¡Buenas tardes! Ya llegué para traerles una actualización pre navideña. Disfruten de este par que lentamente se andan enamorando. ¡Felices fiestas!
Spark
Las bajas temperaturas de febrero obligaban a los jugadores a portar su chamarra durante los entrenamientos y a las managers a elaborar bebidas calientes que ayudaran a recuperar el calor corporal.
Los chicos formaban pequeños grupos y hablaban sobre algún evento gracioso acaecido en su salón de clases o lo severos que se habían vuelto algunos profesores. Todos estaban aprovechando su descanso para reponer fuerzas.
Sora, quien todavía permanecía frente a la mesa que servía el chocolate caliente, escuchaba a sus compañeras hablar sobre su fin de semana. Y antes de siquiera servirse un poco de cocoa escuchó el tópico que siempre acompañaba al segundo mes del año: San Valentín.
Era el día en que las chicas le obsequian chocolates al chico que les gusta buscando la aceptación de sus sentimientos. Un compromiso obligado para quienes se encontraban en pareja. Un evento infranqueable para ella.
No era la primera vez pasando esa fecha en pareja. Sin embargo, sí era la primera ocasión que conocía a alguien que no fuera partidario del chocolate o las cosas dulces. Kazuya lo último que querría para ese día sería una barra de chocolate envuelta en papel brillante.
—Tal vez no le importe si no le doy nada —susurraba con sus labios pegados al borde de su vaso—. Si yo fuera un chico estaría más que complacido de recibir chocolates a montones.
—Eso es porque eres una glotona.
Derramó su bebida sobre la mesa. El gracioso que se acercó a ella desde atrás había esperado pacientemente para asustarla.
—¡Ey, eso dolió! —Queja nacida después de recibir un codazo—. A ninguna chica le gustaría tener a un salvaje a su lado.
—Como sea. —Limpió la mesa. Y decidió esperar a que se fuera para terminarse su bebida—. ¿Te peleaste con Kazuya y por eso has venido a mí buscando compañía?
—Claro que no, tonta.
—Entonces vete que quiero beber mi chocolate tranquilamente.
Yōichi lucía como un animal temeroso y herido buscando ayuda en quien podría darle caza.
—Déjame adivinar: una chica. ¿Cierto? —tanteó—. La declaración no salió como esperabas. Y ahora estás aquí pensando que febrero apesta tanto como San Valentín.
—En realidad fui yo quien la rechazó.
—Podemos ver series policíacas pa... ¡¿Qué?! ¡¿Qué tú rechazaste a una chica?!
Tapó su boca. No buscaba que todo Seidō se enterara de lo que pasaba en su vida personal.
—Vayamos a otro lugar a hablar.
No esperó a que aceptara. Se la llevó de allí con la boca bloqueada con sus dos manos. Una especie de secuestro exprés que nadie notó.
El campo techado a esa hora estaba vacío. Allí podrían charlar con seguridad.
—Esperaba escuchar muchas cosas sobre ti, mas nunca que rechazaras a una chica —expresó tan pronto como le quitaron las manos de su boca.
—Es que no la veo como una chica... Es como si fuera otra tú.
—¿Insinúas que soy un chico? —Pellizcó sus mejillas. Y él se arrepintió por no saber expresarse.
—Claro que no. Es sólo que... Bueno, no siento que nuestra relación sea la de un chico y una chica, sino más bien como la de un amigo y amiga. ¿Entiendes?
—¿No es más fácil decir que solamente la ves como una amiga y nada más?
No le dio nombre, pero únicamente había una chica con la que se relacionaba recientemente.
—Es la chica que conociste en el arcade, ¿cierto? —Él rechazó su mirada—. Pensé que ella podría gustarte; comparten gustos en común.
—Sora, no toda la gente con quien tienes cosas en común terminará gustándote. A veces se vuelven simples amigos.
—Ella se declaró. Tú la rechazaste. Fuiste sincero... ¿Cuál es el problema en todo eso?
Kuramochi sabía que tenía toda la razón. Sin embargo, era nuevo para él. Se sentía elogiado de que una chica se le declarara, mas sentía un poco de culpa por no corresponder.
A ambos les apasionaba los videojuegos. A ambos les gustaban los cómics y las charlas tontas y superficiales. No obstante, no coincidieron en lo sentimental.
—Obviamente el rechazo duele. Sin embargo, la sinceridad que le entregaste es invaluable.
¿Si había obrado bien por qué se sentía tan mal?
—Te sientes así porque le tienes cariño como amiga… No dejes que esa culpa te haga aceptarla —señaló con una severidad anómala para el corredor—. Solamente harán que ambos se hieran mutuamente.
—¿Por quién me tomas? Nunca cometería esa estupidez.
—¿Y cuándo pasó todo esto?
—El sábado que Miyuki desapareció mientras veíamos una película en su habitación —soltó con burla. Deducía que él se esfumó para encontrarse con ella.
—Y estamos en jueves... Poco tiempo —murmuraba—. Al menos aún te queda Souh para ir a jugar.
—Últimamente prefiere quedarse a abanicar más tiempo.
—Lo veo normal. Pronto iniciará el invitacional de primavera y quiere ganarse un puesto en el primer equipo.
—Por cierto, ¿por qué trajiste esa bolsa contigo? —Desde que estaba sirviendo chocolate tenía una bolsa de papel junto a ella—. ¿Pan?
—Más bien podría ser clasificado como un dulce. Se llama sfogliatelle.
—¿Sfo qué?
—Sfogliatelle. Es un postre italiano elaborado a base de hojaldre relleno con ricotta, crema pastelera, etc. —Comía gustosa. Nada perturbaría su degustación—. Es tan delicioso que no puedo parar.
Para Kuramochi saltaba a la vista que mantuvo en secreto aquellas delicias italianas para no compartirlas con nadie.
—Eso te sacará granos en toda la cara —Y podría seguir molestándola, pero se le ocurrió algo mucho mejor—. ¿Y de dónde los sacaste?
—Me los regalaron.
—¿Quién?
—Alguien.
—No es algo que encuentres en la panadería local. Tampoco creo que haya algún ocioso experto en cocina occidental.
Yūki terminó de comer y cerró la bolsa. Quería seguir disfrutando de aquel hojaldre, no aclarando sus dudas.
—Me los trajeron las hermanas de Souh —respondía—. Los preparó su madre.
Entonces conmemoró que anteriormente cuando conocieron al francés, este le había traído galletas de mantequilla.
—¿Qué pasa? ¿Quieres probarlos?
—En realidad, sí.
Sora con todo el dolor de su corazón le permitió tomar uno.
—Efectivamente sabe muy bien —hablaba con la boca llena—. Con razón te volviste adicta.
—Su mamá prepara cosas deliciosas. Desde comida francesa hasta italiana —contaba notoriamente feliz—. Además, Axelle-san es simpática y alegre; siempre tiene un tema de conversación.
Kuramochi sabía que, aunque Sora era vanidosa y femenina, no podía resistirse a un gran sazón y comida gratuita. Asimismo, sentía curiosidad sobre la relación que aún conservaba con la madre del francés.
—Oye, Sora.
—¿Qué pasa ahora?
—¿Ya pensaste qué darle a ese idiota por San Valentín?
Ella que no quería pensar en esa fecha llena de mercadotecnia y él recordándoselo.
—No es fanático del chocolate. Ya desde allí dio por perdido su regalo.
—Dale una práctica privada —sugirió burlesco—. Estoy seguro que querrá atrapar tus lanzamientos.
Él se carcajeó. Ella empezó a perseguirlo por todo el recinto.
—¡Deja que te atrape, pequeño pervertido!
Desde que tomó asiento tuvo un mal presentimiento. Todos cenaban en silencio, como si estuvieran fatigados de la práctica de la tarde, como si la comida estuviera tan desabrida que no valía la pena terminársela toda. Y el concierto de suspiros no amenizaba la situación. Entonces Kazuya recordó que algo parecido se suscitó el año pasado por las mismas fechas.
No quería burlarse de sus compañeros y las preocupaciones banales que los asaltaban, pero nunca consideró relevante en su vida aquella fecha en particular. Mas los dejaría estar porque eran escasos los momentos en que su cabeza no rebosaba de béisbol; un poco de distracción podría ser hasta benéfico para mejorar su rendimiento en los subsiguientes juegos.
—Va a pasar de nuevo. —Kanemaru no ocultó su frustración.
—¿Ha pasado algo malo? —preguntaba Sawamura de manera general a todos.
—Ignóralo. Sólo está exagerando —pedía Tōjō.
—El próximo martes se celebra San Valentín —contestaba Mimura.
Para Eijun no había relación entre esa fecha comercial y la lúgubre sombra que se cernía sobre sus compañeros de equipo.
—¿Chicos?
—Es porque ninguno de ellos recibe chocolates ese día. —La última persona que debía hablar, lo hizo, acompañado de una insolente sonrisa.
—Nadie pidió tu opinión, idiota —mascullaba Yōichi—. Maldito ególatra.
—Eijun-kun, en San Valentín las chicas le obsequian chocolates a los chicos que les gustan. También existe el llamado «chocolate de compromiso» que se le da a los amigos. —Ilustraba Haruichi—. Creo que cualquiera se emocionaría por recibir un chocolate por parte de una agradable chica.
—Menos mal Kominato no es como el ruidoso de Sawamura.
—Alguien entiende nuestro sentir.
—Si quieren chocolate deberían comprarlo por ustedes mismos —razonaba Eijun—. ¡¿Por qué me están mirando así?! ¡Haruichi, ayuda!
—Eijun-kun, tú te lo buscaste.
—Ya que de aquí la gran mayoría no recibirá ni un solo chocolate, deberíamos apostar por quién de los dos obtendrá más este año —sugería Kuramochi. Todos lo escuchaban—. Igualmente necesitarán una mano para comer todo lo que les den.
—A Miyuki le fue muy bien el año pasado. Obtuvo tantos chocolates que tuvo que regalarlos.
—Y con ellos se vinieron unas cuantas declaraciones.
—Este año tal vez no se corone como el Rey de San Valentín.
—¿Cómo que el «Rey de San Valentín»? ¿A quién se le ocurrió tan absurdo título? ¿Por qué me han apodado de esa manera? —Ni los sobrenombres que Sawamura le puso lo ofendieron tanto como ese—. No me ignoren. ¡Ey!
—Tal vez la corona este año pase a manos de Tatsuhisa.
—Es igual de popular entre las chicas. Hasta tiene su séquito de admiradoras.
Los involucrados miraban a todos y escuchaban. Sus objeciones no iban a ser consideradas por nadie. Ese grupo de beisbolistas querían endulzar su día a costa suya.
—Estoy completamente seguro de que será Miyuki el que obtendrá la victoria —señalaba Souh—. Por algo tiene un club de fans numeroso.
—No seas modesto, Tatsuhisa —intervino el cácher—. Que entre las de primero eres el más popular de los dos.
—Odio admitirlo, pero en esta ocasión estoy de acuerdo con Miyuki. —Sawamura causó revuelo y confusión ante aquel apoyo inesperado a su receptor—. Después de todo, un chico que tiene novia ya no debería aceptar el chocolate de ninguna otra chica. Tanto por respeto como para evitar malas interpretaciones.
Atónitos, impresionados. No cabían de la sorpresa ante la madurez y sensatez manifestada por quien jamás tomaba con demasiada seriedad lo que ocurría a su alrededor.
—Sermoneados por uno de primero, eh —expresaba Maezono.
—Sin embargo, tiene toda la razón —habló Kawakami—. Miyuki debería rechazar los chocolates por respeto a Yūki-kun.
El receptor consideraba que estaban exagerando un poco. Sora no se molestaría por algo tan superficial. Y casi apostaba que se comería todos esos chocolates muy gustosa.
—Vamos, no es para tanto.
—¡Miyuki, muestra un poco de decencia! —acusaba el de primero—. ¡Todos sabemos que eres un descarado consagrado, mas deberías controlarte un poco! Todos aquí lo haríamos. —Y la gran mayoría asintió para ejercer más presión social—. Puedo apostar a que Souh también lo haría de estar en tu posición.
—Nuestro capitán pese a ser un genio para el béisbol es un gran idiota para las situaciones más simples, así que, ¿por qué no lo ilustras un poco, Tatsuhisa? —Yōichi supo que era el momento correcto para evidenciar al francés—. Debiste tener varias conquistas en tu anterior escuela.
Souh no se sentía conflictuado con confesarle a todos que había salido con Sora y continuaban llevándose bien pese a lo que vivieron juntos. No obstante, prefería ahorrarse las explicaciones y la posible incomodidad que pudiera nacer entre el cácher, su ex pareja y él.
—Me haces ver como alguien que fue de novia en novia —criticó—. Cuando lo cierto es que solamente salí con una chica. Estábamos en el mismo curso. Mientras yo estaba en el club de béisbol, ella estaba en el de sóftbol —especificó con seguridad. No iban a relacionarlo con Sora—. Y cuando se llegó San Valentín, rechacé todos los chocolates que me ofrecieron. En ese momento solamente me interesaba recibir el de ella.
Los chicos estaban orgullosos por su actuar, como si hubieran presenciado ellos mismos aquel acto de caballerosidad y lealtad.
«¿Del equipo de sóftbol? Sora formaba parte de él… ¿O acaso ellos dos…? No. Tatsuhisa no parece del tipo que se sentiría atraído por alguien del temperamento de Sora», pensaba Miyuki, ignorando el cuchicheo que provocó la confesión del francés.
Kuramochi buscó alguna reacción en el receptor. Pero únicamente encontró su atención puesta en la cena que había dejado a medias por el debate sobre quién recibiría más chocolates. Entonces vio al rubio adornado de una sonrisa discreta que declaraba abiertamente que, aunque había expuesto la identidad de su antiguo interés romántico, nadie podía unir los puntos.
«Puedo apostar a que Miyuki considerará imposible que pueda fijarme con alguien con la personalidad de Sora. Así que agradeceré la superficialidad con la que me trata», razonaba Tatsuhisa.
—Ya lo escuchaste —decía para quien ya se encontraba entregando su charola—. Compórtate como un novio decente para variar.
—¡O tendremos que usar medidas correctivas! —gritaba Sawamura—. Tengo el permiso del líder para reformar esa torcida personalidad tuya.
—Tú solamente buscas pretextos para pasar sobre mi autoridad como capitán.
—¡Los infieles no tienen derecho de ser capitán!
—¡Que no lo soy, idiota! —Su paciencia siempre llegaba al límite con las ocurrencias de aquel escandaloso pitcher. Menos mal que era un pacifista encarecido.
Hace ocho días atrás se había convertido en la niñera personal de una pequeña de primaria y un adolescente insolente y hormonado. Un sábado en el que no pudo dedicarse a sí misma, pero que la mantuvo alejada de su hogar, de su abuela y sus consejos que no quería ni considerar. Y aunque el domingo tuvo una comida en casa de los Tatsuhisa, las pláticas fueron amenas, cotidianas, tan normales que nunca se sintió incómoda; y la comida fue un plus muy agradable.
Y este sábado tampoco le pertenecería enteramente a ella. Nuevamente era empujada por terceros a dejar su casa para pasar varias horas recorriendo chocolaterías.
Entendía que Miu quisiera, prácticamente obligarla, a comprar chocolate por San Valentín. Sin embargo, no imaginó que también arrastraría a Ayane.
—¡Sora, por acá! —La mano de Hayami se mecía con el ritmo de un parabrisas —. ¡Date prisa!
—Sora, buenas tardes —saludaba Hiji.
—A Kazuya no le gustan los dulces y el chocolate no lo apasiona. Por lo que... —Intentó escapar, mas su brazo estaba siendo estrechado por el de la pelirroja —. Tú ni siquiera tienes pareja ni te gusta nadie. No tienes necesidad de comprar chocolates.
—Tengo hermanos y un padre. —Justificaba.
—Y hasta arrastraste a Hiji-kun en todo esto.
—La verdad es que Miu no me obligó. Yo quise venir por mi cuenta.
—Ayane tiene novio —exponía —. Y quiere comprarle un delicioso chocolate.
—Comprendo... —Podía quitarse a la pelirroja sin demasiado esfuerzo, mas armaría un gran drama; prefería ahorrárselo —. Empecemos de una buena vez.
Sora se limitaba a seguirlas a cada tienda que entraban. Las acompañaba por los pasillos y les daba su opinión sobre los chocolates que pretendían comprar. Y sólo se sentaron para comer en un restaurante de comida rápida.
—¿Y qué le comprarás a Miyuki? —Miu mordió la mitad de su papa frita antes de continuar: —. Ya que es un adicto al béisbol algo referente a ello servirá igual. Supongo.
—Ya le obsequié una manopla para cácher. También una gorra y una camisa —enumeraba con los dedos de su mano izquierda —. ¿Un bate quizá?
—Muy grande y llamativo. Mejor algo casero. Un desayuno estaría bien; con temática de San Valentín —apuntaba Ayane.
—Olvídalo. Sora apesta para cocinar y tampoco le gusta... Tendría que practicar por meses y no tenemos tiempo.
El béisbol y la cocina eran las actividades predilectas de Miyuki. No tenía conocimiento si había algo más que le interesara.
¿Tenía algún género musical favorito? ¿Le gustaba leer? ¿Qué pasatiempos poseía? ¿Qué cosas le desagradaban? Lo conocía desde junio del año pasado y sin embargo desconocía puntos tan básicos sobre él.
—Tendrá que ser algo sobre béisbol. —Sorbió de su refresco. Quizás el golpe de azúcar la ayudaría a pensar en el presente más adecuado —. ¡Lo tengo! Estoy segura de que no tiene algo como eso.
—Dinos de qué se trata. No nos dejes con la duda —pedía Hayami.
—Un protector de pulgar. —Ellas no entendían a lo que se refería —. Es esto. —Buscó una imagen del producto para que entendieran —. Es una herramienta que mantiene los pulgares libres de lesiones. Y al parecer viene en tres tamaños diferentes y hoyos de ventilación.
—Qué objeto tan singular.
—Todos esos años rodeada de beisbolistas han rendido sus frutos —comentaba burlonamente la pelirroja —. Por algo eres una fetichista de beisbolistas.
—No imaginaba que tuvieras esa fijación. Con razón estás saliendo con Miyuki-kun.
—Debes explorar el resto de posiciones. ¡Ya van dos de la misma posición en tu haber!
—¡Qué no soy fetichista!
—Chicas, no quiero sonar paranoica. Pero... están viendo hacia acá. De la mesa que está del lado contrario, casi llegando al fondo.
Yūki y Hayami miraron con discreción hacia la dirección indicada. La segunda conocía al grupo de chicas.
—¿Las conoces, Miu? —preguntó después de que las tres se acercaran entre sí para tratar el tema.
—Sora, en serio me preocupas —suspiraba —. Esas tres chicas estuvieron con nosotras en la misma primaria y secundaria.
—¿En serio? No las recuerdo.
—¡Eso es porque siempre te juntabas con chicos! —replicaba —. De las pocas chicas con las que cruzaste palabra no debes ni recordar su apellido.
—¿Tenemos que preocuparnos por ellas? —Ayane quería estar prevenida —. ¿Son bullies?
—No. Eran más bien nuestras rivales —revelaba la pelirroja.
—¿Cómo que teníamos rivales? Nunca lo supe. —Sora acariciaba su mentón. Intentaba hacer memoria, mas no lograba rememorar a ninguna de ellas —. ¿Y por qué eran nuestras rivales?
—La castaña con enormes pechos se llama Yūka Maeda. Siempre intentaba ser la más popular de nuestro curso... Jamás lo consiguió —contaba elocuente —. Siempre me prefirieron a mí.
—¿Y las otras dos? —indagaba Ayane.
—La de gafas es Chika Aoki... De ella solamente sé que es amiga cercana de esas dos y que es una excelente cocinera —mencionaba —. La última, la que puede ser considerada la líder del equipo se llama Masumi Shinohara. Es la típica estudiante modelo de calificaciones impecables. Sin embargo, siempre terminaba en segundo lugar cuando salían los puntajes de los exámenes.
—El año pasado estuviste en primer lugar y ella en segundo —comentaba Hiji.
—Durante la primaria y secundaria jamás pudo ganarte. En Seidō pudo hacerlo porque no estabas —añadía Miu —. Mas ya le quitaste el primer puesto el año pasado.
—¿Y cómo alguien puede ser tu rival cuando no estás compitiendo contra ella? —Yūki no entendía esa rivalidad que por años desconoció.
—La gente es muy extraña. Se inventan rivalidades para darle sentido a su vida.
—Hayami, tienes agallas para hablar de nosotras como si te sintieras superior. —Maeda había llegado. No estaba sola —. No te creas solamente porque tus padres son adinerados y cumplen todos tus caprichos.
—Deberíamos ser más compresivas con ellas, Yūka. En tantos años y recién tienen a otra amiga con ellas. —Aoki ajustó sus gafas antes de obsequiarle una amplia sonrisa.
—Es lo que se ganan por sentirse tan engreídas —habló Masumi —. Sobre todo, tú, Yūki Sora.
—¿Yo? Ni siquiera te recuerdo. No entiendo por qué estás tan enajenada conmigo cuando únicamente me esforzaba por tener buenas notas. —Se defendió de quien la criticaba sin conocerla —. No tengo la culpa de tu frustración.
—Oh, me acabo de acordar de algo más sobre ti. —Hayami veía a Shinohara con una sonrisa divertida —. En primer año te gustaba un chico del club de béisbol. Siendo específicas: Miyuki Kazuya. Te confesaste y te rechazó... ¡Y qué bueno que lo hizo!
La pequeña mesa se tambaleó cuando las manos de Masumi se estamparon. No soportaría sus agravios, sus burlas.
—Y quizás lo peor no haya sido el rechazo, sino que hizo de Sora su novia.
Ayane temía que Shinohara explotara y quisiera pasar a la acción contra Hayami. Y Yūki ni siquiera intentó persuadir a la pelirroja para que dejara de atacar verbalmente a la chica.
—Hay que hacer algo o esto terminará mal. —Era más una súplica que una petición.
Sora conocía muy bien a Miu. Su rostro bonito y figura menuda eran la fachada perfecta para que todos la clasificaran como una persona encantadora, delicada y de naturaleza afable. Mas nada más alejado de la realidad. Era tan maliciosa como bonita; de su boca podían salir las palabras más alentadoras como las verdades más crueles y crudas.
Miu no sentía remordimiento en herir y destruir con sus palabras a quien se volviera una molestia para ella. Un rasgo tan propio de los que llevaban el apellido Hayami.
—Nunca debió interesarse en ti... Ni en esa carta ni en esos obsequios, ¡nada de eso fue cosa tuya! ¡Tú ni siquiera hiciste nada y aun así te aceptó!
—¿De qué están hablando? —Hiji no comprendía la situación.
—El año pasado una carta de amor fue dejada en la taquilla de Miyuki; una que supuestamente fue escrita por Sora. Posterior a ello hubo numerosos regalos con tal de conquistarlo.
—Fuiste tú, ¿no es así? Fuiste quien ocasionó todo aquel malentendido. —Se levantó, alertando a ese grupito—. ¿Esa fue tu brillante y cobarde manera para cobrarte los años de frustración que te hice sentir por nunca superarme en los estudios? —Se abrió camino, necesitaba estar frente a aquella que disfrutó propiciando una tergiversación que le trajo numerosos inconvenientes desagradables—. Patética.
Retuvo su muñeca. La privó de su ímpetu y frustró su deseo de abofetearla. Era bastante ilusa si creía que podría ponerle una mano encima.
—Aprendí a defenderme desde los seis años. No malgastes tu energía —informó con una sonrisa orgullosa—. Tu bromita pesada me ocasionó muchos problemas, sobre todo con las fanáticas de Kazuya que me acosaban. —Su mano apretó con más fuerza la obstinada muñeca que todavía luchaba por alcanzar su meta—. Podría darte una cachetada o un golpe en el estómago para que estemos a mano…
Masumi tiraba de su muñeca. La desesperación contorsionaba sus líneas faciales llevándola a buscar una salida de emergencia que no encontraría fácilmente.
La liberó. Shinohara cayó al suelo, recayendo todo su peso sobre su trasero.
—Si me hubiera enterado de esto hace unos meses atrás ten por seguro que te hubiera dicho un par de cosas más —decía sin retirar su atención de quien prefería quedarse en el piso—. Sin embargo, mi enojo no irá más allá de lo que previamente te he expresado. —Recogió su bolso antes de regalarle un último vistazo—. Aunque lo más gracioso es que no tuve que hacer nada para cobrarme tu jugarreta. Al final, el que Kazuya y yo nos convirtiéramos oficialmente en pareja fue mi mejor venganza, Shinohara-kun.
Ya no tenía más motivos para seguir intercambiando palabras con quien había convertido su temor en frustración. Salió del establecimiento acompañado de quienes ocasionalmente miraban hacia atrás, sonriendo victoriosas, orgullosas del escarmiento que se llevó aquella chica.
—¡Eso fue grandioso, Sora! —La codeaba Miu. Estaba orgullosa de su mejor amiga.
—Admito que estuve muy nerviosa sobre lo que pasaría cuando detuviste su cachetada. No obstante, lo demás fue genial. Le diste justo en el orgullo.
—La verdad no entiendo por qué Shinohara-kun se obsesionó con algo tan absurdo. Es decir, yo solamente obtenía buenas calificaciones por satisfacción personal. Nunca busqué humillar a nadie…
—Es evidente. Nunca has sido esa clase de personas ególatras —decía Miu. Estaba segura de sus conocimientos hacia ella—. Jamás te metiste con ella. Si se sintió inferior es cuestión suya; no tienes por qué lidiar con sus problemas mentales.
—La gente tiene comportamientos nefastos con o sin motivaciones. Y Shinohara-kun es el ejemplo claro de ello —expresaba Ayane para quien seguía analizando la situación—. Dejemos todo esto a un lado y vayamos a comprar el presente de Miyuki-kun para San Valentín.
Un mensaje de texto lo llevó de su dormitorio hasta aquel portón de madera. La promesa de hablar sobre el equipo con su anterior capitán y aquel secreto descubierto lo impulsaron a entrar. En la sala, donde la familia Yūki se reunía, encontró el televisor encendido reproduciendo una película en blanco y negro.
Sora permanecía sentada en el suelo, con los codos recargados sobre la mesita de madera que se ocupaba numerosas veces para cenar cómodamente mientras se disfrutaba de algún programa nocturno. Su hermano permanecía a sus espaldas, sentado en silencio en medio del sillón. Él aclaró su garganta para hacerse notar.
—Buenas noches, Miyuki —saludaba cordialmente Tetsuya—. Ven. Siéntate donde gustes.
El cácher tomó asiento al lado de su ex capitán. Mas el muchacho tuvo que ausentarse; su madre lo llamaba desde la cocina.
—No vas a creer lo que me ocurrió en este día. —Sora se posicionó a su costado. Estaban tan cerca que sus brazos se rozaban—. Apareció la persona que usó mi nombre para escribirte esa carta. La misma que te dejó todos esos presentes en tu escritorio.
—Es increíble que después de tanto tiempo todavía no aceptes que fuiste tú la que se esforzó tanto en conquistarme —hablaba con una sonrisa pronunciaba que se ensanchaba conforme la veía y notaba su mosqueo—. Puedes sincerarte conmigo.
—Tonto. —Un suave codazo mejoraría su humor—. Al final todo fue mi culpa. Indirectamente hablando.
A Miyuki ya no le sorprendía el actuar arbitrario de las personas; él mismo lo había experimentado de primera mano con aquellas chicas que no aceptaron ser rechazadas o los chicos que lo intimidaban y golpeaban durante la secundaria por su inconformidad. Lo inédito era que alguien creara y mantuviera una rivalidad tan ridícula por tantos años, culminándola con un plan infantil que buscaba su humillación.
—Tanta provocación para que al final me tuviera miedo.
—Si los chicos se sienten intimidados por ti, con mayor razón las chicas —evidenciaba—. Si ya te conocía era consciente de lo que podrías hacerle.
No podía discutir su punto. Desde que estaba en primaria y aprendió a defenderse demostró que pondría en su lugar a quien quisiera amedrentarla; lo haría a través de la fuerza o de sus palabras.
—No veo que tú te sientas intimidado por mí. —Sentía su tibia respiración compitiendo contra la suya entre más se acercaba a él—. O quizás seas un grandioso actor.
Kazuya tenía muy presente el alcance de sus capacidades físicas y lo mucho que estas podían intimidar a quienes la provocaran. Pero nunca sintió miedo, mucho menos intimidación. Quizá lidiar con abusones por tantos años lo había inmunizado.
—Si quieres asustarme tendrás que esforzarte aún más.
—Eres un tonto.
Y también un descarado. Porque había aprovechado su proximidad para besarla y morder suavemente su labio inferior.
Aquel gesto hecho por primera vez le provocó un cosquilleo. ¿Si lo repitiera volvería a sentirse igual?
—La cena ya está lista. —La ronca voz de Tetsuya los hizo saltar y separarse.
¿Los había visto besarse?
—Ah, sí. Gracias Tetsu. —Ayudarlo a colocar los platos sobre la mesita aminoraba lo vergonzoso de la situación—. Son hamburguesas japonesas... Espero te gusten, Kazuya.
—Sí. No tengo problema con ello. —Era desvergonzado, pero no al nivel de serlo frente a su ex capitán y hermano de su novia—. Deja te ayudo.
La pareja tomó asiento en el suelo. Estaban cómodos. El resto de la familia llegó con su respectivo platillo y una bebida.
Para los Yūki era muy normal reunirse en la sala a cenar viendo una película en un sábado por la noche. Para Kazuya era un evento curioso, hasta raro; él solía comer y cenar solo la mayoría de las veces cuando estuvo en casa. Aunque atesoraba con cariño las veces en que su padre se sentaba a la mesa con él y charlaban sobre su día, sobre el béisbol. Buenos tiempos que recordaba con calidez.
—Todavía hay más por si tienes hambre —indicaba la madre.
—Come bien para resistir los entrenamientos.
—Gracias. Mas ya estoy satisfecho. —Gratificó al jefe de familia.
—No seas tímido. —Tetsuya colocó otra jugosa hamburguesa en su plato.
—Si como otra vomitaré...
La promesa sobre hablar de béisbol y el equipo se cumplió para cuando se quedó a solas con Tetsuya. Intercambiaron opiniones sobre las complicaciones que se vendrían para el invitacional de primavera; así como esa revancha pendiente contra Inashiro.
Inevitablemente también surgió el shogi.
—No sabía que había alguien más aparte de Masashi que jugara contigo, Tetsu.
No había pasado tanto tiempo como para que olvidara a aquel pelirrojo que había dotado a su novia de una pistola de electrochoque.
—Oh, Kishō. Llegaste más tarde de lo esperado.
—Estaba practicando con los chicos —contaba previo a tomar asiento en un sofá—. Estoy muerto.
Miyuki aprovechó el momento de distracción para escapar de aquella partida. Pero no pudo ir demasiado lejos. Habían llegado cuatro ex compañeros suyos. Entre ellos estaban Isashiki y Kominato.
— De haber sabido que Miyuki estaría aquí le hubiéramos dicho a Kuramochi y los otros que vinieran. —Jun sonrió divertido.
—Seguramente lo invitó Tetsu para jugar shogi... O vigilarlo. —Ryūsuke nunca perdía el toque.
—Lo invité a cenar. Es todo. —Sora se desplazó hasta Kazuya, tomándolo del brazo—. Ahora si nos disculpan.
La habitación de su novia colindaba con la de aquel fanático del shogi. Y por ello Miyuki podía escuchar las ruidosas voces de sus antiguos compañeros de equipo. Y no entendía por qué se sorprendía de su reunión cuando era obvio que habían llegado a forjar una sólida amistad.
Sin embargo, lo más confuso era aquella caja de regalo envuelta con papel celofán rosa luciendo un moño blanco.
«Es muy grande para ser un regalo por...».
No quiso seguir pensando en que se trataba de un regalo, de su posible regalo por San Valentín. Pero si era sincero consigo mismo ella era detallista. Le había dado algo por su cumpleaños y navidad; no sería extraño que ocurriera lo mismo para aquella fecha tan rimbombante.
«La caja es más grande al estándar que se suele usar para un chocolate...».
Si era un chocolate tendría que aceptarlo. Y comerlo poco a poco.
No era fanático del chocolate. Mas no lo había expresado abiertamente. Y por ello no podía culparla por obsequiarle uno.
«¿Qué demonios estoy pensando?».
La puerta se abrió dejando ver a Sora. Sostenía una charola con dos vasos llenos de té de cebada y un paquete de galletas de arroz.
Quitó el obsequio y colocó todo sobre la mesita. Y mientras mordía una galleta tomó asiento a su lado.
—Descuida. No es chocolate.
Kazuya parpadeó. No había sido obvio con respecto a ello, ¿o sí?
—Son obstante, no es algo que puedas mostrar en público. No en su totalidad...
Demoró en reaccionar. Y cuando lo hizo estuvo a punto de atragantarse con su saliva.
La miraba ofuscado. No sabía cómo interpretarlo, o tal vez no deseaba hacerlo porque aquello podría significar muchas cosas.
—Lo descubrirás el miércoles cuando te lo entregue —comentaba tranquilamente.
—Quizás lo mejor sería que lo abriera aquí mismo...
Si no era chocolate, ¿qué podría ser? ¿Algo relacionado al béisbol?
—No es nada alarmante, Kazuya. Aunque quizás algunos chicos sean tímidos al respecto.
Entre más describía aquel presente, más se conflictuaba.
—No es nada pervertido, tonto.
—Yo no dije que lo fuera. Tú fuiste la que lo supuso. Así que tú eres la pervertida —señaló guasón. Burlarse lo relajaría.
—Puedes intentar convencerme para que te diga qué es… Te advierto que no es fácil persuadirme. Lo sabes.
Estaba tranquila. Su manejo verbal no era precisamente uno de sus fuertes. No habría manera de que él obtuviera la información que ansiaba. Lo creyó inocentemente hasta que el agarre alrededor de su mentón la guio hacia sus labios, entregándole un pausado y húmedo beso.
Miyuki mordió su labio inferior con mayor fuerza y ella emitió un quejido suave que él ignoró. Ella lo subestimaba y él iba a demostrarle que poseía sus propios métodos de convencimiento.
La suavidad de sus mejillas recibía la dureza de aquellas manos que se entregaban fielmente al béisbol desde hace años. La molestia de aquel juguetón mordisco fue olvidada cuando lo pausado y electrizante escaló hacia lo apasionado.
Ni Sora se negaba a sus besos. Ni él al darlos porque controlaba el ritmo y las pausas; y por ende sus reacciones.
El desasosiego de su respiración. El rubor de sus mejillas. Esa mirada fluctuante que únicamente lo buscaba a él. Todo ese conjunto de reacciones eran la corona de su victoria; la premiación a su capacidad, casi maliciosa, de despertar el deseo de la chica que fuera su pareja.
Era ese juego del cazador y la presa una costumbre descarada que adquirió cuando la atracción física demandaba un instante más privado cargado con un poco de emoción y diversión. Una trampa en la que él disfrutaba convertirse en el centro de deseo de quien veía esos pícaros besos como el boleto de entrada a una aventura mucho más carnal, mucho más íntima. Mas nunca consintió llegar tan lejos.
—Deberías rendirte y decirme lo qué hay dentro de esa caja.
Aquel susurro áspero que se coló por su oído la llevó a agitarse mansamente. Su voz había perdido sus matices infantiles y burlescos para consagrarse en un timbre que derrochaba sensualidad y provocaba escalofríos.
Fue esa misma frase la que rompió aquel dulce trance.
Kazuya la observaba desconcertado. Sora se había apartado de él valiéndose de un suave empujón de sus manos sobre su pecho.
—Admito que fue una artimaña digna de ti. —Inhaló y exhaló. Necesitaba calmarse—. No obstante, esperarás hasta el miércoles para ver lo que hay dentro.
Miyuki confiaba en que conseguiría su objetivo, que cedería con aquella inesperada sesión de besos. Estaba tan seguro de su éxito como de sus jugadas dentro de la cancha de béisbol.
Obviamente Sora había disfrutado de su momento a solas como anteriormente lo hicieron las chicas que conoció antes que ella. Mas había puesto punto final a su juego. Una contundente bofetada a su ego, a su seguridad de que reaccionaría y ambicionaría lo mismo que ellas.
—¿Eh?
Quien le había transmitido la misma pasión en cada beso entregado, acariciando su nuca y sus castaños cabellos, también le demostró que su orgullo y compromiso consigo misma la volvían infranqueable a su travieso plan.
Y más que frustrarse por su fallo, lo tomó como lo que era: un desafío. Uno que prometía divertirlo enormemente.
