NOTA DE AUTOR

-Muchas gracias a Lynxy, Ilariapp y Fernanda (me alegra saber que te gusta la época en la que está ambientada :D )

- En wattpad está publicada la ilustración correspondiente a este capítulo.

-Menomaru es un personaje de la película 1 de Inuyasha.

-Diferencia de edad 10 años entre Sesshomaru y Rin, y las edades cambian a medida que avanza la historia con los saltos temporales.

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CAPÍTULO II

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Desde ese momento transcurrieron diez días y todavía faltaba un mes más para llegar a nuestro destino Esparta.

Decidí alojarme esa noche en la capital de Focide, territorio también conquistado con anterioridad por mi familia.

Era necesario descansar, no sólo por mí y mis soldados, sino también por los caballos y esclavos que llevábamos a cuestas.

Observé las columnas blancas y lo verde de las enredaderas, la luz tenue de las encendidas antorchas. Una mesa con un gran banquete se extendía por todo el lugar, y yo me encontraba totalmente imperturbable y pensativo, recostado sobre una banca llena de almohadones.

Mis ojos analizaban la realidad que me rodeaba.

Gula y ebriedad, lujuria y avaricia.

En ocasiones me sentía como un dios entre mortales, como Apolo venerado, y en el caminó en ocasiones me transformaba en Narciso entre toda esa plebe de inútiles.

Miré a mi derecha a mis generales de más "confianza", Bankotsu y Jakotsu. Ya estaban un poco pasados de tragos. Reían y coqueteaban con un joven efebo.

—¡Hay que celebrar la conquista del nuevo territorio! —exclamó de repente Bankotsu alzando una jarra de alcohol.

Todos vociferaron en acuerdo alzando sus bebidas en lo alto.

Crucé los brazos contra mi pecho.

—Los reyes de Troya deben estar que trinan ya que ellos tambien planeaban hacérselas con Tesalia... —opinó Jakotsu.

—Sobre todo el sucesor al trono, el príncipe Menomaru.

—¡Ni lo menciones! Ese idiota no es tan buen estratega como nuestra alteza. Es impulsivo, nunca piensa antes de actuar y su reino es una mierda.

Y vociferaron con admiración "larga vida a nuestro rey Kirinmaru y su vástago Sesshomaru." Me mantuve impoluto ante aquella falaz demostración de fidelidad. Para mi tan sólo eran un rebaño de ovejas, de mentes alineadas y planas; yo era el futuro rey y ellos eran los bufones, los titiriteros en una obra teatral sin gracia. Ni una mísera risa podría ocasionarme algunas de las más estúpidas bromas de mi comitiva de soldados.

Si de la nada el impulsivo de Menomaru entrara junto a su comitiva de sicarios y asesinara a cada uno de los presentes, no me movería de mi lugar para defender a ninguno.

—La historia de nuestro reino romperá barreras. Los rapsodas hablaran sobre esto hasta el fin de los tiempos. En cambio de Troya nadie hablara. Menomaru es de todos los príncipes el más inútil... —opinó Bankotsu y los demás se largaron a reír junto a él.

Me levanté de mi lugar y el silencio sobrevino.

—No subestimen nunca al enemigo —hablé firmemente y los demás callaron, como si yo fuera una especie de Dios.

Con actitud indiferente me di media vuelta para dirigirme a mis aposentos. Ya era mucha fanfarria para un solo día.

Menomaru era igual que yo y sospechó que algo debe estar planeando...

Dos soldados me saludaron con una reverencia. Asentí y me dirigí a mis aposentos, solo para encontrarme con una mujer de cabello dorado, esperando en mi cama.

Fruncí el ceño, incómodo.

—Su majestad, fui elegida entre las todas las mujeres para ser su compañía esta noche... —dijo suavemente.

La observé sin emoción, indiferente.

Ella se deslizó hacia el borde de la cama, con una fina tela que apenas cubría su cuerpo. El miedo era lo único que brillaba en sus ojos y su piel, a simple vista, parecía tersa, pero en su superficie se adivinaban pequeñas llagas.

Contraer una enfermedad venérea no era parte de mis planes.

—Sal de aquí —ordené, sin levantar la voz.

Sus ojos azules se abrieron sorprendidos.

—¿He hecho algo mal, su majestad? —preguntó, nerviosa.

Me dirigí a uno de los sillones, dándole la espalda mientras me sacaba la armadura.

—No tengo interés en ti.

—Pero yo...

—Lárgate.

—Señor, por favor...

—Dile a ese imbécil de Filipo que si vuelve a desobedecerme y manda a alguien sin mi autorización, lo mandaré ejecutar por Bankotsu. No pedí ninguna prostituta. Ahora vete antes de que te corte el cuello.

La mujer se levantó temblorosa, hizo una reverencia rápida y salió corriendo. La observé irse, aterrorizada.

Una reacción predecible entre los mortales.

Mis facciones se relajaron mientras caminaba hacia el balcón, donde los últimos rayos de sol se escondían tras los árboles.

Cuando me percaté de que ya había anochecido decidí salir de mis aposentos. Los soldados que me custodiaban hicieron otra leve reverencia. Los ignoré y continué caminando por los pasillos hasta las afueras. Ellos no dejaron de perseguirme, como si fueran mi propia sombra. Continué caminando por largo rato, hasta las carpas donde se hallaban mi ejército.

Paré de golpe mis pasos y hastiado los miré con frialdad por encima de mi hombro. Sin embargo, mi atención fue inmediatamente reemplazada al escuchar un leve quejido provenir de adentro de una de las carpas.

Me acerqué un poco más hacia esa zona.

—Por favor no... —escuché la voz de una mujer.

—Cállate o te mataré.

—Me está haciendo daño... ¡Suélteme!, ¡no quiero!...

—Te va a gustar y si no te gusta me da igual, ¡tú tienes que hacer lo que yo te diga!

—No, ¡por favor!

Abrí la carpa de golpe. El soldado me observó con terror, como si la mismísima muerte se hubiese asomado, en cambio la esclava me miró con alivio.

—Ella dijo que no —ordené serio y mi sombra se cernió imponente sobre las desdibujadas figuras de ambos.

El soldado se levantó los pantalones y de inmediato se hincó torpemente ante mis pies.

—Perdóneme alteza, por favor, ¡perdóneme! —suplicó con ambas manos juntas y la cabeza cabizbaja.

Coloqué mi pie contra su nuca e hice presión, rozando su rostro sobre la tierra.

—Esto no es un sucio burdel —susurré con la voz plana en emociones—, y esa esclava debería estar en la enorme carpa junto con las demás prisioneras.

Le di una patada, que lo hizo caer de costado en el suelo. Una mueca de dolor se reflejó en su sucio rostro. La mujer en cambio dio un pequeño gritó, cubriéndose con los trozos de su arruinada ropa.

—Lo sé, lo sé, pero las culpables son ellas, las mujeres que tientan a los hombres a hacer estas cosas. ¡Yo no quería! —se excusó.

Fruncí el ceño.

—¿De verdad lo dice soldado?, ¿de verdad aquella débil mujer te ha incitado a qué la violes?

—Sí mi señor.

Sonreí de lado. El hombre en el suelo se heló. Él sabía que significaba aquella expresión en mi rostro. Entonces miré a mis escoltas.

—Cástrenlo —ordené.

Los soldados me miraron con pavor y luego a su compañero, quien se había apartado rápido de mi ubicación hacia una orilla de la carpa, con las manos cubriéndose las genitales.

—No, ¡por favor no lo haga!

—Esta es la única solución que encuentro para que no caigas en la tentación de violar mujeres.

—No caeré, ¡se lo juro! Por favor no me haga daño...

Dejé de sonreír.

—Al parecer tengo a un débil y cobarde soldado en mis tropas. Detesto a los hombres que no son capaces de asumir sus actos...

—Por favor perdóneme...

La esclava me observó con sus ojos verdes y brillantes, como si yo fuera una deidad, su ángel de la guarda. Era una situación algo disímil e irónica porque había sido yo la parca que había trasladado la muerte sobre su tierra de origen, aniquilando sin miramientos a gran parte de su gente y a partir de ese momento su destino era bastante desafortunado.

—Está bien... —finalmente susurré luego de eternos segundos—. Soldado, le perdonaré la vida. Ahora deje de llorar y lleve a esa prisionera a la carpa donde se hallan las demás.

—Gracias mi señor, ¡muchas gracias! Usted siempre tan misericordioso...

Sonreí y me di media vuelta hacia mis soldados que me observaban estoicos, aunque el miedo se reflejaba en sus miradas.

—Y ustedes acompáñenlo. Si ven que no acata mi orden, le cortan la cabeza y mañana la cuelgan en la entrada de su carpa como una advertencia.

El susodicho quedó helado ante aquel mandato.

—¡Como usted ordene su alteza! —exclamaron al unisonó.

Sin mediar ninguna palabra más me fui, sintiéndome liberado de mis escoltas que para mi eran como cadenas pesadas en mis pies.

De repente sentí una punzada en el pecho y miré hacia la luna menguante y luego el bosque frente a mí. No sé porque pero decidí adentrarme en aquel oscuro lugar.

Caminé por largo rato entre los arboles, siendo iluminado sólo por la tenue luz de las estrellas, hasta que finalmente me sentí cansado y decidí sentarme en la tierra, contra el hueco del tronco de un árbol. Me sentía tranquilo lejos de todo aquel infierno que me sofocaba en ocasiones, aunque nunca lo demostrara abiertamente.

No sé cuantos minutos pasaron pero mis ojos se cerraron, adormecidos, hasta que sentí una suave mano contra mi mejilla. Rápido de reflejos atrapé aquella frágil muñeca, presionándola con fuerza, y abrí los ojos con la peor y más frías de las miradas.

Allí se encontraba ella, la joven que hacía diez días atrás había atrapado observándome mientras yo me daba un baño. Me contemplaba con curiosidad y sin miedo a través de su límpida mirada. Mis facciones se suavizaron y la sorpresa vibró en mis pupilas.

Aflojé mi agarré en su muñeca y su mirada se llevó mis palabras, mi prepotencia y egocentrismo.

Jamás nadie me había dejado sin habla.

Mientras más y más la observaba, mi agarré se aflojaba hasta que mis dedos ya no rozaban su suave piel.

Ella se veía descuidada, con su inocente rostro sucio, los labios agrietados pero dulces, y el pelo castaño suelto y enmarañado. Llevaba un vestido que desde un principio supongo que era blanco y que ahora parecía el lienzo de un artista disconforme, por todos los colores que lo decoraban. La tela le cubría hasta los muslos, dejando a la vista sus lastimadas rodillas, semejantes a las de un potrillo recién nacido.

¿Seria hija de alguno de los soldados asesinados en Tesalia?, ¿por eso era qué me había perseguido hasta Focide? Eso, ciertamente, no me preocupaba, porque ahora era territorio de mi reino y todo lo que estaba allí me pertenecía, inclusive ella. Pero algo cambió en mí apenas se asomó esa idea en mi cabeza.

¿De verdad ella me pertenecía?, ¿de verdad yo quería que me perteneciera?

La veía tan libre e inalcanzable.

Esa libertad tan envidiable...

Todo lo contrario a mí.

Entonces escuché el sonido de unas ramas cerca de nosotros y mis cuestionamientos fueron respondidos.

—Corre —ordené y ella se levantó del suelo y se fue, como una paloma liberada, y mi corazón pareció irse con su fugitiva figura.

Me levanté del suelo y algunos de mis soldados se asomaron.

—Príncipe Sesshomaru, ¡finalmente lo hemos estado buscando, es un alivio encontrarlo sano y salvo! —dijo uno de ellos.

No respondí nada. Una mueca de disgusto se asomó por mi rostro. Sé que no soy libre; estoy atado a un imperio, a una legión de personas, y yo no quería que mis soldados la atraparan, porque esa joven no sufriría mi mismo destino.

Ella tenía que seguir siendo libre.

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Transcurrieron un par de días más en Focide, en los que me sentí extrañamente ansioso por volver a verla.

¿Por qué me perseguía?

¿Qué quería de mí?

¿Era algún especie de truco de Kagura?

Sé que es fácil encontrar a esa joven. No sé cómo lo sé, pero sé donde está.

Otra vez estaba anocheciendo y me hallaba solo en mi habitación cuando se me ocurrió una idea. Pedí a uno de mis soldados que me trajeran una canasta. Él me observó con desconcierto pero no preguntó para qué. Entonces, cuando la tuve en mi poder, observé en mis aposentos el lugar donde se hallaba una fuente con comida y elegí las mejores frutas, y algún que otro alimento.

Quería saber quién era la joven misteriosa del bosque, algo que se había convertido en un completo capricho para mí.

No podía salir por la entrada porque estaban mis custodios.

Asomé mi rostro por mi ventana y miré lo alto del edificio. Estaba en un segundo piso, y perfectamente podía bajar deslizándome por alguna de las columnas. Fruncí el ceño. El único problema que veía eran los ineptos de mis soldados, que se hallaban durmiendo abajo con sus armas tiradas despreocupadamente sobre el suelo, en vez de estar vigilando despiertos mi ventana, como debían hacerlo por cualquier contrariedad.

¿Qué sucedía si alguien los tomaba por sorpresa y luego trepaba por allí para asesinarme?

Alcé las cejas.

Por eso no confiaba en nadie y siempre me hallaba alerta de cualquier peligro.

Bajé tal cual lo planeado. Ellos continuaron durmiendo como si nada y con pasos leves caminé luego entre las carpas de mis soldados, usándolas como escondite por cada vez que veía a un ser vivo despistado. Finalmente pude salir de aquella zona y continué caminando hasta lograr divisar el bosque, pero un leve quejido captó mi atención por algunos segundos y mis ojos se dirigieron a una imagen que no deseé ver. Jakotsu se hallaba detrás de una fuente muy entretenido con otro soldado.

Fruncí el ceño y aparté rápido mis ojos, respirando hondo. Ciertamente son situaciones bastante comunes, así que tampoco me siento con la curiosidad de seguir observando...

Continué mi recorrido sin mirar hacia ningún sitio más, y me adentré en el bosque. Estuve por largo rato avanzando, intentando recordar a ciencia cierta el trayecto que había hecho la anterior vez, hasta que vi el reflejo de la redonda luna entre las ramas, y miré ansioso los alrededores que creía reconocer que eran los de la otra vez. Como lo esperaba vi a la pequeña mujercita asomarse tímidamente detrás de un árbol.

Nos miramos por un instante eterno y de la nada dije:

—Hola —un saludo, tan impropio de mi, y luego alcé la canasta hacia su posición—, te traje comida.

Ella salió de su escondite y caminó con pasos inseguros hasta mí.

Nos miramos nuevamente a los ojos, y luego la vi hacer una torpe y leve reverencia.

Parpadeé confundido.

—No hagas eso —pedí, al fin y al cabo me gustaba la idea de estar con ella sin tener que estar constantemente con mi porte de príncipe duro. Me senté debajo del mismo árbol de la otra vez y palpé la tierra a mi lado—, siéntate, por favor —pedí, agregando las dos ultimas palabras que eran raras en mi vocabulario.

¿Saludar?, ¿pedir por favor? Si alguno de mis soldados me viera moriría sin poder creerlo

Ella me miró por momentos, y asintió caminando hasta mi ubicación. Se sentó y rápido le ofrecí para comer una manzana.

—¿Quieres?

Ella observó el fruto con curiosidad y lo agarró entre sus frágiles dedos. Me miró como buscando mi aprobación y le sonreí. Le dio una mordida, y así le observé los labios rojos, las largas pestañas, lo hermoso de su pequeña nariz y cada vez que la miraba, más bonita me parecía.

—Gracias por la comida... —susurró finalmente haciéndome conocedor de su tierna voz, frágil, suave y femenina.

Nos miramos un instante y le sonreí con suavidad asintiendo.

Y ahí estaba de nuevo, desbloqueando un gesto impropio de mi personalidad.

Ella apartó su mirada de mi y continuó comiendo su manzana sin decir nada. A los segundos sus pequeñas manos me estaban pidiendo por más comida.

—Puedes simplemente agarrar lo que te apetezca...

Su mirada se iluminó mientras las manos no le alcanzaban para sacar todos los frutos y llevárselos hacia su pequeña y dulce boca.

—¿Cuál es tu nombre? —pregunté, sin apartar la mirada de ella.

Ella dejó de comer por un momento y me devolvió la mirada.

—Me llamo Rin...

Un nombre sencillo, acorde a una criatura tan simple y de baja cuna.

—... y tú eres su majestad, Sesshomaru, príncipe de Esparta.

No dije nada. Era lógico que lo supiera, mi reputación me precede.

—¿De dónde eres? —continué, con cautela.

Rin me miró sorprendida.

—¿De dónde soy?...

—Sí.

Guardó silencio durante unos instantes.

—¿Eres originaria de Tesalia?

Ella negó lentamente.

—¿Y tus padres? ¿Dónde están?

—Nunca conocí a mi padre. Mi madre y mis hermanos pequeños murieron hace ya un tiempo...

—¿Dónde vivías con ellos? —seguí, con precaución.

No podía confiarme, aunque se vea como un tierno corderito podría estar frente a alguien con malas intenciones. Aunque me resultara intrigante, no podía ignorar que podría estar acechándome, a fin de cuentas, lleva persiguiendome desde hace días.

Se llevó una mano a la cabeza, como si estuviera buscando entre recuerdos lejanos.

—No lo recuerdo con claridad... pero mi hermano del medio fue el último en morir. Todos enfermaron de repente, con fiebre y llagas por todo el cuerpo... Yo sobreviví, pero ellos no.

Permanecí en silencio. Entonces, ¿yo no era el responsable de la muerte de su familia? ¿No buscaba vengarse?

Rin parecía confundida, como si aún estuviera atrapada en la tragedia que vivió con los suyos.

—Lo único que sé es que... estoy perdida y no sé a dónde ir.

¿A dónde ir...?

—Eres libre de ir a donde deseas, ¿acaso eso no es suficiente?

—Cuando no tienes un lugar al cual llamar hogar, esa libertad se convierte en algo aterrador...

De repente, sus ojos se llenaron de pánico y lanzó un grito.

Me giré rápidamente y la vi esconderse tras mi espalda, como si yo fuera su única protección. Sus manos temblorosas señalaron hacia los árboles.

Ahí, con los ojos brillando bajo la luz tenue del amanecer, un lobo solitario nos observaba desde la maleza. Su cuerpo desnutrido y herido estaba tenso, su pelaje gris parecía un remolino de sombras en movimiento.

Ella no me tenía miedo a mí, un hombre acostumbrado a quitar vidas con mis propias manos, pero temblaba ante la amenaza de aquel maltrecho lobo.

Al parecer era cierto que ella no buscaba asesinarme. Sé distinguir el miedo real cuando lo veo.

Me quedé inmóvil por un segundo, contemplando al animal. No parecía especialmente agresivo, pero su mera presencia era suficiente para congelar el alma de la pequeña. El lobo dio un paso hacia nosotros, sus ojos fijos en nuestra dirección, aunque tal vez centrado en lo que había en la canasta.

—No te hará daño si no lo provocas —le dije en un susurro.

Ella no respondió.

Con un suspiro, levanté la canasta y, con un movimiento rápido, la arrojé hacia el lobo, quien atrapó lo primero que voló en el aire para luego huir despavorido entre los árboles.

—¿Ves? —dije, volviendo la cabeza hacia ella con una ligera sonrisa—. Ya no hay peligro.

Ella se quedó inmóvil por un instante, sus ojos fijos en el lugar donde había estado el lobo, como si aún pudiera ver su sombra acechando. Finalmente, después de asegurarse de que no había rastro del animal, me tomo desprevenido abrazándome por la espalda con una fuerza inesperada para su pequeño cuerpo.

Un extraño nudo se formó en mi estómago. Nadie se había atrevido a abrazarme de esa manera, y mucho menos tenían el derecho. Me quedé inmóvil, incapaz de decidir qué hacer.

¿Cómo pude dejar que sucediera? Si ella hubiera ocultado una daga entre sus ropas, yo habría sido un blanco fácil.

Sin embargo, su calidez era desconcertante, y lo que es peor... no intentaba matarme.

—¡Gracias! —susurró entre sollozos, su voz temblando de alivio.

La miré de reojo, notando un calor inusual subir hasta mis mejillas.

—De... nada —balbuceé, palabras que casi nunca escapaban de mi boca...

Y sin saberlo, esto fue el principio de todo lo que el destino tenía preparado para nosotros.

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Al otro día regresé al bosque, con dos canastas nuevas.

—Rin —la llamé, y ella salió de su escondite entre los arboles.

Dejé la canasta de comida con más variedad de alimentos en el suelo y luego alcé la otra canasta hacia ella.

—Esto es para ti...

Ella la agarró con timidez y miró hacia dentro. Su hermoso rostro se iluminó, y su sonrisa se ensanchó y mi corazón palpitó con fuerza...

Había un no sé que en su preciosa sonrisa que parecía darle vida y color a todo aquello que le rodeaba, inclusive yo.

—¿Para mí...? —susurró encantada sacando uno de los vestidos de adentro de la canasta.

—¿Son de tu agrado? —pregunté, al fin y al cabo, no sé porque necesitaba su aprobación. Capaz que era porque es la primera vez que le regalo algo a alguien...

—Son preciosos príncipe Sesshomaru —admitió mirando uno a uno con admiración—. ¿Me los puedo probar?

Claro que se los podía probar. Yo no me los pensaba poner, al fin y al cabo, ¿no?

—Puedes hacer lo que quieras con ellos, son tuyos.

Entonces Rin agarró su canasta de vestidos y me pidió con una enorme sonrisa:

—Su majestad, por favor siéntese aquí y espéreme...

Y acaté su orden sin decir ninguna palabra.

Luego de cinco minutos finalmente salió de atrás de unos árboles, vistiendo una de sus nuevas adquisiciones. Más allá de su aspecto descuidado, el vestido amarrillo y largo, que tenía leves detalles en oro (y no pensaba revelárselo) le quedaba tal cual como a una joven princesa.

—Son acordes a ti... —la alagué sonriéndole.

Ella asintió con las mejillas abochornadas.

—¿Puedo probarme los otros? —preguntó nuevamente con desconcierto.

—Son tuyos —reiteré con amabilidad.

Y así me tuvo, sentado allí, mientras desfilaba con su ropa nueva y yo la contemplaba paciente por cada vez que la miraba sonreír. Finalmente escogió su vestido favorito y se sentó a mi lado a comer lo que le había traído.

La miré sin decir nada. Ni siquiera la regañé cuando vi que se ensució las manos con durazno y cuando se limpió usando la fina tela de su falda como repasador. Yo era dócil ante ella, inexplicablemente. Después de todo, no la veía como un verdadero peligro, era tan sólo una jovencita inocente, sin maldad en su espíritu. Repentinamente colocó su redonda mejilla contra mi hombro mientras jugaba con una manzana entre sus frágiles y gelatinosos dedos.

Comenzó a tararear una canción de cuna.

Apoyé la cabeza contra el árbol y cerré los ojos, mientras la dulce voz de Rin me envolvía en una tranquilidad que rara vez encontraba en la vida.

¿Qué sería de ella ahora?

Desde el comienzo, Rin había permanecido a mi lado, buscando quizás un lugar seguro, algo que solo un noble como yo podía ofrecer: techo, dignidad y alimento.

Podría llevarla a mi castillo, pero mi padre jamás comprendería mi comportamiento. Y su belleza aseguraba que no terminaría en las labores domésticas. Su destino, en manos de otros, podría ser formar parte de mi harem o peor, ser vendida en el mercado de esclavas. Pero ese no era el futuro que quería para ella.

Rin no era más que una joven huérfana, una plebeya. Nunca podría desposarla.

Abrí los ojos, perturbado por mis pensamientos...

Mi mirada se tornó fría.

¿Qué demonios estaba pensando?

Ella todavía era muy joven y la ley aún me impedía casarme antes de cumplir los treinta. Mi vida debía estar dedicada al servicio militar hasta ese entonces.

Pero mi padre siempre hablaba de alianzas territoriales con otros imperios, especialmente con Troya. Debía pedir la mano de la princesa Sara, aunque no soporto a mi primo, el arrogante príncipe Menomaru.

—Prometo encontrarte un hogar —susurré repentinamente.

Rin dejó de cantar y apartó su mejilla de mi hombro.

—¿Un hogar?

—Un sitio en el cual vivir...

—Llévame a tu castillo...

—No puedo.

—¿Por qué no?

Suspiré.

—Porque es un lugar muy frió y hay monstruos, fantasmas y muchos lobos carroñeros que te pueden lastimar...

Abrió sus ingenuos ojos con asombro.

—¿En serio?

Asentí. Entonces miró la manzana entre sus manos.

—Pero tú me protegerás de todos ellos para que no me hagan daño —comentó como si nada dándole una mordida a su manzana. Y no se dio cuenta de lo que me generó internamente el haberla escuchado decir eso.

Nunca tuve una persona a la cual proteger.

Y al parecer ahora, sin quererlo, tenía a alguien por quien velar a partir de hoy.

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Decidí prolongar mi estadía en Focide por un par de semanas más. No había motivo alguno para apresurarme a Esparta, y confieso que una parte de mí ansiaba la llegada de cada noche para hablar con Rin.

El crepúsculo se convirtió en mi momento favorito, pues sabía que la encontraría esperando por mí.

A medida que los días pasaban, sentía un cambio dentro de mí, como si una paz desconocida se filtrara en mi ser. Mis soldados notaron mi transformación cuando solté una carcajada ante sus bromas, algo impensable en otro tiempo. Yo mismo no comprendía por qué había cambiado.

Esa noche llegué al claro donde siempre nos encontrábamos. Apenas me vio, Rin corrió hacia mí, rodeando mi cintura con sus delicados brazos. Nuestros ojos se encontraron, los suyos llenos de calidez, los míos, de una aparente indiferencia aunque sentí que algo dentro de mí se derrumbaba ante su sonrisa. No solía corresponderle ningún tipo de contacto físico, pero ese día fue distinto. Dejé caer la canasta y, sin pensarlo dos veces, la abracé con una fuerza que no sabía que poseía.

Por primera vez, supe que no quería dejarla ir…

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Así pasaron algunos días más.

Era un día soleado y a vistas de que las cosas a mis alrededores se hallaban muy tranquilas, decidí escaparme hacia el bosque. Era la primera vez que la iba visitar durante el día.

La llamé varias veces, hasta que finalmente la vi salir de atrás de uno de los arboles. Estaba radiante, con un vestido precioso, su rostro limpio y el cabello peinado.

—¡Príncipe Sesshomaru! —exclamó corriendo hasta mi posición—, estaba pensando en ti. ¡Te quería ver! Los dioses seguramente escucharon mis llamados...

Asentí.

—Al parecer estamos destinados a encontrarnos siempre, Rin... —comenté con suavidad y ella sostuvo mi mano.

Sentí un escalofrió bajar por mi cuerpo al percibir su cálida mano sobre mi fría piel, y sin decir nada comenzó a arrastrarme con ella, mientras me hablaba sobre un lugar maravilloso al cual me quería llevar. Simplemente me dejé guiar, al fin y al cabo desde el primer instante en que la vi ya había depositado mi confianza en su persona.

—Ten cuidado, no los pises —me pidió cuando vio una hilera de hormigas en el medio del camino.

Se puso en puntas de pie y cruzó hacia el otro lado. Parpadeé y tuve el mismo cuidado y respeto con aquellos diminutos seres vivos. Me sonrió complacida por mi prudencia y volvió a sostener mi mano. Continuamos caminando mientras Rin me relataba a detalle todo lo que había aprendido viviendo en los alrededores del bosque. Yo sólo la observaba en silencio, totalmente maravillado por su pequeña y frágil figura, tan libre, tan idealizada por mis pensamientos...

Llegamos a una hermosa y amplia pradera verde, llena de flores silvestres y bordeada por los árboles del bosque. Allí se podía contemplar con perfecta claridad lo celeste del cielo y los pájaros volando con completa y envidiable libertad.

Rin me soltó la mano y corrió hacia el medio, y extendió sus frágiles brazos como si pudiera sostener el ancho del universo allí, la libertad inmaculada, con el viento despeinando su hermosa cortina de cabellos. Sonrió con el rostro mirando hacia el cielo, recibiendo de frente los rayos del sol, esa energía que le daba vitalidad a sus endebles y traviesas extremidades.

La vi dar vueltas y reír con alegría, sin preocupaciones, como si el mundo real no fuera en realidad tan malo.

Una mariposa se posó en su antebrazo y ella la colocó a la altura de sus ojos risueños, totalmente fascinada por los llamativos colores de las alitas...

Estaba anonado por la pradera y Rin, como si se hubiese caído la venda que me mantenía cegado: por primera vez contemplaba la "vida" a través de mis ojos, estos ojos que han estado más presentes en la muerte.

Rin corrió hasta mí y como una cría me mostró la mariposa que ahora se había posado en uno de sus dedos y, como si se hubiese percatado del peligro, el insecto se alejó volando lejos de nosotros.

Al parecer, entre los dos, la mariposa había sido la más sensata e inteligente.

Rin todavía no se daba cuenta del riesgo que yo suponía para su persona...

Me sostuvo de las manos y me llevó hacia una zona donde el pasto se mantenía corto y verde. Ahí me instó a sentarme junto a ella. Hablamos de todo un poco. Sobre sus flores favoritas, el porqué de lo celeste del cielo y de sus tontas anécdotas que habían logrado hacerme inesperadamente reír. Rin finalmente se recostó en el suelo y me indagó con la mirada para que yo la imitara. No tardé en hacerlo, y así me mantuve por un largo momento, sólo escuchando la pacífica naturaleza y viendo los pájaros volar por lo celeste del cielo.

De repente mi vista panorámica se vio interrumpida por el delicado rostro juvenil de Rin. Mi corazón latió fuertemente al verla tan cerca.

Ella es preciosa, tan preciosa que siento un nudo en el pecho cada vez que la miró.

—Principe Sesshomaru, ¿alguna vez ha besado a una chica? —cuestionó repentinamente, sorprendiéndome con su audacia.

—No, nunca —mentí con cierta verdad.

Me han besado pero nunca he besado por voluntad propia.

—¿De verdad? —continuó con su cuestionamiento, con los ojos brillantes de curiosidad—. Porque ustedes los militares suelen estar rodeados de personas bellas, ¿no es así?

Mujercita perspicaz.

La madre de Rin trabajaba en un burdel, lo cuál, según Rin, le había dado una visión clara del tipo de gente que frecuentaba esos lugares. Según mis propias sospechas, tal vez su padre fue ese tipo de cliente, un soldado pasajero, tal como seguramente también lo fueron los padres de sus pequeños hermanos.

—¿A qué se debe tu interés repentino? —inquirí, aunque algo en mi se puso en alerta.

Rin colocó su pequeña mano en mi mejilla y un entumecimiento sacudió todo mi cuerpo. Nunca antes había experimentando una sensación tan intensa, ni siquiera en mi juventud. Me indagó con la mirada.

—¿Puedo besarlo?

—No —respondí tajante.

Hay ciertos límites que no debíamos sobrepasar.

Una diminuta arruga se vio en su terso entrecejo.

—De acuerdo —respondió con la boca como un botón, berrinchuda y deseable, y se apartó.

Y simplemente el silencio sobrevino como si nada hubiera ocurrido. Suspiré largamente y la miré con atención. Ella me miró con esos enormes y bonitos ojos.

—Haz lo que quieras —dije finalmente.

Rin sonrió ampliamente y otra vez acercó su rostro al mío. Y me sentí nervioso como un crío y si me lo pidiera sería suyo, porque no había nada que se comparará a ella en estos momentos.

La detesto.

Su dedo pulgar tocó mis labios como monitoreandolos. Y luego percibí como se acercaba su rostro y mi corazón se aceleró, sintiendo retumbar mis latidos dentro de mis oídos. Pude sentir su dulce aliento y...

... ella se levantó y se fue corriendo.

Vi a mis soldados salir de entre algunos árboles.

—Príncipe Sesshomaru, ¡finalmente lo hemos encontrado!

Los miré con el mayor de todos los rencores al ver arruinado tan perfecto momento.

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Desde ese día pasaron tres días más, en los que decidí no ir a verla. Analizando lo que ha estado sucediendo durante este tiempo, creo que había una fina línea que no debíamos pasar, y la única manera para que eso no sucediera es no ir a verla jamás...

Poco a poco comencé a sentirme malhumorado otra vez y de verdad necesitaba desquitar todas esta frustración con algo o alguien.

Como si me hubiesen escuchado, de repente entraron unos soldados a la sala trayendo a rastras un mísero campesino de los alrededores y a una de las prisioneras de Tesalia. Los observé de forma desdeñosa.

—Señor, lo hemos encontrado coqueteando en las afueras de las carpas.

Fruncí el ceño. Hacía algunas semanas había dejado una cruenta advertencia de que castigaría a todo aquel que se atreviera a acercarse a la carpa de los prisioneros que traíamos desde Tesalia. Así que ese simple campesino había desacatado una de mis órdenes junto con aquella esclava, que parecía haberse convertido en su amante.

—Llévenlos hasta las afueras. Quiero a Bankotsu y a Jakotsu, a todos los soldados y a los prisioneros capturados frente a las carpas.

Y así tal cual como lo ordené, se hizo. Todos sabían a que me refería cuando los mandaba llamar. Agarré mi espada, y me paré frente al campesino y la esclava, que se hallaban atados y arrodillados ante mi presencia, como debía ser. Esta era la única manera de que respetaran mis órdenes y que comprobaran que cuando yo hablaba lo hacía en serio.

—¡Por favor perdónele la vida! —exclamó el campesino con la voz agrietada en lágrimas—, ¡no es su culpa!, ¡ella es inocente en todo!

—¡De lo único que somos culpables es de amarnos! —continuó diciendo la mujer—, ¡si alguna vez ha amado puede entendernos!

Fruncí el entrecejo con fuerza y una mueca de disgusto se asomó en mi boca.

—Yo no he amado nunca a nadie... ¡y jamás lo haré! —exclamé sin emoción alguna y de un solo movimiento de mi espada los aniquilé, cortándoles las cabezas. Los cuerpos cayeron inertes en el suelo y observé vacíamente la sangre desparramarse. Era un espectáculo pintoresco y horroroso.

—Muy bien hecho príncipe Sesshomaru —indicó Jakotsu aplaudiendo—, ¡esos malditos y desconsiderados plebeyos! No se merecían más que el infierno. ¡El príncipe Sesshomaru ha sido muy misericordioso al darles una muerte rápida!...

Apenas terminó su monologo, sentí una punzada en mi corazón. Algo no estaba bien en todo este escenario. Miré a mis espaldas y la vi a ella, escondida detrás de los árboles. Rin me observaba totalmente pasmada. De repente sus alegres ojos se apagaron, llenándose de lágrimas. La espada resbaló de mis dedos y ella desapareció entre los arboles.

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