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Diciembre
tick tock tick tock
Draco orbitó, perdido en la atracción gravitatoria de Hermione durante toda la noche. Disfrutaba de la fiesta, disfrutaba celebrando su logro, disfrutaba de tener un negocio que le pertenecía. Pero cada vez que levantaba la vista, sus ojos se abrían paso entre la multitud de sus distinguidos invitados, encontrándola en cuestión de segundos. Su gran velada de inauguración había sido un éxito fulgurante, incluso para el nivel de exigencia imposiblemente alto de Blaise, si la palmada en el hombro de Draco y el "Gran trabajo", ligeramente embriagado, servían de indicación.
La multitud disminuyó y la piel de Draco vibró agradablemente con el champán y el éxito. Se sentía bien. Él se sentía bien, como si lo hubiera conseguido, como si lo hubiera logrado, como si se hubiera probado a sí mismo, aunque solo fuera en una pequeña y tonta tienda de pociones a las afueras del callejón Knockturn. Si las elegantes mesas de cóctel, el servicio de champán flotante, la chispeante nieve artificial y el barullo de risas, conversaciones y felicitaciones contaban para algo, aquello podía ser suficiente. La fiesta había sido mágica, y podía sentir esa magia nadando por sus venas a medida que los invitados empezaban a dispersarse y la conversación menguaba.
Sus ojos volvieron a encontrar a Hermione, de pie frente a una mesa de cóctel, con los dedos enroscados en el tallo de una copa de champán mientras sonreía, tensa y disimuladamente, a la persona que tenía enfrente. Draco ladeó la cabeza y rodeó una escultura de hielo, curioso por saber quién se atrevía a aburrir a Hermione Granger. Draco no reconoció a la bruja, pero sí reconoció la tensión que se dibujaba en las comisuras de los ojos de Hermione, una tensión que nunca podía relajar del todo cuando la impaciencia le subía por la espalda.
Sus ojos parpadearon hacia él, sorprendiéndolo observando. Su acompañante hizo un gesto; Hermione asintió y volvió a mirar a Draco. Él vio cómo un brillo brillaba en sus ojos mientras ella levantaba la copa de champán apenas un centímetro de la mesa y la volvía a bajar: lo hizo otra vez, y una vez más. Tres golpecitos. Una señal.
Una sonrisa se dibujó en sus labios, totalmente independiente de un esfuerzo consciente. Sin perder tiempo, se abrió paso entre la multitud y se encontró a su lado, disculpándose por ellos y despidiéndose de los últimos invitados.
—¿He visto a Pansy Parkinson por aquí antes? —preguntó Hermione mientras Draco echaba un encantamiento de cierre a la puerta una vez que la tienda se hubo vaciado por fin de amigos y futuros clientes. Hacía mucho que había pasado la hora en que los relojes empezaban a contar un nuevo día.
Draco apretó con fuerza su varita mientras la bajaba.
—No lo sé. No la he visto. Hace años que no hablo con Pansy.
—Me pareció verla entrar y hablar con Theo un momento. Pero podría haber sido otra persona. —Hermione se encogió de hombros y empezó a recoger las copas de champán y los platos de entremeses vacíos.
—Si estuvo aquí, no me dijo nada.
Hermione robó una cereza marrasquino de un gran cuenco de cristal.
—Sabes, no creo que Pansy Parkinson me haya dicho nunca una sola cosa que no fuera directamente desagradable.
Draco suspiró.
—Para ser justos, hasta no hace mucho probablemente se podría haber dicho lo mismo de mí. —Lanzó un hechizo, la magia se hinchó con una ráfaga, arrancó los manteles de las mesas y los dobló—. Theo quería que amueblara este sitio, intentó convencerme de que la contratara.
—¿Pansy?
Asintió. Podía sentir la tensión alrededor de sus ojos, notar cómo sus labios se cerraban y su boca formaba una sonrisa forzada.
Hermione llevó la mano a su muñeca, bajando su varita, deteniendo sus hechizos.
—Nos preocuparemos de la limpieza mañana. Parece... que tienes algo más que decir al respecto. —Su voz se elevó al final de la frase, haciendo juego con sus cejas mientras le miraba.
—Fue... una parte importante de mi vida durante mucho tiempo. —Su mandíbula se tensó, intentando contener un alud verbal. Podía decir tantas cosas sobre su larga y complicada historia con Pansy Parkinson. Al contenerlo todo, lo que finalmente se le escapó sonó amargo—. Se largó a la maldita Francia con Daphne Greengrass después de la guerra. Algo sobre alejarse de las malas influencias.
—Eso no es justo para ti.
De todas las cosas que podría haber dicho, Hermione eligió la que atravesaba los escombros emocionales que intentaban ensuciar su nueva tienda. Lo observó mientras tragaba saliva y habló antes de que pudiera ordenar sus pensamientos.
—Hiciste un excelente trabajo amueblando este sitio sin ella, —dijo sonriendo, deslizando los brazos alrededor de su cintura—. Está muy ordenado. Muy tú. Y una vez que termines de llenarlo de existencias, contrates a un dependiente, tal vez, será una tienda de verdad.
Sonaba extraordinariamente sencillo saliendo así de sus labios.
—Lo será. Y es mío.
—Estoy orgullosa de ti.
Orgullo. Una cosa resbaladiza y quisquillosa. Una pregunta recorrió sus pensamientos, persiguiendo el torrente de satisfacción. ¿Qué importaba más: el orgullo o la persona de la que se lo había ganado? Una vez se había retorcido para ganarse el orgullo de su padre, solo el de su padre. Más tarde, habría agradecido ganárselo de cualquiera, la validación por el trabajo que había hecho para superarse, para comportarse de otra manera. Pero ahora, no podía imaginar querer ganarse el orgullo de nadie más de lo que quería el de Hermione. No podía decidir si eso era peligroso o no.
No le importaba un poco de peligro. Había vivido y sobrevivido a cosas mucho peores. Este peligro le parecía excitante, una emoción que le recordaba su propia mortalidad. Dioses, la amaba.
Necesitaba hacer otro viaje a las bóvedas de los Malfoy. Tal vez esperar a Italia o el momento perfecto era una fantasía. Tal vez había estado esperando el momento adecuado para proponerle matrimonio, del mismo modo que había estado esperando el momento adecuado con sus padres. Podía crear sus propios momentos, diseñar lo correcto para él.
Le soltó los brazos de la cintura y tiró de ella hacia la trastienda.
—¿Qué vas a guardar aquí atrás? —preguntó Hermione mientras dejaba que sus dedos recorrieran su brazo, alejándose, examinando el espacio.
—Pondré algunas estanterías. Guardaré libros, periódicos, ingredientes. Cubriré las paredes. —Giró sobre sus talones y la encontró observando la habitación—. Ya no tendré que convertir nuestra habitación libre en una mazmorra de pociones.
Hermione hizo ademán de examinar las paredes desnudas, dando varios pasos cuidadosos en arco, orbitando alrededor de él esta vez. Giró lentamente.
—Pero me gusta verte hacer pociones.
—¿De verdad?
Hermione frunció los labios antes de que se le escapara una ligera risa, el primer indicio de que había bebido un par de copas a lo largo de la velada. Él también había bebido. La habitación se sentía cálida, llena a pesar de su completa esterilidad. El amor de él, el orgullo de ella, el corazón de él, la cabeza de ella; se comían todo el espacio libre.
No respondió inmediatamente. Continuó su arco: pasos cuidadosos, acercándose lentamente. Una espiral, una órbita que se degrada, un destino.
—¿Por qué te gusta verme hacer pociones, amor? —Tenía que preguntar, no podía contenerse.
—Estás tan concentrado. —Otro paso más cerca, en espiral—. Cuando preparas pociones, es todo tu mundo. Y pones todo lo que tienes en ello. —Dio otro paso, mirándole de reojo—. Toda tu capacidad intelectual, tu destreza, tu creatividad, tu tiempo. —Otro paso, un giro, objetos que chocan.
—Eso no suena tan convincente, —se burló, con las manos patinando por sus costados mientras ella se detenía, pecho con pecho con él.
—A veces también me miras a mí así.
—Apostaría que más que a veces. —Le apretó los rizos y la mano desapareció en la zarza más suave que se pueda imaginar. Un ruido salió de su garganta, agudo, casi un gemido. Arrastró las yemas de los dedos por el muslo izquierdo, por encima de la cadera, hasta posarse en el cinturón—. ¿Cómo te estoy mirando ahora, Hermione?
—
Draco intentó no inquietarse mientras veía a Hermione decidir entre vestidos en fucsia y marfil. Se negaba rotundamente a considerar cualquier tejido que se pareciese remotamente a los colores de las casas de Hogwarts, decidida a presentarse lo más neutra posible.
Era la tercera Navidad que Draco pasaba con ella, si contaba la de 2002, en la que técnicamente no pasaron la Navidad juntos, pero habían pasado tantas cosas que merecía la pena contarla. Intentó aferrarse a ese pensamiento, al placer de pasar otras festividades con ella. Se armó de ello, luchando contra los nervios.
Draco, nervioso de mala manera, improductivo.
Hermione, nerviosa de un modo agitado y frenético.
Ninguno de los dos totalmente preparado para una cena con sus padres, si Draco tenía que adivinar.
Tragó saliva, viéndola debatir sus opciones mientras permanecía despreocupada, debilitantemente preciosa, en sujetador y bragas.
Cualquier otro día habría sido una ofensa criminal de distracción, pero Draco se obligó a concentrarse.
Esta cena con sus padres era su oportunidad, y solo tendría una para hacerlo bien. Ya había estado demasiado cerca de perderlos, siempre al borde del abismo. Su padre había estado a punto de morir.
El alivio que Draco sintió cuando accedieron a cenar con él y Hermione había asentado su determinación. Una resolución envuelta en nerviosismo, en inquietud, pero también en determinación.
Haría cualquier cosa para que esto funcionara. Ya le había fallado a su padre una vez, una cuenta familiar que había dejado tambalearse y fracasar y que luego le había arrancado cuando había dicho demasiado, en el momento equivocado, ofendiendo. Había pasado el tiempo suficiente, un año, de hecho, para que Draco demostrara a sus padres que aún podía ser un heredero adecuado, aunque moderno, de los Malfoy.
Draco se levantó cuando Hermione se puso el vestido fucsia por encima de la cabeza. Empezó a abrocharse la camisa, contento de haber optado por unos pantalones color carbón y de que su elección final no requiriera que él se cambiara. Se puso detrás de ella y se abrochó los gemelos mientras ella se examinaba en el espejo de la cómoda.
Con gran esfuerzo, no miró el joyero que descansaba sobre la cómoda. Había sacado intencionadamente sus gemelos de él mientras Hermione estaba en el armario seleccionando vestidos. Si él miraba, ella miraría. Y si miraba, encontraría de nuevo el anillo que él había sacado de la bóveda familiar. Y, con suerte, por última vez.
Guardarlo en el piso ya suponía un riesgo, con lo entrometida y propensa a la reorganización que podía ser Hermione. Una parte de él quería sacarlo allí mismo. Después de todo, era Navidad. Podría ser su regalo. Tal vez podría ser su momento de gloria.
Ella se giró antes de que él hiciera algo impulsivo, de espaldas a la cómoda, con el pecho pegado al suyo. Puso una mano sobre la de él, deteniendo su acción mientras él empujaba el metal a través del algodón.
—No tienes que hacerlo.
Bajó la mirada hacia sus puños, con las cejas fruncidas. Cuando por fin volvió a mirarle, tenía cara de preocupación, pero también de determinación. Llevaba todo el día nerviosa; ver ese nivel de determinación le parecía importante, monumental, en cierto modo.
—¿Llevar gemelos?
Si hubiera sabido lo que pretendía, la habría detenido. Pero ella lo cogió desprevenido, con dedos ágiles que le remangaron la manga y dejaron caer el gemelo sobre la cómoda. Antes de que pudiera reaccionar, ella le había dejado al descubierto el antebrazo izquierdo, una sombra oscura que los miraba desde debajo de sus amuletos.
La miraba fijamente. Incluso oscurecida y nada más que una sombra, saber que estaba allí era lo peor. Tardó un lento parpadeo en volver en sí. Intentó apartarse.
—No tienes que esconderla. Sé que está ahí.
En contra de su buen juicio, su brazo se debilitó entre sus manos. Quizá era una pelea que esperaba perder.
—También puedes quitártela si no te gusta mirarla. En vez de ponerle glamour todos los días.
Los tendones de su brazo se flexionaron, pero no retrocedió.
—Sabes que no puedo.
Hermione suspiró. Levantó la mano. Con cuidado, como si se acercara a un animal herido, le puso dos dedos en la parte interior del codo, un ligero toque con la punta de los dedos. Más suave aún, lentamente, dejó que sus dedos recorrieran el brazo de él, por encima del glamour y la marca que había debajo, hasta la muñeca y de vuelta a la mano, donde lo sujetó en su sitio.
—Te castigas por ello todos los días. —Sonaba tan triste.
—No lo hago.
—Entonces elimínala. Tu poción podría hacerlo. —Hermione no solía levantar la voz, no solía ser brusca. Pero su tono se afiló, cortó con precisión—. O te la quitas o la llevas como si no te perteneciera. ¿Pero esto? ¿Mangas largas, una marca borrosa? No me avergüenzo de ti. Lo sabes, ¿verdad?
No sabía por qué había hecho esa conexión, no podía entender por qué, de todas las cosas que podían venirle a la mente estando allí con ella, un recuerdo de Azkaban se lo tragó. Ya no estaba con ella en su dormitorio, sino sentado en una celda: ciento cinco días de aislamiento. Se estremeció, con las paredes de piedra húmedas y el aire salado y picante pegándose a él, incluso ahora, años después.
—Sé que no te avergüenzas de mí, —dijo, buscando su ancla en la mano de ella—. ¿Vas a hacer de mí un Gryffindor ahora mismo? —Intentó sonreír, o hacer una mueca, o torcer los labios para formar una forma que no fuera un ceño fruncido o una mueca o el eco de un grito.
La sonrisa que le devolvió apenas podía calificarse como tal, un intento igualmente fallido de evitar fruncir el ceño.
—Creo que sí, —dijo ella, levantando su varita—. ¿Puedo?
Inhaló, decidido a no sentir el aguijón de la sal. No tenía elección, no realmente. Nunca había sido capaz de negársela. Nunca quiso hacerlo. Inclinó la barbilla, una verosimilitud de asentimiento.
Antes de que pudiera parpadear, ella había lanzado un finite incantatem sobre sus amuletos de ocultación. Sin apenas detenerse, pasó al otro brazo, le desabrochó el gemelo, lo depositó sobre la cómoda y le remangó la manga hasta el codo. Retrocedió en el escaso espacio que quedaba entre su espalda y la cómoda, apretándose contra ella, examinando su trabajo.
Sentía los antebrazos ajenos, expuestos, una parte de él que había ocultado durante años. Le apoyó la palma de la mano en el pecho, desviando su atención del punzante malestar de la exposición.
—Soy optimista, —dijo—. Lo soy. Creo que esta cena puede ser muy, muy buena para nosotros. Pero por mucho que crea que esta cena puede salir bien, —bajó la mirada hacia su Marca Tenebrosa y sus ojos siguieron los de ella, mirándola de verdad por primera vez en mucho tiempo—, también creo que deberían tener que afrontar las consecuencias de sus actos. No tienes por qué hacerles fácil lo que terriblemente te hicieron pasar.
Abrió la boca.
—Y te juro por Merlín, Draco Malfoy, que si intentas decirme una vez más cómo querías ser marcado te hechizaré, condenada cena.
Cerró la boca.
Luego la abrió de nuevo.
—¿Me estás armando?
Evidentemente, no se lo esperaba y se quedó sin aliento.
—Tal vez. O tal vez te estoy liberando. —Echó un vistazo alrededor de la habitación, enfocando en varios lugares antes de que finalmente encontrara su cara de nuevo, la contrición filtrándose, superando la determinación segura que había usado momentos antes—. Tu relación con tus padres, tu pasado y todo eso. Es complicada, lo sé. Y me he dado cuenta de que he presionado, probablemente más de lo que debería. Se siente tanto como una situación imposible. Solo... intento averiguar qué es posible. Quiero ayudar y creo que no sé cómo.
¿Qué podía decir a eso? Su esfuerzo podría estar fuera de lugar, pero también podría no estarlo. ¿Cómo podía saberlo ninguno de los dos?
Ella esbozó una pequeña sonrisa que brilló a través de las sombras que se proyectaban entre ellos.
—Además... así estás muy atractivo. —Su sonrisa se enfrió, convirtiéndose en una mueca, algo socarrona—. Me gustan tus brazos.
Aquello, de entre todas las cosas, una cosa tan ligera y ridícula que decir después de lo que acababan de pasar juntos, lo sacó de la pesada melancolía que intentaba asfixiarlo. Levantó los brazos y los apoyó en la cómoda, a ambos lados de su cuerpo. Se inclinó hacia ella.
—Ah, ¿sí?
Intentó reírse, pero se le atascó en la garganta.
—No pongas esa cara. Sabes que eres distraíblemente atractivo. No es ninguna novedad. Y menos después de dos años.
Falló. Sus ojos se desviaron hacia el joyero. El anillo estaba justo allí y Hermione estaba justo aquí.
—Dos años es mucho tiempo, —dijo, con la voz baja, casi graznando.
La urgencia se apoderó de él. Estaban a punto de arrojarse por un acantilado, descender a un valle y postrarse a los pies de sus padres. Podría salir terriblemente mal. Monumentalmente terrible. Podía hacer suyo ese momento anterior a todo aquello. En su habitación, viviendo sus vidas, superando las pequeñas cosas que ocupaban tanto espacio.
Hermione tragó saliva.
—Es mucho tiempo.
—El doble de lo que tenía con Astoria.
—Uno menos de lo que tenía con Ron.
—Hermione...
—Lo encontré antes. —Sus ojos se desviaron hacia la izquierda y fue un movimiento inconfundible, aunque el joyero estaba fuera de su campo visual—. No abrí, no miré, pero vi...
—Hermione...
—Pídemelo después.
Draco parpadeó.
—¿Después?
—Después de que hayamos hecho esto. Después de una comida civilizada con tus padres. —Su pecho se expandió, una respiración resuelta—. Pídemelo después.
—
Topsy los saludó en el Flu cuando llegaron a la Mansión Malfoy, una bienvenida amistosa. Hermione parecía imperturbable, o tal vez inconsciente.
—Pareces tenso... bueno, más tenso, —dijo mientras seguían a Topsy hasta el comedor.
—No nos ha recibido el señor de la finca. Estamos siendo escoltados por un elfo...
—No rebajes a Topsy...
—No me refiero a eso, Hermione. Es una costumbre social. Él... ellos... se la están saltando.
Hermione frunció el ceño y vaciló medio paso.
—Eso no significa necesariamente nada, —dijo ella, empapando de optimismo cada palabra. La llamaría ingenua si no la conociera tan bien. Sabía cuándo forzaba algo, cuándo pretendía que existiera por su fuerza de voluntad.
Le alcanzó la mano, enfriando el calor de su pecho con una nueva bocanada de aire.
—¿Sabes qué es raro? —preguntó—. Últimamente pasas más tiempo aquí que yo.
Su mano palpitó en la de él: un reconocimiento silencioso.
No hubo ninguna ceremonia cuando llegaron a las puertas del comedor. Topsy simplemente las abrió con su magia élfica y los condujo al interior. Draco habría preferido otro momento para recogerse, para prepararse a cruzar la frontera entre el antes de la cena y el durante de la misma, que pronto conduciría al después. Se aferró a la idea del después.
Lucius y Narcissa estaban sentados a la mesa de gala, bebiendo vino en copas de cristal. La mirada de Draco se detuvo en el servicio de entremeses que ya estaba sobre la mesa.
El comedor era precioso; un abeto de cuatro metros ocupaba el lugar de la mesa de bufé. La guirnalda se extendía entre los arcos. Nieve encantada flotaba y se arremolinaba en el techo. Las velas parpadeaban por todas partes, en todas las superficies posibles. La chimenea rugía con un cálido resplandor anaranjado. Toda la escena parecía brillante, cálida y resplandeciente. Pero el pavor que recorrió la espalda de Draco la arruinó por completo.
Narcissa se puso en pie, esbozando su perfecta sonrisa de sociedad a modo de saludo.
Draco vio el momento exacto en que su mirada se posó en su atuendo, en sus mangas arremangadas: primero la derecha, luego un cambio inmediato a la izquierda. No recordaba haber dejado que su madre viera su marca desde la guerra. Intentó no inmutarse, no retorcerse, no estirar la mano y bajarse la manga.
Parpadeó para disipar la tensión que se le había formado entre las cejas, con una mano apoyada cuidadosamente en el respaldo de la silla. Observó cómo se aflojaba, como una liberación consciente de la emoción que acababa de apoderarse de ella.
Lucius permaneció sentado, pero sus ojos iban de Draco a Hermione y viceversa. Lentamente y con un movimiento rígido, saludó con la cabeza.
—Hijo, —dijo, la mandíbula apenas se movía—. Representante del Ministerio Granger.
La mano de Hermione se apretó contra la suya antes de soltarla mientras inhalaba.
—Hola, —dijo, solo una pequeña vacilación asomando a través de su armadura—. Puedes llamarme Hermione. La formalidad no es necesaria. —Desvió la mirada de Lucius a Narcissa—. Vuestro comedor está precioso.
La sonrisa de Narcissa cambió, más genuina que forzada.
—Gracias. Por favor, sentaos.
Draco apartó un asiento para Hermione frente a su madre, donde él solía sentarse. Luego ocupó su lugar en la cabecera de la mesa, frente a Lucius en el otro extremo. Resistió la tentación de comentar el hecho de que sus padres no hubieran esperado su llegada para tomar asiento. Aquello podía ser un desaire del que Hermione no tenía por qué enterarse si no lo reconocía.
Hermione dijo algo sobre encantamientos decorativos. Narcissa respondió del mismo modo. Sus voces parecían rodar por los espacios huecos entre el cristal y la porcelana. La distancia entre el asiento de Draco, en un extremo de la mesa, y el de Lucius, en el otro, parecía cómicamente grande, dividida por una carrera de obstáculos compuesta de fuentes y plata.
Aparte de la involuntaria media cena que pasó con ellos en noviembre, cuando pidió esta cena, a Draco se le ocurrió que hacía casi dos meses que no cenaba con sus padres.
Tilly apareció en la habitación a su lado, entregando su servicio de sopa.
—Gracias, Tilly, —dijo—. Milly te envía sus deseos para estas fiestas.
Draco ignoró el roce de un tenedor contra un plato de ensalada y miró a Hermione, que le dedicó una pequeña y cálida sonrisa. Observó cómo el dedo índice de ella se movía arriba y abajo, sin llegar a golpear la mesa, pero muy cerca, pensativo. Entonces ella habló.
—¿Hay algo que podamos transmitirle a Milly de tu parte la próxima vez que vayamos a la Mansión Nott? —preguntó Hermione.
El pecho de Draco se inundó de orgullo. Incluso en un pozo de serpientes, se negaba a ser nadie más que ella misma. Dioses, la amaba por eso. Utilizó esa sensación, que se arremolinaba en su pecho, para impulsarse a través de varios cursos sin inspiración.
Sus padres les sirvieron una buena comida, encantadora en un día normal, pero difícilmente algo que él hubiera esperado para una ocasión especial. Sobre todo, después de haber sido sometido a tantas comidas extravagantes con ellos en el último año, intentos evidentes de ganarse su favor. No había advertido a Hermione que esperara opulencia, no sabía cómo sería la velada, y se sintió agradecido por esa decisión.
Esperaba, por encima de todo, que ella no supiera ni se diera cuenta del insulto tácito que suponían la gallina de Cornualles y las judías verdes. Su florecimiento de orgullo se asentó a medida que los intentos de conversación entrecortada se estancaron. Sintió el cambio en el tono de Hermione a medida que aumentaba su irritación.
Era algo sutil; lo mantenía bien oculto. Si sus padres pudieran ver más allá de la aversión que sentían por ella, no verían en su mesa más que a una invitada amable, agradecida y sonriente, que se esforzaba por impresionar, por mantener una conversación más larga que la serie de sílabas necesarias para desestimar sus intentos. Pero Draco vio sus grietas, su frustración, su desesperada necesidad de triunfar.
—¿Usted y el señor Malfoy tienen algún plan para el Año Nuevo, señora Malfoy? —preguntó Hermione, con una voz tan dolorosamente formal que despertó una sensación física en el interior de Draco, desesperado por ofrecerle su mano, o su brazo, algún tipo de apoyo. Pero la mesa se extendía demasiado y ella se sentó demasiado lejos.
—Estaremos en Francia, —dijo Narcissa.
—Me encanta Francia. ¿París?
—Sí, por supuesto.
Hermione sonrió, aguantó varios latidos de más y luego bajó la vista a su plato. Empujó una loncha de pollo con el tenedor.
—La familia de Hermione ha ido varias veces de vacaciones a Francia... es su país favorito, —intentó Draco.
Lucius alzó las cejas, encontrándose con los ojos de Draco, antes de no responder. Narcissa se limitó a acusar recibo en voz baja. Miró a Lucius y luego a Hermione. Esbozó una pequeña sonrisa y dijo.
—Qué encantador.
Ni siquiera lo estaban intentando. No había esperado una bienvenida real, pero algo, cualquier cosa, habría sido más prometedora que las miradas condescendientes y las implícitas vueltas de ojos ante los intentos de Hermione por conversar y los suyos por prolongar la conversación todo lo posible.
Se le ocurrió de repente.
Draco quería gritar. Quería romper la maldita mesa del comedor por el centro y dejar que limpiaran el desastre. Volvió a mirar a Hermione, que seguía sin apartar la vista de su plato, mirándolo fijamente como si una gallina de Cornualles pudiera proporcionarle temas de conversación más acertados.
Las muchas y variadas cosas que Draco quería decir, que necesitaba decir, golpeaban y aporreaban su cráneo, exigiendo atención, exigiendo que eligiera una de ellas. En otro tiempo, las habría rechazado, habría silenciado aquellas palabras de deseo y habría sufrido en silencio.
Esta vez sería diferente.
—¿Creéis, madre, padre, que podríais intentar emplear la sobresaliente etiqueta social de la que sé que sois capaces? Lo estamos intentando.
Ninguno de los dos contestó. Pero cuando la plata de Lucius se encontró con el mantel y tanto el cuchillo como el tenedor volvieron a sus posiciones de reposo, Draco se dio cuenta entonces de que la comida de su padre seguía sin comer, como la de Hermione, como la suya, y supo que había dicho algo equivocado.
Había estallado: años y años de indignación, de ofensa que ya no podía digerir. La había regurgitado, agria de bilis y con escozor en la garganta, por toda la mesa, arruinándoles la comida.
Lucius dejó a un lado la servilleta de tela, apartó la vajilla y apoyó los codos en la mesa, con los dedos apretados justo debajo de la barbilla.
—¿Debo deducir de este petulante arrebato que la sobresaliente etiqueta social que hemos empleado al permitir que esta mujer nos acompañe a nuestra mesa en un día festivo no es suficiente para tus infantiles deseos?
Draco tenía un anillo en un joyero en su piso.
Un futuro esperándole. Después. Después de una comida civilizada. Tenía que sobrevivir a esto, sufrir esto, por ella. Se le había cerrado la garganta, por vergüenza o culpa o furia. No podía distinguir los sentimientos.
Narcissa llenó el silencio justo cuando Draco apartó la vista de la mirada gris de su padre para encontrarse con Hermione, con la mandíbula apretada y un aspecto tan sorprendido como el de Draco. Tal vez más: había sido optimista, después de todo.
—No es... personal, Srta. Granger. No como en el pasado. Pero los asuntos de una herencia, —Narcissa se aclaró la garganta, un sonido delicado—, Draco es nuestro único hijo, y lleva dos linajes de sangre pura en las venas, ¿es consciente de ello?
Los hombros de Hermione se movieron, cuadrándose, mientras se enfrentaba a Narcissa Malfoy en su propia casa.
—Sí, Sra. Malfoy. Estoy al tanto del pasado de Draco, y de sus implicaciones.
—Entonces, ¿no eres ignorante? —preguntó Lucius, dejando caer los antebrazos sobre la mesa y cerrando los puños—. ¿Te das cuenta de lo que le costarás? Un estatus social, una fortuna, el nombre de su familia. ¿Generaciones, siglos de historia y tradición? ¿Lo sabes y no te importa? ¿Quieres quitarme a mi hijo? ¿De su madre, de su familia?
Draco sospechaba que su padre había elegido aquellas palabras intencionadamente; tenía que saber lo hondas que iban a llegar. Pero aun sabiendo que probablemente habían sido dichas con intención, Draco seguía dolido. No quería perder el único sistema de apoyo familiar que había conocido. No quería tener que mantenerse a sí mismo económicamente, por muy petulante que fuera la idea. No quería perder la oportunidad de volver a ver la sonrisa de su padre, de oír la risa genuina de su madre, realidades que existieron una vez y que, seguramente, podrían volver a existir. Pero sentía que todas esas cosas, todos esos deseos, se le escapaban de las manos como la arena de un reloj de arena.
E incluso mientras él tenía esos pensamientos fatalistas, Hermione habló: nivelada, tranquila, con solo el más leve rastro de un temblor en los bordes.
—Por eso estamos aquí, Sr. Malfoy. Esto no tiene que ser un juego de suma cero.
—¿Y qué significa eso? —espetó Lucius.
Draco vio cómo la confianza de Hermione flaqueaba, cómo un rubor le subía por el pecho. Si hubiera sabido la respuesta a la pregunta de Lucius se habría lanzado. Pero Draco tampoco sabía lo que era un juego de suma cero.
—Es... una teoría, matemática, creo... sobre ganancias y pérdidas relativas a... lo que quiero decir es que puedes seguir teniendo una relación con Draco, independientemente de su relación conmigo.
—Qué generoso de tu parte, permitirnos una relación con nuestro propio hijo.
—Lucius, —empezó Narcissa, tal vez un intento de cortar el brusco giro hacia un gruñido que había tomado su tono. Sus ojos se abrieron de par en par, volando de un lado a otro de la mesa: de su hijo a su marido.
Lucius continuó, con la voz retumbando en el comedor.
—Él es mi hijo. Es mi legado. —Lucius apartó la mirada de Hermione y la dirigió a Draco—. Estoy totalmente dispuesto a revocar el acceso a tus cuentas si este escarceo continúa por más tiempo. Ya ha durado demasiado.
Draco se sintió como si fuera a vomitar, llamas blancas y calientes lamiéndole el interior de la piel, hirviéndole el contenido del estómago. Hermione se recostó en su silla.
—Lucius, —volvió a decir Narcissa, esta vez con voz aguda.
Lucius volvió a cambiar de objetivo, de nuevo hacia Hermione.
—¿Tienes idea, niña, de lo que he hecho para proteger a mi hijo, para preservar esta familia? Solo en la guerra...
Las llamas expulsaron palabras de la garganta de Draco, un dragón que exhalaba sílabas y sonidos.
—¿La guerra? Apenas fui más que carne de cañón. Me tenías marcado...
—Hay cosas que no se pueden evitar: nos habría matado a todos. —El gruñido que salió de la garganta de Lucius parecía más animal que humano, el más visceral y despiadado que Draco había visto nunca a su padre, guerra incluida.
Draco aspiró aire, más combustible para las llamas. Se había sobrecalentado: miembros carbonizados, piel chamuscada, huesos calcinados. Si no lo controlaba, se convertiría en cenizas.
La primera vez, sucedió así:
Draco quería creer a su padre. Quería creer que tal vez un sentido de preservación, de querer mantenerlos a todos con vida, lo llevó a tomar las muchas y variadas decisiones terribles e imperdonables que había tomado durante la guerra. Draco quería creer que la posible pérdida de su único hijo le importaba tanto como sugería la emoción inusualmente extrema que brotaba de su cara.
Draco quería que dejara de arder.
Después. Si pudieran alcanzar el después.
Tenía un anillo en su joyero.
La Oclumancia llegó casi con vergonzosa facilidad, como si esperara su oportunidad para congelar las llamas. Le sorprendió la facilidad con que la invocó, envolviéndole en hielo. Se hundió rápidamente, con los sentidos embotados y el fuego apagándose. La niebla nubló su cerebro, difuminando las brillantes luces de su ira, ahuyentando los impulsos de gritar, transformándolos en una voluntad de sobrevivir que lo abarcaba todo.
Se hundió demasiado, demasiado rápido, completamente embotado, la emoción errante astillada y descartada. Sintió que su postura se asentaba, recta pero relajada. Sus puños se abrieron, su pecho también. Inhaló. Exhaló. Se encontró con los ojos de su padre.
Quería que esto acabara. Necesitaba que acabara. Su voz salió de su garganta tan apagada como sus sentidos.
—No quiero discutir, padre.
Lucius levantó la barbilla, los músculos alrededor de los ojos tensos, evidentes incluso a distancia. Luego, despacio, con cuidado, Lucius levantó la servilleta de la mesa y volvió a dejarla sobre su regazo.
Eso parecía paz. O un alto el fuego. O un punto muerto.
Draco miró a Hermione, confundido en un oscuro rincón de su mente sobre por qué sus ojos parecían empañados, por qué parecía tan devastadoramente decepcionada.
Solo se dio cuenta cuando ella se levantó, abandonando inexplicablemente la mesa, de que no había abordado el punto que Lucius había mencionado sobre sus cuentas: el ultimátum sobre su relación.
Tropezó con la niebla de su mente, buscando cielos despejados, el calor inundando de nuevo su sistema, intentando fundir su Oclumancia.
No era así como quería que fuera esta cena. Ni siquiera se acercó.
Se levantó de su asiento y siguió a Hermione. Pero ella ya se había ido. Y él se había quemado.
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Nota de la autora:
Muchas gracias a Endless_musings y a persephone_stone por su enorme apoyo y amistad!
Y a VOSOTROS, mis queridos lectores: lo siento por este... había que hacerlo. xD
(También gracias, gracias, gracias por vuestro continuo apoyo a esta historia, ¡sois fantásticos!)
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Nota de la traductora:
Seguro que muchos estáis confundidos, porque esperabais el arrebato de magia involuntaria de Draco rompiendo todos los cristales, solo decir que una vez te das cuenta de que Draco dijo La primera vez, sucedió así y que Theo tiene un giratiempo... todo parece cobrar algo de sentido y entonces te das cuenta de que el próximo año va a ser muy, muy doloroso, pero hay que pasar por ello antes de llegar a la felicidad, que tampoco le va a durar mucho antes de los sucesos de Wait and Hope (en este mundo no deja de recibir palos el pobre...)
Y esto lo comento justo al acabar de traducir el capítulo, no he leído aún los siguientes así que no sé qué va a pasar realmente más allá de lo que sabemos por Wait and Hope, pero no me puedo ni imaginar la cantidad de veces que habrá pasado por versiones fallidas de la cena antes de explotar y rendirse...
