Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a J. Johnstone y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.


Dieciocho

Anthony permaneció sentado, ignorando el caos que se desató en el gran salón en cuanto Candy se fue. Su ira inicial se transformó en culpa. Se dio cuenta de que había reaccionado exageradamente. Candy no podía saber que llevaba puesto el vestido de novia de Iseabail, pero sus emociones habían abrumado su razón. Él había conseguido mantener esas emociones bajo control hasta ese momento.

—¿No vas a ir tras ella?—, exigió Seòras en un tono áspero y enojado.

Anthony miró fijamente el arco a través del cual Candy había huido. Él iba a ir tras ella sin lugar a dudas, pero había llamado suficiente la atención sobre su discusión, era un idiota. Dejaría que la atención de su clan volviera a centrarse en las comidas y luego se escabulliría.

Anthony apretó los puños. Él nunca había perdido los estribos, antes de que Candy entrara en su vida, claro está. Ella lo hacía sentir todo, cada maldita cosa con mil veces más potencia. Ella era la chispa que lo volvió a la vida, pero también era precisamente lo que amenazaba con borrar sus recuerdos de Iseabail.

—¿Me escuchaste?—, gruñó Seòras, acercándose demasiado al desafío, lo que Anthony no podía permitir por parte de ninguno de los miembros de su clan, a pesar de que entendía la ira de Seòras y estaba completamente de acuerdo en que se lo merecía.

—Te escuché. Ahora encuentra un asiento. Sé que la forma en que actué es imperdonable.

—Sí—, refunfuñó Seòras. —No la mereces.

—Lo sé—, respondió Anthony. —Pero ella es mi esposa ahora, la merezca o no.

—Sí, ella es tu esposa—, replicó Seòras bruscamente. —Deberías recordar eso. Ella no es responsable de tu dolor, pero podría curarlo.

—Estás cruzando una línea, Seòras. Ve a sentarte con los demás.

El viejo y testarudo escocés parecía como si fuera a seguir discutiendo, y Anthony admiraba y apreciaba lo mucho que Seòras se preocupaba por Candy y cómo estaba dispuesto a causarse problemas a sí mismo y enfrentar las consecuencias para defenderla. Sin embargo, Anthony no podía permitirlo. Como laird, su palabra era definitiva; sus órdenes debían ser obedecidas.

La expresión de Seòras se endureció, pero asintió brevemente y se alejó. Antes de que Anthony pudiera respirar hondo y controlar sus emociones, Albert lo agarró por el hombro. —¿Qué está pasando contigo?—, demandó en voz baja.

Anthony miró fijamente a Albert, quien nunca sería capaz de entender qué le pasaba. Anthony se había sentido tan feliz de ver a Candy cuando ella entró por primera vez al salón que su sangre hirvió al verla. Y luego, cuando se dio cuenta de que llevaba el vestido de novia de Iseabail y su primer pensamiento fue lo impresionante que se veía con él, rápidamente intentó evocar una imagen de Iseabail el día de su boda. Pero no pudo. Todo lo que podía ver era a Candy, su cabello rizado ondeando y brillando como el sol. No podía ver más allá de sus luminosos ojos esmeralda o la forma en que su color combinaba perfectamente con el vestido de seda, ni siquiera recordar cómo se veían los ojos de Iseabail cuando lo tuvo puesto. El vestido de novia de su difunta esposa abrazaba las suaves curvas de las caderas, la diminuta cintura y los voluptuosos pechos de su nueva esposa, y él ardía de deseo como nunca antes lo había sentido. Su cuerpo vibraba con el recuerdo de cómo Candy sabía, se sentía y olía, y en ese momento, su corazón dolía con sentimientos que no había deseado pero que no podía negar. Ella se había metido dentro de él y él era feliz.

Pero lo que estaba haciendo era imperdonable. Había jurado no olvidar nunca a Iseabail, y ahora parecía que estaba faltando a otro juramento. Sin embargo, no creía que pudiera detener lo que estaba sucediendo.

—Anthony—, espetó Albert, con tono molesto. —¿Escuchaste mi pregunta?

Anthony miró a su hermano, inclinándose hacia él para que nadie lo escuchara. —Sí. Yo soy mi propio problema. Debo encontrar una manera de conciliar lo que le prometí a Iseabail con lo que quiero.

—¿Qué quieres?—, preguntó Albert.

—Quiero a Candy.

—Tú ya la tienes.

Anthony se frotó la barbilla con los nudillos. —Quiero tomar todo lo que ella quiera darme.

—Entonces tómalo, hermano, pero debes devolvérselo también y rápidamente, antes de que le hagas tanto daño que no quiera ofrecértelo más.

Anthony miró intensamente a Albert. —Casi suena como si hablaras por experiencia, pero sé que no puede ser.

—No, no puede—. Una mirada sombría apareció en el rostro de Albert, pero no dijo nada más.

Frunciendo el ceño, Anthony siguió la dirección de la mirada de Albert hacia la mesa donde Aileene se sentaba con Stear y Eliza. Stear pasó su brazo alrededor de los hombros de Aileene y le susurró al oído, y Anthony sintió que Albert se ponía rígido a su lado. Estudió el sutil ensanchamiento de las fosas nasales de Albert y el tic en su mandíbula.

—¿Sientes algo por Aileene?

—No—. Albert respondió tan rápidamente que Anthony supo que era mentira.

Pero Anthony también entendió que su hermano no quería hablar de eso. Y pensó que sabía por qué. —Eso es bueno—, respondió, —porque creo que Stear siente algo por ella.

Albert asintió. —Sí, él siente algo por ella. Me alegra que parezca que ella finalmente lo ve como un hombre.

Albert parecía todo menos contento, pero Anthony no hizo más comentarios.

Anthony dirigió su atención hacia Siùsan y Eliza, que parecían estar discutiendo. Pensó en Candy y lo que había dicho acerca de pedir prestado el vestido. Observó a Siùsan mientras ella sacudía violentamente la cabeza ante algo que Eliza había dicho, y de repente ambas mujeres lo miraron. Eliza se puso de pie, pero Siùsan agarró a su hermana y él comprendió entonces su error. Siùsan debió haber engañado a Candy para humillarla, y Anthony la había ayudado sin darse cuenta.

Una ira feroz se apoderó de él cuando se levantó de su asiento, descendió del estrado y caminó hacia la mesa donde Siùsan y Eliza estaban sentadas observando cautelosamente su aproximación. Se detuvo frente a las dos hermanas, un dolor familiar por Iseabail lo recorrió, pero ahora algo ardía con más fuerza en él: el anhelo. Él deseaba desesperadamente dejar de ser miserable.

Miró a una hermana y luego a la otra. —¿Quién le dio el vestido de novia de Iseabail a Candy?

—Ella lo hizo—, soltó Eliza, señalando a su hermana.

La sangre abandonó el rostro de Siùsan, por lo que Anthony supo que era verdad. —Quiero que estés lista para salir de mis tierras mañana. Empaca un baúl.

Siùsan saltó de su silla y lo agarró del brazo. —¡Anthony, no es lo que parece!

Él se burló. —¿No lo es?

Una expresión de horror apareció en el rostro de Siùsan. —¡No, no lo entiendes!

Anthony apretó los dientes para reprimir el deseo de sacudir a la mujer. —¿Le diste o no el vestido de Iseabail a Candy, sabiendo que eso me haría enojar?

—Lo hice, pero...

Anthony agarró firmemente a Siùsan por el codo y la condujo fuera del gran salón para que no se escuchara el resto de la conversación. —Dejaste que Candy usara ese vestido hoy sin saber lo que llevaba puesto. No permitiré que nadie trate a mi esposa de esa manera.

Siùsan frunció el ceño. —¿Y por qué no? Tú no la amas.

—No sabes nada de lo que siento por ella—, dijo entre dientes. —Escúchame con atención, Siùsan. Incluso si no me hubiera casado con Candy, nunca me habría casado contigo. No deseaba volver a casarme en absoluto, hasta ella. Ahora, ve a buscar a tu hermana y pídele que te ayude a hacer las maletas. Gavin MacDonnell ha pedido casarse contigo y voy a permitírselo.

Anthony se marchó sin mirar atrás y corrió hacia su cámara. Todo lo que quería era ver a Candy y rogarle que lo perdonara, pero cuando irrumpió por la puerta de la cámara, se dio cuenta de que la cámara estaba vacía... de Candy. La habitación en sí estaba llena, sin duda... de las cosas de Iseabail. Su vestido de novia yacía sobre la cama junto con los vestidos más prácticos que había usado. Cubrían la cama por completo y el pulso de Anthony latió rápidamente en sus sienes mientras la comprensión lo invadía. Candy había pensado que no había espacio para ella en su vida ni en su corazón. Rápidamente metió los vestidos en el baúl de Iseabail y luego arrastró el baúl hasta la habitación de Candy, que aún estaba sin terminar. Eso no importaba porque ella nunca iba a dormir allí.

Ahora que había terminado la tarea que se suponía que debería haber completado al llegar al castillo Andley, se preguntó a dónde podría haber ido Candy. Probablemente estaba deambulando por algún lugar, posiblemente abajo o incluso en la muralla. Anthony comenzaría en la cocina, donde sabía que ella se sentía cómoda.

Bonnie lo saludó con los ojos muy abiertos y una rápida reverencia cuando apareció en la entrada de la cocina. —¿Laird?

—Estoy buscando a Candy—, explicó.

La esposa de Tòmas frunció el ceño. —Ella no está aquí. Yo pensaría que ella estaría en el gran salón contigo.

Anthony asintió. —Ella estaba allí, pero yo soy un idiota.

La mirada de Bonnie se abrió aún más. —Tal vez deberías revisar la torre, por si ella deseaba estar sola.

Él asintió y salió por la puerta de la torre. Subió las escaleras de tres en tres, seguro de que la encontraría allí, pero cuando no lo hizo, maldijo, su ira hacia sí mismo se hizo más fuerte. Luego revisó los establos, donde encontró a Seòras, que debió haberse escapado de la cena.

—¿Has visto a Candy?—, preguntó Anthony, sin aliento.

Seòras negó con la cabeza y arrugó el ceño. —¿Ella no está contigo?

—No. No sé adónde fue.

—Te ayudaré a buscar—, dijo el escocés mayor, sacando apresuradamente a Anthony de los establos.

Juntos revisaron el jardín de hierbas y el huerto de vegetales donde había lugares para sentarse en reclusión, pero aún así no la encontraron. La preocupación de Anthony, borró por el momento su sentimiento de culpa. —¿Dónde podría estar? ¿Seguramente no bajaría sola al agua?

Seòras le miró con el ceño fruncido. —No la conoces muy bien si no entiendes que ella haría algo así. Sus emociones a veces triunfan sobre su buen juicio, ¿sabes?

—Lo sé—, respondió Anthony, su preocupación iba en aumento. ¿Y si estaba tan enojada que había abandonado los terrenos del castillo para ir al bosque? La idea de ella vagando sola por la noche donde había animales salvajes, o algo peor... Su corazón dio un vuelco. Sus tierras estaban bien vigiladas, pero ¿y si Leagan o Whyte hubieran enviado a alguien para capturarla nuevamente?

Sin dar una palabra de explicación, Anthony se dirigió furioso hacia el gran salón y atravesó la puerta. La charla en la habitación cesó instantáneamente. —Quiero que todos los hombres salgan ahora para ayudarme a buscar a Candy.

Antes de que nadie pudiera responder, el cuerno de advertencia de la torre de vigilancia sonó en cinco breves ráfagas, indicando que un barco enemigo estaba cerca. El pecho de Anthony se sintió como si estuviera a punto de explotar mientras los hombres cargaban hacia él.

—Prepárense para la guerra—, rugió mientras se dirigía hacia la pared donde siempre guardaba su espada. El ruido metálico de las armas que se preparaban se unió al murmullo de los hombres que hablaban, y pronto Anthony salió al patio. Sus hombres se desplegaron detrás de él, armados con espadas, arcos y flechas. Anthony, flanqueado por sus hermanos, Lachlann y Seòras, encabezó la carga escaleras abajo por las escaleras de la puerta marítima, esperando ver al enemigo salir corriendo de un barco listo para atacar. Pero cuando llegaron a la orilla, un barco con un gran estandarte que representaba una serpiente arremolinada navegaba bajo la brillante luz de la luna.

Anthony se detuvo de repente, momentáneamente desconcertado. Definitivamente era el barco de Leagan, entonces ¿por qué partía antes de entrar en combate?

—¿Decidieron no atacar?—, preguntó Lachlann, sonando tan desconcertado como Anthony.

En ese momento, Stewart, el encargado de la torre de vigilancia, tropezó y cayó al suelo, aterrizando a los pies de Anthony. —Laird—, exclamó con dificultad. —Lo siento. Me... me quedé dormido. Cuando desperté, vi el barco y toqué el cuerno.

El corazón de Anthony se encogió, cada latido era terriblemente doloroso mientras miraba, congelado por la conmoción, más allá del lago, hacia el mar distante. ¿Por qué se marcharían? se preguntó. La posibilidad de que hubieran venido por Candy y la hubieran encontrado allí, sola, enojada y herida hizo que el miedo y la ira palpitaran dentro de él.

—¿Pero por qué?—, preguntó Albert, continuando con la línea de preguntas de Lachlann. —¿Por qué venir aquí?

La mirada de Anthony se centró en Seòras. El anciano se había agachado para recoger algo, y cuando se levantó, llevaba una peineta en su gran mano. Anthony se quedó mirándolo mientras la imagen de Candy entrando al gran salón apareció en su mente. Su cabello estaba recogido a un lado, y esta peineta… Esta peineta había sido de Iseabail.

—¡Candy!—, rugió Anthony, la razón lo abandonó mientras se lanzaba hacia el agua helada y negra. Antes de que pudiera sumergirse, unas manos lo agarraron y tiraron de él hacia atrás.

Albert lo agarró de los hombros. —No la rescatarás de esa manera.

El frío recorrió a Anthony, pero no tenía nada que ver con la temperatura helada del agua. El miedo comenzó a filtrarse desde el fondo de su mente, pero lo apartó. No había tiempo para el miedo. No había tiempo para la duda. No hay tiempo para nada excepto rescatar a Candy. Él no podría perderla. Y cuando llegara a Leagan, o a cualquiera de los caballeros de Leagan o del Barón Whyte que se hubiera atrevido a tomar a su esposa, iba a matar a cada uno de los hombres.

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Candy se despertó con el lado izquierdo de la cara presionado contra la arena fría y húmeda y la hierba áspera. Intentó sentarse, pero una fuerte oleada de náuseas se apoderó de ella. En algún lugar a lo lejos, le pareció oír voces, pero temía que todavía pudieran ser los hombres de Leagan, así que no se atrevió a pedir ayuda. Con un gruñido, se dio la vuelta y respiró profundamente para calmar su estómago revuelto.

Su cabeza latía con fuerza y cuando se llevó una mano temblorosa a la sien, tocó algo crujiente, probablemente sangre seca, en su frente. Se incorporó lentamente sobre los codos, las náuseas todavía estaban allí, pero no eran tan fuertes. A partir de ahí, logró agacharse, su estómago se hundía con sus movimientos. Separó la hierba lo suficiente para poder ver pero, con suerte, no ser vista. Su visión era un poco borrosa, pero las sombras de hombres con antorchas recorrían la costa.

Se le cortó el aliento en el pecho al recordar lo que los hombres de Leagan habían dicho que le iban a hacer a Anthony. Si no era ya demasiado tarde, tenía que regresar al castillo y advertirle del plan de Leagan. Si podía permanecer agachada, estaba segura de que podría llegar a las escaleras de la puerta marítima y subir al patio sin que la vieran los hombres de Leagan.

Infundida con la determinación de ayudar a Anthony, comenzó a arrastrarse por la hierba y las rocas. Las rocas eran como cien pequeños cuchillos que le cortaban con precisión las manos y las rodillas, pero contuvo el dolor que amenazaba con derrotarla. Cuando llegó al borde de la zona de césped, se puso de pie lentamente, tambaleándose donde estaba mientras las náuseas se apoderaban de ella, ola tras ola. Ella dio un paso y su mundo se inclinó hacia la derecha.

Detrás de ella, le pareció oír gritos y el pánico se apoderó de su pecho. ¡La habían visto! Obligar a sus temblorosas piernas a moverse fue una tortura. Intentó correr, pero su cuerpo estaba pesado y lento. Los gritos detrás de ella se hicieron más fuertes, y ella se esforzó más, sus piernas finalmente entendieron su orden silenciosa y desesperada. La tierra voló hacia los lados mientras corría y, cuando llegó a las escaleras, las subió frenéticamente.

Dos escalones. Cuatro. Seis. Doce. Veinte. ¿Cuántos más? Treinta. Cuarenta. Cincuenta.

Levantó la cabeza para comprobarlo y todo a su alrededor se inclinó y giró. Trató de dar el siguiente paso, pero su pie resbaló. Mientras caía hacia atrás, un grito desgarrador salió de sus pulmones.

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Al principio, Anthony pensó que se estaba imaginando a Candy cuando miró hacia las escaleras de la puerta del mar y la vio subir corriendo por ellas, con su cabello dorado brillando a la luz de la luna y ondeando detrás de ella con el viento. Pero cuando Seòras comenzó a gritar su nombre, Anthony experimentó un momento de tan dulce alivio que un escalofrío recorrió su cuerpo. Él parpadeó y el respiro terminó mientras ella se balanceaba precariamente. Su corazón dio un vuelco con el conocimiento de lo que estaba por venir, lo que no podía detener. Ella agitó los brazos frenéticamente a su alrededor y él miró hacia abajo, contando los empinados escalones hasta el implacable suelo. Cincuenta escalones.

El mundo que lo rodeaba desapareció abruptamente. Todo sonido se desvaneció. Su visión se centró en ella, sólo en ella. Tropezando. Cayendo. Golpeando el último escalón y quedando inmóvil. Su grito gutural atravesó el zumbido en sus oídos mientras corría hacia ella, el terreno accidentado ralentizaba su avance en un tormento peor que cualquiera que hubiera experimentado en su vida. Cayó con fuerza sobre sus rodillas, los escalones de piedra le cortaron la piel, pero no importó. Nada importaba excepto ella. Él daría su vida a cambio para asegurarse de que ella conservara la suya.

Él tomó entre sus brazos su cuerpo inerte y helado por el viento. —Candy—, gritó.

Ella no se movió. No respondió.

—Candy, abre los ojos—, exigió, su garganta dolía con cada palabra que se forzaba a decir. —¡No morirás!—, ordenó, incluso cuando su mente gritaba que ella podría hacerlo.

La sangre seca se había endurecido sobre su frente mientras que sangre fresca se filtraba de su labio superior teñido de azul. Su mano tembló violentamente mientras levantaba el dedo hacia sus labios y limpiaba la sangre, tan cálida contra su piel helada. —Por favor, Candy—, susurró, hundiendo la cabeza en la curva de su cuello y abrazándola con fuerza. —Te necesito—, admitió entrecortadamente en su oído.

—Yo también te necesito—, susurró ella.

Él se levantó bruscamente y la miró boquiabierto. —¡No estás muerta!

Ella le ofreció una leve sonrisa. —Todavía no, pero si sigues abrazándome con tanta fuerza, todavía puedo sucumbir.

Él la acercó más y la abrazó contra su pecho con cuidado, disfrutando del débil latido de su corazón contra el suyo. Después de que su temblor se calmó, la sostuvo lo suficientemente lejos como para poder ver sus ojos. Una multitud se había reunido a su alrededor, pero a él no le importaba. Él captó su gloriosa mirada. —Lo siento. Por cómo respondí en el gran salón y por hacerte sentir que no había lugar para ti en mi vida.

La sonrisa que ella le dedicó lo sacó de la oscuridad en la que había vivido durante demasiado tiempo. Ella presionó su mano fría contra su mejilla. —Te perdono.


Cla1969: Seòras e Albert hanno fatto capire ad Anthony che per conquistare Candy deve aprire il suo cuore. Ha punito Siùsan per il suo ruolo nell'ingannare Candy e ha finalmente rimosso le cose di Iseabail dalla sua camera. Vedere Candy ferita gli ha fatto finalmente riconoscere che prova dei sentimenti per lei e che deve conquistare i propri demoni per mantenere il suo amore.

GeoMtzR: Anthony finalmente se ha dado cuenta de sus errores y pronto veremos el verdadero motivo de su reacción al vestido. Por lo pronto ha empezado a caminar en la dirección correcta para reparar su relación con Candy, y ha admitido que tiene sentimientos por ella. Anthony no es malo, hay que recordar que así como Candy él fue obligado a este matrimonio, y tiene que darse cuenta de que más allá de la lujuria que Candy ha despertado en él, también ha comenzado a derribar las barreras que construyó para proteger su propio corazón.

gidae2016: Que gusto verte por acá y que te esté gustando la historia. En esta historia Anthony es muy terco y tiene que enfrentar sus propios demonios para poder abrir su corazón al amor que Candy le ofrece. Se ha dado cuenta de sus sentimientos, y ha comenzado finalmente a avanzar en la dirección correcta. ¿Será que por fin serán felices?

Marina777: No te desilusiones del rubio, es terco pero es bueno y noble, ha tardado en aceptar sus sentimientos, precisamente por lo mismo, perder a su primera esposa casi lo destruye entonces erigió fuertes murallas en torno a su corazón para protegerse. Solo Candy tuvo el poder de derribarlas, y eso vino como un shock para él. El fue obligado a este matrimonio y a diferencia de Candy que estaba hambrienta de cariño, él no buscaba amor y el amor lo tomó por sorpresa, primero disfrazado de lujuria.

lemh2011: Anthony recibió un buen jalón de orejas por parte de Seòras y Albert, necesario para que se diera cuenta de que si seguía por ese camino perdería a Candy. Ha enviado lejos a quien él piensa responsable de la trampa a Candy y ha sacado las cosas de su primera esposa de la cámara que comparten. Verla herida lo ha hecho darse cuenta de que ella ya está en su corazón y que solo derribando las barreras que construyó para protegerse, será digno del gran amor que Candy le ofrece.

Gracias a todos los lectores de esta historia, espero que les haya gustado este capítulo, y agradezco que sigan esta historia. Un abrazo y nos vemos la próxima.