NOTA DE AUTORA: Esta historia corresponde a la SEXTA PARTE de la SAGA REBELIÓN. Si aún no hay leído las otras historias (Guardianes Negros, Templo de Hades, Era del Reclutamiento, Heredero de Merlín y Secretos de Nurmengard), te recomiendo que pases por mi Profile donde las podrás encontrar.


DISCLAIMER: Esta historia estaba basada en el universo mágico creado por JKR. Muchos de los personajes que aparecen en la misma son creación de dicha autora. Todos aquellos personajes que no reconozcan de la saga original de Harry Potter, me pertenecen :)


Capítulo 1: El bosque está muriendo

"El verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene delante, sino porque ama lo que tiene detrás."

G.K. Chesterton.


Los pies de Katya Danilova se movían veloces sobre la tierra y su cuerpo se deslizaba con agilidad entre los árboles, saltando y esquivando, trepando incluso cuando lo consideraba necesario. Conocía los caminos del bosque de memoria, después de años de recorrerlos y practicarlos. Y el bosque la conocía a ella. Se abría para Katya con benevolencia, facilitándole el largo trayecto que llevaba hasta el corazón de ese lugar.

No tenían demasiado tiempo, y era imperativo apurarse. Ella era rápida, inhumanamente rápida. Pero los enemigos también. Posiblemente, más que ella. Tenía que llegar hasta la Gente del Bosque antes que ellos.

Prácticamente soltó un suspiro de alivio cuando reconoció las primeras construcciones escondidas entre las copas de los árboles. Cabañas construidas en las alturas a partir de los elementos que el bosque les preveía.

—¡Jazmín! —gritó.

Inmediatamente se vio rodeada de varias criaturas de aspecto humanoide, con sus pieles de variados tonos verdosos y sus cabellos blancos como la nieve. Todos ellos estaban armados y apuntándole.

—No tengo tiempo para esto… —gruñó Katya, exasperada, dando un paso al frente. Dos de los seres del bosque tensaron las cuerdas de sus arcos, la punta de sus flechas apuntando hacia ella.

—Bajen las armas —ordenó una voz que Katya conocía. Todos obedecieron inmediatamente.

—Álamo —jadeó ella cuando el hombre del bosque se abrió paso entre sus hermanos.

—Katya —respondió él con una educada inclinación de cabeza.

—Necesito hablar con Jazmín.

—No puedes simplemente aparecer y solicitar una reunión con la Madre… —suspiró Álamo. Era evidente en el tono de su voz que no era la primera vez que tenía esa charla con Katya. Pero ella no tenía tiempo para perder discutiendo. No esta vez.

—Es urgente —insistió. Álamo la miró con sus penetrantes ojos amarillos, y tras unos segundos que se le hicieron una eternidad, finalmente asintió y le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera.

La gente del bosque habitaba en humildes cabañas construidas en las alturas, entre las copas de los árboles. Estaban dotados de manos con dedos largos y filosos, capaces de aferrarse firmemente a la corteza de los troncos, y una cola brotaba de la parte de atrás de su columna, similar a la de un felino, la cual usaban para balancearse y mantener el equilibrio.

Álamo trepó por uno de los árboles hasta aterrizar en la entrada de una de las chozas. Por fuera, era idéntica a todas las demás construcciones. Nada en ella delataba que allí vivía la Madre y Reina de la gente del Bosque.

Katya no era una criatura del bosque. Pero era una híbrida. Por sus venas corría la sangre del pueblo de los vampiros. Tomó impulso, y se propulsó hacia la rama más cercana, mientras sentía que sus uñas se alargaban como garras y se clavaban en la madera. Se balanceó sobre sus brazos y se soltó hacia delante, aferrándose de otra rama más alta. Le tomó dos saltos más llegar hasta la cabaña. Cayó con una silenciosa gracilidad junto a Álamo y no pudo evitar sonreírle con cierta arrogancia. Álamo se limitó a menear la cabeza y descorrer la piel que cubría la entrada de la cabaña.

Adentro la cabaña se encontraba apenas iluminada por unas velas. El perfume a jazmines invadió a Katya instantáneamente, embriagándola. Había corrido por el bosque con el corazón en la boca, un terror frío clavado en su pecho, pero en ese instante, inexplicablemente, sintió que su cuerpo se relajaba y su corazón se apaciguaba. Era el poder de la Madre.

—Su Alteza —dijo Katya, arrodillándose.

—Tengo entendido que tienes algo urgente que hablar conmigo, niña —habló la voz gentil de Jazmín, la Madre de la gente del Bosque. Estaba sentada en el suelo, sobre una manta que parecía tejida a mano a partir de retazos de plantas y hojas.

—Están atacando el Bosque, Alteza —respondió inmediatamente Katya, levantando la mirada para poder hablar cara a cara.

—¿Dónde? —preguntó Jazmín, manteniendo la calma.

—Han penetrado a través de la frontera con Rusia.

—¿Cuántos?

—Cientos de ellos.

Katya se había trepado a lo alto de un árbol para observarlos. Eran demasiados como para poder contarlos. Jazmín inspiró profundamente y soltó el aire despacio por la nariz.

—El Bosque sabe cómo defenderse de los magos, Katya —le aseguró con sorprendente serenidad. Pero Katya negó fervientemente con la cabeza.

—Alteza… No se trata solo de magos… —las palabras se le atragantaban en la boca—. El aquelarre de Oleg está con ellos… también la manada de Gustav… Los vampiros y los hombres lobos nos han traicionado.

—Los conflictos entre los habitantes del Bosque Oscuro han existido desde el principio de los tiempos. No es la primera vez que alguna de las manadas intenta tomar el control del bosque… —argumentó Jazmín. Pero Katya la interrumpió, salteándose todo protocolo real.

—No creo que quieran tomar control del bosque, majestad. Han traído un dragón con ellos… Creo que quieren destruirlo —le explicó acongojada. A pesar del tono verdoso de su piel, la Madre empalideció al escucharla.

—No pueden destruir el bosque —intervino Álamo—. Es demasiado poderoso.

—Todo puede destruirse, y nada es demasiado poderoso —lo contradijo Jazmín con tristeza.

—Vienen hacia acá, Alteza —le comunicó Katya, apremiante.

—Claro que vienen hacia acá —coincidió ella, con voz serena.

—Tienen que escapar —le suplicó Katya. Jazmín le dedicó una sonrisa indulgente.

—Me temo que esa no es una opción, Katya —le dijo, descolocándola—. ¿Sabes por qué vienen hacia acá? —le preguntó alzando las cejas como si fuese una paciente maestra aguardando que su alumna respondiera una pregunta simple y elemental.

—Vienen por ti —comprendió Katya. Jazmín asintió.

—Por mí y por mi gente. El bosque nos da vida, y a cambio, nosotros le damos vida a él. Somos uno. No podemos existir uno sin el otro… Mi gente y yo no sobreviviremos si el Bosque Oscuro muere… Y el Bosque Oscuro no morirá mientras nosotros podamos mantenerlo con vida —le explicó la Madre, con la sabiduría que le habían otorgado varios siglos.

—Van a matarlos —suspiró Danilova, sintiendo la voz frágil.

Jazmín se puso de pie y caminó hacia ella. La tomó de las manos y la obligó a ponerse de pie. La miró directamente a los ojos. No había miedo en su mirada. Solo paz. Katya no entendía cómo era posible que se mantuviera tan tranquila en un momento tan crucial, con la muerte golpeando a su puerta.

—A todos nos llega nuestra hora, Katya Danilova —le dijo en ese tono maternal que siempre generaba que algo se removiera en el pecho de la Katya.

—Pelearé con ustedes —dijo ella, testaruda.

—No, no lo harás —se negó Jazmín. Danilova abrió la boca para quejarse, pero la Madre volvió a hablar antes de que pudiera decir algo—. Tienes otra tarea que cumplir.

—¿Qué puede ser más importante que esto?

—Necesito que saques a la familia Solcoff de Bosque —le pidió, acariciándole la mejilla. Katya sentía un nudo en la garganta. Jazmín giró a mirar a Álamo—. Busca a los humanos y diles que se preparen para escapar.

Álamo hizo un gesto rígido de inclinación y salió velozmente de la cabaña.

—¿Entonces está decidido? ¿Me expulsas del Bosque así nomás? —se enfureció Katya. Jazmín suspiró y le dedicó una mirada condescendiente.

—Te estoy pidiendo que salves a una mujer y a dos muchachos… Y que te salves a ti misma.

—No pertenezco a ese mundo…

—Eres una sobreviviente. Convertirás cualquier mundo en tu mundo si te lo propones —le aseguró Jazmín.

Katya la siguió hacia el exterior de la cabaña. Afuera, todo era movimiento. La gente del bosque se preparaba para pelear. Corrían y saltaban entre los árboles, tan veloces que apenas podías distinguirlos, sus pieles camuflándose con la vegetación.

Pero no eran guerreros. La gente del bosque era un pueblo pacífico. No contaban con el número ni las armas suficientes. El ejército que avanzaba por el Bosque Oscuro iba a aniquilarlos.

Álamo se encontraba aguardándola junto a una mujer de mediana edad que Katya recordaba de la vez que había guiado a Ted Lupin y a Draco Malfoy a su encuentro. Se trataba de Marianne Solcoff. Junto a ella había dos muchachos jóvenes, apenas unos adolescentes, que probablemente no habían alcanzado aún la mayoría de edad.

—Katya los guiará fuera del bosque, hasta el poblado más seguro —les informó Jazmín, manteniendo una imperturbable serenidad que empezaba a exasperar a Katya.

—Gracias. Por todo —dijo Marianne, tomándole las manos a la Madre, con los ojos húmedos y el rostro solemne. Jazmín le sonrió.

La Madre de la gente del bosque giró entonces para enfrentarse a Katya. Y ella supo que esa sería la última vez que se verían.

—La magia del Bosque siempre protegerá a sus Hijos —le dijo Jazmín en un tono significativo.

Katya se sintió irritada por las palabras de la sabia criatura. No entendía lo que querían decir, y no parecían tener sentido. Nadie los estaba protegiendo. Estaban solos, peleando contra algo mucho más grande y poderosos que todos ellos. Y en lugar de quedarse a defender el único lugar que consideraba su hogar, Katya estaba huyendo. Deseó gritar, e insultar y golpear a Jazmín.

En cambio, la abrazó. Durante los breves segundos que duró el abrazo, todo pareció calmarse. Podía sentir la paz que irradiaba desde la líder del Bosque. Podía sentir su luz. Podía sentir al bosque.

Romper el abrazo fue como caer de regreso a la realidad. El bullicio ensordecedor volvió a envolverla. La gente del bosque se movilizaba, buscaban sus flechas, sus lanzas, se trepaban a los árboles y se camuflaban entre el follaje. Se escuchaba el ruido lejano provocado por el avance del enemigo, y si uno prestaba atención, había otro sonido de fondo. Un susurro vibrante. Un lamento. El bosque estaba llorando.

—¿Tienen sus varitas? —preguntó Katya, mirando a Marianne y a sus hijos. La bruja asintió, palmeándose el lateral de su pantalón, de cuyo bolsillo sobresalía una vara de madera.

—Pensé que no debíamos usar magia en el bosque —dijo el hijo más joven, visiblemente confundido.

—El bosque se está muriendo, niño —le respondió Katya. El muchacho tragó saliva, nervioso, y revolvió entre sus bolsillos hasta dar con su varita. ¿Sabría algo de magia ese niño? ¿Cuántos años tenía? ¿Doce?

Notó que Álamo sacaba una flecha de su carcaj, y la posicionaba en el arco, lista para disparar en caso de ser necesario.

—¿Vienes con nosotros?

—Los escoltaré hasta los límites —respondió Álamo con su voz solemne.

—Te necesitan acá para pelear —le recordó Katya.

—Ustedes me necesitan más —afirmó él, intransigente. No había tiempo para discutir, y lo cierto era que tenía razón.

Katya empezó a abrirse camino por el bosque usando sus sentidos para guiarse. Había aprendido que no bastaba con mirar para sobrevivir en un lugar así. Había que saber escuchar los sonidos que emitía el entorno. Saber reconocer los olores que anunciaban el peligro.

Álamo desapareció rápidamente entre las copas de los árboles, pero Katya podía sentir su presencia acompañándolos, moviéndose por encima de sus cabezas, como una manta invisible y protectora. Marianne y sus dos hijos marchaban torpemente detrás de ella. Katya habría deseado que fueran más veloces y menos ruidosos. Pero eran humanos. Y no habían pasado tanto tiempo en el bosque como ella y Álamo… Ni como las criaturas que ahora los perseguían.

Katya los olfateó antes de verlos. Un olor intenso y metálico. Casi podía saborearlo en su boca. Sangre. Humanos. No, no simples humanos. Magos. Casi podía sentirla sobre su piel, como una vibración que exudaba de sus cuerpos.

—¡Cuidado! —gritó a tiempo, mientras empujaba a uno de los muchachos hacia un costado. Un hechizo pasó zumbando por entre los árboles, apuntando hacia el sitio donde el muchacho había estado solo segundos atrás.

Marianne y el hermano mayor ya habían desenfundado sus varitas. El bosque crujía a su alrededor, quejándose. Katya se enderezó y estiró las manos, sus dedos volviéndose armas filosas.

Cuando les lanzaron el siguiente hechizo, Marianne ya estaba preparada y lo detuvo sin problemas. Una flecha salió despedida por encima de ellos, disparada por Álamo, y se introdujo en la espesura del bosque. Escucharon un quejido y el ruido producido por alguien al caer al suelo.

Otro hechizo, ahora desde la izquierda. Uno de los hijos de Marianne respondió con mayor rapidez de la que Katya habría esperado, y la madre lanzó un ataque a ciegas.

Pero alguien más atacaba desde el lado contrario. Katya esquivó el maleficio, y se lanzó a la carrera hacia el bosque, dejando que sus sentidos la guiaran, como un animal persiguiendo una presa. Se trepó a una de las ramas cercanas para esquivar el siguiente haz de luz brillante que le lanzaron, y se balanceó a la rama siguiente, buscando a su blanco.

Finalmente, lo identificó. Había una mujer, vestida con una túnica negra y con una varita. Buscaba con mirada frenética de un lado al otro, intentando localizar a Katya. La híbrida se le lanzó encima tomándola por sorpresa y derribándola al suelo. Le clavó sus afiladas uñas en el antebrazo con el que sostenía la varita, y la mujer gritó de dolor. Sus dedos se aflojaron, y Katya se apresuró a quitarle la varita y partirla a la mitad.

—Veamos cómo peleas ahora —gruñó mientras sus ojos se teñían de rojo, y una ira animal la desbordaba.

La bruja se sacudió debajo de ella, intentando liberarse. Pero Katya alzó su mano y la descendió como si fuese una navaja, rebanándole el cuello. El grito de la mujer quedo sofocado por la sangre, convertido en un gorgoteo húmedo y rojo. Sus manos se cerraron alrededor del cuello en un intento fútil por detener lo inevitable. Katya esperó hasta que la luz se apagó definitivamente en los ojos de la mujer.

El aroma de la sangre invadió su olfato, y sus fosas nasales se dilataron, ansiosas por absorberlo. Era delicioso.

Se incorporó rápidamente, alejándose del cadáver de la bruja antes de que su fuerza de voluntad se quebrase y se sintiese tentada a dar una lamida a la sangre del cuello. Volvió sobre sus pasos hacia donde había dejado a Marianne y a los chicos.

Álamo había bajado de los árboles y se encontraba junto a ellos. Uno de los hijos de Marianne tenía un corte en el muslo, pero salvo por eso, estaban todos sanos.

—Se acercan más de ellos por el este y por el norte —anunció Álamo en cuanto la vio aparecer. Sus ojos se detuvieron fugazmente en sus manos ensangrentadas, pero no hizo preguntas.

—Nos están encerrando —comprendió Katya.

—Debemos tomar hacia el sur.

—Ese terreno es muy descubierto —se quejó Katya. El bosque se volvía menos frondoso hacia el sur, con múltiples claros y lugares llanos. La gente del bosque rara vez transitaba por esa zona. Estaban acostumbrados a usar los árboles como refugio. Si iban al sur, Álamo no tendría dónde camuflarse.

—Es la única opción —insistió Álamo, negando con la cabeza. Katya asintió.

Avanzaban en silencio, solo acompañados por el sonido de sus respiraciones agitadas y sus pisadas aceleradas. Katya podía oler el miedo proveniente de los niños. Un terror profundo, que aceleraba sus corazones y revolvía su sangre. Un acceso de sed la invadió pero se esforzó por ignorarlo. Esa mañana no había llegado a alimentarse, y la sangre que todavía goteaba de sus manos no ayudaba a mantener a raya la violenta pulsión que sentía.

A medida que avanzaban, los árboles comenzaban a espaciarse. Podían ver parches de cielo celeste y el sol se filtraba con facilidad hasta ellos. Estaban expuestos, y Katya se sentía intranquila caminando por allí.

Esta vez, fue Álamo quien reaccionó primero. Disparó la flecha justo cuando una figura se lanzaba hacia ellos a una velocidad inhumana. El disparo de álamo fue certero. La punta de su flecha se clavó en el corazón del vampiro, y éste se desintegró en cenizas.

—¡Corran! —ordenó inmediatamente Katya. El aquelarre de Oleg los había alcanzado.

No había dónde refugiarse. El bosque no era lo suficientemente espeso como para esconderse o trepar. Delante de ellos se abría un claro de maleza crecida que les llegaba hasta las rodillas, y solo un puñado de árboles jóvenes y delgados.

Marianne Solcoff y sus dos hijos corrían tan rápido como sus fuerzas les permitían. Katya lanzó una mirada por sobre el hombro y sintió una puntada de desesperación al comprobar que Oleg y sus vampiros se abrían paso hacia ellos. No iban a poder escapar. Eran demasiados. Eran mucho más rápidos que los humanos.

Llegaron hasta un grupo de árboles y Katya se detuvo abruptamente, tomándolos por sorpresa.

—¿Qué haces? —le preguntó Álamo, frunciendo el ceño.

—No vamos a lograrlo —jadeó Katya, mirándolo de forma significativa.

—Yo puedo entretenerlos —propuso él, pero Katya sonrió escépticamente.

—No lo suficiente —argumentó ella.

—Su Alteza Jazmín quería que tuvieras una oportunidad afuera, Katya —le recordó él.

—No siempre podemos tener lo que queremos —respondió ella con sorna—. Pero ellos pueden hacerlo —agregó, señalando a la familia de Solcoff—. Nosotros podemos ganarles tiempo para que puedan escapar —su voz era casi implorante.

Lo cierto era que no lo hacía solo por la familia Solcoff. Lo hacía también por ella. Ese bosque había sido su hogar durante demasiado tiempo. Era el último recuerdo que le quedaba de su familia. Había sido su refugio. Su compañía. No quería dejarlo. No estaba lista para dejarlo. No sin antes pelear.

Álamo suspiró con resignación, y Katya no pudo evitar sonreír. Se giró entonces hacia Marianne.

—Deben avanzar siempre hacia el sur. Usa tu varita como brújula. No se detengan hasta que salgan del bosque. Hay un pequeño poblado a dos kilómetros de allí. Una vez fuera del bosque… No usen magia. No sabemos cuál es la situación actual del país afuera del bosque, y lo mejor es que se hagan pasar por muggles hasta descubrirlo —les informó velozmente Katya. Marianne asintió con la cabeza—. Buena suerte —los despidió.

—Gracias —fue todo lo que pudo articular Marianne. Tomó a sus hijos y comenzó a correr, alejándose de ellos.

—¿Listo? —preguntó Katya, mirando de reojo hacia Álamo.

—Listo —respondió el hombre del bosque, mientras tensaba una nueva flecha de madera en su arco.

Rápidamente se encontraron rodeados de vampiros. El sol se filtraba con facilidad en esa zona y era evidente que le resultaba molesto a sus enemigos. Pero eso no les impedía seguir acercándose, encerrándolos lentamente. Oleg, el líder del aquelarre, se abrió paso entre ellos, acercándose más a Katya y Álamo. Llevaba una capucha colocada sobre su cabeza para protegerse del sol.

—Señorita Danilova —la saludó con una leve inclinación de cabeza. Sus ojos refulgían de color escarlata y tenía la cara manchada con sangre. Había estado alimentándose, y Katya podía imaginarse quiénes habían sido sus víctimas.

—¿Qué mierda crees que estás haciendo, Oleg? —escupió Katya, enfurecida.

—Sí… Imaginé que tú no estarías muy contenta con todo esto —señaló Oleg, haciendo un ademán con la mano como para restarle importancia.

—Estás destruyendo el Bosque Oscuro—siguió acusándolo. Oleg torció una sonrisa desagradable.

—Siempre estuviste demasiado apegada a este lugar… Igual que tu padre —respondió el vampiro.

Katya sintió que algo se agitaba con violencia dentro de ella ante la mención de su padre. Álamo le dedicó una mirada de advertencia, instándola a que mantuviera la calma.

—Este es nuestro hogar, Oleg —volvió a intentarlo.

—Ya no más, Katya. Ahora… El mundo entero será nuestro hogar —la corrigió.

—¿De qué hablas?

—Ya hemos tenido suficiente tiempo escondiéndonos, alimentándonos de animales y criaturas salvajes… Privándonos de nuestros verdaderos instintos —se quejó Oleg, el resentimiento evidente en su voz—. Pero eso está por cambiar. Pronto, el mundo mágico quedará expuesto y seremos libres…

—Eres un idiota —lo interrumpió Katya. El rostro de Oleg se endureció ante el insulto, y levantó su mentón en un gesto desafiante—. Has vivido siglos, y aún así, eres tan ingenuo como para creer semejante estupidez.

—Ya ha empezado —aseguró con tozudez el vampiro—. Ya han empezado a rebelarse por toda Europa… Han tomado el control de Rusia, de Italia y ahora de Ucrania. Es solo cuestión de tiempo hasta que el resto de los países caigan.

—¿Realmente crees que, si eso sucede, los magos compartirán la victoria contigo? —se burló nuevamente Katya. Ahora Oleg se mostraba verdaderamente enfurecido.

—De algo estoy seguro: tú no llegarás a verlo —sentenció, y su mano descendió, dando la señal de ataque al resto del aquelarre.

Álamo comenzó a disparar las flechas, veloces y letales. Pero los vampiros se movían con igual destreza, y no todas daban en el blanco. Rápidamente se encontró rodeado de varios vampiros que lanzaban zarpazos contra su cuerpo. Llevaba una navaja atada a la cintura, fabricada a partir de hueso de animal, y se defendía como podía, pero eran demasiados.

Katya recibió al primero de los vampiros que se lanzó contra ella y lo empujó a un lado con fuerza. Sin embargo, otros dos lo siguieron. Uno de ellos la tomó de uno de los brazos, clavándole las garras en la carne del bíceps, y ella respondió desgarrándole con su mano libre el rostro, obligándolo a soltarla. La otra la embistió como todo su cuerpo, golpeándola en el tórax y robándole el aire. Katya cayó pesadamente contra el suelo.

Por el rabillo del ojo pudo ver como los vampiros descuartizaban a Álamo, desgarrándole la carne e hincándole los colmillos para sacarle hasta la última gota de sangre. Se peleaban como animales salvajes sobre el cadáver, arrancando lo que podían de él, desmembrándolo y eviscerándolo sobre el césped verde del bosque.

Giró sobre sí misma y se apoyó arrodilló en el suelo, ayudándose con las manos para reincorporarse. Los tres vampiros que la habían atacado se preparaban para arremeter nuevamente. Esta vez, sería el golpe letal. La derribarían y la descuartizarían igual que habían hecho con Álamo. Moriría en agonía, y su sangre bañaría la tierra del bosque que había amado.

La magia del Bosque siempre protegerá a sus Hijos.

Katya cerró los ojos y se concentró. Buscó dentro de ella esa otra parte, esa mitad que había relegado al olvidado, a la cual odiaba acudir. Llevaba tantos años viviendo en la piel de la vampira que le costó encontrar su otra mitad. La mitad humana. La mitad bruja.

Apoyó ambas manos sobre la tierra, las palmas firmemente apoyadas, los dedos completamente estirados. La piel del dorso de sus manos estaba surcada por intrincados tatuajes negros que ascendían desde los dedos, enroscándose alrededor de sus muñecas y luego por sus brazos, abriéndose paso hacia su espalda. Eran una verdadera obra de arte, y una muestra exquisita de magia. Habían sido dibujados con tinturas mágicas, capaces de canalizar la magia. Habían sido el trabajo de su madre. Un regalo, le había dicho ella antes de morir.

Volvió a respirar, y sintió el poder del bosque cosquilleando sobre la palma de sus manos, encendiendo los tatuajes, su color virando, volviéndose de un color rojo vibrante. Seguía con los ojos cerrados, pero podía sentir que los vampiros estaban prácticamente sobre ella. Esperó hasta tenerlos lo suficientemente cerca.

La magia estalló como una explosión de luz irradiando desde su cuerpo, quemando los cuerpos de los vampiros que estaban cerca, reduciéndolos a cenizas, y obligando a los otros a retroceder. El bosque se agitó, el viento hablando entre sus hojas, llamándola.

Cuando la luz finalmente se apagó, ella se tambaleó, mareada. No estaba acostumbrada a usar su magia. Katya había hecho magia en escasas ocasiones anteriormente, pero nunca en esa magnitud. No sabía usarla.

—Alto —dijo una voz que ella no conocía.

Levantó la mirada. Le costaba enfocar, pero logró reconocer a un hombre alto y fornido, con un rostro marcado por cicatrices y una mirada sombría. No era un vampiro. Vestía una túnica negra. Era un mago.

—¿Qué es ella? —preguntó el mago, dirigiéndose a Oleg. Sus ojos la escudriñaban con curiosidad.

—Es la híbrida de la que le hablé, señor Genrich —respondió Oleg obedientemente. El mago llamado Genrich avanzó un par de pasos hacia ella, para mirarla con mayor detalle.

—¿La guía? —preguntó sin despegar los ojos de ella.

—La misma.

—Hace un año y medio, dos brujos visitaron este bosque —esta vez, el mago Genrich le hablaba directamente a Katya—. Buscaban algo y tú los guiaste por este bosque.

Lo recordaba perfectamente. ¿Cómo podía olvidarlo? Había creído que nunca más volvería a ver a Ted Lupin, y sin embargo, él se había aparecido en el Bosque junto a Draco Malfoy tomándola desprevenida. Buscando a la misma familia que ahora Katya estaba ayudando a escapar.

Se mantuvo en silencio, expectante. Había gastado su fuerza en el último hechizo, y todavía no tenía la energía necesaria para poder repetirlo o siquiera para poder pelear. Se le habían terminado los recursos. Pensó en la familia Solcoff, corriendo en ese momento por el bosque hacia el sur. No podía pelear, no podía hacer magia, pero todavía podía ganarles algo de tiempo.

—Dime lo que buscaban —insistió Genrich con voz gélida.

Katya soltó una risa baja, casi inaudible. Ese hombre estaba loco si creía que Katya iba a responderle.

—Responde —le ordenó nuevamente, y esta vez, Katya sintió una fuerza invisible que la levantaba del suelo, alzándola en el aire y aferrándola del cuello.

—No sé de quién hablas —susurró Katya con dificultad debido a la presión que sentía contra el cuello, impidiéndole respirar bien.

—Miente —intervino Oleg—. Yo mismo los vi. Los estaba llevando hacia las profundidades del bosque.

—Ya sé que miente —respondió el mago, entornando los ojos. Eran dos cuencas oscuras y profundas, y no había piedad en ellas. La mano invisible se cerró con más brutalidad alrededor de su cuello, y Katya se sacudió, jadeando por aire. —Dime, niña… ¿vale la pena morir por ellos?

—No… —gimió Katya, la cara tornándose roja, lágrimas comenzando a acumularse en sus ojos. Genrich aflojó la presión, permitiéndole tomar una bocanada de aire fresco para que pudiera hablar—. No soy una niña —articuló ella, con voz ronca pero desafiante.

Genrich sacudió la varita, y Katya salió despedida en aire hasta golpear contra el árbol más cercano. Un dolor agudo le recorrió la espalda, y la visión volvió a nublarse y llenarse de pequeños destellos luminosos.

—¿Te crees fuerte, verdad? —dijo el mago, en un tono tranquilo y frío—. Ya veremos que tan fuerte eres.

Sacudió una vez más la varita. Katya observó como el maleficio avanzaba hacia ella sin poder hacer nada para detenerlo.

Se había quedado sin tiempo.


Con este capítulo damos inicio a la sexta parte de la Saga Rebelión, y estoy muy emocionada de llegar a este punto.

Hace poco más de un año atrás, retomaba Heredero de Merlín. En pleno confinamiento por la pandemia, ordenando mis libros y cuadernos, me encontré con un anotador de esta Saga, repleto de notas, comentarios, nombres, y fechas. Sentí cierta nostalgia, y una especie de deuda pendiente conmigo misma (y sí, también con ustedes). Había abandonado la historia después de perder la versión borrador que tenía en una de mis computadoras y todas mis notas en versión digitalizada, pero ese día dije... ¿Y si lo intento de nuevo? Resultó ser una de las mejores decisiones que tomé en toda esta locura que ha sido el COVID 19.

Esta historia ha sido mi cable a tierra, mi mecanismo de escape de una realidad que por momentos se parece más a la ficción. Me ha ayudado a mantenerme cuerda cuando las cosas se ponían difíciles en el trabajo, y me ha dado incontables alegrías con sus comentarios de aliento.

A todos los que se mantuvieron fieles a la historia a pesar de los años que pasaron, gracias por no darse por vencidos conmigo. A los nuevos lectores, gracias por elegirla para leer y bienvenidos. A todos en general, gracias por confiar en mi historia y en mí como escritora. Sin ustedes, posiblemente no me habría animado a llegar hasta acá.

Nos embarcamos ahora en un libro complejo, mucho más ambicioso de todo lo que he hecho hasta ahora, pero que espero que resulte satisfactoriamente, tanto para ustedes como para mí. Voy a pedirles que, así como han sido pacientes conmigo durante todo este tiempo, sigan siéndolo a lo largo de esta historia. Haré mi mejor intento por actualizar semanalmente, pero es posible que algunas veces me demore un poco más. El principal motivo es que, en este libro, a diferencia de los anteriores, abarcaremos más que un solo año de Hogwarts (sí, leyeron bien), y estaremos siguiendo los eventos no sólo de Albus y sus amigos, sino también de la Orden el Fénix, de la Rebelión, y de la Guerra (de nuevo, leyeron bien). Tengo que asegurarme de mantener todos los eventos importantes bien organizados antes de actualizar, ya que una vez que el capítulo se publica, después es difícil volver atrás y modificar si cometí un error. Y respetar la cronología es algo importante para la trama.

Como seguramente se habrán dado cuenta con este primer capítulo, será un viaje intenso. Así que abróchense los cinturones.

Bienvenidos a la Guerra Roja.

Saludos,

G.