El fantasma de la mansión de hielo
Escrito para el evento Moshang Halloween (de MoShangHispano en redes). Semana 1 - Misterio/Sobrenatural
El teléfono sonó justo cuando estaba terminando de escribir la última página de su próxima novela. Ignoró el timbre de la segunda llamada hasta que puso el punto final, molesto por la distracción. Espero el tercer intento, intrigado porque el único que tenía ese número era su editor y que lo llamara a esas horas de la noche no era una buena señal. Esta vez contestó al primer tono.
—¿Es usted el escritor Shang Qinghua?
La voz del otro lado del teléfono no era la de su editor. Era una voz grave y baja, como un susurro, que le provocó un estremecimiento.
—Sí, soy yo. ¿Quién llama?
—Lo esperamos el viernes. Es de suma importancia su presencia.
—¿En dónde?
La llamada se cortó en ese momento, dejando al escritor desconcertado. Se encogió de hombros y descartó la llamada como una broma. Se dispuso a ir a su habitación para dormir, y en eso sonó el timbre. Al llegar a la puerta se asomó por la mirilla y no vio nada, al dar un paso atrás pisó descalzo un papel.
Era un sobre azul marino, no tenía remitente y sólo decía su nombre con tinta plateada. Estaba sellado con parafina y por más que se esforzó en reconocer el sello no pudo distinguirlo. Rasgó el sobre sin miramientos y dentro encontró una invitación en papel negro, fino, y con tinta plateada.
Estimado señor Shang Qinghua,
Solicitamos su presencia en la siguiente dirección
el viernes próximo a las 9 p.m.
para un asunto urgente.
Será recompensado generosamente por su tiempo.
Para el alivio de Shang Qinghua, quedaba tan solo a las afueras de su ciudad.
Sentía mucha curiosidad por esa carta y, esperaba, no fuera una broma o, peor, un plan para asesinarlo. Alguna vez él mismo había escrito algo parecido, en el que un detective es invitado a una antigua casona con promesas de una herencia y él tenía que encontrar la manera de salir antes de que el demonio que la habitaba lograra beber su sangre para fortalecerse. Pero eso era ficción, y los demonios no existían, ni las criaturas sobrenaturales. A pesar de valerse él mismo de ellas en varias de sus obras de misterio, no creía ni un ápice. Un escéptico de primera.
La mansión era impresionante. Un lugar suntuoso, aunque algo descuidado; seguramente los habitantes habían ido perdiendo sus riquezas poco a poco y mantener algo así era costoso.
La puerta se abrió con un chirrido espantoso que le causó escalofríos al escritor. No había nadie del otro lado, así que Shang Qinghua asumió que habría algún mecanismo para abrirla.
Por dentro la mansión estaba helada y el abrigo de Shang Qinghua no hacía suficiente para calentarlo. Pero al menos por dentro no se veía tan descuidada la mansión como por afuera. Lo que sí es que le llamó la atención notar que no parecía haber luz eléctrica. El vestíbulo estaba iluminado por cientos de velas de cera. Shang Qinghua admiró la arquitectura barroca de este.
—Me alegra que haya atendido la invitación.
Estaba tan concentrado admirando los detalles de la escalera que parecían copos de nieve que lo sobresaltó la voz que se escuchó saludarlo. Se giró de un brinco y vio ante sí el hombre más inmenso y, también, más hermoso que había visto en su vida.
Vestía una capa azul bastante anticuada y un traje del mismo tono que parecía de, al menos, un siglo antes. Pero dejando de lado su excéntrica forma de vestir, su apariencia lucía más… atemporal, digamos. Con el cabello teñido de blanco o completamente canoso —aunque no parecía tener más de treinta años—, largo y lacio parecía sumamente distinguido y su rostro era tan bello que no podrías dejar de mirarlo porque no parecía ni siquiera real, parecía algo de una pintura.
Shang Qinghua tartamudeó.
—Bu-buenas noches. Qué linda casa tiene usted señor… —Shang Qinghua extendió la mano, pero como el hombre no la estrechó de vuelta la bajó sintiéndose incómodo.
—Mobei.
—Ah, encantado.
—Sígame.
Lo siguió por el pasillo iluminado con antorchas de aceite hasta el comedor, donde una larga mesa los esperaba. De un extremo a otro, en las cabeceras, se encontraban los platos. Shang Qinghua no pudo evitar soltar una pequeña risita porque no pensó que eso pasara en la realidad, era más como de una película o algo. Tomó asiento frente a Mobei-Jun, desde la distancia las sombras ocultaban parte de su hermoso rostro, para decepción de Shang Qinghua que esperaba poder admirarlo. La cena, al menos, se veía bastante apetitosa, y, aunque algo tibia, confirmó que lo estaba al probarla.
Esperaba que su anfitrión hablara durante la cena, que le explicara los motivos de la invitación o si quiera le contara un poco de él. Pero permaneció en absoluto silencio mirando a su invitado.
—Eh… ¿esperamos más gente? —Shang Qinghua preguntó un tanto incómodo.
—No.
—Ah.
Ese fue todo el diálogo que hubo hasta que se terminó lo que había servido frente a él.
—Bueno. Muy rico todo, muchas gracias. Ahora, si me permite preguntarle ¿A qué se debe tan amable invitación, Mobei-jun?
—Necesito su ayuda. —Directo al grano. Pensó Shang Qinghua. –He leído algunas de sus novelas y he de decir que son excelentes todas ellas. Los misterios siempre son impresionantes y difíciles de deducir, pero sobre todo me llamó mucho la atención cómo escribe los elementos sobrenaturales.
—Muchas gracias.
—¿Alguna vez ha visto un fantasma?
Shang Qinghua sonrió e hizo un esfuerzo por no resoplar por la nariz burlonamente.
—No existen los fantasmas –declaró contundentemente.
—No cree en ellos y aun así escribe sobre ellos, curioso. Muy curioso. ¿Cómo sabe que no existen?
—Porque no existen. ¿O alguna vez ha visto uno?
—De hecho, sí. —Esta vez no pudo evitar el resoplido burlón—. Ríase todo lo que quiera, pero sé con seguridad que existen. De hecho, por ahí va el favor que deseo pedirle, señor Shang.
—Lo siento. Pero creo que más bien necesita a un médium o un sacerdote para exorcizar. Yo sólo escribo historias de ficción, cosas que me invento. Nada más.
—No. Lo necesito a usted, no puede ser nadie más. Déjeme le explico, lo que hay a cambio y, al final, usted decide si me ayuda o no.
Shang Qinghua decidió que lo escucharía, porque quizás le diera inspiración para alguna historia y, además, no quería ser descortés.
—Lo escucharé, pero de nuevo le repito que no creo en esas cosas, y no se trata de creer o no creer, es que, simplemente no existen.
—No me pondré a discutir con usted sobre eso, ya se irá percatando de su error. El motivo por el cuál necesito su ayuda es para que me ayude a resolver un misterio.
—Entonces es a un detective o a un policía lo que necesita.
—Sólo lo necesito a usted.
El tono en el que lo dijo, firme, pero a la vez desesperado hizo que Shang Qinghua se sintiera repentinamente incómodo. El corazón le había dado un vuelco extraño.
—Okeeeeeeeey. ¿Por?
—Esta es la casa de mi familia, lo ha sido por siglos y solía ser esplendorosa. Pero ahora ya sólo quedo yo, y seré el último. Hace unos años, más o menos, mi tío asesinó a mi familia. Él ya está muerto también, pero la masacre que hubo en esta mansión fue tal que ha mantenido a los compradores alejados, pues no se equivocan las leyendas al decir que está embrujada.
Ahora que Shang Qinghua escuchaba la historia, le pareció recordar la noticia. Cuando había ocurrido él era un niño pequeño y no fue sino varios años después que algún compañero le contó de la mansión embrujada. Pero en ese entonces había sido igual de escéptico y no prestó mucha atención. Recordaba incluso haberse burlado de su compañero.
—No me cree. Eso lo ha dejado claro, pero debo asegurarle que hay un fantasma aquí. Lo único que deseo es averiguar qué es lo que lo mantiene atado a este mundo, a esta casa y de esa manera liberarlo. Y liberarme yo.
—Y para eso, ¿necesita mi ayuda?
—Es correcto.
—Sigo sin entender.
—Averigüe qué fue exactamente lo que pasó esa noche. Averigüe qué es lo que desea ese fantasma y cómo puede dárselo. Ayúdeme a resolver el misterio de su permanencia en este plano.
Sonaba complicado. Shang Qinghua no era un detective, era un escritor. Además, en el hipotético caso de que su anfitrión no tuviera alguna condición psiquiátrica y efectivamente existieran los fantasmas, ¿qué se supone que haría?
—Le propongo esto: quédese siete días, sólo una semana. Ayúdeme en ese tiempo y haga lo que crea necesario hacer. Si no ve fantasma alguno ni encuentra nada útil, está bien. Tengo una biblioteca bastante grande y recorrer la mansión puede serle entretenido. Independientemente de si me ayuda o no, le pagaré.
—De acuerdo. Trataré de ayudarlo.
Su habitación parecía de cuento de hadas: con una cama mullida con dosel, un enorme armario (vacío) de madera con decoraciones doradas y un escritorio antiguo con su silla. Descubrió, con agrado que en el escritorio había una máquina de escribir que funcionaba y en un cajón, varias hojas un tanto amarillentas, pero de buena calidad. Se sentó a escribir un rato, emocionado porque podía jugar a ser un escritor como los de antes. Las teclas eran más duras que las de su computadora y la m se atoraba un poco, pero disfrutó escribiendo los sucesos de esa noche. Decidió que, aprovecharía esa semana para escribir algo más literario que simplemente su diario en esa vieja máquina.
Tocaron a la puerta. No había nadie y Shang Qinghua empezaba a preguntarse si habría sido el famoso fantasma pero luego miró hacia abajo y vio el paquete. Era un elegante pijama de seda azul.
Agradecido por no tener que dormir en calzones se cambió y siguió escribiendo hasta que los ojos se le cansaron por la poca luz que la vela le daba. Apenas se acostó en la cama, se quedó profundamente dormido.
Al día siguiente, al bajar al comedor no encontró a su anfitrión, pero notó que se le había servido ya el desayuno y que había una nota para él indicándole que podía salir para ir por sus cosas y que lo esperaría de nuevo en la cena para ahora sí quedarse los siete días en la mansión.
Cenaron juntos, de nuevo. Shang Qinghua aprovechó para preguntarle a Mobei-jun algunas cosas sobre su familia. Mobei-jun, con una mirada nostálgica le contó poco sobre los días en familia, sobre su estricto padre y su tío loco, sobre su madre; de sus hermanas apenas habló. Parecía dolerle el tema, así que cambió pronto la discusión hacia la vida de Shang Qinghua y por qué había decidido ser escritor. Después de unas horas, Shang Qinghua ya le había contado prácticamente todos los detalles de su vida, sin darse cuenta. Era momento de desviar de nuevo la atención a su anfitrión.
—Me gustaría conocer el resto de la mansión, si se puede.
—No hay nada interesante ya. Me temo que la mayoría de las habitaciones están en un estado deplorable de abandono y suciedad tal que me avergüenza que las vea.
—Debo insistir, si voy a ayudarlo debo buscar a ese fantasma, ¿no es cierto?
La comisura de la boca de Mobei-jun tembló como si quisiera sonreír.
—No necesito que lo busque, sólo necesito que averigüe qué pasó esa noche, necesito que investigue la oficina de mi tío y, que averigüe cómo puede ayudar al fantasma a encontrar lo que desea. Pero si quiere ver la mansión, de acuerdo, lo guiaré.
Mobei-jun lo guío por toda la mansión. Como había dicho todas las habitaciones estaban llenas de polvo, con sábanas cubriendo los muebles y con formas lúgubres que hacían sombras en las paredes. Sólo la suya y la de Mobei-jun quedaron sin abrirse.
—¿Por qué no deja la mansión? Es demasiado grande para una persona. Además, así se desharía del problema del fantasma.
—No puedo irme, es lo último que queda de mi familia. Además, como le comenté en la cena, es imposible vender esta mansión.
Shang Qinghua no pensaba que fuera tan complicado. Habiendo tantísimas personas interesadas por lo oculto y otras tantas escépticas. Además, ¿cuál fantasma? Dos noches ahí y no se había cruzado con nada mínimamente sobrenatural ni perturbador. Fuera de lo abandonado y triste que estaba ese lugar, no parecía que residiera ningún fantasma.
El último lugar que visitaron fue la oficina del tío. Ni siquiera las marcas que habían colocado los policías habían sido removidas.
—Todo está idéntico a como él lo dejó, no he querido entrar desde entonces. Lo dejo que revise a sus anchas.
Dicho esto, se marchó. Shang Qinghua entró a la habitación, quitando las tiras de "No pasar" que había dejado la policía. Espió los cajones, revisó los papeles y buscó todo lo que podría indicarle por qué el tío de Mobei-jun decidió asesinar a su familia aquella noche. No encontró nada y frustrado decidió volver a su habitación. Además, comenzaba a sentirse muy cansado, ya pasaban de las tres de la mañana.
Cayó en su cama sin desvestirse y se quedó dormido al instante, pero de pronto se despertó alarmado. Había sentido que algo le tocaba el rostro, un roce helado. Con el corazón desbocado miró a todas partes y no vio nada, la puerta estaba cerrada, la ventana también y la vela con la que había llegado se había consumido hasta apagarse. Con un escalofrío se paró y se puso el pijama.
Volvió a acostarse. Y, de nuevo, sintió esa presencia cerca de él. Cerró los ojos con fuerza y trató de fingir que dormía. Sintió una mano acariciarle el rostro con una suavidad impresionante y acomodar el mechón de su cabello detrás de su oreja.
Su respiración se aceleró por el miedo, cerró los ojos aún más y esperó a escuchar que quien quiera que estuviera ahí saliera. Pero no escuchó nada. Con lentitud abrió un ojo y, al no ver a nadie abrió ambos. Estaba solo en la habitación.
Se tapó completo hasta la cabeza, se hizo bolita y se durmió.
—Creo que ayer el fantasma me visitó.
Mobei-jun alzó una ceja.
—¿Ya cree en él?
—No. —Shang Qinghua se apresuró a afirmar tajante—. Sólo lo decía por hacer conversación. Por cierto, no encontré nada interesante en el despacho de su tío. ¿Es su tío el fantasma?
—No. Si lo fuera entonces probablemente yo no estaría aquí.
—¿Quién es el fantasma entonces? Quizás sí sabemos eso será más fácil averiguar qué quiere.
Por el rostro de Mobei-jun se cruzó una expresión extraña por unos segundos, volviendo a ser inexpresivo al instante.
—Seguramente sería más fácil. Sí.
Shang Qinghua tomó su plato y decidió sentarse más cerca de Mobei-jun. Eso de estarle hablando desde el otro lado del comedor le parecía ridículo. Sacó su libreta de ideas del bolsillo, esa que usaba para anotar ideas para sus novelas y siempre llevaba consigo.
—A ver, ¿qué sabemos de este fantasma?
Mobei-jun tomó su copa de vino y le dio unas cuantas vueltas contemplándola antes de dejarla de nuevo sobre la mesa.
—Era una persona joven.
—¿Una de sus hermanas?
—No. Es hombre.
—¿Qué más?
—En realidad no sé mucho más.
—¿Cómo es físicamente?
—¿Los fantasmas tienen físico?
Shang Qinghua sonrío. No había escuchado a Mobei-jun hacer bromas y aunque esta era un tanto mala, era adorable. El hombre le había parecido demasiado frío y formal en un inicio, de hecho, seguía siendo distante, pero también era amable y se notaba lo profundamente solo que estaba.
—¿Está casado?
—¿El fantasma? No se me habría ocurrido algo así.
Shang Qinghua tosió. La pregunta se le había salido sin pensar.
—Me refiero a usted.
—No. No estoy casado. No me interesan las mujeres.
—Oh. —Oooooh, pensó Shang Qinghua. Esa información destapándole algo en su interior que inmediatamente decidió silenciar.
—Y, de cualquier forma, hay otros impedimentos que espantarían a cualquiera.
—¿El fantasma?
Mobei-jun asintió.
Ahora que lo miraba con mayor atención le parecía a Shang Qinghua que Mobei-jun era muy guapo. No que no lo hubiera pensado antes, pero más bien, no había tenido oportunidad de estar cerca tanto tiempo para mirarlo de cerca. De pronto fue consciente de que Mobei-jun lo miraba también con atención. Sus ojos se encontraron y Shang Qinghua se sonrojó y dejó de mirarlo. Se tocó el pecho para calmar la sensación que lo había atacado.
—Bueno, ya está. Necesitamos averiguar más cosas sobre este fantasma.
Una vez en su cuarto, Shang Qinghua gritó a la almohada por la frustración. Qué tan estúpido era el que de pronto empezara a gustarle su anfitrión simplemente por la revelación de que este era gay. Pero es que no era solo eso, había sentido algo así como un revoloteo en el pecho cuando lo miró a los ojos. Aunque, ahora que lo pensaba, no había dicho que era gay, sólo que no le interesaban las mujeres. Quizás era asexual. Y además creía en fantasmas. No le convenía, no, no. No importa que sus ojos azules fueran tan intensos como para perforarle el alma, ni su rostro tan perfecto como para atravesarle el corazón. Que fuera alto y fornido tampoco. De pronto fue consciente de algo: Mobei-jun era exactamente el hombre que Shang Qinghua se había imaginado cuando le preguntaban cuál era su tipo. Y además era rico. Quizás podría seducirlo.
—No, no, no. ¿Qué cosas estás pensando Qinghua? —se dijo a sí mismo golpeándose la cara dándose palmaditas en la frente.
Pasó un día más en el que recorrió la mansión de nuevo en busca de pistas. En varios momentos le pareció sentir a alguien cerca de él, pero nunca vio nada.
—Ya me sugestioné.
En una ocasión le pareció ver a Mobei-jun cruzar un pasillo frente a él, pero cuando lo llamaba ya no estaba. No lo veía sino hasta en la noche, pues el desayuno y la comida, según le había comentado, los tomaba en su habitación, que hacía de oficina.
Así que para la cena decidió arreglarse un poco más. No es que quisiera seducir al hombre, pero bueno, su admiración ya la tenía, quizás estando juntos podía convencerlo de venderla, aunque la malbaratara, e irse a vivir con él. O no venderla e igual irse a vivir con él. Y listo, fantasma o no fantasma, situación solucionada.
Le alegró ver que su plato no estaba colocado en la cabecera, sino en el lugar donde se había sentado la noche anterior, junto a Mobei-jun. Luego de reportar su avance en la investigación —ninguno, no había fantasma— conversaron de otros temas. Mobei-jun realmente estaba muy encerrado pues le sorprendió escuchar algunas de las cosas que Shang Qinghua le contaba sobre el estado del mundo y sobre cosas del exterior. Fue para el escritor una pequeña victoria cuando incluso logró hacer reír al hombre con una anécdota sobre él y su mejor amigo, Shen Yuan, de cuando estudiaban en la universidad.
Esa noche, de nuevo, percibió un gélido toque en su rostro. Pero, esta vez, no se inmutó. Una teoría acababa de formarse en su mente. Pero necesitaba ir a la biblioteca y averiguar algunas cosas.
—Creo saber quién es el fantasma —anunció la noche siguiente.
—Ah, ¿sí?
Shang Qinghua estiró el brazo para colocar su mano sobre la de Mobei-jun. Como había esperado, esta estaba helada. El hombre no quitó su mano, sólo miró con atención a Shang Qinghua que se había olvidado de pronto de lo que iba a decir, demasiado ocupado en estudiar la expresión de su anfitrión.
—El fantasma es usted. ¿No es así?
Mobei-jun asintió. Retirando su mano de debajo de la de Shang Qinghua.
—Esperaba que lo descubriera más tarde. Ahora, me imagino, se marchará. Lamento no haber podido decirle antes, digamos que no podía. No era mi intención engañarlo ni mucho menos.
Shang Qinghua lo pensó.
—No pienso marcharme.
Eso sorprendió a Mobei-jun que entornó la mirada.
—Fui a la biblioteca a leer algunos periódicos de hace treinta años. Su tío envenenó a toda la familia porque quería quedarse con todo, ¿no es así? –Mobei-jun asintió, serio—. Pero luego murió también asesinado.
Mobei-jun sonreía. Era una sonrisa extraña, como un rictus a medio camino en su rostro.
—Así es. Mi tío nos envenenó a todos, pero no se percató de que yo sólo bebía un poco. Así que no me afectó tan rápido. Me dio tiempo de vengarme.
—Mató a su tío.
—Le corté la cabeza con una de las espadas de la colección de mi padre.
—Si usted es el fantasma entonces, ¿para qué me necesitaba aquí? Sabe quién es el fantasma, sabe lo que ocurrió esa noche, y, me imagino, sabe lo que desea.
Mobei-jun ya no sonreía.
—Sí. Pero ¿usted sabe lo que yo deseo?
—No. Dígamelo. No pienso marcharme hasta ayudarlo a poder irse, cumpliré mi trato.
Ahora que sabía que Mobei-jun era el fantasma notó que su forma se desdibujaba a su alrededor, como si el contorno no fuera sólido. No lo había visto comer, eso debió ser una pista antes, pero a pesar de su profesión, no era tan observador como debería.
Una música empezó a sonar del gramófono de la esquina, prendiéndose con los poderes fantasmales de Mobei-jun. Era un jazz antiguo. Mobei-jun caminó, o más bien flotó a un lado de Shang Qinghua y le extendió la mano.
—¿Bailaría conmigo, señor Shang?
Tomó la gélida mano del fantasma y se puso de pie. A pesar de todo, era sólido, probablemente por alguna magia.
—Le advierto que no sé bailar.
—No se preocupe. Sólo déjese llevar.
Mobei-jun colocó la otra mano en la cintura de Shang Qinghua. Un escalofrío lo recorrió, quizás por el frío, quizás por algo más. El escritor no sabía dónde poner las manos que no sostenía Mobei-jun así que puso la mano en su cintura.
Era extraño. Estaba con un fantasma. Con alguien que había decapitado a su tío. Con alguien que era capaz de hacerle muchísimo daño si quisiera. Pero Shang Qinghua no tenía miedo.
Mobei-jun siempre lo había tratado con amabilidad. Era un tanto seco y huraño, pero suponía que era consecuencia de lo que había vivido. Algo en él lo hacía sentirse seguro. Era muy extraño efectivamente.
El fantasma lo guiaba por el salón al ritmo de la música sin dejar de mirarlo.
—Hay algo que no entiendo.
—¿Mh?
—¿Por qué yo? ¿Qué le hizo decir: ese escritor me va a ayudar?
—Un sueño.
—¿Eh? Los fantasmas sueñan.
—No. No soñamos. Ni siquiera podemos dormir. Este sueño lo tuve cuando estaba vivo.
Shang Qinghua estaba muy confundido. Tanto que dejó de bailar.
—No entiendo.
—Mañana le explicaré, déjeme bailar un poco más con usted.
Shang Qinghua accedió, dejándose llevar nuevamente por el baile. Empezaba a cansarse así que apoyó la cabeza en el pecho de Mobei-jun. Era extraño no escuchar latido, y sentir lo frío de su cuerpo, pero era extrañamente cómodo. Cerró los ojos y se dejó llevar por el movimiento hipnótico de los dos cuerpos al compás de la música.
Despertó en su cama. Había dormido muy bien, sin sueños ni sobresaltos. Se sentía descansado, pero no salió de la cama inmediatamente. Se quedó rememorando la noche anterior, repasando la curiosa conversación que había tenido con su anfitrión.
Darse cuenta de que los fantasmas sí existían no había resultado tanta revelación para él. Después de todo lo único que le había faltado para creer era evidencia de su existencia, y ahora la tenía. Los misterios de esa casa habían resultado más fáciles de descubrir de lo que había supuesto. Sólo quedaba una cosa, ¿qué quería Mobei-jun? ¿Cómo podría ayudarlo a estar en paz y dejar ese mundo?
Sintió de pronto una tristeza enorme. Una especie de punzada ligera en el pecho que había sentido más de una vez en esa casa. Ayudar a Mobei-jun a irse sería perder a un amigo.
Se sorprendió ante ese pensamiento. Pues a excepción de Shen Yuan que se había vuelto su amigo por insistencia, Shang Qinghua no tenía amigos. Pero había llegado a apreciar a Mobei-jun en esos días. Suspiró con fuerza. No había nada que hacer más que ayudarlo. Descubriría cómo hacer que estuviera tranquilo de dejar este mundo, sin importar el tiempo que tomara, al diablo los siete días, estaría ahí hasta conseguirlo.
Ahora entendía por qué no lo veía durante el día, probablemente su condición fantasmal le impedía salir durante esas horas. Así que aprovechó para ir a la biblioteca a leer un poco. Vagó un rato buscando alguna cosa que le llamara la atención. Vio que una sección tenía todos sus libros y sonrío avergonzado.
¿Cómo los habrá conseguido? ¿Compra en línea?
Sonrío ante su ocurrencia, pero no se le ocurría ninguna otra opción.
En eso vio algo que le llamó la atención. Junto a sus libros había algo, una libreta. La sacó con curiosidad. Era una libreta de cuero, se veía un poco raída y vieja, desgastada por el uso. La abrió.
Querido diario,
Tuve ese sueño de nuevo. Estaba él ahí, sonriéndome al tomarme de la mano. No recuerdo haberlo visto antes. Ayer acompañé a mi madre al mercado pensando que quizás era uno de los tenderos y que lo había visto de paso. Me fijé por las calles en todos los hombres para ver si es él, pero no lo encuentré. Tampoco es ninguno de los conocidos de mis padres, de eso estoy seguro. ¿Quién es él entonces? ¿Por qué al soñarlo siento que lo conociera desde siempre y su sonrisa hace que el corazón se me llene de calor? ¿Por qué aparece en mis sueños y no en mis horas despierto? ¿Qué pasaría si algún día lo encuentro? No podría decirle que lo he soñado, no podría decirle que lo amo sin conocerlo. Vamos, ni siquiera podría decirle que lo amo al conocerlo, pues esto que siento es algo prohibido, algo que está mal. Que un hombre desee a otro hombre es un pecado, eso me lo dejó claro mi tío cuando me encontró con el hijo de la cocinera. Pero, si está mal, ¿por qué se siente tan bien? ¿Por qué cuando lo sueño siento tanta paz? ¿No es acaso dios el que me envía estos sueños?
Shang Qinghua cerró de golpe el diario y miró al vacío. ¿De quién era ese diario? Volvió a abrirlo en otra página y justo coincidió con que era la última de una de las entradas. Miró la firma mitad sorprendido mitad habiendo presentido que sería así. El diario era de su anfitrión. Era el diario de un Mobei-jun más joven, o al menos más vivo. Estaba mal que lo estuviera leyendo, sin embargo, ahora le picaba la curiosidad. Además, se dijo a sí mismo, era para averiguar la forma de ayudarlo.
Se sentó en el sillón más cercano y empezó desde el principio a leer. Al principio no mencionaba esos sueños, contaba más cosas mundanas como el día a día con su familia, de cómo su padre lo estaba educando para ser el heredero del negocio y la próxima cabeza de la familia, de su tedio, de las insistencias de su madre por que saliera con alguna dama, de su culpa por no poder atender a esa petición. Algunas entradas las acompañaba con dibujos bastante lindos. Pero luego, más o menos a la mitad del diario estaba la primera entrada que hacía mención del sueño, seguida de muchas más.
Desperté con el corazón acelerado y la culpa pesándome en el estómago. He tenido un sueño de lo más extraño que no puedo sacar de mi cabeza por más que lo intento. Cuando tengo ese tipo de sueños, los hombres que aparecen ahí no tienen rostro. Pero esta vez fue muy nítida la forma, su rostro, incluso juraría que pude escuchar su voz gritando mi nombre mientras se corría conmigo adentro de él.
Shang Qinghua cerró el diario ruborizado y miró al vacío. Ahora sí que debería dejar de leer el diario. Pero, le picaba demasiado la curiosidad. Así que siguió leyendo. Varias entradas más eran muy explícitas respecto a lo que Mobei-jun hacía con este misterioso hombre en sueños. En algún punto Shang Qinghua tuvo que quitarse el suéter. Pero también había partes en las que hablaba de una manera tan romántica y hermosa de este hombre, lleno de anhelo y frustración de no conocerle.
Y luego pasó la hoja. Dejó caer el diario al piso, sorprendido y, a la vez, asustado. Pues Mobei-jun había dibujado a ese hombre de sus sueños. Lo había dibujado a él, a Shang Qinghua.
—Había dicho que fue un sueño el que le dijo que lo ayudaría. Pero… —revisó la fecha de los escritos—. Yo apenas tenía dos años en ese entonces, ¿cómo es posible?
El dibujo podría pasar casi como una fotografía suya, hasta el más mínimo detalle de su rostro había sido capturado por Mobei-jun. La presión en su pecho se hizo tan grande que le resultó dolorosa y le dieron ganas de llorar. Se sentía incluso más asustado que al darse cuenta de la naturaleza fantasmal de su anfitrión.
—Veo que lo encontró.
Como si al pensar en él lo hubiera convocado, Mobei-jun apareció de la nada.
Shang Qinghua ocultó el diario detrás suyo, sintiéndose culpable.
—¿Soñabas conmigo? —Entonces lo entendió—. ¿Por eso supiste que yo podía ayudarte?
—Dime, Shang Qinghua, ¿crees en las almas gemelas?
—¿Las al…? Esas cosas son tonterías.
—¿Cómo los fantasmas?
Se quedaron los dos en silencio, mirándose como si fuera la primera vez. Al estar apenas anocheciendo la forma fantasmal de Mobei-jun no era tan nítida, un tanto borrosa en los bordes. Su cabello blanco, su palidez, su tacto helado. Era tan obvio que era un fantasma, si Shang Qinghua no hubiera sido tan escéptico lo habría notado antes.
Mobei-jun se acercó. Tomó el diario de las manos de Shang Qinghua, rozándole los dedos y lo abrió en el dibujo.
—Cuando morí pensé que nunca volvería a ver este rostro —dijo con voz triste—, que nunca conocería a su dueño. Imaginarás mi sorpresa cuando al abrir la novela que pedí por teléfono vi una fotografía del hombre del que me había enamorado en vida. No podía creerlo.
—Entonces, todo esto… ¿fue sólo para conocerme?
—¿Aún no sabes qué es lo que desea el fantasma de esta casa?
Shang Qinghua tragó saliva. Se sentía asustado y confundido, pero a la vez sentía una calidez indescriptible sustituyendo la presión en el pecho. Se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que estaba llorando.
—A mí. —Susurró.
Mobei-jun dejó el diario en la mesita junto al sillón y tomó la mano de Shang Qinghua.
—Más de treinta años he anhelado poder estrecharte en mis brazos. ¿Puedo?
El escritor tragó saliva y luego de pensarlo un poco asintió.
El abrazo fue helado y, aún, así, lo único que sentía Shang Qinghua era el calor expandiéndose en su cuerpo. Cerró los ojos, recargando su cabeza en el pecho de Mobei-jun.
No creía en fantasmas y se había enamorado de uno. Sonrío ante la ironía de ello.
Mobei-jun, inclinado para poder abrazar al hombre mucho más pequeño que él, preguntó si podía besarlo.
Temblando, no por el frío, sino por un ansia desconocida, Shang Qinghua asintió y se dejó besar, devolviendo el beso apenas se acostumbró a la intensidad de su corazón y al torrente de emociones confusas en su cabeza.
Tuvo que empujarlo un poco cuando el aire comenzó a fallarle. Al ser un fantasma Mobei-jun no necesitaba respirar, pero Shang Qinghua sí. Pero se quedaron abrazados un rato más, Shang Qinghua recargado en Mobei-jun y con los ojos cerrados.
De pronto, empezó a sentir cómo Mobei-jun iba perdiendo solidez, era una sensación rarísima. Asustado abrió los ojos, tratando de aferrarse a Mobei-jun. El estómago se le hundió y el corazón le dio un vuelco de ansiedad. Había cumplido su trato, había averiguado qué había pasado y le había dado al fantasma lo que quería. Y entonces, ahora el fantasma se iba.
—No te vayas. —Suplicó.
Mobei-jun volvió a besarlo, pero apenas y se sintió. Su cuerpo se había vuelto transparente, y ya no lo podía sostener, fue más como un soplo de viento rozándole los labios.
—Gracias, Shang Qinghua —dijo suavemente Mobei-jun antes de desvanecerse.
Shang Qinghua se tiró al sillón. Las lágrimas no dejaban de correrle por el rostro, era como si un grifo de hubiera abierto y con cada una de ellas su interior se fuera vaciando, dejándole sólo un enorme agujero en el corazón.
Debería estar feliz, debería alegrarse de haber ayudado a Mobei-jun, de haberle dado lo que quería, pero ahora, ¿qué?
Deambuló por la mansión vacía sin ver realmente a dónde iba, simplemente dejándose llevar por la tristeza. Y luego de unas horas sus pasos lo llevaron al comedor.
Ahí, sentado en la silla de la cabecera, estaba Mobei-jun.
—¡Pensé que te habías ido! —el grito le salió casi como un sollozo, mientras caminaba hacia el fantasma, mitad aliviado, mitad furioso por haber sufrido en vano.
—Y así fue. Pero cuando la puerta se abrió, decidí no cruzarla, de nuevo. Pensé que con sólo conocerte tendría suficiente, que mi alma descansaría. Pero no. Pensé que poder abrazarte y besarte sería suficiente. Pero en realidad hacerlo sólo encendió en mí con más fuerza las ganas de quedarme.
Shang Qinghua suspiró y se sentó en su silla, a un lado de Mobei-jun. Estaba enfadado, pero también increíblemente feliz. Se sentía agotado por tantas emociones distintas en tan poco tiempo. Tomó un poco de la comida que estaba servida frente a él y masticó despacio, sin dejar de mirar a Mobei-jun que también lo miraba fijamente.
—Tú no comes, ¿verdad?
—No.
—No puedo creer que no me diera cuenta antes.
Mobei-jun sonrío.
—¿Estás enojado?
Shang Qinghua hizo un puchero y asintió, dándole otro bocado a su comida.
—Me quedaré aquí el tiempo que me quieras aquí. ¿Vendrías a vivir conmigo?
—Lo pensaré.
Había dicho eso, pero, la verdad, no tenía nada de qué pensar, pues estaba seguro de que incluso al morir, querría quedarse en esa mansión junto a Mobei-jun, como dos fantasmas enamorados por la eternidad.
FIN
