¡Buenas tardes! ¿Cómo han estado? Espero que no se hayan enfermado de gripa como me ocurrió a mí… Dejando al lado mis achaques de edad, les traigo un nuevo capítulo. Disfruten de la nueva amistad que llegará a la vida de Sora y de las tonterías de Kazuya. Nos leemos próximamente.


Plans


La crisis fue contenida. El pastel fue comprado.

Las llamadas hechas, el dinero gastado, nada era excesivo para corregir su garrafal descuido. Todo era válido con tal de no arruinar el momento especial de quien ahora mismo estaba siendo sorprendida con una fiesta de cumpleaños.

—Siento mucho haber interrumpido tu entrenamiento de la tarde, Sae.

Se disculpó una vez que los chicos se retiraron con el preciado encargo.

—Eran meras prácticas. Nada realmente importante. —Su tono plagado de normalidad la tranquilizó—. Lo que realmente llama mi atención es que hayas tenido un descuido como este.

Ella frunció el ceño. Y retuvo el suspiro que expondría totalmente el porqué de su olvido.

—Eres muy meticulosa cuando has planeado algo. Los tiempos, el cómo debe hacerse… Tienes en cuenta todo para que no haya errores ni contratiempos.

Ella era tan enfermiza con el control que nunca conoció el pánico a la hora de concretar sus planes. Todo siempre estuvo en orden, tiempo y forma.

—He estado bastante ocupada últimamente.

—Mientes.

Ella debió recordar que quien la acompañaba esa tarde detectaba sus mentiras con una precisión espeluznante. A él no podía engañarlo tan fácilmente como a Kishō, Reiji o al resto de la gente.

—Yo realmente he tenido muchas cosas que hacer.

—Puedes seguirlo negando todo el tiempo que quieras. —La miraba de reojo. Sus ojos no iban a encontrarse esa tarde—. Pero ambos sabemos que está empezando a arruinarte.

No quiso rebatirlo. Había olvidado una promesa que hizo hace una semana atrás. ¿Cuántas cosas más habrá desatendido mientras se perdía en sus dolorosas ensoñaciones? ¿A cuánta gente dejó de escuchar realmente?

—No ha transcurrido ni un año. Y sé que fue un golpe tras otro… Sin embargo, ya estás lejos de ahí, de ellos. No puedes permitir que sigan gobernando tu estado de ánimo —profirió con mesura, suavizando las palabras que pudieran sonar demasiado altivas—. Si esas no son razones suficientes, entonces hazlo para evitar las preguntas incómodas que tanto aborreces. Y para que ellos no te descubran.

Haruno y Yui se acercaban, levantando sus manos para llamar su atención. Sachiko sonreía pese a estar peleándose con Kuramochi.

Entonces le quedó claro por qué Sae dijo eso último.

—Deberían estar en la fiesta, no aquí —expresó Sora una vez los tuvo enfrente—. Sobre todo, la cumpleañera.

—Eso mismo decimos nosotras. —Natsukawa asintió, viéndola con desaprobación.

—Los chicos nos comentaron que seguías aquí. Por eso vinimos a buscarte.

—¿Pensabas escaparte después de entregar el pastel? —cuestionaba Umemoto—. Muy mal, Yūki Sora.

—Chicas, seguramente está aprovechando para huir con su nuevo prospecto de novio —habló maliciosamente Yōichi—. Lo cual no debería sorprenderlas considerando cómo es Miyuki. Quien hoy se mostró muy amigable con esas lanzadoras.

Las mánager se miraron entre sí. No sabían si dejarlo continuar o aguardar a que terminara de escupir su veneno.

—Al final no pudo conseguir ningún número telefónico —contó Sachiko—. Prefirieron a Miyuki y a Tatsuhisa. Por lo que sigue un tanto resentido.

—¡Qué no lo estoy!

—Él fue su última víctima, ¿no es así?

—¿De esta escuela? Sí —respondió Yūki para Hayami.

—¿Víctima? ¿De qué están hablando ustedes dos? —Se le plantó al pelirrojo. No iba a ser intimidado ni porque fuera más alto que él—. No me gusta la actitud de tu nuevo novio.

—Kuramochi-kun, no creo que sea prudente que digas eso… Provocarás malos entendidos. —Yoshikawa estaba entrando en crisis.

—Déjalo, Haruno. Quizás entienda después de un par de llaves.

—¡Sacchin!

—¿Qué? Él se lo está buscando por no saber canalizar sus frustraciones.

—No soy su nuevo prospecto de pareja —habló Sae sosegadamente—. Sora y yo somos amigos de la infancia. Específicamente hablando es mi mejor amiga.

—Kuramochi —lo llamó Sora—, quieres comer pastel este día, ¿verdad?

—¡No le tengo miedo a tus amenazas!

—Ya cálmate. —Lo codeó, apartándolo de Hayami—. Él es mi mejor amigo de años. Asimismo, es uno de los hermanos mayores de Miu.

¿Cómo pasó por alto la tonalidad grana de su cabellera o esos claros ojos verdes? Era innegable la conexión familiar entre ambos. Mas sus personalidades eran tan contrastantes.

—Entonces te veremos por la noche —comunicó Sae para su amiga—. Llevaremos lo que falta.

—Quedarán deliciosos.

—¡¿Todavía piensas comer más después de lo que daremos en la fiesta?! —Yōichi estaba anonadado.

—Por supuesto.

Las chicas rieron. Él ya la consideraba como un monstruo gastronómico.

—Regresemos antes de que la comida se enfríe —expuso Yūki para las tres jóvenes—. Escuché que trajeron el pollo frito de una cadena muy popular.

—¡Ven acá, troglodita!

El campo de prácticas cubierto era testigo de la entrega de aquellos jugadores, que pese a haber concluido sus prácticas de la tarde, continuaban ejercitándose, presionándose un poco más a sí mismos. Lo harían hasta estar satisfechos, lo harían hasta que la mira del entrenador se posara sobre ellos y los seleccionara para formar parte del equipo principal.

El invitacional de primavera iniciaría durante el próximo fin de semana. Y los escasos días que les quedaban para prepararse le eran tanto insuficientes como desquiciantes. Ya necesitaban ser arrastrados al interior de aquel salvaje y deslumbrante tifón. Estaban sedientos de participar y probar el dulce sabor de la victoria.

Pero también se les había advertido que debían relajarse o arruinarían su desempeño.

—El pastel del cumpleaños de Umemoto estaba realmente delicioso. —Shinji recordó cada mordisco dado a tan esponjoso pastel—. Necesito uno de esos para mi cumpleaños.

—Entonces empieza a ahorrar. —Kawakami secaba el sudor de su nuca y costados de la cara—. ¿Qué? No me digas que no te diste cuenta de qué pastelería era.

—La pastelería se llama «CherryPoison» —dijo Tōjō—. Es una cadena bastante popular y grande en Tokio. Y sus pasteles son costosos por sus ingredientes de alta calidad.

—Tienen comerciales y mucha propaganda —agregó Kijima.

—Estaba bien. Pero era demasiado dulce. Y las frutas no eran tan frescas.

Todos ignoraron las críticas de su capitán.

—¿Será que tengamos la oportunidad de comer un pastel de esos próximamente? —Se preguntaba Maezono—. Quizás para el próximo cumpleaños de alguna de las chicas.

—Tengo entendido que Haruno cumple años en abril —expuso Kanemaru—. Natsukawa es de agosto…

—¡Nos está faltando, Sora-senpai! —gritó Eijun—. ¿Cuándo es el cumpleaños de ella?

Sawamura no era el único que apuntaba con la mirada a su descarado capitán. Todos lo veían detenidamente, aguardando por su respuesta. Esperando de mínimo que conociera ese detalle.

—Es imposible que no conozcas su cumpleaños, ¿verdad, Miyuki? —Norifumi le tenía un poco de fe.

—Después de todo, ayudó a organizar tu cumpleaños el año pasado —comentó Kenta.

—También lo llenó de regalos: cumpleaños, navidad y San Valentín —añadió Sawamura, condenando aún más al cácher—. No serías tan vil como para no saberlo, ¿cierto?

—Es obvio que él conoce perfectamente esa fecha. —Kuramochi sonreía astuto e inicuo—. No hay forma en que él no esté enterado de un dato tan importante. Siento que hasta debe estarle preparando su regalo.

—Y bien, ¿qué día es? —presionaba Eijun.

—Déjanos saber para al menos felicitarla como corresponde. —Las intenciones de Hisashi eran puras. Nadie las cuestionaba.

Miyuki olvidó que podía flanquearlos y abandonar el cuarto techado. Empero, la presión visual y social lo paralizaron.

La verdad lo liberaría, pero simultáneamente lo haría ver como un egoísta e insensible que no se interesa por conocer una fecha tan significativa de su pareja.

—Siendo sinceros…no sé cuándo cumple años.

La risotada de Yōichi fue el único ruido que se escuchó tras la confesión de su capitán. La gran mayoría estaban perplejos ante su ignorancia.

—Descuiden. Sora ya encontró su reemplazo. Ni siquiera sentirá la ausencia de Miyuki —relataba Kuramochi. Todos estaban muy atentos, apoyando en silencio esa sabia decisión—. Ya tuvo suficiente con el producto nacional, ahora irá por algo más occidental.

—¡Oh! ¡Kuramochi-senpai, ¿está hablando de ese pelirrojo alto que trajo el pastel?! —Sawamura necesitaba saberlo.

—Así es.

Su respuesta provocó una ola de susurros.

—Él la ayudó a transportar el pastel hasta el comedor.

—Escuché que eran amigos de la infancia. Por lo que se conocen de años.

—Es el hermano mayor de Miu-chan, ¿no?

—Luce un poco serio e intimidante, pero se ve buen muchacho.

—Mejor que nuestro capitán sí tiene que ser.

—Mira que no conocer algo tan básico como su fecha de nacimiento.

—¡Ey! Los estoy escuchando. ¡¿Y cómo es que saben todo eso si estaban entrenando?! ¡No me ignoren!

—Sí que los tienes bien puestos para quejarte cuando has sido el único culpable —señaló Kuramochi—. No pierdas el tiempo preguntándoselo a las mánager porque no lo saben y tampoco te lo dirían de saberlo.

—Te recuerdo que todo esto ha sido tu culpa.

Gracias a él lo estaban acribillando verbalmente.

—Y el resto de los chicos están en el mismo desconocimiento.

Jamás preguntó por los cumpleaños de sus parejas porque usualmente eran ellas quienes le proporcionaban ese dato. Y al igual que el paso de las estaciones, esos números fueron olvidados.

Su cabeza sólo conservaba las fechas de cumpleaños de sus familiares más preciados y aquella vieja amiga de la secundaria.

—Aunque sea por educación deberías preguntárselo —mencionó Kawakami—. Podría entristecerla un poco el que su pareja no muestre interés por su cumpleaños.

Suerte o desgracia, pero jamás le tocó regalar nada a las chicas con las que salió en preparatoria. No sabía cómo actuar en este momento.

—Tiene cara de que no sabes qué hacer —mascullaba Eijun.

—Es porque no tiene ni la más remota idea de qué debe hacer —aclaraba Kuramochi.

—Ey, tienen que estar de broma.

—Un genio para el béisbol, pero un incompetente para las mujeres. —Yōichi expuso lo que todos callaban—. Idiota, solamente tienes que preguntárselo.

—¿Por qué nadie me avisó que teníamos reunión?

Todos instintivamente voltearon hacia la puerta. El francés estaba acompañado de Haruichi y Furuya.

—¿Q-qué pasa? El ambiente se siente muy tenso. —Kominato se estaba arrepintiendo de ir a entrenar.

—Miyuki-senpai, estoy listo para que atrapes mis lanzamientos.

—¡Idiota, él no va a atrapar nada! —aulló Sawamura.

—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí? —Souh se alejó de esos dos pícheres que reñían y se acercó hasta los de segundo año—. ¿Es algo relacionado con el equipo?

—Si no quieres preguntárselo a ella, entonces dile a Tatsuhisa.

—¿Eh?

—Estoy más intrigado que antes —señalaba el rubio—. ¿Qué necesitan saber que sólo yo sé?

—Nada —intervino Miyuki—. No les hagas caso. Están siendo demasiado ociosos porque la siguiente semana empieza el invitacional de primavera.

Kazuya abandonó el campo techado. Y aunque no le molestaban los comentarios de sus compañeros de equipo, sí se quedó evaluando la situación.

—Hacerlo a través de un correo electrónico sería un tanto grosero, ¿no?

Podría de mínimo preguntarle qué día cumplía años y darle una felicitación cuando el día llegara.

—Será mañana en el descanso.

No era la impresionante vista ni la brisa casi primaveral lo que buscaba encontrar una vez llegado a la azotea. Lo que hallaba allí era la discreción. Las miradas impertinentes, los oídos chismosos y los comentarios sarcásticos quedaron atrás, en su salón de clases. Era perfecto para tener una plática tranquila sin interrupciones.

Empero, ese sitio también le evocaba recuerdos de un pasado no tan remoto. Instantes en que fue arrastrado y presionado para actuar y comportarse como pareja de quien ahora esperaba pacientemente a que se sentara a su lado mientras abría las cajas de almuerzo.

Las mentiras en ocasiones también se convertían en verdades.

—Los chicos tienen que estar nerviosos… El invitacional comenzará la próxima semana y aun podría haber ligeros cambios en el equipo de primera fila.

—Sobre todo Furuya y Sawamura. Han estado insoportables.

—Lo normal. Ambos quieren el puesto de as. —Probó un trozo de su tortilla de huevo y sonrió—. Es deliciosa.

—¿No es demasiada comida? —A su caja le faltaba poco para estallar.

—No me culpes. Mi madre no conoce la palabra moderación. —Podía quejarse y comer simultáneamente—-. Sino la quieres, la tomaré.

—Nunca dije eso.

—¿Te has peleado con Kuramochi?

Miyuki la miró, aturullado.

—¿Por qué piensas que me he peleado con él?

—Hemos venido aquí a almorzar, aprovechando su ausentismo —mencionaba—. Y durante los pequeños descansos no hablaron. Y siempre te está molestando.

Fue un idiota al olvidar que ella conocía muy bien su dinámica con aquel corredor en corto.

—Supongamos que lo que me estás diciendo es cierto.

—¡¿Cómo que supongamos?! ¡Es cierto!

Sora terminó su tortilla de huevo, limpió su boca y se centró en él.

—No me molesta comer aquí, pero ¿qué está pasando? ¿Hay alguien molestándote? Dime quién es y lo haré reflexionar al respecto.

—Sora, ¿por qué siempre tienes la idea de que se están metiendo conmigo?

—Los de tu especie siempre son perseguidos y amonestados. Es inevitable.

—¿Cómo que los de mi especie? —protestó.

—Y bien, ¿qué me ibas a decir?

—Siempre fingiendo demencia para tu conveniencia. —Exhaló resignado—. Mas lo que tengo que preguntarte es menos dramático.

—Estoy bastante intrigada.

Se acercó un poco más a él. Quería estar cara a cara para escucharlo.

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

Su interrogante era simple y directa. Y, no obstante, ella no pudo procesarla inmediatamente. Estaba perpleja.

«¿Acaba de preguntarme por mi cumpleaños?», pensaba Sora automáticamente.

Para ella un cuestionamiento como ese podría ser abordado en cualquier momento. Sin embargo, para él parecía ser una historia completamente diferente.

El que le diera tantas vueltas a algo tan sencillo le daba gracia y ternura.

—Mi cumpleaños es el 25 de marzo.

El sábado de la próxima semana sería 25 de marzo. Ya eran fechas del invitacional.

—Lo sé, es bastante desfavorable. —Alzó los hombros, indiferente—. Mas el lado positivo de este año es que me salvaré de protagonizar una fiesta familiar —contaba victoriosa—. Será el mejor regalo que recibiré este año.

Kazuya detectó su tono sarcástico que volvía su confesión algo extrañamente divertido. Asimismo, descubrió —sin buscarlo— que la relación con sus familiares, fuera de sus padres y hermanos, era tan escabrosa como para tratarla de indeseable.

Él también contaba con esos roces familiares. No podía juzgar su recelo a mantenerlos lejos; sobre todo en un día que muchos consideran como especial.

—¿Acaso me has preguntado porque estabas preocupado de que se te pasara mi cumpleaños? —siseaba—. ¿Quieres pistas para mi regalo ideal?

Ella bromeaba. Él lo sabía. Y aun así se sintió un tanto apenado.

—Un home run en la primera entrada es un regalo digno de mi talentoso novio. ¿No crees?

—¡¿Eh?! ¿No crees que es algo excesivo?

—Estoy muy segura de tus capacidades, Kazuya.

Su dedo índice instaló un cerrojo a sus palabras. Y sus labios, pintados de confianza y picardía, lo invitaban silenciosamente a que los probara.

¿Cómo elogios recibidos a lo largo de su carrera de beisbolista los convertía en coquetería tan ridículamente fácil?

—Seré una novia comprensiva. —Sonrió. Y sus ojos adquirieron un brillo perverso—. Algo preparado por las hábiles manos de mi novio también es digno de ser celebrado.

—¿No te bastaron todos esos granos de café?

—Nunca es suficiente cuando se trata de la comida que tú preparas.

Estaba abochornado. Y el motivo por el cual se sentía así era tan bobo como su infantil deseo de seguir probando todo lo que él preparara.

—Tu comida es deliciosa, ¡me encanta!

Otra vez una sonrisa. Esta vez coloreada de entusiasmo y sinceridad.

—Lo pensaré —musitaba. Odiaría que sus mejillas lo traicionaran.

Ella tal vez nunca vio ese tenue sonrojo, mas él supo que esos labios eran tan fríos como los últimos días de invierno. Y quizás fue esa frescura la que lo llevó a besarla una vez más.

—Ya es un avance —expresó satisfecha.

Miraba el reloj de pared de la cocina, cuestionándose si había actuado con prudencia la tarde anterior. Ayer mientras se despedía de los chicos, tuvo la idea de planear una reunión en casa para degustar de calamar a la parrilla; aprovechando la gran cantidad de moluscos que le fueron obsequiados a su padre días antes.

Fue una gran idea hasta que tuvo que organizarse y comprar todo lo necesario para aquel festín nocturno. Sin embargo, en aquella travesía no estuvo sola. Sus hermanos la ayudaron con las compras; y sus amigos se encargaron de tener listo el asador. Y mientras sacaba una mesa plegable al jardín para colocar los platos y vasos, el timbre sonó. Sus invitados llegaron antes de lo previsto.

—Buenas noches, Sora —saludó Sachiko—. Hemos traído algunas botanas para acompañar.

—Los dulces tampoco están de más —afirmaba Yui.

—¿Necesitas que te ayudemos en algo? —preguntó Haruno.

—No. Ya casi hemos terminado. —Las guio a la sala para que se sentaran—. Mientras los demás llegan pueden esperar aquí.

Yūki se marchó. Ellas se sentaron. Y a los pocos minutos hubo más invitados.

—Y yo que pensaba que Sora no sabía cocinar —señaló Kuramochi.

—No sabe —recalcó Kazuya—. Seguramente todo lo estén preparando sus padres.

—Miyuki, puedes retirarte. Nadie echará de menos tu presencia.

—Eijun-kun, no seas irrespetuoso.

—Miyuki-senpai, atrape para mí.

—¿Por qué invitaron a estos idiotas? —Yōichi ansiaba devolverlos a los dormitorios.

Miyuki también compartía el mismo deseo.

—Oh, no sabía que Sora tenía mascotas.

Yoshikawa fue cautivada por el felino que descansaba sobre el lomo del sofá.

—No tiene —comunicó Miyuki, enfocándose en el peludo animal—. Siento que lo he visto en alguna parte.

El gato descendió presuroso. Y sus intenciones de entrar a la cocina fueron frenadas cuando lo cargaron en brazos.

—Es Jasper. —Sora acariciaba la cabeza del minino—. Vayamos al jardín.

Una bebida fría y un calamar asado bañado en salsa y mayonesa eran los mejores acompañantes para esa noche tranquila. Un instante lleno de risas y anécdotas de los chicos del equipo era todo lo que necesitaban para el porvenir que les aguardaba.

—Esto no es solamente soja. —Al entrenado paladar de Miyuki no se le escapaba nada.

—Es una salsa especial que Sae prepara cuando hace calamares a la parrilla —comentó Sora—. Él los ama.

—Se nota que los adora tanto como tú a la pizza japonesa. —Había visto al pelirrojo comerse más de cinco calamares—. Aunque te gana en apetito.

—Habla menos y come más.

—Si me como otro, estallaré. —Tuve que rechazar un enorme calamar—. Espera, ¿te lo vas a comer? Ya llevas tres.

—La comida no debe despreciarse.

—Esa es solamente una excusa para comer más.

—Chicos, ¿qué les parece si jugamos Daruma Otoshi? —proponía Umemoto—. ¡Quiten esas caras! Aunque lo duden sigue siendo todo un fenómeno de ventas en las jugueterías de todo el país.

—Podrá lucir fácil, pero requiere de cierta técnica —defendía Yui.

—También podemos jugar Hanafuda. —Haruno estaba ilusionada de que le dijeran que sí.

—¿Por qué les gustan las cosas de señoras anticuadas y aburridas? —señalaba Yōichi seriamente—. Juguemos King of Tokyo.

—¡Yo pido ser Godzilla! —rogaba Kishō.

—Pido a Mothra —decía Sachiko sonriente—. ¡Tomaremos la capital japonesa aplastando a todos nuestros enemigos!

—No puedo decidirme entre Anguirus y Gamera. —Se debatía Sae.

—Podrías ser Ōkondoru, Kazuya.

—Me niego a ser un cóndor. Me quedo con Rodan.

Un juego ideal para las partidas frenéticas trajo con cada ronda concluida un nuevo rey de los monstruos. Y si bien algunos estaban satisfechos con sus victorias, otros más no se detendrían hasta almacenar la mayor cantidad de triunfos.

—No esperaba que Eijun-kun fuera tan competitivo en un juego que acaba de conocer.

—Es porque Furuya le ganó —dijo burlonamente—. Últimamente no soporta que le gane en nada.

Desde la sala escuchaban con claridad los gritos de Sawamura, las amenazas pasivas de Kuramochi y las risas de las chicas. Todos estaban tan metidos en convertirse en el rey de los monstruos que no notarían su ausencia hasta que terminaran de jugar.

—¿Esas aburridas revistas de cocina te han interesado?

Sora únicamente notaba la pila de revistas sobre le mesita de cristal. Kazuya lo que estaba sepultado bajo estas.

—¿Un disco? ¿Quién los compra cuando puedes tener las canciones descargadas en tu celular? —indagó socarrón mientras lo sacaba y veía su portada.

Ella se lo arrebató inmediatamente, escondiendo la portada con sus manos.

—Yo soy esa clase de personas anticuadas que le gusta coleccionar discos en físico. —Se apenó ante su infantil reacción.

—Tal vez vi mal, pero parecía ser un disco de The Back Horn.

La había atrapado. No podía mentirle.

—Sí. Es de The Back Horn…—Quería arrojar el disco y salir corriendo.

—Después de los gritos ensordecedores con los que nos atormentaste aquella vez para que hiciéramos nuestras tareas cuesta creer que podría gustarte una banda así.

—No eran gritos, era metal —objetó—. El caso es que conocí a esta banda por casualidad…y he estado escuchando su discografía.

Se negaba a revelarle que se interesó por esa agrupación porque la vio en su reproductor de música.

—Tiene algunas canciones interesantes.

—¿Como cuáles? —escudriñaba sonriente.

«¡Es obvio que me iba a preguntar al respecto! ¡De seguro cree que sólo estoy fingiendo que me gusta!», pensaba Sora.

Alejó el disco. Su portada monocromática era sencilla, pero a ella le gustaba.

—Hasta ahora serían Beautiful name y You're waiting —respondió. Sus ojos todavía permanecían en el listado de canciones del disco—. Las letras me resultan muy interesantes, casi ideológicas.

—¿Ya escuchaste Carpe Diem?

—Todavía no. Sin embargo, como el nombre me dio mucha curiosidad, investigué su significado —expresó, viéndolo—. «Aprovecha el momento presente sin esperar el futuro».

—Justamente.

No era una frase profunda adornada de redundancias, sino un sabio consejo que aminoraba la creación de dolorosos arrepentimientos.

—¿Y cuál es tu canción favorita, Kazuya? —Su interés era genuino.

—Adivina.

—Ey, eso es injusto. Tienen un gran repertorio.

Él sonreía como lo hacía cuando realizaba una asombrosa jugada que aniquilaba la moral del rival. Ella quería regañarlo por su escasa cooperación.

—Es prácticamente imposible que acierte…—suspiró resignada—. Pero diría que The World's Tree podría estar dentro de tus favoritas.

De principio buscaba molestarla, irritarla un poco por alarmarse tanto por encubrir un disco; cometido que duró hasta que enlistó sus posibles canciones favoritas.

No era el significado que guardaban sus letras, sino lo alejadas que estaban la una de la otra. No había escuchado un par de discos para saciar su curiosidad, sino que ahondó para quedar satisfecha. Se había comprometido tan seriamente con una tarea escasamente trascendental. Mas si se detenía a reflexionar, Sora siempre se entregaba totalmente a lo que fuera que hiciera; sin importar si la gente lo señalara de tontería.

—No. No lo has hecho.

No sabía si llamar casualidad o destino a que ella se interesara en su banda favorita. Sin embargo, no era tan malo tener a alguien que compartiera sus gustos musicales.

—Te dije que no lo descubriría. Así que dime cuál es.

—Te daré más intentos.

Quizás algún día se compadecería de ella y le revelaría su canción favorita.

—No quiero más intentos, tonto —bufó—. Mejor regresemos a jugar King of Tokyo.

Abandonó Seidō después de limpiar la última pelota de béisbol. Entró a su cuarto a ducharse con una velocidad que jamás poseyó a la hora de asearse. Había salido más tarde de lo usual, retrasando todo su itinerario del sábado. No podía perder más tiempo en menudencias. Aunque eso no la imposibilitaba de comer un grano de café cubierto de chocolate que tanto le fascinaba, y que racionaba con dolor y aceptación.

Sobre la línea Yamanote, en el barrio especial de Shibuya, encontró el lugar acordado donde se reuniría con aquella chica que la llamó un lunes por la noche: Harajaku.

Su retraso de quince minutos jamás sería notado. Allí solamente estaba ella, contemplando uno de los lugares de compras más populares de la ciudad; un punto de reunión usual para jóvenes de su edad y que no visitaría tan a la ligera.

—¿Y si se ha olvidado?

Su precipitada conclusión se derrumbó cuando la divisó.

—¡Yūki-kun! ¡Yūki-kun! —Sus jadeos rompieron la claridad y firmeza de su voz—. ¡Lo siento! ¿Esperaste mucho?

—No.

La verdad es que hasta ella había llegado tarde. Algo imperdonable porque era aliada de la puntualidad.

—Me distraje ayudando a mi mamá. Por eso se me hizo tan tarde.

—Lo importante es que llegaste. Lo demás viene sobrando. —Se giró hacia ella porque se sintió escudriñada ante sus ojos—. ¿Pasa algo?

—Perdón. No era mi intención hacerte sentir incómoda. —Se cruzó de brazos y sonrió—. Es que luces muy bien…es decir, eres buena combinando tu ropa.

Era extraño recibir piropos de una chica. Mas no quiso fijarse demasiado en ello.

—Desde pequeña mi abuela siempre me enseñó a combinar todo lo que me ponía —contaba—. Ropa, zapatos, accesorios, bolsas…

Y estaba tan acostumbrada que ya lo hacía automáticamente, aunque no fuera su intención salir coordinada.

—Tu abuela debe ser una señora muy elegante.

—Lo es. Jamás la he visto mal vestida.

—Sé que te estás preguntando por qué una completa extraña te ha invitado a comer, prácticamente de la nada.

—No quería verme tan agresiva y preguntarlo directamente, pero ya que has tocado el tema…—Ansiaba respuestas—. Dime que no ha sido idea de mi madre.

Jung parpadeó. Y agitó sus manos para acentuar su negativa.

—Menos mal. Porque hay veces que hace cosas innecesarias.

—Eso debe de ser un mal de todas las mamás. Porque la mía también lo hace... Descuida, esto no ha sido planeado por mi madre.

Saberlo la tranquilizaba.

—Si te invité a salir fue porque quería conocerte un poco más.

Sora estaba perpleja. No la comprendía.

—¿Conocerme? No soy precisamente una persona demasiado interesante —confesó—. En menos de dos minutos sabrás que me encanta comer y soy adicta al café. Y allí habrá terminado todo.

Ha-neul rio suavemente. Su reacción le había parecido tanto infantil como defensiva.

—Al menos déjame invitarte a comer ya que te he hecho venir hasta aquí.

Podía regalarle un «no» tajantemente y regresar a casa sin remordimiento. No obstante, sería grosero de su parte cancelar la salida justo cuando ambas estaban lejos de su hogar.

—¿Y cuál será el menú para este día?

Jung sonrió candorosa y susurró:

—Lo sabrás pronto.

El título despertó su curiosidad. Los colores llamativos que endulzaban la entrada le advertían que cuando cruzara esas puertas carmesíes se hallaría en un mundo totalmente diferente. Y no erró con ese pensamiento exagerado.

Era probablemente el lugar más colorido que haya visto en su vida. Se sentía como en un parque temático donde cada área del café representaba un tema diferente.

Llamativo, vibrante, casi psicodélico, tan alejado de lo cotidiano y la rutina. Tan inesperadamente extraordinario que no podía dejar de observarlo. Era como una niña pequeña que recobraba la chispa al ver los regalos bajo el árbol de navidad.

—El Kawaii Monster Cafe es una de las cafeterías más grandes de Tokio. Y fue organizada por un director de arte llamado Sebastián Masuda —compartía Ha-neul con su atenta receptora—. El concepto de esta cafetería es «Nuevo Tokio que nunca hemos visto» y está dirigida a turistas extranjeros.

—La chica de la entrada nos dijo que estábamos entrando en el interior de un monstruo.

—¡Así es!

Miraban el menú en el Ipad que amablemente la mesera les entregó. Y la indecisión las abordó a ambas.

—La pasta arcoíris me intriga —musitaba Sora.

—No debes preocuparte. ¡Todo sabe delicioso! —afirmaba—. Además, al final te regalan una membresía que te permite entrar gratis la próxima vez.

—Conoces muy bien el funcionamiento de este café. Entonces recomiéndame algo delicioso.

Ninguna comida estaba completa sin su respectivo postre. Un perfait arcoíris llegó a darle sabor y color a sus vidas.

—El baño es una locura… Y el lavabo con pelotas saltarinas es muy bonito —contaba Sora con una suave sonrisa—. Y hay una sala de té.

—Y una columna de macarons —añadía Jung—. Es un sitio muy agradable.

Durante su comida intercambiaron anécdotas escolares. Abordaron la escasez del tiempo gracias a las tareas y las actividades extracurriculares que realizaban.

En Seidō se enorgullecían de su béisbol. Y en el Instituto Tsukuba triunfaba el voleibol masculino. Mientras Sora realizaba actividades físicas y se relacionaba con una cantidad casi absurda de chicos, Ha-neul debía vigilar los clubes y organizar los festivales escolares.

Una disfrutaba pasar al restaurante de sus padres a comer gratuitamente. La otra encontraba gratificante ayudar en el negocio familiar.

—¿Y tienes hermanos?

—Dos. Uno mayor y otro menor. ¿Y tú?

—Soy hija única —explicó decepcionada—. Siempre quise tener una hermana o hermano.

—Es muy divertido tener hermanos.

Los buenos momentos vividos con aquel par apoyaban su postura.

—Otro motivo por el que te traje aquí, fue para que habláramos con un poco más de privacidad… No quería que mi madre escuchara.

Ha-neul no dejaba de desconcertarla.

—Sobre la noche en que nos conocimos… Quería advertirte sobre esas chicas. Son un poco desagradables y un tanto rencorosas. Y no quisiera que por mi culpa te pasara algo.

Se quedó procesando su inesperada preocupación. Alguien que conoció por el capricho de los cielos ya ni debería figurar dentro de su vida y, sin embargo, la había invitado a comer a un café exótico para expresarle el predicamento que la carcomió por días.

—Puedes estar tranquila —aseguró—. No hay forma en que puedan lastimarme. Contrario a lo que piensas, yo soy el verdadero peligro para ellas.

A Jung le costó creerle. Mas cuando la miró fijamente entendió que estaba contándole la verdad.

—He dedicado gran parte de mi vida a aprender defensa personal. Unas mocosas como ellas no podrían golpearme, aunque así lo quisieran.

—Tan ruda y con una apariencia tan frágil. —Se le escapó decir—. No fue con mala intención.

—El que me vea inofensiva es muy positivo para mí. —Y estaba tan agradecida de dar esa impresión—. Ayuda a que bajen la guardia.

Sora estaba esperando a que pasara del asombro al miedo. Aguardaba por la excusa que ocuparía para irse con la falsa promesa en el aire de que la llamaría para una próxima reunión. Pero únicamente encontró dos ojos refulgiendo como estrellas en el inmenso y oscuro firmamento.

Era ella quien se pasmó.

—¿Y qué clase de arte marcial practicas? ¿Has roto algunas narices? ¿Si les permiten hacer uso de la fuerza para defenderse a sí mismos? —examinaba incansable con un hambre feroz por saciar su curiosidad.

Ya la consideraba totalmente un espécimen extraño.

—¿De verdad me estás preguntando eso?

Cuando se relacionaba con chicas siempre evitaba hablar sobre su habilidad para generar dolor físico. No les interesaba, las incomodaba, la criticaban por ser de esa forma siendo una chica. Y todo se complicaba aún más cuando mencionaba el béisbol. Así que siempre se movía entre chicas familiarizadas entre una de las dos temáticas. De esa forma siempre había algo de qué hablar.

Empero, Ha-neul no caía dentro de ninguna de esas dos categorías.

—¡Por supuesto! —asintió—. Sobre todo, porque hablamos de ti.

—¿De mí?

—¡Sí! Eres una chica fuerte capaz de poner en su lugar a cualquier pesado mientras luces bonita y glamurosa. ¡Eres increíble!

Nunca concibió la posibilidad de que alguien ajeno a su círculo más íntimo elogiara tan clara y sinceramente lo que ella era, lo que podía hacer. Le entregó admiración y respeto.

—También podrías hacerlo si entrenas.

—Mi escasa coordinación no está de acuerdo contigo. Aparte soy un poco perezosa —mencionaba con amargura—. Por eso admiro y respeto a las chicas que tienen la firmeza de entregarse al deporte.

«Técnicamente estamos en la misma situación… Mi único ejercicio es perseguir a Kuramochi por todo el campo de entrenamiento para castigarlo por sus groserías», cavilaba Yūki con abatimiento.

—Si aun tienes tiempo podemos ir a Takeshima-dōri —propuso con su mano dentro de su bolsa, lista para pagar—. Tienen unas crepas deliciosas y emblemáticas.

Sora husmeó en su cartera. Estaba feliz de llevar consigo el dinero de año nuevo que le dieron sus abuelos.

—Una visita rápida a todas esas tiendas de ropa no nos harán daño —estipuló Yūki.