CORONAS Y ENGAÑOS

CAPÍTULO 18

UNA NOCHE BAJO LAS ESTRELLAS

Después del desayuno y de consultar con la princesa Ami sobre la posibilidad de viajar, Lita se sentía más que disgustada. No era la princesa quien la incomodaba, ya que esta se limitaba a dar su opinión como estudiosa de la medicina, sino Andrew, quien se atrevía a entrometerse en su vida más de lo que ella deseaba.

Aunque Andrew cumplió su promesa y la llevó a dar un paseo, Lita no lograba disfrutarlo. A pesar de que las cortinas del carruaje estaban corridas, sus pensamientos estaban lejos de allí.

—¡Mire, ese es el templo más importante dedicado a los dioses marcianos! —comentó Andrew—. ¿Qué le parece?

Lita apartó la mirada de la ventana para mirar a Andrew.

—Quiero ir a Júpiter con usted —dijo con determinación.

—Ya escuchó lo que dijo la princesa Ami —respondió Andrew.

—En realidad no entendí ni una palabra de lo que dijo —agregó Lita.

Andrew inhaló profundamente antes de continuar.

—Entiendo perfectamente el idioma marciano. La princesa dijo que no puede viajar porque aún no se ha recuperado y debe permanecer bajo observación. Pero si no me cree, puede preguntarle a la princesa Rei.

Lita percibió un dejo de fastidio en la voz de Andrew, pero no le importó y siguió insistiendo.

—Necesito ir por Haruka. Además, usted y yo habíamos quedado en que la rescataríamos y luego nos dirigiríamos a Venus...

—¡Lo sé! —la interrumpió Andrew—. Pero no quiero ser responsable si algo le sucede. Si tiene una complicación y está lejos de la princesa Ami, podría ser peligroso.

—Sé lo suficiente de herbolaria como para atenderme sola —afirmó Lita.

—¿Oh, sí? Entonces explíqueme: ¿qué haría si tuviera una complicación debido a la transfusión de sangre de electroquinesis?

La sorpresa invadió a Lita al escuchar esas palabras. Nadie le había dicho que le habían hecho una transfusión de sangre.

—Lo siento —dijo Andrew—. Estaba muriendo. Las personas de su etnia no suelen donar sangre, y no había tiempo para buscar más donantes. No quedó más remedio.

Para Lita, todo cobró sentido. Andrew, por alguna razón que seguramente le convenía, no quería que ella muriera. Supuso que quizás había obligado a uno de sus sirvientes a donar sangre.

De niña, sus padres le habían inculcado que las vidas de los Jovianos de electroquinesis eran tan valiosas como las de cualquier otra etnia. Sin embargo, las acciones de Andrew le parecían reprochables.

Concluyó que no bastaba con pertenecer a una etnia oprimida para ser un buen ser humano. No pensaba decírselo a Andrew, al menos no hasta que Haruka estuviera a salvo y las llevara a Venus con Samir.

Thorakar, que hasta entonces había estado callado, descansando en el regazo de Lita, comenzó a graznar y aletear.

—¿Qué te sucede, Thorakar? —preguntó Lita, preocupada.

El pequeño dragón se apartó del regazo de Lita y, aleteando, se sostuvo en el aire en medio de ella y Andrew, mirándolo fijamente.

Andrew posó su mirada en Thorakar. Su expresión seria desapareció, dando paso a una sonrisa. Lita no entendía lo que sucedía, pero sabía que Thorakar debía estarle comunicando algo.

Andrew asintió. Thorakar volvió al regazo de Lita, donde ella lo recibió, acariciándolo con la ternura que siempre le inspiraba.

—Tranquilo, Thorakar. Pronto nos iremos de este horrible lugar, pequeño.

Andrew soltó una carcajada, y Lita apartó la mirada del dragón, alzando el rostro para encontrarse con los ojos de Andrew, que aquel día lucían de un verde musgo.

—Bueno, princesa, al menos concordamos en que Marte es horrible —comentó Andrew.

Lita se sonrojó ante aquel comentario.

—Pero cambiando de tema. Así que sigue pensando que la voy a envenenar, y ahora también cree que la venderé al emperador o a un samurai —dijo Andrew, sorprendiéndola.

Lita se preguntó cómo sabía eso, pero pronto tuvo la respuesta a esa interrogante.

—Thorakar me lo acaba de confirmar, aunque lo suponía porque en el desayuno no quería comer —explicó Andrew.

Lita titubeó, frunciendo los labios y miró molesta al dragón.

—Vamos a hacer una cosa —propuso Andrew—. Si gusta, puedo contratar a dos pilotos marcianos para que vayan en mi nave por su amiga.

—Haruka no sabe hablar marciano —respondió Lita.

—Bien, dos de los hombres que trabajan para mí vendrán a Marte en una semana días —aseguró Andrew.

—Haruka no abordaría una nave con un par de desconocidos —insistió Lita.

—Podría ir yo, aunque usted no quiere que la deje sola —dijo Andrew con total seguridad

Lita se sorprendió al escuchar aquellas palabras de Andrew que la hicieron sentirse un tanto avergonzada.

—¡Por mí puede ir a donde quiera! —exclamó a la defensiva.

—¿Oh sí? ¿Y por qué me reclamó esta mañana cuando creyó que la iba a abandonar aquí? —preguntó Andrew, con una sonrisa.

Lita quiso decir algo en su defensa, pero no se le ocurrió nada. Él tenía razón: no quería que se alejara. Aunque apenas lo estaba empezando a conocer, imaginarse lejos de su lado le aterraba aún más.

—Tampoco quiero dejarla —confesó Andrew.

Lita lo miró sorprendida ante aquella confesión, y él continuó hablando.

—Hace demasiadas estupideces y...

—Y no quieres ser responsabilizado si algo me pasa —comentó Lita, sintiéndose un tanto molesta.

—Veo que ya nos vamos entendiendo —dijo Andrew.

—Le agradecería mucho si va a Júpiter por mi amiga —dijo Lita—. Pero le voy a escribir una carta que va a entregarle. De otra manera, no confiará en usted.

—Le prometo que no tardaré más de tres días en volver —aseguró Andrew.

Ambos se quedaron en silencio un momento, y sin más palabras, la mirada de Lita se perdió en el paisaje. Desde allí, contempló un majestuoso templo construido sobre una colina rodeada de árboles de hermosas hojas color rosa pastel y un puente de madera que cruzaba un arroyo. Todo esto le sorprendió, considerando que Marte era un planeta tan árido.

El carruaje se detuvo de repente, y la voz de Andrew rompió el silencio.

—Este es el templo a los dioses marcianos más importante —dijo Andrew—. Se cree que es un lugar sagrado porque es la única zona de Marte donde crecen los cerezos, y este arroyo es el único de agua natural en el planeta, pero el agua que corre en el se considera sagrada así que no se usa.

—¡Es hermoso! —exclamó Lita.

—Supuse que le gustaría —comentó Andrew.

—¿Por qué? —preguntó Lita, curiosa.

La pregunta pareció tomar a Andrew por sorpresa, y Lita se desconcertó al verlo titubear.

—Uste es una joviana de Cloroquinesis así que seguramente le gustan las plantas—respondió él.

—No todas las Jovianos de Cloroquinesis sienten fascinación por las plantas —replicó Lita.

—¿No? —preguntó Andrew, sorprendido.

—Aunque yo sí —afirmó ella.

Andrew sonrió, y Lita se quedó embelesada mirándolo. Se preguntó cómo Wanda había podido traicionar a un hombre tan amable, con una sonrisa tan encantadora, una voz cálida y un aroma a bosque que la envolvía.

—¡No! —exclamó Lita, dándose un golpecito en la cabeza. Recordó que Andrew solo la estaba utilizando para sus propios fines y que además había obligado a alguien a donarle sangre.

—¿No qué? —la miró Andrew, confundido.

El corazón de Lita latía más rápido al escucharlo hablar de nuevo.

—¿Se siente mal? —insistió él.

—Estoy bien —respondió Lita—. ¡Quiero ir a ver esos cerezos!

Andrew bajó primero del carruaje, y Lita lo siguió. Aunque los kimonos, incluso con su equipamiento para sobrevivir en Marte, eran más cómodos que los vestidos jovianos, ella se llevó las manos a la tela para alzar un poco la parte inferior y no tropezar.

—Permítame ayudarle —dijo Andrew.

Lita volteó a verlo, esperando que la tomara de las manos como solían hacer los varones al ayudar a una dama. Sin embargo, para su sorpresa, Andrew la tomó de la cintura y luego la dejó de pie en el suelo firme. Fue un breve momento de contacto físico, pero suficiente para que Lita sintiera aquella sensación de pequeñas alas revoloteando en su estómago, algo que solo había experimentado en presencia de Neflyte.

—¿Vamos a comer un postre? —propuso él.

—No tengo hambre, pero puede comer usted —respondió Lita.

—Entonces esperaré a que le dé hambre —dijo Andrew—. Le mostraré lo hermoso de Marte y, si quiere, luego la llevaré a comer. Eso sí, Thorakar se queda aquí o podría deshidratarse

El pequeño dragón empezó a lanzar graznido, y Lita se asomó para consolarlo.

—Es por tu bien, Thoraki, pero prometo traerte alguna golosina.

Aquellas palabras parecieron dejar contento al dragón, y tras cerrar la puerta del carruaje, caminaron hacia el templo .

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Una vez más, Haruka miró con pesar el cofre que Lita le había dado para guardar antes de su desaparición. En él guardaba las pocas posesiones que tenían un alto valor sentimental para ella.

Sin secretos entre ambas, Haruka abrió el cofre. Dentro encontró un porta pergaminos dorado con las iniciales "N.S." grabadas, que contenía una pintura de su rostro que Neflyte había mandado a hacer para ella. También estaba el libro de cuentos desvencijado que le había regalado su madre y un telescopio.

—¿Qué será de ti, mi querida hermana?

El silencio en sus aposentos se vio interrumpido cuando alguien llamó a la puerta seguido de la voz de una sirvienta anunciando la llegada de Lord Neflyte Sweeney.

—Adelante —dijo Haruka.

—¡Lo he averiguado! —exclamó Neflyte— Utilicé algunos contactos en Júpiter y, sobornando a uno que otro, descubrí que el cobarde de Lord Aren huyó a Saturno.

La noticia sorprendió a Haruka. Si era cierto, Lita difícilmente podría pedir ayuda sin conocer el idioma.

—Todo coincide con mis premoniciones —dijo Neflyte—. Las estrellas me revelaron que está en un lugar donde se habla un idioma que ella desconoce, acompañada de un Joviano que hace la función de intérprete y que le tiene miedo.

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El camino rodeado de arbustos de Cerezos que llevaban al templo dejó fascinada a Lita, pero aquella majestuosa construcción en honor a Ares y Pyra no se quedó atrás.

El templo, al igual que todas las construcciones de Marte tenía techos curvos hacia arriba, aunque esté, a diferencia de las viviendas, en la entrada tenía las estatuas de dos leones de piedra y paredes con relieves de guerreros samurai que parecían estar en eterna batalla.

Al entrar al templo, lo primero que vio Lita fue un altar que estaba en el centro, y sobre el cual había colgada una katana con rubíes incrustados en el mango, a la derecha, una estatua del Rey Ares enfundado en armadura samurai sosteniendo una katana, y a la izquierda, una estatua femenina más pequeña también enfundada en una armadura, la cual en una de sus manos sostenía una antorcha mientras que en uno de sus hombros estaba un fénix.

—¿Ves esa espada?—Le susurró Andrew

Lita se estremeció al escuchar su voz tan cerca de su oído, y contuvo una sonrisa mientras asentía.

—Se dice que la llevó el mismo Ares en batalla así que la consideran sagrada— Le susurró Andrew—Para los marcianos representa el honor y la valentía.

—¿Y la estatua de la mujer?—Preguntó Lita

—Ella es Pyra, la diosa del fuego—Respondio Andrew

Lita siguió recorriendo junto con Andrew aquel templo, en el que el olor a incienso impregnada el ambiente.

En el altar a cada uno de los dioses había ofrendas como arroz y Sake, pero lo que los diferenciaba era que mientras en el de la diosa Pyra había flores de fuego, en el de Ares predominaban las katanas y las armaduras samurai.

—Es tan distinto de las ofrendas que le hacemos a los dioses Tharos y Litha.

—¿Hacemos?— Cuestionó Andrew con un dejó de sorpresa en su voz que no pasó desapercibido para Lita.

Lita entendía que le sorprendiera, pues los jovianos de cloroquinesis como ella honraban a Deméter, no a Tharos y Litha

—Viví en Calisto los primeros nueve años de mi vida y mis padres terminaron adoptando las creencias predominantes en Jupiter Exterior— Explicó Lita

—¿Tus padres?—Cuestionó Andrew sorprendido—¿También el Rey?

—Me refería a mi padre adoptivo, no al Rey—Dijo Lita

En el rostro de Andrew se reflejó la sorpresa de aquella confesión, y enseguida entreabrió los labios, pero Lita no quería que preguntara más, así que busco dirigir la conversación a otro tema.

—¿Podemos ir a ver la pintura?

—Claro.

Lita, seguida de Andrew se acercaron a una de las paredes en la que enmarcado en un cuadro de oro y rubíes, estaba una pintura que representaba a los dioses Ares y Pyra encontrándose en un abrazo mientras las llamas del abrasador fuego los rodeaba.

Bajo el cuadro, Lita miró un texto en kanjis marcianos. Le habría gustado poder saber que decía, sin embargo, desconocía el idioma .

—¿Quieres que lo traduzca para ti?—Le preguntó Andrew que estaba tras ella.

—Por favor

Andrew entonces comenzó a leer para ella.

"Hace eones de años, en los labores del tiempo, existieron dos divinidades, cuyos destinos se vieron unidos por un amor trascendental. Ares, el feroz dios de la guerra, y Pyra, la ardiente y apasionada diosa del fuego.

Ares, con su armadura Samurai, lideraba los ejércitos celestiales en la vía lactea, luchando contra otros dioses para ser el dueño y señor de cualquiera de los planetas más prósperos de la Galaxia.

Pyra, por otro lado, incapaz de vivir fuera del reino de fuego por la naturaleza de su ser, danzaba entre las llamas de su reino. Su cabello era como una cascada color ébano con destellos del color del cielo marciano, y sus ojos brillaban como brasas encendidas.

Un día, en una feroz batalla entre los dioses, sus miradas se encontraron. Al verla, Ares quedó cautivado con la ardiente belleza de Pyra y ella con la valentía de Ares en el campo de batalla.

A partir de entonces, empezaron a tener encuentros apasionados, y Ares, que detestaba el planeta inhóspito de fuego se prometió conquistar el planeta más próspero para regalárselo a Pyra, sin embargo, ella le confesó que por la naturaleza de su esencia sólo podía estar fuera de su reino una día cada mil años, o de lo contrario se extinguiría.

Ares, al ser consciente de la naturaleza de su amada, decidió por primera vez rendirse en batalla, e ir a vivir a aquel planeta que ningún dios quería, pero que prometió cuidar con ferocidad ya que era el único donde podría sobrevivir por la eternidad su amada.

Una vez que Ares escogió el amor por sobre la guerra, él y Pyra quedaron unidos para siempre por el hilo rojo del destino.

Él le enseñó a Pyra a blandir una katana, y ella a danzar en las llamas del fuego sin quemarse.

Mientras Andrew había estado interpretando para ella, una sonrisa se formó en el rostro de Lita. La voz de Andrew, cálida y profunda, la había envuelto como una manta en un día frío. Cada palabra parecía un abrazo, y Lita no podía evitar prestar atención a los matices que la componían.

Había firmeza en su tono, como si sostuviera algo valioso con delicadeza pero sin titubear. Pero también había suavidad, como si acariciara su alma con cada sílaba. Era una voz que invitaba a escuchar más, a sumergirse en su cadencia y dejarse llevar por su melodía.

—¿Te gustó? —preguntó él cuando terminó.

—¿Qué cosa? —respondió ella, sintiendo cómo su corazón latía más rápido.

—El mito de Ares y Pyra.

—¡Claro! —exclamó Lita— Es romántico. ¿Quién no quisiera tener a su propio Ares o su Pyra?

—Preferiría una Lita —soltó él, mirándola a los ojos.

Las mejillas de Lita se calentaron al escuchar aquellas palabras. El aleteo en su estómago se intensificó, y rió nerviosamente.

—Es decir, es lindo el mito de Pyra y Ares, pero me gusta más el de Tharos y Litha.

Lita cayó en cuenta de que Andrew no se refería a ella, sino a la diosa joviana por la que le habían puesto su nombre. Se sintió tonta por pensar que Andrew le estaba coqueteando, así que para aliviar la tensión, dijo lo primero que se le ocurrió.

—Si gustas te puedo acompañar a comer.

Notó cómo los ojos de Andrew brillaron al mencionar aquello, y recordó cómo muchas veces había escuchado decir en el Castillo que era un hombre de buen apetito y que adoraba los dulces. Aunque antes odiaba saber que visitaría el castillo, ahora estaba fantaseando prepararle los postres jovianos que tanto le gustaban.

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Después de contarle a Haruka que había confirmado que Lord Aren había huido a Saturno, ambos concordaron en que muy seguramente el rufián se había llevado a Lita consigo, asi que Neflyte tomó una decisión.

—Esta misma noche partiré a Saturno.

—Iría con usted —comentó Haruka.

Lord Neflyte se sorprendió ante lo que había dicho Haruka. Saturno no era un lugar conveniente para ella.

—Sabes que Saturno tiene un tratado con Urano para deportar a los Uranianos que piden asilo en Saturno, ¿verdad?

—Sí —respondió Haruka—. Pero el nuevo Sultán no me está buscando todavía, y cuando lo haga, vendrá a Júpiter, no a Saturno.

—Es peligroso, señora Haruka. Creo que lo más conveniente sería que abandone Júpiter y vaya a Venus con su hermano.

Haruka levantó la mirada, y lo vio de una manera que parecia que lo reprochara

—Yo no abandono a mis seres queridos en el peor momento de su vida— Dijo con decisión y valentía.

Aquello que Haruka dijo, fue peor que un puñetazo para Lord Neflyte, pues era el recordatorio de su cobardía. De como hace dos años, cuando Lita más lo necesitaba, él la había abandonado a merced de la familia real joviana.

Una y otra vez pensaba en que si no la hubiera dejado, Lita no estaría secuestrada en Saturno, sino a su lado, viviendo en un palacete en Terra. Seguramente ella ya habría superado el trauma del ultraje del que fue víctima, y quizá ya tendrían un hijo con los hermosos ojos verdes de ella.

Dos años antes…

Viajar a Júpiter como diplomático de Terra se había convertido en algo que Neflyte amaba hacer desde que había conocido a su amada Lita. Por ello, gustoso había aceptado la invitación para acudir al baile que daría el Rey Cedrick en honor a la princesa, a quien evidentemente buscaba mostrar en sociedad para escoger al mejor partido entre los interesados.

Pese a que la princesa, además de ser la heredera, era una mujer bella y ser el elegido era la aspiración de los hombres solteros de alta cuna, el corazón de Lord Neflyte ya pertenecía a otra: la señorita Lita, hija bastarda del Rey y quien carecía de un título real.

Tras llegar, innumerables hijas de nobles en edad casadera le fueron presentadas. Muchas de ellas eran excepcionalmente hermosas. Sin embargo, con quien él tenía pensado encontrarse era con Lita. Tan pronto como pudo, se escabulló hacia lo más alejado de los jardines del castillo. Allí, no pasó mucho tiempo antes de que viera llegar a su amada acompañada de Fiona, el ama de llaves de la familia real. Aunque Fiona podía ser estricta, también era cómplice de aquel amor clandestino.

¡Lita! —exclamó al verla.

Su amada sonrió, luciendo aún más bella a pesar de que vestía un sencillo vestido de lino color champagne que reflejaba el humilde estatus que se le daba.

Aquí la tienes —habló la sirvienta—. Me alejaré a una prudente distancia para que puedan hablar a solas, pero los estaré viendo, Lord Neflyte. No crea que podrá hacer con la señorita Lita lo que quiera solo porque no es una dama noble como las que están en el baile.

Le doy mi palabra de que respetaré a mi adorable estrella, señora Fiona

Sus palabras enrojecieron a Lita, y Fiona murmuró un "más le vale" antes de retirarse algunos metros para darles privacidad.

Al estar alejados de Fiona, ambos se fundieron en un abrazo que habían anhelado tras dos semanas sin verse.

¡Mi adorable Lita! —susurró él—. No sabes cuánto te extrañé. Estás tan bella que hasta la estrella más brillante es opacada ante tu presencia

Mi querido Nef —susurró ella—. ¡Te extrañé mucho!

Neflyte besó su frente y luego se apartó de ella para mirarla a los ojos mientras acariciaba su mejilla.

¡Y yo a ti, mi dulce estrella! Pero he tenido que hacer esos malditos viajes por la Liga Interplanetaria con el Rey de Terra en representación de mi padre.

¡Debe ser genial ver otros planetas! —exclamó ella—. Y poder ver las estrellas.

Lord Neflyte sonrió y acarició una de las mejillas de su amada.

¡Algún día te llevaré, mi estrella! —le susurró él—. Podrás disfrutar del invierno en Mercurio y patinar en sus lagos congelados sin que te reprendan por ello. Hartarte de las fiestas y el bullicio de Venus, ver las estrellas cada anochecer porque viviremos en Terra, y hasta te llevaré a conocer Marte, aunque carezca de encanto.

Lita rió con su risa cantarina y recargó su cabeza en el pecho de él.

¡Por estar a tu lado, hasta viviría en Marte!

Fin del flashback

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A pesar de las altas temperaturas en Marte, el kimono equipado con funciones de supervivencia daba la ilusión de una brisa fresca que acariciaba a quienes merodeaban por la kermes durante aquel atardecer. Junto con Andrew, Lita recorría los bulliciosos callejones llenos de puestos que ofrecían artesanías, ropa, joyas y comida.

Los olores exóticos de las especias y el humo de las parrillas llenaban el aire, mientras los sonidos de risas y regateos se entrelazaban en una sinfonía animada.

De pronto, los ojos de Lita se posaron en un puesto donde el vendedor hábilmente volteaba bolitas de alguna carne desconocida en la plancha caliente. Su estómago gruñó de hambre, y la vergüenza la invadió.

—Un takoyaki le quitará el hambre —dijo Andrew con naturalidad, sin mencionar el sonido de su estómago.

Lita siguió a Andrew hasta el puesto. Tras un intercambio de palabras entre él y el vendedor, este último le ofreció a Andrew dos esferas doradas con una fragancia deliciosa.

—¿Quiere tomar una o tengo que catar las dos, princesa? —le preguntó Andrew.

Lita se sintió avergonzada. Desde que había comido por primera vez tras despertar en la nave de Andrew, él siempre había tenido que probar su comida primero.

Lita escogió una bolita y esperó a que Andrew probara la suya. Cuando finalmente mordió la suya, no pudo evitar sonreír al sentir la explosión de sabores dulces y salados.

—Se llaman takoyaki y son de pulpo.

—¿De dónde consiguen el pulpo los marcianos si no hay lagos?

—Tienen muchos tratados comerciales con Neptuno, así que comen muchos mariscos —explicó Andrew.

El vendedor intercambió algunas palabras con Andrew y luego le entregó dos cajas de madera con alimentos de exquisito olor.

—¿Prefiere ver la danza en honor a Pyra o un torneo de Kendo? —propuso Andrew.

—La danza estaría bien —respondió Lita.

Tras caminar un poco más, llegaron a un escenario donde una joven vestida con kimono danzaba con elegancia mientras el público la miraba entretenido.

Lita supuso que buscarían lugar entre la multitud, pero Andrew intercambió palabras con uno de los hombre que cuidaban el orden en el evento. Este último los guió hacia uno de los enormes cerezos, bajo el cual había una manta dorada llena de cojines de seda. Nada más llegar, las coloridas lámparas esféricas que colgaban alrededor del árbol se encendieron.

El hombre tomó la caja de madera con los alimentos de las manos de Andrew y, tras descalzarse, pisó la alfombra y colocó la caja en el centro.

Después, Andrew le dio un par de monedas y, tras retirarse el hombre, se dirigió a Lita.

—Aquí estaremos más cómodos —dijo Andrew.

Lita, al igual que Andrew, se quitó los zapatos y, tomando un cojín, se sentó.

Andrew abrió la caja de madera, y sobre ella, Lita vio una variedad de platillos que le hicieron agua la boca.

Quería comer, pero el miedo de probar algo que ella no hubiera cocinado estaba latente.

—¿Siempre tuvo catadores en el castillo Ios o aún piensas que te haré daño?

De pronto, a Lita le preocupó no estar siendo agradable con Andrew, así que se animó a confesarle algo.

—Pocos años después de que llegué al castillo Ios, alguien trató de envenenarme —dijo Lita—. Así que cuando tengo que comer algo que yo no vi cómo prepararon...

Lita guardó silencio; la voz se le quebraría, y no quería ponerse a llorar frente a Andrew.

—Entonces seguiré catando para usted, princesa —afirmó él.

Lita lo miró sorprendida.

—Aunque los próximos tres días no estaré aquí, así que no sé qué haremos —dijo él—. Esta mañana le inventé al Emperador que usted tenía náuseas porque se pueden tomar como una grosería que dude de su hospitalidad, pero...

—¡Pídale que me deje estar en su cocina!

Ahora el sorprendido era evidentemente Andrew.

—Está bien, princesa —le dijo Andrew—. Le diré que quiere ser aprendiz de cocinera, pero al menos finja que le interesa. ¿De acuerdo?

Lita esbozó una sonrisa. Estaba tan agradecida que habría querido abrazarlo, pero se contuvo.

—Ahora dígame qué quiere que catemos para usted, princesa.

—Da igual.

Tras ver qué Andrew comía un par de bocados, Lita tomó un par de palillos. Sin embargo, sus intentos de tomar bocado alguno fueron un fracaso que provocó la risa de Andrew.

—Permítame ayudarla —dijo él.

Andrew se sentó a su lado y le tomó con una de sus manos aquella con la que ella sostenía los palillos, provocando que ella se estremeciera ante el roce de sus manos.

—No apriete demasiado fuerte o se le desmoronará el bocado antes de tocar sus labios, princesa.

Ante el sonido cálido de su voz hablándole al oído, Lita sintió el corazón acelerarse y el aleteo en el estómago.

—¿Por qué insiste en llamarme princesa si no lo soy? —se atrevió a preguntar ella.

Andrew guardó silencio un momento y luego respondió.

—Sé que no lo es, pero creí que quizá era una grosería no llamarla así por ser hija del Rey —dijo él—. En realidad, nunca tuve claro cómo debía dirigirme a usted y me daba pena preguntarle y ofenderla, pero si prefiere que lo haga de otra manera...

Lita sonrió ante la respuesta de él.

—Llámeme como guste, señor Hansford —dijo Lita antes de comerse el primer bocado que Andrew le ayudó a tomar.

Odiaba que la llamarán princesa, incluso odió la única vez que Neflyte lo hizo, pero no le desagradaba si lo hacía Andrew.

—¿Ha visto las estrellas antes, princesa? —le preguntó él.

—Nunca hasta ahora había salido de Júpiter.

—Vea hacia el cielo —le señaló Andrew.

Lita alzó la mirada y se percató de cómo el cielo violeta había cambiado a un tono púrpura, mostrando sus dos lunas rojizas y un manto de brillantes estrellas que parecían hechas de plata.

—¡Son más bellas de lo que imaginé! —exclamó Lita emocionada, pues nunca antes las había visto, ya que en Júpiter no solían verse.

—Tienen su encanto, aunque evidentemente nada como las rosas de Júpiter —le susurró él, haciéndola sonrojar.

El resto de la noche, Andrew se dedicó a traducir para Lita las canciones que los músicos cantaban, explicándole el significado de aquella danza. Contestó cada pregunta que Lita le hizo sobre el espectáculo y, por supuesto, la enseñó a utilizar los palillos.

Poco a poco, aquella noche los temores de Lita desaparecieron, y se sintió cómoda al lado de Andrew, disfrutando del exotismo de su viaje por aquel inhóspito planeta.

¡Hola! Agradezco como siempre a quienes me leen, sobre todo a mis amigas Hospitaller Knight y Maga del Mal por sus reviews.

También gracias a los lectores anónimos, a quienes les reitero que si me dejan un review, con gusto se los voy a responder.

Bien, no me extiendo más porque ando apurada el dia de hoy.

Gracias por todo.

Pronto vengo con el siguiente capítulo.

Edythe.