Confidencial
Inuyasha – Un cuento de Hadas Feudal no me pertenece.
Todos sus personajes son propiedad y autoría de Rumiko Takahashi.
Cuando besé al profesor
Parte 1 – Deseos de cosas imposibles
- Señoritas, creo que un día de estos lo voy a besar – dijo Kagome, mordiendo con expresión soñadora la punta del bolígrafo que tenía en la mano – ¿Qué dicen?
- Estás loca – rió Sango mientras sacaba un cuaderno de apuntes del bolso – jamás tendrías la oportunidad y, si la tuvieras, probablemente te arrancaría la cabeza…
- … O te humillaría públicamente- terció Kagura arqueando una ceja y buscando imperfecciones inventadas en su por demás impoluta manicura.
- Tal vez haga las dos cosas… - susurró Rin, inclinándose sobre el respaldo de la silla que ocupaba Kagome, para mantener la conversación bajo un tono discreto – lo que nos queda por dilucidar es qué haría primero.
Justo cuando la frase de Rin se asentó en el grupo, causando la risa explosiva de las cuatro muchachas, lo vieron ingresar al Aula Magna. Con su imponente figura y andar pausado, impuso el silencio inmediatamente. La clase magistral estaba a punto de iniciar.
Kagome se enderezó en la silla y miró al frente. Lo observó mientras éste ordenaba unos papeles sobre el atril y buscaba en la notebook las diapositivas que le ayudarían con la clase. Se fijó en que hoy vestía una de sus camisas blancas, sin corbata (su marca registrada), y pantalones de vestir color gris. Todos sus movimientos eran calmados y medidos, con el distintivo toque de nobleza rancia que le caracterizaba. Kagome y las demás chicas solían teorizar la razón por la que un demonio de tan alto rango social habría tomado un trabajo tan ordinario como ser un profesor de universidad. Y, para más, profesor de Historia del Arte.
Con el nombre que se gastaba, a Kagome le daba la sensación de que su elección de carrera era parte de una broma interna que no lograba captar. ¿Por qué el Asesino Perfecto estaría interesado en aprender y enseñar sobre la historia de las manifestaciones artísticas de los seres humanos? No tenía el menor sentido.
Mientras iniciaba la charla sobre el barroco italiano y hacía énfasis en Caravaggio y sus técnicas de claroscuro, ella no le sacaba los ojos de encima. Su belleza imponente la cautivó desde el día uno y, su desdén por todo lo que no fuera estrictamente académico solo le generaba una frustración deliciosa. La irritaba que fuera tan correcto y distante.
No podía dejar de reparar en su largo cabello plateado y sus ojos de color oro. Las marcas color magenta que adornaban sus párpados, mejillas y muñecas causaban un efecto extraño en ella, la atraían de forma magnética y no podía dejar de preguntarse si esas mismas marcas se repetirían en otras partes de su cuerpo. Si tan solo pudiera verlas de cerca…
A pesar de que bromeaba abiertamente con sus amigas, lo que no se animaba a admitir en voz alta era que estaba realmente obsesionada con el profesor Sesshomaru a tal punto que su sola presencia disparaba un mar de emociones en ella. Su cuaderno de bocetos estaba plagado de dibujos de ojos misteriosos y lunas crecientes. Ansiaba dirigirle la palabra fuera del ámbito académico casi tanto como descubrir todos sus secretos.
¿Cómo besarán esos labios?
Perdida en sus ensoñaciones no se dio cuenta de que la mirada del profesor y toda el Aula Magna estaban posadas en ella. Sango le dio un codazo y urgió en voz baja – ¡Kagome, te lo está preguntando a ti!
- ¿Y bien, Señorita Higurashi? ¿Qué tiene que decir al respecto? – la voz de Sesshomaru era moderada y profesional, con una nota sutil de exasperación.
Kagome no entendía nada, pero parpadeó repetidamente, despertando de su contemplación. La feliz ignorancia de la situación le duró poco, porque cuando se dio cuenta que Sesshomaru le había hecho una pregunta frente a todo el auditorio y que ella no la había escuchado, un manto rojo de vergüenza le cubrió las mejillas y el cuello.
- Disculpe, Profesor Taisho – musitó con voz trémula – no escuché la pregunta. ¿Podría repetirla por favor?
Sesshomaru enarcó una ceja.
- Dado que no le ha quitado de encima los ojos a este profesor durante los últimos veinte minutos, estimé que estaba realmente interesada en el tema. Supongo que el barroco italiano no es de su agrado.
- Lo siento, no fue m-
- Preste atención por favor y permanezca en el Aula Magna después de clase, quiero hacerle algunas preguntas sobre su última entrega.
El auditorio observó el intercambio con ojos ávidos e incluso se alzó un murmullo, que fue rápidamente acallado por la mirada fría y profesional de Sesshomaru. Luego de exponerla y humillarla frente a toda la clase, siguió con la exposición como si nada hubiera pasado.
Kagome se hundió en la silla, muerta de vergüenza. Rin le acarició el hombro afectuosamente y Kagura se le acercó discretamente al oído – si tenías dudas sobre la humillación pública, creo que ya se han disipado…
Kagome no respondió y mantuvo la mirada fija en las diapositivas que iban siendo presentadas en pantalla. Si quería que prestara atención, pues atención prestaría. La vergüenza que permanecía en ella por el llamado de atención la había despertado totalmente de sus ensoñaciones.
Veinte minutos después, la clase terminó y todos se pusieron de pie, abandonando el Aula Magna en medio de un murmullo de voces que comentaban la exposición y las tareas derivadas de ella. Kagome se puso de pie y alisó los pliegues de su blusa, dispuesta a enfrentar a la fiera que esperaba en el centro del auditorio.
A pesar de que le temblaban ligeramente las piernas, hizo acopio de todo su orgullo y volteó a ver a sus amigas, que ya estaban tomando sus cosas para salir.
- De verdad – les dijo con voz bajita - juro que lo besaré alguna vez y él no lo verá venir. Veremos a quién le tocará aprenderse la lección a la fuerza.
Sango sacudió la cabeza con expresión divertida y se marchó con Rin siguiéndola en dirección a la puerta.
Kagome bajó los cuatro escalones que la separaban de la explanada del Aula Magna hasta el atril en el que la esperaba el profesor Sesshomaru, luciendo su expresión desinteresada de siempre.
