Encuentros convenientes

One Shot

—Supongo que... —dijo Ayame, que caminaba junto a su amigo, Okuma Tanukichi—...el habernos encontrado hoy también fue, de nuevo, una mera coincidencia. ¿No?

Tanukichi, incómodo y rojo ante la pregunta, respondió:

—Sí, yo creo que sí. —No la miró directamente al responder—. Y, ¿cómo te fue hoy, Kajou-senpai?

Ayame detectó, con suma facilidad, el drástico y muy visible cambio de tema del chico. Sonrió al comprenderlo. Ese encuentro, como todos los demás, iba más allá de ser una simple coincidencia.

Desde el principio de aquel año escolar, ambos se mostraron inconformes con los horarios que les tocaron. Para su desgracia, habían caído en diferentes aulas. No fueron decididos por ellos. Éstos eran previamente establecidos por la directiva de la institución. Al parecer, el destino se había ensañado con ellos y, uno de los oscuros propósitos de éste para el año, consistía en separarlos a como dé lugar.

Los salones de clases de cada uno se hallaban situados en lugares tan alejados entre sí, que para que uno de ellos pudiera llegar a la ubicación del otro, era necesario atravesar casi todo Tokioka, además de subir y bajar niveles.

El único momento que podían compartir juntos era la hora del almuerzo, y no era siempre. En casi todas las ocasiones, sus horas para descansar no coincidían.

Todos estos factores, sumados a que las clases y los profesores eran más intensos y difíciles que nunca, habían comenzado a fastidiarles la existencia y hacer mella en su relación. Eran amigos, pero, en el fondo, y como el noventa y nueve punto nueve por ciento del instituto ya sabía, se gustaban demasiado.

Tener que pasar por aquel suplicio y no poder verse con tanta regularidad como antes, los estaba poniendo de muy mal humor. Y fue durante esos momentos que comenzaron los encuentros convenientes. Ése era el mote que Ayame decidió colocarles, a falta de un nombre mejor. Porque sí, en realidad, eran muy convenientes.

Y, ¿qué eran exactamente los encuentros convenientes?

Los encuentros convenientes no eran más que aquellos que propiciaba Tanukichi para, aunque sea, poder estar juntos a la hora de salida.

La primera vez que ocurrió, Ayame, cansada y molesta por el día tan pesado que había tenido, salió de clases. Estaba dispuesta a irse caminando, a pesar de la distancia que existía entre el colegio y su hogar, con la finalidad de relajarse mientras avanzaba y que la frescura de la tarde acabara por disipar sus preocupaciones.

Mientras se dirigía hacia la salida, sus doradas orbes pudieron distinguir la silueta de un chico recortada contra la entrada. El joven, que resultó ser Tanukichi, al escuchar la dura suela de las zapatillas escolares de ella chocar contra el frío y duro suelo, se giró a verla.

Sintiendo algo parecido a emoción, pero muy cercano al regocijo, creciendo en su corazón, Ayame no pudo evitar sonreír al verlo.

—Tanukichi. —llamó—. Buenas tardes.

—Kajou-senpai... —enrojeció al verla acercarse—. Buenas tardes a usted también.

«Tan lindo», pensó ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella— Creí que hoy salías más temprano.

—Eh... bueno... —Okuma clavó la mirada en el suelo, mientras llevaba una mano a su propia nuca—. Hoy salí un poco más tarde y decidí esperarte. Éso es todo.

Ayame, extrañada, lo miró en silencio durante unos instantes. Tanukichi no era el más hablador del mundo, pero tampoco era de dar respuestas tan pequeñas y rebuscadas. Sin embargo, con tanto estrés encima por culpa de las clases, no le dio muchas vueltas. No era momento para ello.

—Mmmmm, oki. —le guiñó un ojo—. Vamos, acompáñame a casa. —y, de ésa forma, comenzaron los encuentros convenientes.

No importa a qué hora Ayame tuviera actividades, o a que hora saliera de clases, siempre acababa encontrándose con su amigo castaño. A decir verdad, nada de esto la molestaba. Muy al contrario, le gustaba el poder ver a su amigo, y amor secreto, más seguido; cosa que al principio no creía posible por lo diferente de sus horarios.

Pero, todo tenía un límite. Aunque ella sabía que no era simple coincidencia, igual, Tanukichi tampoco se esforzaba en ocultarlo o siquiera poner un poco de atención en sus movimientos y alternar uno que otro día para no aparecer.

Aparecía todos los días. Sin falta, aún sabiendo que ella tenía conocimiento de su horario y que, sin lugar a dudas, se hallaba realizando un gran esfuerzo para poder regresar con ella a casa todos los días.

Todo esto puso a nuestra protagonista favorita a reflexionar sobre el tema, a pensar a profundidad y a prestar un poco más de atención al comportamiento del chico.

Tomó una decisión. Se dedicaría a observar a Tanukichi y a sus acciones con un poco más de atención.

Ella siempre fue alguien capaz e inteligente. Siempre supo controlar y esconder muy bien sus sentimientos, nunca se le hizo difícil demostrar algo completamente opuesto a lo que sentía. Por ende, una de las cosas (bastante cliché) que solía evitar, era la de mirar por un extendido lapso de tiempo, a su amigo. Su experiencia con series, novelas y películas, le enseñó que ésto podía convertirse en un arma de doble filo.

Pero, si quería obtener resultados, debía aplicarla o no tendría caso y su investigación no daría frutos.

Un día, durante uno de los pocos almuerzos que habían podido congeniar en esa semana, luego de estar cerca de cuatro días observándolo, Kajou Ayame obtuvo, por fin, el último eslabón que completaría la cadena de su investigación.

Lo había atrapado mirándola cuando creía que ella no lo notaba, cosa que ocurría unas tres veces por día.

Estaba tan metida en ello, que hasta había anotado cada una de esas veces y las llevaba contadas. Sonrió con deleite al ver la cantidad de ocasiones que ocurrieron esas miradas. Eso era más que suficiente para ella, no necesitaba nada más. Eran una prueba contundente de que él le correspondía.

«Si esto fuera una comedia romántica...», pensó un día, en medio de una clase. «De seguro yo diría que tal vez el no siente lo mismo por mi, que unas miradas no demuestran nada y bla, bla». Hizo girar la lapicera que llevaba entre los dedos. «Pero esto es la vida real y es más que obvio que yo le atraigo tanto cómo él a mí. Joder, no puedo seguir ni un día más finjiendo que lo quiero sólo como un amigo. Debo moverme rápido, o ninguno de los dos lo hará».

El movimiento que tenía que hacer lo llevó a cabo una tarde en la que, cómo muchas otras, Tanukichi apareció en las inmediaciones de su salón y ambos salieron juntos (ella sabía que, ése día, el chico salía unas dos horas antes que ella y, sin embargo, se quedó a esperarla).

Caminaban tranquilamente por la acera, ambos observando el colorido y llamativo atardecer, cuando la joven tomó la palabra:

—No podemos seguir así, Tanukichi. —dijo para después detenerse.

El mencionado, tras detenerse también, la miró un momento.

—¿Seguir así?

—En esto... —Ayame extendió las manos y lo señaló a él primero para luego señalarse ella—. Tu viniendo, siempre esperándome...

—Bueno, si es por eso, no te preocupes. —sonrió. Era una de esas sonrisas que ella adoraba—. Yo no tengo ningún problema.

—Déjame terminar... —interrumpió ella—. Por favor. —Tomó un poco de aire, para después continuar—: Sinceramente, no sé por qué no me dí cuenta antes. Creo que, si ésto nunca hubiera ocurrido, si no nos hubiesen cambiado de salón, probablemente, nunca me habría dado cuenta de tus sentimientos...

Ante lo último dicho por ella, el chico enrojeció, pero no dijo nada.

—¡Ajá! —Lo señaló, acusadora—. ¡Tú silencio te delata!

—¡Pero si me dijiste que te dejara terminar! —replicó él.

—¡Y todavía no termino! —exclamó. Tanukichi la miró con su mejor expresión de ‹‹¿Es en serio?››—. Cómo decía, rayos, ésta situación parece sacada de una película. Es decir, no lo sé, creo que mi propia inseguridad para aclarar mis propios sentimientos, de alguna forma, jugó en mi contra.

Tanukichi, quién estaba súper avergonzado y no podía procesar las cosas tan bien cómo siempre, no pareció captar del todo la implícita confesión por parte de la joven.

Ayame lo notó y, ante su silencio, decidió continuar:

—Enserio, ¿cómo fue que no te observé con más detalle desde antes? —Ayame parecía estar al borde del colapso— ¿Cómo fue que no me dí cuenta de que te gustaba?

Hubo un pequeño silencio. Ayame se acomodó los lentes y miró a su alrededor. El sol ya se ponía en el horizonte y el cielo presentaba un color rojo sangre, las nubes parecían algodones manchados con jugo de naranja y una suave brisa soplaba a su alrededor, moviendo los cabellos de ambos. A esa hora, ellos eran los únicos que iban por ese camino.

—¿Cómo... —empezó Tanukichi, dudoso, y clavó su oscura mirada en el suelo—...te diste cuenta? Digo, ya sabes, no es cómo si los amigos no hicieran ésto...

—De hecho —lo cortó ella—, hay amigos que hacen cosas mucho más temerarias que sólo caminar un kilómetro de escuela y aguantar un horario (y parte del otro) sólo para ver a su mejor amiga.

—Por eso —insistió— ¿Cómo te diste cuenta? ¿He sido tan obvio? —ante la pregunta, Ayame volvió a sonreír.

—¿Qué si has sido obvio? —caminó hacia él, hasta quedar a milímetros de su persona. Sus orbes doradas miraban directamente a las oscuras gemas de él—. Mentir y fingir nunca han sido tú fuerte. Por eso, el saber cómo te sentías con respecto a mí no fue muy difícil. —subió las manos y las apoyó en los hombros del castaño, que no despegaba su mirada de la de ella—. Sólo diré, para acabar con tantas explicaciones, y poder ir directo al grano, que tú también me gustas, Tanukichi.

Ayame se colocó en puntillas y depositó un casto beso en los labios del más alto. Por un momento, tuvo la impresión de que el chico se desmayaría.

—Woa, quieto... —lo sostuvo, con algo de esfuerzo—. No quiero que te pase algo en nuestro primer día de re...

Habría podido terminar su frase, de no ser porque los labios de su, ahora novio, atraparon los suyos en un cálido y, algo desesperado, beso.

Lo miró, algo atontada y con sus mejillas ardiendo, unos segundos después de separarse. Luego se sonrieron casi al mismo tiempo para después relajarse.

—Ven —lo tomó de la mano para después avanzar con él—. Es tarde, tienes que dejarme en mí casa.

—Claro que sí. —respondió, dejándose guiar por ella.

Retomaron la marcha, mientras conversaban sobre trivialidades y con la emoción y euforia desbordando de sus corazones.

De esa forma, Kajou Ayame y Okuma Tanukichi, comenzaron su relación.