¡Buenas tarde! ¿Cómo han estado? ¿Lograron ver el eclipse de este día? Si no lograron verlo —al igual que yo—, aquí les dejo un premio de consolación: la actualización de mi fic. ¡Disfruten de la lectura! Nos leemos después.

*Guest: Sí, sé que te quedaste con la intriga. Y así seguirá por un rato jeje. Y definitivamente Sora es el chico de la relación y a Miyuki le toca soportar jaja.


Perspective


Su andar hacia la escuela, desde su segundo año, siempre se halló acompañado del ruidoso oriundo de Chiba; quien se quejaba de Sawamura, de su idiotez y lo tonto que era por no ponerle más empeño a su relación con Wakana. Asimismo, lo molestaba con Sora y señalaba su torcida personalidad. Mas él se limitaba a escucharlo, a reírse ocasionalmente o soltar algún comentario que no figuraba como una oración decente.

Su relación era extraña. Porque si bien eran compañeros de equipo y de clase, podían definirse como algo más cercano sin caer en la denominación de amistad. Sin embargo, ninguno admitiría que su afinidad y cercanía se incrementó tanto por los sucesos dentro del equipo como por la llegada de la hermana menor de su ex capitán.

Yūki Sora había creado una dinámica nueva que los arrastraba a ambos lo quisieran o no. Y pese a que había otras tres chicas en el equipo no pasaba lo mismo; ellas se limitaban a sus deberes y a una que otra charla superficial que no desembocada en ningún tipo de acercamiento.

—¿Por qué tan callado? ¿Te peleaste con Sora? —irrumpió.

El cácher ya despabilado razonó su pregunta.

—No. No hemos peleado.

Jamás habían discutido. Ni siquiera su comportamiento de ayer dio pauta a alguna riña. Y eso era muy extraño. Hasta las mejores parejas tenían roces, problemas que ponían a prueba sus sentimientos. No obstante, ellos no habían atravesado por ello.

—Pues estás actuando más extraño de lo usual —dijo antes de tomar asiento, dejándolo con la compañía de sus pensamientos.

Sí. Definitivamente no estaba siendo el mismo de siempre. Pero no se debía a la visita que le hizo a su madre la tarde de ayer. El motivo recaía en Sora y su comportamiento antes y después de su cita.

No preguntó por la situación entre él y su mamá. Tampoco lo forzó a hablar. En cambio, fue paciente y empática; incluso se aventuró a subirle los ánimos a través del béisbol. Aquel gesto desinteresado lo sacudió, lo hizo notar que aquella estoica chica podía ser sumamente considerada y amable a su propia manera.

Quizás el que fuera así con él era el verdadero problema.

—Buenos días, Kazuya.

Nuevamente había sido tomado por asalto. En esta ocasión se trataba de la persona que lo encerró en su introspección.

—Buenas —soltó con una sonrisa burlesca.

—¿Y qué tal tus vacaciones, Kuramochi? ¿Algún avance con esa chica gamer?

—¡Ey! ¡Ya te dije que entre ella y yo no hay nada! —gruñó molesto—. ¡Es mi rival! Sólo eso y nada más.

—No seas tímido. Puedes confiar en mí para abrir tu corazón con respecto a esa chica.

—Molesta mejor a tu idiota novio.

—Según mi horario es tiempo de incordiarte a ti. A él le toca por la tarde.

—¡¿Cómo que horario?! ¡Fastídialo a él! —bufaba—. Ey, Miyuki, controla a tu mujer.

Kazuya no lo admitía abiertamente, pero disfrutaba de los predicamentos que Yōichi sufría gracias a su novia.

—Lo siento. Mi horario abarca desde las prácticas hasta después de la cena —mencionaba burlón—. En las mañanas es toda tuya.

—¡De ninguna manera! ¡Ella es tu novia, hazte cargo!

—Lo siento, no te escuché.

—¡Claro que lo hiciste! ¡Únicamente finges que no para no responsabilizarte!

Las clases, lejos de ser interesantes, bastaron para olvidarse de sus cavilaciones. Mas la hora del almuerzo le devolvió aquel vaivén de pensamientos.

—¿Hiji-kun? —Sora, extrañada por su presencia, saludó con un gesto de su mano—. ¿Pasa algo?

—Traje algo para ti, para agradecerte lo de ayer.

Kazuya era más consciente de su hazaña que la misma Sora. Seguramente para ella poner a un idiota en su sitio era tan rutinrio como lo era para él vestir su equipamiento de cácher.

—No tenías que traerme nada —dijo antes de encontrar una caja de almuerzo sobre su pupitre.

—Ya que ayer mencionaste ese platillo en particular supuse que te gustaba mucho.

Él presenció el nacimiento y culminación de una sonrisa sincera y entusiasta; un gesto producto de aquel platillo que tanto amaba su novia.

—¡Se ven muy bien! —Tomó sus palillos y pellizco un trocito. Disfrutaría de aquel manjar con calma y devoción—. ¡Está delicioso!

—Me alegra mucho que te hayan gustado, Yūki-kun —expresaba con la complacencia iluminándole el rostro—. Mis dotes culinarios no son tan altos. Pensé que quizás no estarían a la altura.

—Descuida. Saben muy bien. Te lo dice una experta en okonomiyaki —versó con un júbilo que Ayane sentía extraño, pero simultáneamente agradable—. ¡Muchas gracias!

—La agradecida soy yo.

—No pienso darte, Kuramochi. Aléjate de mi comida.

—Por envidiosa vas a engordar nuevamente.

Miyuki, al verla entendió que sus mañanas se volvieron más divertidas desde que ella llegó a su vida.

—Es gracioso que se torne tan expresiva con la comida —decía Ayane para quien observaba la escena en silencio—. Aunque tú también provocas muchos gestos en su rostro.

Para cuando él notó a Hiji ya estaba de pie, a un costado de su asiento.

—Se enoja con facilidad —atajó—. Por eso.

—Si lo hiciera ya hubieras sufrido las consecuencias como el chico de ayer. —Sonrió con una intención oculta—. Supongo que en el fondo también disfruta de que se molesten mutuamente.

Un largo trago a su botella de agua y una toalla alrededor de su cuello marcaron el cierre de aquella tarde de práctica. Una cena contundente y un baño refrescante le entregarían la libertad para irse a dormir.

Aseado y cambiado indagó por los alrededores del campus. Se aseguraría de que los pitcher estuvieran descansando y no inmiscuidos en prácticas nocturnas prolongadas.

Halló, como era usual, a Umemoto dentro del campo techado. Hablaba con Kawakami sobre el equipo, sobre las vacaciones de invierno; trivialidades que aligeraban el estrés de las prácticas. Siempre era de las que más tarde se retiraba del campus. Luego encontró a la segunda persona que no sentía el apuro por volver a casa.

Sus pasos lentos se dirigieron hacia ella con la finalidad de molestarla. Lo hacía diariamente; era un hábito adquirido que no desagradaba a ninguno de los dos, aunque no lo dijeran abiertamente. No obstante, ni siquiera pudo llamarla. Otra persona, ajena al club, había llegado, saludando animadamente a quien estaba abstraída en su teléfono celular.

—Desde el día que le trajo el desayuno ha estado viniendo a verla —comunicaba Kuramochi—. Hasta se van juntas.

—Yo lo veo normal. —Miyuki no notaba la anomalía en aquella interacción—. Llevarse con otras chicas será benéfico para ella.

Yōichi torció los labios. Él no tenía problema de que las visitas de Hiji Ayane se volvieron frecuentes; su malestar recaía en la otra chica que pululaba alrededor de Sora: Hayami Miu.

Kazuya no quería entrometerse en la vida personal del corredor; mas sabía que la pelirroja todavía causaba malestar en él por lo que no pudo ser.

—¡Sora, ya deja eso y vámonos!

La segunda chica se acercó a Ayane y Sora con una bolsa plástica llena de golosinas.

—¡Vayamos al parque a comernos todo esto! Luego podríamos ir por una soda —exponía Miu.

—Conozco un gran lugar donde puedes tomar una bebida mientras acaricias unos lindos gatitos.

—Es viernes por la noche. ¡Las chicas de nuestra edad deben disfrutar su juventud y divertirse!

—¿Viernes por la noche? ¡Viernes por la noche! —Sora se sobresaltó. El ubicarse temporalmente removió su memoria—. Lo siento. Será en otra ocasión. Tengo que ayudar en el restaurante. —Se abrió paso entre las confundidas chicas y las miró por encima del hombro—. Hasta la próxima semana.

Las chicas suspiraron resignadas. Se despidieron, dejando el área de entrenamiento con un profundo silencio.

—El viernes pasado también se fue de aquí por los mismos motivos —murmuraba Sachiko—. Tal vez haya temporada alta en su restaurante.

—He escuchado que se come delicioso ahí —añadía Kawakami—. Quizás un día debería ir.

—¿No sientes que ha estado algo dispersa desde que regresamos a clases? —Yōichi se estiró; sacudió su pereza.

—La noto como siempre —concluyó.

—La vi muy pegada a su celular estos días. Se le veía leyendo algo —sopesaba.

—Es lo que un acosador diría.

—¡No soy un acosador! —gruñó. Hasta lo pateó—. Quizás esté chateando con otro chico porque ya se cansó de ti.

Él no mentía en la parte que Sora se la pasaba pegada más tiempo a la pantalla de su celular de lo que era habitual para ella. Sin embargo, no creía que se debiera a la absurda conclusión a la que llegó Kuramochi. Seguramente estaba leyendo alguna novela policiaca.

Era un tema que no merecía demasiadas vueltas.

—Puedo conseguir el número de Hayami por si te sientes ansioso por las tardes.

Su descarada y sucia proposición sulfuró a quien hasta hace poco se reía ante una posibilidad que aún no ocurría.

—¡Si serás...! —Más furioso se sintió al escuchar su burlesca risa—. ¡Esta noche dejaré sin capitán al equipo de Seidō!

Habiendo sulfurado a Kuramochi se retiró, ansiando no toparse con ninguno de los ociosos pitcher. No obstante, uno de los de primer año se interpuso entre él y la puerta.

—Ya te dije que no voy a recibir tus lanzamientos —advertía para un energético Sawamura—. Vete a dormir.

Eijun frunció el entrecejo. Lo maldijo en la intimidad de sus pensamientos.

—Sora-senpai me dio esto. Me pidió que te lo entregara.

Miyuki tomó la suave toalla entre su mano derecha. Ignoró los gruñidos del menor y caminó tranquilamente en dirección a su habitación.

Recordó que aquella prenda fue la que usó aquel domingo para secarse el sudor; la misma que Sora le compró y la que creyó no volvería a ver.

Mas aquel día no notó el pequeño estampado que poseía.

—¿Un mapache?

Entonces recordó el otro sobrenombre que empleaban para digerirse a él y le fue inevitable no soltar una breve carcajada.

Dejó la toalla sobre su escritorio. Y encontró a Change-up durmiendo sobre su cama panza arriba.

—De un modo u otro te metimos nuevamente en los dormitorios...

No pudo dejar a la minina en su casa porque las ocupaciones de su padre lo imposibilitaban para que estuviera pendiente de ella. Lo mejor era que continuara bajo su cuidado.

Gracias a Sora pudo introducirla en su habitación. Le bastó con meterla dentro de su suéter para que nadie la notara.

—Despierta. —La movió con suavidad para que reaccionara y descendiera—. Usa el guante.

Él se acostó; y la felina aprovechó para subirse a la cama y acurrucarse a su costado izquierdo. Hábito que aprendió y reforzó desde que se la llevó a casa en vacaciones.

Mas su intento de dormitar fue interrumpido por la vibración de su celular.

No quería abrir su celular. Pero vio el nombre del remitente del correo electrónico recibido y lo revisó casi de inmediato.

—Makoto... ¿Qué es lo que quiere ahora?

El texto no interesaba cuando veía el archivo adjunto. Era la fotografía del colgante que su novia había extraviado. Era demasiada coincidencia que él hubiera sido la persona que lo encontrara.

—De cualquier forma, ya tiene uno nuevo. —Eliminó el correo. Aquello nunca existió—. Y lo mejor es que no vuelvan a verse.

El trayecto del autobús, así como sus caminatas hacía su casa, le habían servido para pensar, para analizar aquello que no comprendía; un término con el que alguna vez se valió para expresar alguna broma divertida. Mas ahora todo era seriedad.

Jamás se sintió cómoda en situaciones que no comprendía. Y lo que vio aquella noche se salía de su conocimiento, de su control, de su entendimiento; y por ello se sentía turbada. Investigó en internet por días. Dedicó horas de su vida tratando de comprender. Pero al final de cada tarde se decía a sí misma que solamente debía aceptarlo por más anómalo que lo señalara la sociedad.

Tampoco podía cuestionar directamente a la persona que dejó expuesta.

Se cansó de pensar tanto como de pulir el piso de madera. Su reflejo mostraba la resignación y el hastío.

—Eres bastante buena con las tareas de limpieza.

El causante de sus ociosas cavilaciones había llegado. No estaba solo, había un grupo pequeño de acompañantes.

—Está reluciente de limpio.

—Esa chica hizo un buen trabajo.

Los elogios por su excelente limpieza frenaron cuando ese grupo se dispersó para dirigirse a los vestidores.

—¿Qué es lo que quieres preguntarme?

Su cuerpo adquirió la rigidez de la piedra y sus manos ajustaron la coleta que retenía su oscura cabellera.

—Nada en particular, Kadenokoji-san.

Mentía. Él lo sabía. Ambos estaban de acuerdo con esconder las preguntas incómodas.

—Puedes irte —indicó con esos calmos ojos revisando un puñado de hojas—. La práctica iniciará antes; y seguramente se extienda hasta muy noche.

—¿Puedo quedarme a ver?

Él, movido por su petición, la miró. La seriedad en aquel rostro juvenil no daba pauta para creer que bromeaba.

—Sí. No tengo objeción.

Sentada, al margen de donde iniciaba aquel piso lustroso de madera, observaba a las jóvenes que sonreían mientras eran guiadas por sus parejas de baile.

—La primera vez que vi esto fue en los dibujos de Hiji-kun. Todos los bocetos formaban una coreografía llamativa bien ejecutada.

Mas la fidelidad que guardaba el grafito y el papel con los modelos reales, era hasta cierto punto, ofensiva.

La esencia de los movimientos, las llamativas sonrisas de ambos bailarines, la entrega con la que bailaban; todo era un concierto vibrante y colorido al que jamás se vio expuesta. Era una experiencia novedosa para ella. Tan refrescante como la brisa nocturna que soplaba alrededor del exterior de aquel salón subterráneo.

—Ya es tarde. —Tomó asiento a una distancia prudente de ella—. Deberías ir a casa.

Su idea inicial era la de abandonar aquel estudio. Sin embargo, se entretuvo viendo a las parejas que practicaban, siguiendo las indicaciones de Kadenokoji.

—Sí. Eso haré.

El tono de llamada, en un espacio cerrado y silencioso, se escuchaba fuerte y nítido.

—Estoy ocupada. Te llamo después —contestó con premura antes de colgar—. Lo siento. Lo pondré en silencio la próxima vez.

—Eso sonaba como a Re: write...—murmuraba como si quisiera convencerse de que no había errado en su conclusión.

Sora lo miró fijamente. No creía en sus palabras; era como si no existiera una persona real, aparte de ella, que conociera a esa banda. Y aún sumida en la incredulidad, habló:

—¿Los conoces? ¿Los escuchas? ¿Te gustan? —preguntó con enorme interés aproximándose hasta él.

La seriedad e inexpresividad fueron reemplazados por una tímida sonrisa y unos ojos que brillaban con el inocente candor de las estrellas.

—Sí —contestó para quien esbozaba una sonrisa en regla—. Los escuché por accidente hace un par de años atrás mientras esperaba en la estación del metro.

—¿Cuál es tu canción favorita? —Tapó su boca con ambas manos para controlar su entusiasmo—. Lo lamento. Me emocioné de más.

Se apartó, devolviéndole parte de su espacio personal. Había sido precipitada y demasiada confianzuda. Apenas y se conocían de nombre.

—Estoy sorprendido de que una chica de preparatoria los conozca —dijo, viéndola—. Es una banda, ¿indie? Bueno, conocida entre unos cuantos.

—¡Es que uno de mis mejores amigos toca ahí...! —explicaba—. Siendo más específica, él creó esa banda desde años atrás.

—¿Es el vocalista? —Ella asintió—. Sabe cómo hacer uso de su buena voz. En sus últimas canciones se nota un mejor control de esta.

—¡Sí! La última canción es la mejor que ha sacado hasta el momento —hablaba orgullosa—. Nunca deja de esforzarse.

La plática no cesó allí. Ambos intercambiaron opiniones sobre el grupo, sus fortalezas, lo que podría faltarles y lo que les depararía el futuro si continuaban creciendo y mejorando.

—Las diez...—Pasó de su reloj de muñeca a la chica que compartía su gusto por la misma agrupación musical.

—¡Tengo que irme! —Se levantó, guardando su teléfono y el trapo que cubrió su cabeza durante sus tareas de limpieza—. Al menos aún estoy a tiempo de agarrar el metro.

—Te llevaré a casa. —Ya de pie se encaminó hacia la salida—. Te lo debo por entretenerte.

Ella declinó inmediatamente. Sin embargo, él volvió a insistir ya estando en el estacionamiento.

La moto deportiva de tonos oscuros y carmesíes lucía imponente y solemne. Era una bestia dormida que rugiría cuando su dueño la encendiera. Y ella quería subir sobre ese animal de dos ruedas.

—Ponte esto. —Le entregó un casco azul rey—. Quizás te quede un poco grande; pero puedes ajustarlo.

Siguió sus indicaciones; desde cómo colocarse el casco hasta cómo debía subir y sujetarse para no caer.

El motor rugió. Y las calles que la separaban de su hogar fueron devoradas por aquellas pesadas ruedas. Se despidió de quien tuvo la cortesía de dejarla afuera de su domicilio. Y entró exclusivamente para desear haber demorado un poco más en llegar.

Quería saludar y subir a su habitación alegando que se encontraba cansada y no disponible para conversar. No obstante, ninguna de las dos mujeres se lo permitieron.

Su madre le sonreía. Ese era su código para decirle que debía acercarse a la sala, con ellas.

La mujer de edad avanzada la invitó a sentarse a su lado con un suave golpeteo sobre la superficie del sofá. Ella, sin más remedio se posicionó a su lado.

—Tu abuelo te manda saludos —indicó la anciana con una ligera sonrisa que hacía más notorias sus arrugas.

—Él no pudo venir porque tenía asuntos laborales pendientes —aclaraba su madre.

—Espero te haya gustado todo lo que te mandamos con tus padres. —Y su sonrisa se ensanchó.

Aquella mujer lucía elegante portando su kimono tonalidad vino y un peinado que recogía todo su cabello.

—Me ha gustado bastante. Muchas gracias —gratificó con una pequeña sonrisa—. Aunque ahora necesito más espacio para acomodarlo todo.

—Oh, cariño. Eso no es problema. Siempre podemos decirle a tu padre que te amplíe el que tienes.

—Traeré un poco de té y galletas —anunció su madre antes de retirarse.

—Y dime, ¿cómo te ha ido en tu nueva escuela?

Sora sabía que se vendría un interrogatorio. Por eso no deseaba quedarse a solas con ella.

—Muy bien —respondió rápidamente. Una pausa pronunciada sería contraproducente—. El nivel académico es bueno. Y hay diversidad en los clubes.

—¿A qué club te has unido? Espero que no estés nuevamente inmiscuida en el softbol.

—En Seidō no hay club de softbol —señaló—. Y al entrar de manera tardía no pude integrarme a ningún club. Pero afortunadamente el club de béisbol me recibió. Allí me desempeño como mánager.

Una disimulada mueca malogró la sonrisa de la anciana.

Ella sabía que su abuela no era partidaria de actividades masculinas. Siempre le remarcó que debía dedicarse a menesteres más femeninos como la danza, el ballet o la cocina.

—Supongo que eso es mejor a que estés practicando ese horrible deporte... ¿Cómo era que se llamaba?

Kickboxing.

Nunca dejó de reprocharle a sus padres que le permitieran practicar deportes tan violentes y poco convenientes para una chica.

—Igualmente me preocupa que estés rodeado de tantos chicos —retomó—. A esa edad las hormonas los vuelven insensatos.

Allí estaba el segundo aspecto con el que estaba en contra: estar rodeada de varones.

Había crecido rodeada de chicos; sus hermanos, sus mejores amigos, sus compañeros de equipo... Tenía tantos contactos masculinos en su celular que cualquiera pensaría que le gustaba ir de conquista en conquista.

—Una chica rodeada de tantos hombres nunca es bien vista por nuestra sociedad, Sora.

Las veía como unas cualquiera. Mas nunca lo expresaría explícitamente; siempre adornaba sus palabras para no escucharse tan ofensiva.

—Ninguno de ellos piensa en otra cosa que no sea béisbol —defendió—. Su única insensatez es entrenar hasta desfallecer.

No mentía. Esos chicos respiraban y vivían para el béisbol. Y sus intenciones hacia las chicas no escalaba más allá de querer algo, pero no tenerlo por falta de tiempo y real interés.

—Konomi me contó que Souh-kun está asistiendo a Seidō —contaba. Sora intentó mostrarse ecuánime—. Supongo que se integró al equipo de béisbol.

—Es correcto.

—Aprovechando que estaré unos días aquí, prepararé algo para que le lleves a él y su familia.

Se tensó. Y sus manos buscaron sus costados para asirse de la tela del sillón. Era evidente su negativa a hablar sobre él y su familia.

—Su familia viene seguido a comer al restaurante de mis padres —expresó en un intento por persuadirla—. Ellos ya están más que satisfechos de la comida tradicional japonesa. Y Souh come eso a diario... No es necesario, abuela.

—Mi sazón siempre les encantó.

Eso tampoco era mentira.

—Cocinaré algo para que le lleves a Axelle-san y su esposo —continuó—. Y traje algo que les encantará a las gemelas.

Cuando notó las dos anchas cajas blancas al pie del sofá comprendió que su visita no había sido casualidad; existían otros motivos detrás de querer pasar más tiempo en Tokio.

Fue ingenua al creer que su estadía era meramente para crisparle los nervios.

—Te recuerdo que Souh y yo terminamos hace casi un año atrás —comunicaba para quien tenía sus manos descansando sobre su regazo; aquella postura solemne, propia de quien está a la cabeza de la familia, podía llegar a ser intimidante—. No creo pertinente dirigirme a él tan deliberadamente.

—¿Por qué no? Debes seguir llevándote con aquel chico... Ya sabes, el hijo de aquel extranjero extravagante.

—Nos hemos hablado lo estrictamente necesario —atajó—. Lo mismo ocurre con Souh.

—Sora, ustedes dos eran inseparables. Congeniaban tanto que costaba trabajo creer que se conocieron hace tan poco tiempo atrás.

Otra afirmación que no podía debatir.

No solamente fue la distancia que los separaría y aquel desagradable acontecimiento lo que los orilló a terminar. Existió otro motivo; uno que estuvo a punto de devorarlos.

—Terminamos. Es lo único que importa.

—Y como no acabaron en malos términos puedes ir y entregarle esto que he traído desde Sendai.

Aquella anciana era necia. Y su autoridad era tal que prácticamente nadie se atrevía a debatir ni sus exigencias ni sus órdenes.

No quería una disputa familiar nuevamente. Así que tendría que tragarse sus objeciones.

—Cuando esté todo listo lo llevaré. —Se levantó con la intención de marcharse.

—Antes de que te vayas a dormir, quiero que me digas algo, Sora.

Quería esfumarse y dejarla con esa incógnita hundida en la frialdad de su pecho. Sin embargo, no podía porque ese despunte era visto como un acto de mala educación y la única que terminaría siendo señalada sería ella.

En aquella habitación no existía nadie que pudiera salvarla. Tenía que rescatarse a sí misma como siempre lo había hecho cuando la confrontaba a solas.

—Tu madre mencionó a un tal Miyuki-kun que viene seguido a la casa... ¿Acaso estás saliendo con ese chico?

Negar su relación con Kazuya era una grosería; una bajeza, una forma de fingir que sus momentos juntos nunca existieron. No obstante, aceptarlo conllevaría a que su abuela lo conociera y lo pusiera en una posición aún más incómoda que cuando estuvo frente a su madre.

—Somos compañeros de clases y amigos —contestó—. Estudiamos juntos ocasionalmente. Hablamos de béisbol. Y bromeamos entre nosotros. Lo que solía hacer tanto con Rei-chan, Ki-chan y Sae.

—Me parece bien.

Ella se alivió internamente. Le había creído.

—Ya puedes retirarte a descansar.

Sora acató la orden más que agradecida y se encerró en su habitación. Ya tumbada sobre su cama se preguntaba cómo sobreviviría a tener a su abuela en casa.

—Si únicamente es una semana puedo soportarlo...

Su salón de clases, hasta aquel día, siempre se había caracterizado por recesos tranquilos, casi silenciosos. Ningún alumno elevaba la voz y no existían roces gravosos. Sin embargo, en aquella hora de almuerzo, se encontraron tres rostros desconocidos que aparte de ser ruidosos saludaron a quien permanecía absorta en la pantalla de su celular.

Uno de ellos, el más alto y robusto, tocó suavemente el hombro de la desconectada muchacha. El expectante gris chocó contra el risueño marrón. Y la risa de los otros dos completó el encuentro.

—¿Fudo? —Se dirigió hacia quien la había hecho reaccionar—. Yamato, Toshio… No sabía que asistían a Seidō también. —Su asombro era legítimo—. ¿En qué clase están?

—En la clase 2-E.

—De hecho, nosotros tampoco sabíamos que estabas inscrita aquí.

—Nos enteramos por Miu-chan.

Miyuki y Kuramochi no pudieron ignorar a los desconocidos cuando entraron al aula. Era difícil no voltear a ver a tres sujetos que mostraban una anatomía robusta, digna de alguien que se ejercitaba apropiadamente en un arte marcial. Y simultáneamente estaban desconcertados de que platicaran tan familiarmente.

—Sus caras muestran tanta extrañeza. Pero es entendible. No están enterados de nada.

Sufrieron un sobresalto ante la intervención de Hayami. ¿Cuándo llegó esa pelirroja hasta su posición?

—Son viejos conocidos de Sora —contaba—. Su abuelo los entrenaba en su pequeño dōjō. Fue allí donde se conocieron.

—De allí nació su salvajismo —soltaba Yōichi burlándose de quien no lo escuchaba—. Ya desde pequeña era una amenaza.

—Ella se volvía realmente problemática cuando se juntaba con Kishō y mi tonto hermano —informó antes de suspirar. Necesitaba hallar su paciencia para no despotricar sobre aquella época que ese par ignoraban—. Menos mal que ninguno de los tres tiene tiempo para reunirse.

Kazuya ignoró la incomodidad de Kuramochi y lo platicadora que se volvió la pelirroja una vez que se unió a la comitiva de Sora y esos tres. Prefería pararse hasta el fondo, cerca de la última ventana mientras comía en silencio una barrita de maíz inflado; desde esa posición podía ver todo lo que ocurría en el salón de clases.

La participación de Hiji no fue lo que lo hizo abstenerse de terminarse su alimento poco saludable. Lo que interceptó su acción fue encontrar a Tatsuhisa formando parte de la plática.

Miyuki reconocía las habilidades sociales del francés. Ese desenvolvimiento verbal le había facilitado integrarse al equipo de beisbol tanto como le permitió incorporarse a aquel grupo conformado por su pareja y esos viejos conocidos.

Hubo risas. La de Sora también.

Si verla sonreír era considerado como un evento inesperado para alguien con un rostro tan neutral, escucharla reír era tan improbable como presenciar una lluvia de estrellas para cuando la noche llegara.

No se trataba de lo seria que fuera ella o de lo poco expresiva que era la mayor parte del tiempo. Era más bien cuestión de quiénes la rodeaban y de cómo reaccionaba ante sus interacciones.

No estaba ante una Sora ajena a sus remembranzas. Estaba ante una parte de Sora que le era desconocida; ante un matiz que emergió ante la ordinaria casualidad de un encuentro entre viejos conocidos.