«3 de noviembre de 2020» fue la última fecha de actualización. Sin embargo, contra todo pronóstico, he regresado. He editado esta historia desde su primer capítulo hasta el último publicado. Y, por ende, he modificado varios aspectos dentro de la trama. Para evitarles confusión, les recomiendo encarecidamente que lean desde el capítulo uno hasta el último, porque no sólo se han eliminado ciertos acontecimientos, sino que se han sumado otros y se han agregado personajes nuevos —que tenía considerados para un futuro más lejano—, creando así capítulos que no estaban anteriormente —y he borrado otros—.
Y antes de despedirme, una enorme disculpa por haber estado ausente durante tanto tiempo. Me esforzaré para darle continuidad a esta historia.
Agradecimientos especiales a una querida amiga: Mayra Chase. Quien con sus bellos podcasts me ha impulsado y motivado a seguir escribiendo. Una disculpa por hacerte leer mis mensajes cuando encontraba un fic de Miyuki x OC todo cancerígeno —necesitaba desahogarme con alguien—.
Sin más, ¡disfruten la lectura!
Instant
Frunció el ceño. Había demasiada luz filtrándose desde una pequeña y rectangular ventana; era insoportable. Y a esa molestia se le sumó el fuerte dolor de cabeza que lo obligaba a presionar su sien. Añoraba una aspirina para aliviar su malestar.
Su boca estaba reseca y clamaba por agua. Presentaba dolor muscular y una incomodidad estomacal que empeoraba su estado general de salud. Y cuando decidió enderezarse un fuerte mareo lo hizo despabilar.
Era incapaz de recordar con claror lo que había ocurrido la noche anterior. Mas sabía que su estado actual se lo debía a una bebida que consumió ingenuamente creyendo que su picante sabor no debía ser tomado a consideración. Y ahora enfrentaba de primera mano una desagradable cruda.
Sus manos lo sostenían, le impedían caer y lo aferraban a la suave superficie de la cama. O eso creyó hasta que su visión se aclaró y notó que no estaba solo; esa noche la había pasado acompañado.
—¡Ah...! —gritó sin restringir el nivel de su voz.
No pudo controlar su pánico y se apartó bruscamente, sin considerar que eso podía despertar a quien, sin buscarlo, se convirtió en su almohada.
Yacía sentado sobre el suelo, observando a la chica con la que se acurrucó durante horas; con la que había compartido la velada. La misma que de seguro no pudo irse porque le fue imposible quitárselo de encima cuando cayó dormido como consecuencia de lo borracho que estaba.
Tragó saliva. Y empezó a sudar como consecuencia de lo nervioso que estaba. Incluso atendía a los acelerados latidos de su corazón. Pero esas reacciones fisiológicas no importaban. A él solamente le interesaba recordar lo que pasó anoche, lo que habían hecho ahí, a solas.
Sus manos habían palpado la irregularidad del colchón. Asimismo, tocaron el busto de quien lucía aliviada de ya no tener todo ese peso encima. Y el estar consciente de cometer tal agravio, no hizo más que aumentar su pavor. ¿Qué más fue capaz de hacerle estando fuera de sí mismo? ¿Le faltó al respeto?
—Si hubiera hecho algo inapropiado, ella no hubiera dudado en golpearme...
Y el trauma de ser apaleado por ella sería algo que no olvidaría sin importar lo ebrio que estuviera.
—Aunque...—Se levantó y miró a quien continuaba durmiendo despreocupadamente—. Dormida se ve tan inofensiva. —Se agachó y apartó un par de hebras de cabello de su rostro; su acción le provocó un cosquilleo—. Podría preguntarle...
Los labios de Sora se separaron un poco, buscando expresar palabras que no poseían sonido. Él los contempló y sus borrosas memorias florecieron bruscamente. Lo que había sido incapaz de rememorar lo conmemoró con grandiosa nitidez.
No. No había hecho nada que lo condenara a ser catalogado como un desagradable pervertido. Sin embargo, la había hecho quedarse a su lado, a pasar la noche mientras buscaba incesante sus besos. Y si se hubiera mantenido despierto por más tiempo, ¿a dónde hubieran llegado?
Maldito ponche. Maldito alcohol. Maldito instante en que se dejó convencer por Narumiya Mei.
—Necesito una taza de café con urgencia.
Ella despertó. Y él, ofuscado, retrocedió.
—Debe haber café en la cocina. —Miyuki le echó un vistazo y después cambió de objetivo.
—Me duele todo el cuerpo. —Se paró y se estiró un par de veces—. Lo cual es normal después de que duermes con un bulto humano de más de setenta kilogramos encima.
—Lo siento por eso... —La vergüenza y el arrepentimiento eran sinceros.
—Va a ser un día horrible para ti. —Advirtió para quien olvidó su dolor de cabeza momentáneamente—. Por lo menos te gustó el ponche.
—Esto... Sora...—Rascar su nuca lo ayudaba a liberar estrés. Aunque no estaba resultando efectivo en esta ocasión—. Sobre lo que ocurrió aquí anoche... Yo...
—No hicimos nada estúpido si es tu preocupación. —¿Era tan fácil de leer? —. Únicamente fueron unos cuantos besos.
—Ah, ya veo... Nada grave, entonces. —Su respuesta debía reconfortarlo. Lamentablemente no se sintió así.
—Intenté que te fueras a dormir. No obstante, no quisiste... Y bueno, hubo unos cuantos besos de por medio.
Suspiró. Y si estuviera a solas se reiría de sí misma por haber acabado de nuevo en un sótano en compañía de un chico tras compartir una sesión de besos.
—Lo lamento. Debí de haberte dado un golpe para que cayeras inconsciente y así evitar todo esto.
Él se crispó porque sí era capaz de hacerlo.
—Salvaje.
—Kazuya —Caminó y se detuvo estando frente a él—. ¿Tanto te molesta lo que ocurrió anoche entre nosotros?
No era molestia. Era vergüenza y culpa; también una especie de contrariedad al conmemorar su encuentro y desear que se repitiera. ¿Es que seguía alcoholizado y por eso experimentaba esos impulsos?
No es que no estuviera consciente de que a su edad las hormonas se esparcían y florecían con irrisoria facilidad. Sin embargo, él siempre mantenía la razón por encima de todo; y el que fuera así fue una de las tantas razones por las que sus ex parejas se molestaron con él. Ellas siempre buscaron divertirse más allá de una inocente sesión de besos. Y él nunca sintió el impulso de ir más allá; le bastaba con provocarlas y dejarlas con ganas de más.
—No.
—Bien.
Sora se desplazó hasta las escaleras y él se giró en su dirección. ¿Volvería a repetirse la misma historia con ella también?
Su celular empezó a sonar y sus pensamientos se cortaron de tajo.
—Pero si es...—Miyuki observó la pantalla y meditó el responder.
Atendió la llamada. Porque no hacerlo significaría un sermón y su cabeza no lo toleraría.
—¡Kazuya, ¿ya despertaste?! ¡¿Disfrutaste de tu noche a solas con Sora?!
La ensordecedora voz de Mei se oía desde el otro lado de la puerta. Tan clara y fuerte que podía ser escuchada por la persona que había llamado a Miyuki. Y esas palabras se malinterpretaron y condenaron a quien no buscaba problemas.
—¡Kazuya, ¿qué significa eso?! ¡¿Cómo que pasaste la noche con una chica?! ¡¿Si te das cuenta que eres menor de edad?!
El volcán estalló.
—Madre, no es lo que estás pensando. Escúchame...—Su petición fue denegada. Ni el mejor argumento lograría que se calmara y lo dejara explicarse.
Sora guardó silencio y abrió la puerta únicamente para taparle la boca al inoportuno pitcher. El daño estaba hecho, mas no permitiría que empeorara las cosas; si es que podían agravarse.
—¡Sora, ¿por qué hiciste eso?! —Recién fue liberado y ya estaba protestando—. ¿Qué crees que pasaría si ahogabas al Rey de Tokio? ¡Ni Anna ni mis queridos fans te lo perdonarían!
—Mei. —Lo llamó su amigo sin ese tono jovial y bromista que lo caracterizaba.
A ninguno de los dos le costó darse cuenta que no estaba de ánimos para disimular su enfado.
El rubio salió corriendo como si hubiera visto a un demonio.
—Escapó. —Yūki se asombró de la velocidad con la que realizó su huida.
—Siempre tiene que estar de impertinente. Únicamente habla sin pensar. —Kazuya ya estaba bajo el umbral con una mueca de irritación en sus labios—. Y después huye.
—Podemos irnos para que puedas arreglar esta situación con tu madre.
—Primero busquemos a Change-up.
Hicieron una breve visita a la cocina porque alguien necesitaba con urgencia una taza de café.
La sala fue su siguiente escala; allí encontraron a Masatoshi, Ryūji e Itsuki durmiendo plácidamente, como si jamás hubieran probado una gota de ponche; o en su defecto, ser irrumpidos por la ruidosa voz de Mei. Qué envidia sentían por ese grupo que no se metería en problemas con nadie.
Change-up se había acurrucado en las piernas del hermano mayor de Harada.
—Parece que su favorito de los Harada es el hermano mayor. —Sora fue sigilosa para acercarse y tomar a la minina en brazos porque no quería despertar al universitario.
—Iré por mis cosas y nos iremos. —No terminó de dar media vuelta cuando pensó que era la persona más desafortunada que había en esa casa.
—Me despierto y lo primero que veo es tu desagradable persona. —El malhumor de Annaisha era tan palpable que hasta él pudo notarlo—. Primero se acaba el café y ahora me topo contigo.
—Manda a Mei al combini por uno.
—Primero, ¿por qué mandaría a mi rey por un encargo como ese? —Frunció la sien. Su grado de irritabilidad se disparaba gracias a él—. Segundo, el café de esas tiendas es horrible. Se nota que no tienes un paladar refinado.
—Sólo es café.
—Te equivocas. —Difirió.
—Como sea. —Esa discusión sin sentido empezaba a empeorar su cefalea—. Nos vamos.
Miyuki avanzó, rodeando a la cácher. De verdad que lo único que ansiaba era salir de ahí y llegar a casa para dormir hasta que ya nada le doliera.
—Harada-kun, por favor despídenos de Mei. —La petición de Sora llegó acompañada de una reverencia y una suave sonrisa—. Tengan un gran inicio de año nuevo.
—Igualmente, Yūki-kun. —Correspondió a su cortesía—. Ten un excelente año nuevo. —Porque sus buenos deseos solamente iban dirigidos a ella.
Llegar a casa nunca fue tan gratificante como cuando descendió del taxi sintiendo fuertes pulsadas en la cabeza y el cuerpo cortado; ni siquiera estaba cerca de las escaleras y ya deseaba meterse en su cama.
Ascendieron por las rechinantes escaleras. El interior de la modesta residencia era cálido y se encontraba despejado; como siempre pasaba gracias a las ocupaciones del padre de Miyuki.
—Acomodaré las cosas de Change-up y después me marcharé.
—Sí. —Su despedida fue un lento movimiento de su mano derecha.
—Está destruido —dijo. La felina maulló dándole la razón—. Te pondré comida y agua; después volveré a casa para desayunar.
Bajó a la minina y colocó los platos en el suelo. Vertió agua y sirvió un puñado de croquetas para que a la adorable mascota no le faltara nada.
—Pasaré comprando un par de latas de comida para que las pruebes la próxima vez. —El animal pasó entre sus piernas, restregando su peludo cuerpo mientras maullaba—. Y creo que va siendo hora de que compre otro bulto de alimento.
—Creí que regresarían más tarde —habló Toku una vez que cruzó el portal—. ¿Y Kazuya?
—Pasó la noche en vela platicando con Mei y el resto de los chicos. Así que se fue a su cuarto a dormir un poco —mentir era la mejor de las opciones—. Yo también me paso a retirar, Miyuki-san.
—Toku, espero que arregles esas escaleras. El sonido que hace es verdaderamente molesto.
Sora ni siquiera dio el primer paso hacia la salida cuando una tercera presencia se unió a ellos dos. ¿Quién era?
—Oh, una visita inesperada.
La calidez de esa mirada avellana aprisionó su atención. Y la amable sonrisa que le obsequió la hizo devolverle el gesto con naturalidad. Era una mujer mayor que poseía el mismo nivel de curiosidad que ella tenía hacia su persona.
—¿Eres amiga de mi nieto o su novia?
—Su novia.
—Perdona mi descortesía. Mi nombre es Miyuki Honoka —Y esperó por su presentación.
—Yūki Sora. Un gusto conocerla —pronunció para quien la analizaba con mucha atención.
¿Estaría evaluándola?
—Disculpa si te he parecido grosera. Es que es muy raro que Kazuya traiga visitas a casa; sobre todo si se trata de una chica.
—Sí, su nieto no es precisamente la persona más social que he conocido. —Se mordió la lengua ante su comentario; no se supone que debía decir eso frente a ella.
Honoka rio. Yūki no supo cómo interpretar su reacción y se abstuvo de hablar.
—Lo lamento. —Su disculpa la confundía aún más—. Es que la mayoría de las chicas que se fijan en mi nieto se limitan a alabar su físico y sus habilidades para el béisbol. Todas se expresan de él como si no tuviera defecto alguno.
Ella parpadeó ante la inusual reacción de la anciana. ¿Es que todos los miembros de esa familia tenían personalidades tan fuera de lo habitual?
—Es que es algo tan notorio como su físico.
—Toku, ¿te molestaría ir a comprar todo lo de esta lista? —Las abuelas eran tan prácticas que siempre tenían papel y lápiz para apuntar lo que fuera necesario—. Prepararé algo lleno de proteínas para que tú y Kazuya tengan energía para todo el día.
—Disfruten de su desayuno. —Retomó su partida. Ella también debía llegar a casa—. Con su permiso.
—¿Por qué no te quedas a desayunar con nosotros, Sora-chan?
Su invitación llegó de forma inesperada. Y la sacudió tanto como lo hizo el ser llamada con ese honorifico.
—No es necesario...
—Vamos, no seas tímida —expresaba Honoka para quien no pudo terminar su oración—. Te aseguro que mi sazón no te defraudará.
—No pongo en duda eso. Sino más bien... Yo creo que lo mejor sería que tuvieran un desayuno familiar. —No consideraba prudente quedarse; sentía que estaba siendo demasiado invasiva con la privacidad de Kazuya.
—En esta casa tenemos un dicho: «Entre más seamos, mejor. Así que tu compañía siempre es bien recibida».
—¿Está segura? —cuestionó desconfiada.
—Claro que sí. A menos que tú no quieras quedarte. —Sora negó con la cabeza dos veces. Ella sonrió ampliamente—. ¡Perfecto! Arreglemos un poco la cocina en lo que mi hijo regresa con las compras.
En medio de la mesa, sobre una estufa portátil, había una cazuela de barro vidriado con caldo dashi en plena ebullición. Y mientras el líquido bullía se fueron agregando mariscos, carne, tofu y verduras en cantidades variadas.
La intensidad de las llamas fue reducida. Y cada uno de los comensales empezó a servirse lo que más le gustaba con ayuda de los palillos.
—Kazuya no despertó ni con todo el ruido que hicimos. —Honoka habló con asombro—. Él siempre ha sido de sueño ligero.
—Le guardaremos un poco para que pueda comerlo después. —Fue la idea de Toku.
—En casa jamás desayunamos nabe. —Sora agregó salsa de sésamo a su elección de ingredientes para disfrutarlo aún más—. Es perfecto para los fríos inviernos.
—Y hablando del dormilón. —La abuela recibió a Kazuya con una gran sonrisa; era tan claro su amor por su nieto—. Siéntate y desayuna con nosotros.
—¿Abuela? —Restregó sus ojos. Tal vez continuaba soñando—. ¿Sora?
—Ya me iba. Sin embargo, tu abuela me invitó a desayunar —aclaró para quien mostraba confusión.
—Kazuya, quita esa cara y acompáñanos.
Aquel delicioso desayuno llenó su estómago y calentó su cuerpo. Estaba satisfecha. Y ahora que estaba en casa no debía preocuparse por buscar algo para comer. Mas su actual intranquilidad residía en sus padres que ya habían planeado lo que harían el resto de sus vacaciones a partir de la mañana siguiente; planes que no la complacían y arruinaban su buen humor.
No hizo caso a las maletas al pie de las escaleras porque ya había urdido una estrategia que la libraría de asistir a aquel viaje familiar a Sendai. Podía valerse de la presencia de su mejor amigo para salirse con la suya. Después de todo, ellos confiaban mucho en aquel alegre pelirrojo.
Su plan fue ejecutado con maestría. Y su objetivo se materializó cuando las voces de sus hermanos y padres se difuminaban bajo el umbral. Tendría la casa para ella sola lo que restaba de sus vacaciones. No obstante, el timbre sonó y la puerta se abrió, llamando a un nuevo actor al escenario. Era alguien que rompería su lógica.
Y el mal presentimiento que experimentó cuando aquella anciana le sonrió con cordialidad se convirtió en una realidad imposible de esquivar.
—Tu madre ha sido muy amable en darnos todos esos bocadillos —señaló Honoka sin despegar su atenta mirada de lo que estaba frente al volante—. Aunque creo que nos dio más de lo que tres personas podrían comer.
—Sora come por dos personas. Por lo que la cantidad es adecuada.
La información que nadie pidió llevó a la atacada a propinarle un codazo a quien se le iba la lengua cuando nadie pedía su opinión.
—Es un mal hábito de mi madre —aclaró antes de morder su emparedado de frutas.
—Kazuya, ¿hay algo de lo que tu madre quiera discutir conmigo?
Su inocente interrogante llevó a los dos adolescentes a tensarse tanto como el cinturón de seguridad que llevaban puesto.
—Ah, sobre eso…
—Miyuki-san, ¿cree que podría hablarme sobre el sitio al que nos dirigimos? Es que jamás he estado ahí.
La naciente curiosidad de Sora no era en lo más mínima genuina. Únicamente era una intervención oportuna para salvar el pellejo de quien no era más que la víctima de un malentendido.
—Oh, claro que sí —expresó jovial—. Magome es un pueblo samurái muy peculiar como pocos hay en el país. Es un lugar muy bonito. Estoy segura de que te encantará.
Kazuya comía en silencio, atendiendo a la aburrida vista de su ventana. Y aunque no fuera su intención, ni su deseo, escuchaba por momentos la conversación que su abuela paterna sostenía con quien había sido arrastrada a aquel viaje familiar por capricho de la primera.
Miró por encima del hombro a quien había dejado su desayuno de lado para hablar efusivamente sobre el Festival de Nieve de Sapporo y lo mucho que disfrutaba de contemplar las esculturas de nieve en el parque Odori. Mas devolvió su atención a los aburridos paisajes de la carretera cuando su cabeza trajo a colación la manera tan poco pudorosa en que terminó por culpa de aquel ponche adulterado. De recordar que había dormido encima de la hermana menor de su ex capitán lo invadía algo muy parecido a la culpa; porque de haber estado en su juicio eso jamás hubiera ocurrido.
—Pierdes tu tiempo —dijo Kazuya—. La señal se volverá peor conforme más nos adentremos en Magome.
—No hay nada mejor que desconectarse del mundo exterior. Ser uno con la naturaleza y sus alrededores mientras te llenas los pulmones de aire fresco —versaba elocuentemente la bonachona anciana.
Y a la par que la mujer sonreía con alegría y anhelo, la persona que fue orillada a despedirse de la civilización no sabía cómo encarar su precaria situación.
—Ya verás que disfrutarás tu estadía, Sora-chan. El abuelo es una persona muy divertida. Y nuestros vecinos son muy agradables.
—Seguro que sí. —Tenía que convencerse a sí misma de que no caería en la locura.
—Estoy seguro de que Azumi-chan y tú serán buenas amigas.
No sabía quién era esa tal Azumi, mas tenía el presentimiento de que no iba a ser alguien de fácil trato o su novio no estaría dedicándole una burlona sonrisa.
Ya no pensó más en esa persona desconocida ni en la ausencia de señal de su teléfono móvil. Se enfocó en lo que la recibió cuando bajó del kei car: una vistosa y amplia casa tradicional japonesa rodeada por una barda y abundante nieve.
—Es bueno tenerlos de vuelta. —El saludo de bienvenida llegó de la mano del abuelo de Miyuki.
—Querido, ella es Sora-chan.
—Oh, así que es la novia de nuestro nieto. —Miró a quien levantó su mano con timidez en forma de saludo—. No cabe duda que los hombres de nuestra familia siempre tienen buen gusto. Así como yo cuando te elegí, Honoka.
—¡Querido, me avergüenzas!
—Es la absoluta verdad. —La llama del romanticismo ardía con fuerza en esos dos que decidieron unir sus vidas desde hace varias décadas atrás.
El interior era cálido y acogedor; y tan amplio como se percibía desde el exterior. No había tiempo para curiosear lo que la planta baja tenía para mostrar porque la habitación del segundo piso era su destino inmediato.
Colocó su gran maleta azul sobre la cama individual y la abrió. Y el tedioso proceso de desempacar comenzó.
—Si mis padres hubieran ido un poco antes, esto no habría terminado de esta forma —suspiró—. Al menos mis padres han prometido decirles a los abuelos que me quedé por asuntos relacionados con la escuela… Mejor eso a que sepan que me fui de viaje con Kazuya. —Se calmó porque no podía cambiar su situación presente—. Y para colmo, no hay señal.
—¡Sora-chan!
La puerta se estampó ante una intervención tan abrupta. Y la concentrada chica saltó del susto.
—¡¿Miyuki-san?! —Se giró hacia ella con un brusco aumento en su frecuencia cardíaca—. ¿Ocurre algo?
Aparte de querer matarla de un sobresalto.
—No tienes que ser tan formal conmigo. Puedes llamarme Honoka. —Le estaba pidiendo demasiado a alguien como ella—. Deja tu maleta por un rato y baja a comer. Debes tener apetito después de un viaje de poco más de cuatro horas.
Inclusive si su hambre no era muy grande no iba a rechazar su invitación. Su educación se lo impedía.
—Claro. Será un placer.
El ruido del televisor y el exquisito olor de un desayuno casero le hicieron sentir como en casa, como si nunca hubiera dejado la capital. Sin embargo, se hallaba a cientos de kilómetros de su hogar, compartiendo el techo con una familia que le era terriblemente ajena a la suya.
Había arroz hervido, salmón a la parrilla, encurtidos, sopa miso y tortilla de huevo. Todo lo que un típico desayuno japonés contendría. Y para su sorpresa, cada bocado sabía mejor que el anterior.
—Ustedes dos, desayunen. Pueden ver sus partidos al mismo tiempo que mastican sus alimentos —regañó la anciana a esos obsesionados del béisbol—. Son un caso perdido.
—En mi casa ocurre exactamente lo mismo —habló Sora—. Mis padres aman el béisbol y mis dos hermanos se dedican a jugar como Kazuya. Por lo que esta escena es de lo más normal para mí.
—Así que Sora-chan tiene debilidad por los beisbolistas. —Alguien había sacado sus palabras fuera de contexto—. Eres la primera chica que sale con mi nieto por ser jugador de béisbol.
Reiji le dijo que tenía un fetiche con los jugadores de béisbol. Probablemente esa mujer estaba pensando lo mismo.
—Su sazón es impecable, Honoka-san —halagó.
Irse por la tangente era el plan ideal para alejar ese tema de conversación.
—Estoy segura de que también cocinas muy bien. —Otra percepción errónea que la mujer se hacía sobre ella—. Podemos encargarnos juntas de la comida.
—Ah, sobre eso…
Se arrepintió soberanamente de haber cambiado de tema. Tal vez que la tachara de fetichista no era tan malo como dejar en claro sus nulas habilidades culinarias.
—La cocina y yo tenemos una relación de amor-odio. Donde yo amo comer, pero odio cocinar.
La verdad la haría libre. O eso creyó.
—Con una gran maestra como lo es mi abuela cualquiera puede aprender a cocinar algo medianamente aceptable.
«¿Por qué no podía mantenerse callado mientras comía y veía la televisión?» —pensó Sora al verlo sonreír con guasa. ¿Acaso había llegado el día para cobrarse todas las bromas que le había hecho?
—Si Sora-chan está de acuerdo, estaré encantada de enseñarle a cocinar.
Su mente gritaba un rotundo «no»; mas de sus labios escapó un contundente «sí».
El desayunó finalizó y la hora de las clases de economía doméstica principiaron de la mano de quien miraba con grandes expectativas a su actual alumna.
Sora no sabía si sentir pena por quien estaba depositando tantas esperanzas en ella o buscar una excelente excusa para no entregarse toda la tarde al arte de la cocina. Y para cuando quiso objetar ya se encontraba enjugando arroz bajo las precisas instrucciones de Honoka.
—Haremos bara-chirashi. Es un plantillo sencillo; ideal para ti que empiezas a cocinar —expuso para quien continuaba entretenida con el arroz—. Ya que el agua ha salido totalmente transparente, lo dejaremos escurriendo por media hora —indicó—. Preparemos el aliño mientras.
En un cazo mezcló el vinagre, la sal y el azúcar. Y a fuego lento esperó a que el azúcar y la sal se disolvieran. Añadió el arroz y con una pala de madera lo fue moviendo para incorporarlo todo adecuadamente.
«Esto es bastante sencillo».
Siguió revolviendo el arroz. No quería que se quemara. Y quizá ese nivel de concentración le hizo olvidarse de que no estaba sola. Dio un pequeño brinco cuando Honoka se asomó de su lado izquierdo, soltando la pala de madera.
—Oh, lo siento muchísimo. No era mi intención asustarte.
—No tiene que disculparse. Esto pasó por descuidada.
La anciana notó cómo cubría su muñeca izquierda con su mano opuesta. Había algo de arroz sobre el suelo; quizá algo de eso había saltado a su mano y la había quemado.
—Déjame ver tu muñeca, Sora-chan —pedía con preocupación.
Apartó su mano. No había ni una pequeña quemadura. Y eso llenó de alivio a la mujer.
—Perdón. Fue un acto reflejo el cubrirme. —Volvió a disculparse—. La cocina y yo no somos buenas compañeras.
—Y yo forzándote.
—No hay problema. —Sonrió suavemente—. Solamente queda preparar las guarniciones, ¿verdad? Entonces sigamos.
Al bara-chirashi se le sumaron otro grupo de platillos para complementar el menú de la tarde. Y pese a que el platillo que preparó por primera vez no lucía tan bonito y estético como en muchos restaurantes, confiaba en que su sabor fuera aceptable.
Comía en silencio, viendo al abuelo de Kazuya servirse del colorido platillo que preparó. Por sus gestos mientras masticaba suponía que era comestible.
Y si era sincera prefería que todos comieran, excepto su pareja. Porque sabía lo estricto que era para el sazón y sabor de cualquier cosa que se fuera a su boca.
—Creo que va siendo hora de que pruebe este bara-chirashi.
Sora se atragantó con su bocado de arroz. Mas no evitó que se apresurara a llenar el plato del cácher con lo demás que había para comer.
—Estamos lejos de Tokio. Aprovecha y come lo que tu abuela ha preparado con tanto esmero.
—Algo cocinado por mi novia es mucho más único. No puedo perdérmelo.
Obviamente no estaba elogiándola ni sintiéndose dichoso por probar por primera vez su sazón. No. Lo que él perseguía era evaluar su desempeño en la cocina para después, a través de burlas, criticarla.
—Ha salido bien para ser tu primera vez.
Honoka era un ser amable que obviamente no emitiría un juicio duro y cruel. No obstante, su nieto era un mundo aparte. ¿Cómo se pudrió tanto teniendo abuelos como ellos?
—Puedo servirme por mí mismo.
Sora se resignó mientras el joven se servía una porción de bara-chirashi. Si ponía a divagar a su mente no escucharía sus críticas.
—La tortilla de huevo está muy gruesa. Y las flores de zanahoria están amorfas.
—Kazuya.
El llamado de atención por parte de su abuela lo obligó a comer en silencio.
«Honoka-san es la mejor», pensaba Yūki degustando su comida con la paz mental devuelta.
El timbre sonó, la puerta fue atendida y un nuevo rostro se unió a la comida de la tarde.
Su cabello chocolate oscuro discurría hasta media espalda. Tenía ojos marrones y pintorescas pecas decorando su grácil rostro. Y sus ropajes eran propios de una zona fría en la que ha estado nevando durante la noche anterior.
—¡Azumi-chan! —saludaba con candor la abuela—. Qué bueno que nos visites.
—He venido a saludarlos. Así como darles este encargo que me dio mi madre. —Entregó la bolsa de papel que abrazaba.
Al fin conocía a la chica de la que le había hablado Honoka. Con quien, en teoría, se llevaría bien. Sin embargo, no estaba segura de que eso pudiera ocurrir. La muchacha en cuestión borró su candorosa sonrisa cuando la descubrió sentada al lado de Miyuki.
—Cierto. Deja que las presente. Ella es Mutsumi Azumi. La conocemos desde que era una niña y a veces cuando Kazuya venía con nosotros jugaban juntos.
Azumi parecía orgullosa ante su historial compartido con el insolente beisbolista que seguía centrado comiendo.
—Ella es Yūki Sora, la novia de mi nieto.
Notó como pese a que esa sonrisa continuaba dibujada en sus carnosos labios, ya no se le hinchaba el pecho por la relación que mantenía con Kazuya. Allí supo que la cordialidad no podría existir entre ambas.
«Por eso ese tonto se rio cuando su abuela la mencionó. Él sabía perfectamente lo que ocurriría».
—¿Por qué no te quedas a comer, Azumi-chan?
Invitación que no rechazó. Incluso se sentó al lado contrario de donde estaba el receptor.
—¿Y cómo fue que se conocieron, Yūki-kun? Seguramente es una historia sumamente interesante.
Una pregunta ordinaria emergiendo con segundas intenciones.
—Es una historia tan sosa que te arrebataría el apetito —contestó—. Y nos conocimos porque asistimos a la misma escuela y formo parte de las mánager del club de béisbol. —Omitir la parte de su noviazgo falso siempre sería lo ideal—. Aparte soy la hermana menor de su ex capitán de equipo.
Mutsumi no parecía estar completamente conforme con su resumen, mas no volvió a tocar nuevamente el tema y se limitó a platicar con los abuelos de Miyuki.
Con los platos lavados y escurridos sólo quedaba la libertad para que los miembros de aquella casa pudieran ocupar su tiempo del mejor modo posible. Para Sora sería perfecto que le permitieran subir a su habitación y quedarse ahí hasta la cena. Planes que cambiaron cuando se encontró en el jardín trasero de la casa preguntándose cómo fue que pasó de una cómoda casa a una granja en miniatura.
—¿Por qué hay un establo y un gallinero? —Volteó hacia su izquierda y derecha.
Vacas, cerdos y aves de corral. Tanta diversidad predispuesta en un área delimitada.
—No recogieron nada en la mañana, así que hay que hacerlo.
—¿Recoger qué? —Tenía una canastilla sobre sus manos que recién le había dado Kazuya.
—¿Pues qué más? Huevos.
Miyuki se estaba divirtiendo y no lo disimulaba. Era obvio que una chica de ciudad, criada entre comodidades, jamás en su vida tuvo que meterse a recolectar los huevos para el desayuno. Y esa nueva experiencia, era para él, el boleto a momentos memorables, que lo mínimo que le provocarían sería risas.
—¿No compran sus propios huevos? —Lo seguía con estupor—. No debe ser complicado.
El gallinero no era demasiado grande, pero resguardaba una cantidad apreciable de gallinas.
Miyuki le mostró cómo debía tomar el huevo y le indicó por dónde empezar su tarea de recolección. Confiada imitó su actuar.
El suave cacaraqueo se intensificó. Y la gallina que se veía noble y mansa no estaba contenta con su intromisión que decidió picotear su mano y obsequiarle un nuevo peinado.
Un canasto tirado en el piso. Una muchacha que había experimentado un primer encuentro traumático con el reino aviar y un descarado muchacho que no dejaba de reírse de la desgracia ajena.
—¡Idiota, deja regodearte! —Estaba tan adolorida como avergonzada.
Ya con los huevos recolectados y entregados tocaba enfocarse en la siguiente tarea: ir a los establos en busca de un poco de leche fresca.
—Usualmente las ordeñan un par de veces a la semana —versaba Kazuya trayendo dos baldes metálicos, un banquillo, lazos y colador.
«Por eso mencionó lo de si sabía ordeñar vacas cuando estaba borracho».
—Te mostraré cómo se hace para que ordeñes la otra vaca.
Amarró las patas traseras del animal con el lazo. Lavó los pezones de la vaca con agua y los secó con servilleta.
—Si no se secan apropiadamente es probable que impurezas caigan en la leche.
Sora estaba sorprendida ante el conocimiento y facilidad que poseía para ordeñar al bovino. Si no estuviera presenciándolo jamás creería que era bueno para otras cosas que no fueran el béisbol y la cocina.
—¿Quieres intentarlo?
Nunca había tocado a una vaca y mucho menos sus ubres por lo que estaba algo nerviosa ante la nueva experiencia que, en apariencia, parecía fácil de realizar.
—¿Puedo empezar con cualquiera? —preguntaba ya sentada y con sus manos retraídas aguardando a que le diera luz verde.
—Empieza por los cuartos delanteros y luego los de atrás para que te sea más sencillo.
Sujetó el pezón con su mano izquierda. Era muy suave y elástico. Y prosiguió a tirar de él como lo hizo previamente. La leche fue saliendo poco a poco y eso la llenó de orgullo.
—Lo estás haciendo bien —expresaba Miyuki desde su costado derecho.
No debió permitir que le endulzara el oído porque eso la llevó a bloquear todo lo que no fuera su tarea y su afable voz.
El banquillo cayó. Ella se levantó y con el antebrazo limpió la tibia leche que fue disparada directo a su cara.
Él no se había agachado a su lado para asegurarse de que lo estuviera haciendo bien, sino para crear la oportunidad perfecta para presionar uno de esos pezones y bañarla en leche.
Miyuki reía estruendosamente. Sora quería que esa vaca lo pateara.
—La leche de vaca es la mejor. ¿No piensas igual?
— Créeme, Seidō no va a extrañar a su capitán y cuarto bateador.
Con el rostro limpio y más serena después de recibir la bromita del receptor se trasladaron hasta un cobertizo de madera. Un hacha incrustada sobre un grueso tronco y una pila de madera perfectamente acomodada los recibió.
—El abuelo suele cortar madera para calentar el agua —contaba Kazuya—. Se lastimó su espalda hace unos meses, así que es una tarea pesada para él.
—También sabes cortar madera…—Lo veía y no lo creía.
—Tiene su maña. No es tan complicado como parece.
Lo vio colocarse guantes y depositar un pedazo de leña sobre el bloque para cortar.
—El tronco debe quedar lo más estable posible con el área que vas a golpear apuntando hacia arriba. —Se ubicó frente a la leña y el bloque para cortar—. Es importante que tus piernas estén separadas hasta la altura de tus hombros.
Su mano principal se colocó cerca de la cabeza y la no dominante hacia el extremo inferior del mango. Se concentró en el objetivo, levantó el hacha por encima de su hombro y golpeó.
—Realmente parece sencillo.
—¿Por qué no lo intentas? —cuestionaba Miyuki—. ¿O es que tienes miedo de que se te rompan las uñas?
La competitividad y nulas ganas de perder de Sora, la llevaría inevitablemente a aceptar la propuesta de Kazuya. Lastimosamente, en la práctica, no fue tan sencillo. No había golpeado con suficiente fuerza y el hacha quedó atascada en el tronco a cortar.
—Si lo hice correctamente…
—Parece que no prestaste atención a lo que tu espléndido maestro te enseñó —añadía guasón. Estaba reteniendo una carcajada por el predicamento de su novia—. Descuida. Tienes muchos troncos con los cuales practicar.
—¡¿Cómo dices?! —Miró la enorme pila y luego su patético intento de corte. No quería hacerlo.
—¿La gran Sora permitirá que un pedazo inerte de madera pueda más que ella? Estaba seguro de que no eras de la clase de chicas que gusta de perder.
Nunca evitó ningún reto sin importar lo difícil que le resultara. Por ello no iba a irse de allí hasta haber cortado hasta el último tronco.
«Es tan fácil provocarla».
El frescor que sintió cuando abandonó la casa fue cambiada por bochorno y calor. Cortar toda esa madera la obligó a desprenderse de su abrigo y querer tomar un vaso con agua fría.
—Una última cosa y podremos regresar. —Kazuya hablaba y Sora meditaba la opción de empujarlo y salir corriendo.
—¿Qué más falta? —Se tragó su nulo amor por la vida de campo y pidió que la última tarea fuera fácil.
—Hay que darle de comer a Yoshi. Y para ello hay que sacarla de su pequeño establo.
El corral contenía a un cerdito rosa con motas negras, una pequeña charca de lodo, un bebedero y un recipiente para colocarle sus alimentos sólidos.
—Tiene de dónde comer. ¿Por qué necesitas sacarla?
—Es que si come dentro todo se lo lleva a esa zona de lodo y hace un gran batidillo. Por eso abrimos su puerta y la guiamos con zanahorias hasta su trasto de comida.
—Tiene lógica.
—Ya tengo listo su trasto por lo que abriré y la guiaré —establecía Miyuki ya con un par de zanahorias en manos—. Guarda esto. Las usaremos para meterla de vuelta.
Un par de manzanas fueron metidas en los bolsillos de su sudadera.
—Es hora de comer, pequeña glotona —decía Miyuki a la vez que abría y atraía a la cerda con las zanahorias.
El bovino abandonó su húmedo refugio y salió con la educación que tendría un perro entrenado.
—Qué lista es.
—Más de lo que te imaginas.
Kazuya sonrió. Sora tuvo un mal presentimiento.
La cerda corrió hacia su posición. Ella esquivó su primer acercamiento. Sin embargo, el pequeño animal tenía mucha energía y obstinación. Y aunque se apresuró a huir, Yoshi tenía planes completamente diferentes.
Un salto limpio y poderoso bastó para que esa cerda quedará encima de Sora limpiando el lodo de su cuerpo con su ropa mientras sacaba las manzanas que custodiaba para comérselas.
—¡Miyuki Kazuya!
—¿No es increíble lo alto que pueden saltar los cerdos?
—¡Voy a hacerte mucho daño cuando Yoshi se quite de encima!
Enlodada, despeinada y con la dignidad sobre los suelos se quedó afuera sentada pensando en cómo se cobraría todas las bromitas de mal gusto del cácher.
—Me la supo jugar ese pequeño demonio —masculló. Intentar desenredar su cabello era una tarea imposible.
—¡¿Sora-chan?! ¡¿Qué fue lo que te pasó?!
Honoka la había encontrado mientras recorría el patio trasero. Era un desastre hecho persona.
—Yoshi y Kazuya.
—Y no está por ningún lado. —Se posicionó a su lado, retirando unas cuantas hojas que se metieron en su cabellera.
—Se fue riéndose después de que terminé en el piso con Yoshi encima.
—Ese idiota nieto mío —Exhaló cansada. Su mirada rogaba por su perdón—. Ese mal hábito de disfrutar de la desgracia ajena no se le quita. Y mira que hacérselo a su propia novia.
La ayudó a levantarse y entrar a casa. Tomó un baño caliente y una nueva muda de ropa. Y con una taza de chocolate caliente en manos se encontró en la sala con aquella bonachona abuela.
—Aprovechemos que mi esposo y Kazuya salieron al pueblo a comprar algunas cosas.
Sora entendió rápidamente por qué necesitaban estar a solas.
—Es un viejo álbum familiar —explicaba Honoka—. A mi nieto no le gusta que nadie lo vea porque tiene fotos vergonzosas suyas. No obstante, después de las travesuras que te hizo, te has ganado el derecho de verlo.
Descubrió que Kazuya había tenido una fiel frazada que estuvo a su lado hasta los cuatro años de edad. El problema de su vista lo acompañó desde muy pequeño. Y su amor hacia el béisbol había nacido gracias a que sus vecinos lo invitaron a jugar por las tardes.
Nunca tuvo ninguna mascota, pero salió en compañía de varias luciendo su impecable sonrisa.
Estaban los instantes plasmados de sus primeros partidos; los primeros cumpleaños en familia, los primeros festivales deportivos y aquellos viajes escolares a fin de año.
Había tantos recuerdos enjaulados en pedazos de papel que costaba creer que tantos años vividos podían ser condensados tan fácilmente.
Mas lo que robó su interés y curiosidad fue la ausencia de aquella hermosa mujer en los más recientes años de vida de Kazuya.
—Es Hanan, la madre de Kazuya.
La duda que no pudo exteriorizar fue leída por Honoka.
—Es muy bella.
Al fin conocía el rostro de quien había llamado a Miyuki. La persona que demandaba verlo por aquel malentendido que Mei provocó.
—Mi hijo y ella se divorciaron cuando Kazuya estaba en segundo año de primaria —relataba con un pesar que no supo cómo esconder—. Aunque jamás lo hayan admitido abiertamente fue muy duro para Kazuya y mi hijo.
Únicamente podía imaginarse al Miyuki de aquella época lidiando con la ausencia de su madre, preguntándose por qué ya no estaba a su lado y por qué las cosas no podían regresar a la normalidad. Cuestionamientos que, hasta la fecha, podrían no poseer una respuesta que le diera confort.
—Lamento haber tocado este tema de repente, Sora-chan. Por lo que te pediré de favor que…
—¿Qué es lo que le pedirás de favor a Sora?
Miyuki había regresado de las compras. Y había optado por pasar a la sala de camino a la cocina.
—Que cuide de ti porque eres un bocón y eso te mete en problemas potenciales —versaba Sora con una sonrisa burlona.
—No necesito que cuides de mí —refunfuñó.
—Eso no pensabas ese día en el combini. Hasta te escondiste detrás de mí como una doncella en problemas.
Honoka vio a su nieto molesto por esas palabras que insinuaban que necesitaba su vigilancia y protección. Asimismo, notó el rápido y ágil empujón que dio Sora para deslizar el álbum fotográfico por debajo del sillón.
La anciana sonrió enternecida por el gesto de la muchacha.
—Ella en verdad está cuidando de ti…
—Abuela, ¿qué estás diciendo? ¿Te has puesto de su parte?
—El abuelo ha traído un delicioso pastel de queso. ¿Por qué no comemos una rebanada, Sora-chan?
—No vendría nada mal con este chocolate.
—Vayamos a la cocina entonces.
—¡No me ignoren!
