¡Buenas madrugadas! Espero estén disfrutando de su viernes y quieran desvelarse un poco con este capítulo. Antes de despedirme quiero agradecer a Nayla Kei por su aporte a este capítulo, ya se darán cuenta de eso cuando lean. ¡Disfruten del drama y la nueva ship que se ve en el horizonte!

**Si desean saber más de la relación y desarrollo de Annaisha y Mei como pareja y personajes, no duden en leer (y darle amor) Sweet Drug por Nayla Kei, encontrada en Wattpad, y AO3**


Erratic


Ese par de adolescentes que caminaban despreocupados y sin prisa por las calles de Tokio eran recibidos por el vocerío de los transeúntes, las deslumbrantes luces de neón de los establecimientos más concurridos y la vida nocturna que recién se alzaba.

Habían cenado y estaban satisfechos. Y, sobre todo, aún era temprano para regresar a casa.

—¿Por cuánto tiempo estarás en Tokio, Ki-chan? —Le preguntó como siempre lo hacía cada vez que la visitaba.

—Estoy pensando seriamente en mudarme aquí. —Su respuesta llevó a Sora a detenerse, a verlo como si esa noticia fuera imposible de creer—. Sabía que tendrías esa reacción. —Él también paró.

—Pensé que no regresarías a esta ciudad. Ya sabes...

—Esta ciudad me gusta. Y no cambiaré de opinión únicamente por ellos. —Ella se relajó ante su convicción y ante esa sonrisa que siempre lograba tranquilizarla—. Aparte el vivir aquí me facilitará las cosas para ensayar con los chicos… Ya he tenido abandonada la banda por demasiado tiempo.

—Si te vienes a vivir a Tokio no dejaré que te metas en líos innecesarios, Kishō. —Sora únicamente lo llamaba así cuando abordaba con seriedad algún tema—. Te has esforzado mucho durante todos estos años por acercarte a tu sueño… ¡Tienes que continuar enfocado! —Reinició su andar y él la siguió en silencio. Sabía que no había terminado —. Pasando a otro tema, Dai-san se infartará si nos vuelve a ver entrando a la jefatura de policía.

—Todavía recuerdo la expresión de su rostro el día en que fuimos a parar los cuatro ahí. —Aquella vieja y querida memoria de su pasado llevó a ambos a expresar su añoranza a través de unas buenas risotadas.

—O cuando fuimos en víspera de Navidad a dejarle un pastel y él no quiso abrirnos.

—Su esposa se apiadó de nosotros y nos permitió entrar a descongelarnos un poco. —Y de nuevo rieron. Era tan divertido remover el ayer cuando se trataba de anécdotas de amistad—. Y ya que estamos con la nostalgia a tope, ¿por qué no vamos a ese lugar que tanto nos gustaba?

—¿El que, por alguna razón, posee una fuente de sodas dentro? —Él asintió. Y ella meditó su petición—. Espero la mesa de hockey esté disponible.

—Yo me conformo con que no lances el disco fuera de la mesa.

—Ya dejé claro que ese día había sido un mal día para mí. Traía mucho dentro y no moderé mi fuerza —evidenció, haciendo un mohín terriblemente infantil.

—Sora, el disco se incrustó en una de las máquinas del lugar. —Estaba para recordarle hasta el más pequeño detalle de sus momentos más bochornosos.

—Fue un accidente donde nadie salió lastimado.

El sitio que guardaba tantos recuerdos de su infancia conservaba la misma fachada de años atrás. Incluso las máquinas dispensadoras de bebidas se hallaban en la misma predisposición espacial. A su vez era vistoso a causa de los ventanales que tenían sus dos pisos y que brindaban una panorámica, casi completa, del mundo de diversión que se materializaba gracias a sus numerosas máquinas de videojuegos. Asimismo, contaba con una agradable cafetería temática que brindaba bebidas y alimentos a precios accesibles.

—Iré a comprar las fichas. Tú puedes ir a apartar una mesa de hockey. —Esa era la dinámica que manejaban cada que visitaban ese centro recreativo de videojuegos.

Ella acató la orden y se fue.

—La última vez que estuve aquí fue cuando todavía estaba en esa pomposa escuela. Aunque aquella vez la persona que me acompañó no fue Ki-chan. —Se detuvo ante el primer peldaño de la escalera que conectaba las dos plantas cuando sus oídos se ahogaron por una carcajada inconfundible—. ¿Kuramochi? No. Es imposible que se trate de él porque eso significaría que se ha escabullido de los dormitorios de Seidō.

Como la duda era más grande que cualquier pensamiento razonable buscó al dueño de aquella carcajada. Y fue en la zona de los futbolitos en donde lo encontró.

—¡¿Kuramochi?! —Él volteó a verla; sus pupilas oscilaron incrédulas por tener tan mala fortuna como para encontrársela—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—¡Eso mismo debería decir yo!

—Sora, al fin te encuentro. —Kishō atrajo la atención de ambos—. No vas a creer a quién me acabo de encontrar mientras esperaba mis fichas.

La última persona con la que visitó ese establecimiento de videojuegos estaba de pie, al lado del pelirrojo, sosteniendo un frappé moka con crema batida.

Esa era la bebida fría favorita de ambos.

—¿Se dan cuenta de que les llamarán la atención si no los encuentran en los dormitorios mañana temprano? —cuestionó Yūki sin indulgencia.

—Lo tenemos bajo control. No necesitas preocuparte. —Esa seguridad con la que Tatsuhisa se dirigía a ella le era tan familiar. Y como ocurrió varias veces atrás, creyó en él.

—Adictos a los videojuegos tenían que ser...—Enojarse no lograría que ese par se regresaran a la escuela y se metieran entre sus cobijas. Se calmó y se dirigió a ambos: —. Si van hacer cosas como estas, háganlo en otro horario.

—No servirá si venimos más temprano. —Lo que decía Yōichi no tenía sentido para esos dos que estaban fuera de los planes nocturnos del corredor.

—¿De qué habla? —Sora buscó aclaraciones en el francés.

—El mejor récord de cada juego que hay aquí se guarda en la memoria del mismo y se muestra cada vez que un jugador inicia una partida nueva —explicó Souh—. Kuramochi y yo frecuentamos este sitio como desde hace un mes. Y ambos competimos por los mejores puntajes.

—A veces toda la gloria se la llevaba Tatsuhisa y otras yo. —Yōichi se veía tan serio hablando de un tópico que no debería tener tal atención de su parte—. Pero hace dos semanas apareció otro nombre encabezando los mejores puntajes.

—Y ninguno de los dos ha podido ganarle, ¿no? —Fue la conclusión a la que llegó Rokujō sin mucho esfuerzo.

—Esa persona suele visitar este arcade cerca de esta hora. —Los dos ajenos a ese mundo se limitaron a seguir escuchando lo que el corredor deseaba exponer—. Exclusivamente viene a pavonearse y mejorar sus récords para que nadie pueda hacerse del puesto número uno.

—Eso quiere decir que esa persona no demora en aparecer. —Se apresuró a conjeturar el pelirrojo.

—Se desafían cada vez que se ven...—Sora no era una fanática empedernida de esos medios de entretenimiento, pero comprendía al chico en su afán por ser el mejor.

—Desde que conoció a esa persona, ha hecho de nuestras visitas en este sitio algo más frecuente. —Souh no se escuchaba molesto por ser arrastrado a esa clase de contiendas sin sentido. Lucía entretenido.

—Esta noche seré yo quien se lleve la victoria. —Ese orgullo masculino muchas veces era absurdo.

—Iré por un frappé mientras llega tu retador. Al menos así podré ver el espectáculo con una buena bebida. —Yūki estuvo a punto de marcharse. Mas se abstuvo cuando Yōichi se mostró atento a la entrada del arcade—. ¿Ya llegó?

Su cabellera azabache llegaba con timidez hasta sus hombros. Sus pupilas gozaban de la gracia y candor de las esmeraldas. Y su piel poseía la tonalidad perfecta para resaltar dichas características físicas.

El short corto de mezclilla combinaba con su sudadera rojo salmón y con esas oscuras calcetas que llegaban hasta la mitad de sus muslos. Y su gorra irlandesa llamaba la atención por el pequeño pin colocado a su costado.

Sora y Kishō no estaban esperándose que el adversario de Kuramochi fuera una chica tan linda.

—Cuando dijiste retador, creí que te referías a un él, no a una chica. —Rokujō exteriorizó su conmoción.

—¿Te golpeó el ego que una chica sea mejor que tú en los videojuegos? —enunció Sora con malicia y burla.

—¡Por supuesto que no! —Sonaba convencido. Esos tres no estaban tan seguros—. Y, de cualquier modo, hoy la derrotaré.

—Suenas muy seguro de ti mismo. —La joven no iba a mantenerse al margen de la charla. Ya se había reunida con ese grupo de adolescentes—. Hoy será hockey de mesa.

—Si es así como quieres humillarte esta noche, me parece bien. —Sus miradas se encontraron, confrontándose; creaban un ambiente cargado de tensión que ambos desconocían que existía.

—Son demasiado competitivos. —Es que Sora veía a ese par, estrechando las manos, pactado el premio para el ganador y el castigo para el perdedor.

—Desde la segunda vez que se vieron han estado apostando en cada competencia que hacen —contó Tatsuhisa antes de sorber de su fría y dulce bebida—. Son muy ocurrentes con los castigos.

—Par de chicos inmaduros —sentenciaba Yūki siguiéndolos con la mirada.

Esos dos ya estaban en la segunda planta, preparándose para iniciar un partido de hockey sobre mesa.

—Ustedes dos empezaron a gustarse aún más gracias a que competían en cada prueba escolar que había. —El pelirrojo conocía su historia lo bastante bien como para mencionar esa clase de detalles—. Y ninguno daba su brazo a torcer.

—Una cosa no tiene nada que ver con la otra. —Que expresaran lo mismo a la par no ayudaba a desmentirlo.

—¿Por qué no vamos a ver a esos dos? —Kishō se coló entre ambos, apoyando sus manos sobre sus hombros—. Estoy seguro de que ellos se verán igual de adorables que ustedes cuando se ponían a competir. —Y esa ex pareja permaneció en silencio.

Sorprendía lo parejos que estaban en un juego en el que era tan fácil hallar un ganador. Mas lo que más pasmo causaba de su intensa contienda era que ambos sonreían; y lo hacían mientras no desatendían el disco que iba de una esquina a otra, intentando anotar.

Se divertían. Y esa aura que los envolvía atrajo a los jugadores circundantes.

—Oye Souh...—Sora atendía al duelo de su amigo, tal vez porque se preocupaba de que ese disco saliera volando y mandara a alguien a la sala de urgencias.

—¿También te diste cuenta?

—Su voz, el pin en su gorra. Y luego esto...

—¿De qué están hablando ustedes dos? —Rokujō se sentía fuera de la plática.

—Ven. —Con un gesto de su mano le indicó que se acercara. Él curioso lo hizo—. Debes guardar el secreto, ¿entendido?

—Sabes que mi boca es una tumba. —En un susurro le reveló lo que deseaba saber—. ¡¿De verdad?! ¡¿Pero por qué?!

—Es su forma de hacer lo que le gusta sin que nadie la descubra… Ser ella misma. Y no tengo más elección que callarme. —El francés dejó escapar un suspiro.

Los aplausos y chiflidos estallaron cuando hubo una anotación. El ganador se había alzado victorioso.

—Puedo darte una revancha si es lo que quieres, Mochi.

¿Por qué demonios era tan buena en cada juego que tocaban sus manos?

—Futbolito. —Claro que estaba frustrado por no tener el suficiente nivel para derrotarla. Sin embargo, nunca antes se había divertido tanto jugando en un arcade como lo venía haciendo desde que la conoció.

—Que sean cinco juegos diferentes. Quien gane tres veces se llevará la victoria a casa por esta noche.

—Por mi perfecto. —Kuramochi se mostraba gozoso con su propuesta. Y a ella se le veía ansiosa por continuar con su duelo.

—Nosotros también deberíamos competir, chicos.

—Souh, vas a barrer el piso con nosotros dos. —Rokujō ya había pasado por una paliza de esa naturaleza. No quería repetirla.

—Y te aburrirás mucho en el proceso. —Era buena en los deportes de contacto, mas no en esas máquinas recreativas.

—¿Un duelo de hockey de mesa? —Invitó Tatsuhisa a sus amigos.

—Eso sí podría jugarlo. —Sora fue la primera en aceptar.

—No vayan a mandar a volar otro disco como la última vez que estuvieron aquí. —Lo peor es que ambos ignoraron sus palabras. Hasta se habían ido a buscar una mesa libre—. ¡Ey, no finjan demencia!

Yōichi se olvidó de que estaba acompañado. Para él únicamente existía la máquina en la que estaba y la combinación entre botones y palancas para ejecutar un combo efectivo que mandara a su contrincante a la lona.

—¡Ja! Supera mi récord. —Él se hizo a un lado y dejó pasar a su rival.

—Incluso usaste al personaje más difícil de manejar. —Insertó una ficha y esperó a que la pantalla cargara—. Te doy crédito por ello.

—Apúrate a perder para que vayamos al siguiente juego.

—Eso no pasará.

Anna miró sus manos. Era imposible ocultarle eso a Mei; la sangre ya estaba seca, mas las heridas no dejaban de notarse. Quizá no debió golpearlos con tanta fuerza… Pero no podía dejar pasar lo que le hicieron a Mei. Después de la mala fama que se ganó a principios de año… Sencillamente no podía permitir que él terminara el año con la misma pésima fama con la que lo inició.

Ishihara Yui, su compañera de cuarto, todavía estaba entrenando; así que Anna podía maldecir en voz baja sin temor a ser escuchada. Y mientras estaba en eso, alzaba su blusa para mirar por su cuenta los efectos de la pelea. Los malditos eran fuertes.

—Ouch, esto dolerá mañana —dijo apenas rozando la enorme marca en su abdomen—. Otra semana sin blusas cortas, no hay problema. —Se dio la vuelta para ver su espalda y ahogó un grito de coraje— ¡Esos desgraciados! Justo donde van las correas del peto. Necesitaré…

—¡Anna! —exclamó la voz que la ponía nerviosa por más de una razón. Y al voltear a la puerta, lo vio de pie, con la mano en el picaporte y la expresión llena de pánico— ¡¿Esos son moretones?!

Anna se apresuró a bajar su blusa y a arrastrar a su novio dentro de la habitación.

—Baja la voz, Mei. ¿Qué haces aquí, mi rey? Podrías tener problemas.

—Tienes que decirme dónde te hiciste eso, Anna —exigió Mei antes de clavar su mirada en la muñeca de su novia. Una enorme y rojiza marca alteraban su usual tono de piel—. ¿Volviste a pelear?

Su voz no sonaba amorosa, como de costumbre. Anna sabía que existía la posibilidad de que él volviera a molestarse. Después de todo, la noche anterior llegó con la mano hinchada a causa de una dura cachetada dada al cácher de Seidō; no era como si Anna cuidase muy bien de su salud últimamente.

—Debía asegurarme de que no volvieran a meterse contigo. No iba a dejarlo pasar.

Mei bufó y se cruzó de brazos. Sí, estaba enojado; muy enojado.

—Así que lo hiciste por mí cuando claramente te dije que no te metieras y que yo iba a resolverlo. —La acusó y ella frunció los labios.

—Ellos son chicos que frecuentan el barrio rojo, no entienden las palabras. Y la maldita loca que Miyuki-kun tiene por ex novia necesitaba un alto. Debe agradecer que únicamente le di un rodillazo.

—¡Anna, escúchate! —exclamó Mei tomándola por los hombros. Ella apenas hizo un gesto de incomodidad: acababa de descubrir un nuevo moretón en el hombro izquierdo—. Dime dónde te lastimaron —musitó con los ojos cerrados, tal vez suprimiendo su enfado para dar paso a la natural preocupación por su novia.

Anna dejó caer la frente en el pecho de Mei. De alguna forma, para suplicarle que simplemente la abrazara. Y cuando sintió los fuertes y protectores brazos del pitcher, se dedicó a sentirlo a él, a escuchar los latidos de su corazón y a ignorar el dolor en su cuerpo.

Desde que era pequeña, Anna presentaba una alta tolerancia al dolor. Y al mismo tiempo, su piel era tan delgada que casi cualquier golpe le aseguraba un moretón mucho más grande del esperado. Como consecuencia, a nadie le sorprendía que, tras una pelea, Anna se encontrara con múltiples golpes en el cuerpo. Ella estaba más que acostumbrada a esa situación, mas entendía que su novio reaccionara de ese modo. Él apenas estaba descubriendo esa parte suya.

—No puedo disculparme por lo que hice, Mei —susurró—. No estaría tranquila si no los hubiera visto esta noche. Todas las heridas que ves y las que no ves sanarán pronto. Descuida, sé cómo cuidarme, ¿está bien?

Mei de inmediato se separó de ella y negó dos veces.

—Nop —contestó seguro—. Si tú vas por la calle golpeando a quién sabe qué gentuza, permíteme cuidar de esas heridas. —Anna abrió la boca para alegar; empero Mei puso un dedo en sus labios—. Seré cuidadoso y respetaré los límites que me marques.

Anna enrojeció ligeramente, recordando que esa tarde usaba un llamativo sostén azul cielo. Era imposible que Mei no lo hubiera visto cuando abrió la puerta de forma tan descuidada.

—Promete que no le dirás a nadie de esto.

Mei apenas esbozó una sonrisa antes de acariciar su mejilla.

—A nadie, mi reina.

Anna bajó el rostro, apenada por la forma como Mei la miraba, la llamaba y la trataba. Le dio la espalda y buscó en uno de los cajones de su armario las pomadas que solía usar en esos casos. Diclofenaco para los golpes y neomicina con retinol para los raspones.

—Estoy segura de que no tengo raspones en la espalda, pero avísame si necesitas esto —dijo mostrándole el tubo más pequeño—. En esa cubeta hay un par de trapos y hielos.

—Los pitchers también nos golpeamos, Anna; sé qué hacer en estos casos. —Se defendió Mei arremangándose.

Y una vez repartido el material, Anna se dedicó a curar las heridas de sus brazos y manos; entre tanto, Mei apenas le alzaba la blusa para ubicar los moretones en su espalda. Su mente estaba parcialmente concentrada en hacer lo necesario para ayudar a que su novia sanara pronto, mas debía admitir que era la primera vez que veía con tanta claridad la curva de la cintura de Anna y la línea en su espalda. Su piel era tan suave…

—¿No tengo nada más arriba? —cuestionó mirándolo por encima del cuello.

Por todos los cielos, no había nada más sensual que esa imagen.

—¿Puedo…? —Comenzó Mei, mas Anna lo interrumpió.

—Por favor, pero sé cuidadoso con el hielo. La parte alta de espalda es algo sensible con el frío.

Mei asintió. Sin decirle que esas palabras sólo lo obligaban a pensar en todo lo que, por respeto, ignoró durante todos esos meses. Y es que, debía reconocerlo, le agradaba lo que tenía frente a sus ojos.

Alzó un poco más la blusa hasta que las copas del brasier impidieron que la tela se levantara. Mei miró el color del sujetador, la orilla de encaje que lo adornaba y, debajo de este, se asomaba un feo moretón que interrumpía la lisa piel de su novia.

Tragó saliva.

—Anna. —La llamó con toda la templanza que pudo reunir.

—¿Hay un raspón?

—No… Sin embargo, hay un moretón debajo de tu sostén.

Anna tardó en responder. Y, por algunos instantes, permaneció quieta. Entonces, ella se acomodó la ropa y volteó para mirar a Mei. Estaba sonrojada.

—Yo me encargaré de él más tarde —prometió con una sencilla sonrisa.

Sin dejar de mirarla, Mei depositó el trapo con hielos en la cubeta y dejó caer el diclofenaco en gel. Y antes de que Anna pudiera preguntarle por ello, él la besó. No podía evitarlo. Quería besarla, por supuesto que quería besarla. Ella, tan tierna y tan sensual al mismo tiempo…

Anna sintió cómo tomaban su cintura y cómo los labios de Mei eran más posesivos esta vez. Su corazón apenas podía latir con regularidad, y sus manos se encontraban en el pecho de Mei. No podía moverse, no sabía cómo moverse… Sólo sabía que su cuerpo comenzaba a calentarse y que el dolor se apaciguaba.

Mei apenas se separó de ella unos segundos, para tomar aire y mirar los ojos entrecerrados de Anna. Necesitaba su aprobación…

—Detenme si te molesta —pidió. Anna no respondió, mas sí abrió un momento los ojos, antes de que Mei volviera a besarla.

Anna no supo qué hacer. Creía entender qué era lo que Mei le decía, pero no estaba segura de quererlo.

—Espera —pidió y Mei se apartó de inmediato. Se miraron; él con preocupación y ella con dudas—. ¿Estás seguro?

—No haré nada que te incomode. Podemos dejarlo aquí esta noche, Anna —prometió y ella bajó la mirada. Su miedo era palpable —. Lo siento, no volveré a proponértelo.

Anna tomó la tela de su playera de algodón, todavía con el rostro agachado. Ella no tenía experiencia alguna en esas situaciones; ninguno de los hombres a los que besó con anterioridad tuvo acceso más allá de tomarla por los hombros o la cintura. Ningún chico conocía su espalda como Mei la conoció esa noche y en realidad nadie la había besado de la forma como él lo hizo esa noche; pero… Se sintió realmente bien.

¿Qué pasaría si lo dejaba continuar un poco más? Sólo… Sólo un poco más…

Levantó la mirada hacia él.

—Despacio, hazlo despacio —pidió.

Mei tomó su nuca con la mano izquierda para volver a besarla. Esta vez, sus labios no eran demandantes; esta vez, eran dulces, eran cálidos, eran tan amorosos como siempre. Mas, para sorpresa de Anna, fue esa lentitud la que la puso más nerviosa. Pues con la misma lentitud, como si se tratara de una tortura, Mei deslizó su mano por su cuello, por sus hombros, por sus brazos, por su cintura… Y se desvió a la espalda, a esa espalda que recién descubrió.

Anna se encontró mordiendo el labio inferior de Mei cuando sintió debajo de su blusa la mano traviesa de Mei. Apenas la rozaba, apenas un poco, como si temiera romperla. No obstante, aun con sólo ese roce, ella era capaz de percibir la textura exacta de sus dedos. Rasposos, cálidos…

Y entonces su mano derecha, que descansaba en la espalda alta de Anna, fue bajando lentamente. Ella dejó de besar a Mei cuando sintió sobre sus glúteos una de esas insaciables manos.

—¿Quieres que me detenga? —cuestionó a una Anna que mantenía el rostro escondido en su cuello. Ella negó con la cabeza.

Mei dejó apenas un suave apretón a su trasero antes de volver a su cintura, a ese lugar donde Anna parecía más cómoda. Esta vez, introdujo ambas manos debajo de su ropa y acarició con un poco más de insistencia esa espalda tan suave.

Anna no pudo evitarlo y mordió la piel sobre la clavícula de Mei, provocando que este soltara un quejido. Entonces, Anna se apartó.

—Suficiente por hoy —dijo previo a besarlo una última vez—. Buenas noches, Mei. Te veré mañana.

Y mientras ella le daba la espalda, sin atreverse a volver a mirarlo, no pudo evitar pensar en lo que su madre le advirtió semanas atrás:

—Los de su clase aprovechan la primera oportunidad a solas contigo para tocarte. Así son ellos…

Y es que… ¿siquiera llevaban quince días de noviazgo?

—Supongo que fui demasiado lejos —suspiraba Mei viendo la puerta cerrada que lo separaba de su amada novia.

La tarde de ayer había sido una absoluta locura. No únicamente accedió a un sitio no apto para menores, sino que contribuyó a darles la paliza de su vida a un par de hostigadores que salieron corriendo como los cobardes que eran. Y aunque la envolvía la satisfacción y tranquilidad por haber puesto en su sitio a aquellos que jamás accederían a sus demandas de manera pacífica, también la acosaba un conflicto interno.

Dilema que se había disparado cuando se llegó la hora del almuerzo y se vio en la necesidad de dejar su aula en compañía de quien al fin decidió enfrentar la problemática que involucró a más de un tercero inocente.

«Estoy casi segura de que esa chica saldrá huyendo en cuanto me vea. Eso o se pondrá a lanzar maldiciones».

Se planteó los posibles escenarios dentro de su cabeza.

«O tal vez ni siquiera haya venido a la escuela a causa de su nariz rota».

Detuvo su andar porque Miyuki paró. Habían llegado al salón de clases de Oshiro. Mientras él se asomaba para localizarla, ella permanecía afuera, recargada contra la pared.

—Qué extraño —sentenció Kazuya tras no hallar a la joven dentro.

—Oshiro-kun acaba de salir. Fue a desayunar con su hermano —informaba una compañera—. Ella siempre suele ir almorzar cerca de la biblioteca. Seguramente la encuentras por allí.

—Gracias por la información —comunicó con una sonrisa. La joven se cohibió un poco ante su gesto.

—Kazuya —pronunció su nombre cuando él abandonó el salón de clases—. Hay algo que debo contarte.

—¿Ahora qué fue lo que hiciste?

Ella iba a molestarse, pero en esta ocasión había acertado.

—Aquí no pienso contártelo.

Salieron del plantel. Los jardines que tenían como vista privilegiada la entrada a la biblioteca de la escuela era el sitio perfecto para su charla privada; por allí nadie transitaba.

—Ayer por la tarde me reuní con Harada-kun para ir a darle su escarmiento tanto a tu ex novia como a su hermano y a su amigo. —soltó la bomba.

—¡¿Qué hicieron?! —Y él creía que no iba a sorprenderse con lo que fuera a decirle.

—Los golpeamos un poco, ¿sí? —Era mejor no profundizar en detalles—. Y a Oshiro-kun le rompieron la nariz...

—¡¿La nariz?! —Necesitaba un calmante—. Sora, te dije que hablaría con ella. Así que, ¿por qué hiciste eso?

—Debería molestarme por levantarme falsos, mas en algún punto de mi vida le rompí la nariz a alguien. —Ya que estaban tocando el tema, ya qué más daba darle ciertos detalles de su vida—. No fui yo. Fue Harada-kun. Fue un impresionante rodillazo.

—Y yo que creía que no habría nadie más salvaje que tú.

—Puedo darte una cachetada en tu mejilla derecha para que no se sienta la otra.

¿Por qué no tenía tan buen sentido del humor como él?

—No. Así estoy bien. —No quería terminar con un par de dientes menos—. Esto se salió de control. Y Mei tampoco es que ayude mucho.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Mei está demasiado encaprichado con esa chica.

¿Esa era la palabra con lo que definía lo que el pitcher sentía por Harada?

—Y ella es demasiado imprudente e incapaz de moderar su temperamento.

—No creo que Mei sienta solamente eso por Harada-kun. Debe ser algo mucho más profundo. —Entendía perfectamente la postura de Narumiya. Ya había enfrentado anteriormente esos mismos sentimientos embriagadores—. Yo también los golpeé. Estoy en el mismo barco que Harada-kun.

—Puedo apostar a que interviniste porque se puso en aprietos. —No respondió. Su silencio lo hizo por ella—. Sora, ese es un mal hábito tuyo.

—La habían herido. No podía permitir que esos idiotas le hicieran algo más grave.

Kazuya no terminaba de entender por qué razón ella se metía en pleitos ajenos para salvar a, prácticamente, cualquier extraño. No comprendía esa filosofía de vida; si es que podía denominarla de esa manera.

—¿Y te lo agradeció siquiera?

—Sí. A Ki-chan y a mí nos dio las gracias. —La había escuchado claramente en el billar—. Aunque esperaba que su amigo interviniera antes que nosotros. Digo, parecía realmente preocupado por ella, pese a que lo ocultaba.

—¿Amigo? —cuestionó—. Creí que había ido sola.

—Yo pensé que únicamente iría ella. No obstante, cuando nos reunimos, había un chico acompañándola —contó. El cácher sonrió con guasa—. ¿Qué te causa tanta gracia?

—Nada. —No le creyó—. ¿Por qué no me cuentas con detalle todo lo que ocurrió?

Estaba renuente a relatar lo acaecido la noche anterior, pero terminó accediendo. Y para cuando acabó, se desplazaron hacia una zona llena de bancas desocupadas. Y en la más recóndita se hallaba la persona que habían estado buscando.

Se aproximaron y el hermano se mantuvo alerta.

—Yūki. —Para Ena no parecía existir nadie más que la presencia de esa chica que la embaucó con provocaciones para a salir de su casa—. ¿Qué es lo que quieres ahora? ¿No te bastó con lo que tu amiga y tú me hicieron anoche? —La nariz cubierta con una gasa escondía su hinchazón, mas no su lesión.

—Yo no vine a buscarte. Es Kazuya quien desea hablar contigo. —Le notificó—. Y tú no intentes nada raro o quedarás del mismo modo que tu acompañante.

—¡Tu amigo y tú son unos malditos monstruos! —chilló el hermano menor.

—¿Qué es lo que quieres? —Su hosquedad e irritación saltaban con cada palabra enunciada.

—Que me dejes en paz. Corrección: que nos dejes en paz.

Su petición era clara. Y, sin embargo, dejó a ambas desconcertadas.

—¿La estás defendiendo? —Enojada y celosa—. ¿Por qué?

—Bueno, es mi novia. —contestó con naturalidad—. Y ella no tiene nada que ver entre lo que pasó entre nosotros hace meses atrás.

—¡Ja! —exclamó arrugando el ceño—. Ahora resulta que eres capaz de dar la cara por alguien más.

Oír y callar era lo más prudente que podía hacer Sora.

—Eso era todo lo que tenía que decirte. —Dio media vuelta e inició su retirada.

—¡Eres despreciable! ¡Pagarás por todo! —Le gritó con resentimiento, con ansias de que su deseo se cristalizara—. ¡Ya te enamorarás y esa persona te romperá el corazón!

Kazuya no había escuchado por completo sus palabras, pero Sora sí.

—¡Tú también vas a terminar llorando por ese idiota como las demás que salieron con él! —Oshiro la miraba con desprecio y burla.

Después se retiró en compañía de su hermano menor.

Sora le restó importancia a su advertencia. No porque no concibiera esa posibilidad, sino porque ya había estado en esa posición anteriormente. Y no era el momento para atormentarse por cosas que todavía no ocurrían.

Apresuró el paso, logrando alcanzar a quien ya se había adelantado bastante.

—Gracias.

—¿Ah? ¿A qué ha venido eso?

—Por lo que dijiste hace rato —Lo tomó del brazo, deteniéndolo—. Sí tienes unas cuantas agallas.

—¿Unas cuantas? —inquirió. Una parte de él sí se había ofendido por su comentario.

—¿Te ha molestado? Es una reacción un tanto encantadora de tu parte.

Él iba a objetar. Mas fue callado por un beso lento, pausado, casi delicado. Esos que eran sumamente agradables a causa del dolor que todavía sentía.

Esa clase de contacto físico se volvía más común entre ambos.

—Ya casi termina el receso. Apresurémonos —pidió. Él asintió y ambos se fueron.

Con la práctica terminada, deseaba asearse, cenar y descansar; un lujo del que tendría que prescindir. Debía reunirse con la persona que no dejaría de hostigarlo con mensajes y llamadas telefónicas hasta que accediera a verlo.

Kazuya, por su comodidad sugirió un punto de reunión cercano a los dormitorios de Seidō. Idea que desechó rápidamente el as de Inashiro. Debían encontrarse en un punto neutral en donde ninguno pudiera salir perjudicado: el parque infantil que estaba próximo a la estación del metro sería el lugar perfecto para convenir.

—¿Creías que te escaparías de mí? ¡Pues estabas muy equivocado, Kazuya! —El rubio siempre era tan efusivo para comunicar las cosas.

—Habla para que terminemos con esto. Quisiera regresar pronto. —Allí estaba su nulo entusiasmo al verlo.

—¡Muestra al menos un poco de pudor! Pídeme disculpas por lo menos.

—¿Disculpas? ¿De qué?

Mei no sabía si estaba intentando timarlo o de verdad sentía que no le debía nada a él. Las dos opciones lo hicieron bufar.

—Tienes agallas para comportarte de este modo después de que fue tu culpa que mi rey haya sido víctima de difamación. —Annaisha acompañó a su pareja por obvias razones—. ¿Quieres otra sesión con pelotas de entrenamiento?

—Ah, hablabas sobre eso.

Miyuki tampoco había asistido en solitario a la reunión. Su acompañante se mantenía en mutismo, viendo cómo el cácher estaba más cerca de ella que cuando empezó la conversación.

«Diez pelotas fueron suficientes para traumatizar a Kazuya hasta el punto en que guarda su distancia de Harada-kun y se acerca a mí buscando protección».

Por lo menos confiaba en ella para salvarle el trasero.

—Oh, bien, disculpa. —Se escuchaba tan plano, tan nulo de arrepentimiento genuino—. Ya nos vamos. Disfruta de tu estadía en el parque de niños.

—¿A dónde crees que vas, Miyuki Kazuya? —Narumiya no aceptaría una insolencia de ese nivel. Él obtendría lo que vino a buscar y no se iría sin conseguirlo—. Discúlpate.

—Ya lo hice.

—¡Eso no me sirve!

—Mei, podemos recurrir a métodos poco convencionales para que muestre un arrepentimiento legítimo. —La propuesta de Harada tensó el cuerpo de Miyuki; era obvio lo que quería hacerle—. Tú sólo dime y lo haré encantada.

—La novia del rey de Tokio no debe rebajarse a hacer algo como eso. Tú tranquila, mi reina. Yo me encargo.

Miyuki dio media vuelta y empezó a irse. No soportaba esas escenas de chico enamorado.

—¡Ven aquí! —Lo alcanzó, sujetándolo del brazo—. Hablaremos hasta que yo lo crea conveniente, ¿entendido? —Él también podía utilizar una voz rasposa, seria, casi rozando lo intimidante.

—Como quieras. Pero mantén alejada de mí a esa peligrosa criatura.

—¿Peligrosa criatura? ¿De qué demonios estás hablando?

—De eso que llamas novia.

—¡Retráctate de lo que has dicho! —Lo sacudió una vez que lo atrapó del cuello de su camisa—. ¡Respeta a mi mujer que es toda una dama!

—Lo que ocurrió ayer en el barrio rojo me dice todo lo contrario.

—Pues tu bestia salvaje también provocó todo un caos ahí, eh —arremetió.

—De modo que estás aceptando que tú «también» tienes una bestia salvaje. —Torcer las palabras de las personas era como un don en Kazuya—. Y tú diciendo que es una dama. Muy mal Mei, no deberías mentir.

—¡Deja de tergiversar mis palabras! —gritó. ¿Cómo osaba a insultar a su novia tan cínicamente, importándole poco que estuviera escuchándolo? —. ¡Arrepiéntete!

—¿Y si sacas todo ese enfado acumulado, no sé, lanzándome un change-up o algo así...?

—No trates de jugar con mi mente, Miyuki Kazuya.

—Ey, no me llames por mi nombre completo. Es incómodo.

—No tienes derecho de quejarte. ¡Ese derecho es solamente mío! —Nadie le decía qué hacer a Narumiya Mei fuera del diamante.

—Estoy con apetito y estos dos van a demorar todavía un rato platicando...—A Sora no le importaba estar allí, viendo los dramas del as de Inashiro y su novio, pero cuando el hambre llamaba, había que mitigarla—. ¿No quieres ir por un ramen en lo que estos dos median sus diferencias? —Le preguntó a Anna que se veía orgullosa de que su rey estuviera poniendo en su sitio a aquel cácher.

—Compórtate con Mei o tendré que verme en la necesidad de usar lo que traigo en mi bolso. —Annaisha ni siquiera tuvo la necesidad de llevar su mano al interior de su bolsa para que Miyuki entendiera el mensaje.

—Ahora sí, vayamos. —Le respondió a Yūki.

Y ambas se retiraron, dándoles espacio a sus parejas.

—Mei.

—¿Al fin vas a disculparte con sinceridad?

—Educa mejor a tu bestia. Es demasiado violenta y destructiva. —Kazuya sonreía satisfecho por la reacción de enfado de su amigo—. Tal vez debería jugar fútbol americano en vez de sóftbol.

—Pues Sora no es una dulce florecilla... ¡Golpeó a un tipo en el estómago y lo dejó sin aire!

—Gracias a ella y su amigo es que ese ente que adoptaste como pareja sigue en una pieza.

Mei se mantuvo callado porque él estaba en lo correcto. Fue gracias a esos dos que las heridas de Anna no se habían convertido en algo serio.

—Si Sora no le hubiera dicho nada sobre esos sujetos, ella no hubiera ido a dar a ese horrible sitio en primer lugar —justificó pese haber aceptado que Miyuki tenía razón.

—Y hubiera regresado a buscarme para obtener respuestas. —¿Se le había olvidado lo que Harada le había hecho con esas pelotas? —. Sora hizo lo correcto en darle la información y en intervenir cuando ella estuvo en aprietos. Pero fue Harada quien tomó el camino equivocado para solucionar este problema.

—Te recuerdo que fuiste tú quien ocasionó todo esto al no detener a Oshiro desde el comienzo.

Miyuki suspiró con cansancio. Él no comprendía por qué defendía tanto a su pareja cuando sabía que se equivocó, que realizó acciones innecesarias y que la podían haber arrastrado a problemas legales.

—Mei, no encuentro sentido en seguir hablando de este asunto si no vas a escuchar lo que te digo.

—Únicamente estás juzgando a Anna porque te apaleó con esas pelotas.

¿Llegaría a su meta atacando desde otro ángulo?

—Por cierto, también deberías agradecerle a ese amigo suyo por escoltarla y llevarla de vuelta a Inashiro. —No quería seguir lidiando con la testarudez del pitcher; desviaría su atención hacia otro tema.

—¿De qué hablas? Anna solamente se reunió con Sora y su amigo pandillero.

—Eso no fue lo que Sora me contó.

Estar ventilando la vida privada de otros no era su pasatiempo. Sin embargo, conocía muy bien a Mei y lo celoso que podía ser. Sabía que su egoísmo lo llevaba a no querer compartir con nadie lo que por supuesto derecho le pertenecía.

—Era algo de Kimeru... Kimaru...

—¿Kimura? —Kazuya asintió—. Ella me dijo que había ido sola...

—Pues muy sola no estaba.

Para Kazuya no era la primera vez que veía ese ceño fruncido y esos orbes azules consumidas por la impotencia y los celos. Tampoco era la primera ocasión que luchaba por no mostrar esa faceta de fragilidad sentimental. De hecho, lo que estaba viendo no era nuevo. Lo había contemplado en el pasado cuando le confesó todo lo que sentía por ese entrañable primer amor que no pudo corresponderlo como él deseaba.

¿Significaba entonces que Mei volvía a sentir lo mismo que en el pasado?

Él no lo comprendía. Jamás logró hacerlo ni antes ni ahora.

—Kimura, ¡esa pequeña rata rastrera! Engañando a todos con ese falso rostro de amabilidad. ¡Maldito hipócrita!

Miyuki se adelantó a los hechos. No únicamente había celos de por medio; había algo mucho más escabroso y peligroso.

—Y sabe aprovechar las oportunidades que la vida le da. Porque estuvo abrazando a tu humanoide mientras Sora le daba su merecido a esos chicos. —Su novia jamás mencionó que eso pasara, mas no había forma de que Mei lo supiera—. Y tal vez esa noche buscaba afianzar sus lazos porque hasta se la llevó en taxi... Sora dijo que se fueron con dirección a Inashiro, pero ¿quién podría estar seguro de eso? —Tenía que aguantarse las ganas de reírse o le quitaría toda la seriedad a sus palabras. Y obviamente Narumiya dejaría de lucir tan sulfurado—. ¿Mei?

—¡Maldito! ¡Le dije que no tenía derecho de tocar a mi Anna! ¡Ya me escuchará mañana temprano!

Annaisha todavía conmemoraba aquel restaurante. No sólo había saboreado una exquisita cena, sino que ahí se había consolidado su afecto hacia Narumiya Mei. Por lo que, le resultaba un sitio especial, que probablemente recordaría por algunos años. Mas no estaba ahí para rememorar esa noche, sino para corresponder la invitación que Sora le extendió; la misma que prometía su platillo favorito de toda la vida, totalmente gratuito.

Tomaron asiento, una frente a la otra, y ordenaron el ramen de su elección. Los tazones fueron depositados en el puesto correspondiente.

—No tiene ni quince minutos que no te ve Mei y ya te está mandando mensajes —expresó con sorpresa y burla tras verla sacar su móvil de su bolso; debía tratarse de un mensaje enviado por ese chico que tan enamorada la tenía porque ella esbozaba una cálida sonrisa.

—No, es Seiya —aclaró mientras respondía el mensaje—. Hoy no nos vimos en la mañana y no hemos podido conversar como de costumbre.

—¿Seiya? ¿El amigo que te acompañó ayer por la tarde? —Harada asintió—. Me imagino que son bastante cercanos porque te acompañó y se preocupó mucho por ti.

—Sí, bastante —contestó con una media sonrisa—. Es una historia complicada... Él es...—Se calló, dudando si quería continuar. Al final, sólo se alzó de hombros—. Un buen amigo.

—Parece que nunca falta una historia complicada en la vida de cada persona —expresó con ironía—. Aunque la sonrisa que mostraste no es la que alguien haría por un amigo... O tal vez estoy malinterpretando —agregó—. Una disculpa. No soy buena leyendo a otras chicas. Otro mal de crecer entre chicos.

Anna hundió los palillos en el ramen, fingiendo que se dedicaba a revolver los ingredientes de su platillo favorito. Sin embargo, en realidad sopesaba la posibilidad de ser honesta con Sora.

No era la primera que lo adivinaba, y seguramente tampoco sería la última.

—No estoy engañando a Mei.

—No, lo sé. No pretendía decir eso. Simplemente fue... Olvídalo. —Mejor callar antes de arruinar su velada.

—Seiya es mi primer amor.

—Tu primer amor...—Sus palabras no eran más que una repetición de las expresadas por Annaisha—. Bien, eso sí que fue inesperado. —Se recompuso y prosiguió: —. Supuse que era importante, mas no a ese nivel. —Colocó sus palillos a un costado; su hambre aguardaría—. ¿Y Mei cómo lo tomó? O, mejor dicho, ¿cómo es que maneja ese hecho?

Anna continuó comiendo. Ya estaba, lo había soltado; no podía echarse para atrás.

—En realidad, Mei no conoce toda la historia. Es algo sensible con eso. —Chasqueó la lengua—. Quiero decir, ¿no tienes un amigo tan cercano que incluso Miyuki-kun se encele por ello? Ese chico, no sé su nombre, y, de cualquier forma, soy pésima con los nombres. El rubio que te retuvo el otro día... El de los chocolates finos.

Sora suspiró. Llevó su mirada hacia el plato de ramen que estaba a la mitad de su contenido. Y se maldijo a sí misma por exteriorizar su curiosidad.

—Souh... Su nombre es Tatsuhisa Souh. —Si tan sólo hubiera mantenido la boca cerrada. Pero si Harada le ofertó sinceridad, tenía que corresponderla—. Antes...solíamos ser pareja. —Nadie le dijo que tratar esos temas con otras chicas resultaría ser así de difícil. Con los chicos era tan llevadero—. Cuando eso pasó, íbamos juntos en otra escuela. A mí me transfirieron a Seidō y él llegó después... Aunque para cuando eso pasó, ya habíamos terminado.

—Y está en el equipo de béisbol, ¿cierto? ¿Cuál es su promedio...? No, no, disculpa. Siempre me desvío cuando se trata de béisbol. —Sora no contestó; no le sorprendía, Anna estaba igual de obsesionada con ese deporte que su novio—. Agh, es realmente difícil hablar de cosas normales con una chica. O en mi caso, con cualquier persona...

—Sí. Está en el equipo de béisbol. —Exhaló—. Las chicas son complicadas. No me sorprende que también te sea difícil hablar con ellas. —Harada parpadeó. Por lo menos había otra persona con sus mismas dificultades; por lo menos parcialmente—. Kazuya no tiene ni la menor idea de que Souh y yo salimos. Igualmente dudo que le afecte de llegar a saberlo. Con lo ególatra que es con respecto a sí mismo.

—Tal vez debiste reconsiderar salir con alguien así de ególatra.

—Lo dice la novia del autoproclamado «Rey de Tokio».

Anna sonrió. Ese fue un golpe bajo.

—Creo que es uno de mis males. Ya conociste a Seiya, nadie lo definiría como alguien sencillo. —Sora asintió dándole la razón.

—Y, si no te ofende la pregunta, ¿por qué te enamoraste de ellos?

Anna se alzó de hombros.

—Cuando ocurrió lo de Seiya era una niña. Me atrajo su inteligencia, supongo... Aunque no resultó nada como lo esperaba, ¿sabes? El primer amor no siempre es sinónimo de éxito. —Alzó su vaso antes de ponerlo en sus labios y añadió: —. Mei es mucho más que egoísmo. Tardé más de un año en comprenderlo, pero agradezco que él me haya esperado tanto. ¿Miyuki Kazuya haría eso por ti?

—Tal vez suene un tanto superficial de mi parte, pero mi interés hacia él surgió a raíz de su apariencia y quizás algún aspecto de su personalidad. —Se recargó sobre el respaldo de su silla y observó a la receptora en silencio—. Y cuando acepté que se trataba únicamente de una atracción física, dejé de negar lo que era obvio. Y llegada a ese punto decidí que lo mejor era decírselo para me rechazara. —Tomó su vaso y le dio un pequeño trago. Estaba sedienta—. Y sobre lo de Kazuya... Bueno, es obvio que con un simple gustar no va a esperar por mí. Y no puedo recriminarlo por eso.

Anna volvió a dejar en abandono su platillo predilecto. Le sorprendía la forma como Sora se expresaba tanto de sí misma como de su relación con Kazuya. Y decían que ella no era sensible con los temas románticos.

—Me parece extraño... Apenas «le gustas» a Miyuki-kun y tú te arriesgas tanto por él. ¿Qué sientes tú por él?

—Supongo que estoy en ese punto de «gustar mucho». —No iba por la vida poniéndose a pensar si lo que provocaba Kazuya en ella aumentaba o disminuía conforme pasaba el tiempo—. Mas es mi pareja, y, por ende, tengo que apoyarlo, o en su caso específico, cuidarle la espalda... Ya te percataste lo que su actitud pasiva provoca.

Anna le dio la razón. No obstante, todavía no entendía qué era lo que mantenía a una chica tan dura como Sora con un chico tan pasivo como Miyuki.

Pensó un momento en las manos de Mei al recorrer su espalda y su cintura la noche anterior. Y a causa de esos pensamientos, sus mejillas enrojecieron apenas un tono.

—Tal vez sus manos de jugador...—pensó en voz alta. Y cuando se percató de ello, su rostro adquirió el color de los tomates y se cubrió con ambas manos—. ¡Lo siento, no quise decirlo!

Sora se quedó callada, procesando sus palabras y lo que obviamente escondían. Que por algo se había puesto del color de la grana.

—Únicamente lo he tomado de la mano un par de veces. Y no las tiene tan ásperas para ser un cácher. Aunque haciendo memoria, las de Yū eran...—Se tapó la boca inmediatamente. Y rogó para que Harada no relacionara ese nombre con nadie.

Anna descubrió un poco su rostro, mirando cómo era Sora quien apenas parecía colorearse un poco. Así que ella entendía de lo que hablaba.

—Creí que dijiste que se llamaba «Souh». —Sonrió divertida.

Sora suspiró una vez más, agradeciendo que Anna no entendiera la referencia. Tranquila, bebió de su vaso.

—Entonces, ¿también hay un «Yū» por ahí? ¿Y cómo eran sus manos?

De inmediato, Sora bajó la bebida a la mesa y tosió un par de veces. ¿De dónde surgió esa curiosidad suya?

Ya no bebería más. No hasta que la charla terminara o acabaría ahogándose la próxima vez a causa de sus propias palabras.

—Pues...varoniles y grandes —describió con un ligero rubor en sus mejillas. Era muy vergonzoso tener que soltar esos detalles pese a que no había dicho nada malo—. Mis amigos dicen que tengo un fetiche por los jugadores de béisbol... Creo que sí tienen razón.

— Yū... Jugador... ¿Te refieres a Takigawa Chris Yū, el cácher de Seidō que se lesionó el hombro en su segundo año? Era especialmente bueno, aunque bastante arriesgado si me lo preguntas; aún más que Miyuki-kun, quien también se lesionó hace no mucho... Lo siento, ojalá pudiera evitarlo.

—Si, él. Supuse que lo adivinarías. —Vaya noche en la que había terminado confesando los nombres de sus relaciones anteriores.

—Las manos de Mei son agradables. Un poco rasposas, pero...—No pudo evitar sonreír con cierta melancolía—. Es el primero que...—susurró y entonces mordió su labio para evitar soltar más.

Anna se apresuró a negarlo con ambas manos.

—No, no, él no hizo nada atrevido. Únicamente fueron un par de...—suspiró previo a acariciar su frente. Sora pudo ver el conflicto interno de Anna, lo complicado que era para ella hablar de esos temas—. Lo siento. Nunca antes había permitido que nadie me tocara, yo fui criada para no permitirlo. Así que...—Ahí estaba el motivo de su timidez.

—No tienes que disculparte. No es como si estuvieras haciendo algo malo.

Anna no alzó el rostro hasta pasados unos segundos.

—Repítelo hasta que me lo crea...

—Ni Mei ni tú hicieron nada malo. No tienes que atormentarte por ello —repitió para quien lucía como alguien que cometió un crimen atroz—. Mi familia también es bastante conservadora, te entiendo. Sin embargo, a veces una cosa lleva a la otra y terminas en un sótano dándote cuenta de por qué el producto nacional no es lo tuyo.

Si tan sólo no se encontrara confesando su primera experiencia cercana a lo sexual, seguramente Anna habría reído por tal analogía. Ojalá su madre comprendiera eso.

—No creo que lo entiendas como piensas...—musitó antes de que su celular volviera a sonar—. Es Mei, me parece que han terminado de hablar.

—Oh, no hay problema. Yo me quedaré aquí. —Sintió curiosidad por aquella idea sin completar, mas ya eran demasiadas preguntas y confesiones por una noche—. Ya habrá tiempo para otro ramen la próxima vez.

Anna se levantó, no sin antes darle una última sorbida a su cena y sonrió.

—Irás a la fiesta de Mei, ¿cierto? —Y antes de siquiera esperar su respuesta, añadió: —. Te veré ahí. Ha sido muy fructífero conversar sobre algo que no es béisbol; también deberíamos repetirlo.