¡Muy buenas tardes! Ya aparecí para traerles la continuación. Sé que no lo mencioné anteriormente, pero cuando comenzaba la historia mi plan inicial era que la madre de nuestro bello cácher hubiera fallecido, pero entonces conocí a alguien que me dijo que tenerla viva permitiría mucho más drama. Y pues es cierto; por eso cambié ese detallito. Así que espero disfruten de este capítulo en donde conocerán un poco más sobre la vida familiar de Kazuya.

*Guest: ¡Muchísimas gracias por leer mi historia y tomarte las molestias de comentar! Una disculpa por no contestar en la actualización pasada. Sin embargo, ya no envía correos cuando comentan y no noté tu comentario hasta que entré a la aplicación. Y lamentablemente aun no sabrás qué fue lo que vio Sora, pero poco a poco se irán dando pistas al respecto. Saludos.


Closer


Agradecía la soledad de su hogar. Nadie cuestionaría sus presurosos pasos hacia la segunda planta. Tampoco indagarían sobre lo que había provocado que sus orejas y mejillas convinieran en el frenético carmesí. Igualmente, no hallaría en sus padres o hermanos un motivo de distracción y olvido; se conformaría con el ruido del televisor y la suavidad del afelpado peluche que estrujaba entre sus brazos.

Sentada en medio de su cama, centró su vista en un programa de espectáculos; un grupo famoso estaría tocando próximamente en el Tokyo Dome. Mas no era suficiente.

Apretó sus ojos. Mordió su labio inferior y se lamentó de que no existiera el hubiera. De poder rebobinar el pasado no se hallaría buscando todo tipo de distractores que disolvieran el colorido cuadro que resguardaba celosamente sus memorias.

—Nunca había visto algo así… ¡Ese no es el punto, Sora! —Se reprendió con firmeza—. ¡El problema real es que…! ¡Es que…! —Apretó sus mejillas y sacudió su cabeza. Quería desaparecer—. Supongo que... Todos deben pasar por eso, ¿no? Es algo natural entre parejas, ¿verdad? Así que…

Su agobiante discurrimiento fue sacudido por el tono de llamada de su celular. Una llamada entrante y el nombre de alguien que no pensó se contactaría con ella por ese medio.

—¿Kazuya? —Agradecía secretamente su intervención sin importar el motivo—. ¿Sucede algo?

—Sí, bueno… —hablar sobre tópicos que no involucraran al beisbol jamás sería su punto fuerte—. Es sobre lo de Mei.

—¿Quieres que me comunique con él y lo regañe por lo que hizo?

Hasta la alentaría para que le diera un potente codazo, mas no se dejaría seducir por su latente deseo de venganza.

—Me encargaré de él después.

—Si no es por Mei que me has llamado, ¿entonces de qué se trata? ¿Algún chico de la cuadra te intimidó y golpeó?

—¿Por qué piensas que alguien ha atentado contra mi integridad física? —Hubo un silencio del otro lado de la línea—. No es sobre eso.

Cayó de espaldas contra su lecho y rodó hacia su izquierda. Liberó su amarillento peluche para atender mejor a lo que él buscaba comunicarla. Pero no hubo más después de que refutó su premisa.

Y si le costaba tanto hablarlo significaba que era muy vergonzoso o muy delicado.

—¿Se trata sobre tu madre? —Sabía que, aunque le restó importancia a ese asunto no se lo había logrado sacar de la cabeza; ni siquiera porque estuvieron lejos de Tokio—. ¿Ya se reunieron?

—No.

—¿Lo harán pronto?

—Mañana por la tarde.

Miyuki agradecía su interrogatorio porque facilitaba la entrega de su mensaje. Sora no comprendía si solamente quería compartir su predicamento o escondía un mensaje entre líneas que no descifraba.

—¿Quieres que te ayude a practicar lo que le dirás para que el castigo sea más llevadero? —Sabía que si bien no pasó nada entre ellos el que durmieran en la misma habitación ya encendía los focos de alarma—. Habrá que hablar con la verdad, pero un poco maquillada.

—Ella quiere que vayas también.

—De modo que… ¡¿Qué?! ¡¿Qué tu madre te ha pedido que vaya?! —La velocidad con la que se levantó le provocó un tenue mareo que ignoró—. Si es una broma de mal gusto, no es graciosa.

—No bromearía con algo como esto.

Que en su voz no se percibiera ni una pizca de ironía y burla la inquietaba.

—¿De verdad quiere que esté en esa charla con ustedes? —Si lo razonaba más a consciencia era una petición lógica y esperada.

—Si no lo haces les dirá a tus padres.

Una advertencia y una única respuesta.

—¿A qué hora y en dónde nos vemos? —No quería un conflicto previsible con sus padres porque sabía el castigo que le esperaría.

—Mañana en mi casa a las 1:00 p.m.

—Estaré allí puntual.

Elegir ropa siempre fue una tarea rápida y sencilla. Sin embargo, no sabía qué usar para el evento obligado al que fue convocada. Las primeras impresiones eran importantes; y en este caso en particular lo era inclusive más porque ya tenía una percepción distorsionada sobre cómo era ella.

Abrochó sus oscuros vaqueros y eligió una blusa alba de manga larga para la parte superior. Una chamarra verde olivo y una pashmina rojo quemado alrededor de su cuello cerrarían con broche de oro su vestuario final.

—Ya suficiente tengo con lo que vi anoche como para pensar en la comida de hoy…—No estaba más tranquila, sólo podía disimularlo mejor—. Menos mal no se formaron ojeras o tendría que cubrirlas.

La falta de un descanso apropiado fue causada por un excesivo discurrimiento que no la llevó más que al pánico, la vergüenza y la insufrible conclusión de que debía presentarse en esa casa y disculparse con la persona a la que le destrozó la intimidad.

—Necesito concentrarme en la comida con la mamá de Kazuya. Lo otro lo arreglaré en el transcurso de la semana —aseguraba al tiempo que calzaba unas botas marrones—. Debí haberme inventado una mejor excusa para zafarnos de la fiesta de Mei. Estoy perdiendo mi toque.

Cepillaba su pelo mirando la hora. Tenía tiempo suficiente para tomar café y activar sus sentidos.

—Si yo estoy así no me quiero imaginar a Kazuya.

Su padre continuaba dentro del taller, adelantando trabajo que entregaría a mitad de semana. Él descendía por las rechinantes escaleras con una calma pasmosa viendo la pantalla de su celular; todavía restaban quince minutos antes de la hora acordada.

Parado de cara al establecimiento de su familia encontró a quien también fue arrastrada a todo ese embrollo.

—¿También eres maniática de la puntualidad? —La miraba de soslayo. Todavía extrañado de visualizarla tan femenina.

—La puntualidad es un acto de educación, Kazuya —habló. Él le sonrió burlón—. Deberías aprender de ello.

—Estoy siendo puntual.

—Creo que ya está aquí.

Un Audi negro se detuvo en la calle aledaña al domicilio del cácher con sus luces de emergencia encendidas. La puerta abierta dejó a la vista a la bella mujer de ojos almendra y piel clara.

Lucía un traje formal magenta, zapatillas y el pelo castaño claro suelto hasta media espalda.

—Buenas tardes, mi nombre es Joshuyo Hanan. —Su presentación incluyó una amistosa sonrisa y una mano extendida hacia Sora—. Tú debes ser la novia de mi hijo.

—Yūki Sora. —Estrechó su mano con diligencia antes de avanzar al ritmo de esos dos.

—Seguramente Kazuya ya te explicó el motivo por el que he pedido que te traiga con él. —Ambos adolescentes se tensaron y eligieron sabiamente callar—. Comeremos. Ya posteriormente abordaremos el tema.

Miyuki ocupó el lugar de copiloto. Ella, en la parte de atrás creyó que estaría sola, mas encontró una nueva presencia.

«¿Su hermana menor? Aunque por el tiempo que sus padres llevan divorciados ella tiene que ser...».

La pequeña de vivarachos ojos cafés la analizaban por encima de su delgado hombro. Su cabello sujeto en dos coletas altas la hacían ver más adorable de lo que ya era.

—Su nombre es Erika —informaba Hanan sin descuidar el tráfico—. Es muy curiosa.

Sora no tenía niños pequeños dentro de su familia. Todos los nietos habían nacido en años cercanos; la diferencia entre todos era mínima. Por ende, no sabía cómo lidiar con esa niña pequeña que parecía estarla juzgando.

—¿Tú estás saliendo con mi hermano mayor? —Yūki asintió y ella siguió examinándola—. Tu cabello es muy bonito.

—Ah, gracias. El tuyo también lo es —añadió—. Y ese peinado te luce. ¿Tú te lo has hecho?

—¡Sí! ¡Mamá me enseñó a peinarme! —Emocionada por su confesión se acercó más a ella.

Demasiado cerca. Tanto que podía verse reflejada en esas pupilas.

—¿Quieres que te haga un peinado? —preguntaba ansiando el sí—. Con un cabello tan largo puedo hacer muchas cosas.

—Quizás...

—Erika —llamó Hanan a quien había sacado ya un cepillo—, compórtate.

—Sí, mamá.

La niña se sosegó y sacó un cuaderno ilustrado de su mochila para hojearlo. Hanan mantenía su atención al frente y Miyuki atendía a lo que ocurría en la acera.

Demasiado silencioso. Demasiado incómodo.

—Y dime, ¿desde cuándo Kazuya y tú se conocen? ¿Asisten a la misma escuela?

Quizá no debió quejarse del mutismo.

—Desde junio del año pasado —respondió—. Compartimos misma clase.

El auto hizo un freno total. Y el seguro de las cuatro puertas fue retirado.

—Hemos llegado.

La residencia de dos pisos bañada en un elegante azul petróleo les abrió sus puertas para que se olvidaran de su frío exterior y se dejaran acoger por sus tonos suaves y el minimalismo de su amueblado. Un hogar cuidado en detalle que podía ser envidiado.

La sala fue su primera escala; allí permanecieron sentados, aguardando a que aquella mujer regresara de la segunda planta; se había retirado para asegurarse de que Erika se cambiara de ropa.

—Es una bonita casa —comentaba Sora. Allí el único ruido era el de las manecillas del reloj de pared.

—Sí.

Un rápido vistazo y descartó cualquier adjetivo positivo que tuviera para aquel lugar. Su relajada y burlesca sonrisa fue cambiada por una llanura plana sin atractivo. Sus ojos, focalizados en el programa de espectáculos que se trasmitía, ocultaban algo mucho más sustancial que un severo aburrimiento. Incluso esa postura laxa que invitaba a creer que se encontraba a gusto disimulaba lo tenso del cruce de brazos sobre su pecho.

Para Sora, era evidente que el tema del malentendido era por mucho, el menor de los conflictos que asolaban a Miyuki.

«Lo más pertinente es que me apegue a lo que él diga. Es lo ideal».

La puerta se abrió y dos individuos accedieron. El primero era un hombre trajeado de cabello oscuro y corto que mostraba signos puntuales de su edad; probablemente rozaba los cincuenta. El segundo que rondaba su edad portaba uniforme deportivo y una mochila sobre el hombro.

—Oh, Kazuya. Es bueno verte por aquí —habló el adulto, acercándose con obvias intenciones de saludar—. Ella debe ser tu novia. —La miró y sonrió con suavidad—. Joshuyo Genkei, encantado.

—Yūki Sora, un gusto.

Mas no fue el único en aproximarse. Aquel chico de cabellera oscura y agudos ojos marrones parecía querer unirse a la presentación.

—Joshuyo Makoto. —Le sonrió con soltura—. Vamos, no estés tan seria y tensa como Kazuya.

—Makoto, ve a ducharte y cambiarte para comer —ordenaba—. Hanan, ¿necesitas que haga algo?

La mujer descendía las escaleras al mismo tiempo que el chico subía presuroso.

—Solamente falta servir y esperar a que bajen.

—Iré a apresurarlos. —Se ofreció Genkei—. Seguramente Kazuya y su novia ya han de tener hambre.

—Sora, ¿podrías ayudarme a poner la mesa?

La petición de Hanan involucraba más que un apoyo; abría la puerta a un momento a solas donde ella podría preguntarle lo que quisiera sin la limitante que significaba la presencia de Kazuya.

—Claro. Sin problema.

La puerta se cerró después de que ambas accedieron a la cocina; el comedor estaba a un costado, separado por una barra de concreto y azulejo.

—Y dime, ¿se divirtieron mucho en la fiesta de Mei?

No era completamente directa; mas ya estaba forjando su camino hacia el tópico que originó aquella reunión.

—Comimos cosas deliciosas y hablamos sobre béisbol —contestó—. Así que sí, nos divertimos.

—Debe se cansado para una chica el escuchar sobre béisbol todo el tiempo. ¿No?

Sora terminó de poner los manteles. Tomó las cucharas y cubiertos para repartirlos.

—Jamás he considerado «cansado» el escuchar a las personas hablar sobre lo que aman y los apasiona —dijo, tomándose su tiempo para mirarla—. Y el béisbol es algo cotidiano para mí. Mis padres son muy afines a ese deporte; incluso mis hermanos lo practican.

—De modo que te gustan los beisbolistas, eh.

Yūki sabía que su sincera respuesta la llevaría a ser encasillada como una fetichista.

—No es que tenga una fijación con ellos, sino más bien que son el tipo de deportistas con los que más me he relacionado en toda mi vida —corrigió rápidamente—. Sí me he interesado por chicos que practican otros deportes.

—Por eso Kazuya y tú conectaron.

Ella no llamaría conexión a lo que los hizo ser pareja; era más bien una jugarreta de la vida.

—¿Y qué fue lo que te atrajo de Kazuya?

Al fin sabía de dónde el cácher había sacado su lado cínico: de su madre.

—La respuesta es complicada —expresó ya sin ningún utensilio en sus manos—. Supongo que al final fue una mezcla entre su apariencia y su sentido del humor. Así como su personalidad un tanto altanera dentro del diamante junto con esa seguridad cuando espera a que su pitcher lance directo a su guante...

Anteriormente jamás pensó en qué otros motivos pudieron llevarla a sentirse atraída hacia Kazuya. Para ella siempre se trató de algo físico; y eso no merecía una mayor profundización. No obstante, ahorita las razones emergieron solas. Probablemente gracias al tiempo que llevaban de conocerse más aspectos se fueron sumando a su atracción.

—Su sentido de humor es bastante torcido —mencionaba Hanan.

—Sí. Y le causa muchos problemas. Pero es muy divertido cuando se frustra por no provocar en mí las reacciones que busca con sus bromas —confesó divertida—. También tiene una gran sazón.

Hanan se cruzó de brazos, acarició su mentón y observó a la chica, analizando sus palabras con cuidado.

Ya era toda una primicia el que conociera a una pareja de su hijo como para que se percatara de que esta se había fijado en él por cuestiones tan extrañas. Aunque desde su postura como madre, el que viera a su hijo por quien era y no solamente por su físico, era algo que apreciaba secretamente.

—Sí. Kazuya es un tanto complicado.

Sora no emitió juicio. Únicamente notó aquella sonrisa que escondía cierta culpa bajo un aire burlesco.

—Hanan, ya estamos todos. —Genkei llegó con sus dos hijos y Miyuki.

El sabor de la comida y la variedad de los platillos servidos no pasó desapercibido por quien era ajena a aquel hogar. No obstante, aún centrada en saciar su apetito, no pudo ignorar las charlas casuales que los miembros de aquella familia tenían; iban desde lo escolar hasta cómo había ido la reunión de negocios de Genkei.

Se llevaban bien. Había sinergia entre cada miembro. Y, sin embargo, no se sentía correcto.

Ya había estado en esa misma posición años atrás; sólo que el actor principal había cambiado.

«Esto es tan asfixiante que he perdido el apetito», pensaba Yūki mirando de soslayo al cácher; habían sido sentados lado a lado.

—¿Y llevan saliendo juntos mucho tiempo?

La interrogante de Makoto llevó a ambos a detener su alimentación y observarlo.

—Podría decirse que estamos juntos desde septiembre —contestó Sora. Sabía que su pareja no quería ni iba a aclarar la duda del chico.

—Los felicito —expresó con una amplia sonrisa—. Deben llevarse muy bien. Porque Kazuya siempre termina con sus novias rápidamente.

—Makoto —llamó Hanan como una suave orden que lo convocaba a callarse.

—Si no congeniara con Kazuya, jamás hubiéramos sido novios —No se callaría ni sintiendo los ojos del cácher pidiéndole silenciosamente que lo dejara pasar—. La compatibilidad es importante cuando decides salir con alguien. Lo entenderás cuando se llegue el día que tengas novia.

Miyuki tuvo que beber agua o se le atoraría el pedazo de carne que comía. Hanan y Genkei cruzaron miradas, asombrados. Makoto no escondió la indignación que le provocó la obvia insinuación de que nunca había tenido pareja. Mas Sora siguió comiendo tranquila como si no hubiera provocado un revuelo con sus palabras.

«No debiste abrir la boca si no estabas dispuesto a soportar la respuesta», razonaba la muchacha.

Makoto frunció los labios, masticando sus alimentos con mayor fuerza. Era como si hubiera adivinado sus pensamientos. Ella, sin ningún gesto facial en su rostro, se limitó a seguir comiendo.

«Sora, siempre dices que mi gran boca me meterá en problemas y tú tampoco te mides al hablar», cavilaba, viendo los guisantes que quedaban en su plato.

Sonrió discreto, movido por la satisfacción que sentía de que aquel chico estuviera mosqueado.

—Y dime, Yūki-kun. ¿En qué trabajan tus padres? —Genkei habló.

—Dirigen un restaurante cerca de la línea Yamanote —respondió—. Es el Hyotan. Por si un día gustan visitarlo.

—Ese restaurante tiene bastante tiempo; un par de décadas quizá —mencionaba Hanan—. Significa que son oriundos de Tokio.

—Mis hermanos y yo, sí. No obstante, mis padres no. Mi mamá nació y se crio en Nagasaki. Y mi padre en Miyagi.

Miyuki siguió comiendo en silencio. Atendiendo, queriéndolo o no, a la plática que su madre tenía con Sora sobre el negocio de sus padres y las circunstancias que los hicieron coincidir hasta convertirse en una familia. Esa clase de aspectos románticos eran irresistibles para su madre; ella siempre tuvo una gran inclinación hacia lo idílico, hacia esas relaciones amorosas que podían ser usadas de ejemplo para alguna novela literaria.

Ese aspecto de su persona es lo que había llevado a su padre a enamorarse de ella. Cruelmente también fue lo que los distanció y separó, causando un profundo dolor a las tres partes.

La añoranza y la melancolía coexistían en aquel hogar que no podía denominar como suyo.

—Makoto, lleva a Erika a su habitación y juega con ella —pedía Genkei—. Les hablaremos cuando sea la hora de cenar.

—Y nada de escabullirse para escuchar lo que los adultos tenemos que decir —señaba Hanan para el adolescente—. ¿Entendido?

—Entendido, madre —prometió tomando de la mano a la menor—. Suerte.

La burla en sus buenos deseos era tan palpable que ni Sora ni Kazuya le prestaron atención ni a él ni a su molesta sonrisa.

—Muy bien muchachitos, los escuchamos. —La mujer tomó las riendas del interrogatorio. Su mirar mostraba severidad e intransigencia.

Ellos se mantuvieron centrados en ambos adultos. Habían fraguado desde el guion hasta las posturas corporales más propicias para que no descubrieran su montaje.

—Mei nos invitó a su fiesta de fin de año. —Miyuki inició—. La verdad es que ninguno de los dos queríamos asistir; pero se torna insoportable cuando no se sale con la suya. Por lo que acabamos aceptando. Sin embargo, jamás mencionó que era una velada hasta que estuvimos allí.

—Había algunos miembros del equipo de béisbol de Inashiro. La novia de Mei y el hermano mayor de ella estuvieron presentes. —Era el turno de Yūki—. Y toda la velada se basó en comida, ponche de frutas y pláticas extensas sobre béisbol; una vez que empezaron a hablar sobre quién era el mejor pitcher de todo Japón a nivel preparatoria no hubo nadie que callara a Mei.

—Ni siquiera sus hermanas mayores lo silenciaron —agregaba el cácher, cruzándose de brazos—. Ya cuando se hizo más tarde la gran mayoría se fue a dormir.

—Y ustedes dos durmieron juntos —sentenciaba Hanan con severidad—. Siendo solamente unos adolescentes con sus…—Ni siquiera quiso terminar su oración porque un fuerte dolor de cabeza mermaba su concentración—. Sigan.

—Había una habitación designada para Harada-kun y para mí. Lamentablemente no pudimos ocuparla porque unos amigos de Mei se la apropiaron y nadie quería lidiar con un beisbolista sin camisa —Suspiró, torciendo los labios—. Sin muchas opciones decidí usar el sótano. Sin embargo, alguien ya estaba ahí, refundido como el asocial que es. —Miró despectiva a quien ignoraba sus ataques verbales—. Era muy noche, estaba de malhumor porque iba a desvelarme innecesariamente y arruinarme la piel en el proceso, así que tomé unas cobijas para recostarme en el piso.

—Dormiste en el piso porque quisiste. La bestia salvaje de Mei durmió en una amplia y cómoda cama.

—Al lado de esa habitación estaban viendo la temporada pasada de beisbol profesional. Kamiya-kun se quejaba de por qué no era popular con las chicas aun cuando tenía sangre latina. Y no quiero hablar de Itsuki-kun y sus malos chistes —Se giró hacia su pareja, enterrando su dedo índice en su pecho—. ¿Crees que podría dormir adecuadamente con todo ese ruido? Mi descanso hubiera sido deficiente.

—Si continúas exaltándote tanto será peor que no dormir correctamente.

—Tú eres el que menos debería hablar —criticó—. Te dormiste en la cama de agua sin inmutarte de que yo usara el piso para descansar.

—Amanecí adolorido por lo irregular de la cama. Puedes agradecerme por cuidar tu espalda.

—Debí dejar que Harada-kun te diera con su guante otra vez. A ver si así arreglaba tu malestar.

Kazuya sonreía con guasa. Sora bufó y lo castigó con su hostil mirada.

—Y luego Mei gritando y creando malos entendidos —enunciaba Yūki—. Quita esa risilla. Todo es tu culpa por ser tan mal amigo. Era obvio que un día se vengaría de ti.

—Es tan divertido molestarlo. Ojalá fuera así de fácil cuando está en el montículo… Anotaríamos un par de carreras.

—Ojalá te ponche cuando pases a la caja.

—Tenemos que hablar sobre tus crecientes ansias de venganza. Eso no está bien —advertía Miyuki.

—Si aún tienen duda sobre nuestras palabras pueden llamarle a Mei directamente. Él no nos dejaría mentir.

—Directamente porque es un entrometido consumado que no puede callarse nada. —Kazuya sonrió nuevamente con más motivos que antes—. Ni porque tiene a una bestia con él cambia.

—Sí. Yo sé que se preguntan a quién se refiere Kazuya con «bestia». Habla de la novia de Mei; así la apodó.

—Kazuya, eso es horrible —regañó su madre.

—Me golpeó con pelotas de entrenamiento y su gante de cácher. Es digna de ese sobrenombre.

—Exacto. Es un milagro que todavía siga entero cuando se expresa de ese modo de la gente —profería Sora.

Ambos padres se veían, discutiendo en silencio el relato que les entregaron.

Hanan conocía a su hijo. Sabía que era un chico centrado que amaba el béisbol, que era malo cuando se trataba de relacionarse con otras personas; y que había sacado de su padre esa tendencia hacia lo arromántico. Era alguien que no caminaría fácilmente hacia lo carnal.

Luego estaba esa chica que recién conocía. No estaba cegada por la apariencia de Kazuya y estaba muy consciente sobre su cuestionable personalidad. Y en apariencia no lucía como una chica que se dejaría llevar por el calor del momento. De hecho, había mostrado su carácter al señalar el cuestionable comportamiento de su hijo y de aquel rubio despreocupado.

—Llamaré a Mei para corroborar lo que me han contado.

Miyuki lucía tan relajado como alguien que había burlado la condena ante un crimen que no podían probar. Y si tenía esa tranquilidad era porque sabía que Sora había hablado con Mei horas antes para que se apegara a su plan.

«Mei, fuiste muy ingenuo si pensaste que Sora no se cobraría este malentiendo. Era obvio que ella buscaría vengarse».

—Y ya que hemos tocado este tema. Sería bueno que tengamos esa charla —hablaba Hanan—. Los padres no podemos estar siempre detrás de nuestros hijos para evitar que cometan alguna estupidez.

—La prevención es la mejor aliada para los padres.

Sora y Miyuki intercambiaron miradas. Ambos en el fondo sabían a lo que se referían. Y no querían escucharlo.

—No se levantarán de esta mesa hasta que terminemos de hablar sobre educación sexual. —Hanan sonrió. Ellos querían escapar.

Necesitaba aire fresco. Requería de un escenario abierto que lo hicieran desconectarse de aquella bochornosa plática que fue dirigida por su madre como medida preventiva para evitar que enfrentara un embarazo adolescente.

Él podría ser muchas cosas, mas nunca un ignorante absoluto sobre relaciones sexuales. Que nunca haya intimado con una chica a ese nivel no significaba que no supiera qué era y cómo se usaba un preservativo. No obstante, no iba a confesárselo a su madre; eso solamente empeoraría su humor.

Apartó ese bochornoso episodio que lamentablemente vivió en compañía y se centró en quien había decidido, al igual que él, salir al jardín trasero.

«Se entretiene tan fácilmente».

Erika le sonrió antes de recostarse sobre el pasillo exterior y continuar con su tarea de coloreado. Amaba tanto pintar que podía pasar largas horas haciéndolo.

La pequeña que compartía su tono de cabello y ojos, era su media hermana sanguínea; hija de su madre y de su nuevo esposo.

Era extraño que pese a las escasas veces que se veían, ella siempre se mostró alegre y amable, como si fueran cercanos, como si fueran hermanos en regla. Sin embargo, no podía decir lo mismo de Makoto. Y aunque cuando se conocieron por primera vez lo halló cordial y tranquilo conforme pasaron los años la relación fue cambiando hasta adquirir tintes más discrepantes.

Kazuya conocía perfectamente que los motivos por los que ese chico pasó de saludarlo con camarería a esconder su hostilidad y comentarios mordaces detrás de una resplandeciente sonrisa; y le resultaban ridículos. Sencillamente no entendía cómo alguien podía molestarse tanto por no ser popular entre las chicas.

—¿Te duele la panza? —preguntó Erika.

Miyuki reaccionó. ¿Qué cara tendría para que pensara que su estómago era aquejado por un malestar?

—No. En lo absoluto.

—Haces los mismos gestos cuando papá come picante.

—Descuida. Estoy bien.

—¿Y tu novia dónde está?

«Después de la plática me salí de la cocina y ella se quedó... Dudo que continúe ahí. ¿Dónde se habrá metido?».

Podría tomarse unos minutos más antes de ir a buscar a Sora. Mas la conocía y sabía que si Makoto la molestaba de más alguien saldría lastimado.

Debía evitar más roces innecesarios con su madre.

Entró a la casa y la buscó. En la cocina halló a su madre y su esposo. Y para su tranquilidad, Makoto se encontraba en la sala viendo un programa de televisión.

Aliviado subió a la segunda planta. Estaba de pie, frente a uno de los grandes cuadros que embellecían el pasillo.

«¿Se ha quedado admirando un cuadro?».

Quizás también poseía un lado artístico que la hacía disfrutar de aquellas pinturas.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —interrogó como una manera de hacerse notar.

—Sólo unos minutos —respondió sin verlo.

Kazuya la encontró concentrada en aquel inmenso campo de tulipanes amarillos que se volvían más pequeños y difusos conforme más se alejaban de los ojos del espectador.

Una pintura sencilla, primorosa, que envolvía a quienes la mirasen con una extraña calidez y alegría.

Mas aquel impávido gris no fue conmovido por las intenciones del pintor. En esos ojos se refugiaba otra clase de sentimientos que él no podía descifrar con claridad.

—Las flores son el tema principal de todos estos cuadros —hablaba Sora, viéndolo al fin—. En el baño también hay pequeños cuadros.

—Bueno, sí. Mi madre ama las flores en todas sus versiones.

—Eso explica por qué no hay cuadros de otra cosa que no sean flores.

—Parece que no eres muy afecta a los tulipanes amarillos.

Sora odió su ojo observador. Y se culpó por dejarse atrapar por aquella flor que tantos recuerdos y sentimientos encontrados le producía.

—Pienso que son aburridos en comparación con otras flores —decía, girándose hacía un cuadro con girasoles—. El amarillo parece ser el color favorito de tu madre.

Su curiosidad existía únicamente para el béisbol y jugadores asombrosos; nunca para otros temas, nunca para otras personas. No obstante, aquella mirada que ocultaba algo parecido a la melancolía y la añoranza, le hizo preguntarse qué escondían aquellas flores color amarillo que tachaba de aburridas.

Nadie podía sentir tanto por una simple flor si no existiera algo profundo detrás de ello.

—Por cierto, ¿a ti te gustan las flores, Kazuya?

—¿Eh? —Parpadeó confundido—. ¿Qué te hace pensar que me gustan las flores?

—¿A los chicos no les pueden gustar las flores? —contraatacó—. A mi papá le gustan.

—Pues no es que me interese algo como eso. —Jamás pensó en esa clase de preferencias—. Para mí todas son iguales.

—Por cierto, ¿tu madre nos llevará de vuelta o nos iremos por nuestra cuenta?

El cácher se había preocupado tanto por cómo saldrían de aquel meollo que no visualizó aquello.

—Estamos algo retirados de donde vivimos.

—Traigo dinero para el metro o en su defecto, taxi o autobús —habló Sora—. Y si hace falta alguna excusa para irnos puedo pensarla rápidamente.

—Y decías que yo era el embaucador. —Sonrió al recordar cómo calló a Makoto. Realmente hubiera querido reírse—. Es temprano. Podemos irnos en tren.

—Entonces iré por mis cosas.

—Con que aquí estaban.

La intervención de Hanan cortó su plan de escape.

—Aprovechando que están aquí, ¿por qué no se quedan a cenar?

Kazuya no esperaba aquella invitación. Sus encuentros siempre fueron relativamente breves; una comida, unas cuantas preguntas y de vuelta a casa.

Quizás en el pasado, cuando era más chico, más inocente y esperanzado, aquel ofrecimiento lo hubiera alegrado profundamente. Porque no debía existir niño alguno que no deseara estar al lado de su madre; sobre todo después de que ella dejó la casa tras el divorcio. No obstante, en el presente que construyeron, aquella reunión ya no era necesaria.

—La verdad es que tenemos planes para más tarde —explicó Miyuki rápida y fluidamente. Cuando quería zafarse de alguna situación su boca se movía más rápido de lo que su cerebro procesaba la situación.

Yūki sintió el peso del tiempo y la presión de aquellos ojos ansiosos por escuchar aquel compromiso tan importante que los empujaba a abandonar su hogar. Y ante el silencio de ambos tuvo que hablar y rogar para que su excusa sonara realista.

—Mis padres quieren que lleve a Kazuya a cenar —inició con voz clara y confiada. Si se veía dubitativa sería atrapada—. Ya que en Navidad no fue posible a causa del campamento de invierno del club de beisbol. —Miró al involucrado y sonrió vagamente—. Lamento el inconveniente.

—¿Tus padres? —No imaginaba que aquella relación fuera tan formal hasta el punto en que sus padres invitaran a su hijo a su casa a cenar—. ¿Tanto estiman tus padres a mi hijo?

—Créalo o no, mis padres lo tienen en buena estima —contaba—. No es la primera vez que es invitado a comer.

—Sería grosero de mi parte que te forzara a quedarte cuando ya has quedado con los padres de Yūki-kun —expresaba para su hijo—. Ya será para la próxima ocasión.

—Por supuesto —declaraba el cácher con una suave sonrisa. El sentirse libre le devolvía aquel gesto festivo en sus labios.

—Gracias por la comida. Y una disculpa por los inconvenientes causados —Se inclinó sutilmente con educación, como señal de respeto—. Y descuide, atenderemos a sus advertencias y consejos.

—Es una decisión sabia de tu parte —felicitaba Hanan.

—Con su permiso pasaré a recoger mis cosas en la sala para retirarme en compañía de Kazuya.

Descendieron por las escaleras. Y mientras su novia recogía su bolso del pequeño sillón blanco, él la miraba, admirándose de la facilidad que poseía para hablar con elocuencia, para fabricar una mentira y vendérsela a cualquiera como una verdad incuestionable.

La labia era una herramienta tan útil como aterradora. Y Yūki Sora sabía cómo usarla a su favor.