-Pero madre ¿De verdad es necesario? -abrumado, Draco discutía con Narcissa, tratando de encontrar una salida a aquella situación que tanto le incomodaba.
-Por supuesto que sí, debemos presentar nuestros respetos.
-Pero ¿Por qué no puedes ir tú sola?
La mirada glacial que le dirigió su madre le hizo encogerse, avergonzado, y cerrar la boca mientras ella seguía rebuscando en el armario. Narcissa sacó varias túnicas oscuras que fue poniendo sobre la cama, pensativa.
Tras comparar mentalmente unas prendas con otras, finalmente movió el conjunto elegido cerca de Draco. Sólo entonces se dignó a mirarle, apoyando las manos en las caderas.
-Tenemos que ir, Draco. Augustus era importante para mí, y me gustaría no tener que pasar por este trance sola. Tu padre no puede ir, así que tienes que acompañarme tú.
Draco agachó la cabeza, sin decir nada. Sabía que su madre tenía razón, y que asistir al funeral era lo más adecuado, pero...
Todos van a estar allí.
Sus amigos. Sus antiguos compañeros de Slytherin. Sus cómplices. Las mismas personas que le habían dado la espalda cuando más lo necesitaba.
No se lo reprochaba, él hubiese hecho lo mismo de haber estado en su lugar, pero eso no significaba que el rechazo doliese menos.
Draco se había esforzado en olvidarles, en centrarse en el bienestar de sus padres y en proteger la relativa calma de su pequeño hogar. No le importaba la soledad, pero el problema de acostumbrarse a estar solo era que cada vez se hacía más difícil romper la barrera que le separaba del exterior.
Pero debía hacer de tripas corazón. Por su madre.
Y si Draco sabía hacer algo era cerrar la boca y ocultar lo que pensaba y sentía. De algo había servido ser mortífago.
ooo
Había más gente de lo que había pensado.
Augustus Greengrass había sido un hombre muy popular en la sociedad mágica, labrando amistades a lo largo de su larga vida. Y ahora, todos aquellos que le habían llamado amigo o protector habían acudido a su funeral para honrarle.
Draco se dio cuenta de que estaba apretando los puños con fuerza, y luchó por respirar de forma lenta y calmada, y controlar el instinto de agachar la cabeza y rehuir la mirada de los presentes. Debía mostrarse tranquilo y relajado, aunque sólo fuese por su madre.
Poco a poco fue reconociendo caras familiares entre el mar de túnicas oscuras que se agrupaban en el jardín de los Greengrass. Vio a la profesora McGonagall hablando con el profesor Slughorn y reconoció el sombrero característico del profesor Flickwick. Evitó mirar de forma directa a los Lovegood y a los Weasley y saludó con la cabeza a viejos conocidos que trabajaban en el Ministerio o el Callejón Diagón.
Y por supuesto, también vio a sus antiguos compañeros de Slytherin.
Draco vaciló acerca de lo que debía hacer, preguntándose si su presencia sería bienvenida, pero Narcissa le dio un pequeño empujón antes de acudir a dar el pésame a la familia del difunto.
Luchando por mantenerse tranquilo, Draco se decidió a seguir su ejemplo, y avanzó hasta su antigua compañera de curso, Daphne.
Esta le miró sorprendida, y para el desconcierto de Draco, le sonrió.
-¡Draco! Gracias por venir.
-Lamento mucho tu pérdida -respondió él de forma mecánica, sin saber qué más decir. Daphne, sin embargo, se encogió de hombros.
-El abuelo era muy mayor. Decía que estaba deseando poder descansar -forzó una sonrisa, conteniendo admirablemente su tristeza-. Mi padre lo está llevando peor. Debía pensar que el abuelo era inmortal...
Draco murmuró algo a modo de respuesta, y miró inseguro a su alrededor. De momento, ninguno de sus antiguos compañeros le había dado la espalda, pero tampoco parecían ansiosos por acercarse a él.
Sus ojos se cruzaron con los de Pansy Parkinson, y por un segundo su corazón dio un brinco en su pecho. Se sintió culpable y avergonzado a la vez. A pesar de todos los años que habían pasado juntos, y de que ella había sido su novia, Draco la había dejado de lado sin dar explicaciones, en algún momento entre sexto y séptimo curso.
Aquellos meses habían sido demasiado caóticos y aterradores, y su mente estaba puesta en otra parte. Otros asuntos habían adquirido prioridad, y Pansy había sido relegada más y más al fondo de su mente.
Y aun así, ella había sido la única en escribirle antes del juicio, y tras ser liberado de Azkabán, pero Draco había procrastinado a la hora de enviar su respuesta, y al final no había escrito nada.
Los ojos de Pansy, sin embargo, no expresaban rencor, sino incomodidad y tristeza, y sus labios esbozaron una sonrisa de circunstancias a la que Draco replicó con tirantez.
Junto a ella, Theodore Nott le miraba con seriedad, pero inclinó la cabeza a modo de saludo. Sin embargo, los demás no fueron tan acogedores.
Goyle, su viejo e inseparable compañero, ni siquiera le miró, como si no existiera, pero Draco no se lo reprochó. Su padre había sido besado por los dementores en el ataque a las celdas, en lugar de Lucius, y los débiles intentos de Draco por expresar su pésame habían sido ignorados.
Tracey Davis le lanzó una mirada socarrona, y murmuró algo al oído de Marcus Flint que Draco no entendió, pero que hizo que el otro esbozase una sonrisa burlona.
Miles Bletchley, Terence Higgs y sus otros compañeros del equipo de Quidditch, mostraban sin tapujos sendas expresiones de desdén, como si su presencia fuese molesta y desagradable.
Draco sintió que se le helaba la sangre ante aquellas muestras de antipatía, pero respiró hondo y apretó los labios para no caer en la provocación. No debía ceder a su impulso de maldecirles. Aprovechó la llegada de Millicent Bulstrode para retroceder discretamente, y cuando estuvo seguro de que nadie le miraba, se alejó del grupo.
A grandes zancadas recorrió los escasos metros que le separaban de unas escaleras de mármol que descendían a un nivel inferior de los jardines. Los árboles y las plantas crecían de forma aparentemente aleatoria en esa zona, y no le resultó difícil perderse en la espesura.
Sólo entonces se dio cuenta de lo agitada que era su respiración y de cómo su cuerpo entero temblaba. Aún no sabía si era ira o rabia lo que le hacía sudar de esa manera. Unos años atrás, ninguno de esos idiotas se habría atrevido a tratarle así.
Al contrario, en otras circunstancias, él hubiese sido el centro de atención, flanqueado por sus fieles amigos Crabbe y Goyle, dictando el ritmo de la conversación y recordándoles a los demás que él, Draco Malfoy, estaba en la cúspide de la pirámide de poder de Slytherin.
Pero eso fue antes de la guerra, antes de la Marca, antes de Azkabán. Ahora, Draco debía darse por satisfecho de que le dejasen salir de la Mansión Malfoy sin escolta.
Respira hondo.
Aún agitado, Draco apoyó la espalda contra un árbol, luchando por controlar su respiración. Los conocidos síntomas de un ataque de pánico amenazaban con someterle. Pero debía ser fuerte, debía resistirse.
No podía permitir que el trabajo del último año se evaporase por unas miradas desdeñosas.
Fue entonces cuando un sonido inesperado desvió sus pensamientos de la espiral de agonía que le consumía.
Alguien está llorando.
Draco permaneció inmóvil durante unos segundos, escuchando los sollozos, sin saber qué hacer. En teoría, él no debería estar allí, y si salía de su escondite revelaría que había estado merodeando sin permiso por donde no le correspondía.
Pero por otro lado, su conciencia se retorcía culpable. Hacía tiempo que se había jurado a sí mismo que no volvería a mirar hacia otro lado mientras otra persona necesitase ayuda.
Lentamente, luchando contra sí mismo, Draco se asomó hacia el otro lado del árbol, y vio la figura de una chica vestida de negro, encogida sobre un banco de piedra. Ella se tapaba la cara con las manos, sollozando.
-¿Estás bien? -se atrevió a preguntar, y el sonido de su voz hizo que la chica se sobresaltase y le mirase con alarma. Al bajar las manos, Draco pudo atisbar el breve brillo verdoso de la gema de un anillo que ella apretaba entre sus manos.
Ella se secó la cara a toda prisa, como si sus lágrimas fuesen algo vergonzoso que debía ocultar, y trató de recuperar la compostura.
-No te había visto... -se disculpó con voz temblorosa. Por un segundo, Draco pensó que había visto su cara en algún sitio, pero no fue capaz de recordar dónde.
-Es culpa mía, me he acercado sin avisar -se apresuró a decir. Titubeante, se acercó a ella, y sacando un pañuelo de su bolsillo, se lo entregó. Ella lo aceptó, esbozando una tímida sonrisa.
Debido a la cercanía, Draco pudo apreciar el brillo de sus ojos verdes, aún enrojecidos por el llanto.
-¿Te encuentras mejor?
-Sí, sólo necesitaba estar a solas unos minutos. Pero no te estoy echando -se apresuró a añadir, viendo que él agachaba la cabeza con culpabilidad-. De todas formas, debería regresar. Seguro que me están buscando.
Draco comprendió que ella debía formar parte de la familia Greengrass, pero no conseguía recordar quién era. Estuvo tentado a preguntarle su nombre, pero sabía que quedaría como un idiota si lo hacía. Decidió que le preguntaría a Narcissa en cuanto tuviese la oportunidad.
-¿Quieres que te acompañe? -preguntó. No le parecía bien dejarla allí sola llorando.
Si alguien nos ve ahora, pensarán que le he hecho algo.
Ella abrió la boca para responder, pero un recién llegado la interrumpió.
-¿Astoria? Tu madre te está buscando.
-Gracias Blaise -ella se puso en pie y se alisó la falda. Antes de girarse, pareció recordar algo, y alargando su mano, le devolvió a Draco su pañuelo-. Gracias -susurró, con una tímida mirada, antes de dirigirse apresurada hacia el recién llegado.
Este miró a Draco con la ceja levantada, pero no dijo nada. Draco también guardó silencio y se limitó a seguirles a cierta distancia.
Cuando regresaron a la zona principal del jardín, los invitados ya habían tomado asiento. Draco se situó junto a su madre, intentando prestar atención al funeral, pero sus ojos se posaban de vez en cuando en la figura de la misteriosa desconocida.
Aunque ya no era una desconocida. Esa era la hermana menor de Daphne.
Astoria.
ooo
Draco se vestía despacio, como si la lentitud de sus movimientos fuese a retrasar lo inevitable. Deseaba con todas sus fuerzas no tener que acudir a esta cita. Y sin embargo, había sido él mismo el que la había organizado.
En los últimos meses, él había tomado la iniciativa en el pequeño negocio de compraventa de arte que había iniciado su madre, y ella parecía estar conforme con su nuevo papel. Aquella era la única fuente de ingresos de la familia Malfoy, y ambos se preocupaban de que saliese bien.
Draco estaba satisfecho con lo que hacía, a pesar la aparente pérdida de estatus. No sólo era una actividad que no tenía nada que ver con las artes oscuras, sino que además le daba la excusa perfecta para salir de casa.
Si no hubiese sido por el arte, Draco se habría convertido en un ermitaño, rehuyendo enfrentarse a la gente y a sus miradas inquisidoras que le juzgaban sin parar.
Quizá por eso Narcissa apoyaba su iniciativa. Para ella ya no había futuro posible, pero Draco aún tenía toda la vida por delante, y debía vivirla como fuera.
Pero Draco aborrecía al cliente con el que debía reunirse ese día. Gauve Greengrass era el sobrino y representante del difunto Augustus Greengrass, quien había sido el dueño de los hoteles y restaurantes más lujosos de Europa.
Debido a su avanzada edad y a su enfermedad, Augustus había delegado en Gauve la toma de decisiones acerca de la decoración de los hoteles. Pero este no sólo no guardaba el mismo afecto de su tío hacia la familia Malfoy, sino que además tenía un gusto de lo más aburrido.
A pesar de encargar constantemente nuevos elementos de decoración, su estilo era clásico, sobrecargado y obsoleto y para nada interesante.
Draco había visto esa clase de decoración durante toda su vida, pues había crecido rodeado de esos mismos candelabros dorados y lámparas de cristal. Era el mismo estilo lujoso y decadente que atraía a todas las familias adineradas.
Pero tenía que acudir a la reunión, no sólo porque formaba parte de su trabajo, sino porque los Greengrass habían sido los únicos que no les habían dado la espalda después de la guerra.
Quién sabe, quizá ahora que el patriarca ha muerto ya no quieran saber nada más de nosotros.
Pero debía asistir a la reunión. Se lo debía a su madre.
Sin embargo, aún tenía tiempo de darse un capricho antes.
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La exposición estaba situada en el centro de Londres, y se llamaba "El tiempo rompe con la tradición". Era un despliegue de arte moderno, creado por el visionario Akito Manawa, un artista recién descubierto que había tomado al mundo del arte por sorpresa.
Sus obras eran sutiles y delicadas, de líneas limpias y sencillas que usaban el cristal y el hielo como componentes principales. Manawa no perdía el tiempo en falsas decoraciones o brillos innecesarios. Todas sus obras parecían vibrar y reflejaban la luz de forma discreta y elegante.
Pero lo que había atraído a Draco era el reloj.
Se trataba de una gran escultura de hielo y cristal que se erguía en mitad de la sala. Agua, hielo y vapor se mezclaban, fundiéndose, evaporándose y condensándose de forma rítmica, mostrando el paso del tiempo de forma fría e implacable.
Draco sintió cómo su espíritu se aliviaba al observar aquel portento que unía a la magia y el diseño. Aquello era una auténtica obra de arte, hermosa y delicada. Era perfecta. Ojalá pudiese replicarlo de alguna manera.
Lo observó durante interminables minutos, hipnotizado, hasta que su mente recordó a regañadientes que tenía un trabajo que hacer.
Mucho más animado que esa mañana, Draco salió del museo y se apareció cerca del hotel Greengrass Londres, donde se llevaría a cabo la reunión.
ooo
Un elfo vestido de elegante uniforme trajo el té, mientras Draco esperaba pacientemente a que el agente llegase.
Gauve sentía un inmenso placer al hacerle esperar. Era una muestra de arrogancia y poder contra la que Draco no podía hacer nada, salvo mostrarse indiferente y educado.
Su anterior euforia iba apagándose poco a poco al estar en aquella sala sobredecorada. Frunciendo los labios, miró al catálogo que su madre había recopilado con tanto esmero. Como siempre, Narcissa había hecho un trabajo impecable, y Draco deseó ser capaz de admirarlo plenamente.
Pero es tan aburrido.
Y entonces, la puerta de la sala se abrió, y Draco se quedó sin saber cómo reaccionar. Aquel no era Gauve.
Es Astoria.
La joven entró con confianza, vestida de forma elegante pero sobria. Traía un conjunto de pergaminos en sus brazos, y su cara mostraba una expresión de hastío.
-Perdona por hacerte esperar, he tenido un pequeño contratiempo -se disculpó, a la vez que levantaba su varita por encima de su hombro y cerraba la puerta de golpe. Draco pudo escuchar las protestas ahogadas del agente, quien se había golpeado la cara contra la madera.
Draco estaba confundido, pero recordando su buena educación se levantó a toda prisa y le tendió la mano.
-¿Astoria? -preguntó, comprobando que había memorizado el nombre correcto-. No esperaba verte por aquí.
-Nadie se lo esperaba. Ha sido una desagradable sorpresa para todos -suspiró ella, con un deje de enfado. Se sentó frente a Draco y él la imitó, más confundido todavía. Pudo oír unos tímidos golpes en la puerta, pero Astoria no se inmutó.
-Ese es...
-Mi tío Gauve -Astoria replicó con sequedad, ordenando los pergaminos frente a ella-. Hoy no nos acompañará.
-¿Por qué no?
Los ojos verdes le miraron con un eco de enfado, pero Astoria frunció los labios y se sentó muy tiesa.
-Ahora soy yo la que está al frente de los hoteles.
-¿En serio? ¿Desde cuándo?
-¿No has leído el periódico? -Astoria le miró con incredulidad pero él negó con la cabeza. Esa mañana no había prestado atención a las noticias, ocupado como estaba en preparar la reunión.
Ella le tendió una copia del Profeta, y Draco pudo leer el encabezado que decía "Astoria Greengrass hereda el imperio hotelero de su abuelo".
-Vaya, enhorabuena -la felicitó, pero se corrigió a toda prisa-. Aunque lamento que hayas tenido que heredar de esta manera.
La expresión de la joven se suavizó, y por primera vez se mostró cansada y triste.
-Mi abuelo nos dio una sorpresa con su testamento. Todos sabíamos que mi padre heredaría todo, y por supuesto, mi hermana sería su sucesora. Pero no esperábamos... -agitó la cabeza con confusión y pesar.
-¿Por qué los hoteles?
Astoria se encogió de hombros.
-El abuelo dijo que necesitan un enfoque nuevo y la dirección de alguien joven que traiga nuevas ideas -se miró las manos, abrumada-. Es cierto que me entrenó en el negocio, pero no me esperaba que pasase esto. Pensaba que simplemente me estaba animando a emprender algo por mí misma.
-Si he de ser sincero... me alegro de no tener que discutir con Gauve acerca de los candelabros -Draco intentó bromear torpemente para suavizar el ambiente.
-Mi tío no está muy contento -Astoria sonrió a su pesar-. Pero creo que puedo tomar mis propias decisiones sin su ayuda.
-En tal caso... -Draco deslizó el catálogo hacia ella-. ¿Qué deseas añadir a la suite principal?
-Había pensado... en tomar un enfoque distinto -Astoria miró al catálogo de reojo, pero no hizo ademán de abrirlo-. Me gustaría darle un toque más moderno a los hoteles. No te ofendas, pero lo que tengo en mente difiere mucho de la mercancía que acostumbras a tratar.
Draco captó el mensaje entre líneas. Astoria le estaba despidiendo. A ella tampoco le gustaba el estilo antiguo y sobrecargado que Narcissa tanto apreciaba.
Con los hombros caídos, Draco bajó la mirada, y entonces vio un extraño dibujo sobresaliendo entre los pergaminos que Astoria había puesto sobre la mesa. Se trataba de un boceto de uno de los modernos rascacielos que los muggles habían construido en el centro de Londres.
Los magos solían mirarlos con desdén sin comprender aquel toque de modernidad, pero la visión del edificio de cristal y acero le dio una idea.
-¡Espera! ¿Qué es lo que estás buscando? Quizá pueda encontrarlo para ti -ofreció, antes de que ella pudiese levantarse de la mesa.
Astoria titubeó, no queriendo ofenderse.
-Aún no tengo claros los detalles, pero me gustaría que los hoteles tuviesen un aspecto más moderno y menos...
-¿Agobiante? ¿Quieres algo que sea diferente y rompedor? -Draco se inclinó hacia delante, con los ojos brillantes. La imagen del rascacielos seguía grabada en su mente-. Creo que puedo encontrar algo así. Dame algo de tiempo para que pueda reunir varias propuestas.
Astoria se mordió el labio, titubeando, y Draco aguantó la respiración.
Por favor, que diga que sí.
Aquella era la oportunidad que había estado buscando. Por fin podría ofrecer algo que no fuese pan de oro y cristal de Murano. Por fin podría hacer algo divertido.
-De acuerdo, podemos planificar otra reunión cuando tengas lista tu propuesta -accedió Astoria, haciendo que Draco sonriese-. De todas formas, la decoración es sólo uno de los múltiples detalles de los que tengo que ocuparme.
-No te haré esperar -Draco se puso en pie, con más energía de la que pretendía, pero no le importó. Estrechó con fuerza la mano de Astoria antes de despedirse, dejándola sorprendida y sin palabras.
Ya en la calle, no pudo dejar de sonreír. Por fin tenía ante él el cambio que había estado esperando.
¿Qué más sorpresas le depararía Astoria?
ooo
Draco pasó la siguiente semana buscando información acerca de los objetos que podrían interesarle a Astoria. Parte del trabajo había sido fácil, pues solamente había tenido que coger como referencia las cosas que le gustaban a él.
Sin embargo muchos de los artistas a los que admiraba solamente hacían obras por encargo y de forma muy exclusiva. Nada que pudiese usarse para decorar un hotel.
Pero al final de la semana Draco había conseguido una más que decente lista de artesanos, artistas y contactos que podrían ser útiles. Ahora sólo le faltaba convencer a Astoria de que él podía ofrecerle lo que ella necesitaba.
La reunión no fue tal y como había imaginado. Al principio Astoria se había mostrado muy silenciosa y pensativa, y Draco no sabía si eso se debía a que sus ideas eran demasiado diferentes a lo que la chica tenía en mente, o porque ella estaba impresionada de verdad.
Sin embargo, Draco siguió con su presentación, y sin darse cuenta dejó que su entusiasmo bañase sus palabras, mientras explicaba la historia de los objetos y la visión de los artistas. Astoria le miró de reojo un par de veces, pero no dijo nada.
Y finalmente, ella le interrumpió, justo cuando le estaba mostrando un candelabro diseñado por Akito Manawa.
-Esto es lo que estaba buscando -sus ojos estaban clavados en la fotografía, sin pestañear-. Es hermoso y delicado. Es toda una obra de arte.
-Si te gusta ese artista, deberías ir a ver su exposición. Es una de mis favoritas -por primera vez se miraron a los ojos, y Draco volvió a asombrarse del tono claro de sus ojos verdes.
-¿Crees que aceptaría el encargo de diseñar para mí?
-No lo sé, nunca he tenido la oportunidad de hablar con Manawa, pero supongo que se podría intentar. He oído que es muy protector de su trabajo y de su intimidad, así que debemos tener cuidado de no ofenderle.
-Yo no quiero que haga copias idénticas de sus obras, quiero que cada pieza sea única e irrepetible. Me gustaría poder usar los hoteles como una exhibición de arte -Astoria sonrió, exponiendo su idea en voz alta-. Quiero poder crear algo que la gente pueda admirar además de usar.
-Estoy convencido de que será impresionante -coincidió Draco. Y de repente tuvo una idea-. Tienes hoteles por toda Europa ¿Verdad? ¿Por qué no utilizas a artistas locales? Eso hará que cada uno sea distinguible de los demás.
Astoria abrió mucho los ojos, sorprendida, pero sonrió, aprobando la sugerencia.
-Eso era lo que quería hacer. Que los clientes deseen viajar no sólo por el hecho de conocer diferentes sitios, sino por poder disfrutar de la experiencia de vivir en una exposición viviente -su sonrisa era soñadora, y por primera vez su cara relució al pensar en las posibilidades. Pero casi al instante, pareció avergonzarse de decir eso en voz alta, y miró a Draco con una mirada cargada de inseguridad y dudas.
-A mí me encantaría poder experimentar algo así -asintió él, fingiendo que no se había dado cuenta. Y sin embargo, sus palabras no podían ser más sinceras. Estaba impresionado por la imaginación de Astoria, y deseoso de poder participar en su proyecto.
Es totalmente diferente a lo que me había esperado.
Astoria también sonrió, antes de apartar la mirada y contemplar pensativa los pergaminos y las imágenes distribuidas por la mesa. Entonces volvió a mirar a Draco, y con resolución, extendió su mano.
-Creo que tenemos un acuerdo, señor Malfoy.
Más contento de lo que había estado en mucho tiempo, y sintiendo la súbita aceleración de su pulso, Draco le estrechó la mano con fuerza.
ooo
Narcissa tenía una misión que cumplir y no se daría por vencida hasta terminarla.
Un potencial cliente había contactado con ella preguntando acerca de la posibilidad de adquirir unos jarrones, y estaba dispuesto a pagar por adelantado. Obviamente, ella no iba a dejar pasar esa oportunidad.
Draco la acompañó en su visita por todos los anticuarios del Callejón Knocturn y el Callejón Diagón, esperando silenciosamente a su lado mientras ella preguntaba y negociaba.
La mayoría de los tenderos le miraba de reojo con recelo, sin saber qué pensar de un antiguo mortífago aparentemente redimido. Sin embargo, Narcissa disfrutaba de un estatus especial que despertaba compasión. Al fin y al cabo, ella había salvado al famoso Harry Potter, y El Elegido había hablado a su favor en público.
Draco intentaba no verse afectado. Él sólo quería aprender todo lo posible para hacer bien su trabajo. Pero al final de la mañana, su humor había empeorado, y un par de comentarios murmurados por el dependiente casi le hicieron perder la paciencia.
Excusándose, salió a la calle, llenando sus pulmones para relajarse. Miró a su alrededor, pensando en lo que podría hacer mientras su madre terminaba la negociación. Entonces reconoció a una joven sentada en la terraza de la cafetería más cercana.
Es Astoria.
Ella dibujaba en un pergamino, mirando frecuentemente al edificio que tenía frente a ella. Draco estaba demasiado lejos para distinguir los detalles, pero recordando el dibujo del rascacielos que había visto durante su primera reunión, sintió curiosidad.
-¿Astoria? -preguntó de forma tentativa, deteniéndose a un par de pasos de su mesa. Ella giró la cabeza de golpe, y de forma apresurada escondió el dibujo debajo de otros pergaminos. Sin embargo, su sonrisa se ensanchó al reconocerle.
-¡Hola Draco! ¿Qué haces por aquí?
-Estaba acompañando a mi madre mientras buscaba unas antigüedades, pero la misión se está alargando demasiado.
-Pensaba que eso te gustaba.
-Digamos que los métodos de mi madre y los míos son muy diferentes -Draco se encogió de hombros-. ¿Qué estabas dibujando? -se atrevió a preguntar, señalando a los pergaminos que Astoria cubría con sus manos. Ella se ruborizó, algo avergonzada.
-¿Esto? Es una tontería -vacilante, se atrevió a sacar el dibujo en el que había estado trabajando y se lo enseñó.
Draco tardó en reconocer lo que estaba viendo. Astoria había dibujado la fachada de la tienda de artículos de Quiddich, pero la había modificado dándole su toque personal.
En lugar de la antigua casa con pequeñas ventanas, ahora se veía una gran ventana redonda, enmarcada por líneas fluidas de madera con aspecto de alas. Parecía una snitch a punto de salir volando. En los laterales, dos escobas enmarcaban el frontal del edificio, amoldándose a las tiendas de los lados.
Por cómo lo había sombreado y coloreado, el dibujo parecía desprender vida. Draco se sintió tentado a pasar sus dedos por encima para tocar los bordes dorados de la ventana.
-Vaya, deberías ir a enseñárselo al dueño. Esa tienda mejoraría muchísimo con una fachada así.
-No exageres -Astoria esbozó una tímida sonrisa, sin saber si creerle o no.
-Lo digo en serio ¿Alguna vez has entrado? La planta de abajo es muy oscura, incluso con las velas y las luces mágicas. Pero con una ventana así... -Draco miraba alternativamente entre el dibujo y la tienda-. Parecería un palacio.
La sonrisa de Astoria se ensanchó al oír eso.
-Me alegro de que te guste. Lo cierto es que me he dejado llevar por la intuición, no me he parado a estudiar con detenimiento si se puede hacer o no.
-¿Tienes más diseños?
-Sí, pero no los llevo conmigo -Astoria se colocó tímidamente un mechón de pelo detrás de la oreja. No parecía acostumbrada a recibir halagos.
-Tendrás que enseñármelos en otro momento -Draco se dio cuenta de que su madre salía de la tienda, con expresión satisfecha-. Tengo que irme. Me alegro de haberte visto.
-Yo también -sonrió ella, agitando una mano.
Draco regresó junto a Narcissa, más animado de lo que había estado antes.
-No tenías que interrumpir tu conversación -le reprendió ella.
-No quería dejarte esperando.
-Aun así, espero que no hayas sido descortés -Narcissa le cogió del brazo, y Draco agitó la cabeza.
-¿Por quién me tomas? -bromeó. Y sin embargo, una parte de él se agitó nerviosa ¿Había estado incomodando a Astoria? ¿Había sido demasiado atrevido preguntando por su dibujo?
Y lo más importante de todo ¿Querría Astoria enseñarle sus otros diseños?
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Draco parece haber encontrado un aliciente para acudir al trabajo con mejor humor ¿Se debe a la oportunidad de poder compartir sus gustos por el arte moderno? ¿O quizá sea el influjo de ciertos ojos verdes?
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