¡Buenas tardes! Espero no estén viviendo un infierno terrenal como lo experimento yo en mi rancho. Y si es así, tomen mucha agua y un suerito oral mientras leen la actualización.


Conciliation

Miró la hora en su celular y se cuestionó si realmente valía la pena ser tan aprehensiva con el tema de Miyuki y sus bromas. Entonces recordó su carcajada y esa sonrisa descarada que se asomaba siempre que veía cumplida su maliciosa treta. Y de ese modo, toda estela de sueño desapareció.

Sus vestimentas debían ser cómodas y prácticas para el trabajo de campo. Y mientras trenzaba su cabello sonreía con satisfacción. Ese día no iba a ser el hazmerreír de su novio.

Descendió en silencio. No quería despertar a nadie de la casa. No obstante, había alguien que se había levantado aún más temprano que ella.

—¿Miyuki-san?

—Oh, eres tú, Sora-chan. ¿No has podido dormir bien? —Miró los ropajes y dedujo sus intenciones—. Escuché lo que mi nieto te hizo ayer.

—Hoy será diferente.

—Beber un buen café te dará energía para todo el día.

Un café sin azúcar y bien cargado era todo lo que necesitaba para obtener ese impulso extra que le faltaba. También agradecía los consejos que el anciano le entregó para facilitarse las tareas.

Aprendió que aquella gallina que se le fue encima requiere de una cantidad bondadosa de maíz para retirarse del nido y poder así, recoger el preciado huevo sin ser castigado por ella.

Ordeñar requirió más tiempo y paciencia. Pero sin la presencia de Kazuya se sintió más relajada y pudo obtener dos cubos llenos de tibia leche.

La cerda que había arruinado su vestuario de ayer comía pacíficamente de su trasto.

—Pequeño mentiroso. Mira que difamar a Yoshi diciendo que era sucia y llevaba su comida hasta el lodazal. —Mordió su manzana mientras le entregaba otra a la cerda—. Únicamente queda la madera y habré acabado.

Acomodó el primer tronco después de colocarse los guantes y los goggles.

—Ayer después de muchos intentos pude hacerlo. Solamente tengo que repetir lo que hice.

—Madrugar te afectó lo suficiente como para hablarle a un tronco.

Sora apretó los dientes al escuchar a Miyuki a sus espaldas. ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué no continuaba dormido?

—Y tú ya tienes tan dañado tu reloj interno que ni en vacaciones puedes dormir por más tiempo.

—Y bien, ¿qué has estado haciendo? —preguntaba como si no supiera la obvia verdad.

—Liberando mi estrés. El que tú me provocas.

La réplica de Kazuya murió presurosamente cuando vio la leña partida en dos por el tajo tan brusco que esa chica realizó.

Estaba sorprendido por la velocidad con la que desquebrajaba la madera. Y estaba aterrado por la fuerza innecesaria que usaba para hacerlo.

—No deberías provocar a tu novia —susurraba su abuela.

—Porque ya sabe cómo usar un hacha. —Remataba el abuelo.

Ese par de ancianos fueron a buscar a Sora y encontraron a su nieto en el proceso. Agradecieron haber sido testigos de aquel divertido momento.

—Sora-chan, el desayuno está listo. Ven a comer algo.

—Debes estar hambrienta después de todo lo que hiciste.

—También deberías venir a desayunar con nosotros, Kazuya.

Todavía no se había recuperado del ímpetu de Sora hacía la madera y ya tenía que ocuparse de las miradas burlonas de sus abuelos después de que ella se despidiera de él besando su mejilla.

—Esa mujer es muy perversa —masculló después de ver el regodeo en sus ojos.

Miyuki encontró en el sillón un lugar cómodo en el cual descansar. Y en el canal de cocina un medio para entretenerse.

Prestaba atención a la receta que la presentadora iba a realizar, y sin querer, a la plática que su abuela sostenía con Sora. La mujer mayor la orientaba sobre qué sustancias usar para eliminar determinadas manchas o cómo hacer la limpieza exhaustiva más eficientemente.

«Tan maniática como siempre».

Se enderezó, mirándola por encima del hombro. Y un pequeño chispazo de culpa se encendió desde su interior; recordar cómo había despertado hace tres días no lo ayudó a mantener su serenidad. En su sano juicio nunca se atrevería a cruzar esa línea. Ella, de mínimo, lo golpearía en su zona baja para que aprendiera la lección.

No tenía sentido disculparse por algo que solamente él recordaba y que al mencionárselo tensaría el ambiente de su relación. Lo único que podía hacer para remediar su delito era evitar ser víctima del alcohol; igualmente las consecuencias por emborracharse no lo animaban a acercarse nuevamente a ese tipo de bebidas.

Mas el problema más sustancial era su propia madre.

«Mei siempre abre la boca cuando no debe. Siempre es tan impertinente».

Si bien jugarle aquellas bromas inocentes a Sora lo habían entretenido y relajado, el planteamiento de reunirse con su madre continuaba presente. Irremediablemente cuando regresara a Tokio tendría que verla; lo quisiera o no.

—Las personas que son como tú representan un peligro grave para la sociedad cuando se quedan calladas, absortas en sus pensamientos.

Su ensimismamiento encontró su final en esa serena voz.

—¿Ya terminaste de limpiar? —Disfrazar su verdadero estado de ánimo era tan natural que a veces dejaba olvidado en alguna esquina su verdadero sentir.

—Por supuesto.

—Todavía quedan más secciones de la casa que puedes dejar igual de relucientes.

—¿Continúas pensando en la llamada que arruinó Mei?

Mantenerse indiferente, disimulando lo que aquel tema le provocaba, sería perfecto si ella no lo hubiera visto enfadarse con Narumiya.

—Nada ocurrió. Además, todo se tergiversó gracias a Mei —explicaba—. Simple.

—Debes practicar lo que le dirás —hablaba rascando su mentón con insistencia—. Tu defensa debe ser sólida, consistente. O dará lugar a dudas. Si mueves bien tus piezas todo ese malentendido quedará como un evento divertido que causará algunas risas en el futuro.

—¿Por qué te oyes como una experta mentirosa? ¿Lo haces muy seguido? ¿Es por tu historial delictivo?

—No sé de qué me estás hablando, Kazuya.

—Cínica.

El frío y la nieve no serían un impedimento para que aquella anciana privara a una foránea de un recorrido meticuloso por aquel hermoso poblado.

Las calles adoquinadas recorrían el pueblo cuesta arriba, atravesando anchos canales y enormes molinos de agua. Las tiendas vendían productos locales: desde cerámica hasta sake. Había muchos restaurantes de fideos y cafeterías. Y frente a la oficina de turismo había un museo dedicado al novelista oriundo: Toson Shimazaki.

—Los edificios están señalizados en función de si su uso es público o privado —informaba Honoka—. Y no todas las casas forman parte de exposiciones.

—Es una localidad muy de época —exponía Sora—. Tan tranquilo. Justo como me gustan.

—Cuando Kazuya era un niño pequeño le emocionaba mucho recorrer el pueblo. A veces cuando venía en verano transitaba el vecindario en bicicleta.

—Eso fue hace mucho —mencionaba. Él iba por delante de ellas.

—¿Qué les parece si pasamos a comer? —preguntaba la anciana—. Iremos al restaurante favorito de Kazuya.

—Seguramente todo sabrá delicioso —comentaba Sora. Estaba ansiosa por probar la comida de aquel lugar que tenía la aprobación de su pareja—. Porque su nieto es muy quisquilloso.

—Eso no es verdad.

—Claro que sí. En Navidad te la pasaste criticando el pastel que hizo Sachiko.

—Fue ella quien pidió mi opinión. Y eso fue lo que le di —dijo cínico—. Puedo ofrecerte mi crítica constructiva para que mejores.

—No, gracias. Así estoy bien.

Honoka los veía y sonreía. Para ella la relación de ambos era, de mínimo, curiosa. Ambos se molestaban mutuamente sin caer en el enojo verdadero; ambos bromeaban y retaban su ingenio. Se sentían a gusto con la presencia del otro.

—Hemos llegado —indicaba la abuela—. Vamos. Entremos antes de que nos enfriemos más.

La fachada tradicional y hogareña los invitaba a saborear el olor de los platillos que disfrutaban los comensales.

Sin mesas disponibles tuvieron que tomar asiento frente a la barra. Y con menú en mano sólo quedaba elegir qué comer.

—Hay muchas opciones. No sé qué pedir. —Sora estaba dubitativa—. Quizás udon... Pero hay muchos tipos.

—Con tu apetito insaciable te recomiendo el stamina udon —hablaba Miyuki burlón—. Se combina con carne, huevo y verduras.

—Kazuya, no seas grosero —regañó a quien sonreía divertido—. El kitsune udon también es delicioso. Está acompañado de tofú frito.

—Esas variedades nunca las he probado... Tendré que pedir los dos porque no me decido.

—Sora-chan, ¿si podrás acabarte los dos? —No concebía que su estómago tuviera esa capacidad.

—Es que sí tengo bastante hambre...—respondió apenada.

—Te dije que era una glotona... ¡Auch! —Sintió el codazo que le dio. No había sido prudente dejarla en medio de él y su abuela—. También es salvaje.

—Te lo ganaste por molestarla, Kazuya.

Disfrutaron de sus platillos de principio a fin. Solamente había satisfacción en sus rostros y un deseo intrínseco de volver otro día para probar otra variedad de udon. Y aunque ya podrían abandonar el restaurante, alguien todavía deseaba un postre antes de partir.

—Te dije que era una glotona consumada.

—Bueno, técnicamente no es la primera chica que conozco que tiene tan buen apetito —razonaba Honoka—. Azumi-chan también es de buen comer.

—Me pregunto quién de las dos comerá más —siseaba Kazuya.

Sora estuvo a punto de pellizcarle la mejilla para que parara con su ataque hacia su apetito. Mas se abstuvo. En su campo visual apareció aquella joven de quien hablaban; estaba acompañada por tres chicos más.

—¡Honoka-san! —saludó entusiasta Mutsumi, aproximándose—. Buenas tardes.

—¿Has venido a comer con tus amigos, Azumi-chan? —La muchacha asintió—. Nosotros ya hemos terminado. Solamente estamos esperando a Sora.

—Un poco antes y hubiéramos podido comer todos juntos —expuso con un desánimo que supo ocultar—. Aunque quizás quieran quedarse un poco más. Estamos celebrando el cumpleaños de uno de mis amigos.

Los novios estuvieron a nada de hablar para rechazar la invitación. Pero fueron adelantados por la amigable anciana. Ella consideraba que era una ocasión perfecta para que su nieto conviviera con más chicos de su edad.

—Debimos haber hablado más rápido —murmuraba Sora para su pareja—. Ya estoy llena...

Ambos estaban sentados lado a lado en una mesa llena de desconocidos. Todos charlaban, comían y reían; pasaban un momento divertido al lado del festejado.

La mujer que los abandonó mencionó que volvería en un par de horas por ellos, que disfrutaran de la amena reunión. Ellos por su lado preferían pasar desapercibidos porque se sentían realmente fuera de lugar.

—Y antes de que preguntes... No, no los conozco —musitaba Kazuya.

Quizás alguna vez los vio por el vecindario cuando vacacionaba de niño. Sin embargo, no los recordaba de nada. Y si conocía a Azumi era porque solía ir seguido a casa de sus abuelos.

—Puedo fingir que me siento mal para salir de aquí —soltaba Yūki tranquilamente.

—No creo que sean tan fáciles de engañar —señaló—. Espera, ¿ya lo has hecho antes? —La veía tan tranquila ante su acusación—. Debiste ser muy problemática de niña.

—Mis amigos no opinan lo mismo.

—Es porque son iguales que tú.

No pudieron seguir debatiendo sobre la cuestionable personalidad de la joven porque de pronto habían sido enfocados por el cumpleañero y sus invitados.

Se presentaron y ofertaron sus felicitaciones esperando que con eso los dejaran permanecer con sus monólogos internos. Sin embargo, eso provocó que esos jóvenes tuvieran la confianza de preguntarles desde su nombre, edad y ciudad de origen.

—Oh, Azumi-chan nos contó que eras un increíble jugador de béisbol.

—Que eras bastante famoso en todo Japón.

—¡Miren! Puse su nombre en el buscador y salieron muchas páginas hablando sobre él.

Todos imitaron la acción del muchacho. Había sorpresa, incredulidad, admiración y envidia en cada rostro.

—¡Estamos frente a una futura estrella del béisbol!

—Aparte también es bien parecido —murmuraba una de las tres chicas que conformaban aquella comitiva festiva.

—Si te caes al suelo le agregarás credibilidad a tu falso malestar —opinaba Miyuki con guasa.

—Todo esto es consecuencia de que no fuiste muy sociable durante tu infancia —señalaba para quien disfrutaba de un vaso con agua—. Por eso tu abuela nos dejó aquí.

—No creo que hayas tenido una infancia más sociable que la mía —afirmaba divertido.

—Tras terminar mis clases, comer y hacer mis deberes me veía con mis mejores amigos. Íbamos a entrenar y después nos divertíamos juntos el resto de la tarde —contaba orgullosa—. Y como dos de ellos tienen la personalidad de golden retriever, entonces sus amigos y conocidos también interactuaban conmigo... De hecho, conocí a Seiichi gracias a Ki-chan.

—¿Seiichi? ¿Te refieres a la estrella de Ugumori? —Ella asintió—. Ya desde ahí inició tu fetichismo.

—Por supuesto que no, tonto.

—Vamos, chicos. Intégrense más.

—Sí. No sean tan reservados.

Sora y Kazuya estaban en su mundo, hablando tan bajo como podían para no ser escuchados. Quizás sus cuchicheos los habían molestado.

—No somos personas muy interesantes.

—Solamente hablábamos sobre béisbol... Estamos discutiendo qué podríamos hacer para que nuestros lanzadores mejoren antes de que llegue el torneo de primavera —hablaba Yūki—. Quizás si les planteamos la situación puedan ofertarnos recomendaciones.

Los chicos susurraban, mirándose con arrepentimiento. Estaban abrumados de que hablaran exclusivamente sobre béisbol.

—Q-quizá para otra ocasión.

—Sí. Tal vez más al rato... Mejor acabemos de comer para partir el pastel.

—Esos dos son muy extraños...

—Cállate, te van a oír.

Sonrieron con disimulo. Habían conseguido ser vistos como personas incómodas con las que nadie querría intercambiar palabra alguna.

—¡Aquí está el pastel!

—¡Se ve delicioso!

—¡Vamos, sopla las velas y pide tu deseo!

Las velas fueron extinguidas y el pastel fue repartido entre los invitados. Todos tenían una rebanada de pastel de chocolate con fresas.

—¿No te lo vas a comer? —preguntaba a su novio que no había tocado aquel postre.

—No me gusta el pastel de chocolate.

—Entonces, ¿puedo comérmelo?

Kazuya parpadeó. Después rio quedamente. Su glotonería nunca lo decepcionaba.

—Gracioso —refunfuñó. Mas ya no discutió porque él le había entregado su rebanada—. Pero gracias.

Sora estaba agradecida de poder disfrutar dos rebanadas de un pastel tan delicioso que no notó que Mutsumi la había estado observando.

Supuso que, al ser la pareja del cácher, despertó los celos en la muchacha que obviamente gustaba de su novio. Sin embargo, eso le trajo un cuestionamiento: ¿cómo podía atraerle alguien que probablemente veía cada tantos años?

«Dudo mucho que Kazuya haya venido año con año aquí. Sobre todo, desde que entró a Seidō. Así que, ¿por qué se comporta de ese modo?».

No quiso ahondar en por qué alguien podría guardar sentimientos tan fuertes durante tanto tiempo y sin ningún tipo de contacto tanto porque no encontraría una respuesta como porque era un tema que no le concernía. Además, había otro distractor en su cadena de pensamientos.

Parece que mientras Mutsumi no se sentía feliz por su presencia había un joven interesado en mantener una charla amena con aquella chica pecosa.

—Sería buen momento para escapar. —Se levantó y miró al cumpleañero—. Lamentamos haber asistido a este festejo sin una invitación directa. Mas agradecemos el gesto de querer integrarnos a su conversación grupal —habló con claridad para quienes la escuchaban atentamente—. Lastimosamente debemos retirarnos a causa de otros compromisos. —Se inclinó suavemente hacia ellos en son de disculpa—. Sigan disfrutando mucho de la fiesta.

Kazuya la siguió por inercia. Todavía seguía procesando lo que acababa de pasar.

Para cuando la alcanzó ya estaban varias cuadras lejos de aquel restaurante. Y si se detuvo fue porque ella paró frente a una tienda de sake.

—Querías irte de ahí, ¿no? —Veía las etiquetas de las botellas con sumo interés—. Al fin podemos respirar.

Efectivamente deseaba escabullirse de aquella reunión. Pero seguía un tanto asombrado por la forma en que se expresó.

Era una buena oradora. Una buena embaucadora.

—Según la ley de nuestro país todavía no tienes edad para beber —soltó divertido.

—Si le digo a Honoka-san que me compre unas botellas, ¿crees que lo haga? —Lo miró expectante.

—Mi abuela no le compraría alcohol a una menor de edad.

—Tonto. No es para mí —rezongó—. Son para mi abuelo. A él le gusta mucho el sake de esta marca.

Akashi-Tai se leía en la etiqueta de la botella que su novia sostenía.

—¿Tu abuelo?

Miyuki notó su emoción mientras buscaba aquella botella. Era evidente el gran cariño que le guardaba a aquel hombre que solamente conocía de mención.

—Sí. Él ama esta marca. Y quisiera llevarme un par de botellas para regalarle en su próximo cumpleaños —relataba—. Obviamente yo pagaré por ellas, pero necesito que un adulto lo compre porque no me lo querrán vender por ser menor de edad.

—Con que aquí era donde estaban.

Los dos se sobresaltaron. Sora estuvo a punto de tirar la botella.

—¡Honoka-san! —Observaba a la anciana en busca de signos de enojo por desobedecerla—. Estamos aquí por... Porque quería comprarle algo a mi abuelo. Por eso convencí a Kazuya para salir de la fiesta.

La mujer miró a su nieto y suspiró. El descarado cácher sonrió ampliamente.

—Sora-chan, no necesitas mentir por mi tonto nieto —señalaba revolviendo el cabello de quien pecaba de cínico—. Lo conozco lo suficiente para saber que él acabaría escapando de ahí valiéndose de alguna artimaña. Por eso regresé antes.

—Ella tampoco deseaba estar ahí —acusó—. Por eso se inventó todo un discurso.

—Debí abandonarte ahí con Mutsumi-kun y esas dos chicas que te consideraron atractivo.

—Piensa bien lo que dirás, Kazuya. —Le sugería su abuela.

—Aunque cierto es que tampoco quería continuar ahí —expresaba avergonzada—. Fue una decisión compartida.

—Son más parecidos de lo que creen...—Sonrió alegremente. No podía enojarse cuando notaba el apoyo de Sora hacía su nieto—. Por cierto, ¿y esa botella? ¡Eres muy chica para tomar!

—¡No! ¡No es lo que piensa! Quería comprarle un par de botellas a mi abuelo. A él le encanta el sake de Akashi-Tai. Sin embargo, no van a querer vendérmelo...

—Oh, así que un souvenir —dijo para quien no quería soltar esa botella—. Vayamos a comprarlas para que puedas llevárselas a tu abuelo.

Sora había salido muy contenta de la tienda con su bolsa de yute resguardando dos botellas de sake protegidas en cajas de madera.

—Así que tus abuelos maternos viven en Nagasaki —hablaba Honoka una vez que iniciaron la retirada—. Nunca he estado en Kyūshū.

—En realidad sólo mi abuelo. Mi abuela falleció antes de que mi hermano mayor naciera —informaba.

Ambas caminaban lado a lado, al mismo ritmo. Kazuya estaba a medio metro detrás de ellas, escuchando en silencio.

—Oh, lamento tu pérdida.

—Descuide —aseguraba—. Igualmente, mi abuelo y mi madre siempre nos hablaban de ella. Por lo menos la conocemos a través de sus historias.

—¿Significa entonces que irás hasta la isla de Kyūshū para entregarle este sake?

—El año pasado no pude ir. Espero poder viajar este año —expresaba esperanzada—. Tengo tiempo para ahorrar y planear el viaje.

—¿Irás sola?

—Mis padres siempre están ocupados con el restaurante por lo que no pueden irse de viaje tan fácilmente —contaba—. Estaré bien. Soy buena orientándome.

Con una taza de chocolate caliente y malvaviscos flotantes se aventuró a dejar la comodidad y calidez de la casa. Desde su puesto —en el borde del pasillo externo que rodeaba la propiedad— veía un pequeño estanque artificial y unos robustos árboles desnudos que aguardarían a la primavera para llenarse de verdor.

Agradecía el haber sido arrastrada a aquel viaje familiar. No sólo había conocido un pueblo hermoso y pacífico, sino también había pasado días amenos alrededor de aquel par de ancianos y su pareja. Un recuerdo agradable que la acompañaría durante el primer mes del año.

Era su última noche en Magome. Quería aprovechar para disfrutar de la suave lluvia de copos de nieve.

—Si te desvelas no te despertarás. Y obviamente te abandonaremos aquí.

Su silencioso instante de apreciación encontró su final con la llegada de Kazuya.

—He puesto cinco alarmas para que eso no ocurra. —Bebió de su chocolate. Era una delicia—. Si solamente vas a dedicarte a molestarme, entra a la casa.

—Yo también tengo derecho de permanecer aquí si me place —soltó con una pequeña sonrisa—. Si te molesta mi presencia puedes irte a otro lado. —Provocarla antes de irse a la cama era su misión de esa noche.

—No pienso marcharme.

—Pues yo tampoco.

Él se sentó. Ella se levantó, abandonando su cocoa caliente.

—Quien gane obtendrá el derecho de permanecer aquí —proponía Sora ya con sus pies hundidos en la gruesa nieve y sus manos formando una bola de nieve—. Te lo advierto, fui campeona de guerras de nieve durante muchos años.

Las dudas de Miyuki encontraron respuesta cuando sintió la fría y húmeda nieve en su rostro. Aquella bola lanzada por su novia había impactado en su objetivo.

—Un punto a mi favor —señalaba la muchacha con una sonrisilla.

El cácher se deshizo de toda esa blancura. Y pensó que la mejor manera de replicar por su actuar era conducirla hacia la derrota.

Evitó el segundo ataque sin dificultad y tomó distancia de quien ya tenía otra bola de nieve en sus manos. Si una pequeña guerra es lo que quería, se la daría; y aparte robaría la victoria para su propio disfrute personal.

La nieve se estampaba contra el corredor de madera, contra los desprotegidos árboles, contra todo lo inmóvil a lo que se acercaran ese par mientras esquivaban y buscaban una oportunidad para contraatacar.

—Parece que esos chicos a los que derrotabas de niña eran muy malos en la guerra de bolas de nieve. —Se mofaba.

—Tu suerte está a punto de terminar, Kazuya.

Los abuelos, preocupados por el ausentismo de su nieto y su pareja, salieron en su búsqueda. Se toparon con bolas de nieve que salían disparadas de un lado a otro y con dos adolescentes que no notaban su presencia.

La competitividad de sus ojos fue suplantada por diversión. Y sus sonrisas se ensanchaban cuando entendían que la obstinación del contrario era mucho más grande que la propia.

Eran como dos niños pequeños que no sentían pena por mostrar su felicidad.

—Nuestro nieto está divirtiéndose mucho, Honoka.

—Parece que ha encontrado a alguien con quien puede ser él mismo —expresó con una entrañable sonrisa.

Con las maletas en el vehículo, el viaje de regreso a Tokio inició. Y aunque se escuchaba de fondo la estación, las dos mujeres que iban en los asientos traseros, preferían hablar entre ellas. La anciana le daba consejos para mejorar su tejido y costura, así como le contaba cómo fue que conoció a su esposo y terminaron criando a su hijo en un pueblo tan alejado de la capital.

Los dos hombres que iban adelante disfrutaban del cómodo silencio creado entre ambos mientras atendían a la carretera y su despejado tráfico. Debían mantenerse alerta.

Y tras unas cuantas horas de travesía el vehículo se estacionó cerca del negocio familiar.

Sora con su maleta en mano se despidió de la familia Miyuki, gratificando su hospitalidad y el buen acogimiento que le dieron desde su primer día en Magome.

Honoka despidió a su nieto con un fuerte y cálido abrazo; de los que siempre le obsequiaba desde niño y que lo llenaban de confort. Su abuelo lo palmeó con cariño antes de despedirse de él. Asimismo, saludó a su padre antes de entrar a casa y desempacar.

Alimentaba a la minina y metía su ropa a la lavadora. Mañana sería su último día de vacaciones y debía aprovechar el dejar todo limpio para retornar a los dormitorios de Seidō.

Se dejó caer sobre el sillón y encendió el televisor para enmascarar el ruido de la lavadora. Change-up se enroscó sobre su estómago buscando calor y ronroneó un par de veces antes de dormirse.

El cansancio del viaje y la atmósfera tan amable de su hogar lo conducían a dormir y hacerle compañía a su gata. Mas el timbre de su celular lo sobresaltó.

Chasqueó la lengua. Suspiró y pensó rápidamente en lo que podría decir. Inevitablemente recibiría esa llamada.

—Estuve fuera de la ciudad con la abuela —justificar su falta de señal era indispensable para evitar más conflictos.

—Lo sé. Me lo contó tu padre.

No quería cuestionarla sobre el motivo de su llamada porque lo conocía perfectamente. Prefería aguardar a que ella sacara el tema a colación.

—Tenemos que hablar sobre lo que pasó en la casa de Mei.

—No ocurrió absolutamente nada. Todo fue un malentendido creado por él para incordiar.

—Eso se debatirá después de que charlemos.

Sí. Reunirse era inevitable. Iban a verse incluso si no lo deseaba.

—Mañana pasaré por ti para comer y platicaremos sobre el tema —comentaba con tranquilidad, ocultando la obvia orden pasiva—. Y quiero que esa chica venga con nosotros.

Kazuya se puso de pie, asustando a la gata que lanzó un agudo chillido. Había sido ingenuo, había subestimado a su madre.

—No hay necesidad de que ella se presente. —Presuroso habló, esperando una reacción positiva.

—Ella también forma parte de ese supuesto «malentendido», ¿no? Por lo que su relato de los hechos es muy importante.

—Los domingos nunca está disponible. Siempre sale con su familia. —Las excusas fluían naturalmente cuando debía salvar su pellejo de su madre.

—Entonces hablaré con sus padres y entre todos trataremos lo ocurrido

Su propuesta era mucho más catastrófica. No sólo recibiría un sermón por parte de su progenitora, sino que el acto represivo también recaería del lado de Sora. No podía dejar que aquel drama se volviera incontenible.

—La convenceré para que mañana asista.

Bajo circunstancias normales lo último que haría sería llevar a alguna de sus parejas a casa de su madre.

Era muy receloso de su vida personal, de sus circunstancias privadas; prácticamente nadie sabía que sus padres estaban divorciados desde hace una década atrás. Y hubiera querido mantener ese aspecto bajo confidencialidad, pero su madre tenía otros planes. Y sinceramente no quería ahogarse en una discusión turbulenta.

—Perfecto. Vendré a recogerlos a la 1:00 p.m. —pactó—. Descansa. Nos vemos mañana, Kazuya.

Tenía el nombre a un clic. Y, sin embargo, no presionaba el botón para realizar la llamada.

—Estúpido, Mei. Todo es tu culpa.

Caminar y deleitarse con el fresco clima invernal era un placer que disfrutaba activamente durante esos días donde la nieve se acumulaba alrededor de las calles y los jardines.

Y esa noche, en la que había regresado de Magome, era la noche ideal para ver y acariciar a los dos encantadores caninos que visitaba sistemáticamente durante las tardes que tenía libres de deberes escolares. Inclusive cuando llevaba su maleta y el obsequio de su abuelo no iba a privarse de aquel encuentro.

—Seguramente pasarán un largo rato olfateándome a causa de Change-up —murmuraba viendo su ropa llena de pequeños pelos.

Se detuvo, extrañada. El portón estaba abierto y el cachorro estaba afuera, mordiendo su cola. Dejó sus pertenencias a un lado de este y se aproximó al animal. Los dueños no eran irresponsables. Jamás dejarían la puerta abierta porque expondrían a sus mascotas a los peligros de la calle.

Cuando accedió al jardín, con Suk entre brazos, los sonoros ladridos de Nun captaron su atención. El samoyedo estaba fuera de casa, ladrándole a la puerta corrediza que fue cerrada en sus narices para privarle del acceso.

—Esta puerta siempre está abierta para que los perros entren a la casa...—musitaba sosegadamente—. ¿Habrá pasado algo malo?

No quería entrometerse. No quería perpetrar en una vivienda ajena, pero los ladridos del blanco can se transformaron en gruñidos. Y ese animal jamás se mostró agresivo.

Bajó al cachorro y deslizó la puerta.

Sus labios se entreabrieron, gesticulando torpes sonidos que nunca formarían ni una sílaba. Su mente, precargada con lo que hablaría, se bloqueó; sufrió un reinicio forzado del que no se recuperaría.

Sus orejas ardían. Y el calor de su cuerpo ascendió hasta sus mejillas cuando aquel par de ojos la veían con el mismo estupor que ella.

Lo que estaba ocurriendo en aquella modesta sala no era peligroso, mas sí era escandalosamente íntimo; un instante que no requería de un tercero.

—Y-yo… Yo… ¡Yo lo siento muchísimo! ¡De verdad, lo siento! Lo lamento... ¡Ya me voy!

Su tartamudeo únicamente era superado por el bochorno y la vergüenza que presionaban su pecho. Su cabeza era un lío. Sus pensamientos eran caóticos e incontrolables. Y su memoria jugaba en su contra repasando con doloroso detalle lo que halló cruzando aquella puerta.