-1.833, -1.916, -2.000
Abril
tick tock
En la opinión profesional de Draco, la tercera habitación que abordaron en el ala de invitados acabó siendo un auténtico coñazo. Tardaron casi un día entero en abrir la puerta, y Hermione no aceptó de buen grado la sugerencia de Draco de que tal vez si llamaban a Theo, él podría ayudarles.
No estaba seguro de si los límites profesionales o el orgullo personal la mantenían insistiendo en que las habilidades de Theo no serían necesarias. Draco consideró un éxito haber conseguido que admitiera que sí, que Theo probablemente podría encargarse de las protecciones si necesitaban llamarlo. Lo cual no era el caso, según ella.
Draco pasó la mayor parte del tiempo sin conseguir crear un Patronus mientras esperaba a que ella rompiera las protecciones de la puerta. Había sido dolorosamente, vergonzosamente optimista al pensar que los recuerdos de su boca sobre él, abrasando el pensamiento racional de su cerebro, serían más que suficientes para conjurar un Patronus corpóreo.
Consiguió un penoso hilo de luz blanca, que duró lo que tardó su frustración en consumirle de nuevo, apagando sus pensamientos felices. Cuando Hermione le preguntó si estaba probando un nuevo recuerdo, la vergüenza le impidió admitir que lo había hecho, y que tenía que ver con la cacofonía de hermosos ruidos que ella hacía cuando se corría.
Durante dos semanas, se había alimentado del recuerdo de la noche que pasaron juntos después de ver una película: un aperitivo en el sofá, un plato principal en su cama. Habían pasado horas enredados antes de que ella se apartara a regañadientes, con una preciosa sonrisa de satisfacción en la cara, le diera un beso de despedida y volviera a su casa. Desde entonces y hasta ahora, le había robado momentos preciosos cuando podía, pero habían pasado la mayor parte del tiempo en una frustrante relación profesional.
No tenía intención de sabotear sus posibilidades de seguir intimando con ella admitiendo la frecuencia con la que pensaba en su boca, incluso con el propósito de lanzar un Patronus, mientras ella hacía su trabajo.
—Pareces frustrado, —dijo ella, dándole la espalda.
Obviamente. Otro intento de Patronus se había esfumado y había muerto en un decepcionante espectáculo de tenue luz blanca.
—Tú también, —espetó: con más mala leche de la debida.
Oyó el chasquido de la manilla de una puerta al girar y rozar la chapa de la cerradura.
—Ya no, —dijo. El triunfo se apoderó de su postura: de ligeramente encorvada y tensa a erguida y suelta. Pero la puerta solo representaba el primer paso de muchos.
Cuando él se acercó a ella, dispuesto a entrar en la habitación a su lado, ella le miró arqueando una ceja.
—No te atrevas a decir nada sobre cómo Theo podría haberlo hecho más rápido.
Sonrió con suficiencia.
—Ni lo sueñes. Solo pretendía felicitarte por tu brillantez. Excelente trabajo. —Se agachó y le besó la mejilla a pesar de que ella puso los ojos en blanco y soltó una risita incrédula.
Se detuvieron en el umbral.
—Está vacía, —dijo Draco, mirando fijamente una habitación desprovista de muebles. La inquietud le erizó la piel, deslizándose bajo ella.
A Hermione no le pareció tan alarmante el vacío que los recibió.
—Considerando cuántas habitaciones hay aquí, sinceramente me sorprende que esta sea la primera que está vacía. ¿Cuántos dormitorios y salas de estar puede tener una casa?
Ella lanzó sus runas y frunció el ceño: una luz roja las envolvió. Draco lanzó las suyas para confirmarlo.
—¿Supongo que esto significa que no estamos buscando magia oscura pegada a un sofá?
Dejó escapar un suspiro.
—No. Probablemente más protecciones, cosas de seguridad. No es del todo inesperado teniendo en cuenta todos los problemas que la puerta me hizo pasar.
La familia de Draco tenía muchos muebles. Había sacado un piso entero del almacén para amueblar su nueva casa. Le costaba entender que su madre permitiera que existiera una sola habitación sin amueblar. Le inquietaba, incongruente con su forma de entender la mansión y a su madre.
—¿Sientes la magia intuitiva? —sonó la voz de Hermione a su lado, sacándolo de su concurso de miradas con un rayo de sol que atravesaba la habitación, iluminando las motas de polvo que actuaban como únicos habitantes del espacio—. Mis runas me señalan hacia el centro de la habitación, llevándome a la fuente de la amenaza. ¿Tú también lo sientes?
Sintió... algo. Un tirón nebuloso en esa dirección, una runa roja que atrajo su atención más que las demás. Pero no podía separar esa sensación de su malestar por la falta de mobiliario.
Ni siquiera una estantería.
O un escritorio.
O un piano: ¿no tenían seis o siete por ahí?
—No... no puedo decirlo, —dijo, con la atención dividida entre las runas brillantes frente a él y el espacio vacío más allá—. Hay algo en esta habitación...
—Es inquietante, sí.
—Me alegro de no ser el único, —empezó él, justo cuando ella levantaba el pie para dar un paso—. Hermione, espera.
Le devolvió la mirada.
—Lo sé, —dijo—. Pero lo mejor que puedo hacer es seguir las runas.
—Debería haber muebles.
—¿Eso es lo que te preocupa?
—Todas las habitaciones de esta mansión están amuebladas.
Levantó una ceja, con la sospecha y la diversión aflorando en los bordes de su boca.
—Lo digo de una manera muy afectuosa, lo prometo. Pero sinceramente dudo que hayas estado en todas las habitaciones de esta mansión.
Le frunció el ceño. Claro que no había estado en todas las habitaciones. Había varias en el ala de sus padres en las que nunca había tenido motivos para entrar. Además, eran suyas, privadas. Pero esa no era la cuestión.
—Conozco a mi madre, Hermione. Sé cómo mantiene su hogar.
—Escucha tus runas, entonces, —dijo—. ¿Te proporcionan alguna otra advertencia o sugerencia?
Apretó la mandíbula y los dientes le rechinaron.
—Solo creo que debemos ser cautelosos, —dijo, sintiéndose como un idiota repetitivo. Ya se lo había dicho antes, en la primera habitación. Le habían tendido una trampa porque retrasó su trabajo. Pero también le había hecho una advertencia parecida la primera vez que quiso trabajar en esta ala; en aquella ocasión había acabado en San Mungo.
Ella le sonrió y le tendió la mano.
—Te agradezco mucho que te preocupes por mí. El riesgo forma parte de mi trabajo. Llegado cierto punto, lo mejor que puedo hacer es utilizar las herramientas que me ha proporcionado el Ministerio.
—Eso no es tranquilizador. El Ministerio está formado por imbéciles.
Ella optó por ignorar el insulto contra sus jefes. Le apretó la mano, se la soltó y finalmente dio un paso hacia el centro de la sala.
Ocurrió en un instante. Retrocedió a trompicones hacia él, con pequeños cortes en las manos y en la cara, en cualquier parte en la que su piel hubiera estado expuesta. Como si le hubiera estallado un cristal delante de sus narices, cortándole y destrozándole la piel. Siseó, con la varita preparada para curarse las heridas. Draco la sacó de la habitación por los hombros.
—No es nada, —dijo ella apresuradamente cuando captó su mirada.
Debía de tener un aspecto asesino, maníaco. Podía sentir la sangre drenando de su cara, la línea dura formándose en su frente. Furia contra una habitación vacía, contra ella por ponerse en peligro.
—Te dije que algo andaba mal, yo... —Se obligó a parar, dividido entre la preocupación y la rabia: preocupación por su bienestar, rabia por haberse puesto en peligro.
—Esto no es nada, —repitió—. Una pequeña maldición repelente, de naturaleza ilusoria, pueden desviar las runas a veces, pero no son especialmente peligrosas. —Ya había curado una mano por completo, cambiando su varita a la mano izquierda para enfrentarse a la otra.
Él la detuvo.
—Permíteme. No uses tu mano libre para magia curativa. ¿No lo sabes? —Sabía que sus palabras habían sonado cortantes y bruscas, pero literalmente tenía su sangre en las manos. Sus dedos se mancharon contra las muñecas y la sujetaron mientras él lanzaba varios hechizos curativos para reparar los pequeños cortes. Se le secó la boca, lo que le impidió tragar contra una opresión en el fondo de la garganta—. Esto es algo, Hermione, estás sangrando.
—Es una pequeña maldición, —volvió a decir ella, que se quedó quieta mientras le curaba la mano y luego la cara, y la carne volvía a coserse: rosada y en carne viva, luego blanca y volviendo al tono normal de su piel—. Ni siquiera te habría hecho nada a ti; suelen ser específicas de la sangre.
Si antes no había tenido ganas de vomitar, ahora sí que las tenía.
—No pasa nada, —continuó—. Podría haber sido mucho peor. Realmente, esta maldición es solo un inconveniente menor.
No podía apartar los ojos de las gotas de sangre, cinco, que habían goteado sobre el suelo de piedra. Pudo ver su mano derecha colgando inerte en su periferia, más roja, su sangre, derramada en este lugar.
—Lo siento, —dijo. Por tantas cosas.
—No pasa nada. Draco, no es culpa tuya. Probablemente debería haber sido más cautelosa, como sugeriste.
—No por la maldición. Quiero decir... sí, por la maldición. Por estar enfadado contigo por provocarla. Pero también por... todo.
Se desplomó contra la pared y cayó al suelo. Evidentemente, un par de buenos orgasmos podían acallar su conciencia durante dos semanas y no más. La realidad de que nunca le había pedido perdón de verdad se hizo patente: un cambio de temperatura, de tono, de toda su capacidad para procesar la escena que le rodeaba.
Se limpió la mano contra el pantalón y la sangre se mezcló con la lana negra. Si no supiera buscarla, no tendría ni idea de que la sangre de ella había sido absorbida por su pantalón, invisible contra la tela oscura. Podría llevarla consigo y nadie lo sabría jamás.
La culpa volvió con fuerza, un rugido tras sus tímpanos.
Hermione se agachó frente a él, entrando en su campo de visión. Se puso de rodillas y le tendió una mano tentativa, pero él la apartó.
—Por favor, no, Hermione. Realmente no merezco... ninguna amabilidad de tu parte.
—Draco, ¿qué estás...?
A pesar de la bola del tamaño de una snitch que tenía en el fondo de la garganta, amenazando con ahogarle las palabras y el oxígeno, se derramó.
—Nunca me disculpé contigo. Por todo. —Echó una mirada salvaje a su alrededor, a los impersonales muros de piedra que constituían su legado familiar. Se encogió de hombros y dejó caer la cabeza contra la piedra. Cualquier cosa que pudiera decir le parecía demasiado poco, demasiado tarde—. Yo solo... lo siento. Por odiarte. Por hacerte daño. Por todo. Debería haberlo dicho, hace años. Un año, por lo menos. Pero no lo hice. Y necesito que sepas que lo siento, de verdad. No quiero que haya ninguna duda. Ningún recelo. —Las palabras casi lo estrangularon, tan sin vida y dolorosas dentro de su garganta, raspando y clavándose en su carne.
Mantenía los ojos cerrados, la cabeza apoyada contra la pared. Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho y huir con el recuerdo de lo que se había parecido mucho a la felicidad con Hermione. Algo que no volvería a tener. No después de que se diera cuenta de cuánto tiempo le había dejado salirse con la suya siendo un villano impenitente en su historia.
Dejó que la tocara. Íntimamente. Nunca debería haberlo hecho, sentía que la garganta se le iba a cerrar.
Ella no dijo nada. El silencio arrastró el espacio entre ellos. Con los ojos cerrados, le pareció que el silencio la había alejado, literal o figuradamente; no tenía ni idea.
Por fin, desde mucho más cerca de lo que él esperaba, ella habló.
—Una disculpa no siempre es suficiente.
Sintió como si el suelo de granito que tenía debajo se hubiera resquebrajado, una fosa que le daba la bienvenida a una nueva y fría realidad sin ella. ¿Cuántos minutos habían pasado desde que había conseguido conjurar un poquito de luz basándose en su preciosa boca, en cómo se sentía al tocarla, al ser tocado por ella? No más, nunca más. Le dolía el pecho, algo se filtraba entre sus costillas.
Entonces su mano tocó la rodilla de él.
Levantó la cabeza y abrió los ojos de golpe. No la conocía por ser cruel. Si quería hacerlo, no tenía por qué torturarlo con sus caricias.
—Si te hubieras disculpado entonces, hace un año... no sé si habría sido suficiente.
Ella apretó el labio entre los dientes mientras su corazón tartamudeaba dolorosamente, un golpe sordo en el centro de su pecho. El potencial de sus palabras, la esperanza oculta en ellas, le golpeó directamente en el plexo solar, casi dejándole sin aliento. Su diafragma se agarrotó, reteniendo su respiración como rehén.
—Me lo has demostrado. Tienes que saberlo. Te perdoné hace mucho tiempo, Draco.
Ella se acercó más, con las rodillas entre sus piernas. Cuando le tocó la barbilla, él seguía sin creerla. Tuvo que repetir sus palabras en su cabeza varias veces, un bucle de comprensión que no merecía.
—Sé que lo hiciste, —dijo él, dándose cuenta de que tenía que decir algo, aunque nada de eso le pareciera bien—. Pero eso no significa que me lo merezca. Eres demasiado amable, Hermione. Demasiado indulgente.
Suspiró, un sonido entre triste y molesto.
—¿Por qué piensas en eso? —preguntó ella—. Pensé que habíamos estado... ¿Disfrutando? He sido feliz, he sido...
Dejó de decir lo que pensaba decir. En lugar de eso, se inclinó hacia delante y lo besó.
Nunca le besaba durante la jornada laboral.
Solo de vez en cuando le permitía tomar una para él.
Y nunca más allá de las puertas cerradas del salón.
Pero ella le besó igualmente, en medio del pasillo de invitados. Lo besó tan a fondo, con tanta intención, que él casi olvidó su propio nombre, su propio pasado y todas las razones por las que esas cosas debían ser un obstáculo para ese mismo acto.
Cuando ella se apartó, esta preciosa imposibilidad de mujer, le sacó de su propia cabeza haciendo lo que hacía tan a menudo: hacer una pregunta sobre la programación.
—Todavía vienes conmigo a la librería mañana, ¿verdad?
Le dio un apretón apreciativo con la mano, que había encontrado el camino hasta su nuca mientras ella le besaba, pasando los dedos a ambos lados de su columna vertebral.
Encontró la culpa. Encontró la vergüenza. La empaquetó y la desmenuzó, con la esperanza de perderla entre los escombros y poder olvidar.
—
Uno de los sorprendentes efectos secundarios de salir con Hermione Granger era la cantidad de tiempo que pasaba en el mundo muggle. No se había opuesto a él en teoría; había hecho sus pinitos mientras vivía en el extranjero, pero ahora se encontraba experimentándolo casi todas las semanas. El mundo muggle no sabía quiénes eran, no los juzgaría por pasar tiempo juntos, por darse la mano o por besarse fugazmente. No habría fotografías ni artículos de prensa que llegaran hasta Lucius y Narcissa Malfoy.
Podían simplemente existir el uno con el otro, aunque fuera sin magia.
Por no mencionar que el tipo de cambio galeón-libra le favorecía increíblemente.
A decir verdad, a Draco no le importaba demasiado. A veces resultaba desorientador y no le gustaba sentirse desprevenido o ignorante. Pero, en su mayor parte, las citas en el mundo muggle no eran muy distintas de las citas en el mundo mágico, con la limitada experiencia que tenía antes de Hermione.
Un sábado de abril, le llevó a rastras a una librería de una esquina, insistiendo en que le encantaría, pero mostrándose recelosa mientras le presentaba el lugar.
—¿Saben los propietarios de Flourish y Blotts que tienes una librería muggle secreta aparte? —preguntó, apoyándose en una estantería y observando cómo ella hojeaba la sección de no ficción.
Se preguntó si alguna vez se cansaría de la expresión de su cara: los labios ligeramente entreabiertos, moviéndose de vez en cuando mientras pronunciaba los títulos para sí misma, las cejas fruncidas y alisadas en su evaluación crítica de las cosas que veía, el reconocimiento escrito en sus rasgos.
Nunca había conocido un alma con una cara tan expresiva como la de Hermione. Cada pensamiento. Cada idea. Ella los expresaba sin darse cuenta. Observarla se había convertido en su nuevo ejercicio favorito de comunicación no verbal, intentando descifrar qué podía significar cada movimiento de su ceño y cada arruga de su nariz.
—Si Flourish and Blotts está interesada en una relación exclusiva conmigo, debería especificarlo, y tal vez considerar la posibilidad de apelar a todos mis intereses. Tienen libros exclusivamente mágicos; hay muchos más que me gustaría leer.
Ella lo esquivó y le dedicó una sonrisa mientras doblaba la esquina hacia una nueva sección. Él la siguió, disfrutando de cada momento en aquella tranquila librería muggle, casi vacía, coqueteando con su novia.
—Además, —dijo, sacando un libro de la estantería y hojeando la contraportada, de algún modo capaz de hablar y leer al mismo tiempo—. Me gusta esta pequeña librería. Flourish y Blotts siempre está muy concurrida.
—No estoy convencido de que el dueño esté siquiera consciente, —dijo Draco, quitándole el libro, encontrando solo un poco de resistencia. Desde luego, a ella no le gustaba compartir sus libros, ni siquiera cuando aún no eran suyos, pero él quería satisfacer su curiosidad por saber qué le había llamado la atención.
—Está despierto, —dijo—. Solo tiene un aspecto somnoliento.
El empleado parecía estar a un largo parpadeo de una siesta erguida. Draco puso los ojos en blanco. Le dio la vuelta al libro que tenía entre las manos.
—¿Una biografía? ¿Quién es Amelia Earhart?
—Una muggle, —dijo ella y Draco no supo muy bien si pretendía ser graciosa, pero continuó—. Pilotaba aviones, ¿recuerdas que Theo te habló de ellos hace un par de meses?
—Creía que estabais bromeando...
—Desapareció mientras intentaba dar la vuelta al mundo. Yo he... —Se detuvo, mordiéndose el labio, con expresión cerrada.
Se acercó más a ella, escabulléndose de la vista del dependiente apenas consciente. Mentiría si fingiera que no se le pasaron por la cabeza una serie de pensamientos picantes sobre hacer que Hermione se corriera en una librería. Seguramente ella había pensado algo parecido en algún momento de su vida. A ella le gustaban los libros, las bibliotecas y las librerías más que a nadie que él conociera.
—Tú has... —le preguntó. Ella le miró, con un parpadeo nervioso detrás de los ojos y un leve rubor en las mejillas. Quizá también había estado pensando en cosas picantes.
Se acercó aún más y le puso una mano en la cintura, saboreando su respiración entrecortada mientras la giraba y la colocaba contra las estanterías. Ella alcanzó el libro que él tenía en la otra mano y se lo quitó.
—He estado leyendo las biografías de aquí. Por orden alfabético. —Miró más allá de él mientras hablaba, apretando el libro contra su pecho—. Este es el siguiente.
Estuvo a punto de reírse, pero la expresión de vergüenza de ella lo detuvo. Sus palabras habían salido lentas, entrecortadas, como si le hubiera costado mucho hacerlas realidad. No dijo nada. En lugar de eso, sus ojos se desviaron hacia las estanterías que había sobre su cabeza, tomando nota de los títulos que veía, escudriñando el hueco donde antes había estado Amelia Earhart.
—Eso es... —empezó.
—No te burles de mí. —Declaración atrapada entre la indignación y la inseguridad. Entonces, ella no había estado pensando en hacer cosas indecorosas en una librería con él. Inesperadamente, su sorpresiva confesión solo hizo que él la deseara más.
—No lo tenía previsto.
Ella puso los ojos en blanco, haciendo un intento poco entusiasta de empujarlo; Draco no se movió. Agachó la cabeza, respirándole al oído como sabía que a ella le gustaba. La sintió estremecerse antes de pronunciar la primera palabra.
—¿Cuánto tiempo has estado haciendo esto, Granger?
Otro escalofrío, más fuerte. Una de sus manos encontró el pecho de él, un dedo recorrió la parte delantera de su camisa mientras suspiraba.
—¿Un poco más de un año, tal vez? Descubrí este sitio poco después de romper con Ron. Me pareció un buen pasatiempo para ocupar todo mi tiempo libre. —Se había soltado, ya no innecesariamente avergonzada por un pasatiempo que disfrutaba. Como si algo de Hermione y su amor por los libros pudiera ser embarazoso. Hacía tiempo que había decidido que era una de sus cualidades más adorables.
Ladeó ligeramente la cabeza y levantó el dedo de su pecho, golpeando un título cerca de un lado de su cara.
—Llevo unos meses esperando este. Solo tres más después de Earhart.
Draco leyó el lomo.
—¿Y quién es TS Eliot?
Ella emitió un pequeño jadeo, como escandalizada de que él no lo supiera.
—Es un escritor, un poeta. Escribe... cosas preciosas.
—¿Y porque te estás abriendo camino a través de estas biografías alfabéticamente, te has negado a leer la que quieres?
—También he disfrutado con las demás, —dijo moviendo un poco la cabeza—. Hay muchos muggles interesantes de los que no sabemos nada en el mundo mágico. Pero sí, estoy deseando conocer a Eliot, sobre todo.
—¿Cuánto tiempo? Tres libros más la dama voladora; ¿cuánto tiempo te llevará?
Volvió a estremecerse y bajó los ojos hasta donde los dedos de él se habían deslizado por debajo de su jersey, dibujando círculos con el pulgar sobre su piel.
Le miró fijamente a los ojos y se quedó pensativa.
—Puede que dos semanas... También tengo otras cosas que leer, así que no podré dedicar mi tiempo exclusivamente a...
Él soltó una risita, deteniendo sus palabras.
—¿No has visto el de este, —ladeó la cabeza para leer el título—, tal Einstein? Debe de tener cerca de mil páginas. Hermione, eres una bruja impresionante, pero ni siquiera tú puedes leer tanto, tan rápido.
Ella le entrecerró los ojos.
—Y yo que pensaba que querías besarme.
Se inclinó más cerca.
—Sí, mucho.
—Tus probabilidades de hacerlo disminuyen drásticamente cuando me llevas la contraria.
Más cerca aún.
—¿Estás segura de que es así? A veces creo que disfrutas cuando te altero.
Se lamió los labios, un pequeño movimiento de la lengua mientras respiraba.
—¿Cómo lo haces? —preguntó ella. Su voz había bajado, apenas un susurro entre ellos.
—¿Hacer qué?
Su nariz rozó la de ella.
—Verte tan... guapo, y como si fueras a hacer cualquier cosa por tocarme.
—Probablemente porque lo haría.
Ella gimió, echando la cabeza hacia atrás. Dejó que sus labios rozaran los de ella, lo justo, solo para él, antes de retirarse.
—Supongo que no puedo besarte, entonces.
—¿Qué? —preguntó ella, con la voz mucho más alta de lo necesario, sin poder ajustarse adecuadamente a las palabras susurradas que habían estado compartiendo.
—Bueno, verás, me gustaría contrariarte un poco más. Y si eso significa no...
Ella lo atrajo hacia sí y le robó un beso mientras él sonreía contra sus labios. Él no perdió el tiempo y la rodeó con los brazos, consciente solo tangencialmente de que apenas se perdían de vista. La empujó contra las estanterías, suavemente, para no sacudirlas. Dejó que su muslo descansara entre las piernas de ella, apretado contra ella, mientras ella emitía un ruido de placer casi imperceptible, que le quemaba la piel.
—No hay manera, —se separó de su boca, bajando hasta su cuello, arrastrando los dientes por los tendones verticales de su garganta—, de que llegues a Eliot en las próximas dos semanas.
Una bocanada de aire frustrado pasó cerca de su oído.
—Eres imposible. E infantil. —Su voz se entrecortó cuando él hundió la lengua en el hueco de la base de su garganta.
Ella dijo algo, pero su cuerpo se arqueó contra él a pesar de todo, una preciosa curva de su columna vertebral, presionando su pecho contra el de él mientras se balanceaba, lo suficiente, contra su pierna; él sabía que ella debía estar luchando contra su propio placer.
—A mí no me parece muy infantil, —dijo, metiendo la mano por debajo del dobladillo de su jersey, deslizándose por sus costillas.
Ella se apartó. Primero, apretándose contra las estanterías, pero, al no encontrar dónde ir, se inclinó hacia un lado, separándose de sus labios y extremidades. Se aclaró la garganta.
—Estamos en público. —Supuso que pretendía sonar escandalizada.
Solo sonaba como si le faltara el aire.
Dio un paso atrás, dejándole espacio, con el ceño fruncido mientras se cruzaba de brazos, saboreando su turbación.
—¿Quieres apostar? —preguntó.
—¿Apostar sobre qué?
—Eliot.
Se rio.
—¿Qué, que no puedo llegar a él en dos semanas?
—Precisamente.
Recogió la biografía sobre Earhart que al parecer se le había caído, frotando la cubierta como si quisiera barrer una capa de suciedad inexistente.
—¿Si ganas? —preguntó. Su tono se volvió plano, como si apenas se atreviera a pensar en algo así.
Reflexionó.
—Levantas la moratoria de besos en días laborables.
—No, Draco. Eso no es profesional.
Valía la pena intentarlo.
—Bien, puedo quejarme todo lo que quiera sobre el progreso de mi Patronus, y tú no puedes impedírmelo. —Ella hizo un sonido sin gracia—. ¿Y si ganas? —continuó—. ¿Qué quieres? Cualquier cosa.
Al principio no contestó, con la cara llena de pensamientos. Draco se asustó cuando ella lo miró, con un brillo divertido en los ojos. Sonrió satisfecha.
—El sofá.
—¿Perdona?
—El horrible. Esa pesadilla de sofá de terciopelo verde tachonado. Tengo un apego sentimental a él a pesar de lo atroz que es.
No pudo evitarlo; dio un pequeño medio paso hacia ella.
—¿Por todas las formas en que te he tocado en él?
Apretó los labios y apartó la mirada mientras su pecho se sonrojaba. Carraspeó y lo ignoró.
—Resumiendo, si llego a Eliot en las próximas dos semanas, el sofá es mío. Si no lo hago, ¿podrás quejarte y ser un imbécil mientras trabajo?
Se rio entre dientes, ofreciéndole la mano.
—Como está claro que no tienes ni idea de dónde te estás metiendo, apostando con un Slytherin, estoy dispuesto a ampliar el plazo indefinidamente. Cuando llegues a Eliot, el sofá es tuyo.
Ella entrecerró los ojos.
—Parece que ni siquiera quieres ganar, en ese caso.
Se señaló a sí mismo.
—Slytherin. Y ya has admitido que te distraigo mucho. —Una pausa, una sonrisa—. ¿Qué me dices?
Hizo ademán de poner los ojos en blanco y sacudir la cabeza. Pero aun así le aceptó la mano. Él la atrajo para darle otro beso.
—Me pareció algo que deberíamos sellar con un beso, ¿no crees? —preguntó.
Volvió a dedicarle esa sonrisa de eres imposible y le condujo hasta la caja registradora.
Estaba deseando poder quejarse de su inexistente Patronus todo lo que quisiera.
Al día siguiente, regresó a la tienda, habiendo hecho buen uso del excepcional tipo de cambio del galeón, y pagó una buena suma para que el propietario dispusiera de todas las biografías que pudiera encontrar entre Earhart y Eliot.
.
.
Nota de la autora:
¡Muchísimas gracias a todos por leer y comentar! ¡Es la mejor motivación del mundo saber que hay gente por ahí disfrutando de esta historia! ¡Desde luego espero que os haya gustado este capítulo! ¡Muchas gracias por leer!
Muchas y eternas gracias a mis betas icepower55, Endless_musings y persephone_stone. Sois las mejores, ¡pero eso ya lo sabéis todos!
