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• One-shot número •1•, perteneciente a "Sakuramochi: One-Shot Book", mi libro colección de one-shots de Sakura Haruno como personaje principal junto a sus multi-ships.


Parejas: Haruno Sakura x [Todoroki Shōto, Midoriya Izuku, Bakugō Katsuki]

Universo: Naruto.


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Era de Estados en guerra

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El panorama se mostraba desolador.

La sangre bañaba todo el terreno. Las armas incrustadas en los cadáveres. Extremidades cercenadas esparcidas aquí y allá. Árboles destruidos, el suelo agrietado, la hierba quemada. El olor a muerte se impregnaba en la piel de los no caídos.

El panorama se mostraba desolador, pero no era algo nuevo.

Sakura observaba los cuerpos de los niños soldados devolverle una mirada vacía, pertenecientes tanto a su clan como al clan enemigo. Su mirada era tan vacía como la de ellos, con la diferencia que ella seguía viva.

Vivirá hasta la siguiente batalla, hasta presenciar el siguiente escenario desolador. Y el ciclo se repetirá una y otra vez, y las veces que fueran necesarias porque esa era la vida que le había tocado, pero al menos tenía un lugar al que regresar.

—¡La victoria es para el clan Haruno! ¡Levanten a los heridos y destruyan los cuerpos de los caídos! —gritó un hombre de cabello rubio ceniza, su tío, el único hermano menor que le quedó a su padre. Luego se dirigió a ella—. Sakura-sama, es hora. Debemos ir al lugar pactado por el Daimyō a recoger el dinero de la misión.

Ella guardó silencio por un momento después de la indicación. Con un movimiento rápido y fluido de su muñeca limpió en el aire la sangre que había quedado en su tantō y luego procedió a guardarlo en su espalda, dentro del moño del obi de su kimono de kunoichi sin mangas.

—Vamos.

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Shōto se encontraba en ese momento practicando su puntería, arrojando shuriken y kunai a dianas en movimiento. Su precisión siempre fue excepcional después de derramar sangre, sudor y lágrimas en su entrenamiento ninja, pero hoy le estaba fallando. Como lo hacía cada vez que su mente se sentía intranquila y su corazón inquieto.

Sus prácticas siempre se realizaban en el claro de bosque que pertenecía a la vivienda del jefe del clan, era parte de la familia, después de todo. Siempre entrenaba su cuerpo hasta quedar exhausto, incluso si tenía el conocimiento de que nunca sería llamado para combatir en el frente de batalla. Él era valioso. Pero lo hacía de todos modos porque no quería ser una carga y deseaba tener la capacidad de defenderse y de proteger, sobre todo de proteger.

Lanzó un shuriken y luego otro a más velocidad, haciendo que éste golpeara al primero desviando su trayectoria hacia el centro de la diana. Falló una vez más.

Su frustración quedó opacada al escuchar a lo lejos la campana de la puerta principal del clan que solo indicaba una cosa: el regreso de los guerreros.

Shōto dejó caer sus armas sin cuidado alguno y salió disparado hacia la entrada de la mansión de estilo tradicional. Logró observar a lo lejos a los shinobi y kunoichi ingresando a los terrenos del clan. El número se había reducido una vez más, pero que hubieran regresado solo significaba que habían vencido.

Se mantuvo en su lugar hasta que los rangos altos pasaron junto a él encaminados hacia la sala de reuniones del clan para dar el informe al jefe Haruno. Su mirada de color dispar se cruzó por unos breves segundos con los jades de Sakura, y no le gustó lo que vio, otra vez.

La puerta corrediza se cerró y fue su turno de ingresar a la mansión, hacia su habitación para preparar todo.

• ────── ❀ ────── •

—Es tiempo de que asumas tus responsabilidades como futura líder, Sakura.

La peli-rosa hizo una reverencia desde su lugar en la sala de reuniones, no había emociones en su rostro, siendo un reflejo indiscutible del de su padre.

—Entendido.

—Puedes irte —despidió sin mirarla de nuevo, tampoco cuando ella realizó otra reverencia antes de cerrar la puerta.

Ella caminó como un autómata por los pasillos de la mansión hasta sus aposentos, un lugar apartado del resto que contaba con baño propio, un privilegio por ser la primogénita que agradecía en días como éstos. Sentía que su cuerpo pesaba toneladas sobre sus piernas. Como si todos los cuerpos a los que le había quitado la vida estuvieran sobre ella.

Abrió la puerta corrediza y ahí lo vio, su hogar, sentado en posición de seiza, esperando por ella.

—Bienvenida —saludó con una sonrisa suave, característica de él.

Los ojos opacos de Sakura se iluminaron con su cálido recibimiento. Dio un paso, luego otro, y otro, hasta caer de rodillas frente al joven de cabello mitad blanco y mitad rojo. Él cubrió su cuerpo con sus brazos sin importarle ensuciarse con la sangre seca que pintaba su blanquecina piel.

La calidez de su cuerpo y su corazón que compartió con ella con ese simple gesto la trajo de regreso de su estado ensimismado por la batalla.

—Estoy en casa —susurró para él.

Sakura aspiró su aroma característico con lentitud y agradeció vivir un día más para esto.

Después de su saludo, Shōto la cargó en sus brazos y la llevó hasta el baño sin decir palabras, ya estaban acostumbrados a ese ritual, acostumbrados el uno al otro.

La colocó sobre sus pies una vez dentro del cuarto y le quitó la ropa sucia, dejando a un costado todas sus armas. La tomó de la mano con delicadeza para guiarla hasta un pequeño banco donde la instó a sentarse, él tomó asiento en otro detrás de ella.

De esta manera, él procedió a limpiarla, a quitar todas las impurezas que manchaban su cuerpo. Lavó su cabello con suavidad, frotó su piel teniendo cuidado con sus heridas, para finalizar tirando toda el agua tibia que quedaba sobre ella quitando los rastros del jabón.

Sakura se dejó hacer en todo momento. La sangre de sus enemigos, la pesadez sobre ella, todo se esfumó con el toque de Shōto. Se sentía purificada por él, en cuerpo y mente.

El joven continuó su rutina secando su cuerpo y su cabello, luego vendó todas sus heridas; también se ocupó de colocarle una yukata suave para dormir y peinar sus cortas hebras rosadas. La llevó hasta el futón que tenía preparado y la recostó allí, cobijándola con cariño.

—No te vayas —murmuró Sakura, tomando la manga de su ropa cuando lo vio con intenciones de alejarse.

—Iré a bañarme, no tardo —anunció con pesar al ver su expresión de súplica. Pero luego lo soltó con entendimiento y él se apresuró para regresar a su lado.

Sakura se quedó observando el techo de madera en completo silencio. Las imágenes de la última batalla —y de las anteriores— se reproducían ante sus ojos como un genjutsu. Luego fueron reemplazadas por los recuerdos de la reunión con su padre y sus palabras.

Debía asumir sus responsabilidades; ya tenía —tenían— 17 años, la edad de matrimonio que establecieron para ella. Era su deber asegurar herederos y al futuro líder mientras ella misma ocupaba el lugar de su padre. El pensamiento le retorció el estómago.

No se dio cuenta de que Shōto ya estaba junto a ella hasta que la atrajo a su pecho en un movimiento suave.

—Puedes dormir, debes estar exhausta —dijo mientras comenzaba a acariciar su cabello.

—Padre ha dicho que ya es tiempo —susurró. Estaba de acuerdo con él, sus ojos pesaban y su cuerpo pedía un descanso con urgencia, pero primero quería comunicarle la noticia.

—Sabíamos que éste día llegaría. No te preocupes por eso ahora, descansa. Ya estás en casa.

—Sí —concedió. Ocultó el rostro en su cuello. Tenía razón en lo último que dijo, porque Shōto era su hogar.

Para él, Sakura también era su hogar. Han estado juntos desde que todo se derrumbó para él.

En su momento, la familia de Shōto gozó de cierto estatus en su región. Sus padres se casaron para unir dos pequeños países, el País del Verano y el País del Invierno. No contaban con una gran milicia para protegerlos en ese entonces, por lo que decidieron hacer una alianza con el único país vecino no hostil que les quedaba, el País de la Primavera, donde residía un clan shinobi: el clan Haruno.

Su alianza se mantuvo por trece años sin interrupción. Sin embargo, todo se derrumbó cuando otro clan shinobi, el clan Yamada, se hizo con lo que quedaba del País del Otoño y atacó a la familia de Shōto para ampliar su territorio.

Los aliados Haruno estaban batallando su propia pelea en ese momento por lo que no llegaron a tiempo y solo pudieron rescatar al hijo menor de la familia noble. Dieron caza sin descanso a los perpetradores de tal masacre hasta que cayó el último, en honor al pacto que no pudieron cumplir con sus aliados, y se hicieron cargo del territorio. Los cuatro pequeños países se convirtieron en uno solo: el País de las Estaciones, convirtiéndose en propiedad del clan Haruno. Y el pequeño Shōto fue puesto al cuidado de la familia del jefe, ya que la alianza incluía un enlace de matrimonio que también sería honrado.

El día que lo llevaron ante Sakura, ella estaba entrenando las artes ninjas. Él vivió su corta vida resguardado en la gran mansión de su familia, por lo que le resultó asombroso ver que, a pesar de que sólo tenía cinco años, ella ya se movía con gran destreza; sería una gran kunoichi. Un pensamiento que con el tiempo odiaría —por lo que implicaba serlo— y agradecería —porque su fuerza la traería de regreso a él—.

—Sakura, este es Shōto. Ustedes se casarán en el futuro.

—Sí, padre.

Él no mencionó nada en su escueta presentación, ni cuando quedaron los dos solos. No podía pensar en un matrimonio después de perder a toda su familia. Apretó sus puños con enfado y sus ojos picaron al aguantar sus lágrimas.

—No frunzas el rostro de esa manera —habló ella con su tierna y dulce voz de niña. Él la miró a los ojos cuando ella tocó su rostro con suavidad—. Harás que la herida en tu lado izquierdo empeore.

—Aléjate —pronunció con la voz estrangulada. No quería la lástima de nadie.

—Está bien si quieres llorar. Puedes hacerlo esta vez, porque de ahora en adelante yo te protegeré y no dejaré que nada más te lastime.

La linda sonrisa que le regaló, para él fue como una brillante estrella que alumbraba tu camino en las noches sin luna y alejaba todo lo que acechaba en la oscuridad para hacerte daño. Él lloró desgarradoramente en sus brazos mientras ella lo consoló con cariño y paciencia.

Desde ese momento, jamás volvieron a separarse y se convirtieron en el pilar del otro.

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Izuku tomó un paño y limpió el sudor que se había acumulado en su frente, luego continuó con su ardua tarea. Su concentración estaba puesta al máximo en pulir y afilar el arma, teniendo sumo cuidado al hacerlo. Era el arma de ella, después todo, y se la confió a él.

Jamás olvidaría el día que conoció a la primogénita del jefe del clan.

Izuku quedó huérfano a una temprana edad siendo acogido por un herrero del pueblo, quien había sido la persona más cercana a su familia. El hombre le dio cobijo en su casa, lo alimentó y lo instruyó en su oficio de forjador de armas.

Cuando Izuku cumplió los doce años, ambos se mudaron al interior del distrito del clan Haruno, sus principales clientes, debido a que su mentor estaba comenzando a ponerse demasiado viejo para hacer los viajes de entrega por sí mismo y los Haruno no confiaban en otros para esa tarea.

Luego de asentarse en su nuevo hogar, ella apareció frente a él un día. Tenían la misma edad, pero sus ojos verdes —opacos— parecían cargar con más años de los que aparentaba. No pudo evitar ponerse nervioso cuando ella lo miró.

—¿Está el viejo Torino aquí? —preguntó directamente con voz suave, pero firme.

—El-El maestro no se encuentra en este momento —tartamudeó un poco, inquieto por ser el centro de atención de esa mirada carente de emociones—. Está en una reunión con Haruno-sama.

—Así que está con el viejo —murmuró para sí misma, refiriéndose a su padre. Sacó su tantō de su espalda y lo puso en el mostrador de la tienda que los separaba—. Dejaré aquí mi arma para su mantenimiento. Dile que me la envíe lo más pronto posible.

Izuku tomó el arma y la sacó de su funda para inspeccionar la hoja con ojo analítico; necesitaba mantenimiento, pero nada grave, él podía encargarse de eso. Sakura lo miró con curiosidad en todo momento.

—Puedo hacerlo —musitó inconscientemente, para luego comenzar a sudar al darse cuenta de lo que dijo en voz alta—. ¡Quiero decir!, se la entregaré a...

—Hazlo tú —interrumpió ella.

—¿Eh? ¿No te preocupa que un niño se haga cargo? Pensé que preferirías que alguien experimentado lo hiciera.

—Los niños dejan de ser niños cuando pueden sostener un arma con sus propias manos.

Izuku se puso rígido ante su declaración tan carente de sentimientos, pero con tanto peso puesto en ella. En ese momento recordó que la chica frente a él era una kunoichi, y no cualquiera, sino la primogénita del jefe del clan.

—Dijiste que podías hacerlo —agregó al ver su incomodidad—. Mencionaste que Torino es tu maestro y conozco a ese viejo, no es alguien indulgente. Confío en que lo harás bien, eh...

—¡Izuku! Mi nombre es Izuku, Sakura-sama —respondió con premura.

—Izuku, dejo mi arma en tus manos.

—¡No tardaré nada, lo prometo! Puedes esperar aquí —exclamó con entusiasmo. Era la primera vez que alguien, además de su maestro, ponía su fe en sus habilidades como herrero.

Desde ese momento, Sakura le confió todas sus armas a él, sintiéndose satisfecha con su buen trabajo.

El tiempo siguió su camino e Izuku solía observar a la chica desde lejos cuando no se veían en el taller de Torino. Un día en especial tuvo el privilegio de ver una sesión de entrenamiento mientras ella probaba sus armas; él anotó todas las indicaciones y correcciones que ella le dio para nuevos suplementos, a la par que grababa en su retina sus expresiones, sus movimientos fluidos y su fortaleza. Se vio a sí mismo anhelando moverse como ella para entrenar juntos.

Con eso en mente, él comenzó a entrenar su cuerpo a los catorce años en su tiempo fuera de la herrería. Sin embargo, no consiguió mucho por sí solo e incluso hizo el ridículo frente a Sakura una vez, cuando lo descubrió intentando imitar una postura de pelea que había visto sin mucho éxito.

—Está mal.

Izuku se sobresaltó al escuchar una voz a su espalda. Se puso como un tomate al verla allí.

—¡Sa-Sakura-sama! No sabía que...

—Está mal —repitió ella ignorando su balbuceo. Se acercó a él y acomodó su postura como debería ser antes de hacerle una demostración ella misma para que pudiera ver la diferencia—. Intenta ahora.

—¡...! —El asombro pintó sus expresiones cuando consiguió hacer el movimiento correctamente esta vez. Se giró a ella y le sonrió entusiasmado—. ¡Lo logré! ¡Muchas gracias, Sakura-sama!

Él se quedó pasmado en su sitio cuando, por primera vez, los orbes opacos de ella se iluminaron y le sonrió levemente. De la misma manera que lo hacía cuando Shōto-san estaba con ella. Pero esta vez era para él, solo para él.

Después de ese encuentro, ella intercedió por él para que le pusieran un mentor para su entrenamiento shinobi. De eso ya habían pasado tres años, y podía decir que estaba orgulloso de sí mismo porque gracias a su esfuerzo ahora él podía compartir tiempo con ella entrenando cuando tenían tiempo libre.

—Bien. Está lista. —Se dijo, satisfecho por su buen trabajo.

No perdió tiempo para ir en busca de Sakura, encontrándola despidiéndose de Shōto-san en el campo de entrenamiento detrás de su casa. Cuando estuvo seguro de que estaban solos se acercó a ella para entregar su encargo. Le platicó a la joven lo que había hecho en su arma como siempre hacía, mientras ella la empuñaba para comprobar que todo estuviera bien.

El momento de separarse llegó demasiado pronto para Izuku, pero él estaba allí por otra cuestión.

—Sakura-sama —llamó con seriedad y determinación en su postura. Ella le prestó atención después de enfundar su arma y colocarla en el moño de su obi—, yo... conozco la tradición del clan y su situación, y he venido hasta aquí para... —Llenó sus pulmones de aire para infundirse valor y continuó—. Sakura-sama, ¡quisiera que me tomara como esposo!

Sakura se quedó en blanco observando su profunda reverencia, repitiendo en su mente una y otra vez la petición que la había tomado por sorpresa. Abrió la boca para decir algo, pero una escena a lo lejos llamó su atención: shinobi activo de su clan en una sesión de entrenamiento, una muy distinta a la que Izuku estaba acostumbrado desde que comenzó a entrenar. Sus movimientos eran más rudos, más sanguinarios, con sed de sangre, no, con sed de luchar para sobrevivir un día más. Miró a Izuku que se irguió ante su silencio y ahora le devolvía una mirada brillante, llena de esperanza al contemplarla, justo como lo hacía Shōto. Inocente. Su corazón se estrujó.

Tomó una bocanada de aire de forma disimulada y la soltó lentamente, y después dio su respuesta:

—Está bien, Izuku. —Le sonrió con suavidad—. Acepto tu petición.

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A Katsuki siempre le resultó extraña su situación desde que se percató de ella.

Era sabido que él pertenecía a una rama específica del clan Haruno, una rama que tenía un propósito, también conocido por todos. Pero no pensó que ese deber recaería específicamente en él hasta que fue demasiado tarde.

Desde pequeño fue consciente de su fuerza y habilidad. Fue alabado por los adultos cuando lo veían entrenar y demostraba su destreza y rápido aprendizaje de las habilidades ninjas. Todos decían que se convertiría en un shinobi de renombre para el clan, que sería un activo valioso para sus filas, que con él entre ellos la victoria en las batallas estaría asegurada.

Él lo creyó firmemente, por lo que entrenó sin descanso, pulió todas sus técnicas y métodos de lucha. Quería ser ese excepcional shinobi que vencería a todos y pondría a su clan en alto.

Cumplió diez años y él continuó entrenando. Cumplió once años y solo fue enviado a misiones de espionaje y recolección de información de bajo rango, como acompañante. Cumplió doce años y lo máximo que estuvo cerca de un frente de batalla fue para entregar un mensaje del líder y luego regresar a los territorios del clan con la respuesta, escoltado por shinobi adultos en todo momento.

Su frustración alcanzó su punto máximo al enterarse de que nunca fue tomado en cuenta para las misiones reales, a pesar de su poder.

Cumplió trece años y descargó su disconformidad con su madre —su padre: muerto en batalla hace mucho tiempo—, despotricando sobre el cómo estaban desperdiciando sus habilidades manteniéndolo dentro del clan sin hacer nada.

—Deberías agradecer que tu vida se alargará un día más. —Fue lo único que obtuvo de Mitsuki.

Su respuesta no hizo nada por calmar sus inquietudes, solo enardeció su enojo por la injusticia que sufría. Continuó entrenando sin descanso para demostrar que todos eran unos idiotas, pero él estaría listo para salvar sus traseros cuando fuera el momento y se reiría en sus tontas caras por haberlo despreciado por tanto tiempo.

Cumplió catorce años y finalmente entendió las palabras de su madre. Bastó no encontrarla entre los shinobi y kunoichi que regresaban del frente de batalla para entenderlo.

Tenía catorce años cuando lo pusieron de instructor para enseñar las artes shinobi a un tonto de su misma edad. El chico era un bueno para nada a sus ojos —no era cierto—, no tenía talento innato para la lucha —el esfuerzo era su fortaleza—, solo perdía el tiempo al entrenarlo —lo alejó del confinamiento de su luto—. Odió la tarea que le impusieron con todas sus fuerzas —lo agradeció desde el fondo de su corazón—.

Cumplió quince años y conoció la razón de que su vida se alargara un día más.

El líder del clan lo mandó a llamar un día, interrumpiendo su entrenamiento con su alumno. Una vez en la sala de reuniones en la mansión principal se le comunicó que desde su nacimiento fue elegido para ser esposo de la heredera y futura líder del clan. También se le informó que el casamiento, normalmente celebrado a los quince años, se había aplazado por dos años debido a que Sakura era un activo importante como para perderla el tiempo que le tomara concebir herederos.

Esas palabras no tuvieron la importancia suficiente para Katsuki, él ya había escuchado lo principal. Ahora quería saber otra cosa, corroborar las sospechas que surgieron a raíz de la reunión.

—Fue una petición de Sakura —confirmó el jefe.

Los días pasaron con su mente hecha un lío de pensamientos y emociones que no sabía cómo expresar o manejar.

La campana del clan resonó en su mente una tarde. No lo pensó dos veces para ir al encuentro de los guerreros que regresaban de su misión.

La observó desde una distancia prudente, no quería ponerse en evidencia y que ella se diera cuenta de que él ya sabía sobre su futura unión.

Allí estaba ella, liderando la marcha con la frente en alto. La causante de que nunca lo enviaran a misiones de alto riesgo, la causante de sus frustraciones y enojos, la causante de que lo pusieran como mentor de alguien. La razón de que su vida se alargara un día más que la de muchos.

La sangre cubriendo su pequeño cuerpo esbelto, su cabello largo con cortes irregulares, la ropa rasgada en algunas partes. Sus ojos desprovistos de brillo, opacos por todo lo que tuvieron que haber visto. Las palabras de su madre resonaron con fuerza en él, y lo entendió una vez más.

En silencio le agradeció todo lo que hizo por él.

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Dentro del clan Haruno existía una tradición que los distinguía de otros clanes shinobi, la cual recaía exclusivamente sobre el matrimonio del líder.

A los quince años, el primogénito del líder del clan de ese momento debía contraer matrimonio con tres mujeres antes de asumir su liderazgo, con quienes luego concebiría tres hijos con cada una de ellas. Nueve era el número mínimo de descendencia aceptada, con la idea de proveer fuertes shinobi para el futuro.

La esposa principal era elegida mediante alianza o por su fuerza, de ella nacería el siguiente líder del clan.

La siguiente esposa debía pertenecer a una rama del clan específica y era elegida desde su nacimiento, de ella nacerían los destinados a mantener la sangre pura y proveer a las futuras esposas de líderes con el mismo destino.

La última esposa se dejaba a elección del futuro líder, de ella nacerían los destinados a hacer crecer el número de shinobi para el clan.

Esta tradición se mantuvo a través del tiempo sin excepción. Hasta la era actual, donde por primera vez el primogénito del líder era una mujer.

Cualquiera pensaría que el liderazgo simplemente pasaría al segundo hijo de la esposa principal, pero ese no fue el caso del jefe. Siendo un hombre orgulloso, decidió que su primogénita sería quien le sucediera porque su propia sangre corría por sus venas y eso era suficiente para él. Sakura sería una fuerte kunoichi y la próxima líder del clan Haruno.

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Desde muy joven, además de las artes ninjas, Sakura aprendió cuál era su lugar y función dentro del clan.

También aprendió que una de las reglas del clan fue modificada especialmente por y para ella. Se esperaba que al llegar a los quince años tomara tres esposos tal como dictaba la tradición, con la diferencia de que, por su condición de mujer, debía concebir tres hijos, uno con cada uno y con la posibilidad de un cuarto con el esposo principal. Se decidió de esa manera porque no podían arriesgarse a que la líder muriese durante un parto mientras sus demás hijos eran pequeños y el puesto quedase vacío, quedando completamente descartado el asunto de los nueve herederos estipulados.

Sakura nunca tuvo la necesidad de negarse a lo que estaba preparado para ella y lo aceptó sin discusión.

Fue entrenada desde el momento en que pudo ponerse firme sobre sus pies y tomar un kunai. Su entrenamiento fue mucho más duro que los demás por su condición de futura líder. Gracias a esto sus habilidades como kunoichi se pulieron rápidamente, convirtiéndose en una valiosa pieza en las batallas por su fuerza e inteligencia, lo que aplazó su matrimonio hasta sus diecisiete años.

Conoció a su primer esposo, Shōto, a los cinco años; él no pertenecía al clan por lo que no sabía nada sobre lo que implicaba ser un ninja. Su padre permitió que entrenara con ella cuando no estaba aprendiendo sobre los asuntos del clan y puso un mentor para él cuando ya no podían coincidir.

Conoció a su segundo esposo, Katsuki, a los ocho años; él pertenecía a una rama de su clan destinada a mantener la sangre pura, eran hijos, nietos, y más, de antiguos jefes. Su tío la llevó un día para que conociera a quien sería su futuro esposo. Se mantuvieron alejados, observándolo entrenar con un adulto. Tenía el pelo rubio ceniza como su tío y una gran destreza al luchar; su tío le dijo que esperaban grandes cosas de él cuando comenzara a participar en las misiones.

Un par de días después de esa visita secreta, Sakura participó por primera vez en el frente de batalla. Lo que presenció ahí, lo que vivió ahí, lo que tuvo que hacer para sobrevivir, le dejó en claro una cosa:

—Solicito que Shōto y Katsuki no sean llamados al frente de batalla. Jamás —dijo con firmeza frente a su padre. La sangre seca manchaba todo su rostro como una mascarilla y resaltaba lo exaltado de sus ojos plenamente abiertos, ahora opacos.

—¿Por qué? —Él la miró expectante desde su lugar.

—Así lo he decidido.

Su padre estudió su postura por un tiempo, manteniendo el silencio. Se sintió satisfecho con su respuesta tan firme, aún era pequeña, pero ya le estaba demostrando que sería una líder que no vacilaría ante sus decisiones.

—Está bien. Pero deberás compensar sus lugares vacíos con tu propia fuerza.

La expresión de Sakura no cambió en ningún momento y aceptó la condición sin rechistar. Se ocupó de incrementar su poder, lo que le costó no presentarse formalmente ante Katsuki por falta de tiempo. Era algo que estaba dispuesta a sacrificar con tal de que ninguno de los dos se viera envuelto en ese mundo de muerte y sangre.

Su petición fue tomada en cuenta, ella fue enviada a todas y cada una de las misiones en lugar de sus futuros esposos, regresando todas las veces y ganándose un nombre en el mundo ninja.

Ahora, con diecisiete años, era el momento de que asumiera su responsabilidad. Miró a los tres jóvenes frente a ella que la miraban expectantes.

Shōto se mantenía impasible como de costumbre, siendo con quien más tiempo convivía, él estaba al tanto de la razón de que los cuatro estuvieran en el dōjō particular de Sakura.

Izuku estaba rígido en su sitio, nervioso y un poco sonrojado; ella sospechaba que él ya debía haber llegado a una conclusión ante su llamado sorpresivo. Shōto-san, el prometido de Sakura conocido por todos estaba ahí; él mismo, quien fue aceptado por ella un par de días atrás, también está ahí; no había que pensar mucho más de qué iba todo al saber a qué rama del clan pertenecía Katsuki.

Por otro lado, Katsuki parecía ser el más confundido de los tres. Él sabía de Shōto, pero miraba a Izuku de vez en cuando, como si su presencia allí lo confundiera. Sakura también se dio cuenta de que él evitaba mirarla a los ojos directamente, a pesar de su carácter firme, él apartaba la mirada con nerviosismo cuando sus ojos coincidían por unos escasos segundos.

Ella decidió no alargar más la situación y aclarar todo para ellos.

—Desde ahora, ustedes tres pasan a ser oficialmente mis esposos —anunció sin rodeos.

Las reacciones no se hicieron esperar, siendo, claramente, Katsuki el más conmocionado.

—¡¿Hah?! De mitad y mitad ya lo sabía, pero ¡¿Deku?! —exclamó, mirando al joven en cuestión, quien se puso a sudar profusamente y sonreía con nerviosismo.

—Sí. Los tres —respondió Sakura, encontrando adorable su reacción confundida, pero no se lo diría, por ahora. Era el momento de comunicarles lo más importante que debían saber—. A partir de ahora, ustedes dos vivirán con Shōto y conmigo en mi parte de la mansión. No tienen que modificar sus rutinas, pero hay algo que quiero que les quede claro. —Los miró con seriedad, continuó cuando obtuvo toda la atención en ella—. Los tres están bajo mi cuidado desde ahora y sólo recibirán órdenes de mí, de nadie más. ¿Entendido?

—¡Sí! —asintieron al unísono.

—Otra cosa más —continuó—, ustedes nunca saldrán al campo de batalla. —Suavizó su mirada cuando los vio con expresiones contrariadas y confundidas—. Los tres son preciados para mí, siempre voy a priorizar sus vidas.

Desde ese día, los cuatro comenzaron a vivir juntos y aprendieron a convivir entre ellos, creando una rutina agradable para todos. Katsuki e Izuku continuaron con sus sesiones de entrenamiento, a las cuales se les sumó Shōto y la misma Sakura algunas veces. Katsuki fue puesto de instructor de un pequeño grupo de niños, enseñándoles el manejo de armas. Izuku continuó con su trabajo en la herrería del difunto Torino, forjando y dedicándose al mantenimiento de armas. Shōto continuó con sus estudios de medicina, preparando ungüentos y medicamentos para ocuparse de las futuras heridas de su esposa. Sakura continuó aprendiendo de su padre cómo liderar el clan y asistiendo a las misiones fuera del distrito.

Todo marchó bien durante un tiempo, hasta el día en el que Sakura regresó de una batalla. Fue la primera vez que Izuku y Katsuki vieron a la verdadera Sakura, aquella que se quitaba la fachada de kunoichi dura y buscaba desesperadamente borrar la sangre de sus manos. Aprendieron de Shōto la forma de lidiar con esos momentos, ayudándolo las siguientes veces que ella regresó de esa manera de las misiones. También fueron regañados por ella por primera vez, porque la trataron de forma rígida y distante; les dejó en claro que ellos no eran sus sirvientes, eran sus esposos y que los tres eran importantes para ella por igual.

Las veces siguientes, ellos se ocuparon de ella con un poco más de confianza —aunque el sonrojo y el nerviosismo por la desnudez de ella prevalecía— tal como Shōto lo hacía, incluso quedándose los tres a su lado cuando les preguntó si podían cuidar de ella velando su sueño.

El tenerlos a los tres junto a ella finalmente, verlos dormir tan pacíficos a su lado, comer las comidas juntos, pasar tiempo los cuatro, hacía que Sakura se sintiera preocupada por el momento en que esa tranquilidad se rompiera.

Desafortunadamente, no estuvo equivocada con su presentimiento, y el momento no tardó en llegar.

Un mes después de la formalización de su matrimonio, fue llamada a la sala de reuniones por su padre. Sus hermanos menores se encontraban ahí también, estaban discutiendo una estrategia para la siguiente misión. En realidad, su padre les estaba poniendo al tanto de lo que iban a hacer próximamente.

—Éste es el lugar —dijo, abriendo un mapa sobre el suelo de tatami, señalando con el dedo.

El ambiente cambió drásticamente una vez que todos llegaron a la misma conclusión, sin embargo, solo una persona se atrevió a exteriorizarlo.

—Debes estar bromeando. —La voz de Sakura salió con emociones contenidas.

Sus hermanos menores se tensaron a su lado ante su actitud.

—Ten cuidado con ese tono —reprendió su padre, estrechando sus ojos en advertencia. Ella era su sucesora, pero jamás permitiría una falta de respeto de nadie.

—No me importa, no me callaré. Lo que propones es una locura.

—Hermana mayor —susurró uno de sus hermanos, el único con quien compartió apenas algo de su escaso tiempo.

—¿Eres consciente de a dónde nos quieres enviar? Ustedes piensan igual que yo. —Lo último lo dijo para los demás en la habitación.

—No importa si lo hacemos o no —habló por primera vez uno de sus hermanos.

—Una misión es una misión, y ya fue aceptada —secundó otro.

—Padre cree que es una buena oportunidad para el clan.

—El cliente es muy importante, si conseguimos lo que quiere de manera satisfactoria, su influencia será beneficiosa para nosotros.

—¡No me jodan! Ese es territorio de los Uchiha. ¡Es un suicidio!

—El cliente se hartó de contratar a los Senju y que las batallas no llegaran a nada. Está dispuesto a darnos un voto de confianza —habló de nuevo su padre.

—¿Realmente crees que nuestro clan puede equipararse a ellos? ¡Ni siquiera tenemos un kekkei genkai! ¡Estás demente, viejo!

—¿Por qué estás tan alterada, hermana mayor? Tú no participarás en esta misión.

—¿Eh?

—Eres la sucesora, ya no podrás salir del clan como antes hasta que des herederos.

—Por otra parte, has estado tomando el lugar de tus esposos en las batallas. Es hora de que hagan el cambio, ¿verdad, padre?

—¿De qué están hablando, padre? —cuestionó Sakura, intentando mantener la compostura por la inquietud de las palabras de sus hermanos dichas en un tono malintencionado. No era algo nuevo para ella el que algunos de sus hermanos menores le tuvieran resentimiento por ser la heredera siendo mujer.

—No podemos darnos el lujo de perder parte de nuestra fuerza en este momento. Los he visto entrenar y son más que capaces de cubrir tu ausencia —respondió, cruzado de brazos, mirando directamente a su única hija.

Las armas se desenvainaron en un cerrar y abrir de ojos, apuntando el cuello de Sakura cuando se puso de pie y su cuerpo emitió una fuerte intención asesina. Lo único que evitó que eliminaran a su hermana mayor fue la mano levantada de su padre, frenándolos en el acto.

—Teníamos un trato —masculló apretando los dientes con fuerza, ignorando el cómo era amenazada por su propia sangre.

—Y lo cumplí todo este tiempo. Ya he sido demasiado permisivo con tus caprichos.

—Ellos no tienen experiencia en el campo de batalla. No están listos. —Apretó sus puños con rabia.

—Suficiente, ¡sal de aquí y aclara tu mente! La decisión está tomada. Ellos irán a la misión. Y tú apresúrate a dar un sucesor.

La peli-rosa salió de la habitación con el rostro contorsionado por el enojo, ni siquiera le importó que algunas de las armas rasguñaran su piel al irse de forma estrepitosa. Pero ya había tenido suficiente de todo eso.

• ────── ❀ ────── •

Desde pequeña, Sakura no comprendía por qué las vidas de algunas personas eran más valiosas que otras. La vida del líder, por encima de la de los demás del clan. La vida del primogénito, por encima de la de sus hermanos. La vida de quienes eran fuertes, por encima de las de los débiles. La vida de los nobles, por encima de las de los campesinos.

Eso fue hasta que conoció realmente el mundo shinobi y entendió otra forma de ver ese valor. Tu propia vida, por encima de la del enemigo. Sin embargo, había algo que era incluso mucho más valioso: completar la misión, por encima de cualquier cosa, de cualquier vida.

Había visto caer a muchos de sus camaradas al entregar sus vidas por la misión. Recuperar un pergamino, sabotear el negocio de alguien, robar un tesoro, eliminar a la competencia, conquistar terrenos; no importaba si era fácil o difícil, si tenía sentido o no, la misión primaba siempre por encima de la vida de los shinobi. Una misión cumplida satisfactoriamente era símbolo de prestigio y fortaleza para los clanes.

Sakura no podía aceptar que ciertas vidas y los deseos egoístas valieran más que las vidas de otras personas.

Hasta que los conoció, decidiendo priorizar sus vidas por sobre la de los demás. Incluso por sobre su clan y su propia vida.

Ella no permitiría que ninguno de sus esposos fuera enviado a una muerte segura, no mientras ella estuviera viva.

La peli-rosa corría las puertas corredizas que se interponían en su camino con más fuerza de la necesaria, sacándolas de su eje, asustando a las mujeres de la servidumbre que chillaban por la sorpresa y huían por el miedo. Sus pasos resonaban contra la madera en su andar furibundo. No veía nada frente a ella, sus pensamientos ocupaban toda su atención junto a los posibles escenarios que se recreaban en su mente.

Todas esas manos frías, ensangrentadas, pútridas, recorriendo tu cuerpo, aferrándose a ti. Toda la sangre manchando tus manos sin importar cuántas veces las lavaras. Las pesadillas con las siluetas de las vidas que quitaste, atormentándote, juzgándote con sus cuencas vacías y expresiones iracundas, deseándote el mismo destino. El olor fantasma de la muerte acompañándote en todo momento.

No dejaría que ninguno de los tres pasara por eso. Que pasaran por lo mismo que ella. No permitiría que su luz se apagara al sumergirse en el retorcido mundo ninja.

—No lo voy a permitir... No la haré... Jamás... Ellos no... No lo haré... No... No... Ellos...

—¡Sakura!

El repentino grito de Shōto la sobresaltó, su voz siendo el cable a tierra para alejar sus pensamientos tormentosos, la oscuridad que la estaba engullendo desvaneciéndose con su tacto cálido y protector en sus hombros.

—¡Respira con calma! Estás muy alterada. Debes tranquilizarte —ordenó con voz suave, pero autoritaria. Parecía que ella no lo estaba escuchando del todo; era como si lo viera, pero a la vez no.

Él había estado en la entrada de su vivienda hasta hace un momento, sentado en el engawa mientras clasificaba las hierbas medicinales que había estado recolectando de los cultivos y haciendo un inventario sumándolas a las que ya tenía. Su concentración se vio interrumpida por el escándalo de las mujeres de la servidumbre gritando aterrorizadas por el lugar, por todo el alboroto pensó que estaban siendo atacados. Entonces la vio, a su esposa, su mirada estaba perdida, murmuraba cosas para sí misma, su rostro estaba contraído en una expresión mortificada, su respiración era irregular, hiperventilaba. Estaba teniendo una crisis nerviosa. Ella ni siquiera lo notó cuando la llamó ni cuando pasó a su lado.

—Yo... Yo —murmuró ella, su cuerpo comenzó a convulsionarse y preocupó más a su esposo—... Shōto, ya no puedo más —sollozó, sus orbes jade desbordándose en lágrimas—. No puedo soportarlo... Yo...

Shōto se sintió desfallecer al verla tan abrumada, con sus emociones desbordándose, su estrés había llegado a niveles alarmantes. La abrazó con fuerza, trasmitiéndole su calor, su apoyo, haciéndole saber que no estaba sola.

—Llamen a Katsuki e Izuku —habló para las dos mujeres que habían estado a un costado, sin saber cómo lidiar con la heredera del líder. Se marcharon inmediatamente después de su orden.

Acarició su cabeza y trazó círculos en su espalda mientras dejaba que ella desahogara todo lo que tenía en su interior.

Él lo sabía, ellos lo sabían, todo lo que ella había hecho para que ninguno de los tres pasara por lo mismo que ella. Pero también sabían el peso que cargaba en sus hombros al ser la sucesora. Más que encargarse del clan, lo que más atormentaba a Sakura era ser quien diera las órdenes de enviar a las personas a una muerte segura, de tomar el lugar de su padre, una posición que aborrecía. Ella no estaba lista para soportar esa carga, no estaba lista para cargar con la sangre en sus manos junto a las vidas de su propia gente en su espalda. Nunca estaría lista para ser líder de clan en el mundo ninja, era demasiado gentil para ese mundo. Había contenido sus emociones respecto a eso por tanto tiempo que ahora surgían como una tormenta, arrasando con toda la estabilidad que se había esforzado por mantener.

—Lo que tú decidas, te seguiré —murmuró en su oído—. Incluso si es abandonar el clan, te seguiré.

Sakura se separó de él para observarlo con asombro en sus ojos acuosos. Tragó saliva y se abrazó a él una vez más.

Para cuando Izuku y Katsuki llegaron al lugar, Sakura estaba sentada entre las piernas de Shōto y se había tranquilizado completamente, pero sus ojos hinchados y su nariz roja la delataban, preocupándolos al instante.

—Sakura-sama —llamó Izuku. Se sentó junto a ellos y tomó su mano con delicadeza.

Ella le devolvió el gesto, apretándolo con suavidad y dejó que él la abrazara, sintiendo su calor darle más consuelo. Luego sintió la mano de Katsuki en su cabeza, acariciando sus cabellos rosados con cariño; se separó un poco de Izuku y compartió una cálida mirada con el de ojos escarlata.

Su corazón y su mente se aclararon al tenerlos a los tres a su lado. Ellos se habían convertido en sus pilares, en su conexión con la vida, lo único que la mantenía cuerda en ese mundo de guerra y muerte. Ella los amaba más que a nada.

—Ya tomé una decisión —comenzó con tranquilidad, dejándose mimar sutilmente por sus esposos—. Yo... voy a abandonar el clan.

Los recién llegados se tensaron ante la repentina sorpresa por sus palabras, incluso Shōto lo hizo a pesar de que él mismo lo había sugerido antes.

—Voy a irme de aquí... Y quiero saber qué opinan ustedes.

—Ya te lo dije. Te seguiré a donde quiera que vayas —dijo el de ojos de color dispar sin vacilar.

—Yo también seguiré a Sakura-sama sin importar qué —secundó Izuku—. Decidí permanecer a tu lado y no pienso retractarme.

Las miradas se dirigieron entonces al último integrante de su pequeña familia. Katsuki se había mantenido en silencio en todo momento después de la noticia.

—Lo entenderé, Katsuki.

—¿Hah? —musitó, saliendo de sus pensamientos ante las palabras de su esposa.

—Shōto-san siempre estuvo con Sakura-sama, es normal que la siga. —Izuku tomó la palabra—. En mi caso, ya nada me ata a este lugar, y ninguno de los dos nació aquí. Pero... Kacchan, tú eres parte del clan, eres de la rama de sangre pura... Tú...

—Están dementes si piensan que dejaré a Sakura por su cuenta, a merced de unos inútiles como ustedes —interrumpió con su forma de hablar habitual, evitando decir directamente lo que pensaba porque no era bueno con las palabras cursis, sin embargo, él era consciente de que ellos entendían su significado.

Supo que estaba en el lugar correcto, con las personas correctas, al ver a sus dos compañeros sonreír por él y el brillo en los ojos de su esposa. Él nunca dudó de acompañarlos, solo se había perdido en sus pensamientos, recordando las sagradas palabras de su madre.

Katsuki estaba agradecido por todo lo que tuvo que soportar Sakura para que él viviera un día más. Haría cualquier cosa por ella, para retribuir su sacrificio, incluso mantenerse a salvo para que ella estuviera feliz y tranquila. Además, tampoco tenía algo que lo atara a ese lugar, a esa gente, más que las tres personas que tenía delante de él. Vivir un día más junto a ellos no le parecía una mala idea.

—Está decidido —sonrió con alivio a sus esposos.

Sakura los arrastró a los tres en una especie de abrazo que hizo que chocaran sus cabezas, pero a ninguno de ellos le importó con tal de volver a ver una sonrisa en el rostro de su peli-rosa.

• ────── ❀ ────── •

—¡Padre, Sakura se fue! ¡Abandonó el clan con sus esposos!

El líder Haruno se mantuvo en silencio ante el alboroto de sus hijos menores, y solo continuó dando de comer a las carpas del estanque.

—¡Padre! —exclamó otro de los jóvenes, incrédulo por el estoicismo de su progenitor—. ¿Qué debemos hacer?

—¿Eso es todo lo que tenían que informar? —interrumpió.

—¿Eh?

—Si eso es todo, retírense. Están perturbando a los peces.

—Pero, ¿no vamos a recuperarla...?

Fue interrumpido por otro de sus hermanos que negó con la cabeza hacia los demás, dando por concluida la repentina reunión.

—Como ordene, padre —dijeron a la vez, para luego marcharse.

—Makoto —llamó a su segundo hijo. El joven se paró detrás de él, esperando—. Tú eras el más cercano a Sakura, ¿verdad?

—Sí, padre —respondió observando el cerezo en flor del jardín de la mansión con sentimientos confusos por la partida de su hermana mayor.

—Toma. —Sacó un pergamino del interior de su atuendo y lo lanzó a las manos de su hijo.

—¿Esto es...?

—Es tu misión —confirmó para su hijo que había reconocido el objeto—. Parte cuanto antes.

—Entendido —respondió con determinación.

—Makoto…

—¿Sí, padre?

—Nada...

El hombre dejó de alimentar a los peces al verse solo nuevamente. Se sentó en un banco a contemplar el árbol que tenía frente a él.

Por supuesto que sabía de la huida de su única hija. Él mismo presenció desde las sombras la crisis que había sufrido dos días atrás. Nunca la había visto de esa manera tan vulnerable y a punto de romperse. Le hizo replantear su decisión de nombrarla como sucesora, de poner todo el peso sobre sus hombros.

Tal vez debió dejar que ella fuera una simple mujer de hogar, viviendo una vida pacífica dentro de la mansión, alejada de la crueldad del mundo en el que vivían. Después de todo, ella siempre fue una niña gentil y amable, pero también era fuerte por todo lo que soportó por su bondad, por su deseo de proteger lo puro e inocente.

Tal vez la presionó demasiado por sus deseos egoístas, pero el daño ya estaba hecho. Solo podía rezar para que encontrara la paz anhelada donde quiera que fueran.

• ────── ❀ ────── •

No fue difícil encontrarlos. En realidad, ellos no habían salido del distrito por mucho tiempo; habría sido muy fácil dar con ellos si su padre no los hubiera detenido. Sakura era rápida, pero sus esposos no conocían el terreno como para seguirle el paso.

Apresuró su marcha y los interceptó en el camino colocándose en una rama mientras los cuatro se detuvieron en otra. Los tres muchachos se pusieron en guardia, listos para defenderse. En cambio, Sakura se mantuvo tranquila, aunque alerta, al ponerse frente a los tres de manera protectora.

—Makoto.

—Hermana mayor. —Relajó su postura, demostrando que no era una amenaza para ellos.

—¿Qué haces aquí? —Miró disimuladamente a su alrededor, esperando que sus otros hermanos aparecieran en cualquier momento.

—Estoy solo. Me encomendaron una misión —explicó y luego le lanzó aquél pergamino.

—¿Qué es eso? —cuestionó Izuku cuando su esposa lo atrapó.

Los ojos de Sakura se abrieron con sorpresa al reconocerlo. Miró a su hermano esperando a que dijera qué significaba todo eso.

—Dentro de ese pergamino están las riquezas de la familia de Shōto-sama. —Miró a su cuñado sobresaltarse por sus palabras, así que decidió continuar antes de que su reunión se alargara más de la cuenta. No era recomendable si ellos querían desertar el permanecer a la vista de cualquiera que estuviera en contra de la decisión de su padre—. Padre tenía pensado entregártelo el día que tomaras su lugar.

—¿Él te envió? —Su pregunta fue retórica. Ella sabía la respuesta. Sus sentimientos comenzaban a volverse un desastre nuevamente por la forma de actuar de su progenitor. Sacudió su cabeza para centrarse. Debían apresurarse—. Entiendo.

Su hermano la vio guardar el pergamino en su bolsa de viaje. Se hizo a un lado al entender que su misión había terminado y su hermana se marcharía.

Los esposos de Sakura pasaron junto a él con cautela, asintiendo levemente con la cabeza en forma de despedida. Cuando fue el turno de Sakura, ella se paró detrás de él, dándole la espalda.

—Makoto, lo siento —murmuró para él. Era su forma de decirle que lamentaba dejar el clan en un momento tan crucial como el cambio de mando. Sin dudas se armaría un gran revuelo por su culpa, pero no se retractaría.

—No, yo lo siento, querida hermana —musitó a la nada. Ella ya se había marchado como para que escuchara su disculpa por todo el peso que tuvo que cargar en sus hombros por sí sola—. Te deseo una buena vida junto a tu familia.

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