la entrada se percató de que Hanabi seguía sin cooperar, aumentando el nerviosismo que crecía en él al ver que estaban perdiendo el valioso tiempo.
—Agárrate fuerte —indicó. Para su suerte, ella le hizo caso.
Él la cargo en sus brazos como una princesa y de inmediato saltó hacia un tejado para marcharse con un destino en mente.
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Hyūga Hiashi observó con sospecha a las dos personas sentadas frente a él en su despacho. No entendía qué estaba ocurriendo. Su hija menor y el ex pupilo de la Quinta habían irrumpido en su casa a tempranas horas y solicitado una reunión con él. Por supuesto, él los recibió, pero estaba realmente intrigado con todo el asunto. Sus ojos no se perdieron la familiaridad con la que ambos se mostraban uno junto al otro, así como tampoco la mirada risueña de su hija. Además, ¿por qué Hanabi apenas llegaba a su casa? ¿Y el Haruno no estaba fuera de la aldea en una misión de tiempo indefinido?
Sus ojos se entrecerraron más, pero no tuvo tiempo de seguir especulando ya que fue puesto al tanto de todo por el mismo peli-rosa.
—¡Por favor, permítame cortejar a su hija! —declaró con una postura determinada, pero a la vez humilde al postrarse ante el hombre mayor. Con esta formalidad demostraba que iba en serio con Hanabi.
—¿Qué? —musitó, asombrado, con los ojos bien abiertos.
Hiashi observó con sorpresa a su hija enderezar a su acompañante y aferrarse a su brazo de manera posesiva, por no decir íntima.
—Padre, Sakutarō-kun y yo nos amamos —habló ella, volviendo en sí al fin, mirando a su padre sin vacilación—. Y vamos a estar juntos, quieras o no.
—¿Qué? —repitió en el mismo tono.
—Le prometo que mis intenciones con su hija son serias, Hiashi-san —agregó el Haruno, intentando remediar las palabras de su amada.
La pareja continuó exponiendo sus argumentos para proteger el amor que se había consolidado la noche anterior, ninguno dispuesto a ser separado del otro.
El patriarca del clan permaneció en su sitio, las voces siendo solo un sonido de ambiente para él, mientras lo único que podía decir era:
—¿Qué?
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❀ ═══════ • Fin • ═══════ ❀
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