CORONAS Y ENGAÑOS
CAPÍTULO 6
A FUEGO LENTO
Cuando Andrew bajó de la nave le sorprendió encontrarse ante la presencia de un sequito de alrededor de quince personas, entre ellos hombres y mujeres enfundados en la tradicional armadura marciana escoltando nada más y nada menos que al mismísimo Emperador Takahashi Hino, quien se abrió paso entre la multitud distinguiendose por su rostro de expresión severa y aquel ajuar llamada sokuta, en colores rojo y azul rey, la cual estaba conformada por una tunica exterior llamado "ho", y un sombrero negro de seda con penacho que ellos llamaban kanmuraki.
Al verlo, Andrew y sus dos acompañantes hicieron una reverencia.
—¡Tenno Heika, es un honor estar ante su presencia!— Se dirigió Andrew en el idioma marciano y utilizando aquel título honorífico que era el equivalente al "Su majestad".
—¡Bienvenido a Marte, Hansford Sama!— Corearon después los miembros de la guardia real marciana inclinándose ante Andrew.
—Gracias por este recibimiento— respondió Andrew con amabilidad.
—¡Pero vamos, Andrew, no te quedes ahí!— Exclamó el emperador ya en un tono más informal— Nos espera el carruaje. Además llegas en justo momento porque cuando vine ya estaban por terminar el banquete en tu honor.
Andrew se sorprendió ante las palabras del emperador, pues en las últimas horas había estado tan devastado lidiando con su dolor ante la traición de la princesa Wanda que ni siquiera había mandado dar aviso de que estaría de visita por tierras marcianas.
—¿Cómo supo que vendría?— Cuestionó desconcertado
El Emperador soltó una carcajada ante la pregunta de Andrew.
—El fuego, Andrew— Respondió— Ayer al caer la tarde Rei nos avisó de tu llegada— Le dijo— Lo miró en el fuego. ¡Se ha convertido en una gran sacerdotisa y sus premoniciones son muy acertadas!— Agregó con orgullo el emperador.
Para Andrew no era un secreto que de entre los marcianos, había algunos que nacían con el don de la clarividencia, y que Rei era uno de esos pocos con ese don, sin embargo, lo acertado de sus premoniciones no dejaba de sorprenderlo.
Poco después, Andrew, seguido del Emperador, los dos hombres que lo acompañaban y los miembros de la guardia real marciana caminaron hacia la salida del Hangar Ígnea donde en medio de aquel suelo de arena rojiza los esperaba uno de los carruajes de la familia Imperial de Marte, el cual, a diferencia de los carruajes de Júpiter tenía un techo curvo con bordes que se extendían hacia arriba similar a los tejados de los templos en honor al dios Ares, y el cual era tirado por dos caballos de intenso color rojo con crines de color dorado.
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Pese a que Andrew en su planeta natal no solía frecuentar seguido los templos en honor al dios Tharos y la diosa Litha, en silencio les agradeció que durante el trayecto de veinte minutos rumbo al Castillo Imperial el Emperador no le hubiera hecho ninguna pregunta sobre su compromiso, pues seguro estaba de que su padre mantenía correspondencia con él, y que muy posiblemente ya le habría hablado de los planes de boda, además de que él mismo, cuando había coincidido con la princesa Rei, le había hablado sobre su amor por la princesa Wanda, algo que la heredera al trono de Marte no vio con buenos ojos y no tuvo reparos en hacérselo ver, aunque Andrew creyó que Rei estaba hablando desde la subjetividad, pues bien sabido era que ambas princesas no se agradaban.
Pasados veinte minutos, finalmente llegaron a su destino, y aunque Andrew ya había estado ahí muchas veces, nunca dejaba de maravillarse al ver aquel castillo que ante sus ojos era algo exótico, pues a diferencia de las fortalezas de piedra y las torres altas que eran comunes en los palacetes y castillos de las familias acaudaladas de Júpiter, el Castillo Marciano tenía una estructura de madera de varios pisos en orden decreciente coronada por una torre que ellos solían llama tenshukaku.
Tras bajar del carruaje, siguieron aquel camino ya conocido por Andrew, el cual estaba rodeado de jardines llenos de estanques artificiales que se habían mandado construir con agua importada de Júpiter y de Terra, además plantas que aunque no eran comestibles, eran algo exotico por brillar como carbón encendido y estar ardiendo como el fuego.
Finalmente, al llegar a la entrada principal del Castillo, las puertas les fueron abiertas por un par de sirviente, y Andrew, junto con el monarca y su sequito, fueron recibidos por varios miembros de la corte real, quienes acompañaban nada más y nada menos que a la Emperatriz Risa Hino y Rei Hino, la princesa heredera, ambas destacándose no solamente por sus elegantes kimonos de seda roja con fenix bordados en hilos de oro, sino por su enigmática belleza, pues ambas eran poseedoras de un par de ojos color violeta que incluso era un exotismo en sus mismas tierra, y además, sus bellos rostros estaban enmarcados por una larga y sedosa cabellera negra que adornaban con ornamentos de oro y rubíes que llamaban kanzashi.
Andrew, siguiendo el protocolo se inclinó ante ellas.
—¡Kogo, princesa!— Exclamó Andrew con solemnidaad— ¡Qué grato me es verlas y agradezco su hospitalidad!
—¡Siempre es un honor para nosotros recibir al hijo de Hansford Sama!— Exclamó la emperatriz— ¡Entra! Hemos preparado un banquete con los platillos que más te gustan de nuestra tierra.
—Gracias— Respondió nuevamente Andrew— También he traído unos presentes para ustedes, aunque aún están en la nave.
—Mas tarde mandamos por ellos— Respondió la Emperatriz— Ahora coman y gracias por tenernos presentes.
Cuando todos se dispusieron a caminar por entre los pasillos del interior de aquel castillo, la princesa se acercó a Andrew para caminar a su lado.
—¿Con qué ahora soy princesa, Hansford sama?— Le preguntó en un susurro — ¿Desde cuando tanta formalidad?
Andrew rio ante el comentario de la bella joven, pues dado que la conocía desde la infancia se había forjado una amistad entre ellos a pesar de las diferencia culturales, aunque eran esas mismas diferencia las que habían permitido que eso se diera, pues en Marte, a diferencia de Júpiter, no era mal visto que una mujer y un hombre sin parentesco pasaran tiempo a solas sin la presencia de una chaperona.
—¿Cómo has estado, Rei?— Le preguntó ahora llamándola por su nombre, mientras su mirada recorría las puertas corredizas de papel que los marcianos llamaban shoji y separaban una habitación de otra.
—Bien— Mintió Andrew, pues no creía que aún fuera el momento oportuno para sacar a relucir la verdad.
De pronto, llegaron a una de las habitaciones cuya puerta corrediza estaba abierta y todos se adentraron para después tomar el lugar que les había sido designado en los muchos cojines de seda que estaban dispuestos sobre el tatami alrededor de las mesitas bajas sobre las que había platillos típicos de la gastronomía marciana como arroz en abundancia, mijo, sopa miso, hare-sushi, fideos udon salteados con pez fugu, unagi, y gyudon. Sin faltar por supuesto el sake y el té como bebidas principales, ni el wasabi, la soja y las especias de fuerte sabor con que condimentaban sus platillos.
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Horas después del banquete, el Emperador y su mujer tenían asuntos de estado que atender, por lo que Andrew se la pasó en compañía de la princesa, quién tras vestirse con un kimono más apropiado para montar, lo invitó a dar un paseo a caballo por los alrededores del castillo, el cual se prolongó hasta el anochecer cuando el cielo pasó de violeta a morado, y phobos y Deimos aparecieron en el firmamento iluminando el planeta con su luz rojiza.
—¿Quién eres tú y que le hiciste al glotón de Andrew Hansford?— Pregunto Rei en voz alta. Andrew volteó a verla, y entonces la joven volvió a hablar— ¿Me vas a decir que te sucede?— Cuestionó Rei—En el banquete casi no comiste y eso es raro de ti, además no me has estado poniendo atención.
Andrew se avergonzó al ser descubierto, pues aunque trataba de prestar atención a su anfitriona, no dejaba de darle vueltas a cómo le diría a Rei la verdad sobre su prometido.
—Perdón, no quise ser grosero— Se disculpó Andrew
—¿Qué te parece si vamos dentro?— Preguntó Rei cuando llegaron a las caballerizas— Tengo algo que mostrarte, y sirve que en el camino me cuentas qué te sucede.
Ambos bajaron de aquellos caballos rojizos, y volvieron por su pie al interior del castillo.
—¿Y bien?— Preguntó la princesa Rei
—Terminé con la princesa Wanda— Soltó Andrew
—Me alegra— Respondió la princesa Marciana.
Andrew se sorprendió ante la seca y demasiado honesta respuesta de la princesa Rei, pero antes de que él pudiera siquiera decir algo, la princesa continuó.
—Es decir, no me alegro de tu dolor— Aclaró Rei— Pero desde que conocí a la familia real de tu planeta en aquella reunión interplanetaria que se hizo en Terra no me agradaron— Continuó Rei— Tienen un aura muy turbia, y además la princesa Wanda se burló de la cultura de Marte.
Ambos se quedaron en silencio un momento, y cuando de nuevo entraron al interior del castillo, Rei retomó la charla.
—¿Por qué pusiste lo hiciste?
Andrew pensó un par de segundos antes de responder a esa pregunta, pues pese a que estaba firmemente decidido a no dar un paso atrás respecto a su decisión de no casarse con la princesa Wanda, se resistía a hacerle daño, y sabía que hacer de conocimiento de otros que tenía un amorío secreto con un hombre que además estaba comprometido dañaría su reputación, lo cual llevaría a que los miembros del parlamento joviano exigieran una prueba de virginidad a la princesa, y que en caso de que esta saliera negativa, sería sacada de la línea de sucesión al trono joviano, y además, quedaría tan deshonrada que ningún hombre de alta estirpe querría tomarla por esposa.
—Me di cuenta de que no éramos el uno para el otro— Mintió Andrew
—Si tú lo dices — Respondió— Aunque sí más tarde quieres hablarme con honestidad de que sucedió soy toda oídos.
Andrew, que pretendía hacerle saber a Rei la verdad sobre su prometido, de pronto comenzó a preguntarse así mismo como se lo haría saber sin involucrar a la princesa Wanda, pero entonces Rei detuvo sus pasos en una de las habitaciones, y mientras deslizaba la puerta empezó a hablar.
—Hay algo que quiero mostrarte, y algo que quiero pedirte.
Andrew, al verla tan feliz, decidió postergar la incómoda charla para más tarde, y entonces, invitado por la princesa Rei, entró dentro de aquella habitación donde al centro de esta había un majestuoso y elegante clavicordio de madera color caoba. Un objeto que dentro de aquella habitación parecía un poco fuera de lugar, pues en Marte eran más populares instrumentos musicales como el shamisen, la biwa o el koto.
La princesa se acercó al clavicordio, y al levantarle la tapa armónica que protegía las cuerdas, Andrew vio en la madera una pintura representativa de los preciosos paisajes de Terra que reconoció perfectamente bien, pues él, a petición del príncipe Endymion había hecho aquella pintura que en la parte inferior derecha tenía la firma que el estampaba en todas sus pinturas, la cual incluía una A. de Andrew, y una F. de Foreman, el apellido de soltera de su madre y de su difunto abuelo materno. Algo que había hecho en honor a la memoria de su fallecido y querido abuelo materno, pues dado que sólo había tenido una hija que era nada más y nada menos que la madre de Andrew, el apellido Foreman perdió continuidad. Además de que también estaba el hecho de que le gustaba el anonimato, pues aquel era un pasatiempos para su propio placer, y dado que no deseaba fama ni obtener dinero de ello decidió no usar la Hansford.
—Me lo regaló Endymion— Comentó Rei— Hace tres semanas estuvo unos días por aquí. En una charla le comenté que extrañaba las clases de clavicordio que tomé en Venus y me quejé de que seguro mis dedos estaban oxidados, y tres días después de que partió a Terra me mandó este bello clavicordio de regalo— Agregó la bella joven mientras pasaba sus finos dedos por el teclado— Así que le mandé una misiva de agradecimiento y le dije que cuando tuviera las invitaciones de mi boda él sería la primer persona que recibiría una.
—¡Ay, Rei!— Exclamó Andrew— ¿Pero cómo le haces eso?
—¿Qué?— Preguntó Rei mirándolo con extrañeza.
Andrew entonces se arrepintió de aquello que había escapado de sus labios sin querer. Así como tenía una buena amistad con la princesa de Marte, también tenía una estrecha amistad con el príncipe heredero al trono de Terra, y sabía que desde hace años, el príncipe de aquel planeta estaba perdidamente enamorado de la princesa Rei, pues él mismo se lo había confiado, aunque dicha confesión nunca se la había hecho a la princesa de Marte.
—Tienes razón, debí mandarle un presente y no sólo una carta— Dijo Rei
Andrew decidió no decir más, aunque en silencio no dejaba de sorprenderle como la princesa Rei, quién tenía poderes de clarividencia que solían ser muy acertados, no hubiera sido capaz de darse cuenta de los sentimientos que el príncipe Endymion albergaba en su corazón por ella y de la clase de mujeriego arribista que era el duque Jaedite Moon.
—Por cierto, Andrew. Me gustaría pedirte un favor—Tú dirás
—¿Aún sueles pintar?
—De vez en cuando
—¿Sabes dibujar rostros de personas sin tenerlas posando para ti?
—Si—Respondió Andrew—Incluso hace un par de años hice un retrato hablado de la prometida de un sujeto que estuvo describiéndome por horas a la dama— Recordó Andrew, quién rió al recordar aquella anécdota que aún le seguía causando gracia.
—¿Podrías pintar algo para mí?
—Por supuesto— Respondió Andrew— Sólo dime en qué material quieres que te lo haga y que quieres que pinte.
—Me gustaría una pintura donde salgamos Jaedite y yo.
Andrew sintió una mezcla de rabia y pena cuando escuchó aquella petición. Lo último que quería hacer era pintar un cuadro donde apareciera aquel hombre que descaradamente lo saludaba como si fueran buenos amigos y pedía dinero prestado a Hansford Castle Bank una y otra vez, mientras por otro lado había estado endulzando el oído a la princesa Wanda, quien aunque no llegó a ser su prometida de manera formal, era de todos conocido que tenían una relación encaminada al matrimonio.
—Me gustaría que en la pintura él aparezca con la indumentaria típica de los varones de Terra y yo con uno de mis kimonos favoritos— Dijo Rei entusiasmada— Y al fondo, un paisaje que represente el encuentro de dos mundos, el cielo nocturno de marte con phobos y deimos brillando en el cielo morado, y por otro lado el cielo azul de Terra con su luna plateada— Continuó Rei— Pronto será su cumpleaños, así que quisiera regalarle algo especial.
Andrew decidió que para darle la desagradable noticia no había palabras bonitas, así que decidió que era en ese momento.
—Rei— Pronunció el nombre de la princesa— El duque Jaedite Moon te es infiel— Soltó Andrew— Él tiene un amorío con otra mujer.
Andrew notó como la expresión de felicidad desaparecía del rostro de la princesa marciana para dar paso a una de sorpresa y desagrado.
—¡Eso no puede ser cierto!— Exclamó la joven mientras sus manos comenzaban a temblar
—Me gustaría que no fuera cierto, querida Rei, pero yo lo vi con mis propios ojos— Contó Andrew
—¿Quién era la mujer?— preguntó Rei ansiosa por ponerle un rostro a aquella mujer que era con la que estaban mancillando su honor.
—No la conozco— Mintió Andrew en su afán de proteger a la princesa Wanda— Supongo que una noble, pero a él lo conozco perfectamente.
—¡No, eso no puede ser!— Exclamó mientras sus ojos se cristalizaban— ¡Él no me haría algo así!
—Si no le crees a Andrew puedes preguntárselo tu misma al fuego, hija— Escucharon la voz de la emperatriz
Rei se dio media vuelta, y tanto ella como Andrew se encontraron con el Emperador y su esposa que acababan de llegar.
—Hija, ya te había comentado yo lo extraño que me parecía que ese joven duque pasara más tiempo en Júpiter y que hasta se comprara un palacete allá en vez de hacerlo en su planeta o aquí en Marte— Dijo el Emperador.
Rei, que parecía que en cualquier momento se desbordaría, salió corriendo de aquella habitación, dejando a Andrew a solas con los Emperadores recién llegados.
—Yo, lo lamento— Dijo Andrew
—Tarde o temprano el corazón de mi pequeña fénix sanará y el tuyo también, Andrew— Comentó la emperatriz dejando sorprendido a Andrew, aunque bien sabido era que la mujer al igual que su hija también tenía grandes poderes psíquicos— Ahora si me permiten, voy a ir a buscar a Rei.
—Gracias por traer la verdad a mi hija, Andrew— Agradeció el Emperador— Ese joven nunca me gustó para Rei, pero ella es tan terca y obstinada que lo continuó viendo a escondidas, así que tuve que aceptarlo para tenerlo de cerca esperando que un día ella buscara en el fuego lo que su intuición no quiere ver.
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Tan pronto como Rei salió corriendo de aquel salón donde había instalado su pianoforte, se dirigió al recinto de oración en el cual además de estatuas al dios Ares y del ave fénix había una hoguera ardiendo permanentemente, y ante este, se postró temblorosa y entrecerró sus ojos, provocando que sus emociones hicieran crecer la ardiente hoguera.
—Fuego sagrado— Pronunció uniendo sus manos y poniéndolas a la altura de su pecho— Fuego sagrado de Marte, por favor dime que lo que Andrew Hansford dice es un error. Por favor revelame la verdad.
Rei abrió los ojos, y entonces, la flama sagrada le mostró la ambición, el deseo de poder, y la frialdad en el corazón de aquel hombre que con mentiras había logrado enamorarla.
Al tener las respuestas, Rei sintió que su mundo se desmoronaba, y ante ello, un par de lágrimas se asomaron de sus ojos, pera rápidamente las limpio, pues no pensaba derramar una sola cuando en su planeta el agua era un bien escaso, mucho menos por un hombre que no merecía su dolor, así que tomó la decisión de que no se casaría con el duque Jaedite Moon y que llegado el momento lo enfrentaría.
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Al siguiente dia de su llegada a Marte, a Andrew lo despertaron los gritos de batalla provenientes del jardín, así que no queriendo ser una visita incomoda decidió ponerse de pie pese a que no había podido dormir bien; pues no sólo seguía lidiando con su propio dolor, sino que además se sentía mal por haber sido quien provocara la tristeza en Rei, y aquel futón donde había tenido que dormir no era de gran ayuda, pues su cuerpo echaba de menos una cama alta como en las que acostumbraban a dormir los jovianos, sin embargo, aunque hubiera podido retirarse a dormir a sus aposentos en su nave, le pareció grosero de su parte rechazar la hospitalidad de los emperadores, quienes le habían asignado unos aposentos que además de contar con un futón para dormir contaba con un escritorio bajo y cojines de seda para sentarse, y por si fuera poco, un costoso cristal de hielo mercuriano que el Emperador le había dado en la noche para que absorbiera el calor dentro de los aposentos y que pudiera dormir cómodo sin tener que usar el traje de supervivencia que usaban los extranjeros al no estar acostumbrados al ardiente clima de marte.
Tras ponerse de pie, Andrew decidió darse una ducha, así que caminó hacía donde estaba el biombo y le dio la vuelta para entrar al sento privado dentro de los aposentos, donde se encontró con una tina de piedra en la que se sumergió para darse una ducha, y después, tras enfundarse en un traje limpio de supervivencia, decidió abrir la puerta corrediza que daba al exterior, desde donde miró a Rei enfundada en una armadura marciana y batiéndose en encarnizada batalla con un hábil samurai que era mucho más alto que ella, pero entonces, de un movimiento rápido, la princesa desarmó al gigante, provocando que su katana cayera al suelo.
Pese a que Andrew sabía que en Marte tanto hombres como mujeres recibían entrenamiento Samurai porque creían que antes que cualquier otra cosa debían ser guerreros, ver un espectáculo así no dejaba de sorprenderle, pues en Júpiter a las mujeres no se les solía entrenar en el uso de armas ni en el combate cuerpo a cuerpo, por lo que nunca había visto a una blandiendo una espada, e imaginarlas peleando cuerpo a cuerpo contra un varón era impensable.
De pronto, la princesa volteó hacia arriba y cuando sus miradas se encontraron extendió su mano moviéndola de un lado a otro.
—¡Andrew, ven aquí!
Andrew entonces salió de sus aposentos y caminó por entre los pasillos del castillo que a esa hora aún estaban silenciosos, pues aún no era hora de levantarse, y entonces, al salir al exterior y dirigirse a donde se encontraba Rei rodeada de guerreros samurais que la felicitaban, le sorprendió que estuviera tan sonriente cuando apenas la noche anterior se había enterado del engaño de Jaedite.
—Buenos días Andrew— Saludó la princesa como si acaso la noche anterior no hubiera pasado nada.
—Buenos días Rei— Devolvió el saludo Andrew— ¿Cómo amaneciste?
—Muy bien— Respondió Rei— Nada que la Hikarigara no pueda resolver.
Andrew entonces entendió el porque del estado de ánimo de Rei. Había consumido aquella hierba de color rojizo que se daba en Marte y que los marcianos solían vender a precios exorbitantes o intercambiar por alimentos y agua, pues dicha sustancia producía una sensación inmediata de calma en los momentos de profundo dolor emocional, además de que tenía propiedades que evitaban la deshidratación del usuario, algo que muchos marcianos solían consumir al tener que reprimir sus emociones al ser mal visto llorar.
—¿No quieres un poco?— Ofreció Rei
Andrew esbozó una sonrisa y movió la cabeza de un lado a otro en señal de rechazo.
—No quiero hacerme dependiente del hikarigara— Respondió Andrew
—No causa adicción y además evita la deshidratación— Respondió Rei— Además supongo que preferirías un poco de hikarigara que derrumbarte frente a Lord Jaedite Moon.
Andrew la miró desconcertado ante aquellas palabras.
—Hoy Jaedite llega a Marte— Respondió Rei— Necesito estar tranquila para no explotar de ira cuando lo tenga enfrente así que fumé un poco. Y tú también deberías hacerlo sino quieres derrumbarte ante el hipócrita que se metía con la mujer que te juraba amor.
Andrew miró sorprendido a Rei, pues en ningún momento había mencionado a la princesa Wanda cuando le confesó sobre la infidelidad de Jaedite.
—¿Te sorprende que lo sepa?— Cuestionó Rei— Y eso ni siquiera lo vi en el fuego. Me bastó atar cabos. Jaedite ha vivido con lujo toda su vida porque su madre es amante del rey de Terra. La Reina Serenity, está empecinada con hacer que la hermana de Jaedite se case con Endymion ya que sabe que cuando quiera el Rey le puede revocar el título. También está el detalle de la casa que el imbécil se compró en Júpiter. Es obvio que quiere un trono y la princesa Wanda y yo somos las únicas disponibles porque la princesa de Mercurio no es heredera al trono y la princesa de Venus lo rechazó en el pasado. Y pues de los planetas exteriores mejor ni hablamos.
—¿Qué tienes en mente?— Preguntó Andrew
—Darle la bienvenida a mi prometido— Respondió Rei con una sonrisa maliciosa
—¿Podrías dejar fuera de tu venganza personal a Wanda?— Pidió Andrew
—Por mucho que esa princesa estúpida me desagrade el que me juró amor y fidelidad fue Jaedite, no la princesa Wanda, así que mi rabia va a ir dirigida contra él— Dijo Rei— ¿Aunque sabes? Como consejo personal no debería de preocuparte lo que le suceda a esa mujer. Ella te utilizó y te engañó como Jaedite lo hizo conmigo, y sin embargo, estás canalizando toda tu rabia contra él y no contra ella que es quien juraba amarte.
—¿Y qué puedo hacer además de romper con ella?— Respondió Andrew— El castigo y el repudio social que recibiría en Júpiter es excesivo. La sacarían de la línea de sucesión cuando no sabe hacer otra cosa que ser princesa, y además ningún hombre de alta cuna querría tomarla por esposa al considerarla deshonrada.
Rei lo miró con escrutinio, y una sonrisa maliciosa apareció en sus labios.
—Yo sé que aunque no quieres hacer nada contra la princesa algo tramas contra Jaedite— Dijo Rei— Háblame de tus planes, Andrew.
—¿Sabías qué él y su madre tienen una enorme deuda con Hansford Castle Bank que no han pagado desde hace seis meses?— Cuestionó Andrew
Rei lo miró sorprendida al escuchar aquello, y Andrew dedujo que seguramente el duque no le hablaba de sus deudas.
—Y cuando está en Júpiter tu prometido se la pasa en Emerald Hight Society Club apostando.
—¿Qué harás?— Cuestionó Rei emocionada.
—Dame un poco de hikarigara y te cuento.
Rei y Andrew caminaron en dirección al castillo, y después, sentados en cojines de seda alrededor de una mesita desde la que podían vislumbrar el jardín de exóticos árboles y flores llameantes, una de las sirvientas les llevó un par de pipas y dos ceniceros con aquella hierba rojiza que ambos utilizaron para fumar mientras planeaban la calurosa bienvenida que recibiría el duque Moon.
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Dos años antes…
Lita caminaba nerviosamente de un lado a otro en los jardines del castillo, que tras la llegada del invierno, había dejado a los árboles sin hojas y sin flores; sin embargo, aunque se estaba congelando de frío, prefería estar lejos de la reina consorte o de la princesa heredera, sobre todo en ese momento en que su amado se encontraba teniendo una charla privada con el Rey en la cual el objetivo era pedir su mano.
De pronto, escuchó pasos acercarse a ella, y tras girarse se encontró con su amado Neflyte. Al ver la expresión seria en su rostro, el corazón de Lita se estremeció creyendo que quizá el Rey había denegado el consentimiento para que ambos pudieran casarse.
—¿Dijo que no?— preguntó Lita asustada.
—¡Ha dicho que sí!— Soltó Neflyte, y entonces la alzó tomándola de la cintura y girando con ella entre sus brazos
Lita sintió el corazón henchido de alegría al escuchar aquella noticia. Por fin, como en un cuento de hadas, había aparecido su apuesto príncipe azul, o en este caso su Lord, para rescatarla de las garras de la familia real que osaban humillarla y maltratarla desde que había llegado a vivir al castillo.
—Incluso me prometió que una vez casados te va a liberar de ese horrible grillete que anula tus poderes y no te permite salir de Júpiter— Le dijo Neflyte— Aunque puso como condición que debe ser una boda sencilla para no ofender a la princesa Wanda ya que ella es su hija mayor, además debo llevarte a vivir fuera de Júpiter y no podrás volver.
Pese a amar su hermoso planeta, Lita, con tal de estar al lado de su amado estaba dispuesta a renunciar a volver a ver su tierra.
—¡Contigo hasta el fin del mundo, mi amado!— Exclamó Lita.
—Bien, mi vida, tengo unos asuntos que arreglar en Terra, pero te prometo que en unos días estaré aquí —Le dijo Neflyte— Pero antes quiero darte un obsequio que te hará muy feliz.
Lita no tenía ni idea de que pretendía regalarle Neflyte, pues anteriormente ya le había regalado de manera muy romántica el anillo de compromiso que en ese momento llevaba en el dedo anular de su mano izquierda, pero entonces, ante sus ojos, Neflyte se abrió la capa y sacó un estuche para pergaminos.
—Ábrelo, es un obsequio para ti.
Lita de inmediato abrió aquel objeto cilíndrico, y de este sacó un pergamino en el que miró una pintura muy realista de su rostro. En aquella obra de arte que la dejó maravillada, su cabello que siempre llevaba suelto parecía moverse con el viento, y aunque era una pintura del busto para arriba, la prenda verde menta que se vislumbraba evocaba a aquel vestido que ella llevaba puesto el día que conoció a Lord Neflyte Sweeney, aunque lo que más la conmovió fue que en dicha obra de arte llevaba los zarcillos en forma de rosa que había sido la promesa de amor del hombre que consideraba su padre a su madre, aretes que posteriormente su madre le había regalado antes de morir pero que la reina le había arrebatado como castigo y a los cuales nunca encontró por mucho que los buscó.
—¡Mis pendientes!— Exclamó Lita embelesada.
—¿No eran así?— preguntó Neflyte, pues él nunca llegó a verlos, aunque Lita solía hablarle demasiado de ese par de pendientes que tenían un alto valor sentimental para ella— Se los describí al pintor lo mejor que pude.
—¡Son idénticos!— Exclamo Lita
Ambos entonces se unieron en un abrazo, y cuando apenas se separaron un poco, Lord Neflyte la miró con ternura a los ojos, y poco después, rozo sus labios, regalandole a Lita lo que sería su primer beso, el cual ella correspondió con ternura.
—¡Te amo!— Susurró él poco después.
—Y yo a ti.
Neflyte entonces tomó las manos de ella entre las suyas, y tras depositar en el dorso de ambas un cálido beso, subió al carruaje que lo llevaría al Hangar desde donde subiría a una nave que lo llevaría a Terra.
Lita suspiró emocionada ante lo que acababa de suceder, creyendo firmemente que su vida mejoraría y que pronto estaría lejos de Júpiter donde nunca más vería a aquellos con los que a pesar de compartir sangre no consideraba familia; sin embargo, no se imaginaba que ese sería el último encuentro lindo que tendría con Lord Neflyte Sweeney.
Fin del flash back
Un trueno resonando con fuerza hizo que Lita volviera a la realidad y dejara de fantasear con los recuerdos de aquel amor que no pudo ser, y entonces apartó su vista de aquel pergamino.
Dado que una ventisca comenzó a correr y las puertas de su balcón estaban abiertas, Lita guardó en su estuche aquella obra de arte que tan valiosa era para ella, pues además de ser un obsequio del único hombre que había amado, en la pintura la habían retratado con esos zarcillos que añoraba.
Tras guardar el estuche bajo llave, caminó hacia el balcón, y mientras la lluvia la mojaba, su mirada se quedó fija mirando las altas torres del ostentoso palacete de los Hansford, del cual podía ver un poco desde su balcón, y entonces a su mente vino Andrew Hansford de nuevo
—¿Qué habrá sucedido con él?— Le preguntó Thorakar que revoloteaba a su lado aún a pesar de que no esperaba que el dragón le diera una respuesta.
Lo único sabía gracias a las habladurías de los sirvientes era que aparentemente el joven señor Andrew Hansford había caído enfermo y que había sido trasladado a Mercurio para recibir atención médica en aquel lejano planeta.
Por su parte, la princesa Wanda se la pasaba llorando por los rincones y acudiendo a orar al templo de Deméter, lo cual atribuían que se debía a la preocupación por su amado.
En cuanto a Lita, ella estaba desconcertada, pues había esperado que Andrew Hansford sintiendo su orgullo herido dañará la reputación de la princesa Wanda, pues si eso sucedía, no sólo su media hermana sería sacada de la línea de sucesión, sino que también la Reina se vería deshonrada por no haber educado con decoro a su hija, y si eso ocurría, entonces el orgulloso Rey Cedrick seguramente solicitaría el divorcio, echaría a la Reina y tomaría otra esposa.
Por supuesto, no era como que al sacar a la Reina y a la princesa de su vida Lita fuera a dejar de ser una bastarda, y tampoco nacería un amor de padre e hija entre el Rey y ella. Sin embargo, con la Reina fuera, estaba casi segura que podría tener un poco de tranquilidad, pues aunque el Rey Cedrick la miraba más como un mueble que como hija, solía ignorarla, mientras que la Reina era quien le había puesto los castigos más severos y quién tuvo la grandiosa idea de que le pusieran un brazalete que anulaba sus poderes y la retenía en Júpiter sin posibilidad de escapar.
¡Hola!
Pues aquí tengo un capítulo más de este fanfic que me gobierna ahora mismo y que tiene acaparada mi inspiración.
Bien, cómo pueden ver este capítulo mostré como es el planeta Marte, y dado que en el anime y manga a Rei se le dieron poderes de fuego se me ocurrió que su planeta tenía que ser tan ardiente como el elemento que maneja. A su vez, dado que Ares es la versión griega del dios romano Marte, decidí hacerlo la deidad venerada en Marte, y pues bueno, para crear su planeta me inspiré mucho en Japón.
Cómo siempre, les agradezco mucho sus lecturas y a las personas que me dejan reviews.
Hospitaller Knight: Amiga, gracias por leerme. Y por cierto, me encanta y soy super fan de Dune, pero como viste, Marte no es un Arraquis. En Marte tienen su emperador, todos los ciudadanos son entrenados para ser guerreros antes que otra cosa, así que las guerras y la hikarigara les han servido muy bien para obtener aquello de lo que su planeta carece.
Abel Gregov: Fíjate que he estado pensando en hacer un spin off de Haruka para mostrar su vida, además de porque y como la exiliaron, pero voy a esperar más a que el fanfic avance. Pues a tus preguntas del review anterior, pues como viste Andrew ya le dijo a Rei. Sobre sus padre, no son ni tan malos ni tan buenos, aunque en el caso del padre pues es un señor ambicioso y quiere que su hijo se case con la dama que es el mejor partido de Júpiter. Sobre si Rei va a barrer el suelo rojo con Jaedite, pues ya lo vas a ver en el siguiente capítulo.
Ryoluk832: Merci pour votre commentaire. Je ne sais pas comment bien écrire le français, mais pour l'instant, dans cette fanfic Rei aime Jaedite mais elle ne lui pardonnera pas.
Lectores anónimos: Gracias por estar ahí.
¡Saludos y feliz semana a todos!
