"¿Está bien, capitán?"

Law parpadeó varias veces para poder despertar. Le costó horrores darse cuenta de que todas las miradas estaban sobre él, tanto sus compañeros como sus subordinados. Eran miradas de duda, algo burlonas y de preocupación. Al ver que no decía nada, su maestro se adelantó a los acontecimientos y simplemente cerró la reunión.

"Mañana seguiremos con la reunión" sentenció Corazón

Con aquella autoritaria orden, todos terminaron por abandonar la sala. Al ver cómo se llevaba las manos a la cabeza, sus tres hombres de confianza y su tutor se quedaron a su lado. Revisó todo el papeleo para recordar porque estaba en aquella sala de reuniones, en aquella isla en el corazón del East Blue.

Él, un marine médico especializado en cirugía, líder y héroe condecorado no tenía la necesidad de estar detrás de una banda de piratas de patética categoría, en uno de los mares más débiles por causas cada cual más falsas. Prácticamente no estaba haciendo nada. Eran como unas horribles vacaciones que nunca había pedido. Pero no quería discutir con nadie de todo aquello, ya que se vería algo infantil y él siempre defendía la postura de la marina de encarcelar a cualquier pirata que tuviera delante.

El único que parecía feliz con aquella decisión era Corazón, pero no terminaba de contar porqué.

"¿Seguro qué solo estás frustrado?" preguntó de pronto Sachi

"Parece que te has colgado de una nube…" comentó Penguin

"Quizás lo que necesita es un paseo para refrescarse, capitán" propuso Bepo

"Bepo tiene razón, vamos a la taberna" dijo con una peculiar sonrisa Corazón

Sus compañeros asintieron y le presionaron un poco hasta que terminó por acceder.

La isla era agradable, muy tranquila y llena de vida, con una gran plaza en el que veía como las familias compraban en el mercado, los niños jugaban y habían rumores de que el circo iba a llegar en cualquier momento. Habían tantas tiendas que se le hacía extraño que hubiera gente que se marchara a otras islas a saciar esas ganas. Una de las cosas que siempre le sorprendía era el restaurante flotante Baratie o las mandarinas de Cocoyashi.

Igualmente, Law no quería estar ahí. Él tenía trabajo mucho más importante en el norte, con piratas con más altas recompensas que en un simple y aburrido mar del este, en una pacifica isla, con unas misiones nada claras. Sentía que realmente lo estaban obligando a tomar unas vacaciones o que realmente estaba haciendo de niñera de gente molesta como Luffy.

Corazón era consciente de ello, intentando animarlo con entrenamientos, actividades y la salida a la taberna. Pero no dejaba de desaparecer, en una clara intención de encontrar algo que no le había terminado de descifrar. Y eso que se había fijado en cómo había cambiado la marca de tabaco.

Le restó importancia, ya que confiaba plenamente en su tutor, pero eso no terminaba de quitar que no quería estar en aquel lugar.

De la misma forma que no le preguntaba que estaba haciendo, él no le contaba lo único bueno que había encontrado para entretenerse.

Al llegar a la taberna, notaron que el ambiente estaba completamente cambiado. Al ser un lugar que trataba bastante bien a los marines como ellos, siempre había una extraña aura de soledad difícil de explicar. Todos ya estaban acostumbrados a no siempre ser bien recibidos por no terminar de simpatizar con toda la clientela.

El primer elemento discordante del lugar era un fuerte olor a mandarinas. No era agresivo, más bien suave y femenino, casi como un pequeño canto de jilguero que hacía levantar la vista de cualquiera. Lo siguiente era la cantidad de luz natural que tenía el lugar. Por primera vez, entraba en una taberna a la que no le avergonzaba abrir las ventanas. El lugar tomaba un color más cálido, imposible de ignorar. Tercero, la gente. Había mucha gente. Casi podía decir demasiada. Y, por último, ahí estaba, una nueva mesera de corto cabello naranja, vestida de mesera, sirviendo con una amplia sonrisa.

Law tragó seco e intentó salir del lugar, pero sus compañeros ya estaban en la barra, igual de sorprendidos pero contentos de conocer a la nueva camarera, quien anotaba en una pequeña libreta con un muy pequeño lápiz todos los pedidos. Evidentemente, con un par de guiños, Sachi ya estaba pidiendo medio menú de picoteo con tal de llamar la atención de la chica, al igual que otros tantos marineros.

"Y el marine que os acompaña, ¿qué va a querer?" preguntó ella con un tono algo burlón

"Una jarra hasta los topes también para él" se adelantó Corazón

"¡Oye!" se intentó quejar furioso

"Marchando" canturreó la joven antes de ir a servir.

No sabía si era algo ensayado, un comportamiento que ella misma forzaba ante los comensales que hacía hervir a la cocinera que se asomaba por la ventana y a su otra compañera camarera, o si era algo que solo porqué él estuviera delante, estuviera haciendo, pero era imposible no fijarse en todo lo que estaba ocurriendo delante de él:

Ella, con esa falda que apenas rozaban sus tobillos, bailaba de forma peligrosa al son de sus caderas. Su camisa tenía un botón suelto, mostrando de más un perfecto escote en el que quería ahogarse más de un despistado. A pesar de no ser muy grandes, era imposible no fijarse en su delantera, en cómo se ceñía y resaltaba, aunque fuera escueto. El cabello era medio, corto, pero perfecto para cualquier fantasía, peinado con delicadeza y brillando tanto como una naranja. Y sus ojos… aquellos ojos de chocolate capaces de saciar con solo una simple mirada.

La perdición de cualquier incauto.

Y había revivido en sus primeras horas de contratación un lugar lúgubre como era aquella taberna.

A la primera que vieron una mesa libre, debido a la cantidad de comida que había solicitado su compañero más impulsivo, tuvieron que sentarse e ir recibiendo los platillos a manos de la camarera que menos llamaba la atención. Por lo menos, las jarras las trajo la joven quien las dejó con sumo cuidado. Por un momento, sus manos se rozaron, siendo un contraste caliente en comparación a su frío de desinfectante de hospital. Quiso ignorar ese contacto, pero era imposible. Parte de ese enigmático y embriagador aroma de mandarina se había pegado en parte a él, despertando cierta necesidad. Intentó calmarlo con el alcohol, comiendo un poco de los platillos de Sachi antes de que Bepo se adelantara… simplemente no había éxito.

Con lo bien que lo había escondido hasta el momento…

Por el rabillo del ojo, con el mayor de los disimulos, se fijó que aquella llamativa camarera no estaba. Todos tenían algo y eran atendidos solamente por la chica. Suspiró, se excusó con irse al baño, a lo que ninguno de la mesa le dijo nada y salió con sumo sigilo. Se acercó al pequeño callejón y ahí, vio como la joven camarera respiraba más tranquila. Aunque no pudo evitar una mueca de asco al ver un cigarro entre sus delicadas manos y de sus jugosos entreabiertos labios, salía el humo del tabaco.

Suspiró y entró con cuidado de no pisar nada asqueroso. Al llegar a su lado, por fin aquella joven le daba una mirada. Sentía que, nuevamente, se perdía en aquellas dunas de cacao, pero se mantuvo en su posición, con una postura dominante que solo se rompía por su pícara sonrisa.

"¿Ahora trabajas aquí, Nami-ya?" preguntó en lo que tuvo que aguantar como le daba una calada a su cigarro.

"Bueno, no estoy fija en la marina… mentiroso" le echó en cara apartando la mirada, visiblemente molesta.

"Pensé que te quedarías en la frutería. Ese almacén era perfecto para…" le comentó queriendo evitar tener que hablar de cómo nunca le admitió era marine

"Sigo ahí, solo los días de mercado" le cortó de inmediato, completamente colorada, mientras revisaba que nadie estuviera escuchando "he tenido que cambiar de casa y el nuevo apartamento está caro… además, la frutera estaba harta de que de cierta persona que no dejaba de visitar y no comprar nada"

"Es que ya salgo saciado de comer la mejor mandarina de todas"

"¡Idiota!" le insultó, completamente avergonzada "y ni siquiera sé por qué te tengo que explicar nada, cuando eres el primero que me dijo que me ha mentido… ¿no son trabajos muy diferentes los de médico y marine?"

Viendo como ella inflaba los mofletes, supo que estaba muy molesta. Law suspiró derrotado. A pesar de querer obligarla a que dejara de fumar, terminó por acercarse y pegarla a su cuerpo, en un tiró del que se escapó su cigarrillo. Bajó sus manos a pesar de sus quejas y apretó sus firmes nalgas en sus palmas, notando como la tela se arrugaba en sus manos. A la joven se le escapó un quejido de sorpresa. Empezó a subir su falda con cuidado, queriendo escalar las cosas a pasos agigantados, pero ella no dejaba de revolverse como una gata presa.

"¿Esta es tu idea de compensarme?" preguntó aún más enfadad si cabía

"Bueno, tengo la tarde libre, la habitación de la posada… y un nuevo par" aquello último lo dijo en un grave susurro, haciendo que ella se calmara

"…tentador. Acepto. Pero me tendrás que dar un adelanto antes de volver a trabajar, mi estimado doctor"

"¿Solo estimado?"

Nami iba a responder, pero Law lo evitó sellando sus labios con los suyos. No tardó en pedir profundizar con su lengua, prácticamente succionando y entrelazando, en un enrevesado y algo baboso intercambio. Las manos de la peli naranja escalaron y revolvieron sus ya rebeldes cabellos negros con cierta avidez. Law solo sabía apretar más aquellas nalgas con las que tanto quería jugar, a pesar de que le molestara la falda.

Al romper el beso, tuvo que apartar un hilo de saliva que aun los unía, jadeando y completamente sonrojado. Quería llegar a más, quería profundizar el contacto a pesar de estar en un sucio callejón.

"Cuando vengas, nada de haber fumado antes. Prefiero la mejor de las mandarinas."

"¿Qué más, mi doctor?" preguntó con una voz en la que fingía interés e inocencia

"Blanco. Con transparencias."

"Como me rompas otra vez un conjunto, mi doctor, te pienso multar de tal forma que vas a necesitar dos trabajos… aunque ya sé que lo tienes "

Antes de marcharse de aquel estúpido callejón, la peli naranja había dado un sonoro beso en la mejilla, estampando bien su gloss. Vio como daba pequeños saltitos hasta llegar a la puerta, para evitar mancharse. Por mucho que le gustara la babosa marca de sus labios, usó uno de sus pañuelos desinfectantes desechables y los tiró al suelo.

Mientras regresaba con sus amigos e, incluso con ellos, quiso evitar fijarse en Nami, pero se le hacía imposible. Era esa maldita atracción y entretenimiento del que no quería descolgarse y se sentía muy bien. Disimuló su verdadero interés y simplemente se despidió en cuanto terminó la jarra para marcharse a la habitación donde se estaba quedando.

Sabía que debía quedarse en el fuerte y todo aquello, que ahí tendría comida gratis y demás, pero entonces no tendría de los beneficios de un affaire con Nami.

Cada vez que se acordaba de como la había conocido por accidente, sentía que revivía ese día. Fue al poco tiempo de llegar, él ya estaba harto de la tranquila isla y de convivir con Luffy y su pequeña banda (cuatro gatos a cada cual más especial) de revoltosos marines, que decidió mirar un lugar para quedarse bien lejos. Corazón le insistía que no hicieran eso, ya que sería un desaire para todo el tropel, pero simplemente le dio igual. Ya suficiente castigo le parecía estar en el East Blue, como para preocuparse de la opinión de gente ajena de unos marines tan vagos que no comprendía como era que ese mar estaba tan seguro como Nezumi aseguraba. En lo único que había escuchado a Corazón en lo de buscar un lugar más tranquilo, le hizo caso en una cosa:

Buscarlo como civil. Como doctor.

Su tutor le explicó varios motivos, tales como su seguridad, el hecho de que aun tuvieran una imagen muy débil, para que nadie entrara a robar información si se lo llevaba a la habitación, precios…

Con tal de calmarlo, aceptó al segundo.

Sin embargo, durante su paseo, se encontró a una chica que necesitaba su ayuda. Aun vestido con su bata de doctor, no tardó en interrumpir ese momento y ayudarla apaleando a sus agresores y preocupándose por sus heridas. Ella al principio no quiso su ayuda, decía que no le iba a pagar nada y una sarta de tonterías que manchaban por completo su imagen de mujer necesitada. Aunque al ver que la estaba ayudando genuinamente y no por un interés oculto, se dejó tratar. Se fijó en que tenía más heridas, pero nunca se terminaba de quitar la camisa, casi entrando en un pánico. No insistió y terminó por invitarla a esa habitación para poder curarla mejor. Ella accedió regresó a un carácter más divertido y elocuente.

No supo en qué momento, las cosas escalaron hasta el punto de mantener fuertes relaciones sexuales. Ni llegaron a quitarse la ropa cuando ella ya le estaba haciendo la mejor mamada de su vida en contra de la puerta recién cerrada. Un trozo de esa noche aun la tenía algo difusa, solo recordaba como disfrutó de sus caricias a pesar de las prendas, tiraba con fuerza de su media melena brillante como el sol, degustaba los besos con sabor mandarina y azotaba ese perfecto culo mientras la penetraba con fuerza, gritándole cosas qué si lo escuchaba Corazón, lo iba a desheredar. Se sentía completamente complacido al notar como ella correspondía y pedía más, autoproclamándose su gata.

Parecía modesta, pero Nami simplemente era una fiera a la que le encantaba que la domara de aquella forma tan salvaje y Law estaba encantado de ser su dueño.

Se imaginó que sería uno de esos patéticos encuentros de una sola noche, pero en vez de ello, ella lo buscó al día siguiente para repetir, pero añadiendo elementos a sus momentos de diversión, a cada cual más perverso.

Y estaba más que satisfecho con ello. Por fin alguien se iba ajustando a sus necesidades sexuales en un tono completamente rojo y correspondía con la misma intensidad. Todo ello sin olvidar de lo dulce que se hacía el momento aftercare, en el que ella lo colmaba de cariño y pura emoción, a lo que él correspondía de una forma más tímida. Law no era un novato, pero tampoco quería parecer un débil ante alguien que prácticamente solo conocía desde dentro.

Sin embargo, nunca le admitió que era marine. Al ver que la gente de la isla no terminaba de congeniar mucho con los marines, algo que estaba investigando el porqué, decidió que mejor ocultar ese dato por el momento. Además, la idea de que en algunos juegos ella fuera una paciente muy traviesa y estuviera tanteando la idea de ser una sexy enfermera, simplemente lo motivaba más.

Ahora que sabía la verdad, ¿pararía con sus juegos? Después de la conversación, parecía que no, pero solo en la noche lo sabría.

Por el momento, en lo que restaba de tarde, quería terminar de estudiar las verdaderas razones por las que estaba en aquel lugar.