CORONAS Y ENGAÑOS
CAPÍTULO 4
ROMPEME EL CORAZÓN
Andrew no podía creer lo que veían sus ojos. Su amada, la mujer de su vida, aquella que había prometido casarse con él por amor, estaba en el claro del bosque, entre los brazos de otro hombre. Los besos apasionados que compartían eran una traición que Andrew no habría imaginado de ella. Las buenas costumbres solo le permitían besar el dorso de las mano de su "casta" princesa hasta formalizar el compromiso.
La sorpresa inicial dio paso a la ira y al dolor de sentirse traicionado. Andrew, un hombre pacífico que evitaba el conflicto, deseaba electrocutar al duque Moon con sus propias manos y enfrentar a Wanda por su deslealtad. Invocando su habilidad de electroquinesis, propia de los Jovianos, se comunicó con la dragona Stormi, en cuyo lomo seguía montado.
"—¡Bájame a tierra, Stormi!"—ordenó furioso.
"—¿Y qué ganas con electrocutarlo?"—respondió la dragona—"¿Acaso eso borrará la traición?"
Los latidos acelerados y las manos temblorosas de Andrew generaban rayos incontrolables. Stormi, inmune a la electricidad como todos los dragones, observaba la tormenta emocional de su jinete.
Desde lo alto, Andrew vio cómo el duque Moon cargaba a la princesa Wanda en brazos y la subía al caballo. A todo galope, se dirigieron al palacete del duque en Júpiter. Al ver cómo su amada se iba con otro, lágrimas brotaron de los ojos claros de Andrew, y un sollozo de dolor escapó de su garganta, opacado por el ensordecedor trueno que anunciaba un día tormentoso en Júpiter.
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Si bien darle la "prueba de amor" a Jaedite no fue tan mágico ni placentero como él había prometido, en ese momento la princesa Wanda no podía sentir otra cosa que dicha y felicidad. Su sueño de que él terminara con la princesa de Marte por fin se había hecho realidad.
—Hoy en el desayuno le diré a mi padre que no me casaré con Andrew Hansford—dijo Wanda, aún desnuda y abrazada a Jaedite.
—Me alegra eso—respondió Jaedite, acariciando su rostro—No soportaría verte con otro que no sea yo.
—Entonces, ¿será que el próximo fin de semana podrías ir al Castillo a pedir mi mano?"—preguntó Wanda ilusionada.
Jaedite se apartó de su lado y rápidamente se sentó en la cama.
—¿En una semana?—cuestionó desconcertado—¿Y qué hago con la princesa de Marte?—le preguntó Jaedite—Esa mujer aún no me ha terminado y…
—¿Qué?—lo interrumpió Wanda tan sorprendida como asustada, sentándose junto a él—¿Entonces por qué ayer me dijiste que habían terminado?
—¿Yo te dije eso?—respondió Jaedite sin dar crédito a lo que decía—¿Ayer?—continuó—Pero si teníamos cuatro días sin hablar desde que me hiciste aquel berrinche y me amenazaste con casarte con Andrew Hansford. ¿De qué tontería hablas?
El miedo a haber perdido su virginidad unos momentos atrás se apoderó de la princesa Wanda. Si ella le había entregado su castidad, era por aquella carta que había recibido la tarde anterior en el templo de Deméter. En esa carta, Jaedite juraba haber roto su compromiso con la princesa de Marte.
—¿Entonces lo que me escribiste en la carta de ayer eran mentiras?—le reclamó furiosa.
—¿Una carta?—preguntó Jaedite, sin saber de qué le hablaban—¿Estás loca?—continuó él—No te he mandado nada—aseguró Jaedite—Fuiste tú quien mandó a uno de los sirvientes del castillo a buscarme en Emerald High Society Club para hacerme llegar una carta—le dijo él—Y si ahora estás en mi cama, fue porque tú te me ofreciste.
Las mejillas de Wanda enrojecieron de ira tras escuchar aquellas bruscas palabras de su amado, y dolida, comenzó a golpearle el pecho con los puños.
—¡Para!—le gritó Jaedite, tomándola de las muñecas con fuerza—¡Me voy a casar contigo!—exclamó Jaedite—¡Pero no ahora! Necesito que primero la princesa de Marte me termine, sabes que.
—¿Sabes qué por haberme entregado a ti puedo quedar embarazada?—le gritó Wanda desesperada.
—¡Eso es imposible!—soltó Jaedite.
—¿Imposible?
—¡Pues claro!—exclamó Jaedite, soltando sus puños—Júpiter es un planeta vasto en vegetación, y tengo entendido que las Jovianas de Clorokinesis pueden invocar plantas para prevenir embarazos o abortar.
—¡No todas las Jovianas de Clorokinesis sabemos hacer eso!—exclamó Wanda, metiéndole una sonora bofetada—¡Escúchame bien, Jaedite! Tienes hasta el día de hoy por la tarde para presentarte en el castillo y pedir mi mano. Si no lo haces, me casaré con Andrew Hansford
—¡No puedes hacer eso!
—¿Y por qué no lo haría?—lo retó la princesa Wanda.
—¿Se te olvida que te acabas de entregarme?—le recordó el duque Jaedite Moon—Eres mía, y sabes bien que ningún hombre quiere a una mujer que ya esté usada, por mucho que sea una princesa heredera.
Los ojos de la princesa Wanda se llenaron de lágrimas ante aquellas palabras. Estaba segura de que la carta la había escrito Jaedite, aunque ahora lo negara. Comenzó a creer que quizá Jaedite no tenía intenciones de casarse con ella. Si se descubría que ya no era virgen, sería sacada de la línea de sucesión de Júpiter, y ningún buen partido la querría por esposa. Incluso si, en la noche de bodas, Andrew Hansford descubría que ya no era doncella, tendría derecho a repudiarla y pedir la anulación del matrimonio.
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Tras preparar el copioso desayuno para la familia real, Lita, como siempre, acudió al comedor para colocar los numerosos platillos que se servían cada mañana. Al llegar, el Rey hablaba sobre lo ventajoso del futuro matrimonio entre su hija legítima y el hijo de Arthur Hansford, además de sus planes para elevarlo a noble.
—¿Conde?—se burló el rey—¿Cómo le voy a dar el título de Conde a mi futuro yerno?—soltó el rey—Sería insultante. Lo elevaré a la categoría de duque. No puedo darle un título menor cuando será el futuro esposo de mi hija.
Mientras Lita escuchaba en silencio y colocaba los platos sobre la mesa, llegó Lady Hildrud, en quien Lita vio una sombra de preocupación.
—¡Sus majestades, buenos días!—saludó la joven, acaparando de inmediato la atención de los reyes.
—¿Sucede algo, Hildrud?—cuestionó la reina a su sobrina y dama de compañía de su hija—¿Dónde está la princesa? El desayuno está a punto de comenzar, y en una hora tenemos que ir al templo a dar gracias.
—Me temo que mi prima no bajará a desayunar—comentó Hildrud—Tiene un ataque de nervios y…
Lady Hildrud no terminó de hablar, pues Lita sin querer derramó la jarra de jugo sobre la mesa, salpicando algunos de los platillos dispuestos en ella.
—¡Sí serás estúpida!—le gritó la reina molesta.
—¡Su majestad, no fue a propósito!—se disculpó Lita, temerosa de que aquel error tuviera consecuencias.
—Por favor, limpia la mesa y retira el platillo que se salpicó de jugo—ordenó el Rey fastidiado.
—No te castigo solo porque necesito que te encargues de la cena de esta noche—refunfuñó la reina—Y ya que estás aquí, quiero que además de los platillos que te encargué, prepares una tarta de frutos secos y cien galletas de mantequilla con nuez para esta noche.
—¿Cien galletas?—preguntó Lita asustada. Tenía el tiempo justo para preparar los platillos y el postre previsto para la cena de la pedida de mano de Wanda. No creía alcanzar a preparar una tarta más y además cien galletas; era una cantidad exagerada de comida, pues solo los Hansford estaban invitados a la cena. Sin embargo, sabía que su madrastra era capaz de dar órdenes absurdas para fastidiarla.
—¿Acaso eres sorda?—soltó con desdén la reina.
Lita no dijo nada y desvió la mirada.
—¡Se me quitó el apetito!—exclamó la reina, poniéndose de pie—Iré a ver qué tiene mi hija.
La reina se dio media vuelta para salir del comedor, pero entonces, mientras Lita limpiaba la mesa, escuchó su voz de nuevo.
—¡Oh!—exclamó la Reina—Olvidaba algo—dijo la monarca—No he decidido qué alimentos va a catar Lita.
Lita alzó la mirada, y entonces la reina sonrió.
—Un sorbo de leche—Lita tomó una de las tazas del trolley y se sirvió un poco para probar y mostrar que la bebida no estaba envenenada—Ahora un trozo de carne—ordenó la reina, y Lita obedeció—Y un poco de puré de patata—dijo la reina, esbozando una sonrisa burlona.
Lita sabía que pedirle catar el puré de patatas era solo una manera en que la reina buscaba humillarla. Después de todo, aquel platillo acababa de ser retirado y ya estaba en el trolley, pues al haberse salpicado de jugo, no lo iban a dejar sobre la mesa. Sin embargo, Lita no cuestionó aquella orden, así que tomó una cucharada de aquel puré mezclado con jugo de naranja y lo llevó a su boca.
Cuando Lita se pasó aquel bocado, la Reina sonrió con satisfacción y se dio media vuelta para retirarse. A pesar de la humillación, Lita no podía evitar sentirse feliz por lo que suponía que estaba por suceder o que quizá ya había sucedido.
—Lita—la llamó su padre, sacándola de sus pensamientos.
—Sí, su majestad.
—Durante la cena de esta noche estarás libre de servir en el comedor—dijo el Rey.
—Entendido y gracias—respondió Lita. Aunque por dentro no estaba agradecida, sabía que si su padre la estaba "liberando" de servir aquella noche en la cena, no era por consideración a su persona, sino porque ante los ojos de personas ajenas a la familia real, tenía que dar la imagen del "buen padre" que se había hecho cargo de su bastarda. Permitir que otros se dieran cuenta de que a puerta cerrada recibía tratos de sirvienta no era bueno para ello. Aunque, por su condición de bastarda, tampoco podía estar presente en actos ceremoniales o en eventos a los que acudía la familia real o estuvieran presentes miembros de la nobleza o de la alta burguesía joviana.
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Un golpe en la puerta seguido de la voz de su madre sacó a Wanda de sus pensamientos. De inmediato, se limpió las lágrimas de las mejillas y, tratando de controlar el nerviosismo, corrió a abrir la puerta. Aunque quiso mantener la compostura al verla, rompió a llorar al encontrarse con su madre.
—Hija, ¿qué tienes?—cuestionó su madre.
Wanda buscó el abrazo de su madre, quien la recibió amorosamente.
—¡Tengo miedo de que Andrew no quiera casarse conmigo!—exclamó asustada.
Su madre se apartó apenas un poco para mirarla cariñosamente y esbozó una cálida sonrisa.
—¿Qué tontería dices, mi pequeña?—le preguntó mientras le limpiaba las lágrimas—No solo eres la princesa heredera al trono de Júpiter. También eres educada, elegante, hermosa y pura.
El adjetivo "pura" para describirla fue como una daga encajando en el corazón de Wanda. Confiaba en su madre plenamente, y durante años no había ningún secreto que le guardara. Sin embargo, desde que conoció al duque Moon, comenzó a tenerlos. El duque, aunque pertenecía a la nobleza de Terra, no estaba en la lista de prospectos que sus padres querían para ella. Además, no podía decirle que le había entregado lo más preciado que tenía como mujer y que se suponía debía guardar hasta el matrimonio.
—¿Alguna vez el joven señor Hansford te ha tratado mal o te ha faltado al respeto?—preguntó su madre.
Wanda negó moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Entonces, ¿por qué crees que no querría casarse contigo?
—Tuve una pesadilla en la que me dejaba antes de la boda—inventó para justificar su ataque de nervios ante su madre.
—Sólo fue una pesadilla, pequeña—le susurró su madre, acunándole el rostro entre sus manos.
Un golpe en la puerta interrumpió la charla entre madre e hija, seguido de la voz de Lady Hildrud.
—Bueno, hija, recuerda que hoy viene el joven señor Andrew a pedir tu mano—le dijo su madre—"e voy a dejar con Lady Hildrud para que te ayude a vestirte e ir al templo de Deméter a dar gracias. No debes temer, cariño. Dentro de poco estarás casada.
Cuando su madre se fue, Wanda tiró de la mano de Lady Hildrud y la guió hacia el balcón.
—¿Te encuentras mejor, Wanda?—cuestionó Lady Hildrud.
Wanda, con los ojos llenos de lágrimas, miró a Lady Hildrud, quien era la única persona que sabía de su amorío con Jaedite y a quien había pagado con monedas, joyas y vestidos por su complicidad.
—¡Esta mañana me miré con Jaedite!—susurró la princesa Wanda.
—¿Discutieron?—preguntó Lady Hildrud.
—¡Me entregué a él!—confesó la princesa Wanda horrorizada, mientras se cubría el rostro de vergüenza.
Lady Hildrud se llevó la mano al rostro, sin poder creer aquello que la princesa acababa de confesar.
—¡Wanda!
—¡Me dijo que un sirviente le había llevado una carta de mi parte a Emerald High Society Club ayer por la noche en la que yo le ofrecía eso!—exclamó Wanda asustada—¡Pero nunca le mandaría cartas con alguien que no seas tú!
—¡Te dije que no le dieras tu flor!—soltó Lady Hildrud en tono de reproche.
—¡Deja de decirme 'Te lo dije'!—exclamó Wanda—¿Sabes cómo conseguir Mandrágora y Ruda?—preguntó la princesa Wanda asustada—¿O conoces a alguien que sepa invocar a las plantas?
—No a las dos preguntas—respondió Lady Hildrud.
Si bien la ruda y la mandrágora eran plantas que solamente se daban en Júpiter, conseguirlas no era fácil, pues debido a sus propiedades anticonceptivas y abortivas, habían sido prohibidas. Se creía que incentivaban la promiscuidad femenina, así que su uso estaba controlado y reservado para las Jovianas que pudieran probar haber sido ultrajadas.
Wanda, ante la respuesta de Lady Hildrud, se dejó caer en el piso del balcón y hundió su rostro en su regazo, mientras lloraba en medio de aquel sentimiento de terror y desesperanza al creer que lo había perdido todo. Lady Hildrud, que era como el perro fiel de su prima, se sentó a su lado y la abrazó en silencio, incapaz de saber qué decir para darle consuelo.
—¡Tienes que casarte pronto!—fue lo único que atinó a decir Lady Hildrud.
—¡Dice que no se puede casar conmigo en tanto la princesa de Marte no rompa el compromiso!—dijo entre lágrimas.
—¡No hablo del duque Moon!—comentó Lady Hildrud—Hablo del señor Hansford.
—¡Con ese hombre!—soltó la princesa Wanda con repulsión.
—¡Quizá después de todo no sea tan mala idea!— Comentó Lady Hildrud— El joven señor Hansford se parece mucho al duque Moon, y aunque no pertenece a la nobleza su familia es más rica y poderosa que muchas casas reales de la Liga Interplanetaria.
Aunque cierto era que el joven señor Hansford era un hombre de gran atractivo físico y sería el único heredero de Hansford Castle Bank y el resto de la fortuna de Arthur Hansford, a la princesa Wanda la idea de mezclar su sangre con la de un hombre que no descendía de la nobleza le parecía repugnante.
—Es mejor ser la esposa de un nuevo rico que una mujer deshonrada— Dijo Lady Hildrud— Piénsalo, Wanda. Y más te convendría que esa boda se célebre cuánto antes.
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Aquel golpe en la puerta de sus aposentos despertó a Andrew del sueño en el que estaba a punto de caer después de acabar con una botella de whisky. Refunfuñó para sus adentros cuando enseguida escuchó la voz de aquel que se había atrevido a despertarlo.
—¡Andrew, por favor, contéstame!—exclamó alarmado Gordon del otro lado de la puerta.
—¡Adelante, Gordón!—exclamó fastidiado Andrew.
La puerta se abrió, y su fiel amigo y cocinero entró a aquellos aposentos secretos que tenía en la tercera planta de la lujosa taberna Emerald High Society Club.
—¡Andrew!—gritó asustado Gordon—¿Cómo se te ocurre acabar tú solo con una botella de whisky?—lo regañó Gordon—"Y en el día de tu compromiso!
—¡No va a haber ningún compromiso, Gordon!—soltó Andrew—¡Y tráeme otra botella! O mejor que sean dos.
—¡Lo que te voy a traer es la cafetera completa y comida con muchas especias de Marte y wasabi, Hansford!—lo regañó Gordon—Tu padre ha venido por aquí y se veía preocupado. No quiero ser culpado de homicidio si mueres por sobredosis de ingesta de alcohol.
—¡Dije que quiero otras dos botellas!—exigió Andrew, arrastrando la lengua al hablar.
Gordon dio un fuerte puñetazo sobre el fino escritorio de caoba, llamando la atención de Andrew.
—¡Escúchame bien, Hansford!—le habló fuerte Gordon—No te voy a traer más alcohol, aunque mañana decidas despedirme.— Le dijo—Te voy a traer café y comida con especias de Marte, y te vas a acabar todo. Si te niegas, yo mismo iré a Hansford House y le diré al primer ministro que su hijo, el futuro Rey de Júpiter, está aquí.
—¡Corre y haz lo que quieras!
—¡Y también le diré que eres el dueño de Emerald High Society Club!
Pese al estado de ebriedad en que se encontraba Andrew, aquellas últimas palabras dichas por Gordon tuvieron efecto en él. Por un momento, se olvidó de la infidelidad de la mujer que amaba.
—¡No te atreverás!
—¡Retame y verás si no!—dijo Gordon, decidido.
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Una vez más, Wanda se levantó de la cama para ir frente al enorme espejo enmarcado en oro y contemplar el reflejo que este le devolvía. Lady Hildrud no pudo evitar exclamar:
—¡Luces tan bella!
En efecto, la princesa lucía radiante con aquel fino vestido en color arena, elaborado con las más finas sedas importadas de Venus. El vestido tenía intrincados bordados con hilos de oro y joyas incrustadas, dignos de una princesa de su estirpe.
—¿Te asomas por la ventana, por favor?—pidió la princesa.
Lady Hildrud hizo lo que se le pedía, pero no pasó mucho tiempo antes de que escuchara la desalentadora respuesta:
—¡Aún no llega!
Wanda tomó aire y regresó a la cama, donde de nuevo se sentó.
—¡Tranquila!—susurró Lady Hildrud—¡Ya aparecerá!
Wanda no sabía si su prima se refería al duque Moon o al joven señor Hansford. En su interior, deseaba que quien llegara al castillo pidiendo su mano fuera el duque Moon. Sin embargo, comenzaba a perder la esperanza. También le parecía preocupante que los Hansford aún no hubieran llegado al castillo, cuando se suponía que debían estar ahí desde hace una hora.
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El sabor picante del wasabi y aquel trozo de cordero sazonado con especias de Marte aún persistía en el paladar de Andrew. Obligado por Gordon, había tenido que no solo beber casi todo el contenido de la cafetera, sino también comerse aquel platillo que seguía quemando sus papilas gustativas. Sin embargo, el efecto del alcohol se desvaneció, y Andrew decidió que no podía permanecer desaparecido todo el día, preocupando a sus padres. Ellos no merecían esa angustia, especialmente después de haber perdido a dos hijos.
Al llegar al majestuoso palacete de su familia, conocido como Hansford House, Andrew inhaló profundamente. Antes de que pudiera llamar a la imponente puerta, esta se abrió, y se encontró con sus padres, seguidos por cuatro hombres al servicio de los Hansford
—¡Hijo!— exclamó su madre, con la voz entrecortada. Un par de lágrimas se desbordaron de sus hinchados y enrojecidos ojos mientras lo abrazaba con fuerza.
Andrew se sintió culpable al ver a su madre tan conmocionada. —¡Madre, le ruego me perdone!— suplicó, abrazándola.
—¿Dónde demonios has estado todo el día?— preguntó Arthur Hansford furioso, interrumpiendo el emotivo momento entre madre e hijo.
Andrew se enfrentó a su padre. —¡No me voy a casar!— dijo Andrew
Por un momento, todos guardaron silencio, y la expresión de sorpresa en los rostros de sus padres y de los sirvientes que lo acompañaban no pasó desapercibida por Andrew.
—¿Qué?— Cuestionó Arthur Hansford
—Dije que no me voy a casar— Gritó Andrew desafiante— Así que es mejor que no pida la mano de la princesa.
—¡Te ordeno que dejes de decir estupideces y vayas a vestirte!— Ordenó Arthur Hansford apretando la mandíbula para contener la furia que estaba sintiendo.
—¡No!— Exclamó Andrew — Prepararé una carta para disculparme con la familia real y mañana mismo partiré de viaje—Dijo Andrew— Necesito un tiempo fuera de Júpiter, así que viajaré a los planetas interiores.
Andrew pasó de largo, dejando a su madre desconcertada, y a su padre tan sorprendido como enojado ante aquella decisión que había tomado.
Sabía que la idea de verlo casado con la princesa Wanda era algo que era del agrado de su padre que aspiraba a emparentar con la realeza y veía en esa unión el camino para aumentar su poderío en toda la Liga Interplanetaria; sin embargo, el amor era lo que había motivado a Andrew para querer tomar por esposa a la princesa, pero por ese mismo amor que le tenía sabía que no soportaría estar al lado de ella sabiendo que su corazón era de otro.
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—¿Qué clase de desplante es ese?— Preguntó la Reina consorte al tiempo que se levantaba de su ornamentado asiento en la sala del trono para dirigir sus pasos al imponente ventanal cubierto con finas cortinas— ¿Acaso tu primer ministro no es consciente del privilegio que tiene de que su hijo vaya a emparentar con la princesa heredera?
—¡Guarda silencio que las paredes pueden tener oídos, Cleissy!— Le habló con severidad el Rey.
—¿Y qué?— Se quejó la Reina consorte— Mi hija no es cualquier doncella— Continuó — ¡Es la princesa heredera al trono de Júpiter! El mejor partido de entre todas las doncellas en edad casadera de este planeta, y el hijo de tu primer ministro un simple Joviano que no desciende de ninguna casa noble.
—Ese simple Joviano sin título es hijo de Arthur Hansford — Le recordó el Rey— Y por si no lo recuerdas, Arthur Hansford tiene una fortuna superior a la de nosotros y a la de muchas casas reales de la Liga Interplanetaria, es dueño de Hansford Castle Bank, es también el primer ministro de Júpiter, tiene buenas relaciones con los monarcas de los planetas interiores, y además, una gran parte de los Jovianos de Clorokinesis lo ven como su libertador a pesar de ser un Joviano de electroquinesis.
—¡Seguramente Arthur Hansford es un ser puro e inmaculado!—Dijo sarcástica la Reina
—¡No lo es, pero sabe jugar bien sus cartas y sabe mover a las masas!— Dijo el Rey— ¿Por qué crees que a pesar de haber financiado la guerra civil de Júpiter los Jovianos lo eligieron como primer ministro?
La Reina consorte bufó furiosa. Ella, que había nacido en el seno de una familia noble de Júpiter exterior cuya fortuna y títulos databan de muchos siglos antes, consideraba inferiores a todos aquellos que no pertenecían a la vieja nobleza, sobre todo a los millonarios acaudalados sin título como los Hansford, pues veía la fortuna de ellos como algo venido de la codicia y de la usura, a diferencia de la fortuna de las familias nobles, que ya estaba ahí desde años antes, y que se había visto reducida gracias a la ley de impuestos sugerida por Arthur Hansford y aprobada por los miembros de la cámara de electroquinesis.
De pronto, el chirrido de las bisagras al abrirse la puerta llamó la atención de los reyes, así que la Reina se dio media vuelta, encontrándose ambos monarcas con el mensajero de la casa real.
—¡Sus majestades, traigo un recado del primer ministro!— informó el hombre haciendo una reverencia.
El mensajero se acercó al Rey, poniendo frente a sus ojos una pequeña charola de plata de la cual él monarca tomó un sobre.
—¡Puedes retirarte!
Cuando el mensajero salió, la Reina se acercó al trono, y al estar junto a su marido, leyó el breve mensaje de Arthur Hansford.
"A su majestad, el Rey Cedrick de Júpiter
Por este medio le informo que mi queridísimo hijo ha caído enfermo y que por indicaciones médicas debe guardar absoluto reposo por un par de semanas, por lo cual, presentarnos hoy al Castillo Ios nos será posible.
Por lo anterior, pido una sincera disculpa a usted, así como a sus apreciables esposa e hija, esperando que podamos tener la reunión prevista cuando mi hijo y único heredero reciba el visto bueno del médico.
Atentamente
Señor Arthur Hansford
Primer Ministro de Júpiter y Presidente de Hansford Castle Bank
Haber sido plantados por los Hansford por supuesto no fue algo que le hiciera gracia al Rey Cedrick, pues en su fuero inferior, también consideraba inferiores a quienes no descendían de noble linaje. Sin embargo, siempre había tenido el temor latente de que Arthur Hansford organizara un golpe de estado para derrocarlo, por lo que una alianza matrimonial entre su hija legítima y el heredero de su primer ministro le era necesaria, así que no podía darse el lujo de hacerle un desplante o hacerle reclamos.
—Me iré a dormir— Dijo el Rey— Mañana le dices a Lita que prepare un paquete con los mejores postres para enviárselos como obsequios al hijo de Arthur.
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Lita se estaba quedando profundamente dormida cuando de pronto unos fuertes gritos y lamentos provenientes de los aposentos de su hermana hicieron eco y la despertaron.
—¡Hija, calma!— Escuchó la voz preocupada de la Reina, seguido de pasos que cada vez se escucharon más lejos, hasta que de nuevo se hizo el silencio.
Lita de inmediato se levantó de la cama. Hubiera querido abrir la puerta para asomarse y ver un poco, sin embargo, los muebles que solían bloquear la puerta de sus aposentos estaban bloqueandole el camino, y no quería llamar la atención moviéndolos a esas horas de la noche.
Thorakar, que también había estado dormido, despertó y revoloteó alrededor de Lita, moviendo sus alas de un lado a otro como si en silencio él también celebrara aquel acontecimiento.
—¡Lo hicimos!— Susurró Lita al tiempo que estrechaba entre sus brazos al pequeño dragón.
De pronto, el desgarrador llanto de Wanda se volvió a escuchar, pero esta vez provenía de afuera, así que Lita caminó hacia el enorme ventanal de sus aposentos, y al abrirlos para salir al balcón, sonrió con satisfacción al ver cómo su hermana parecía enloquecida arrancando las flores del jardín a su paso.
"Sufre, maldita"— Pensó Lita para sus adentros—"Sufre como yo sufrí cuando arruinaron mi compromiso con Neflyte"
Tres años antes…
Cuando vio como el carruaje con el escudo de la casa Sweeney salía de los confines del castillo Ios, Lita rompió en llanto sabiendo que había perdido a su amado Neflyte para siempre, y desconsolada, se dejó caer en el frío piso de sus aposentos, implorándole a la Diosa que le arrancara la vida para no volver a sentir dolor.
—¿Creíste de verdad que se casaría contigo?— Escuchó tras ella la voz burlona de la Reina.
Lita no dijo nada,ni siquiera volteó a verla, pero la Reina llegó a su lado y se inclinó para tomar su mejilla, aunque Lita rápidamente le apartó la mano con brusquedad.
—¡Pobre estúpida!—Se mofó la reina— Pobre tonta si creíste que Lord Neflyte Sweeney se casaría contigo y te llevaría a vivir con él a Terra— Le dijo disfrutando de su dolor—¡Vales menos que todas las bastardas habidas y por haber!
¡Hola!
Pues bien, aquí les traigo un capítulo más de este fanfic que espero haya sido de su agrado.
Como siempre, les agradezco a cada uno de mis lectores, en especial a mis amigas y amigos que han venido a alegrarme con sus bellos reviews.
Hospitaller Knight, gracias por estar ahí dejando tus comentarios, amiga. Y no te digo más porque ya las observaciones te las hice por inbox.
Jahayra, gracias por aparecer por aquí amiga. Me alegra saber que te entusiasma leer está historia así como a mí escribirla. También adoro el género fantasía y ciencia ficción, aunque siempre me han parecido géneros complicados de escribir.
Lectores anónimos: ¿Qué les pareció? Espero que les haya gustado.
Sin más que decir, nos vemos en el próximo capítulo, que procuraré subirlo en una semana.
¡Saludos!
Edythe
