¡Buenas tardes! Espero estén teniendo una linda semana. Y si no es así, aquí les traigo algo para que se endulcen un poco. ¡Nos leemos la próxima!


Hits different


Era agradable la frialdad de sus delgados dedos infiltrándose entre sus mechones castaños. Era casi tan fresco como sus carnosos labios que toleraban sus traviesos y ocasionales mordiscos. Mas no eran tan reconfortantes como el aroma afrutado que se desprendía de su cuello combinándose con la fragancia de su champú.

No era la fiebre la que lo impulsó a besarla, atrayéndola pausadamente hacia su cama, sino sus palabras que todavía se reproducían en su cabeza como una canción pegajosa que difícilmente pasaría de moda. Creyó que podría ahogarlas entre furtivos besos y los roces ocasionales de sus manos sobre sus mejillas.

Fue ingenuo. Porque cuando era arrinconado por sus vibrantes ojos era incapaz de negar la veracidad de sus palabras. Cuando se perdía en ese intenso gris se sentía cohibido, incapaz de lidiar apropiadamente con alguien que dirigía sus palabras hacía él con tanta honestidad.

Había contrariedad en su interior. Ansiaba que fuera una mentira maravillosamente orquestada para alejar su desasosiego. Asimismo, necesitaba que algo de todo lo que le habían dicho a lo largo de su vida fuera verdad.

—Y tanto que odias que te vean sin lentes.

Recostados sobre aquel suave colchón se refugiaban en el crepúsculo artificial nacido de la tenue luz filtrada entre las persianas y la silenciosa oscuridad que era testigo de su encuentro.

Sus narices casi se rozaban. Sus respiraciones acompañadas se normalizaban. Mas sus mejillas ardían en rojo y vergüenza. Se congelaron. La precipitación que los hizo volcar lo racional para abrazar su lado primitivo y visceral se estaba yendo.

—Tu fiebre va cediendo.

Su frente descubierta tocó la suya. Y su forma tan rudimentaria para medir su temperatura le dio gracia. Sonrió socarronamente.

—¿A esta distancia puedes verme bien?

—Claro que sí. No estoy tan ciego.

—¿Todavía te duele la cabeza? ¿Y el cuerpo cómo lo sientes? —preguntó abriendo la distancia entre ambos.

—Al fin mi cabeza ha dejado de sentirse como una bomba a punto de estallar —expuso burlesco—. Y el cuerpo todavía me duele como cuando vine a entrenar aquí la primera vez.

—¿Cómo fue llegar a Seidō por primera vez?

—¿Mi primera vez en Seidō?

Sinceramente no había vuelto a pensar en su primer año. Menos ahora que se encontraba en su último año de preparatoria. Pero ahora que lo mencionaba no pudo evitar recordarlo todo bruscamente, como una lluvia que se arrecia hasta desbordar los ríos.

—Tuviste que mudarte de tu ciudad natal hasta Kokubunji —habló Sora un tanto pensativa—. De vivir con tu padre a permanecer en un dormitorio con tres desconocidos debió de ser un cambio de aires muy brusco.

—No diría que fue tan complicado como lo pintas.

—Vamos, no seas orgulloso y acepta que echaste de menos tu hogar y a tu padre. —Su dedo índice se enterraba suavemente en su abdomen persiguiendo esa verdad en sus castaños ojos—. ¿Y cómo eran tus compañeros de cuarto de aquel entonces?

Él suspiró, atrapando esa mano hiperactiva entre la suya.

—No eran tan parlanchines como tú.

Sintió el tirón de su mano para liberarse de su agarre. E instintivamente la miró, extrañado. ¿Aquel comentario la molestó?

—¡Lo estaba olvidando! —Se levantó apresuradamente buscando con desesperación su celular que no dejaba de sonar—. ¡Ya regreso!**

Kazuya se arrastró hasta la orilla de su cama. Se estiró para alcanzar sus gafas y aprovechó para echar un vistazo alrededor. No halló a Change-up por lo que debía estar en la habitación de alguno de los chicos para ser cuidado en lo que él se recuperaba. Al sentarse, encontró todo más ordenado, más limpio. Ni Kimura ni Okumura pudieron haberlo hecho; solamente una persona pudo ejecutar una tarea así.

El culpable apareció bajo su puerta, cargando dos cajas de almuerzo y una bolsa plástica con bebidas.

—Por poco olvido que había pedido la comida. Menos mal me llamaron por teléfono. —Bajó las cajas de madera al pie de la cama y sacó las botellas de té—. Las gachas de arroz no van a satisfacerte. Por ello esta vez traje algo más consistente.

Sora destapó la caja, ofreciéndosela.

—Sé cuánto odiaste que esta mañana te diera de comer. Así que te dejaré hacerlo por ti mismo.

—Esos son los almuerzos de tu madre…—Reconoció inmediatamente las generosas porciones—. No tenías que hacerlo.

—¿Por qué? Ambos tenemos hambre a esta hora. —No esperó por él y comió su primer trozo de tortilla de huevo—. La calidad de la comida es importante para una recuperación más exitosa.

—No estaba hablando de esto.

—¿Entonces?

—De la habitación.

—¿Qué tiene?

Él torció el entrecejo. Ella bebió de su té para aliviar su garganta seca.

—Limpié un poco. Es todo —expresó tranquilamente—. ¿Puse algo donde no debía?

—No. Todo está perfecto.

Comía, degustando con apuro el sabor de cada ingrediente. Su condición atrofió sus pupilas gustativas. No disfrutaba plenamente de su comida, pero era obligatorio comer o su cuerpo mermaría en fuerza.

—Me alegra.

Miyuki pasó de su colorida comida a quien degustaba entusiasta cada pequeño bocado. Se preguntaba qué es lo que realmente motivaba a una persona a actuar como ella lo hacía desde que se enfermó. Había madrugado para traerle gachas de arroz porque sabía que no había cenado y existía la posibilidad de que tuviera hambre. Lo sacó de su cuarto para limpiar y que estuviera en un sitio más higiénico. Sí, era una planeadora compulsiva, pero selectiva a la hora de encaminar sus atenciones.

—Si ya no te sientes tan mareado puedo acercarte a los baños para que te duches —indicó tras terminar la mitad de su almuerzo—. Te sentirás más fresco.

—Puedo hacerlo solo.

—Es probable. No obstante, no me arriesgaré. No quiero que termines en el suelo tumbado.

—No soy un niño pequeño. Puedo encargarme de algo tan simple —expresó molesto.

Miyuki apretó con fuerza los palillos. Al fin entendió por qué los cuidados que Sora le profesaba le causaban tanta contradicción. Su madre también estuvo al pendiente en todo momento de sus necesidades, de que comiera apropiadamente, de permanecer a su lado cuando yacía en cama tumbado por alguna gripa ocasional.

Sí. Su padre lo cuidó cuando caía enfermo. Sin embargo, nunca fue lo mismo. Siempre lo absorbía el trabajo y por ello no podía estar completamente al pendiente de él. Y no es que necesitara que fuera como su madre, pero era demasiado obvio para los dos que extrañaban muchísimo a quien fue la mujer más importante de sus vidas. Ambos enfrentaron el dolor de su abandono a su propia manera; su padre dejándose absorber por el trabajo y él encerrándose en sí mismo mientras se entregaba enteramente al béisbol.

Creyó que había encerrado aquellas remembranzas bajo llave. Pero qué arrogante de su parte. Le bastaron los cuidados de Sora para hundirse en su niñez.

Parece que todavía seguía siendo un niño pequeño que echaba de menos a su mamá.

—Ahora entiendo mucho más el motivo por el que Takashima-san me lo pidió —expresó Yūki antes de desaparecer su último bocado de comida—. Quéjate todo lo que quieras. No me importa… te llevaré. Y no estás en posición de objetar.

Miyuki sudó frío. Hasta hace poco esos ojos grises le provocaron abochornamiento. Mas ahora entendía a todos esos chicos que se sintieron intimidados por ella con sólo verla.

Sora era mucho más compleja de lo que él creía.

«Mierda. Su mirada es mucho más intensa que la de Tetsu-san enfrentando a Mei».

—Deja de ser un cabeza dura —habló más relajada con un mirar suavizado—. No estoy atacándote. Tampoco voy a burlarme de lo limitado que estás a causa de tu fiebre. ¿Tan difícil es dejarte ayudar?

Había cuidado de sí mismo por tantos años que le costaba aceptar la mano ayuda de alguien. Si se dejó ver tan vulnerable cuando se lesionó fue porque había cruzado su límite físico y mental. Por lo que era muy complicado para él en muchos sentidos.

—Mira quién habla. —La acusó—. Debes de ser peor.

—En realidad soy una paciente muy cooperativa —asintió—. Me gustaba que mi abuelo cuidara de mí porque me preparaba algo delicioso para comer. Mis amigos me visitaban y traían golosinas de contrabando. —Sonrió anhelante—. Además, las enfermeras nunca emitieron queja alguna sobre mi comportamiento.

—¿Enfermeras?

Ella dedicó muchos años a practicar deportes de contacto. No sería de extrañar que frecuentara los hospitales.

—Nunca fue placentero estar bajo los cuidados de mi madre. Siempre le ponía ingredientes raros a las comidas. ¡Era asqueroso! De recordarlo se me revuelve el estómago… La comida de hospital sabía mejor que eso.

—Con la vida salvaje que llevaste seguramente te convertiste en cliente frecuente en los hospitales —bromeó.

—Jamás recibí una lesión tan grave. Nuestro entrenador siempre nos enseñó a cuidarnos para no acabar con un esguince de tobillo o de muñeca. Las contusiones son tema aparte; mas nunca fueron gravosas —replicó—. Yo visité un par de veces el hospital por razones menos impresionantes.

Él, quien únicamente conocía el mundo del béisbol, jamás entendió a profundidad ningún otro deporte porque no le interesaba. Podría decirse que supo de la existencia del kick boxing cuando la conoció a ella. Y pese a que era un completo ignorante en aquel tema, ya dimensionaba todo el dolor que debían soportar para intentar ganar. Era una carnicería.

Ella era una chica. Y que tuviera un umbral de dolor tan grande era acojonante.

—Nunca imaginé que se requerían motivos impresionantes para acabar en un hospital.

—Cuando era niña sufría golpes de calor. Eran frecuentes para mí —contaba enfurruñada—. Cuando llegué a la adolescencia pensé que mi sensibilidad al calor al fin sería normal como la del resto, pero no fue así… Lo descubrí cuando me insolé en mi primer verano de secundaria.

Los veranos en Tokio podían ser un poco intensos. Las temperaturas elevadas y su humedad no eran una combinación deseada para muchos. Y para ella debía ser la peor época del año.

—Entonces, ¿cómo sobreviviste a tus prácticas de softbol?

—Tomaba d litros de agua diario. Usaba ropa adecuada y trataba de estar en la sombra el mayor tiempo posible —contaba sin mucho ánimo—. También me volví fanática de la comida ligera y fresca.

Eran medidas lógicas, pero bastantes restrictivas.

—Sí te vas a burlar de mí, hazlo bien —masculló al notar esos labios curvados.

Ya conocía otra cosa con que molestarla.

—Ya deja de distraerte y termina de comer.


Aún con la pesadez de su cabeza y su cuerpo afiebrado disfrutó enteramente del agua cayendo sobre su cuerpo. Y el permanecer a solas en el agua caliente era un placer que pocas veces tenía a su alcance. Allí sólo existía el sonido de sus pensamientos y no los gritos usuales de Sawamura.

Mas ese día el silencio no era un buen compañero.

—Me dejé llevar y le contesté de esa forma...

No se permitía ser dominado por sus emociones tan fácilmente. Sin embargo, existían puntos sensibles que con un simple toque todo dentro de él se desbordaba.

Su madre era ese vaivén que lo empujaba hacia los extremos. Nunca estaban en un punto medio. Y esa dinámica era agotadora para él.

A veces quisiera ser indiferente ante su existencia en su vida, como aquella tarde cuando lo invitó a quedarse a cenar. No obstante, cuando la escuchaba expresarse felizmente de su nueva familia se preguntaba si alguna vez sonrió tan enternecedoramente cuando le preguntaban por él y su padre.

—Espabila.

Golpeó sus mejillas para reaccionar, para dejar de atormentarse por una realidad que no se podía cambiar.

—Será mejor que regrese.

Kazuya había puesto solamente un pie fuera del baño cuando escuchó la voz de Kuramochi. Él y Sora estaban a un par de metros de la entrada de los baños.

—¿Y cómo le va a la enfermera particular de nuestro capitán?

—Kazuya es obstinado. Evidentemente no le ha gustado que esté cuidando de él.

—Cualquier otro en su posición estaría más que feliz.

Él era uno de esos que se sentiría dichoso por ser atendido todo el día por una chica.

—Él no se rige bajo esas leyes, Yōichi —suspiró exhausta—. Tú también lo conoces.

—No es del tipo que le guste que la gente esté preocupándose por él. Y menos que lo cuiden. —Chasqueó la lengua, molesto—. Maldito engreído.

—Lo llamas así y aquí estás preguntando por él. Cuánta hipocresía de tu parte. Son tan orgullosos para no admitir lo que es obvio para todos.

—¡Claro que no! ¡Ya te está haciendo daño esa desvelada!

Yūki sonreía. Kuramochi era un gato crispado mostrando sus filosos dientes.

—¿Qué fue lo que pensaste cuando conociste a Kazuya por primera vez?

—¿A qué viene eso? —Arqueó una ceja, intrigado.

—Solamente dime y ya.

—Ahora entiendo por qué Miyuki no te soporta de enfermera. ¡Ey! ¡Dolió!

Sus codazos siempre eran suaves. Realmente no dolían. Pero él adoraba exagerar.

—Cuando me habló por primera vez pensé que era un completo imbécil —expresó vilmente—. Y su actitud no ayudaba demasiado.

Kuramochi jamás olvidaría aquella tarde cuando ese chico de gafas se acercó a él con una mirada de zorro astuto. Era tan irritante.

—¿Querías algo? —interrogó a quien le sonría abiertamente.

—Eres Kuramochi, ¿verdad? Aquel que únicamente tiene pies rápidos.

Lo miró expectante. Sabía quién era Miyuki Kazuya. La reclutadora lo mencionaba ocasionalmente. Su talento y comprensión del béisbol ya le habían valido elogios del público que venía a verlos entrenar. No obstante, eso no era suficiente para pasar por alto su tan particular personalidad.

Miyuki rio. Kuramochi lo sujetó bruscamente del cuello de su camisa, acercando su rostro.

—¿Eh? ¿Qué pasa contigo? ¿Buscas pelea?

—Haces jugadas muy interesantes.

—¿Ah?

La risa de Kazuya lo dejó perplejo. No sabía qué demonios pasaba por la cabeza de aquel chico. Sus palabras y su comportamiento eran tan discordantes.

Tal vez estaba loco de remate.

«¿Qué le pasa a este?», pensó Kuramochi.

Escuchó pasos acercándose. Su pequeña escena llamó la atención de otros miembros del equipo. Desde su perspectiva pareciera que una pelea se desataría entre él y Miyuki Kazuya.

—¿Qué sucede? ¿Una pelea? —preguntó urgente Meazono.

—Mejor detente —ordenó Shirasu sujetando su hombro para impedir que cometiera una locura.

—Suéltame. No estábamos peleando ni nada parecido.

—Tú eras un ex delincuente, ¿verdad?

—¡¿Ah?!

—Tus ojos lo demuestran.

Cada vez que hablaba gastaba la escasa barra de tolerancia de Yōichi. ¿Cómo podía ser tan boca suelta sin pensar en las consecuencias de sus palabras? ¿Y por qué se reía a pierna suelta?

Probablemente si lo hubiera ignorado no estaría padeciendo un interrogatorio por parte de aquella chica que también se transformó en su karma personal.

—Todavía tengo ganas de darle un buen golpe —confesó abiertamente—. O quizás pueda darte algo a cambio para que tú le pegues.

—Deja de querer mallugar a Kazuya —señaló. Él le hizo mala cara—. Hablando de él, ya se está demorando.

—Déjalo, está descansando de ti y tu intensidad.

—Ojalá te enfermes y nadie cuide de ti.

—Si serás vengativa.

Miyuki siguió observándolos.

El breve relato entregado por Kuramochi lo hizo revivir esa tarde en la que su lengua indiscreta lo llevó —una vez más— a meterse en aprietos. No sería la primera vez en ser golpeado por un compañero de equipo; pero sí fue la primera ocasión en que otros miembros intervenían para impedirlo.

—Será mejor que vuelva…

Un paso dio antes de volver a esconderse. La comitiva estaba ampliando sus miembros.

—¿Okumura-kun? ¿Sucede algo? —habló Sora cuando esos inexpresivos ojos chocaron con los suyos.

—Miyuki-senpai… ¿cómo sigue?

—Su fiebre va en descenso. Ha comido apropiadamente. En términos generales se va recuperando bastante bien.

—Gracias por tomarse las molestias de cuidar de él, Yūki-kun.

—Lo he hecho gustosa.

Yōichi parpadeó crónicamente. Jamás creyó que eso saldría de la boca de Sora. Kōshū manifestó un atisbo de asombro. No la había tratado demasiado, pero encontraba honestidad en su respuesta. Y Miyuki se sintió un tanto culpable por mostrarse reacio a sus cuidados únicamente porque relacionó sus atenciones con las que tuvo en su infancia por parte de su madre.

—Estoy segura que mañana estará mejor. Y con suerte podrá integrarse a las prácticas —expresó Sora para el joven cácher—. Por ahora será mejor que ambos vuelvan. No quiero que el entrenador los reprenda por entretenerlos aquí.

Okumura accedió y se marchó. Kuramochi tuvo que recibir un empujoncito para retirarse.

—Okumura-kun es un buen chico. No entiendo por qué Kazuya se queja de que lo mira fijamente, como si tramara algo.

—Es porque está tramando algo.

Yūki se giró hacia quien se esforzaba por caminar recto, sin tambaleos.

—No lo estés molestando.

—Repentinamente te has puesto de su lado. ¿Es porque ambos son chicos lobo? —soltó guasón—. ¿Ya lo has aceptado dentro de tu manada?

—Mi manada ya tiene cinco miembros incluyéndome, Kazuya —Deslizó el brazo derecho del cácher alrededor de su cuello y hombros para afianzar su equilibrio—. Uno más no caería nada mal. —Rodeó su cintura con su extremidad superior izquierda y avanzó—. Además, me gustan sus ojos. Ese azul pálido es muy bonito.

¿Le parecían bonitos sus ojos? ¿Cómo que le parecían bonitos sus ojos? Para él no merecían tanto crédito.

—¿Qué sucede? Te has quedado muy callado —comentaba Sora, mirándolo por el rabillo del ojo.

—¿Qué pensaría Tetsu-san si se enterara que su hermanita va detrás de chicos más jóvenes que ella? —Movía su cabeza con una expresión casi dramática—. Es mi deber como capitán resguardar la inocencia de Okumura.

—Tetsu te diría que al fin estoy siguiendo los cánones familiares —soltó despreocupadamente—. Mi madre es cinco años más joven que mi padre. La primera chica que llamó la atención de Masa es un año menor que él. Y Tetsu sale ocasionalmente con Shiko, quien es dos años menor que él… Lo vería normal.

Miyuki se pasmó. No se imaginó un secreto familiar como ese.

—Eso te pasa por andar de gracioso —sentenció satisfecha por perturbarlo—. Y si mencioné lo de Okumura-kun es porque pese a que lo ves así de tranquilo, es muy franco y crítico sobre los temas a los que le presta atención. Él no se va a quedar callado y te va a dar una opinión que probablemente no te agrade.

Las nociones que Miyuki poseía sobre ese cácher no eran muy diferentes a las que su novia tenía. Y eso era muy extraño.

—Me estás viendo como si fuera la acosadora personal de Okumura-kun.

—Tú lo has dicho. —Rio.

—Es que lo poco que he visto de él me recuerda a alguien que conozco muy bien. Por eso me aventuré a decir eso —mencionó para quien deseaba seguir molestándola—. No obstante, ese alguien no sería tan benevolente a la hora de opinar. Okumura-kun todavía posee tacto.

—¿Lo tiene? Pero si tuvo un enfrentamiento directo con Sawamura por ser ruidoso en el comedor.

—Por eso.

—Creo que mi vida será mejor si no conozco a ese alguien.

—Ya lo conociste. —Rompió su dulce anhelo—. Cuidó de Change-up mientras estuvimos en Osaka.

—¿Hayami…?

Rememoró cómo se conocieron. Las circunstancias no fueron las ideales para él. Sin embargo, había sido amable con él. Hasta había cuidado de su gata durante su ausencia en Seidō.

—Tienen una energía parecida —declaró—. Sin embargo, Hayami es capaz de intimidar con sólo pararse frente a ti.

—¿Intimidante? —Meditó aquel adjetivo brevemente—. Nunca me ha producido miedo. Aunque sus rivales en el ring sienten mucha presión cuando se enfrentan a él.

—¿Ring…? No me digas que él…

—Sí. Práctica kick boxing activamente. Y personalmente es uno de los mejores dentro de su categoría.

Para Miyuki aquel dato fue esclarecedor. Finalmente encontró la pieza que le faltaba para entender por qué ella había confrontado a esos chicos en el combini tan frescamente, por qué encaró a Maezono como si fuera poca cosa, por qué ningún fornido beisbolista la hacía sentir pequeña. ¿Qué va a temerle a los beisbolistas o cualquier chico promedio cuando creció rodeada de monstruos que usan sus puños para divertirse y obtener victorias?

—Mi vida ha estado rodeada de beisbolistas gracias a mis hermanos y Rei-chan. También de chicos que practican artes marciales mixtas —explicaba—. Esto último se lo debo a mi abuelo y Sae… Quizás debería agregar una tercera categoría por Ki-chan.

—Por eso eres así de extraña. Eres una mescolanza.

Sora quiso soltarlo para que probara la humildad del suelo, mas se contuvo. Ya estaba a unos pasos de la habitación 203.

Lo trasladó hasta su cama. Llenó un vaso con agua y se lo entregó para que deglutiera la píldora que le entregó en su mano.

—Eijun-kun probó muchos remedios tradicionales la noche anterior —comentó—. Y por como amaneciste al día siguiente no fueron tan efectivos.

—Ese idiota amarró cebollines alrededor de mi cuello…—No estaba tan enfermo para no recordar esa sesión de experimentos—. No puedo ni imaginarme lo que tenían esos viscosos remedios.

—Yo puedo decirte cuál era su contenido.

—No gracias.

—Y por ese fracaso hoy hemos recurrido a la medicina convencional —habló desde el piso. Estaba bastante cómoda sentada frente a su litera—. Con eso bajará aún más tu temperatura. Aunque es posible que sudes mucho.

—No me importa.

Necesitaba recuperarse ya. No quería estar más días en cama. Eran sus últimos meses como miembro activo del equipo de beisbol; no podía desperdiciar más tiempo a causa de un estúpido resfriado,

—Por eso mismo traje sueros orales.

En el buró había dos botellas de agua y de suero oral. La compresa y el tazón metálico estaban a un lado. Su estuche para sus lentes lo encontró a un costado de su almohada.

«¿En qué momento ordenó todo?».

—38.2°c. —Leyó después de recibir el termómetro digital de la mano de su pareja—. Todavía estamos lejos de la temperatura normal, pero es mejor que la lectura anterior.

«Puede que haya traído todo eso desde temprano, cuando me dio de desayunar las gachas de arroz».

Al despertar no estaba muy consciente de su entorno. No habría notado ni un avestruz, aunque le siseara en la cara.

—¿No sería mejor que durmieras? —Lo interrogó una vez levantó la mirada de la pantalla de su celular.

—El cuerpo me duele de estar acostado por tanto tiempo —replicó masajeando su espalda baja—. Prefiero quedarme de esta forma.

—El descanso es importante.

—Ey, mi espalda también —soltó bromista—. Tú eres quien debería ir a descansar. Envejecerás antes de tiempo.

—No hay descanso cuando hay deberes por realizar.

La vio pararse y tomar asiento frente al escritorio. Su mochila estaba a un lado de la silla.

—E-espera, ¿harás tarea aquí?

—No tendría problema en dejarte si estuvieras en cama dormido y tranquilo. —Abrió su cuaderno de texto y sacó su lapicera—. Mas podrías escaparte a abanicar aprovechando que te sientes mejor.

Kazuya le dio la razón en silencio. Es lo que iba a hacer en cuanto se fuera.

—Podría morir de aburrimiento. —Cayó de espaldas sobre su cama y bostezó para darle más peso a su sentir—. Solamente abanicaré unas doscientas veces. Déjame hacerlo y no le diré a nadie.

—Se darán cuenta. —Pese a que estaba resolviendo un problema matemático ponía atención a lo que le decía—. Lo harás cuando ya estés completamente reestablecido.

Se giró hacia el borde de la cama y suspiró. Era prisionero en su propia habitación y la carcelera que le impusieron no podía ser sobornada.

—Sora-chan, cuéntame algo divertido.

Ella se abstuvo de reaccionar. Entrevió sus intenciones. No caería en sus provocaciones.

—La fobia a los payasos se llama coulrofobia.

—Eso no es divertido —bufó—. ¡Sora-chan!

—En 1842 surgió el primer equipo formal de béisbol —empezó a hablar—. En 1845 estuvo listo el diseño del primer campo de béisbol y sus reglas. Y para el 19 de junio de 1846 se celebró el primer partido oficial.

Apoyado sobre ambas manos, Miyuki se enderezó. Fue una acción involuntaria. Un reflejo nacido cuando escuchó aquella información tan concisa y correcta.

—En 1850 se creó la Asociación Nacional de Jugadores de Béisbol.

Kazuya, intrigado por la sistematización con la que arrojaba datos sobre la historia del béisbol, descendió. Gateando se aproximó hasta el escritorio. Su novia no desatendía sus deberes escolares y, sin embargo, continuaba soltando datos muy puntuales.

—¿Y qué más?

—El salón de la fama del béisbol se encuentra en Cooperstown, New York.

—Sigue, sigue.

—En los primeros días las pelotas eran hechas a mano, variando en peso y forma. Y se usaban hasta que quedaban hechas trizas.

—Los tiempos cambiaron. Hoy en día las pelotas deben tener un peso que varía entre 141.5 a 148.8 gramos. Y en promedio las pelotas se cambian cada siete lanzamientos antes de ser sacadas del juego.

—Asimismo después de un foul o de que la pelota haga contacto con la tierra; al menos en las Grandes Ligas.

Miyuki sonrió descaradamente. Se le había ocurrido cómo matar el tiempo. Así que tomó un banquillo y lo acercó a un costado donde Sora estaba.

—¿Por qué los lanzamientos hechos por arriba del brazo fueron permitidos? —La interrogó.

—Porque los hechos por debajo del brazo causaban cierto grado de estrés a los lanzadores.

—¿Sabías que antes para una base por bolas se necesitaban de 5 hasta 9 bolas y para un ponche 4 strikes? —Ella asintió—. Las reglas andaban de arriba abajo.

—Fue en 1891 cuando a los equipos se les permitió sustituir jugadores, ¿no?

—Así es. No obstante, no ocurre igual como en los demás deportes. El jugador que se va no puede regresar al mismo juego.

Sora pausó su tarea. Y giró hacia quien no recordaba sus malestares físicos desde que el béisbol se convirtió en el tópico principal de su plática.

Él preguntaba y explicaba con la dedicación que trasmitía alguien que ama abismalmente lo que hace. Mas no era el apabullante conocimiento que albergaba lo que la cautivó, sino el cómo lo comunicaba. Su sonrisa a veces fugaz, a veces interminable, era genuina; tan pura como la inocencia de un niño que ha escarbado dentro de su corazón para abrazar ardientemente el sueño que conduciría sus pasos hacia el futuro. Sus ojos, cálidos y perspicaces, chispeaban como los fuegos artificiales en una noche de verano; la atrapaban tan fuertemente como esas flores coloridas que estallaban en el cielo que nunca podría tocar.

—Si me lo preguntas demoraron bastante en negarles a los lanzadores el usar la pelota ensalivada —criticó Yūki.

—No siempre usaban saliva. También empleaban sustancias como jugo de tabaco. Aunque las oscurecía, dificultando su visibilidad.

—Pues esa pelota ensalivada provocó la muerte de un bateador debido a un pelotazo en la cabeza.

No hubo pausa en aquella extensa y minuciosa plática. Sus únicos momentos de silencio fueron para desarrollar otro tema diferente y permitir así la participación del contrario. Una dinámica extraña que se adaptaba bastante bien a ellos dos.

Kazuya hasta ese día sintió verdadero respeto hacia su capacidad retentiva. No únicamente eran las fechas que se sabía al dedillo, sino también acontecimientos relevantes y curiosos. Era desde su perspectiva como una enciclopedia compacta en la que podía sumergirse para entender la historia y descubrir los momentos más memorables del béisbol. Había entrega y esfuerzo en cada una de sus palabras, en cada dato nuevo que le revelaba. También encontró algo nuevo en su mirada.

Esos ojos que lo volvieron su epicentro no eran arrastrados por el indiscreto aburrimiento. En ellos bullía el interés por lo que le decía, por lo que significaba aquel mundo deportivo para él. Lo escuchaba atentamente, formulando preguntas para saciar la curiosidad que emergía cuando señalaba algo que le era desconocido o confuso. Una especie de retroalimentación que le era inesperadamente fascinante.

—¿Sora?

—Siento interrumpirte, pero es hora de tu medicamento. —Le entregó la botella de agua y la píldora—. También tienes que cenar.

—¿Cenar? —Se pasó la píldora con un sorbo de agua antes de buscar el reloj digital para comprobar la hora—. ¡¿Las 8 de la noche?!

Estuvieron cerca de cuatro horas hablando sin parar de béisbol. ¡Cuatro horas! No era de extrañar que tuviera la garganta tan seca.

—Yo tampoco noté lo tarde que era hasta que miré ese reloj —expuso avergonzada—. Sino hubiéramos seguido hablando hasta que uno de los dos se quedara dormido… Probablemente ese alguien fuera yo. Y entonces te escaparías a practicar tu swing.

Ella se levantó, abriéndose camino hacia la puerta.

—Iré por tu cena. Espera aquí.

—No es necesario. —Se alzó del banquillo—. Cenaré en el comedor.

—¿Ya no te sientes tan mareado? —Él negó—. Igualmente te acompañaré por si de repentes decides demostrarle tu amor al suelo.


Le permitió ir al comedor. Mas lo obligó a sentarse mientras ella servía y le traía la charola con su cena. Agradecía que ninguno de sus compañeros llegara. Sería bastante vergonzoso que lo vieran siendo atendido tan atentamente por la hermana de su ex capitán; no quería darles más material del que ya debían tener a estas alturas.

—Debes comerte tus tres tazones de arroz —sentenció después de depositar su charola en la mesa—. Come. Yo iré a servirme algo que estoy muriéndome de hambre.

Miyuki inició con el arroz y de vez en cuando complementaba con verduras o proteína. Disfrutaba de cada mordisco porque la comida recuperaba su sabor; ya no era insípida. Asimismo, desvió brevemente su atención en quien no se decidía sobre qué acompañamiento poner en su plato.

Se quedó pensando en la charla tendida que sostuvieron, en todo lo que sabía sobre la historia del béisbol, en como dejó de lado algo tan importante para ella —como lo eran sus estudios— para unirse a lo que comenzó siendo un juego para molestarla. Había sido un momento agradable para ambos; quizás un poco más para él.

Mordió su labio ante el deseo de que un momento así se repitiera en un futuro cercano.

—Es tan difícil elegir. Todo sabe muy bien —dijo una vez acomodada a su costado—. Todavía te quedan dos tazones, Kazuya.

Había perdido tiempo recordando su conversación sobre béisbol.

—Creí que solamente eras una experta golpeando gente —lanzó burlón—. Sin embargo, en esa cabeza tuya también se almacena información valiosa.

—Fue por mis hermanos y Rei-chan —habló después del primer bocado—. Mi padre y mi abuelo han sido fanáticos del béisbol desde que eran niños. Por lo que era inevitable que los acercaran a ese mundo desde pequeños.

Sora sonrió con añoranza. Parecía ser un recuerdo valioso para ella. Él lo notó.

—Y mientras más se introducían en ese mundo, menos los entendía. Empecé a sentirme excluida porque hablaban un idioma que yo no comprendía. —Movió su cabeza y suspiró—. Esa frustración me impulsó a investigar minuciosamente al respecto. Y poco a poco sus términos dejaron de ser incomprensibles para mí… Pronto éramos cuatro chicos tumbados sobre la hierba hablando sobre cómo Jackie Robinson se convirtió en el primer pelotero afroamericano en pisar un diamante en las Grandes Ligas.

Era enternecedor que ella se introdujera al mundo del béisbol por sus hermanos y su mejor amigo.

—Oye, ese dato no lo mencionaste hace rato en nuestra charla.

—Ah, es que a veces olvido algunos eventos o fechas… Eso lo rememoré porque mencioné a mis hermanos y Rei-chan.

Kazuya preferiría coserse la boca y no quejarse de aquel dato que no le comunicó. Pero no pudo, no quiso. Desde que se sintió tan a gusto hablando con ella sobre béisbol no quería deshacerse de esa sensación.

—Al menos tus anotaciones han mejorado.

—Es porque Sachiko me estuvo dando un curso intensivo —expresó con pesar—. Todavía puedo percibir sus explicaciones repitiéndose en mi cabeza.

Miyuki rio ante el evidente trauma que Umemoto le provocó a su novia. Era tan divertido.

—Anotaré cómo ella lo hace para que te rías con más ganas.

—¡Oye! —gimoteó—. No lo hagas de ese modo.

—¿Por qué no? Ya me he acostumbrado a ello.

—Todo hábito puede ser desaprendido —aseguró—. Te enseñaré a hacerlo correctamente.

—Querrás decir a tu estilo personal.

—Me gusta esa perspicacia tuya. —Sonrió avispado—. Descuida, soy un grandioso profesor. Aprenderás mucho conmigo.

—Cuando te hayas recuperado.

—Empezaremos esta misma noche.

—¡Déjame cenar en paz!


Sus párpados pesaban, mas su fuerte deseo por reincorporarse al naciente día lo ayudó a retirarse el antifaz para dormir. Ya toleraba el repetitivo pitido de la alarma repicando en la oscura y pequeña habitación. Su cabeza se sentía ligera, despejada, sin la turbidez que le regaló el resfriado. Su cuerpo estaba algo adolorido por todas esas horas que estuvo tumbado en cama, pero con el ejercicio volvería a la normalidad.

Parado tentó su equilibrio. Los mareos no lo atormentaban más. Podía caminar sin tambalearse como lo hacía cada mañana mientras se preparaba para el entrenamiento matutino. Sin embargo, quedaba un último punto para darse de alta: medirse la temperatura.

37°c marcó el termómetro. Dos cifras que eran sinónimo de felicidad y libertad.

—Terminaré de cambiarme.

Era demasiado temprano para que tocaran a su puerta. Tal vez se trataba de Sawamura.

—Miyuki, ¿qué crees que estás haciendo? ¡Todavía deberías estar en cama!

Eijun señaló su camisa del uniforme como si vistiera algo ofensivo a sus principios morales.

—Idiota, deja de ser tan escandaloso. —Lo reprendió—. Ya estoy recuperado.

Tuvo que mostrarle el termómetro para que le creyera.

—¿Ves? No mentía. Ahora vete a alistar para la práctica matutina.

El pícher lo ignoró, abandonando su cuarto. Con las manos sujetando la barandilla miró hacia abajo; afinó su garganta para que la persona de abajo lo escuchara fuerte y claro.

—¡Sora-senpai, la operación «alimentar al mapache» se cancela! ¡Aborte la misión! ¡Ya es el mismo descarado de siempre!

—¡Ey, Sawamura! —replicó. Ya estaba bien de faltarle al respeto.

—¿Ya te encuentras mejor? No nos estás mintiendo, ¿verdad? —interrogó a su pareja que ya estaba junto al ruidoso zurdo.

—Me siento muchísimo mejor. Estoy listo para volver a los entrenamientos. —Su sonrisa destilaba seguridad apabullante—. Confía en mí.

—¡No lo haga, Sora-senpai! ¡Es un mapache malévolo!

—Qué te calles, idiota.

Al verlos pelear como era habitual le dio alivio. Definitivamente ya estaba completamente sano.

—¡Eijun-kun, lo dejaré en el comedor! —gritó—. ¡Puedes repartirlo con Yōichi!

—¡Muchas gracias, Sora-senpai!

—No peleen demasiado, ¿entendido? —dijo más para su novio que para el de segundo—. Volveré a casa. Nos vemos en la escuela.


Miyuki abandonó su cuarto una vez que vistió completo el uniforme. Se deleitó con el aire fresco de la mañana y la tranquilidad que lo acompañaba mientras transitaba por los dormitorios. Y si bien estaba listo para dirigirse al campo A y esperar a que la práctica comenzara, recordó a Sawamura huyendo a máxima velocidad una vez que su novia dejó Seidō.

Entonces se acordó de Change-up. Eijun la estuvo cuidando con ayuda de Kuramochi.

—Sora dejó todo listo anoche para su regreso. Será mejor que vaya por ella de una vez.

Su deducción fue acertada, el lanzador se encontraba en el comedor. Sin embargo, tenía compañía. Así que con gran sigilo permaneció en la entrada, escuchando a ese grupo de beisbolistas mirando con gran interés un amplio tazón de cerámica con tapa.

—¿Estás seguro que podemos comernos esto? —Kawakami se mostraba escéptico.

—El idiota ya se curó. No necesita este arroz congee —señaló Kuramochi.

—Y no es de buena educación el desperdiciar comida. —Maezono lo apoyaba.

«Son las gachas de arroz que me trajo ayer Sora para desayunar», razonó el cácher.

—Mucho menos cuando se ha invertido tiempo, dedicación y cariño en su preparación —habló Kanemaru.

Sus compañeros asintieron.

—Sawamura, ¿qué tan verídico es que esto haya sido preparado por esa troglodita?

—Sé más respetuoso con la hermana de nuestro ex capitán, Kuramochi —reprendía Norifumi.

—Me ofrecí a ayudarle a Sora-senpai en lo que necesitara. Y me dijo que hoy fuera temprano a su casa —relataba—. Llegué antes de tiempo y la encontré en la cocina bastante concentrada, asegurándose de que las gachas de arroz tuvieran buen sabor.

—Comámoslo cuando volvamos del entrenamiento matutino —propuso Shinji. Todos estuvieron de acuerdo con él.

El asombro de los chicos no podría superar al que golpeó a Miyuki. Porque él era consciente de que no únicamente se trataba de sus casi nulas habilidades culinarias, sino de lo recelosa que era cuando mencionaban el verbo cocinar. Amaba la comida, pero estaba —casi enfermizamente— en contra de prepararla por cuenta propia.

Había cocinado exclusivamente para él. Para que comiera un platillo saludable y caliente que lo ayudara a recuperarse.

—Ey, me mentiste al decirme que lo había preparado tu madre...

El alborozo que explotó en su corazón lo desconcertaba. No era el gozo consecuente a sus jugadas más entrañables dentro del béisbol, pero sacudía su cuerpo con una intensidad casi parecida.

Había alegría, calidez y nerviosismo. Era tan reconfortante como bullicioso. Una bomba cargada de sensaciones discordantes que lo aturdían hasta dejarlo mareado, vacilante. E imposibilitado de conservarse racional, ¿qué pasaría con él?

Suspiró impaciente ante lo que estaba creciendo y agitándose dentro de él, ante la incertidumbre con la que se conducía al lado de aquella chica que trastocó su mundo con sólo ser ella misma.