Buenas noches! Sí, yo también pensé que no llegaría a actualizar antes que el mes terminara, pero ¡aquí estoy! Una disculpa por el drama que habrá en este capítulo. Sin embargo, es necesario para que la trama avance y nuestra querida parejita vaya teniendo su crecimiento de personaje. Sin más, ¡disfruten! Nos leemos en la próxima.
Ghosts
Domingo 27 de abril.
Las puertas se abrieron desde el mediodía. La final entre Inashiro e Ichidai atrajo la atención tanto de aficionados como de los equipos que perdieron en rondas previas. El estadio estaba al máximo de su capacidad. Los gritos de emoción estallaron cuando ambos equipos entraron a jugar.
En la tercera entrada, un jonrón de dos carreras del cuarto bateador de Inashiro movió el marcador. Narumiya y Tadano lograron dos hits consecutivamente, otorgándole el liderazgo a su equipo. No obstante, en la baja de la misma entrada, Ichidai recuperó una carrera, rehusándose a rendirse.
El partido tuvo un ritmo lento y calmado, convirtiéndose en una batalla de bateo. Pero en la alta de la séptima —gracias a una carrera impulsada de Tadano— Inashiro lideró el juego por dos carreras.
Ichidai hizo todo lo que pudo, mas Narumiya Mei acabó con toda su ofensiva. Dando como resultado la victoria de su equipo; reclamando así el título de los reyes de primavera.
—¿Sientes que aprendiste algo, Furuya? —Miyuki miraba al estoico muchacho.
No había dicho nada durante todo el partido.
—Seré el mejor pícher de Japón. Mi objetivo no ha cambiado… Para hacerlo, primero haré que mis compañeros me reconozcan.
Su determinación y su sincero deseo los llevó a sonreír.
—Kazuya, perdón que interrumpa, pero…
Sora se acercó, mostrándole la pantalla de su celular. Si creía que el príncipe de Tokio desistiría de su breve reunión tras terminar el partido, se equivocó.
Narumiya les mandó mensaje a ambos desde temprano. Pedía cortésmente reunirse con él, aprovechando la oportunidad que los hizo coincidir. Y aunque a Miyuki no le emocionaba aquel reencuentro, accedió.
—¿De verdad tenemos que hacerlo?
Caminaron hacia el punto de encuentro.
—No me importaría verlo hasta que nos enfrentemos en verano.
—Escribió una advertencia si decidías escapar.
—Tan bien que iba mi año sin verlo a él y a su guardaespaldas…
Kazuya recibió el saludo eufórico de Mei y la mirada indiferente de Annaisha. Asimismo, se cruzó con el marrón claro de esos ojos que conocía perfectamente.
Mei se encargó de que los tres se reunieran después de casi tres años de separación.
«Su rostro se me hace familiar… ¡Esperen! Durante el partido que tuvimos el año pasado contra Ugumori choqué con una chica a la salida», pensó Sora rascando su barbilla, forzando a su memoria a cooperar.
—Buenas tardes, Yūki-kun. Rato de no vernos. —Harada la saludó cuando cortó la distancia que las separaba—. Desde la fiesta de mi rey.
—Casi cuatro meses de eso —soltó sorprendida—. Los días vuelan… Supongo que en parte porque estamos en nuestro último año escolar.
—La universidad y después el mundo laboral.
Suspiraron. No era el momento para atosigarse con el futuro.
—¿Y cómo has estado? ¿Cómo van las cosas entre Mei y tú?
—Marcha a la perfección —respondió con una acentuada sonrisa.
La felicidad que Narumiya hacía prosperar en ella era tan apabullante como el calor de verano. Y tan colorida como las flores de primavera.
—Hemos aprendido a entendernos un poco mejor. Estamos mejor que nunca.
—Me alegra escuchar eso.
Su alegría era sincera. Annaisha lo sabía. Quizás esa extraña franqueza era una de las cosas que le agradaban de Yūki Sora. Lastimosamente había algo que no le convencía ni de ella ni de su novio y era justamente el cácher y capitán de Seidō: Miyuki Kazuya.
—Vamos, acérquense. ¡Únanse a nosotros!
Mei las llamó con un sutil movimiento de su mano. Se habían mantenido al margen.
—Deja las presento —habló Mei para Sora—. Ella es Amamiya Shio. Una amiga mía y de Kazuya.
El caoba oscuro de su ondulada cabellera enmarcaba finamente su rostro. Su figura pequeña y menuda la hacían encantadora. Era como una muñeca de porcelana que robaba miradas.
«Esta chica debe de ser quien mencionó Mei aquella vez… La chica que rompió su corazón, la ex pareja de Kazuya», reflexionaba Sora.
—Mucho gusto en conocerte, Yūki-kun.
—¿Cómo es que sabes…?
Narumiya le sonrió, dándole la respuesta.
—Un gusto, Amamiya-kun.
Confiaba en que si Mei las presentó tan abiertamente es porque ella era muy diferente a las ex novias de Kazuya. Finalmente, una persona con un poco de sentido común.
—Ahora que lo pienso, tu apellido me suena…
—Oh, eso es porque mi hermana mayor imparte clases en Seidō. Su nombre es Akemi.
—Y ya que estamos todos en la misma sintonía, ¿qué les parece si hacemos un espacio en la Golden Week para salir los cinco?
—Mei, ¿no crees que eso sería un poco raro? —preguntaba Shio—. Independientemente de que estarán ocupados con los partidos que tendrán, el que yo salga con ustedes es…
—Shio-chan, descuida. ¡Sora-chan es una chica muy segura de sí misma! —aseveraba—. Kazuya sabe que lo último que puede hacer en su vida es engañarla.
—O acabará en la sala de urgencias con un par de dientes menos —añadía Harada con disfrazada perversidad—. Quejándose como siempre.
—Kazuya es del tipo que solamente le sería infiel a su pareja con el béisbol. —Lo miraba de soslayo con un semblante plano, meditando su siguiente oración—. Hipotéticamente hablando… si él se atreviera a hacerlo no lo golpearía. Ni siquiera me detendría a escuchar sus patéticas excusas. Lo dejaría inmediatamente. No voy a pisotear mi orgullo y dignidad por alguien que ya no vale ni mi afecto ni mi tiempo.
Annaisha sonrió discretamente. Estaba orgullosa por su respuesta tan contundente. Podría ser una chica que le guardaba bastante cariño al cácher, mas no iba a quedarse ahí soportándolo todo.
Mei chifló porque no esperaba esa respuesta. Simultáneamente le dio tranquilidad.
Kazuya no estaba completamente conmocionado. Con lo que la conocía era fácil deducir que no estaba para dar segundas oportunidades a personas que no valían la pena.
—Aunque si quieres hacer las cosas más justas, podemos invitar a alguno de tus antiguas parejas para que nos acompañen —expresaba Mei.
Miyuki conocía el lado vengativo del lanzador. Evidentemente se cobraría el no llamarlo por su cumpleaños o rechazar sus salidas con excusas baratas.
—No creo que eso sea posible, Mei —contestó inmediatamente—. La universidad absorbe muchísimo, por lo que no podría acompañarnos. El otro dependerá a dónde vayamos, aunque igualmente tendrá una semana llena de entrenamiento y partidos.
—Sora, él estaba bromeando…—indicó Miyuki.
—Lo estaba. ¡Pero ya no! —exclamó emocionado—. Sora-chan, ¿cómo que saliste con un chico mayor? ¿Qué tantos años te lleva? ¡Cuéntanos el nombre del afortunado! —pedía entusiasta—. Abrí mi corazón contigo ese día, ¡me lo debes!
Annaisha conocía perfectamente los nombres de esos dos chicos, por lo que le resultaba irónico y divertido que ambos tuvieran relación con Miyuki y Seidō.
—A ambos debes conocerlos en mayor o menor medida, Mei —departía—. Los dos son beisbolistas.
—¡Fetichista! —gritaba Narumiya—. Por eso saliste con Kazuya. Ya decía yo.
—Probablemente sea por eso.
—¡Ey, ustedes dos!
Sora iba añadir algo más. No obstante, el sonido repetitivo de varios mensajes entrando la obligaron a sacar su teléfono celular. Los cinco mensajes sin leer provenían de un número desconocido.
Tan extraño.
Quizás si no hubiera abierto aquella conversación unilateral continuaría disfrutando de los relatos de Narumiya.
«¿Fueron de tu agrado los tulipanes amarillos? ¿Aún te recuerdan a ella? ¿Ya lo has olvidado todo?», se leía alternadamente entre dos fotografías; entre dos imágenes que era imposible que un desconocido poseyera. Habían sido tomadas por una cámara instantánea el verano del año pasado.
Un nombre la sacudió. No obstante, cambió su número telefónico desde antes de regresar a Tokio. Era imposible que él tuviera a su alcance su nuevo número. Y si así fuera no textearía cuestiones tan específicas. Tampoco era factible que él fuera quien le enviara esos tulipanes a su domicilio.
Esa noche cuando se reencontraron halló en sus ojos un grito de auxilio más que el deseo de amedrentarla. Anhelaba una ayuda que ella no podía proporcionarle.
«Si él quisiera atormentarme con lo que pasó, no hubiera aparecido ante mí esa noche. Entonces, ¿quién está detrás de esto?», pensaba Sora tratando de hallar una respuesta.
—Yūki-kun, ¿te encuentras bien?
Annaisha percibió la tensión física de su cuerpo y sus pupilas dilatadas. Incluso la palidez de su rostro pese a la lividez natural de su piel. Todos esos años siendo cácher agudizaron su sentido de la observación para percibir los cambios anímicos de sus lanzadoras.
—Alguien desagradable con quien el entendimiento es imposible, ha regresado a la ciudad. —Guardó su celular con naturalidad. Si se movía precipitadamente echaría abajo su mentira a medias—. Me lo han informado para no llevarme una sorpresa cuando me lo tope de frente en la calle.
—Estoy segura de que no le irá nada bien si fastidia tu paciencia.
Recordaba muy bien lo que ocurrió en el combini. Sora tenía de frágil tenía lo que ella de tonta.
—Puedes apostarlo —expresó con una tenue sonrisa—. Kazuya, ¿ocurre algo?
—Sucede que si no nos vamos nos dejarán.
—Podemos tomar otro tren de vuelta.
—El entrenador nos reprenderá. Lo sabes.
—Está bien. —Se giró hacia el par de acaramelados novios y dijo: — Nos veremos en el torneo de verano. Esta vez les arrebataremos el pase a las nacionales. El príncipe de Tokio caerá a manos de Seidō.
—¡Sora…! ¡¿Te has dado cuenta lo que has dicho?! —Casi se le sale el corazón cuando soltó esa bomba—. No lo provoques más.
—Es obvio que tenemos que vencerlos para llegar a las nacionales —reprochaba—. Confío en el equipo y sus habilidades. Confío plenamente en ti, Kazuya… Lo has hecho increíble hasta ahora. En el torneo de verano no será la excepción.
Miyuki se petrificó. Sus elogios, su confianza en él eran difíciles de procesar. Fue un bombardeo inesperado que lo dejó noqueado brevemente.
—¡Tienes agallas para decirme todo eso, Sora-chan! —Mei sonreía arrogante, inflando su pecho—. Mas lo dejaré pasar porque has hecho que Kazuya se abochorne. —Reía tontamente sacando unas cuantas fotos—. ¡Mira esos cachetes enrojecidos!
—No me he avergonzado… ¡Tampoco tengo las mejillas rojas! —refunfuñaba.
—Indudablemente el rojo es tu color, Kazuya. —Besó su mejilla con ternura.
—¡Miren todos! ¡El fiero e imponente capitán de Seidō se vuelve un gatito vulnerable cuando su novia lo besa en público!
—¡Hora de irnos! —La sujetó del brazo para que avanzaran—. ¡Vamos a derrotarte, Mei!
—¡Estaré esperando ansioso por nuestro encuentro, Kazuya!
Fueron los últimos en reunirse en la estación. Y si bien ninguno de los chicos se pronunció, Takashima les dio un breve sermón sobre la puntualidad.
Abordaron. Rei estaba frente a ellos. Y Sora se encontraba entre Miyuki y Hisashi.
—¿El partido contra los de primero era hoy?
—Sí. Esta semana es la Golden Week y nos invitaron a varios juegos —contestaba Takashima—. Así que hoy era el único día.
—Pero entonces…
—No te preocupes. Vine porque quise —habló Watanabe—. Además, el entrenador nos dijo que no todos podían jugar.
—Necesitan experiencia de juego para ayudar a mejorar al equipo. Ambas divisiones jugarán muchos partidos antes de las eliminatorias. Su desempeño en esos juegos determinará los números —explicaba Rei levantando suavemente sus lentes—. Invitaron a Miyuki-kun al Invitacional de Tokio a finales de mayo y hay un campamento antes de las eliminatorias.
Sora se mantuvo al margen de la conversación. Y pese a que sentía curiosidad por aquella especie de torneo del que sería partícipe su pareja se abstuvo de preguntar por el momento.
Cundo la pequeña reunión concluyó cada quien se centró en sus propios asuntos.
—¿Ya más tranquilo?
—De quién crees que ha sido la culpa, ¿eh?
—De Mei, claro está —De su bolsa deportiva sacó un termo metálico—. Toma. Es té verde frío.
—¿Por qué trajiste todo esto? Solamente vinimos a ver el partido.
Husmeó rápidamente el contenido de su bolsa. Había otro termo aparte del suyo y dos cajas de almuerzo.
—Mi madre dijo que tendríamos hambre para cuando terminara el partido y mandó todo esto. Pero se le olvidó el pequeño detalle que en el metro no se puede comer.
—Dale las gracias a tu madre de mi parte.
Ya a ese punto aceptaba sin quejarse los almuerzos que su madre le mandaba. Era un gesto extraño y agradable.
—Yo contribuí comprando el postre. —Mostró brevemente dos recipientes plásticos con fluffy pancakes—. Los tuyos los he pedido naturales porque el dulce y tú no se llevan.
Kazuya ya tenía otra cosa que debía comerse cuando llegara.
—También tengo para Yōichi. Son de crema batida con fresas.
—¿Nos estás engordando?
—Procuro su alimentación.
—Engordando.
Sora hablaba con Watanabe. Kazuya extraviaba su atención en la ventana delantera bebiendo periódicamente de su té verde. Su cabeza estaba saturada sobre béisbol, sobre los partidos que tendrían, en cómo mejorar los números de Sawamura, el torneo de verano… Empero, todavía había cabida para lo vivido la tarde de ayer en el almacén, para esa extensa conversación que sostuvieron mientras se recuperaba de su fiebre, para las garchas de arroz que preparó, para sus presentes, para sus palabras, para la totalidad que la hacía ser ella.
Debía ser el béisbol todo lo que ocupara su tiempo y su cabeza. No se suponía que se distrajera con nada más, mucho menos con una chica. No era Narumiya Mei para volcar su atención en el género femenino tan descaradamente.
Exhaló fatigado. Entre más luchaba por racionalizar las reacciones que ella le provocaba, más lejos estaba de quemar los delgados y firmes tallos que circunvalaban su corazón.
Forzarse a creer que su gustar no se transformó en un persistente querer, ¿no empeoraría su condición? ¿No había sido esa misma negación la que lo hacía mirar en otra dirección cuando era atracado por la tristeza y el sentimiento de abandono que su madre dejó en él?
Siempre se encerraba en sí mismo, fingiendo que todo estaba bien por dentro y por fuera, para no preocupar a otros, para no confrontar realidades incómodas y dolorosas. Ese era el método defensivo que empleaba inconscientemente desde hace años atrás. ¿Funcionaría con lo que ella empezaba a significar para él?
—Kazuya, hemos llegado —avisaba para el despistado cácher.
—Ah, sí. Andando.
Era lunes y luchaba contra sus bostezos. La somnolencia se había sentado a su lado para ser la fiel amiga que la acompañaría durante su día. Mas no estaba dispuesta a atravesar las clases forzándose a no cerrar los ojos. No sería reprendida por dormirse frente a algún profesor. El café caliente que sorbía de su termo liberaría a su cuerpo de su aletargamiento, devolviéndole su funcionalidad.
Borró la conversación. Bloqueó aquel número desconocido. No obstante, su memoria no podía vaciarse con la misma facilidad que su teléfono inteligente. Esa capacidad mental para retener información que le facilitaba la vida escolar era ahora un cuchillo de doble filo que la haría sangrar sin importar lo cuidadosa que fuera para sostenerlo.
«¿Por qué me siento intranquila inclusive cuando ya borré todo?», caviló Sora con agobio.
—Yūki-kun, buenos días.
El cordial saludo de Takahiro la escupió a su realidad actual.
—Oh, buenos días, Murase-kun.
—¿Qué tal tu fin de semana?
—Lleno de beisbol —señalaba—. ¿Y el tuyo?
—Repleto de ciclismo de montaña.
—¿También te apasiona el deporte?
—Me entusiasmaba un poco más cuando estaba en secundaria. Actualmente lo hago para mantenerme en forma —contaba despreocupadamente—. En mi familia el deporte y la excelencia académica van de la mano.
—Supongo que para ese deporte también hay sistemas de competición.
—Los hay —contestó prontamente—. Se realizan en circuitos naturales a través de bosques por caminos angostos con cuestas empinadas.
—Suena bastante riesgoso…
—Un poco. Mas eso es lo que lo hace un deporte genial.
—Cambiando de tema, hoy nos toca limpiar el salón, ¿no es así? —Él asintió—. Ojalá hoy los miembros del club de arte no entorpezcan la limpieza.
Mientras Sora se preocupaba por el tiempo extra que invertiría en la limpieza de su aula, Kazuya analizaba cuidadosamente las fechas y horarios a las que se sometería Seidō cuando iniciara la Golden Week.
—¿Ese es el calendario de juegos de mayo?
—Sí —respondió alzando la vista hacia Kuramochi—. Con los partidos del invitacional encima, la Golden Week fue programada muy apretadamente… Es un alivio que Kawashima fuera añadido al equipo como pícher extra.
—Será duro planear las rotaciones y organizar a los lanzadores. Además, dejarás el equipo a finales de mes por el invitacional de Tokio. Tenías un ritmo con las baterías, ¿estarás bien?
—Estaré ausente solamente por tres días.
—¿Seguro?
—Sí. El invitacional de Tokio es una nueva aventura. Quieren probar qué tal va este año —explicaba—. Decidieron dejarlo en espera hasta mayo por la conveniencia de los equipos de América. Desde el año que viene lo tendrán en espera hasta otoño… Sin embargo, hay mucho por hacer. Furuya y Sawamura empiezan a pensar por su cuenta. Eso me deja enseñarles cosas, pero hay cierto equilibrio. Si les doy mucho, se van a congelar. Es lo más difícil de acondicionarlos.
—Hablas mucho ahora…
—¿En serio?
—Bueno, pensar mucho no les hará bien. Es lo que pasa con Furuya, ¿no?
—Sí, los entrenadores deben estar preocupados por eso… También quiero completar los números con Sawamura antes de retirarme. Y estuve pensando en un montón de otras cosas también —declaró con una sonrisa espontánea que no se desvanecería rápidamente—. Francamente nunca hay tiempo suficiente inclusive si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
—Pareces disfrutarlo.
—Nada que ver.
—Oh, vamos. ¡El simple hecho de que estés hablando tanto es sospechoso!
El cansancio de inicio de semana se acumuló sobre sus hombros, tensándolos. No obstante, cuando le echaba un vistazo a su galería de imágenes sentía que el tiempo y el esfuerzo invertidos valieron totalmente la pena.
La clase de muestra atrajo a mucha gente curiosa, que al igual que ella, desconocían que existía un mundo de sincronizados bailes y hermosos atuendos. Quizás no había sido tan desafortunado su encuentro con aquel afable chico.
Guardó su teléfono en su bandolera, sacando el dinero necesario para el boleto de autobús. Era temprano; podía regresar a casa con calma y disfrutar del ameno clima primaveral que poco a poco se acercaba a su fin. Si tenía suerte compraría algunas gelatinas de café para cenar más tarde.
—Los miembros del equipo están entrenando muy duro, preparándose para los partidos de la Golden Week… Kazuya está dándole clases a los chicos. Hay tanto por hacer y tan poco tiempo. Aunque todo este ajetreo es bueno para mí, para no pensar —susurraba Sora.
En aquella parada se reunieron alumnos de preparatoria charlando sobre su salida al karaoke, oficinistas con marcas de cansancio en su rostro y un pequeño grupo de mujeres que hace minutos atrás disfrutaron de una clase gratuita de baile de salón.
—Quizás sea mi imaginación, pero… siento que esa chica ha estado mirándome desde que llegue aquí —dijo en voz baja.
Un vistazo rápido confirmó que había puesto sus ojos en ella y ni siquiera lo disimulaba.
—No la conozco de ninguna parte.
No repasó más en esa mujer. Su autobús frenó. Solamente debía subir y olvidarse de la extraña situación.
—Eres Yūki Sora, ¿verdad?
La contuvo su agarre alrededor de su brazo. La detuvo el que supiera quién era ella.
—¿Por qué no me contestas?
Retrocedió, zafándose de su agarre. Era una desconocida que sabía su nombre completo. Y eso la alertó.
—No eres tan seria… ¡Aquel día hablaste sin cesar! ¡Parloteos sin sentido!
Sora no podía localizarla dentro de sus memorias. El arrebatamiento que hervía en esos oscuros ojos, la impotencia que doblaba sus labios, la frustración que causaba frunces en su rostro, la apabullaban. Toda esa intensidad de emociones que no comprendía se desbordó dentro de ella cuando esa desconocida mencionó aquel nombre.
Ese nombre que jamás olvidaría, evocado por la mujer que únicamente conoció a través de una mención, reveló el nexo que las obligaba a dejar de ser anónimas. Lo quisieran o no, estaban atadas por un escandaloso episodio del pasado.
—De modo que tú eres…
—¡¿Por qué dijiste todo eso?! ¡¿Por qué le creíste?!
Sus muñecas desnudas, inmovilizadas, recibían la hostil cadena de sus manos. No tenía intención de soltarla. La carne cedía a la intromisión de esas largas uñas carmesíes. Y la gente que pasaba a su lado echaba un vistazo por morbo antes de seguir con indiferencia.
El daño físico no lo procesaba. Su cuerpo se desconectó, dejándole el dolor intangible de su mente; ese que no podía estrangular.
—¡Es su culpa! ¡Es tu culpa!
Podía escapar para no escuchar más sus acusaciones, para olvidar la inquina que originó en ella. Desaparecer para dejar de ser consciente de que se sentía culpable por pronunciarse en una postura tan debatible, por apoyar y creer ciegamente en la persona equivocada. Mas se quedaba para recibir su desahogo y soportar sus violentas sacudidas. No importaba que sus muñecas ardieran ni que los insultos asfixiaran su presente para arrojarla a aquel día exacto en donde todo comenzó. Sus palabras no resarcirían el daño causado.
—Vives tranquilamente, disfrutando del maravilloso futuro que te aguarda… Vives como si tuvieras una consciencia impecable, ¡cómo si no hubieras arruinado una vida!
—No… No fui…no fui sólo yo.
Tan endeble para ser empujada contra el suelo. Tan aturullada para declinar la arriscada intervención.
—¿Qué cree que está haciendo? ¡Está loca! —gesticuló indignada—. Si no se marcha en este momento llamaré a la policía.
Reconoció esa piel trigueña clara y la oscura melena ondulante. Pero no se explicaba cómo es que ella estaba allí, socorriéndola.
—¿Estás bien? ¿Te ha hecho otra cosa? —cuestionó una vez que la amedrentadora se marchó.
Las marcas alrededor de sus muñecas debían verse horrorosas como para que su salvadora se mostrara tan acuitada.
—No.
Con delicadeza la ayudó a levantarse. La aflicción traspiraba por cada uno de sus poros.
—Te llevaré con Hyun inmediatamente.
No opuso resistencia. Su fría mano, capturada por una cálida y reconfortante, la guiaba con tanto cuidado que se sentía como una niña pequeña que finalmente regresaba a casa después de largos días de extravío.
La tibieza del agua lavó sus pequeñas lesiones abiertas. El desinfectante reactivó la memoria de su cuerpo al dolor. Los vendajes fueron el aviso de que todavía quedaban eslabones por quebrar.
—Te agradezco que la hayas traído hasta aquí, Loana.
—No necesitas darme las gracias —expuso presurosa—. Sabes que nunca me quedaría de brazos cruzados viendo cómo intimidan y lastiman a una chica.
—Te daré para el taxi.
—Hyun, no es necesario —replicó—. ¿Y estás seguro de que no necesitas que me quede? Me preocupa que no haya dicho ni una sola palabra desde que la encontré.
—Descuida, yo me encargo. La llevaré a casa cuando esté más tranquila.
Sora no escuchó la despedida y palabras de aliento de Loana. Mas sí notó el peso extra que se sumó a la banca en la que permanecía sentada.
—Sería una osadía de mi parte afirmar que te conozco medianamente bien. No obstante, lo poco que he visto de ti y lo que me has mostrado, seguramente sin querer, me grita fuertemente que aquí está ocurriendo algo. Que este altercado no ha sido un evento aislado.
No podía controlar sus reacciones corporales. Unas pupilas dilatadas y un cuerpo tenso derrumbarían cualquier mentira que se inventara sin importar lo razonable y factible que fuera.
—¿Quién era esa mujer? ¿Por qué te agredió de esta forma?
Sus manos que se extendían sobre sus muslos se enroscaron, tensándose en compactos puños. No quería hablar.
—Está bien. Lo entiendo.
Se paró. La observaba por encima del hombro; temblaba por breves instantes.
—Te llevaré a casa. Y le comentaré a tus padres lo que ha...
—¡No!
No lo dejó terminar. La posibilidad de que ese incidente fuera del conocimiento de sus padres debía evitarse.
—No. No puede hacer eso…—Se alzó, apoyando su mano sobre su muñeca—. Haré lo que sea, pero por favor no les comente nada de lo que hoy ha ocurrido.
—Entonces cuéntame lo que está pasando aquí. Porque todo es demasiado confuso.
Se sentó nuevamente. Necesitaba asimilar su petición. Mas no tenía cartas con las que pudiera negociar.
—Si le cuento todo, ¿promete que no les dirá a mis padres sobre lo que pasó hoy? —Alzó sus ojos suplicantes.
Él se abstuvo de responder rápidamente. Lo correcto era tratar el tema con sus padres para que ellos resolvieran lo que estaba ocurriendo. Sin embargo, su experiencia le aconsejaba que la escuchara sin tomarse el atrevimiento de intervenir en su vida.
—Te lo prometo.
—Todo inició en primavera.
Aspiró aire profundamente. Necesitaba calmarse o su voz no sería lo suficientemente clara para que su relato pudiera ser entendido.
Su historia sólo era conocida por los actores principales y los espectadores silenciosos que fueron forzados a participar para dotar a aquel relato melodramático de un final que salvara y engrandeciera a los protagonistas.
Empero, nadie percibió la subtrama que se tejía entre líneas, entre esas sutiles pistas que saltaban ocasionalmente disfrazadas de incongruencias.
—Dejé Tokio atrás. Me despedí de mi familia, de mis mejores amigos, de todo lo que aquí tenía. Todo por la voluntad egoísta de quien se piensa que es la única que sabe qué es lo mejor para mí... mi abuela.
La mujer que adoraba y amaba su padre por encima de su vida era un monstruo embellecido con amabilidad, empatía y un toque de encanto. Era el disfraz perfecto que jamás ponía en duda su naturaleza vil.
—Desde que llegué a casa de mis abuelos pasaba la mayor del tiempo fuera. Vagar por las calles o perderme dentro de sus centros comerciales era mejor que compartir la habitación con ella... Lo hacía mientras esperaba a que las clases comenzaran.
En una de esas tardes en que se resistió a volver a casa conoció a quien se convertiría en alguien irremplazable en su vida.
Un puñetazo que derrumbó en el suelo a un molesto hostigador también la arrastró a conocer esos hermosos ojos que encerraban el inmenso cielo azul.
Él le agradeció que salvara a su hermana. Y admirado por su valentía extendió un sincero agradecimiento. Ella no entendió por qué sus palabras llenas de sinceridad aceleraron su corazón.
—Él me gustó desde que lo conocí...y eso fue aterrador para mí. —Palpó su corazón. Latía tanto como en su primer encuentro—. No le estoy hablando sobre él para distraerlo. No. Él también forma parte de esta historia... Somos cuatro los involucrados.
—¿Que son cuatro?
—Sí.
Los otros dos, ya con nombre y descripción, eran cada vez más recurrentes en las anécdotas que ella le narraba. Se volvían tan importantes dentro de su vida que le advertían sobre el desenlace, sobre que todavía había un detalle de vital importancia que no le había confesado.
Sus ojos se disculpaban, se avergonzaban tanto que solamente tenían el valor de mirar el suelo.
Su presentimiento fue correcto desde el comienzo.
—E-espera. Entonces, él… —Su mano tapó su boca, decretándole que ordenara sus palabras—. Eso nunca debió ocurrir. Él no debió cruzar esa línea. Jamás.
—¿Sabe? En ese entonces yo no vi nada malo en su relación. Pensé que si ella era feliz con él no había nada de qué preocuparme... Creí que era normal.
Frente a ella, de cuclillas, inundó sus pulmones de aire. Una palabra inadecuada, una entonación que sonara a juicio y le haría más daño.
—Sora —la llamó—, incluso si hubieras percibido esa relación como impropia, nada cambiaría. Tus advertencias no llegarían a sus oídos.
Ella lo veía, abrazada por su comprensión.
La primera perla cristalina resbaló por su mejilla derecha. Mas limpió cualquier rastro de flaqueza. Todavía tenía que acercarlo al clímax.
Sus labios se contorsionaron para contener perjurios que congestionaban su garganta. Y su mirar no negociaría para ocultar sus emociones frente a Sora.
—Y-yo... Yo creí en ella. ¡Confié en cada palabra que me dijo!
Era una bomba de tiempo que él detonó.
—Ella estaba sufriendo. Lloraba por lo que le dijo, por lo que le hizo... ¡¿Cómo podía saber que estaba fingiéndolo todo?! ¡Fui una estúpida por no darme cuenta que me estaba engañando! Que sólo me estaba utilizando para compadecer a su favor.
Estruendoso como una violenta danza de indomables truenos. Incontenible como el mar hambriento devorando las playas y los pedruscos. Y tan doloroso como la herida sangrante que conserva un corazón roto. Así era como él sentía su llanto.
—Sora, no tienes que disculparte por nada. Tú no fuiste quien se equivocó. No fuiste la culpable...
Sus manos húmedas y saladas eran incapaces de transformar en un desierto el manantial que albergaban sus ojos. No podía controlarse. No podía dejar de sentirse como la primera vez.
—Esta culpa no te compete a ti. No tienes por qué seguir auto castigándote.
Esas palabras que no buscó en el pasado, las ansiaba en el presente. Las anhelaba con desesperación silenciosa para sanar, para no creerse una loca que defendía una inocencia fácil de refutar.
—Confiaste en una amiga y la defendiste. Que ella te traicionara no te define a ti. Eres una buena persona, no lo olvides.
¿Cómo podría dejar de llorar si él no dejaba de reconfortarla al expresarse así de ella?
Era injusto.
—Lamento esto...
Sus ojos hinchados dolían. Sus mejillas finalmente quedaron secas. Pero su rostro conservaba trazas carmesíes que delataban su instante de vulnerabilidad.
—No quería dar un espectáculo como este.
—No debes avergonzarte por cómo te sientes. Tus sentimientos son valiosos, no los invalides. Exprésalos libremente.
—No es tan fácil.
—Lo sé. Me quedó claro tras escuchar tu historia. Por eso lo menciono para que lo tengas en cuenta.
—No le dirá nada a mis padres, ¿verdad? Me lo prometió.
—Lo que escuché me dio más motivos para hacerlo. Sin embargo, soy un hombre de palabra. También tengo que respetar tu decisión... No seré otro que pase por encima de tu voluntad.
Su declaración le provocó escalofríos. Era una revelación que nunca creyó recibir de un adulto. Sin embargo, ahí estaba él rompiendo sus estigmas.
¿Le agradecería al destino por permitirle conocerlo?
—Gracias por escucharme, por aconsejarme... por sus palabras.
No se hubiera atrevido a implosionar frente a sus amigos ni sus hermanos porque no buscaba su miseria y preocupación. Empero, él era un extraño con quien no compartía lazos profundos. Y ese mismo distanciamiento volvía más viable la comunicación de su pecado. Aunque, ¿todavía podían concebirse como simples conocidos?
—Es extraño cómo se desarrolló todo… Te convertí en mi ayudante ocasional para asegurarme de que no confesaras mi secreto.
—Y ahora mi mayor secreto es de su conocimiento —dijo Sora.
—¿No es esta la mejor garantía para ambos? —soltó divertido—. No obstante, no podemos seguir igual.
—¿A qué se refiere?
—Ya saben dónde encontrarte. No puedes seguir viniendo a trabajar aquí.
—A mí me gusta este lugar.
—Pensaré en algo, ¿te parece? —Ella asintió—. Por el momento te llevaré a casa.
