Capítulo 5: El nacimiento del héroe
Cinco años habían pasado desde que Link se adentró en el Bosque Perdido. Para él, ese tiempo no había sido una fuga ni un exilio autoimpuesto, sino más bien una forma de encontrar serenidad y reconectar consigo mismo en un entorno libre del peso de sus tragedias pasadas. El tiempo en el bosque parecía fluir de manera diferente, casi imperceptible. Los días pasaban sin que Link notara la velocidad con la que los años se deslizaban entre los árboles antiguos y las hojas perennes del bosque. Los Koroks, con sus risas juguetonas y su presencia siempre animada, lo habían acogido como a un miembro de su familia, y el Gran Árbol Deku lo había guiado con paciencia y sabiduría, proporcionándole consejo en los momentos en los que más lo necesitaba.
Ahora, con 17 años, Link había cambiado de muchas formas. Se había convertido en un joven apuesto, alto y de porte atlético. Su cuerpo, moldeado por los constantes entrenamientos y las batallas esporádicas contra los monstruos que osaban adentrarse en el bosque, estaba perfectamente definido. Su rostro había madurado, manteniendo aún la serenidad que lo caracterizaba, pero con una profundidad en sus ojos que hablaba de todas las experiencias vividas. Su cabello, más largo de lo que solía llevar, ahora lo ataba en una cola que le caía por la espalda, mientras algunos mechones sueltos enmarcaban su rostro.
Durante esos cinco años, Link había perdido la noción exacta de su nivel. Sin los experimentos y mediciones de Prunia, no sabía con certeza cuán fuerte se había vuelto. Sin embargo, algo en su interior le decía que su poder había crecido de manera significativa. Había desarrollado dos nuevas habilidades, aunque aún no las había comprendido por completo. Las sentía como destellos dentro de sí, un poder latente que lo hacía estimar que ahora rondaba un nivel de 500 o incluso más.
Los Koroks, sus inseparables compañeros, habían dejado de ser simplemente pequeñas criaturas juguetonas para convertirse en su familia adoptiva. Link había aprendido a diferenciarlos por sus voces, movimientos y personalidades únicas. Cada uno tenía un nombre, y Link los llamaba con cariño, creando un vínculo profundo con aquellos seres que lo habían acompañado en su viaje de crecimiento. Por su parte, el Gran Árbol Deku había sido una fuente constante de sabiduría. Aunque hablaba poco, sus palabras eran siempre acertadas, y con el tiempo, se había convertido en el mentor que guió a Link en su desarrollo personal y espiritual.
Pero algo en el aire había cambiado últimamente. El Gran Árbol Deku lo había notado antes que nadie.
Una tarde, mientras Link descansaba bajo la sombra de sus ramas, sintió el llamado del árbol. Las hojas se agitaban suavemente, como si el bosque mismo estuviera respirando de manera diferente. Link se acercó al Gran Árbol, intuyendo que algo importante estaba por suceder.
—"Link..."— comenzó el Gran Árbol Deku con su voz profunda y resonante, que parecía venir desde el mismo corazón de la tierra. —"Has pasado mucho tiempo aquí, aprendiendo, creciendo... Ya no eres el niño que llegó a este bosque. Te has convertido en un joven fuerte y sabio. Pero ha llegado el momento de que aceptes tu destino."
Link levantó la vista, confundido, pero también lleno de curiosidad. Aunque había pasado cinco años en el bosque, no se había imaginado que su estadía aquí tuviera un propósito mayor.
—"Tu cuerpo, tu espíritu y tu corazón... están listos para enfrentar el desafío que te espera."— El Gran Árbol hizo una pausa, como si sopesara cuidadosamente sus siguientes palabras. —"El tiempo ha llegado para que tomes el lugar que te corresponde como el héroe que este reino necesita."
En ese momento, algo inesperado sucedió. Desde la profundidad del bosque, un brillo comenzó a iluminar la sombra que envolvía el claro. La Espada Maestra, la legendaria espada destructora del mal, comenzó a brillar intensamente, como si estuviera despertando de un largo sueño. El resplandor inundó el bosque, haciendo que los Koroks dejaran de jugar y se detuvieran en respetuoso silencio. La espada, clavada en su pedestal sagrado, parecía llamar directamente a Link, como si le susurrara un mensaje que solo él podía escuchar.
Link miró la espada con una mezcla de asombro y nerviosismo. Sabía lo que esa espada representaba: era la señal definitiva de que su tiempo como un simple joven había terminado. La espada lo llamaba al deber, al destino de ser el héroe destinado a enfrentarse a la oscuridad que acechaba el reino.
—"Es el destino quien te llama,"— continuó el Gran Árbol Deku, observando la reacción de Link. —"Pero solo tú puedes decidir si quieres atender ese llamado. Nadie puede obligarte a cargar con el peso que conlleva ser el portador de la Espada Maestra... solo tu corazón puede aceptar ese destino."
Link, con el corazón acelerado, dio un paso hacia la espada. El brillo lo envolvía, casi cegándolo, pero no era un resplandor amenazante; era una luz cálida, que parecía ofrecerle fuerza y consuelo. Pero al mismo tiempo, una profunda responsabilidad se cernía sobre él.
¿Estaba listo para tomar esa espada? Durante cinco años, había encontrado paz en el bosque, lejos de la guerra y la tragedia. Los Koroks se habían convertido en su familia, y la calma del bosque había sido un refugio. Pero ahora, al mirar la espada, supo que esa paz podía terminar en cuanto la empuñara. Sabía que el destino lo empujaba hacia un camino de lucha, un camino donde tendría que enfrentarse a la calamidad que amenazaba Hyrule y, posiblemente, a sus propios miedos más profundos.
Link respiró profundamente. El bosque le había dado fuerzas, había curado sus heridas y le había dado claridad. Pero la espada lo llamaba, y su brillo le susurraba que estaba listo para el siguiente paso. Sin embargo, en su corazón, el nerviosismo persistía. No sabía si podría estar a la altura de las leyendas, ni si realmente era el elegido para portar la espada que podría salvar al reino.
Mientras el brillo de la Espada Maestra lo rodeaba, Link se quedó en silencio, debatiéndose entre el miedo y el deber, con la certeza de que, al tomar esa espada, su vida nunca volvería a ser la misma.
Link se acercó lentamente al pedestal donde la Espada Maestra descansaba, su brillo envolviendo el claro del Bosque Perdido en una luz que parecía viva, expectante. El aire se sentía denso, cargado de energía antigua y poderosa. Los Koroks observaban en silencio desde las sombras de los árboles, y el Gran Árbol Deku mantenía sus ojos sabios fijos en el joven Hyliano, sabiendo que este momento marcaría el destino de Hyrule.
Con el corazón latiendo con fuerza en su pecho, Link extendió su mano temblorosa hacia la empuñadura de la espada. Recordaba haber intentado sacarla una vez cuando apenas tenía cinco años, en un acto de inocente valentía. Aquel día, la espada no se movió ni un centímetro. Ahora, con 17 años, estaba de pie frente a ella una vez más, pero todo era diferente. Esta vez no era un niño curioso; era un joven que había sufrido pérdidas, que había luchado, crecido y entrenado. Sabía lo que esta espada representaba, y también lo que pedía de él.
Sus dedos se cerraron alrededor de la empuñadura, y de inmediato sintió algo profundo, una conexión viva entre él y el arma. Pero esa conexión también trajo un precio. Apenas comenzó a tirar de la espada, un dolor súbito y agudo recorrió su cuerpo. La Espada Maestra empezó a consumir su vitalidad, drenando su energía como si probara su fuerza de voluntad y su resistencia. Cada segundo que pasaba, sentía como si una parte de sí mismo fuera absorbida por la hoja. La espada estaba probando su valía.
Con los dientes apretados, Link continuó tirando. El dolor se intensificaba, pero también lo hacían los recuerdos. Fragmentos de su vida pasaron por su mente como relámpagos. Recordó la primera vez que intentó sacar la espada, siendo apenas un niño. El frío tacto del metal, el esfuerzo inútil que había hecho, y la risa tierna de su padre, Rohin, que lo había levantado en brazos diciéndole que algún día lo lograría.
Otro recuerdo lo invadió: los entrenamientos con su padre, las largas jornadas donde sudaba y caía una y otra vez, solo para levantarse con la ayuda de la mano firme y comprensiva de Rohin, quien le enseñó no solo a luchar, sino a ser fuerte de espíritu. Escuchó la voz de su padre en su mente, recordándole que el verdadero poder no radicaba en la fuerza física, sino en el corazón.
Las lágrimas empezaron a acumularse en sus ojos mientras otro recuerdo lo golpeaba: su madre, Saria, con su sonrisa cálida, preparando la comida en casa. El aroma familiar de los guisos que ella solía hacer, el sonido suave de su voz cantando canciones mientras cocinaba, y la paz que sentía al estar a su lado. Aquellos momentos simples, pero llenos de amor, lo inundaron, recordándole todo lo que había perdido y todo lo que debía proteger.
La espada no se movía fácilmente. Link tiraba con todas sus fuerzas, el dolor y la nostalgia golpeándose en su pecho, mientras su rostro se contraía en una mueca de esfuerzo y sufrimiento. Las lágrimas comenzaron a caer, rodando por sus mejillas mientras los recuerdos seguían atacando su mente. Recordaba el sacrificio de su madre, la última sonrisa de su padre, las promesas que había hecho... Todo lo que había vivido lo envolvía, como si la espada estuviera hurgando en lo más profundo de su ser, obligándolo a enfrentar cada fragmento de su pasado.
Poco a poco, centímetro a centímetro, la espada comenzó a desprenderse de su pedestal, pero la sensación de pesadez era abrumadora. Parecía imposible. Cada vez que lograba moverla un poco más, sentía como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros. La espada parecía resistirse, rebelde, como si le exigiera que probara su valía una y otra vez. El brillo que emitía era fuerte, casi cegador, una luz que parecía desafiarlo.
Pero Link no se rindió. A pesar del dolor, de la desesperación y de las lágrimas que ahora fluían libremente por su rostro, siguió tirando. Finalmente, con un último esfuerzo que pareció exprimir hasta la última gota de energía de su cuerpo, la espada salió por completo de su pedestal.
En ese instante, el brillo feroz y rebelde de la espada cambió. De repente, la luz que emanaba se suavizó, convirtiéndose en un resplandor tenue y cálido, casi como si la espada estuviera suspirando de alivio. Ya no resistía, ya no se rebelaba. La Espada Maestra, que había sido tan pesada momentos antes, ahora parecía más ligera en las manos de Link. Era como si, al haber superado la prueba, la espada hubiera aceptado finalmente a su verdadero portador.
Link, jadeando y con el rostro aún cubierto de lágrimas, observó la hoja con asombro. El peso físico había disminuido, pero la sensación de responsabilidad aún lo rodeaba. Sin embargo, ya no era una carga insoportable. La espada había encontrado a su dueño, y Link había encontrado el propósito que lo había eludido durante años.
De repente, un destello de luz emanó de la espada, y Link sintió un calor reconfortante que recorrió su brazo y se extendió por todo su cuerpo. Un símbolo apareció en la empuñadura de la espada, un sello que se formó lentamente, conectando la espada con el joven Hyliano. Era un pacto, una unión sagrada entre él y la Espada Maestra. En ese momento, supo que ya no eran solo un guerrero y un arma; eran uno solo, ligados por un destino común.
La sensación de poder que inundó a Link fue inmediata. Sostener la espada lo hacía sentir más fuerte, más rápido. Su energía, que antes había sido drenada, regresaba a él multiplicada, y su vitalidad se renovaba. La espada no solo había aceptado a Link, sino que ahora incrementaba su poder, como si la misma esencia de la espada estuviera fluyendo a través de él.
Link miró la hoja, sintiendo la conexión profunda con ella, y por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo ni duda. La Espada Maestra era suya, y ahora, él era el héroe que estaba destinado a ser.
Aún con lágrimas en los ojos, pero con un nuevo sentido de propósito ardiendo en su corazón, Link apretó la empuñadura y alzó la espada hacia el cielo, aceptando finalmente el llamado de su destino.
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La luna llena iluminaba el Bosque Perdido, brindando un resplandor plateado que hacía que cada hoja y cada tronco brillaran con un toque místico. El aire estaba lleno de alegría y emoción, aunque también cargado con una suave tristeza. Aquella noche, los Koroks habían organizado una cena especial en honor a Link, una celebración que más que festejar era una despedida. Link no se iría para siempre, pero después de cinco largos años viviendo entre los Koroks y el Gran Árbol Deku, su estadía en el bosque había llegado a su fin. Su destino lo llamaba, y todos lo sabían.
Los Koroks bailaban alrededor de una gran fogata, sus pequeñas risas y movimientos alegres llenaban el ambiente. Sus diminutas formas giraban entre las hojas, creando sombras juguetonas en el claro del bosque. Las luces que los rodeaban, suaves y cálidas, añadían una atmósfera mágica a la escena. Link, por su parte, estaba sentado junto a su amigo más cercano entre los Koroks, un pequeño llamado Makore. Ambos se sentaban en un tronco caído, alejados ligeramente del bullicio de la fiesta, compartiendo una cena que los Koroks habían preparado en su honor.
Link había vivido muchas experiencias en esos años, pero la amistad que había formado con Makore era algo que atesoraba profundamente. A lo largo de su tiempo en el bosque, Makore siempre había estado a su lado, ofreciéndole compañía, consejos y risas cuando más los necesitaba.
—"Este tiempo juntos ha sido increíble, Makore,"— dijo Link, con una sonrisa sincera mientras mordía un pedazo de fruta que le habían ofrecido. —"Nunca imaginé que podría encontrar un hogar aquí... y menos una familia tan especial como ustedes."
Makore, con su habitual alegría, le devolvió la sonrisa, pero esta vez había un matiz de tristeza en sus ojos.
—"También ha sido muy divertido para nosotros, Link. Nunca olvidaremos los juegos, las historias y las batallas. Pero sé que tu lugar ya no está aquí. El mundo fuera del bosque te necesita... aunque siempre estaremos contigo,"— respondió, agitando levemente sus pequeñas ramas en un gesto afectuoso.
Link miró a su pequeño amigo con una expresión de gratitud. A pesar de lo que significaba marcharse, saber que los Koroks siempre estarían "cerca" era un consuelo. Makore, con su sabiduría natural, inclinó la cabeza y añadió:
—"Recuerda, Link. Siempre que veas un árbol cercano, nosotros también estaremos ahí contigo. No importa lo lejos que vayas."
Las palabras de Makore resonaron en el corazón de Link. Sabía que, aunque su camino lo llevara lejos del bosque, los Koroks y el Gran Árbol Deku siempre estarían de alguna manera presentes en su vida. Sin embargo, lo que Makore dijo a continuación lo tomó completamente por sorpresa.
—"Link... he estado pensando mucho, y hay algo que quiero decirte,"— comenzó Makore, adoptando un tono más serio, algo inusual en él. —"He sentido, desde el primer día que llegaste, que tú no eres como los demás Hylianos."
Link, que había estado mirando el fuego de la fogata, giró lentamente su cabeza hacia Makore, con una ceja arqueada en confusión.
—"¿Qué quieres decir con eso?"— preguntó Link, intrigado pero sin perder su calma.
Makore sacudió sus pequeñas ramas con suavidad. —"No sé exactamente cómo explicarlo, pero siempre he sentido que hay algo diferente en ti. Algo más profundo que ser solo un Hyliano. Quizás en tu nueva aventura, podrías buscar respuestas sobre ti mismo, sobre quién eres realmente."
Link, aunque sorprendido, asintió lentamente. No había esperado escuchar algo así en su última noche en el bosque, pero las palabras de Makore sembraron una semilla de curiosidad en su mente. Durante años, había aceptado su vida como un simple guerrero hyliano, pero si había algo más que debía descubrir sobre sí mismo, entonces lo haría.
—"Buscaré esas respuestas, Makore,"— dijo Link, mirando a su amigo con seriedad. —"No sé lo que encontraré, pero te prometo que lo haré."
Makore sonrió, aliviado de haber compartido aquello que había guardado en su corazón por tanto tiempo. La conversación se alivianó después de eso, y ambos volvieron a disfrutar de la fiesta. Los Koroks seguían bailando alegremente, rodeando a Link con su energía festiva. El fuego crepitaba, y la luna observaba todo desde lo alto, como si bendijera la despedida de un héroe.
La celebración continuó hasta bien entrada la noche, llena de risas, música y danzas. Para Link, fue un momento agridulce, una despedida de la paz y la seguridad que el bosque le había ofrecido durante cinco años. Pero también sabía que era el momento de partir.
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Al amanecer del día siguiente, el bosque estaba bañado por la suave luz del sol que apenas se filtraba entre las copas de los árboles. El ambiente era tranquilo, un contraste con la agitación de la fiesta de la noche anterior. Link, vestido con una túnica completamente negra, se preparaba para su partida. La túnica era una hyliana teñida especialmente para él por los Koroks, un símbolo de su tiempo en el bosque y de la conexión que siempre tendría con ellos. En su espalda, la Espada Maestra descansaba en su funda, su brillo ahora más sereno, como si también estuviera lista para el viaje que ambos emprenderían.
Con cada paso que daba hacia la salida del Bosque Perdido, Link sentía una mezcla de emociones. Los Koroks lo despedían desde las sombras, sus risas suaves y sus palabras de ánimo resonaban entre los árboles. Makore fue el último en despedirse, agitando una rama en señal de adiós desde una rama alta.
Link miró una última vez al bosque, respirando profundamente el aire cargado de vida y magia que siempre lo había rodeado. Sabía que no se iba para siempre, que su conexión con este lugar nunca se rompería. Pero el mundo allá afuera lo llamaba, y ahora, con la Espada Maestra en su poder, con su cuerpo y espíritu listos, el verdadero viaje comenzaba.
Sin mirar atrás, Link dejó el bosque, avanzando con paso firme hacia su destino.
La princesa Zelda en el estudio Sheikah
El cálido resplandor de la tarde se filtraba por los amplios ventanales del estudio Sheikah, iluminando los numerosos pergaminos, instrumentos y prototipos que decoraban la sala. Las paredes estaban cubiertas de antiguos textos, diagramas y mapas que detallaban los misterios de la tecnología Sheikah, esa fuente de poder y sabiduría que había guiado al reino durante milenios. En el centro de la sala, dos figuras trabajaban en silencio: la princesa Zelda, cuya belleza inigualable parecía rivalizar con la serenidad del atardecer, y su fiel compañera, Impa.
Zelda estaba inclinada sobre una mesa, con los cabellos dorados cayendo delicadamente sobre sus hombros mientras estudiaba un antiguo dispositivo Sheikah. Sus dedos finos acariciaban la superficie metálica del artefacto, buscando descifrar los complejos símbolos que lo adornaban. A su lado, Impa la observaba en silencio, lista para asistirla en cualquier momento.
"Es fascinante cómo estos dispositivos parecen estar siempre un paso adelante de nosotros, incluso después de tantos años," comentó Zelda, rompiendo el silencio con un susurro de asombro. "A veces, me pregunto si alguna vez seremos capaces de desentrañar todos sus secretos."
Impa, siempre pragmática y centrada, sonrió ligeramente mientras ajustaba una pequeña tableta Sheikah. "La tecnología Sheikah ha sido un misterio incluso para los más grandes sabios. Pero si alguien puede hacerlo, eres tú, princesa."
Zelda soltó una pequeña risa, pero había algo en su tono que no ocultaba cierta nostalgia. Dejó de lado el artefacto que tenía en sus manos y, durante unos momentos, se quedó mirando el horizonte a través de la ventana. La luz del sol teñía el cielo de un naranja profundo, creando un ambiente de calma, pero en sus ojos se podía ver una sombra de pensamientos lejanos.
"Han pasado cinco años..." murmuró de repente, su voz tan baja que casi no parecía que hablara con Impa. "Cinco años desde que se fue."
Impa, que estaba concentrada en su trabajo, levantó la mirada con un ligero fruncimiento en el ceño. Sabía a quién se refería Zelda. A Link. El joven hyliano que había desaparecido tras la fatídica batalla que casi les había costado la vida.
"¿A dónde habrá ido?" continuó Zelda, más para sí misma que para su compañera. "Éramos tan jóvenes entonces... No pasa un solo día sin que me pregunte si está bien."
Impa, con su habitual calma, se acercó a la princesa y le colocó una mano en el hombro, en un gesto de apoyo. "Es imposible saberlo con certeza, pero hay algo que está claro, princesa: si alguien puede sobrevivir allá afuera, es él. Lo viste con tus propios ojos."
Zelda asintió, pero su mente no podía evitar retroceder a aquellos días, cuando ambos apenas eran adolescentes enfrentándose a un destino que no comprendían del todo. "Recuerdo ese día... la batalla. Nos atrapó desprevenidos. Tú, Impa, tardaste meses en despertar del coma... pero él… Link solo necesitó una semana para recuperarse por completo. Y apenas tenía 12 años."
Impa suspiró, recordando aquel suceso. "Fue un milagro, sin duda. Yo misma no lo creía posible. Me tomó tres meses sanar lo suficiente para ponerme de pie. Verlo recuperarse en una semana... eso no es normal, ni siquiera para alguien como él."
Ambas se sumieron en sus pensamientos, cada una reflexionando sobre la misteriosa fortaleza de Link, sobre cómo su cuerpo parecía tener una capacidad de recuperación fuera de lo común, algo que ni la princesa ni Impa habían visto antes en ningún otro guerrero.
El silencio en el estudio comenzó a volverse palpable, como si la presencia de Link, aunque ausente, llenara la habitación con un aire de melancolía. Zelda se llevó una mano al corazón, recordando la profunda conexión que había sentido con él, una conexión que no había logrado entender por completo en su momento.
Justo cuando las dos mujeres estaban perdidas en sus pensamientos, un sonido agudo rompió la tranquilidad de la sala. Era una alarma, un eco metálico que resonaba en todo el estudio. Zelda e Impa se levantaron al instante, sus cuerpos tensos.
"¿Qué sucede?" preguntó Zelda, mirando hacia la entrada.
Impa, con reflejos rápidos, tomó una pequeña tableta Sheikah y la activó. El dispositivo proyectó una imagen holográfica de los alrededores del castillo de Hyrule, donde se podían ver varios puntos rojos moviéndose rápidamente hacia la ciudad. "Monstruos," murmuró Impa, su tono más serio que nunca. "Están atacando."
Zelda frunció el ceño, su mente abandonando de inmediato cualquier pensamiento sobre el pasado. "Debemos actuar rápido. No podemos permitir que lleguen al castillo."
Impa asintió, ya preparándose para lo que vendría. "Yo me encargaré de coordinar a los guardias. Tú, princesa, asegúrate de proteger los laboratorios y las torres de vigilancia."
Zelda se ajustó el manto con decisión, su semblante sereno pero determinado. Aunque los recuerdos de Link aún pesaban en su corazón, sabía que el deber siempre estaba primero. Era la princesa de Hyrule, y en ese momento, su reino la necesitaba.
Sin más palabras, ambas salieron del estudio, listas para enfrentar el caos que se avecinaba.
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El laboratorio Sheikah, ubicado ahora en las profundidades del castillo de Hyrule, había crecido considerablemente en los últimos cinco años. Las paredes de piedra, reforzadas con tecnología Sheikah, se alzaban alrededor de un espacio que ahora no solo estaba dedicado a los estudios de los Guardianes, sino también al perfeccionamiento de las armas ancestrales. Era un lugar donde la ciencia y la magia se entrelazaban, donde la sabiduría ancestral de los Sheikah convergía con los avances tecnológicos más modernos. Prunia, la mente brillante tras muchos de estos descubrimientos, supervisaba la sala con su energía habitual, mientras su fiel asistente, Rotver, ajustaba los detalles en una nueva terminal de datos.
Sobre una plataforma de exhibición, varias armas ancestrales brillaban bajo la luz azulada que emanaba de los dispositivos Sheikah. Las antiguas y pesadas espadas que una vez solo los guerreros más experimentados podían manejar, como el imponente mandoble que había usado Rohin hace cinco años, habían sido refinadas. Ahora, esas armas ancestrales eran mucho más ligeras, con un diseño elegante y manejable, lo que permitía que cualquier soldado pudiera empuñarlas sin dificultad.
"Los avances de estos cinco años han sido simplemente... asombrosos," murmuró Rotver mientras verificaba una de las nuevas espadas, su filo reluciente irradiando un poder latente. "Hemos conseguido comprimir la energía ancestral en armas mucho más accesibles."
Prunia, con su característica mezcla de entusiasmo y concentración, se encontraba al otro lado del laboratorio, manipulando un panel de control con una sonrisa de satisfacción. "¡Y eso no es todo!" exclamó, casi brincando de emoción. "Estamos a punto de terminar algo aún más revolucionario."
Rotver dejó de lado la espada y se acercó al dispositivo central que Prunia estaba afinando. Era una máquina imponente, rodeada de pantallas holográficas y pequeños brazos mecánicos que danzaban a su alrededor, ajustando los componentes finales.
"El Detector de Niveles ha sido una maravilla en estos años," comentó Rotver, observando los últimos retoques que Prunia aplicaba. "Pero esta nueva versión... es algo más allá de lo que jamás imaginamos."
Prunia asintió con entusiasmo, sus ojos brillando tras las gruesas gafas que siempre usaba. "¡Así es! Ahora no solo podremos leer el nivel total de una persona, sino también desglosar cada estadística individual: fuerza, resistencia, velocidad, magia... todo estará ahí, a detalle. Podremos ver exactamente en qué áreas sobresale cada guerrero. Además," añadió con un gesto dramático, "la máquina podrá identificar habilidades basadas en el análisis del ADN del sujeto."
Rotver, aunque acostumbrado al entusiasmo contagioso de Prunia, no podía evitar compartir su emoción. "¿En serio? ¡Eso es increíble! Cada soldado tendrá una guía personalizada de entrenamiento según sus talentos innatos."
Prunia asintió con una sonrisa satisfecha, observando cómo los datos comenzaban a fluir en las pantallas. "Exacto. Con mucho esfuerzo, hemos logrado descifrar esa información oculta en el ADN. Ahora, podremos visualizar no solo el potencial de un guerrero, sino también qué habilidades únicas posee. Es algo que nunca creímos posible antes."
Mientras terminaba de ajustar la máquina, Prunia se detuvo por un momento, sus pensamientos viajando hacia el pasado. "¿Sabes, Rotver? Me encantaría que Link estuviera aquí para probar este nuevo detector," dijo con una leve sonrisa nostálgica. "Siempre tuve curiosidad por saber cuán fuerte se ha vuelto. Han pasado cinco años desde que desapareció, y aunque nunca lo admití en su momento, siempre supe que había algo especial en ese chico."
Rotver, con una leve sonrisa, asintió. "Link... Sí, me pregunto dónde estará ahora. Ese niño siempre me impresionó con su voluntad y determinación."
Prunia suspiró, deteniéndose un momento para contemplar una pantalla en blanco. "Tendría unos... ¿17 años ahora? Probablemente un joven alto, fuerte... y sin duda muy guapo. Al fin y al cabo, tiene los genes de Rohin, y esos ojos y ese cabello de su madre, Saria... siempre tan intensos, tan llenos de vida."
Un suave silencio llenó el laboratorio por un momento, mientras Prunia se perdía en sus pensamientos. Sin embargo, la calma fue interrumpida bruscamente cuando un sonido agudo resonó por toda la sala. Era la alarma del castillo, clara y urgente. Ambos, Prunia y Rotver, intercambiaron una mirada de preocupación.
"¿Qué está pasando?" murmuró Prunia mientras corría hacia la terminal principal. En la pantalla, los mismos puntos rojos que aparecían en el sistema de alerta del castillo parpadeaban frenéticamente, marcando la entrada de monstruos cerca de la ciudad.
"¡Monstruos atacando!" gritó Rotver, observando la alarma. "No pueden estar tan cerca del castillo..."
Prunia apretó los dientes y ajustó rápidamente la terminal, buscando información detallada sobre la amenaza. "Tenemos que alertar a los soldados. ¡Debemos proteger el laboratorio y las armas ancestrales!"
Ambos se movieron con rapidez, sus mentes ya trabajando en el siguiente paso. Prunia, con la máquina aún brillando a sus espaldas, se giró una última vez antes de salir de la sala. "Me pregunto... si Link estuviera aquí... ¿cuánto habría cambiado en estos años? Pero, por ahora, tenemos que defender lo que hemos logrado."
Y así, Prunia y Rotver salieron del laboratorio, preparándose para enfrentar la amenaza que se cernía sobre el castillo.
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La sala del trono del castillo de Hyrule era majestuosa, bañada por la luz dorada que se filtraba a través de las grandes ventanas de vitrales que contaban la historia del reino. En el centro de la sala, sobre un trono de piedra adornado con oro y gemas, se encontraba el rey Rhoam, un hombre imponente con una barba grisácea que enmarcaba su rostro severo pero sereno. A su alrededor, varios consejeros susurraban en tonos preocupados, la tensión evidente tras el sonido de las alarmas que resonaban en todo el castillo.
La puerta de la sala se abrió de golpe, y un general de la Guardia Real entró a toda prisa. Su armadura relucía bajo la luz, y el eco de sus botas resonaba en el amplio salón mientras avanzaba rápidamente hacia el rey. Los consejeros se apartaron al verlo, dejando espacio mientras él se detenía frente al trono, inclinándose profundamente.
"Majestad," comenzó, su voz firme pero cargada de preocupación, "los monstruos están atacando. Han emergido desde el sur del castillo, en los campos cercanos a las aldeas. Por suerte, el general Rohgar y su escuadrón ya estaban patrullando la zona y se han movilizado para defender la posición."
El rey asintió, su mirada seria clavada en el general. "¿Rohgar está al mando de la defensa?" preguntó, su voz grave resonando en la sala.
"Así es, mi señor," respondió el general. "Sin embargo, los exploradores han reportado que entre las filas enemigas se encuentran Centaleones."
El aire en la sala pareció congelarse de inmediato, y un murmullo de horror se extendió entre los consejeros. El rey frunció el ceño, sus ojos brillando con una mezcla de preocupación y furia contenida. La imagen de la tragedia de hace cinco años, cuando el ataque de esos temibles monstruos casi destruyó una parte del reino, cruzó por la mente de todos los presentes.
"Centaleones…" murmuró el rey, sus puños cerrándose sobre los brazos del trono. La cicatriz emocional de aquella batalla aún no había sanado por completo. "¿Malicia?" preguntó, refiriéndose a la oscura fuerza que había corrompido a los monstruos en ese entonces.
El general negó con la cabeza, un leve suspiro de alivio escapando de sus labios. "No, Majestad. Según nuestros exploradores, esta vez no hay malicia visible en los Centaleones ni en el resto de las criaturas. Son… monstruos normales."
El alivio, aunque presente, no fue suficiente para disipar del todo la tensión en la sala. Sin la influencia de la malicia, los Centaleones seguían siendo criaturas increíblemente poderosas, capaces de devastar ejércitos enteros si no eran tratados con cautela. El rey Rhoam permaneció en silencio por un momento, sopesando la situación.
"Rohgar es uno de nuestros generales más capaces," murmuró el rey, más para sí mismo que para los demás. "Pero necesitará toda la ayuda posible. No podemos permitir que esta amenaza llegue al castillo."
Justo entonces, las puertas de la sala se abrieron de nuevo, y Prunia y Rotver entraron, seguidos de varios Sheikah cargando cajas y artefactos que brillaban con la energía ancestral. Los ojos de todos se posaron sobre ellos mientras avanzaban con determinación.
"Majestad, hemos traído lo que necesita el general," dijo Prunia con su acostumbrada energía, aunque su tono esta vez era más serio de lo habitual. "Este es el arsenal más avanzado que hemos desarrollado en estos últimos cinco años."
Rotver, que caminaba a su lado, señaló las cajas que los Sheikah cargaban, y con un rápido movimiento de su mano activó uno de los dispositivos, revelando varias armas ancestrales refinadas y listas para ser distribuidas.
"Las armas ancestrales han sido perfeccionadas. Estas son más ligeras, más rápidas, y más letales que las de hace cinco años. Los soldados podrán manejarlas con mayor facilidad y eficiencia," explicó Rotver mientras los Sheikah empezaban a desplegar las espadas y lanzas en el suelo, alineándolas para la inspección.
El general que había informado al rey observó las armas con asombro. "¿Estas son las nuevas versiones?" preguntó, admirando las espadas que resplandecían con el brillo azul característico de la energía ancestral.
Prunia asintió, con una sonrisa de satisfacción. "Así es. Ya no son los pesados mandobles que solo guerreros como Rohin podían manejar. Ahora, cualquier soldado con entrenamiento básico puede utilizarlas en combate sin problemas. Tienen el mismo poder destructivo, pero son más versátiles."
El rey se levantó del trono, avanzando hacia el grupo mientras examinaba las armas con detenimiento. "¿Están listas para ser usadas en batalla?"
"Totalmente listas, Majestad," respondió Rotver con confianza. "Los Sheikah también están preparados para asistir en la distribución y el entrenamiento de las tropas en su uso."
El general asintió con seriedad. "Entonces no hay tiempo que perder. Debemos llevar estas armas al frente de inmediato. Nuestros soldados necesitarán toda la ventaja que podamos ofrecerles si vamos a enfrentar a esos Centaleones."
El rey Rhoam dio un último vistazo a las armas antes de dirigir su mirada hacia el general. "Lleva estas armas al sur, distribúyelas entre tus tropas y combate al enemigo. No permitas que los monstruos se acerquen más al castillo."
El general hizo una reverencia profunda, aceptando la orden sin titubear. "Como ordene, Majestad. Prunia, Rotver," añadió, dirigiéndose a ellos, "agradezco su trabajo. Llévennos a la línea de frente. Sus armas podrían marcar la diferencia en esta batalla."
Prunia y Rotver asintieron al unísono, mientras los Sheikah empezaban a mover el arsenal hacia la salida, preparados para armar al escuadrón del general. "Nuestros guerreros estarán más preparados que nunca," afirmó Prunia, siguiendo al general junto a Rotver.
Con rapidez y eficiencia, el general, acompañado por Prunia, Rotver y los Sheikah, abandonaron la sala del trono, dirigiéndose hacia las tropas que aguardaban ansiosas para enfrentarse a los monstruos. Las puertas de la sala se cerraron tras ellos, dejando al rey Rhoam en la quietud de su trono, su mente aún preocupada por la amenaza que se cernía sobre Hyrule.
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Desde la zona de mando, ubicada en lo alto del castillo de Hyrule, el rey Rhoam y la princesa Zelda observaban la batalla en el sur a través de una proyección holográfica generada por la avanzada tecnología Sheikah. La habitación estaba llena de pantallas y dispositivos que mostraban diferentes partes del campo de batalla en tiempo real, mientras que varios consejeros y estrategas militares analizaban cada movimiento. Zelda, de pie junto a su padre, tenía los brazos cruzados y el ceño fruncido, sus ojos llenos de preocupación mientras la batalla se desarrollaba frente a sus ojos.
El rey, con la mandíbula apretada, observaba atentamente la línea de defensa, donde las tropas luchaban por contener a las criaturas que avanzaban desde el sur. Los monstruos se abalanzaban con una ferocidad implacable, pero los soldados de Hyrule, reforzados con las nuevas armas ancestrales, comenzaban a repeler el ataque.
"¿Están listas las tropas para la ofensiva?" preguntó el rey, su voz profunda resonando con autoridad mientras observaba cómo se desarrollaba la situación en el frente.
"Sí, Majestad," respondió uno de los estrategas, sin apartar la vista de las pantallas. "El escuadrón del general que está liderando la defensa ha recibido refuerzos del segundo escuadrón, y todos los soldados han sido armados con las nuevas armas ancestrales traídas por los Sheikah."
El rey asintió, y acto seguido tomó uno de los dispositivos Sheikah que estaban conectados a los sistemas de comunicación del castillo. Gracias a esta tecnología, sus órdenes podían ser escuchadas en todo el reino, amplificadas por aparatos que resonaban desde las torres y puestos de defensa.
"Soldados de Hyrule," comenzó, su voz fuerte y decidida inundando el campo de batalla a través de los altavoces ocultos en las murallas y puestos de avanzada. "Hoy defendemos no solo nuestras tierras, sino también a nuestras familias y nuestro futuro. Estas armas ancestrales que ahora empuñan, forjadas con el poder de nuestra historia, les otorgarán una ventaja significativa. Cada espada, cada lanza, cada arco ha sido diseñado para derrotar a los enemigos más poderosos que han caminado por estas tierras. Luchen con honor, sabiendo que el poder de Hyrule está en sus manos."
A medida que las palabras del rey resonaban a lo largo y ancho del campo de batalla, los soldados que estaban en primera línea de defensa sintieron un renovado sentido de fuerza y propósito. Las armas ancestrales en sus manos brillaban con la luz azulada de la energía Sheikah, sus filos vibraban con el poder latente que contenían, y cada soldado experimentó una oleada de confianza mientras el mensaje del rey llenaba sus corazones.
"¡Por Hyrule!" gritó uno de los comandantes al frente, alzando su espada ancestral. Su grito fue seguido por los gritos de guerra de los demás soldados, que, armados y motivados, cargaron hacia los monstruos con renovada furia. Las espadas y lanzas ancestrales cortaron el aire, cada golpe liberando ráfagas de energía que derribaban a las criaturas con facilidad. Las flechas disparadas desde los arcos ancestrales surcaban el cielo como destellos de luz, impactando a los enemigos con precisión letal.
En la zona de mando, Zelda observaba la batalla con una mezcla de preocupación y determinación. Sabía que cada victoria en el campo de batalla tenía un precio, pero también comprendía la importancia de defender el castillo a toda costa. "Padre," dijo en un susurro, "espero que estas armas sean suficientes. Los Centaleones son criaturas temibles…"
El rey Rhoam, que no había despegado los ojos de la proyección, respondió con calma: "Las armas ancestrales les darán una ventaja, pero necesitarán mucho más que fuerza bruta para detener a esos Centaleones. Nuestros generales lo saben… y están preparados."
Justo en ese momento, en el campo de batalla, los dos generales que lideraban la defensa, Rohgar y Darran, intercambiaron una mirada. Ambos sabían que su presencia en la primera línea de combate ya no era necesaria, pues sus segundos al mando podían manejar a las tropas. Lo que requería de su atención era algo mucho más grande.
"Esos monstruos deben ser detenidos antes de que alcancen las murallas del castillo," dijo Darran, ajustando su armadura y aferrando su lanza con fuerza.
Rohgar asintió, su expresión endurecida mientras observaba a las gigantescas criaturas acercarse en la distancia. "No podemos permitir que avancen más. Si se acercan, podríamos revivir la tragedia de hace cinco años."
Ambos generales dejaron a sus segundos al mando a cargo de las tropas, quienes continuaban combatiendo con las nuevas armas ancestrales, manteniendo a raya a la horda de monstruos más pequeños. Mientras tanto, Rohgar y Darran avanzaron rápidamente hacia donde se encontraban los Centaleones, que eran claramente visibles por su tamaño y poder.
Las bestias, imponentes y salvajes, rugían mientras aplastaban a los soldados desafortunados que no lograban esquivar sus embestidas. Sus cuernos afilados y musculosos cuerpos parecían imbatibles, pero los generales avanzaron sin vacilar, con la determinación grabada en sus rostros.
"Hoy, derribamos a estos monstruos," dijo Rohgar mientras sacaba su espada ancestral de su funda. "¡Por Hyrule!"
Darran, a su lado, levantó su lanza y asintió con una sonrisa fiera. "Que sea hoy el día en que Hyrule recuerde el poder de sus guerreros."
Ambos generales cargaron hacia el Centaleón más cercano, sus armas ancestrales brillando con una intensidad que casi rivalizaba con la furia de las bestias. Los soldados, al ver a sus generales liderando el ataque contra los Centaleones, gritaron en señal de apoyo, sus espíritus elevados por la valentía de los dos comandantes.
La batalla en el sur del castillo de Hyrule fue una verdadera hazaña militar, digna de ser recordada en las crónicas del reino. Los soldados, armados con las refinadas armas ancestrales desarrolladas por los Sheikah, se enfrentaron valientemente a hordas de Bokoblins, Moblins y Lizalfos. Cada golpe de espada, cada disparo de flecha, y cada embestida de lanza ancestral causaba estragos entre los monstruos. Las armas brillaban con la luz azulada característica de la energía Sheikah, cortando el aire con precisión y poder.
Los Bokoblins fueron los primeros en caer, sus toscos cuerpos no podían soportar la fuerza devastadora de los ataques de los soldados de Hyrule. Los Moblins, más grandes y robustos, presentaron un mayor desafío, pero incluso ellos no pudieron resistir la disciplina y coordinación de los escuadrones armados con las nuevas tecnologías. Los Lizalfos, ágiles y astutos, intentaron flanquear las líneas defensivas, pero los arqueros equipados con arcos ancestrales los derribaron antes de que pudieran hacer un daño significativo.
Sin embargo, el verdadero desafío de la batalla fueron los dos Centaleones, monstruos legendarios conocidos por su brutalidad y fuerza abrumadora. Ambos avanzaban con furia, derribando árboles y destrozando el terreno a su paso. Pero los generales Rohgar y Darran, tras dejar a sus escuadrones en manos de sus segundos al mando, se enfrentaron directamente a las temibles bestias.
Con una sincronización impecable y una estrategia cuidadosamente ejecutada, los dos generales lograron contener y finalmente derrotar a los Centaleones. Fue una lucha titánica, donde las espadas ancestrales brillaban con cada golpe que asestaban a las criaturas, y los rugidos de los Centaleones sacudían el aire mientras se resistían hasta el último aliento. Pero, finalmente, los generales, con esfuerzo y determinación, lograron acabar con las bestias.
El campo de batalla, ahora despejado de enemigos, resonó con el grito de victoria de los soldados de Hyrule. El clamor de sus voces se alzó en la llanura, un rugido de triunfo que se extendió por el campo como una ola de esperanza. Los soldados se levantaban entre los cuerpos caídos de los monstruos, sus armas aún brillando con la energía ancestral, sus corazones hinchados de orgullo. No hubo bajas entre las filas de Hyrule, solo unos pocos heridos que fueron atendidos rápidamente. Ninguno de ellos estaba en peligro; el plan había funcionado a la perfección.
Pero entonces, en medio del jubilo, un sonido terrible cortó el aire.
Un rugido, profundo y feroz, cubrió el grito de victoria de los soldados, silenciando de golpe su celebración. Era un rugido distinto, más poderoso, más aterrador que cualquier otro sonido que hubieran escuchado durante la batalla. Todos se volvieron hacia el origen del ruido, y lo que vieron hizo que el miedo recorriera sus cuerpos como un escalofrío.
A lo lejos, entre los árboles derribados, se aproximaba una figura gigantesca. Un Centaleón dorado, una criatura que jamás antes habían visto. Los Centaleones más poderosos de los que se tenía conocimiento eran los plateados, y solo los más valientes o desesperados se atrevían a enfrentarlos. Los generales y soldados conocían bien las diferentes razas: los marrones, los azules, los blancos y los plateados... pero jamás habían oído hablar de uno dorado.
Los ojos de la bestia ardían con furia, y su piel dorada brillaba como un mal presagio bajo el sol. Su imponente cuerpo destrozaba todo a su paso, arrancando árboles de raíz mientras avanzaba a una velocidad alarmante. Cada embestida sacudía la tierra, su respiración era profunda y rítmica, como si la misma tierra temblara bajo su paso. El monstruo cargaba directamente hacia las tropas, y aunque los soldados eran valientes, ninguno podía ignorar la sensación de puro peligro que emanaba de esa bestia.
Los generales Rohgar y Darran, que acababan de derrotar a los Centaleones anteriores, sintieron de inmediato que algo estaba terriblemente mal. Sus instintos gritaban peligro. Sabían que esta criatura no era como las demás; algo en su presencia era diferente, más oscuro, más destructivo. Pero, a pesar de la amenaza abrumadora, no retrocedieron.
"¡Refuerzo mágico!" gritó Rohgar, su voz llena de determinación. Ambos generales activaron la habilidad que todos los soldados de élite dominaban: el refuerzo mágico, una técnica que permitía a los guerreros de Hyrule canalizar su energía mágica en sus cuerpos para fortalecerlos, endurecer su piel y aumentar su resistencia y poder de ataque. Al instante, sus cuerpos comenzaron a brillar con un leve resplandor azulado, y una sensación de fuerza renovada inundó sus músculos.
Darran apretó el mango de su lanza con fuerza, su mirada fija en el Centaleón dorado que se aproximaba rápidamente. "Esta vez no será fácil, Rohgar," dijo con una sonrisa tensa, aunque el temor era palpable.
Rohgar, con su espada ancestral en alto, asintió. "No importa cuán fuerte sea. No permitiremos que llegue al castillo."
El Centaleón dorado rugió de nuevo, y su embestida se aceleró, su cuerpo gigantesco moviéndose como una fuerza de la naturaleza, arrancando el suelo con sus cascos y lanzando los restos de árboles a su paso. Los dos generales se prepararon para el impacto, sus cuerpos ya reforzados con magia, listos para enfrentarse a la bestia más temible que jamás habían visto.
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El Centaleón dorado avanzaba con una fuerza devastadora, cada embestida sacudía el suelo y el viento a su alrededor rugía con furia. Los generales Rohgar y Darran, con sus cuerpos reforzados por la magia, se prepararon para lo que sería la batalla más difícil de sus vidas. Ambos generales eran experimentados y conocían bien la jerarquía de los Centaleones. Los más débiles, los marrones, eran lo suficientemente poderosos como para ser comparados con un soldado de élite que poseyera más de 3000 puntos de poder. Un Centaleón azul era aún más fuerte, comparable a un soldado con 4000 puntos. Los Centaleones blancos eran el equivalente a un general, con aproximadamente 5000 puntos de poder. Y los plateados, temidos y respetados, superaban los 7000 puntos. Estos números, estimados después de muchos combates, dejaban claro que los Centaleones eran enemigos que requerían estrategias, coordinación y, en la mayoría de los casos, mucha suerte para ser derrotados.
Lo que hacía que esta situación fuera aún más desesperada era que los dos Centaleones azules que Rohgar y Darran habían derrotado antes en la batalla, aunque formidables, no representaban el mismo peligro que este Centaleón dorado que ahora enfrentaban. Ambos generales sabían que un enfrentamiento con una bestia de esta magnitud era algo que ningún guerrero había presenciado antes. Nunca se había visto un Centaleón dorado en Hyrule, y si los plateados ya eran considerados casi imbatibles, la idea de un dorado parecía descabellada.
El Centaleón dorado lanzó su primer ataque con una velocidad que no debería ser posible para una criatura de su tamaño. Su espada gigante, bañada en el brillo de un sol que comenzaba a descender, cayó hacia Rohgar con una fuerza aplastante. Rohgar bloqueó el ataque con su espada ancestral, pero el impacto lo hizo retroceder varios metros, hundiendo sus pies en el suelo. La fuerza era abrumadora.
Darran aprovechó la oportunidad para atacar desde el flanco, lanzando una estocada con su lanza ancestral hacia las costillas del Centaleón. Sin embargo, la bestia anticipó el ataque y se giró con una rapidez sorprendente, bloqueando la lanza con su escudo colosal y lanzando un golpe devastador que Darran apenas pudo esquivar.
Los dos generales intercambiaron una mirada mientras se reorganizaban. Sabían que algo no estaba bien.
"Este monstruo es mucho más fuerte que los plateados," dijo Darran, jadeando por el esfuerzo. "No lo podemos manejar como a los anteriores."
"Es descabellado," respondió Rohgar, frotándose el brazo dolorido por el impacto. "He estado midiendo su fuerza. Este Centaleón tiene un poder que ronda los 9000 puntos. ¡Es casi el doble de nosotros!"
Ambos sabían que, incluso con el refuerzo mágico que incrementaba su poder hasta los 6000 puntos, seguían estando muy por debajo del nivel del Centaleón dorado. Cada golpe que bloqueaban les costaba más energía, y la resistencia de sus cuerpos comenzaba a alcanzar su límite.
Pero a pesar de la desesperación, no podían rendirse. Sabían que el destino de Hyrule dependía de su resistencia. Si esa bestia llegaba al castillo, las consecuencias serían catastróficas.
El Centaleón lanzó otro rugido ensordecedor y arremetió de nuevo, embistiendo con su cuerpo dorado que brillaba con una luz temible. Rohgar y Darran lograron esquivar, pero el golpe destrozó el suelo a sus pies, levantando una nube de polvo y escombros. Ambos guerreros se prepararon para el siguiente asalto, conscientes de que no podrían resistir mucho más.
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Mientras tanto, en la zona de mando, la situación comenzaba a tornarse desesperada. Zelda y su padre, el rey Rhoam, observaban la batalla desde las proyecciones holográficas. La tecnología Sheikah les permitía ver en detalle cómo los generales estaban luchando con todas sus fuerzas, pero incluso desde la distancia, podían percibir el poder abrumador del Centaleón dorado.
"Padre, no podemos permitir que esto continúe," dijo Zelda, su voz cargada de preocupación. "Si los generales caen, ese monstruo llegará al castillo."
El rey, con el rostro endurecido, asintió lentamente. Sabía que debía actuar antes de que fuera demasiado tarde. "Tienes razón, Zelda. Impa," llamó, y la líder Sheikah apareció inmediatamente, con una expresión seria en su rostro.
"Moviliza a los Sheikah," ordenó el rey. "No podemos perder a dos de nuestros mejores generales en esta batalla. Debemos reforzar la línea."
Impa asintió sin vacilar. "Sí, Majestad. Los Sheikah se moverán de inmediato." Sin más palabras, giró sobre sus talones y salió rápidamente de la sala de mando, lista para movilizar a sus guerreros.
Zelda observó cómo Impa se retiraba, sabiendo que el tiempo corría en su contra. Miró a su padre, cuyos ojos seguían fijos en la proyección de la batalla, y sintió una profunda inquietud. Algo estaba por suceder.
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En el campo de batalla, los generales Rohgar y Darran seguían intercambiando golpes con el Centaleón dorado, pero sus cuerpos ya mostraban signos de fatiga. Sus músculos estaban tensos, el sudor empapaba sus rostros, y cada golpe que bloqueaban con sus armas ancestrales les robaba más energía.
"Necesitamos una estrategia," dijo Darran, sus ojos buscando desesperadamente una debilidad en la bestia. "No podemos seguir así. Nos agotaremos antes de poder hacerle un daño significativo."
"Lo sé," respondió Rohgar, ajustando su agarre en su espada. "Si logramos distraerlo lo suficiente, podríamos golpear en sus puntos más débiles, pero necesitaríamos más refuerzos."
Justo en ese momento, una sombra se movió rápidamente entre los escombros y las ruinas del campo de batalla. Impa y un escuadrón de Sheikah habían llegado, sus cuerpos ágiles y silenciosos como fantasmas. Las armas Sheikah brillaban con una luz tenue, listas para entrar en acción.
"Generales, estamos aquí para apoyar," dijo Impa con determinación, mientras su equipo se preparaba para lanzar un contraataque coordinado. "No dejaremos que esa bestia avance."
Rohgar y Darran intercambiaron una mirada de alivio. Con los Sheikah en el campo, tendrían una oportunidad real de cambiar el rumbo de la batalla. Sin embargo, justo cuando comenzaban a planear el próximo movimiento, algo inesperado sucedió.
El Centaleón dorado, que hasta ese momento había estado completamente concentrado en los generales y el escuadrón Sheikah, de repente se detuvo. Sus ojos brillaron con un destello de alerta, y su mirada, antes enfocada en los guerreros frente a él, se desvió hacia el horizonte, más allá del campo de batalla.
Rohgar frunció el ceño. "¿Qué está mirando?"
Todos siguieron la dirección de la mirada del Centaleón, y lo vieron.
A lo lejos, caminando lentamente hacia el campo de batalla, se acercaba un joven de aspecto misterioso. Vestía una túnica negra, y sobre su espalda llevaba una espada envuelta en una funda, cuya empuñadura resplandecía con un brillo que parecía no pertenecer a este mundo. Su paso era calmado, y aunque estaba solo, la presencia que emanaba era abrumadora.
El Centaleón dorado, que momentos antes parecía imparable, ahora mostraba signos de inquietud. Se enderezó, su mirada fija en el joven que se acercaba. Y, en un giro inesperado, el monstruo rugió con furia y cambió de objetivo, dirigiéndose rápidamente hacia el muchacho.
Rohgar y Darran, exhaustos pero alertas, no podían creer lo que veían. "¿Quién es ese?" preguntó Darran, atónito.
Impa, que había estado observando con atención, abrió los ojos con sorpresa y una chispa de reconocimiento. "No puede ser..." murmuró.
El Centaleón dorado, sintiendo el peligro, había cambiado drásticamente su enfoque hacia el joven, cuya presencia era suficiente para alterar el curso de la batalla.
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En el laboratorio Sheikah, las luces azuladas de las pantallas parpadeaban constantemente, reflejando el monitoreo de cada rincón del castillo de Hyrule y sus alrededores. Prunia y Rotver seguían trabajando, pero sus ojos nunca dejaban de observar los múltiples hologramas que mostraban el campo de batalla en tiempo real. Desde esa ubicación privilegiada, podían ver no solo la lucha de los soldados, sino también los movimientos del imponente Centaleón dorado que estaba poniendo en peligro a los generales de Hyrule.
Prunia, siempre moviéndose con su característica energía, ajustaba los dispositivos y analizaba los datos que fluían sobre las proyecciones. Rotver, más metódico, revisaba los registros de las armas ancestrales que estaban siendo usadas en el campo.
"Es increíble cómo los generales están resistiendo," murmuró Rotver, admirando la tenacidad de Rohgar y Darran. "Pero no podrán aguantar mucho más a ese Centaleón. Está muy por encima de su nivel."
Prunia, observando las estadísticas proyectadas en las pantallas, se mostró de acuerdo, pero había algo más que llamaba su atención. En una de las proyecciones, una figura empezó a acercarse al campo de batalla. Un joven con una túnica negra caminaba con calma hacia el Centaleón dorado, como si no tuviera miedo del monstruo que hacía temblar la tierra bajo sus cascos.
Prunia entrecerró los ojos, observando al muchacho con más detenimiento. Entonces, algo familiar en su porte y en la forma en que llevaba una espada legendaria en su espalda le llamó la atención. Su mirada se dirigió a la cabellera rubia del joven, y en ese instante, lo supo.
"¡Es él!" exclamó Prunia, con los ojos brillando de emoción y sorpresa. "¡Ha regresado!"
Sin poder contener su entusiasmo, Prunia dio una serie de volteretas hacia atrás, pasando por encima de una mesa y casi saltando sobre Rotver, que apenas pudo apartarse a tiempo. "¡Es Link! ¡Link ha regresado!"
Rotver, sorprendido por la energía explosiva de Prunia, se incorporó rápidamente. "¿Link?" preguntó, atónito. "¿Estás segura? Después de cinco años..."
Prunia asintió frenéticamente, sin dejar de sonreír. "¡Claro que estoy segura! Esa cabellera, esa espada… ¡Es él! Link está de vuelta, y parece que ha cambiado mucho desde la última vez que lo vimos."
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En la zona de mando, la tensión era palpable. El rey Rhoam y la princesa Zelda seguían observando con inquietud el combate a través de los hologramas Sheikah. Cada golpe intercambiado entre los generales y el Centaleón dorado parecía acercarlos más a una inevitable derrota. A pesar de la intervención de los Sheikah y los esfuerzos combinados de Rohgar y Darran, el poder del Centaleón era demasiado.
El rey apretó los puños sobre la mesa de mando, su rostro severo reflejaba la preocupación que intentaba no mostrar. Sabía que si los generales caían, Hyrule estaría en grave peligro.
Zelda, a su lado, observaba cada movimiento en las proyecciones, pero algo llamó su atención. En una de las pantallas, vio una figura que se acercaba al campo de batalla. La imagen no era del todo clara, pero esa silueta y esa cabellera rubia parecían demasiado familiares. Su corazón dio un vuelco cuando lo reconoció. El tiempo pareció detenerse para ella.
"Link..." murmuró en un susurro apenas audible, sus ojos fijos en la imagen holográfica. El nombre se escapó de sus labios, casi como un suspiro, mientras su mente procesaba lo que sus ojos veían.
El rey, al oírla, miró a su hija y luego a la pantalla. "¿Link?" repitió, incrédulo.
Zelda asintió lentamente, su mirada aún fija en el holograma. "Padre... es él. Ha regresado."
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En el campo de batalla, la tensión era palpable. Rohgar y Darran, ya agotados por la feroz batalla contra el Centaleón dorado, apenas podían seguir enfrentándose a la colosal criatura. Cada golpe que recibían, aunque mitigado por la magia de refuerzo, les dejaba más débiles. Sabían que no podrían mantener el ritmo mucho más tiempo.
"Necesitamos una estrategia," dijo Rohgar, jadeando mientras levantaba su espada ancestral. "Este monstruo es demasiado fuerte…"
Darran asintió, también al borde de su resistencia. "Si no encontramos una forma de detenerlo pronto, caeremos."
Antes de que pudieran planear su próximo movimiento, Impa llegó al campo con su escuadrón de Sheikah. "¡Generales!" exclamó, corriendo hacia ellos. "Estamos aquí para apoyar, no podemos permitir que caigan."
Rohgar y Darran se giraron al oír la voz de Impa. Su llegada les devolvió una chispa de esperanza. "Impa, gracias a Hylia que estás aquí," dijo Darran, ajustando su postura. "Esta bestia es más fuerte de lo que jamás habíamos enfrentado."
Impa observó al Centaleón dorado con una mirada aguda y calculadora, pero algo desvió su atención. Al ver cómo el monstruo cambiaba de objetivo de repente, giró la cabeza hacia la figura que se aproximaba desde el horizonte.
Impa entrecerró los ojos y luego, con asombro, murmuró: "No puede ser… Link."
Los generales, que ya estaban agotados física y mentalmente, se quedaron inmóviles por un momento, asimilando lo que Impa acababa de decir.
"¿Link? ¿El mismo Link que desapareció hace cinco años?" preguntó Rohgar, incrédulo.
Darran frunció el ceño, mirando al joven que se acercaba, con una túnica negra ondeando al viento y una espada legendaria colgando de su espalda. "¿El chico prodigio ha vuelto?"
El Centaleón dorado, que hasta entonces había estado enfocado en los generales y el escuadrón Sheikah, ahora rugía de nuevo, pero esta vez con una mezcla de furia y temor. Había sentido peligro. Algo en la presencia de ese joven lo inquietaba profundamente, y sin dudarlo, el monstruo desvió su atención por completo.
El Centaleón, con los ojos encendidos de rabia, cambió su dirección y corrió hacia Link, ignorando a los generales y a los Sheikah por completo. La bestia, que hasta ese momento parecía imparable, ahora tenía un nuevo objetivo.
Los generales observaron la escena con asombro. El regreso de Link no solo había cambiado el curso de la batalla, sino que también había encendido una nueva llama de esperanza.
"Es él, sin duda," dijo Impa, con una mezcla de alivio y asombro. "El ha regresado."
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El viento soplaba con fuerza alrededor de Link mientras se acercaba al campo de batalla, su capa negra ondeando tras él. A lo lejos, el Centaleón dorado rugía de furia, avanzando hacia él con una velocidad que pocos podrían igualar. Pero Link permanecía tranquilo, su mirada fija en la bestia. Cada paso que daba era medido, preciso, como si cada movimiento estuviera ya calculado.
Cuando el Centaleón embistió con toda su fuerza, Link no mostró miedo. El monstruo, enorme y colosal, cargaba con una furia que hacía temblar la tierra bajo sus cascos. Pero, sin necesidad de sacar aún su espada, Link dio un salto hacia atrás con una agilidad sorprendente, flotando en el aire durante un breve instante.
En ese momento, el tiempo se detuvo. Pero esta vez era diferente.
Link lo sintió de inmediato. Su habilidad de "pensamiento acelerado" había evolucionado. A lo largo de los años, con cada combate y desafío que había enfrentado, esa habilidad había pasado a ser algo superior: "procesamiento paralelo". Ahora, no solo podía ralentizar el tiempo a su alrededor, sino que su mente podía realizar múltiples tareas a la vez sin perder la concentración en ninguna de ellas. Podía analizar cada detalle del campo de batalla, cada movimiento del enemigo, y a la vez preparar su siguiente acción con una eficiencia sobrehumana, además de que podía activarlo en cualquier momento que quisiera, no era necesario esquivar o siquiera estar en combate, la habilidad podía ser utilizada hasta para la tarea más banal.
El Centaleón dorado, congelado en el aire en su embestida, fue examinado por Link en milésimas de segundo. En el pasado, su habilidad de "maestro de armas" le permitía manejar cualquier arma con una destreza asombrosa, pero esa habilidad también había crecido, convirtiéndose en "maestro de la guerra". No solo podía usar cualquier arma con maestría sin previo entrenamiento, ahora también veía los puntos débiles de sus enemigos y podía formular complejas estrategias de combate como si fuera un veterano de incontables batallas.
Link observó los movimientos del Centaleón dorado. Su colosal tamaño lo hacía parecer invulnerable, pero no para los ojos de Link. Veía con claridad los puntos críticos en su cuerpo: el punto justo entre las placas de su armadura natural, las articulaciones de sus piernas y brazos, el hueco entre las costillas, donde el poder de la criatura era más vulnerable.
Mientras saltaba hacia atrás, Link desenfundó la Espada Maestra con un movimiento fluido. La legendaria hoja brillaba con un resplandor divino, como si respondiera a la furia de la criatura que se acercaba. En una fracción de segundo, Link había tomado su decisión. Atacaría.
Con el tiempo aún ralentizado, arremetió hacia adelante con una velocidad que ningún ojo humano podía seguir. La Espada Maestra perforó la piel del Centaleón dorado como si fuera una simple hoja de un árbol, sin resistencia alguna ante el filo legendario. Cada golpe que Link asestaba encontraba su objetivo con precisión letal, atacando cada uno de los puntos críticos que había identificado en cuestión de milésimas de segundo.
El tiempo, para los demás, apenas había avanzado, pero para Link, había hecho en instantes lo que otros habrían tardado mucho más en ejecutar. Con una última arremetida, la espada encontró su camino hacia el corazón del Centaleón. La criatura, imparable y colosal momentos antes, cayó de rodillas, su enorme cuerpo desplomándose con un estruendoso golpe en el suelo.
El tiempo volvió a la normalidad. La brisa volvió a soplar, los sonidos del campo de batalla se hicieron audibles de nuevo. Y ante la mirada atónita de todos, el Centaleón dorado yacía muerto a los pies de Link, que permanecía inmóvil con su espada en la mano.
