Devuelta en Virginia, el ambiente en la sala de guerra era tenso, denso. Las luces bajas y el silencio casi solemne creaban una atmósfera que presagiaba algo sombrío. Bravo y los hermanos estaban en sus puestos, los rostros tensos y las miradas inquietas. Davis y Mandy se encontraban al frente, y fue Davis quien rompió el silencio, sosteniendo en alto una tablet.
-Acabo de recibir esto –anunció Davis, su voz era firme, pero en su mirada había una sombra de duda, de preocupación que no podía ocultar.
Mandy asintió, mirando a los presentes con una expresión de advertencia.
-No he visto el contenido –dijo–. Solo sé que el remitente es Keldysh. Así que prepárense.
Con esas palabras, Mandy tocó la pantalla y proyectó el video en la pared de la sala de guerra.
En la imagen, Keldysh apareció primero. Su rostro, sereno y retorcido a la vez, mostraba la misma sonrisa de desprecio y arrogancia que todos recordaban. Con voz fría y calculada, habló directamente a la cámara.
-Muchacho –comenzó con un tono de voz que casi era una burla–. Espero que puedas ver esto. Porque quiero que entiendas hasta dónde estoy dispuesto a llegar para hacerte pagar por lo que me hiciste. Un pajarito me dijo que trajiste algunos amigos, apesar de haberte indicado de venir solo. ¿Adivina con quién estoy?
Con un leve movimiento, Keldysh se hizo a un lado y, al fondo, apareció Chayo. La revelación fue un golpe al corazón de Denahi y del equipo Bravo, quienes contuvieron el aliento al ver su figura, vestida con un elegante vestido negro tipo toga. Aunque su postura era firme, su rostro revelaba una mezcla de dolor y resignación. Con un maquillaje delicado que destacaba sus ojos y una coleta alta que dejaba ver la fuerza de sus facciones, Chayo irradiaba una dignidad que contrastaba con la crueldad de la situación.
Denahi se inclinó hacia adelante, tenso, mientras sus manos se apretaban en puños sobre la mesa.
-Chayo… –murmuró, casi inaudible, con una mezcla de dolor y desesperación en sus ojos.
-A ver tesoro, unas palabras a tu esposo antes de empezar.
En la pantalla, Chayo inhaló con dificultad, luego, con la voz firme, comenzó a hablar.
-Denahi... si estás viendo esto, te pido que me perdones. –Hizo una pausa, tratando de mantener la compostura, aunque su voz comenzaba a quebrarse - Eres el único hombre que amo y me conoces mejor que nadie. Sabes perfectamente que jamás te traicionaría ni te engañaría con nadie.
Bravo observaba en silencio, mientras el peso de las palabras de Chayo caía sobre ellos como una losa. Sonny, Full-Metal y los demás intercambiaron miradas llenas de rabia y tristeza; ninguno podía apartar los ojos de la pantalla, viendo cómo el rostro de Chayo, siempre fuerte, ahora reflejaba una vulnerabilidad que ninguno de ellos había presenciado antes.
-Pero mejor yo que las niñas. –Chayo esbozó una leve sonrisa, apenas un rastro de fuerza en su dolor, antes de que la angustia la traicionara y sus ojos se llenaran de lágrimas– Te amo, Flaquito.
El dolor era palpable, tangible, en cada palabra rota que salía de sus labios. Los ojos de Denahi se llenaron de lágrimas contenidas, sus manos temblaban, y Jason, que estaba a su lado, apretó el hombro de su amigo, un gesto silencioso de apoyo.
Entonces, el tono de Keldysh cambió. Sin ningún atisbo de humanidad, con un tono cruel y despreciable, comenzó a hablar mientras se acercaba a Chayo, burlándose de su resistencia. Keldysh le acarició el rostro como quien se apropia de algo que nunca le perteneció, y Chayo apenas logró mantenerse en pie, sus hombros temblando con el esfuerzo de conservar su dignidad.
-Así que, Denahi, observa. Quiero que sientas esto. Que veas cómo los que más quieres pagan por tus actos. Veamos ahora que tan buena madre es, tomando el lugar de tus hijas.- Keldsyh prosiguió a darle una nalgada y manteniendo su agarre, mientras que Chayo gimió de incomodidad y miedo- Es una lástima por cierto, tu hija mayor hubiera sido...un manjar más exótico.
Al terminar su frase, Keldysh tomó a Chayo de los brazos y la azotó contra el catre. Solo para subirsele encima y comenzar su aberración.
-Disfruta del espectáculo muchacho.
Bravo y los hermanos miraban, sin poder soportar la escena, pero tampoco podían apartar la vista. Cuando Keldysh terminó de satisfacer su lujuria, el video se cortó, dejando un silencio pesado y asfixiante en la sala. La ira en los ojos de los hombres del equipo Bravo era incandescente. Ray miraba al suelo, la mandíbula apretada; Clay apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos; y Sonny tenía los ojos llenos de rabia contenida, incapaz de procesar la brutalidad de lo que acababan de presenciar.
Denahi, por su parte, bajó la cabeza, respirando entrecortadamente, mientras el peso de la impotencia se posaba sobre sus hombros. Entonces, respiró hondo, sus ojos nublados por la furia y la tristeza.
-No se va a salir con la suya –susurró, pero su voz, rota al principio, fue ganando firmeza–. Esto es algo personal ahora, y lo vamos a traer a cuentas.
Jason asintió, sus ojos llenos de determinación.
-Vamos a encontrarlo, Denahi. No hay nada que ese malnacido pueda hacer que nos detenga. Bravo estará contigo, hasta el final.
Y con esas palabras, el equipo Bravo, Denahi y sus hermanos se unieron en una sola misión, con una promesa compartida y el corazón de cada uno ardiendo con una furia implacable.
...
Retomando con las chicas, habían pasado un par de horas que se sintieron como una eternidad desde que las niñas se separaron de su madre. Meztli y Aleu seguían abrazadas sin decir una palabra. El ambiente en la habitación era tenso, la luz tenue de una lámpara de noche era lo único que iluminaba la habitación.
En eso la puerta se abrió de golpe asustando a las niñas, pero lo peor fue lo que estaba frente a ellas: Keldysh sostenía a Chayo del brazo mientras que la mujer se encontraba descalza y con el rimel cayendo de sus ojos después de horas de llorar. De un movimiento brusco Keldysh la arrojó al suelo frente a sus hijas, quienes tuvieron reacciones diferentes. Aleu se quedó paralizada otra vez, horrorizada por el aspecto de su madre y sintiendo lágrimas brotar de sus ojos. Meztli por su parte, sintió que la ira y el dolor se apoderaron de ella. De un impulso se lanzó contra Keldysh sujetándolo de la camisa.
-¡¿QUÉ LE HICISTE A MI MADRE?!
Keldysh observó a Meztli con una mezcla de desdén y satisfacción, como si su reacción fuera exactamente lo que había esperado. La adolescente lo sujetaba con fuerza, sus ojos ardiendo de rabia y su agarre temblando de impotencia. Él simplemente la miró, una sonrisa burlona asomándose en sus labios.
-¿Qué le hice? –repitió con fingida sorpresa, mirando a Meztli con una diversión cruel–. Oh, pequeña guerrera, todo lo que ves es solo el principio.
De un empujón, Keldysh hizo retroceder a Meztli, quien cayó al suelo junto a su madre. Chayo, débil y agotada, logró rodearla con un brazo protector, acercándola a su lado mientras miraba a Keldysh con una mezcla de dolor y desprecio. Las marcas de lágrimas en su rostro y el rímel corrido dejaban claro que había soportado mucho, pero en su mirada había una chispa de fuerza.
-Sabes, jovencita –dijo Keldysh con frialdad, observando cómo ambas hijas rodeaban a su madre–. Si tu padre hubiera pensado en las consecuencias, nada de esto estaría sucediendo. Pero así es como aprende, viendo lo que más ama destrozarse en sus manos. Es el precio que todos pagan.
Aleu, que aún se encontraba en silencio, tragó saliva, tratando de entender lo que estaba ocurriendo y buscando valor en el abrazo de su madre. Chayo, con un esfuerzo visible, acarició el cabello de Aleu y susurró, su voz rota pero suave.
-Estaremos bien, niñas. No importa lo que él diga… –murmuró, mientras intentaba reconfortarlas–. Somos más fuertes que él.
Keldysh soltó una risa seca y cruel, interrumpiendo el momento.
-Sí, repite esas palabras las veces que quieras –dijo, cruzándose de brazos y observando con fría indiferencia–. Pero recuerda, G.I Jane, que ahora estás en mis manos. Y eso significa que yo tengo control sobre ti, tus hijas… y todo lo que alguna vez consideraste tuyo.
El peso de sus palabras cayó como una losa, y Chayo apretó los labios, sintiendo una rabia impotente. Meztli levantó la cabeza y miró a Keldysh con desafío.
-No nos conoces –dijo con voz temblorosa pero firme–. Ni a mi madre, ni a nosotras. No sabes de qué somos capaces. Mi papá vendrá por nosotras… y te arrepentirás.
Keldysh pareció divertirse aún más con las palabras de Meztli. Se inclinó hacia ella, observándola con una intensidad perturbadora.
-Puede que tu papá venga –susurró–, pero cuando llegue, verá cómo todo lo que amaba ha sido quebrado. Eso es lo que hace una verdadera venganza.
Con una última mirada de desprecio, Keldysh se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta con un golpe seco que resonó como un eco en la mente de las tres. Las chicas se quedaron en silencio, el miedo y la impotencia apretando sus corazones.
Chayo respiró hondo, tratando de recomponerse. Sus brazos envolvieron a Aleu y a Meztli, atrayéndolas hacia ella en un abrazo cálido y protector.
-No dejen que las palabras de ese hombre las lastimen –les susurró, con una firmeza que le costaba encontrar en medio del dolor–. Él no entiende lo que es el amor, no entiende la fuerza de la familia. Vamos a salir de esto… juntas.
Meztli asintió, limpiándose las lágrimas y abrazando a su madre con renovada determinación. Aunque el miedo seguía ahí, sus palabras y el abrazo de su madre le dieron la fortaleza que necesitaba.
Aleu, por su parte, permanecía callada, pero en su mirada se encendía una chispa de valor. Aunque estaba asustada, la presencia de su madre y el abrazo de su hermana le infundieron un poco de esperanza, una certeza de que, pase lo que pase, juntas serían más fuertes.
Sin embargo, el eco de las palabras de Keldysh y la mirada fría con la que había arrojado a su madre al suelo permanecían en sus mentes, un recordatorio cruel de que aún les quedaba mucho por enfrentar.
