Los milagros existen. El que esté aquí, después de más de un año sin actualizar, lo demuestra. Y créanme, yo también estoy sorprendida de haber regresado a DnA y haber tenido las ganas e inspiración para continuar con esta historia.
Les debo una enorme disculpa por semejante ausentismo. Pero sé que no hay palabras que corrijan semejante falla. Así que me limitaré a dejarles este capítulo, esperando que sea de su agrado y les haga olvidar los malos sabores que hayan tenido a lo largo de la semana. Sin más, disfruten y esperemos vernos pronto.
*Guest: Muchas gracias por dejar tu comentario/mensaje preguntando por la actualización. Espero que seas capaz de ver esta actualización y puedas disfrutar de la continuación. Una enorme disculpa por la espera. Que los altos dioses del olimpo me perdonen.
*Cote: Bueno, no es que me olvide de este fanfic, más bien que se fueron las ganas e inspiración. Son cosas que me pasan más seguido de lo que me gustaría. Pero bueno, al menos aquí está la continuación. Espero pensar pronto en el siguiente capítulo.
Gesture
La mayor parte del equipo se había reunido en el comedor para organizar lo que podía considerar como impensable. No concebía la idea ni siquiera cuando se había materializado frente a él a través de coloridos globos, serpentinas, platillos deliciosos y espantasuegras.
Un brazo alrededor de su cuello y la enorme sonrisa de satisfacción de ese bribón corredor aterrizó su realidad. Kuramochi estaba complacido con la reacción que mostraba su rostro. Y muy posiblemente todos estaban igual que él porque sonreían animadamente.
—¡Mírenlo, se ha quedado como tonto! —A Eijun no le importaba dejar a la vista el nulo respeto que sentía por su capitán.
—¡Eijun-kun, no digas esas cosas! —Haruichi se lamentaba por el insolente comportamiento de su amigo.
—Felicidades —congratulaba Furuya con un gorrito sobre su cabeza.
—Ya quita esa cara de idiota, Miyuki. —Le pedía Yōichi.
—En definitiva, no lo vio venir —comentaba Kanemaru.
—¡Que alguien le saque una fotografía! —sugería Sawamura.
—No te quedes ahí parado o todo esto va a enfriarse —habló Maezono para el pasmado chico.
Había platillos suculentos en abundancia, meticulosamente ordenados, como si se encargaran de marcar la pauta de cuál debería ser probado primero.
—Me sorprende que hayan preparado algo como esto, chicos —hablaba Rei viendo a cada uno de los jugadores.
—Es una larga, pero muy divertida historia. —Kuramochi se moría de ganas de dar a conocer los detalles.
—¡Sawamura ya ha empezado a comer! —gritó uno de los de segundo.
El joven ya tenía media chuleta en la boca.
—¡Ey, que alguien lo detenga!
La calma duraba muy poco cuando todos esos sujetos se reunían bajo el mismo techo.
—Ya di algo, idiota. —Kuramochi se había desesperado de que Kazuya siguiera mudo.
Una suave patada lo haría reaccionar.
—¿Y a qué se debe todo esto?
Quizás solamente quería fastidiarlos haciéndose el desatendido.
—Despabila.
—¡Feliz cumpleaños, Miyuki-kun!
Llegaron las gerentes, mostrando la pieza fundamental de todo festejo: una deliciosa tarta. Una que tenía la apariencia de una manopla atrapando una pelota de béisbol.
No podían culparlo por reaccionar tan apáticamente. Hacía bastantes años que no le celebraban su cumpleaños colectivamente. El festejo del día de su nacimiento desde hace mucho siempre involucraba a dos personas: a su padre y a él.
No sabía cómo lidiar adecuadamente con esa clase de sorpresas inesperadas. Sin embargo, pese a la inquietud y deseos de escapar, se alegraba de la existencia de un gesto tan cálido, independientemente de las razones que los impulsaron a hacerlo. Y esa nueva sensación de bienestar dibujó ávidamente una pequeña sonrisa que únicamente él podía reconocer.
—Supongo que debo darles las gracias.
Ladeó un poco su cabeza, rascando su nuquilla. Se le notaba un tanto apenado y nervioso por lo que los chicos habían hecho. Eso llevó a todos a conocer otra faceta que no consideraban como existente en alguien como Miyuki Kazuya. Era como si sintieran que él les estaba dejando conocer un poco de lo que había tras su faceta de seguridad y autosuficiencia.
—¡Mírenlo, se ha sonrojado! —gritaba Sawamura.
—¡Claro que no, idiota! —replicaba. Ya era hora de parar sus ataques verbales.
—¡Se ha puesto más rojo!
Sencillamente nadie podía evitar reírse de la actuación tan infantil que tenía Eijun para meterse con Miyuki. Todo se tornó un mundo de risas inesperadas que estaban dejando mal parado al receptor.
—Lo mejor será que empecemos a comer o todo esto se enfriará. —Rei llamó al orden.
Todos parecían haberlo entendido y no demoraron en tomar asiento; entre tanta comida deliciosa el apetito afloraba fácilmente.
—¿El cumpleañero ya se va a dignar a decir algunas palabras de agradecimiento?
El obsequio especial para Miyuki ese día consistía en quedar en medio de Eijun y Yōichi.
—Esto sabe bastante bueno. —Ignorar a Kuramochi era lo ideal. Quería disfrutar de lo que se había servido.
—Oh, el pastel tiene muy buena pinta —hablaba Kenta—. Una manopla de cácher. Bastante acertado.
La tarta quedó enfrente del cumpleañero.
—Sawamura, ¿las trajiste? —cuestionaba Kuramochi.
—¡Por supuesto! —respondió orgulloso—. No sabía cuántas traer así que compré dos cajas.
¿Qué sería un pastel sin velitas de cumpleaños? Obviamente nada.
—Han cuidado todo detalle —platicó Kawakami. Satoru y Eijun pusieron meticulosamente las velas sobre el pastel—. Esperen, ¿por qué han puesto tantas?
Habían colocado cerca de treinta.
Kazuya no sabía a quién de los dos recriminarle. Furuya lucía demasiado entusiasmado con la labor y Sawamura reía muy sospechosamente. Presentía que el menor de sus males era que le estuvieran duplicando la edad.
—¿No creen que ya se está demorando? —La pregunta de Yōichi se dirigió hacia las tres jovencitas que hasta apenas habían tomado asiento para cenar tranquilamente.
—Ella dijo que venía en camino. Aunque eso fue hace como una hora —comentó Yui mirando el último mensaje recibido—. ¿Habrá pasado algo?
—Me pregunto qué estará haciendo. ¿Al final se habrá acobardado?
Su actual escenografía consistía en un llamativo pastel de tres pisos decorado con hojas de chocolate blanco y fresas, bocadillos predispuestos en lustrosas charolas, un enorme refractario de ponche, un amplio salón decorado bellamente y un número amplio de personas que no conocía.
Yacía sentada al lado de la mesa de botanas con la mirada puesta en su más grande enemigo: el reloj. Ya había perdido demasiado tiempo en ese sitio y no veía por ninguna parte a la persona que la había arrastrado a esa fiesta.
—Es una mujer de palabra.
A la persona que se aproximó no la conocía más allá del nombre y unas cuantas palabras. Paralelamente era quien estaba festejando su cumpleaños.
—Si le llamas palabra a detenerse a media calle y jalar a alguien dentro de un vehículo para traerlo a quien sabe dónde, entonces sí —relató molesta.
—Vamos, te vas a divertir enormemente —decía animoso—. Yo fui quien le pidió de favor a Miu que te trajera a mi fiesta.
—Pues feliz cumpleaños.
—Podrías ponerle más sentimiento, Sora —pidió tras suspirar.
—Así son mis felicitaciones, Hoshimura.
—Haciendo eso a un lado. ¿Te parece si bailamos un poco? ¿O quizás quieras que te presente con el resto de mis compañeros? —preguntó sonriente, aguardando por un sí.
—Sinceramente no estoy de humor para eso. De hecho, tengo un asunto pendiente que atender —informó.
—Eso puedo aguardar un poco más. —Su atención pasó de ella a la bolsa de papel que estaba en el suelo, a su costado—. ¿Acaso es mi regalo de cumpleaños?
Miu y ella pertenecían a mundos sociales muy diferentes. Y el altanero muchachito que se encaprichó con tenerla en su fiesta de cumpleaños no era más que un sujeto de ego frágil que no resistió el no ser alabado por su estatus económico.
A él no le interesaba ni quién era ella ni su apariencia física. Únicamente buscaba su adulación para sentirse satisfecho para después descartarla.
—¿Cómo podría serlo si apenas me entero de que es tu cumpleaños?
—Miu pudo habértelo contado.
Si eso había pasado nunca atendió a ello o lo olvidó por completo.
—La cuestión es que este no es tu regalo y yo tengo que irme ya —sentenció.
—Oh, qué bonita caja. Me pregunto qué habrá dentro.
Había cogido su bolsa sin su autorización para sacar el contenido como si fuera suyo. No poseía ni decencia.
—Devuélvemelo —ordenó más molesta.
Si él no era de su total agrado, ahora se había ganado boleto a su lista de gente que detestaba.
—No seas tímida, Sora. Sé que te gusto y que te haces la dura.
Si su mirada hablara, rugiría para advertirle que se defendiera antes de recibir un puñetazo.
—La mayoría de las chicas se hacen las difíciles para sentirse interesantes. Al final siempre es lo mismo.
—Que me lo regreses he dicho.
—Sí que es un presente bastante aburrido. —Abrió la caja para ver su interior—. ¿A quién podría gustarle algo tan burdo como eso?
Hizo lo inadmisible. La última gota de su escasa paciencia se evaporó junto a sus groseras palabras.
Sus manos soltaron lo que había hurtado por capricho. Y el hablador chico se quejaba del dolor que nació con el pisotón que recibió de Sora.
—¿Nadie te enseñó a no tomar lo que no es tuyo? ¿Qué clase de modales te han inculcado?
Sostenía su caja. Estaba arruinada. Había desgarrado su forro y moño.
—Eso fue muy descortés de tu parte. —Se había recompuesto y no estaba contento con su falta de respeto—. Deberías reconsiderar tus acciones.
Su error no fue escupir esa sarta de estupideces, sino haberla sujetado de los hombros como si fueran tan cercanos, como si estuviera haciéndole un favor con su falsa comprensión.
Todos los invitados tenían la vista puesta en lo que acababa de pasar. Y si no decían nada era porque no querían terminar tendidos sobre el suelo, quejándose por haber recibido aquella reprimenda con destino final hacia el piso.
—Lamento no haber envuelto tu regalo. Ojalá te haya gustado —expresó con una pequeña y satisfactoria sonrisa—. Y sin ofender, tu fiesta es demasiado aburrida y sosa para mí. Ahórrate la invitación del próximo año.
Salió sin despedirse. Ya había perdido demasiado tiempo en una reunión absurda con gente que le iba y le venía. Y con el tiempo encima no le quedaba mayor remedio que tomar un taxi.
—¿Dónde demonios te metiste?
Fue la interrogación que recibió al atender su celular.
—No estuve perdiendo el tiempo por voluntad propia. —Si bien ya estaba calmada, ahora existía algo más que la ponía de nervios.
—Pues tienes que darte prisa. Esto terminará pronto y no querrás que se dé cuenta, ¿cierto?
—¿Por qué parece que me estás amenazando, Kuramochi?
—Son imaginaciones tuyas. Mejor date prisa.
—Es lo que estoy haciendo. —Bufó.
—Por cierto, todavía no le hemos contado que has sido tú la de la idea de la fiesta sorpresa.
—¡Que no he sido yo!
Al diablo que asustara al conductor.
—Si fuiste tú la que trajo ese delicioso pastel y esos ricos platillos.
—Solamente pedí el pastel. Tú fuiste el que le mandó mensaje a mi padre desde mi celular para decirle que trajera más cosas.
Sabía que el ser tan distraída con sus pertenencias un día le iba a acarrear muchos problemas. Ese día había llegado.
—Yo sé que querías que se hiciera de este modo.
—¡Claro que no! —replicó—. Lo mío era menos llamativo.
—¿Y qué importa? —habló, rozando lo serio—. Aunque se lo niegue a todos, le agradó la sorpresa... Hubieras visto su cara cuando entró al comedor.
Sora guardó silencio ante el relato que le contaba con lujo de detalle. Estaba sorprendida de que él hubiera reaccionado así, pero a la vez se alegraba que estuviera disfrutando del día aún con su manera de ser y el problema de su lesión.
Lo que más se lamentaba es que se había perdido de todos esos gestos. Maldecía todavía más el haber sido llevada a ese estúpido sitio.
—Voy a golpear a ese idiota de Hoshimura mucho más duro la próxima vez que lo vea.
Había comido hasta reventar. Desde la entrada hasta llegar al pastel, todo había estado sumamente delicioso. Un festín que seguramente recordaría de ahora en adelante.
Se encaminó hacia su habitación y se detuvo automáticamente a un metro de su puerta. La persona que había estado desaparecida durante todo el festejo se encontraba allí.
Él estaba desconcertado por verla. Había supuesto que nunca tuvo el interés de participar en su fiesta sorpresa.
Ella no creía en su mala suerte. Un poco más de tiempo y podría haber completado su misión.
—Es raro verte por aquí.
Esa mujer únicamente se paseaba por el pasillo que conducía al cuarto de Sawamura.
—Es que estaba buscándote, mas no te encontré por ninguna parte. Y pensé que quizás estarías por aquí.
Mentir no era problema, sino que él le creyera.
—¿Y para qué me querías? —curioseó con esa cándida mirada puesta en ella.
—¿Para qué más? Para felicitarte —aclaró.
Él por su lado dibujó una sonrisa pícara y ella temió por lo que pudiera comunicarle.
—¡Feliz cumpleaños, Miyuki!
No existía ni sarcasmo ni hostilidad en sus palabras, sino una genuina sinceridad. Inclusive sonreía con naturalidad.
—¿Y mi regalo de cumpleaños? —bromeó.
—Ahí lo tienes... —Había pensado en huir y no dar explicaciones. Mas su orgullo se lo impidió.
No podía seguir ocultándolo toda la noche. Se apartó y dejó que apreciara su presente.
Él lo había dicho jugando. No estaba esperándose que en verdad ella le hubiera comprado algo. Ni siquiera estaba seguro de que supiera el día en que cumplía años.
—¿No te golpeaste la cabeza este día?
Frente a su puerta permanecía una caja de madera con un moño azul rey.
—Si no lo quieres, puedo ir a devolverlo.
No era la primera vez que le daba un regalo a un amigo por su cumpleaños. No obstante, no se sentía como en aquellas ocasiones. Y el que hubiera planeado dejarlo allí a escondidas era una banderita de alarma.
«¿No puede simplemente tomarlo sin tanto rodeo?».
—No pesa prácticamente nada. —Ya tenía el obsequio entre manos y lo agitaba suavemente.
—¿Intentas adivinar qué es por su peso? —Le pareció un tanto divertido su método.
—¿Qué es?
—Se supone que es una sorpresa.
Lo que estaba viendo era la impaciencia de un niño que prefería preguntar en vez de aventurarse a ver qué le habían dado. Y esa actitud era un tanto enternecedora.
—Podría ser algo peligroso. —Ella amenazó con pellizcarlo—. Está bien. Lo abriré.
Lo que esa caja guardaba en su interior no podía ser pasado por alto porque sus intereses personales se lo prohíban.
Sacó primero lo que estaba hasta arriba, lo que indudablemente más le gustó. Tenía una manía por las gorras y el que tuviera una negra en sus manos con el logo de los Yanquis de Nueva York lo hacía sonreír ansiosamente.
¿Qué sería de esa gorra si no contaba con una camisa que fuera a juego con ella?
No todo terminaba allí. Había algo más.
—Hay que variar los colores de las manoplas, ¿no? —comentó cuando Kazuya sostuvo entre sus manos ese guante negro con rojo. Uno que era una verdadera obra de arte.
Se quedó callado por breves segundos que a Sora le parecieron una tormentosa eternidad. Al no comprender sus reacciones no sabía si había hecho una buena elección o había fracasado.
Se aproximó hasta donde él permanecía de pie y lo observó escrupulosamente. Por alguna razón le gustaba analizar los pequeños gestos que él hacía ya que muchas veces sus palabras no congeniaban con su lenguaje corporal.
—Este no es mi equipo favorito, pero… no está nada mal.
Esa era la respuesta que necesitaba. E incluso cuando sabía que no había un gracias de por medio, no estaba molesta. Para ella fue más que suficiente pago el contemplar esa mirada de sorpresa y satisfacción.
—Ya será para la próxima vez —indicó como sí nada.
Él por su lado le veía por encima del hombro, intentando entender plenamente su comportamiento y simultáneamente, pensando en esa segunda ocasión.
—Deberías probártela para ver si te queda. No estaba muy segura sobre la talla —argumentó. Admitía que había usado la misma que su hermano para comprarle esa camisa.
—Te lo haré saber. —Sonrió frescamente.
No podía negar que esa discreta promesa le provocaba cierto cosquilleo. Tal vez era la curiosidad por saber qué podría darle el siguiente año o quizás el motivo se hallaba en ella y su proceder.
—Bien. —Estaba al fin tranquila.
Todo había salido mejor de lo que se imaginó y para variar, Kazuya había reaccionado ejemplarmente. Al fin los astros le sonreían.
—Y yo que creía que huirías en la primera oportunidad.
Había personas como Kuramochi que todavía no se iban a sus cuartos porque ansiaban molestar al resto del mundo.
—¿Por qué nos está observando? No me digas que él va…—Sora temía por lo que pudiera abandonar su boca.
—A veces las personas menos esperadas te sorprenden y organizan fiestas sorpresas.
No existía nadie en el mundo que no captara esa indirecta. Menos si se tiene la vileza de señalar a quien se la estaban adjudicando.
—Estábamos preocupados de que la anfitriona no llegara. Pero ahora que la veo, ya puedo dormir tranquilamente.
Sora posiblemente ya estaba pensando las cosas de más. Podía asegurar que desde que el mes inició solamente se había estado metiendo con su persona usando a Miyuki de pretexto. Lo peor es que había soltado aquella bomba nuclear cuando la situación entre ella y él estaba en tan buenos términos.
Contaba con su mano derecha las veces en que sintió la vergüenza invadiéndola y paralizándola. Y sinceramente no esperaba que un acontecimiento como ese emergiera a causa de Kazuya.
No podía evitar sentirse así porque muy en el fondo estaba consciente de que se le cruzó la idea de hacer una pequeña celebración. No obstante, jamás esperó a que alguien leyera entre líneas y se atreviera a hacerlo usando su nombre.
—¡Oh, esto tiene que ser una primicia! —Yōichi estaba incrédulo.
Sora estaba tan roja como la grana y no estaba dispuesta a ver a ninguno de los dos.
«¿Qué ella…organizó todo?».
Eran demasiadas emociones para un solo día.
Sentía que esa confesión no era más que una broma por parte de Kuramochi hasta que percibió sus mejillas abochornadas y su negativa a dirigirle la mirada a alguno de los dos. Para alguien que siempre respondía cuando le levantaban falsas suposiciones, el quedarse callada la sentenciaba.
«Aunque…»
Sabía que ambos pese a su particular forma de reaccionar el uno con el otro, se llevaban bien. Como todo en esta vida, poseían sus puntos en común y otros en los que divergían. Y aún sin ser las personas más cercanas se había tomado la molestia de realizar semejante gesto hacia él. ¿Por qué? ¿O es qué no se requería algo demasiado sustancial para ello?
—Ni se atrevan a decir nada más. ¡Ninguno de los dos! —Ya no quería pasar por más bochornos innecesarios. Quería irse—. Yo me voy de aquí, ¡buenas noches!
No aguardó por su respuesta. Se marchó para no escuchar las carcajadas de ese par.
