¡Buenas tardes! Ya llegué con un nuevo capítulo, aprovechando que hoy es el cumpleaños del más sensual cátcher de todo el mundillo de DnA. Así que espero que lo disfruten tanto como yo disfrutaré el puentecito de mañana.


Plainness


No podía permanecer por más horas en cama. Había demasiadas cosas por hacer. Y contra su voluntad se levantó, se cambió e inició las labores en su habitación. Barrió y sacudió cada recoveco. Inclusive consideró apropiado reacomodar los libros de su pequeño librero, así como la disposición de sus peluches.

Pasó el mechudo humedecido por todo el piso, dejando una deliciosa fragancia a lavanda. Y tras dejar todo ordenado y pulcro, transportó el cesto de la ropa sucia al área de lavado.

—Sacudir, barrer y trapear la habitación, listo. Cambiar las sábanas, listo. —El lapicero en su mano izquierda rayó dichas actividades anotadas en la lista escrita en la hoja de papel—. Ayer terminé toda la tarea que tenía para la semana. Solamente me resta lavar mi ropa y estaré libre.

—Sabía que te encontraría en este sitio un domingo a medio día.

Sora reconoció la voz. Permaneció inmóvil con su atención fija en la lavadora como si el ver la ropa dar de vueltas fuera mejor que enfrentar a quien había accedido a aquella sección de la casa.

—Oh, Yoshiko, qué extraño verte por aquí. —Se giró, encontrándose con esas entusiastas y vibrantes pupilas chocolate que lucían muy gustosas de toparse con las suyas.

La castaña y lacia cabellera de la joven llegaba hasta sus hombros. El flequillo era coqueto y adorable gracias a la diadema que usaba. Y su rostro era lo suficientemente agraciado como para captar la atención de los chicos.

—Eso sonó a que cuando vengo aquí, no te paso a ver. —El silencio le entregó la respuesta—. ¡Ey, eso es grosero de tu parte, Sora-chan!

—No me llames así. —Su disgusto fue acentuado por la mueca de desaprobación que enmarcó sus labios—. Él no está en casa. Está entrenando en Seidō junto con los de tercer año.

Dio media vuelta, volviendo a la interesante panorámica de su ropa siendo lavada.

—Ya, lo siento. Sé que no debí llamarte de ese modo. —Su disculpa era sincera—. No me sorprende que Tetsu esté entrenando, pero creí que lo encontraría antes de que se fuera.

—Él siempre es así de intenso cuando de béisbol se trata. Tú mejor que nadie debería saberlo.

—Sí, lo conozco… —suspiró como si toda la frustración que nació a raíz de no hallar al hermano mayor de Sora se esfumara para traerle de vuelta la serenidad—. Siendo sincera esperaba encontrarlo.

—Le hubieras mandado un mensaje para que quedaran de verse.

El electrodoméstico paró. Sacó sus prendas para sacudirlas y depositarlas en el cesto que tenía a su costado derecho.

—Lo sé. —Exhaló. Se regañó silenciosamente por ser tan lenta de pensamiento—. Es que él es tan…

—Denso. —Ofertó el adjetivo perfecto que describía a Tetsuya para temas que no se relacionaban con el béisbol—. Si no se lo dices jamás va a darse cuenta.

—Quiero hacerlo, no obstante…

Yūki ya estaba confrontando a la joven. Su cara estaba roja; los nervios y el retraimiento le impedían completar su oración.

«Todo sería más fácil si mi hermano se percatara de que Yoshiko ha estado enamorada de él desde hace bastante tiempo».

Estaba cansada de la situación de la que había sido testigo desde que se percató de sus sentimientos.

—¿Y qué es lo que harás?

—¿A qué te refieres?

—A mi hermano. —Yoshiko se tensó y ella cargó el cesto de ropa limpia. Saldría a colgarla para que el sol hiciera su magia—. Ambos se graduarán el siguiente año. Estaría bien que este tema quedara zanjado antes de que eso ocurra. —Caminaron hasta el patio trasero; allí comenzó la tediosa tarea de tender la ropa con ayuda de pinzas de madera—. Si continúas de indecisa alguien más podría adelantarse. Y entonces tendrás ese arrepentimiento contigo.

—Esa niña…—No fue lo despectivo que sonó al dirigirse a quien claramente era su rival de amor lo que atrajo su atención, sino el mohín que hacía—. Él solamente es amable con ella porque es más chica y es la hermanita de ese sujeto.

«¿Todavía sigue dirigiéndose a él como "ese sujeto"? Creo que su molestia hacia él se debe principalmente a causa de su hermana menor».

¿Por qué tenía que verse inmiscuida en esa clase de predicamentos sentimentales cuando ella misma tenía uno en manos? ¿Y qué se supone que dijera ahora? ¿Esperaba que le diera su apoyo incondicional y se uniera en contra de su competencia? ¿Deseaba que la aconsejara sobre cómo conquistar a su hermano? Por favor, ella era la última persona en el mundo a la que debía preguntarle sobre cómo hacer que un chico caiga rendido de amor.

—Si algo me enseñó mi entrenador de kickboxing es que no debes subestimar a tu rival sin importar lo pequeño y débil que este parezca. Porque puede darte una sorpresa por menospreciarlo.

—Eso no aplica a los temas de amor y pareja.

—Si lo ves de ese modo, no hay nada que pueda hacer al respecto. —Enganchó las últimas prendas que le quedaban y se sintió realizada. Había terminado por ese día—. Ahora puedo dedicarme el resto de la tarde a descansar. Incluso podría ver alguna serie mientras como palomitas y soda. —Su plan era perfecto. Era justo lo que necesitaba después de esa montaña rusa que tuvo por semana—. Primero un baño reparador.

—Sora, ¿tú qué harías en mi lugar?

Esa era la última interrogante que deseaba escuchar. Brindarle una respuesta involucraría muchos aspectos. Y sinceramente no estaba en su mejor estado mental y emocional para ponerse a pensar en la situación de otra chica indecisa.

—Si alguien te gusta lo suficiente como para causarte titubeo, la confesión es el camino más viable.

¿Lo era? ¿En todos los casos era aplicable o únicamente en ella porque había estado enamorada de su hermano desde hace varios años atrás?

—¿O es que solamente quieres que sigan siendo amigos y que nada pase entre ustedes?

—No. Yo de verdad quisiera que pasara algo entre los dos. Es decir, ser una pareja y todo eso. Salir en una cita y tomarnos…de las manos…

Tartamudeos. Siempre presentes cuando se hablaba de sentimientos amorosos y de pensamientos vergonzosos que tenías con ese alguien especial. Eran las dulces y bochornosas consecuencias de enamorarte sin restricciones. Y ella lo entendía porque había pasado por lo mismo hace varios años atrás.

—Nada de eso ocurrirá si no das el siguiente paso. Si no te arriesgas. —Su consejo venía respaldado por su propia experiencia.

Hace tiempo atrás estuvo en su mismo predicamento. Tuvo que agarrar todo el valor que tenía para expresar lo que sentía con la amarga incertidumbre sobre sus hombros susurrándole que lo único que le aguardaba era el rechazo.

—Ya lo sé. Sin embargo, si lo hago y me rechaza, no solamente nada ocurrirá, sino que también perderé su amistad. Y algo como eso sería todavía mucho peor.

Era como contemplar a su yo del pasado y revivir inevitablemente todos esos predicamentos que la hicieron pasar por tan amarescente experiencia. Rememorarlo no era precisamente lo que buscaba ese domingo.

—Si no sabes lo que él siente por ti, entonces el confesarte es como jugar a la ruleta rusa. Cuando jales del gatillo puede salir una bala y todo habrá terminado, pero también puede que de ese revólver no se dispare nada.

Su analogía era simple y bastante efectiva. Y con ello esperaba que Yoshiko captara el mensaje que quería trasmitirle.

—Ese fue el método que empleaste para salir con Miyuki-kun, ¿cierto?

Sora necesitaba una pared a la mano para recargarse y no caerse ante la blasfemia que tan despreocupadamente le escupió. Aunque la gente pensara que fue ella quien se declaró, todo no era más que una vil mentira; un ultraje a su persona.

—Eso fue muy valiente de tu parte. —Se mostraba orgullosa por su hazaña—. ¿Cómo fue que te decidiste para confesarle tus sentimientos? ¿Tuviste miedo? ¿Nervios? ¿No temiste perder tu amistad con él?

Los interrogatorios nunca la entusiasmaron. Mucho menos si abordaban temas tan privados.

—Ah... Él es fastidioso. El hecho de que me atrajera resultaba molesto. —Lo era y lo continuaba siendo—. Y aunque intenté negarlo no conseguí absolutamente nada. Únicamente me frustraba más y más. Por lo que tenía dos opciones: o continuaba ocultando lo que sentía, rogando para que un día desapareciera por arte de magia; o me armaba de valor, importándome poca cosa lo que él llegara a pensar por decirle que me atraía.

La escuchaba atentamente como si deseara grabarse cada palabra.

—Confesarse y ser correspondida. Confesarse y ser rechazada —susurraba Yoshiko.

Desgraciadamente así funcionaba el mundo de los sentimientos humanos. No siempre se podía ser afortunado en el amor; muchas veces tocaba ser el rechazado y sufrir por ello hasta sanar por completo.

—Tú fuiste muy afortunada. Miyuki-kun sentía lo mismo que tú y entonces se convirtieron en novios.

Si supiera que algo como eso jamás ocurrió y que ambos no eran más que unos mentirosos que aceptaron el malentendido por razones inconfesables.

—Si él hubiera querido a alguien más, entonces no querrías otra cosa más que olvidarlo... Y probablemente sería más fácil tras ser rechazada.

Sería genial que todo fuera como en el pasado donde lo único que buscaba en Miyuki era devolverle sus bromas de mal gusto y golpearlo si la situación lo ameritaba. Añoraba esos tiempos y maldecía el instante en que ese maniático del beisbol se transformó en alguien sustancial en su vida.

«¡Esperen! ¿Por qué no lo pensé antes?».

La solución a su problemática actual había estado frente a ella todo este tiempo, mas no la consideró hasta que se planteó los pros y los contras de buscar una relación sentimental.

«Tenemos una relación falsa. Ninguno de los dos ha actuado como la pareja del otro. Y en todo este noviazgo ficticio la única que perdió fui yo».

Se sentía como una idiota por haber caído en la mentira que ella aceptó representar.

«Estoy segura de que Miyuki pasa totalmente de mí... Y si él no es mi tipo, menos debo serlo yo. Si llegara a confesarme me rechazará. Y al hacerlo le pondré fin a este estúpido malentendido. Ambos seremos libres».

Era un razonamiento tan lógico que resulta infalible. Su plan no estaba destinado al fracaso.

«Será humillante tener que pasar por eso, considerando cómo es él. No obstante, no tengo otra alternativa. Necesito ponerle un hasta aquí antes de que…».

No. No quería ni pensar en la idea de que la atracción que Kazuya despertaba en ella escalara más niveles y se transformara en una situación inmanejable. Era mejor arrancar el rosal antes de que floreciera.

«Lo cual conseguiré únicamente si él me rechaza… A ninguna chica le gusta estar pensando en el tonto que no la correspondió. Y eso me incluye a mí también».

Enfocarse en lo que tenía que hacer lo más pronto posible era su principal prioridad. No podía desviar sus pensamientos en otras ideas, en otros deseos absurdos; no podía comportarse como la chica que tenía enfrente que temía confesarse mientras ansiaba con todas sus fuerzas ser correspondida para vivir algo con aquel que la hacía tan feliz como vulnerable.

Sora no quería volver a ser esa clase de chica.

—¿Te encuentras bien? Te has quedado callada. —Yoshiko movió su mano derecha frente a su cara, intentando que reaccionara.

En silencio, en el centro de su vulnerabilidad, juzgaba y sentenciaba el libertinaje de su corazón. No concebía atarse al presente cuando la puerta del pasado la invitaba a pasar y quedarse.

No necesitaba encaminarse hacia otra lucha interior.

—Disculpa, estaba acordándome de cosas sin importancia —dijo presurosa—. Piensa en lo que te dije y toma la mejor decisión para ti.

—¡Muchas gracias, Sora!

La muchacha era apasionada. Siempre tenía tanta energía y entusiasmo que solía agotarse con sólo verla. También era una persona expresiva que no tenía reparo en mostrar su agradecimiento con actos; así que ya estaba abrazando fuertemente a quien no parecía sentirse muy cómoda con esa clase de interacciones físicas.

—Como agradecimiento por haberme escuchado te invitaré a comer lo que tú quieras.

—¿Lo que yo quiera? —Tal vez dejarse achuchar no era tan malo como parecía—. Vayamos por okonomiyaki. Que sea de verduras porque estoy a dieta.

Estaba haciendo más calor del que debería para la temporada del año en la que se encontraban. Sin embargo, eso no era un impedimento para que aquellos jóvenes concluyeran sus prácticas de la tarde. Y tras disolver la formación, cada uno de ellos se dedicó a sus actividades personales. Mientras unos querían seguir entrenando, otros más optaban por tomar un descanso e hidratarse.

—¿Por qué está haciendo tanto calor hoy cuando se supone que deberíamos estar más frescos? —Kuramochi permanecía sentado sobre el suelo con una toalla húmeda en la cabeza—. ¿Será cosa del calentamiento global?

—El entrenamiento terminó. Deja de quejarte. —Kazuya limpió el sudor que todavía escurría por los costados de su rostro al mismo tiempo que descansaba sobre una banca.

—Me gustaría estar en alguna piscina. —Ansiaba relajarse. No quería seguir lidiando con ninguno de sus molestos compañeros de equipo y mucho menos con quien tenía enfrente.

—Puedes cambiarte de club.

—¡Idiota, cállate o te arrojo a tus fanáticas! —Le gritó más por el hecho de que ayer ya no quiso seguir hablando más sobre el tema de Sora que por quererlo sacar del club de béisbol—. Miyuki, ¿cuándo harás tu movimiento? —A veces podía ser serio con los temas más inesperados.

Él se cruzó de brazos, conservando un semblante circunspecto y una mirada empañada por el reflejo de sus gafas. Lucía pensativo, como si en verdad meditara sobre qué contestar.

—No sé de qué me estás hablando.

—Te voy a refrescar la memoria a golpes, idiota. —Se levantó del suelo dispuesto a demostrarle que sus dotes de pandillero aún no desaparecían. Mas se frenó cuando notó la llegada de un tercero.

—Ni siquiera en un domingo por la tarde pueden llevar la fiesta en paz.

No era su presencia la que dejó a ambos enredados, sino su apariencia actual.

Portaba una blusa alba de hombros caídos y una minifalda plisada tonalidad palo de rosa. Su cabello también había sido mimado con una bien ejecutada trenza cascada doble.

Ninguno de esos dos se imaginó ni en sus más salvajes sueños que una chica que tenía facilidad para la violencia, pudiera usar ropa tan femenina y armonizada. Era como si la vida los abofeteara para que se tragaran sus propias conclusiones sobre ella mientras les mostraba lo bien que lucía con aquellas prendas de vestir.

Y por breves segundos, ambos se quedaron embobados ante la faceta que recién conocían de Sora.

—Vaya. Nunca imaginé que una chica tan salvaje pudiera vestirse tan delicadamente.

Un día de estos los halagos del mejor corredor de Seidō lo iban a condenar a un futuro muy doloroso.

—A ti no te daré nada por gracioso.

El chico no entendió sus palabras hasta que ella levantó la bolsa plástica que sostenía hasta la altura de su pecho.

—Habrá más helado para mí.

—Oye, eso no es justo. Yo quiero. Dame el mío y el de este idiota. —Compartir no era el fuerte de Yōichi.

—No seas envidioso. —Tomó asiento a mano izquierda del cácher, depositando a su costado la bolsa con el preciado tesoro—. Hay de diferentes sabores. Pueden elegir el que más les agrade o llame la atención. —Extrajo los mini botes de helado, poniéndolos sobre la superficie de la banca.

—Me quedó con el de menta y chocolate. —Kuramochi fue el primero en elegir y degustar del buen sabor de aquel postre—. Esto sabe delicioso.

—No me digas que no te gusta el helado —hablaba Yūki con un botecito de helado de café entre sus manos.

—Nunca dije eso.

Sora se paralizó ante la cercanía que los envolvía. Mas no podía objetar o quejarse. Obviamente él debía estirarse para tomar un bote de helado si ella no se lo facilitaba.

—Este está bien.

«E-eso estuvo...demasiado cerca».

Todavía escuchaba los latidos de su corazón, acentuándose, volviéndose ruidosos. Aún experimentaba el risible nerviosismo que la imposibilitaba para interrumpir el cruce de sus miradas.

No era consciente de que aquella enorme y refrescante sonrisa robaba su atención con mayor intensidad que meses atrás.

«¡Debí de haber dejado el helado de su lado!».

Si estaba sonrojada o no, no podía asegurarlo. Debía conservar la calma e impedir que lo que ya era obvio para ella no lo fuera para ninguno de los dos; especialmente para el más observador.

—Pues comételo y deja de fastidiar.

—No recuerdo haberte hecho nada este día. —Su risilla perversa no lo hacía menos sospechoso y culpable.

—Tu sola existencia ya es una molestia en sí —dictaminó antes de llevarse una cucharada de helado a la boca y mirar en dirección opuesta. Sabía que ese adicto al béisbol se burlaba de ella.

—Y dime Sora, ¿por qué andas tan arreglada? ¿Acaso andas siéndole infiel a tu novio falso? Digo, está bien que cualquiera en tu posición se arrojaría a los brazos de otro, pero no está bien que lo hagas. A tu hermano mayor no le gustaría eso.

No sabía qué disfrutaba más: si el enojo de Sora o el semblante de póquer que tenía Kazuya.

«¡Esto es tan divertido! Si pudieran verse».

—No estoy saliendo con nadie —refutó, viendo a Kuramochi como lo haría una novia resentida con su ex pareja—. Salí a comer con una amiga de Tetsu. Y de regreso pasé a comprar helado, aprovechando el clima. —No tenía por qué dar explicaciones, mas prefería hacerlo antes de que él tuviera otra ocurrencia—. Compré para mi hermano y traje unos de más para Eijun-kun y ustedes.

—Estás inesperadamente muy amable este día. —Yōichi no iba a dejar de molestarla si le daba tanto material.

—Puedo cambiar mi actitud. No tientes tu suerte.

Kazuya sonreía ante la amenaza lanzada; parecía gustarle la idea de ver golpeado al corredor.

—Disfruta tu helado y guarda silencio —recomendaba ella.

—Tomaré otro.

—Ten. —Se adelantó y le pasó otro bote de helado. No quería repetir lo de hace un momento.

—Compraste mucho. —Miyuki abrió su postre y empezó a degustarlo—. ¿Es que ya abandonaste la dieta?

—Calla y come, Miyuki Kazuya.

—No me llames por mi nombre completo.

—Entonces no me fastidies cuando estamos comiendo algo rico —refunfuñó y él sonrió con goce—. Quita esta estúpida sonrisa de tus labios.

Lo encaró y este aceptó el desafío. Estaban frente a frente, con la mirada del otro reflejada en la suya; y con expresiones faciales tan opuestas.

¿Por qué no podía comer como el resto de la gente? Tal vez debería golpearlo para que se comportara mejor.

Quita esa sonrisa —exigió.

—Oblígame —expresó cantarinamente.

«Miyuki de verdad es perverso. Mira que manipular la situación para que terminaran así».

Kuramochi poseía un asiento privilegiado desde el cual observaba a esos dos separados por centímetros. Resultaba una tortura para quien ya quería que se dejaran de negaciones y admitieran que se gustaban.

«Si no se besan juro que iré y los empujaré yo mismo».

Antes de que el deseo de Yōichi se materializara o se hiciera realidad por su propia mano, un teléfono móvil sonó, estropeando la atmósfera. Y tras ello, ambos tomaron una distancia prudente.

«Ha llegado un mensaje en el momento más oportuno».

Sora estaba aliviada de esa intervención divina que la había salvado de cometer suicidio.

—Estuve a punto de...—murmuraba. Recordar que su atención pasó de esas achocolatadas pupilas a sus labios la hacían sentir tonta. Demasiado tonta—. Me pregunto si se le ofrecerá algo o tal vez quiere que salgamos otra vez. —Llevó una cucharada de helado a su boca y abrió su nuevo mensaje—. ¡Ella lo va a hacer! —Tosió con fuerza, intentando no ahogarse con lo que estaba comiendo.

Lo que había leído le provocó un atragantamiento.

—¿Ella? ¿De quién hablas? —Kuramochi sentía curiosidad. Sobre todo, porque la noticia de la que se había enterado poseía la suficiente relevancia para hacerla reaccionar.

—Ah, de una amiga. —Guardó su teléfono y suspiró hondamente—. Está a punto de hacer algo muy importante.

Y de nuevo exhaló, dejando extrañados a ese par que no comprendían su predicamento.

«Incluso cuando ya sé lo que tengo que hacer, no he decidido cuándo lo haré. Es patético que alguien más joven que yo vaya a confesarse y yo siga esperando el momento correcto; el cual probablemente nunca llegue».

No solía ser alguien indecisa, pero parece que era hora para serlo. O tal vez se debía a ese enfadoso receptor.

—Miyuki...

—¿Qué pasa?

Si había algo que no admitiría Kazuya ante nadie era que había disfrutado las reacciones corporales que provocaba en ella con acciones tan simples que costaba creer que fueran tan efectivas en una chica de su edad.

—¿Tienes unos minutos? —Aunque no se encontraba viéndolo directamente, podía sentir su mirada en ella, incomodándola.

—Depende.

—¿Depende de qué? —preguntó, aventurándose desde el rabillo del ojo.

Él poseía el maldito don de ponerla nerviosa con la misma velocidad con la que la enfurecía.

—De lo que quieras decir o hacer.

Kuramochi no sabía si ir a golpear a ese idiota cuyo ego era tan grande como las habilidades de lanzamiento de Narumiya Mei o decirle a Sora que botara al cácher y se fuera a buscar a un chico de verdad.

«¿Siempre tiene que ser de esta manera? ¿Por qué no puede responder como el resto de la gente normal?».

Al diablo la cordialidad y los buenos modales. Tendría que recurrir a tomarlo del cuello de su uniforme.

—Y bien, ¿tienes tiempo?

—Sí, un poco. —Se echó a reír cínicamente en su cara. Alguien tenía muchas agallas para mosquear a quien podía mandarlo al suelo sintiendo mucho dolor.

—¡Eres un idiota!

—Ustedes dos, de verdad...—Yōichi demoró en carcajearse por el gran espectáculo que le estaban regalando—. ¡Ustedes sí que son la pareja del año!

—Graciosito.

—Bueno, ¿qué es lo que quieres? —expresó para quien al fin lo había soltado.

—Hablar. Mas no aquí.

Lo último que deseaba era que Kuramochi fuera testigo de cómo debía tragarse su orgullo y su dignidad para decirle a Kazuya algo que nunca buscó en él.

—Está bien.

Se marcharon, avanzando en silencio. Le prestaban más atención a su mundo interior que a lo que tenían a su alrededor. Omitieron la curiosidad de los jugadores que se iban encontrando en el camino y frenaron cuando se reunieron con la soledad.

Nadie merodeaba la zona trasera de los dormitorios. Era perfecto para lo que planeaba hacer.

—Te escucho.

Ella respiró, se tranquilizó a sí misma y se centró en él. Sabía que confrontar al enemigo aplicaba tanto dentro como fuera del ring. Y una vez que ambas partes cruzaban miradas se tenía rotundamente prohibido el escape.

—Antes que nada, quisiera decirte que eres un sujeto con un sentido del humor muy torcido. Tienes pasatiempos cuestionables que involucran meterte con los pobres de Eijun-kun y Furuya. Sin mencionar lo apático que eres en ocasiones o tus fetiches todos extraños que tienes con los pitcher en general.

Cada defecto enumerado era como una filosa cuchilla que se enterraba en sus carnes. Y aunque no era la primera vez que escuchaba tales adjetivos negativos describiendo a su persona, definitivamente no esperaba recibirlos de ella.

—En términos simples: posees una personalidad horrible que a más de uno saca de quicio. Incluso a mí me enfada.

Kazuya aguardaba por algo completamente opuesto. ¿Había leído mal las señales? ¿Lo había malinterpretado todo y sus reacciones únicamente se debieron a que ella y el género masculino no se llevaban bien por no ser popular entre los chicos?

—Sin embargo, también posees algunos puntos buenos. Son escasos, pero al fin de cuentas válidos. —Era gracioso como mientras intentaba elogiarlo, terminaba insultándolo igualmente.

—¿Por qué esos no los estás mencionando? —expresó ligeramente ofendido.

—Porque ya los conoces y no necesitas escucharlos de mí —indicó. Él no estaba nada complacido con su decisión tan arbitraria.

—Entonces, ¿por qué mencionaste los defectos?

—Porque esos parece que no los conoces bien. —Se cruzó de brazos, evadiendo esos ojos que la acusaban de injusta por sólo resaltar lo malo que había en él—. Cocinas muy bien. Además, eres un excelente jugador de béisbol. Y también —Su voz disminuía su volumen conforme más hablaba, conforme más penoso se volvía lo que buscaba comunicar—, eres bien parecido... Y eso solamente te va a durar unos años por lo que ni te emociones.

Varias veces atrás había hecho hincapié en su atractivo. No obstante, fue la primera vez que la apenó el decírselo. Todo tenía que ser culpa de ese estúpido gustar.

—Disculpa, no te escuché. ¿Qué fue eso último que dijiste?

Por supuesto que había oído a la perfección lo que le notificó, mas deseaba volverlo a escuchar. Tal vez se trataba de mera egolatría.

—No pienso repetirlo.

—¿Eso es lo que querías decirme? De ser así, me lo has dicho en numerosas ocasiones.

No. No era eso lo que buscaba trasmitirle. Sin embargo, no estaba resultando tan simple como creía. Ni siquiera el haberle insultado había ayudado; estaba nerviosa aun cuando no se le notaba.

—No.

Miyuki sonrió, como acto reflejo. Quizá su conclusión no estaba errada.

—Alguien ama el suspenso. —No debería bromear, pero igualmente lo hizo.

Observaba con detenimiento cada una de sus facciones y comprendía el porqué estaba ahí, parada frente a él, rogando para que los pensamientos se transformaran en palabras y escaparan de su garganta para liberarse de aquella carga que no hacía más que importunarla innecesariamente.

Su revuelta e indomable cabellera que pocas veces se molestaba en acomodar. Su tostada piel, producto de los años que llevaba practicando tan increíble y adictivo deporte. Su complexión robusta y magníficamente tonificada, digna de alguien que amaba el deporte más que cualquier otra cosa. Y sus achocolatadas pupilas que exclusivamente sabían mostrar agudeza, picardía y soberbia. Eran motivos de sobra para despertar en cualquiera eso llamado fríamente como atracción física.

Asimismo, estaban esos labios que además de trazar gestos burlescos y coquetas sonrisas, también se sentían demasiado bien al tacto. Demasiado que estuvo a punto de robarlos minutos atrás al saberse tan próximos.

Sí. La atracción que él le despertaba era puramente física. Algo basado en su bonito exterior, con el que inconscientemente cayó.

Las personas se flechaban desde el exterior infinidad de veces. Ella no sería la excepción a dicha norma no escrita.

Todavía estaba en el punto de partida. Todavía podía dejar que todo muriera como una mera atracción donde el rechazo resultaría indoloro y su única ganancia sería olvidarse de él.

—Tú me gustas.

Resultaba cómico que aun cuando ya había exteriorizado su secreto todavía sintiera molestia. Su desbocado corazón no entendía que ya no debía comportarse tan infantilmente.

El silencio la envolvió para que fuera testigo de la conmoción que su confesión despertó en él.

—Sí. Sé que esto es…impensable. —Sus manos se asieron a los bordes de su falda con fuerza. Necesitaba liberar tensión y estrés—. No obstante, no hay nada que yo pueda hacer para cambiar esta situación.

Si hubiera podido no estaría allí, declarándosele como cualquier otra chica que picó el anzuelo.

—Descuida. Tomaré distancia. También terminaremos con ese noviazgo falso. No tienes que…

No era la calidez que acariciaba su mejilla lo que le provocaba una incontrolable sacudida, sino el reencuentro de sus labios.

Ese choque no nació ante el desplome de su templanza, sino a raíz del deseo de quien no la había dejado terminar de hablar; de quien irrumpió en su espacio personal únicamente para apropiarse de lo que había designado como suyo sin previo aviso.