Que gran sueño...
Roxanna abrió los ojos y se encontró mirando un cielo azul claro. El sol brillaba, los pájaros estaban cantando en el bosque cercano. Se incorporó y miró a su alrededor. Sonrió de oreja a oreja.
Al otro lado del río podía ver los edificios delicadamente esculpidos que brillaban con fuerza bajo la luz del sol. Dio un grito de asombro. Lo reconoció inmediatamente como Rivendell, hogar de Elrond (ese tipo que era exactamente igual al de la pelicula de Keanu Reeves). Cerró los ojos y los abrió de nuevo. No, no estaba soñando: estaba realmente allí. Allí, en la Tierra Media, gracias a algún maravilloso milagro.
Aquel era su destino. A la edad de catorce años y con una piel, unos dientes y una nariz perfecta, sabía que estaba destinada a estar allí. Sus orejas puntiagudas siempre le habían causado problemas en la escuela, pero aquí sería diferente. Se enamoraría de Legolas y la compañía entera caería rendida a sus pies. Salvaría a Boromir, les avisaría del Balrog y quizá pudiese persuadir a Theoden de que no luchase y muriese en batalla.
Oyó el sonido de cascos de caballo y se giró sonriendo. Dos caballos se estaban acercando a ella. Uno llevaba a un hombre alto en la grupa de aspecto descuidado en apariencia pero asombrosamente atractivo bajo la barba. El otro caballo, también con silla de montar y bridas, llevaba a una persona todavía más alta con largo pelo rubio suelto y tras él se sentaba un hombre rechoncho y bajito con barba y un casco.
Ella sonrió de nuevo, haciendo relucir sus perfectos dientes.
˗¡Hola, Aragorn! ¡Legolas! 'Gimli! Guau, es genial veros, ¿Sabéis?
Ellos detuvieron sus monturas y bajaron, mirándola con desconfianza.
˗¿Qué estás haciendo aquí? Eres joven para estar sola en un sitio como este…
˗ Ah, pero Aragorn, tio macizo... ˗ sonrió ella.˗ Soy la desaparecida nieta de Elrond.
Aragorn sonrió.
Legolas sonrió.
Gimli sonrió.
Roxanna de repente se sintió un poco nerviosa.
Hombre, elfo y enano intercambiaron una mirada.
˗ ¿Qué pensáis?˗ preguntó Gimli.
Legolas sacudió la cabeza.
˗ No hay duda.
Aragorn asintió.
˗ Estoy totalmente de acuerdo.˗ dijo, sacando la espada.˗¡Muere, oh Mary Sue, engendro de Morgoth!
La cabeza de Roxanna voló varios metros antes de rodar hasta un agujero.
Penny bufó de la risa mientras cambiaba de posición. Sí, aquel estaba siendo un sueño estupendo. Todavía podía oler el aire fresco y se sentía cómo si realmente estuviera en mitad del campo. Fue consciente de que comenzaba a despertarse pero todavía estaba en ese estado de ensoñación donde la linea entre la fantasía y la realidad se desdibujan.
El sueño era tan terriblemente vívido que incluso podía sentir una ligera llovizna cayéndole en la cara. Se dio la vuelta y su mejilla golpeó algo húmedo y duro. Conmocionada, se incorporó de un salto con los ojos abiertos como platos. Miró a su alrededor y comenzó a gritar…
Tuvo que parar al cabo de un rato porque se estaba quedando sin aliento. Que demonios esta pasando, pensó para sí misma, intentando todavía comprender donde estaba. En realidad no sabía dónde estaba, lo que sí sabía era donde no estaba, y ese dónde era en su casa, en su cama, esperando a que el despertador parase de sonar para que pudiera caminar arrastrando los pies hacia otro día en la oficina.
Se pellizcó a si misma. Fuerte. Se pellizcó de nuevo y se abofeteó.
No, definitivamente estaba despierta y aquello no era un sueño.
Se quedó mirando con la boca abierta al escenario que la rodeaba. Estaba en mitad de un campo o, para ser más precisos, puesto que no había vallas ni nada que delimitase ninguna propiedad, en medio de ninguna parte. A su alrededor había colinas y en la distancia y a uno de los lados, un bosque. Lloviznaba. Estaba empapada, tenía frío y todavía iba vestida con su pijama.
Intentó centrarse. ¿Quién demonios podía querer hacerle algo así? ¿Cómo habían conseguido entrar en su piso?¿Por qué no se había despertado? Y, lo más importante, ¿dónde diablos estaba? ¡Los muy bastardos ni siquiera me han vestido, o me han dejado unos zapatos o un abrigo!, pensó.
Iba a matar a alguien cuando llegase a casa. Rodarían cabezas y con bastante seguridad habría un par de personas con las que no iba a volver a hablarse en mucho tiempo, si es que volvía a hablarles alguna vez. No tenía dinero, ni tarjeta de crédito encima. ¿Cómo iba a volver a casa? Comenzó a sentir pánico y pudo sentir las lágrimas formándose en sus ojos.
˗ Contrólate, mujer˗ murmuró.
Lo primero era lo primero. Tenía que encontrar un teléfono. O a una persona. Cualquier persona, de hecho. Tenía que haber alguien cerca...una casa...una granja o algo.
Miró a su alrededor. No se veían signos de vida en kilómetros a la redonda. Ni edificios ni nada que se moviese. Tembló un poco. Se le estaba congelando el trasero y ya no podía sentir los dedos de los pies. Comenzó a saltar a la pata coja sobre un pie y luego sobre el otro, frotándose las manos y soplando sobre ellas mientras decidía cual iba a ser su siguiente movimiento. Recorrió con la vista las colinas y decidió que desde la cima de una de ellas tendría un buen panorama. Había tres bastante grandes, así que se dirigió a la más cercana.
Fue una marcha difícil. Continuamente tropezaba con piedras, cardos y otras cosas puntiagudas. En un punto, fue a dar un paso y el suelo desapareció bajo sus pies. Acabó hundida hasta el cuello en un lodazal del que consiguió salir arrastrándose y maldiciendo en voz alta. Ahora si que estaba completamente calada hasta los huesos, sucia, dolorida y apestando. Iba a matar a alguien cuando llegase de nuevo a casa.
Mientras caminaba con dificultad por la orilla de la ciénaga se dio cuenta de que esta se extendía interminablemente entre ella y la colina que pretendía subir. Ni siquiera tenía ni idea de cuánto llevaba caminando. Aunque hubiese sabido calcularlo por la posición del sol le habría resultado inútil. Una capa de nubarrones cargados de lluvia cubría todo el cielo sobre su cabeza. Se dio la vuelta y caminó hacía la siguiente colina más cercana. Estaba mucho más lejos de lo que había imaginado y al acercarse resulto que era mucho más empinada y grande de lo que le había parecido en la distancia.
Cuando finalmente alcanzó la cima estaba exhausta, tenía los pies hechos trizas y la llovizna se había convertido en una lluvia en condiciones. Comenzó a temblar y se abrazó mientras recorría con la vista el horizonte. Acababa de darse cuenta de que la lluvia limitaba de una manera considerable su campo de visión y que, de hecho, no podía ver a mucha distancia. No había signos de vida que pudiese distinguir, así que ahuecó las manos delante de la boca y gritó lo más alto que pudo.
˗ ¡HOLAAA! ¿HAY ALGUIEN AHÍ? ¡HOLA! ¡NECESITO AYUDA! ¡HAY ALGUIEN?
Oyó como el sonido de su voz se desvanecía bajo la lluvia que la rodeaba. Se esforzó por escuchar, pero no oyó nada. No es que se pudiera oír mucho con el aguacero que estaba cayendo. Se sentía completamente miserable.
Giro y giró gritando de vez en cuando y al esforzarse por ver todo lo lejos que la vista le permitía pensó que había descubierto algo. En dirección opuesta a la que había venido parecía que había una linea. Una linea marrón que serpenteaba hasta perderse en la distancia. ¿Sería una carretera o un río, quizás? Si era una carretera, puede que hubiera un coche que pudiese parar o al menos el camino la llevaría a alguna parte: una casa, un pueblo o una ciudad.
˗ Gracias a dios˗ murmuró y enroscando los brazos en torno al cuerpo en un inútil intento de mantenerse caliente, se dirigió hacia allí.
OoO
En el bosque que había en las inmediaciones, Gildor y su compañero habían oído los gritos e inmediatamente habían puesto las cuerdas a los arcos y silenciosamente se habían dirigido al linde del bosque donde vieron claramente lo que estaba causando el ruido. Dieron un jadeo ahogado de incredulidad. Sobre la cima de la colina había alguien con muy poco juicio gritando, agitando los brazos y, en general, atrayendo la atención sobre si mismo. En aquellos tiempos peligrosos era lo más estúpido que podía hacerse.
Gildor miró a través de la lluvia.
˗ Humano ˗ murmuró al hombre que tenía junto a él. ˗ Una mujer, pero nunca he visto unas ropas como esas en toda mi larga vida. Esta calada hasta los huesos y… sí...está descalza.
Halbarad lo miró con asombro.
˗ ¡Descalza! ¡Tiene que estar loca!
Gildor asintió.
˗ Bueno, loca o no, no seguirá viva mucho tiempo si sigue haciendo eso.
La mujer había empezado a gritar de nuevo. Ambos podían oírla claramente pero ninguno entendía que estaba diciendo.
El hombre sacudió la cabeza y suspiró.
˗ Iré a ver que le pasa.
˗ Mejor tú que yo, amigo mío˗ rió Gildor.˗ Bueno, en ese caso, yo seguiré mi camino. Tu vas hacia el Este y yo debo visitar a mi viejo amigo Tom Bombadil. Hace tiempo que no le he visto.
Halbarad asintió.
˗ Navaer.
˗ Navaer˗ respondió Gildor por encima del hombro.
Halbarad contemplo como Penny bajaba fatigosamente de la colina y se dirigía hacia el camino. Podía verla temblar incluso desde aquella distancia. De vez en cuando tropezaba o gritaba al cortarse los pies o clavarse algún pincho. Suspiró y sacudió la cabeza una vez más. ¿Por qué él? Parecía que siempre le tocaban los lunáticos o los idiotas. No había duda de que había venido de Bree. La llevaría y la dejaría en el pueblo. Allí cuidarían de ella.
Penny estaba llegando a la carretera.
Bueno, carretera parecía una palabra demasiado buena para lo que lo que aparentaba ser poco más que un camino de tierra. Suspiró. No había forma de que un coche pasase por allí, a menos que fuese un todoterreno o un tractor. Aún así, era un señal de vida en medio de aquel lugar salvaje y tenía que llevar a alguna parte. Tenía tanto frío que ya apenas notaba la lluvia. Sus pies estaban completamente dormidos y se alegró por ello; al menos ya no podía sentir los cortes y las magulladuras. También era vagamente consciente de un dolor continuo en le muslo y de otro justo detrás de la rodilla, que habían ido creciendo en intensidad desde hacía un rato. Los ignoró y siguió andando hacia el camino.
De repente oyó una voz detrás de ella. Dio un grito ahogado y se giró en redondo para ver a un hombre alto envuelto en una capa, montado en un caballo, que la miraba a través del aguacero.
˗ ¡Oh, gracias a dios!˗ sonrió ella.˗ Hola. Se que esto va a sonar raro pero no tengo ni idea de dónde estoy o de cómo he llegado aquí. ¿Tienes un teléfono, por favor?
El hombre no respondió.
Ella frunció el ceño. Genial. Finalmente encontraba a alguien y resultaba que era un completo Neandertal. ¡Estupendo! ¡Absolutamente fantástico!
˗ ¿Hola?˗ dijo ella agitando la mano en dirección al jinete˗ ¿Hay alguien en casa?
Al parar de moverse había comenzado a temblar de nuevo de una manera bastante violenta. El hombre bajó del caballo y fue hacia ella. Mientras se acercaba vio que una espada colgaba de su cinturón y que tenía un arco y un carcaj colgados a la espalda.
˗ Aún mejor˗ gruño para sí misma˗ ¡Me he metido en medio de una maldita reconstrucción histórica! ¡Ay, dios mio!
Él se quedó de pie frente a ella, con las manos en las caderas. Habló, y la entonación fue claramente la de una pregunta, pero no en un idioma que ella pudiese entender. Se lo quedó mirando con la boca abierta.
˗ Perdona, pero no te entiendo.
Quizá fuese el acento. Él repitió la pregunta, o a ella le pareció que lo hacía. No había forma de estar segura. Lo que sí sabia con seguridad es que el idioma le resultaba tan incomprensible como la vez anterior.
Intentó una táctica diferente.
˗Yo˗ dijo señalándose a sí misma,˗ estoy perdida. ¿Entiendes? Perdida.
Miró a su alrededor con cara de confusión, rascándose la cabeza y encogiéndose de hombros en un intento por explicarse. Él se la quedó mirando con cara de desconcierto y ella suspiró.
˗¿Teléfono? Umm...¿Casa? ¿Parada de taxis? Oh, por el amor de dios. ¡AYUDAME, MALDITA SEA!
Comenzó a maldecir y se dio la vuelta para marcharse. Estaba claro que aquello era totalmente inútil. El hombre era, obviamente, un idiota.
Una mano sobre su hombro la detuvo. Él la estaba mirando con amabilidad. Se había quitado la capa y la envolvió con ella. Bueno, eso era caballeroso por su parte. Quizá no fuese un completo idiota. Penny sonrió agradecida mientras, temblando, se arrebujaba en la tela.
˗ Gracias˗ dijo despacio.
El pareció adivinar lo que estaba diciendo porque sonrió y asintió. Entonces, antes de que pudiera hacer nada más la levantó en el aire, la montó en el caballo, y rápidamente subió detrás de ella.
Al hacerlo se dio cuenta de que el hombre olía mal. Apestaba. Su olor corporal le llegó a las fosas nasales mezclado con el olor a caballo y cuero mojados. Giró la cabeza y tuvo que taparse la nariz. El hombre cogió las riendas y el caballo comenzó a galopar hacia los árboles.
Penny nunca había estado a lomos de un caballo y gritó cuando el animal comenzó a moverse. De repente sintió como él la rodeaba con un brazo. Penny pensó que estaba propasándose un poco, pero se lo agradeció de todas formas. Ya no tenía la impresión de estar a punto de caerse y cerró los ojos, incapaz de seguir lidiando con su situación.
Pronto estuvieron bajo el cobijo de los árboles y a resguardo de lo peor del aguacero. Él detuvo al caballo, bajó, y le ofreció una mano que ella cogió. Penny comenzó entonces a deslizarse de una forma poco elegante para bajar de la silla de montar. El hombre tuvo que cogerla en brazos para evitar que terminase estrellada en el suelo. Después de dejarla en tierra firme, Penny se giró hacía él pero el hombre había desaparecido en la penumbra.
No tardó mucho en reaparecer con un montón de ramitas y musgo seco que amontonó, y con un yesquero pronto tuvo un buen fuego encendido. Le hizo señas a Penny para que se acercase y ella se sentó agradecida, acercando las manos al fuego. Todavía estaba calada hasta los huesos y helada, pero mejor allí que vagando bajo la lluvia.
Ella lo miró. Túnica, calzas, botas, protectores de brazos, espada, dagas y arco. El conjunto completo. Debía de haberle costado una fortuna. Vaya, pensó, estos tíos si que están implicados en lo que hacen. Ella había salido con un chico así durante un tiempo. En su opinión estaba como una cabra. Muy dulce pero completamente chiflado. Las cosas no habían funcionado entre ellos. Apenas le veía porque cada fin de semana lo pasaba conduciendo a lo largo y ancho del país para tomar parte en recreaciones como la batalla de Tewkesbury u otras.
El hombre estaba hablando de nuevo, haciéndole preguntas. Nada de lo que decía sonaba vagamente familiar. Ella se encogió de hombros y sonrió excusándose.
Era su turno.
˗¿Do you speak English? ¿Parlez-vous Francais? ¿Sprechen zie Deutch? ¿Español?¿Italiano? Er.. ¿Chino Mandarín? ¡Algo!
El parecía tan desconcertado como ella. Aquello no estaba funcionando.
Halbarad, mientras tanto, estaba muy confundido. Claramente, ella no entendía una palabra de lo que había dicho y lo que fuera que ella hablaba era totalmente desconocido para él. Deseó de repente que Aragorn o algún elfo estuviesen allí. Aragorn había viajado mucho y era posible que reconociese su lengua, y en cuanto a los elfos, si tenían los suficientes conocimientos, podrían habérselo dicho también . Suspiró. Había intentado preguntarle quien era, donde vivía, que estaba haciendo allí, pero no obtuvo resultado. Había usado Westron, Sindarin y sus limitado conocimientos de Quenya. Incluso había pronunciado un par de palabras en lengua del Este, las pocas que conocía, y tampoco habían servido de nada.
Le pasó por la mente como un relámpago la idea de que debía mantenerse en guardia. Aquellos eran tiempos extraños y había mucho peligro en todas partes. Cuanto más pensaba en aquella situación, menos le gustaba. Una extranjera, que claramente no hablaba ningún idioma conocido, (o fingía no hacerlo), vestida de una manera extraña, y murmurando en un idioma extranjero. No, no le gustaba en absoluto. Si nadie la reconocía en Bree tendría que considerar la posibilidad de llevarla con él. Elrond querría estar informado y sabría lo que hacer con ella. Mientras tanto, se iba a mantener en guardia con aquella mujer.
Penny comenzó a temblar una ver más. Estaba recuperando la sensibilidad en los dedos de los pies y podía sentir los cortes. Cambió de posición ligeramente y dio un respingo al hacerlo.
El hombre le dijo algo, se puso de pie para acercarse a su caballo y rebuscó en sus bolsas. Sacó un tarro que llenó con agua de su cantimplora y lo puso sobre el fuego para que se calentase. Volvió a perderse bajo la oscuridad de los árboles una vez más, mirando al suelo. Pronto encontró lo que estaba buscando. Cortó algunas hierbas, volvió al fuego, puso las hierbas en un bol y derramó agua caliente sobre ellas.
Ella lo miró fascinada. Friki de las reconstrucciones históricas extranjero. experto en supervivencia y herbolario. Vaya, ¡pues menuda suerte la mía!, pensó para sí misma.
El hombre rompió un pedazo de tela en varias tiras y las mojó en el agua con hierbas. Luego extendió la mano hacia ella sonriendo. Ella se lo quedo mirando totalmente desconcertada. El señalo a sus piernas y dijo algo. Ella sacudió la cabeza. No estaba segura de lo que pretendía. El suspiró y se agacho para sostener una pierna por el tobillo, señaló el pie y repitió la palabra que había dicho.
˗¡Oh!˗dijo ella sonriendo.˗Gracias.
Halbarad le limpió los pies e inspeccionó el daño. Sacudió la cabeza. Las heridas eran serias. Que mujer tan estúpida. Las plantas de los pies estaban cubiertas de arañazos y cortes y tenía algún que otro moretón aquí y allí. Podía ver una erupción formarse en una de los lados del tobillo, pero que podía haberla causado, no tenía ni idea. Por lo que él sabía, no había nada por aquellos alrededores que pudiese haberle provocado algo así. Le sacó las pocas espinas que pudo ver a la luz del fuego y luego envolvió el pie en vendajes empapados en agua con athelas, los ató, e hizo lo mismo con el otro pie.
Mientas el hombre la curaba, la pernera del pantalón del pijama de Penny se deslizó dejando visible la pierna hasta la rodilla. Ahora podía ver que causaba uno de los dos puntos doloridos que había sentido antes. Penny se echó a gritar.
Halbarad levantó la vista. Ella estaba arañando la parte de atrás de la rodilla mientras gritaba y gimoteaba con alarma y disgusto. La detuvo y dijo:
˗ Dejame ver.
La mujer tenía una enorme sanguijuela aferrada.
Sin perder el tiempo con más palabras cogió un palo de la fogata con la punta ardiendo y lo apoyó contra la sanguijuela, que se soltó inmediatamente. La mujer se arrastró hacia atrás tan rápido como pudo. El se puso de pie, agitando todavía el palo.
˗ ¿Hay alguna otra?˗ preguntó, pero se dio cuenta de que ella no lo entendía.˗¿Hay alguna más?¿Cómo esta?˗dijo cogiendo la sanguijuela y agitándola delante de ella. Ella le gritó algo y sacudió las manos delante de su cara con terror. Él suspiró, lanzó la sanguijuela a un lado y se acercó a ella.
˗ Mira, puedo deshacerme de ellas fácilmente, pero tienes que decirme si hay alguna más, ¿De verdad no entiendes lo que te estoy diciendo?˗dijo suavemente.
Los ojos de la mujer estaban completamente abiertos por el miedo y podía ver lágrimas en ellos.
Penny odiaba los bichos y aquello había sido verdaderamente asqueroso. Y se le había acercado con un palo ardiendo, además. ¡Loco! Ahora estaba hablando sin parar en su propio idioma y agitando aquella maldita cosa delante de ella.
˗ ¡No me lo acerques!˗ chilló. Él pareció entenderla porque lo tiró a un lado, pero siguió hablándole con un tono suave e insistente. Ella no tenía ni idea de lo que quería, así que negó con la cabeza y se encogió de hombros.
Él fue hasta sus alforjas y comenzó a sacar cosas. Cerca del fondo encontró lo que estaba buscando, un par de calzas de repuesto y una túnica interior. Le irían grandes, pero al menos estaban secos. Iba a coger un resfriado de muerte si se quedaba vestida con esas ropas suyas. Aunque hubieran estado secas no la habrían protegido del frío de la noche. Se los lanzó.
˗ Ten. Póntelos.
Ella se lo quedó mirando, asintió y luego se dio la vuelta como si estuviera buscando un lugar donde poder vestirse. Él se giró, cogiendo el palo que se había quedado frío y devolviéndolo a la hoguera. Luego continuó andando hasta que estuvo en el borde del claro y siguió dándole la espalda.
Penny decidió no arriesgarse y se escondió detrás de un árbol. Siguió temblando mientras se quitaba la parte de arriba del pijama empapado bajo la luz crepuscular. Se miró y se tocó la espalda, por si había alguna más de esas asquerosas sanguijuelas, pero no pudo ver o sentir ninguna. Se puso la túnica. Le quedaba un poco grande, pero se la remangó un poco. Era mejor que nada. Olisqueó la tela. ¡Yup! Apestaba también, aunque no tanto como él. Olía a cuero, humedad y sudor. Puso mala cara.
Se quitó el pantalón del pijama e inspeccionó su muslo. Sí, había otra. ¡Oh, dios! Es ENORME, pensó. Dio un quejido ahogado, resistiendo el impulso de gritar porque eso haría que el hombre viniese corriendo. Cerró los ojos y reunió el coraje para tirar de ella. ¡Yeurgh! Era viscosa y asquerosa. Tuvo la impresión de que iba a vomitar. El bicho no se movió.
Ella sacó la cabeza de detrás del árbol y vio que el hombre estaba todavía en el extremo opuesto del claro dándole la espalda. Se acercó con sigilo al fuego y cogió una rama mientras estaba pendiente de que el hombre no se diera la vuelta (aunque no tenía ni idea de lo que hubiera hecho si se hubiera girado, más allá de gritarle y volver corriendo detrás del árbol). Cautelosamente sostuvo el palo sobre la sanguijuela.
˗Eewwww...˗ murmuró en voz muy baja mientras apretaba el extremo caliente del palo contra la sanguijuela y, con un chisporroteo, esta se soltó y cayó al suelo.
Mientras devolvía el palo a la hoguera levanto la vista para mirar al hombre. ¿Había movido la cabeza? Se lo quedó mirando, pero estaba totalmente quieto. Penny corrió de nuevo de vuelta al árbol y, rápidamente, se puso las calzas y se las ató. De repente se preguntó cómo de auténtico era aquel disfraz. Claramente no se lavaba mucho cuando estaba metido en su papel. ¿Llevaba ropa interior? Y si no lo hacía, ¿Había llevado aquellas calzas antes? Se inclinó y las olisqueó.
Se quedo congelada.
Oh, dios mío. No iba a pensar en ello. NO iba a pensar en ello. Alguien iba a morir cuando llegase a casa.
