—Beep… beep —sonaba el detector de gemas con poca frecuencia.
El zorro ya había estado en esa zona por cerca de una hora y no había encontrado a ninguna gema todavía. El lugar en cuestión se trataba de un cañón baldío, como era de esperarse, lo que hacía mucho más raro el hecho de no haberse topado a ningún mobiano o gema corrupta, pues las segundas eran ruidosas y los primeros no deberían poder esconder tan bien sus señales.
Rindiéndose ante la idea de encontrar lo que buscaba mediante el método de siempre, el vulpino apagó su dispositivo y decidió analizar otras ideas:
—Bueno, mis sensores detectaron a un mobiano —se dijo el raposo—, pero mi detector no puede encontrarlos por sí mismo, de seguro porque es menos potente.
Miles se concentró en ese adjetivo: , y pensó en el funcionamiento de su aparato.
—Si se trata de potencia, es probable no detecte nada porque la señal no puede llegar a donde está —habló para sí en su mente—. Lo que significa que está en el cielo o bajo Tierra.
Llevando su mirada de arriba abajo mientras hablaba, recordó haber leído que en ocasiones, cuando el imperio de su especie todavía buscaba expandirse, construían laboratorios bajo las guarderías en que creaban nuevas gemas, por lo que con la suposición que este era el caso del lugar en que hallaba, hizo de sus colas una hélice para tratar de confirmar su teoría.
Voló hasta una altura en la que pudo ver mejor el desfiladero, reconociendo en su figura un prototipo que, según había aprendido, era utilizado con regularidad para la construcción de los sitios destinados al nacimiento de nuevas gemas, y según el cual, la entrada a los laboratorios se hallaba justo en el medio del terreno en cuestión, por lo que identificando dicho punto en el espacio que surcaba, procedió a descender dirigiéndose hacia allí.
Tras llegar, pudo contemplar como las grandes paredes de roca típicas de las guarderías y que alguna vez habían estado agujereadas encuadraban ese lugar, lo que correspondía con lo que había estudiado, por lo que procedió a buscar la apertura del sitio que había localizado. Se suponía que se trataba de una gran placa de metal rectangular, por lo que comenzó a pisar con fuerza el piso hasta hallar el sonido que buscaba.
—Esta debe ser la escotilla —dijo el rubio ahora en voz alta—. Siendo así, el logo de las diamantes debe estar por aquí, pero no veo nada, aunque…
Reconociendo que el óxido del portillo podría confundirse con la tierra y polvo del lugar, el zorro usó la joya en su cabeza para obtener un pequeño tanque de agua con una manguera conectada.
—Sabía que conservar mis primeros inventos serviría de algo algún día.
El vulpino comenzó a rociar el área utilizando toda la presión que podía con su aparato, moviendo la suciedad hasta poder distinguir la herrumbre de la placa y cuatro rombos con bordes negros que juntos formaban uno más grande. Habiendo logrado su propósito, hizo desaparecer el rociador y fue a ver más de cerca las figuras.
Pese a que los bordes conservaban su color al estar hechos de otro material, los rombos ahora eran todos cobrizos cuando en algún tiempo habrían sido de varios colores. Queriendo comprobar su funcionamiento, el blondo tocó uno, apartando su dedo al ver que se iluminó y produjo un sonido. Con una nueva sospecha tocó los demás, obteniendo siempre el mismo resultado, aunque siempre con distintos sonidos y con tonalidades diferentes, siendo estas: blanco, amarillo, azul y rosa.
El raposo vio allí la solicitud de una clave, pues de hecho ya había visto esos mecanismos en su planeta, un vestigio de una era antigua, pero no podía saber con certeza la contraseña… aún.
Se alejó unos pasos de los rombos con la idea de tomar un puñado de Tierra y meterlo en una burbuja, tocando después la esfera para hacerla desaparecer. Entonces, cerrando los ojos, pudo sentir como su consciencia viajaba hacia el cielo y más allá de la Tierra y la Vía Láctea hasta su planeta y hasta su casa.
—¿Me escuchas? —preguntó en sus pensamientos.
—Fuerte y claro —respondió una voz idéntica a la suya.
—Acabo de enviar una burbuja con algo de tierra. Necesito que le hagas un examen de carbono catorce para conocer su antigüedad.
—Estoy en ello.
De regreso en la sala de los monitores, el zorro que se había quedado observándolos saltó de su asiento y se encaminó por los pasillos de su hogar hacia otra sala, cuya puerta consistía en una puerta corrediza hecha de vidrio polarizado y reforzado. Al lado tenía un panel con los diez dígitos, seis de los cuales oprimió el raposo para que la puerta se deslizara y él pudiera acceder a la habitación.
El espacio estaba lleno de burbujas amarillas flotantes con piedras preciosas en su interior, lo que le permitió al vulpino distinguir lo que buscaba. Pronto voló con la pretensión de alcanzar la pompa que requería y se apresuró a regresar a la sala donde con anterioridad se hallaba sentado para meter la burbuja en aquel dispositivo parecido a un microondas y romperla allí, cayendo el polvo en su interior.
Tras presionar un par de veces el panel adyacente, el interior del aparato se iluminó, apagándose unos segundos después y mostrándose un resultado en la pantalla.
Ya con lo que necesitaba saber, el vulpino cerró los ojos y se concentró en captar la consciencia que lo había contactado hace unos minutos.
—¿Me escuchas? —preguntó en su mente.
—Fuerte y claro —respondió la voz.
—La tierra procede del año trece mil ochocientos setenta y tres de la era uno.
—Entendido. Gracias por tu ayuda. Vuelve a supervisar.
En la Tierra, la consciencia de Miles regresó a su cuerpo y abrió los ojos, regresando a ver las figuras y acercándose a ellas.
—Las claves que se usaban en las colonias se creaban a partir del año de la construcción del lugar en cuestión, qué era el lugar y el diamante al que pertenecía —habló el extraterrestre para sí mismo—. Si recuerdo bien, el modo en que eran realizadas debería dar este resultado en este lugar.
Oprimió los rombos diez veces en un orden específico, sonriendo cuando escuchó la frecuencia que indicaba que lo había hecho de forma correcta. La plataforma entonces comenzó a adentrarse en la Tierra. Las paredes estaban recubiertas de un material verde y brillante, el cual reflejaba más luz a medida que se bajaba, lo que indicaba que los mecanismos tecnológicos del lugar habían sido activados, por lo que el zorro invocó su látigo en su mano izquierda y una espada algo más marga que su brazo en su mano derecha, preparándose para lo que pudiera encontrar.
En el momento en que la placa tocó fondo, el vulpino vio un ancho pasillo con el mismo revestimiento metálico que vio bajando, aunque tenía varios agujeros de los que habían caído rocas de la capa de tierra sobre la construcción. La luz provenía de tubos que sobresalían de las paredes y el techo, conduciendo energía.
El raposo dio unos cuantos pasos cuando escuchó un fuerte rugido, aunque sonaba más como un gemido, y una extraña combinación de pisadas. Pocos momentos después, se cernía ante él una enorme y horrorosa criatura, una mezcolanza de colores, texturas y extremidades nada armoniosas entre sí. Se trataba de un extraño mobiano. No tenía cabeza, solo un cuello con dos tonalidades de cabello, en cuyo centro se alojaba lo que parecía ser una gran esfera brillante y anaranjada con fragmentos vidriosos de joyas azules y verdes incrustados. Tenía un gran torso lleno de vello marrón que conducía hacia una pierna derecha gruesa que terminaba en un pie plano y con dedos cortos y un brazo izquierdo tan largo que tocaba el suelo y era similar en grosor pero cuya mano tenía diez dedos demasiado pequeños de distinto color. La perruna pierna izquierda tenía un pelaje blanco y demasiado corta en comparación a la otra como para tocar el suelo. El conjunto finalizaba con un brazo derecho verde y escamosa que acaba en grandes garras negras.
Miles se apresuró en lanzar la punta de su látigo hacia el monstruo para capturar uno de sus brazos, pero la bestia se movió mucho más rápido, no solo evitando el arma sino también embistiendo al zorro, quien escapó por poco al enroscar y girar sus colas en un momento de adrenalina, saltando a la criatura y aterrizando detrás de ella mientras la misma se estampaba contra una pared, haciendo que cayeran algunos escombros por los agujeros del techo.
—Es más rápido de lo que pensé —pensó el vulpino—. Si quiero vencerlo debo atacar a distancia y con recurrencia, ¿pero, cómo?
La abominación se recuperó entonces del golpe y se dio vuelta, encarando al raposo para volver a embestirlo, ante lo cual, en un momento de desesperación, le lanzó su espada como si de lanzamiento de jabalina se tratase, enterrándose el sable en la pierna más larga del adefesio, lo que lo hizo gemir incluso más fuerte que antes y elevarse, golpeando de nuevo los muros y dejando caer más rocas, lo que le dio una idea al extraterrestre.
Mirando el piso circundante a él, notó varios guijarros, los cuales recogió previo a que su cuerpo brillara y sus colas se alargaron unas cuantas decenas de centímetros. Cuando la bestia estuvo lista para atacar otra vez, Miles lanzó al aire las piedras y comenzó a girar de manera violenta, capturando los rocas con sus colas con el fin de que luego cayeran y pudiera lanzarlas tras unos pocos segundos, impactando al monstruo en medio de su carga, creando pequeños baches en su pecho, ante lo cual la bestia se detuvo y gritó en otra ocasión.
El alienígena entonces usó sus ahora largas colas con la idea de atrapar a la bestia enredándolas en una de las patas de la bestia y giró sobre uno de sus pies para lanzarla detrás de él.
Antes de que pudiera levantarse, el zorro observó una gran roca en la distancia y la atrapó con su látigo para aventarla contra una pared y resquebrajarla, procediendo a tomar los trozos y repetir el ataque que había realizado, dañando incluso más al fenómeno pero sin derrotarlo todavía y enfureciéndolo, haciendo que se levantara con premura y arremetiera contra el vulpino, por lo que este último, bajo presión una vez más, ejecutó una estrategia. Corrió hacia el monstruo, no sin agarrar otra gran roca y saltar con todas sus fuerzas, girando en el aire y golpeando a la bestia una primera y segunda vez con la piedra entre sus colas pretendiendo finalizar lanzándosela, volviendo a empujarla hacia dentro de la instalación y haciéndola explotar.
El raposo se apresuró a buscar su espada y la joya en el cuello de la criatura y desaparecerla en una burbuja.
Continuando por los pasillos del lugar, el extraterrestre pudo ver diversas habitaciones similares a los espacios en que un científico manipularía placas de Petri, pues había escritorios con focos que de haber estado encendidos los iluminarían y herramientas similares a bisturís, punzones y cautines. También había salas parecidas a quirófanos con camillas y un gran conjunto de linternas sobre ellas.
La observación del extraterrestre se vio interrumpida por sonidos similares a los del monstruo que había enfrentado hace solo unos minutos, acompañados por pisadas y ligeros golpes, todos provenientes de la sala a cuyas puertas estaba, por lo que se armó de valor e incremento la fuerza de su agarre sobre su látigo y espada y presionó un botón al lado de la entrada, dándole acceso a la habitación.
Allí, esparcidos por el piso, había un montón de pequeñas aberraciones. Pares de pies unidos por sus tobillos, manos fundidas a través las muñecas, brazos pegados ya sea en los hombros o los codos y piernas similares. De mayor tamaño, torsos ya sea con uno o dos brazos, con un brazo y una pierna o con una sola pierna, todos incapaces de mantener el equilibrio y arrastrándose por el suelo. El verdadero peligro estaba compuesto por una especie de dona gigante con piernas y muchos brazos de distintos colores cuyo agujero era una boca colmilluda y un conjunto de guijarros de colores en su rodilla izquierda; junto con un ciempiés enorme hecho de manos y pies con un grupo de pedruscos en una de sus manos, ambos aproximándose a Miles, quien, intimidado por la situación, se apuró en improvisar una táctica, decantándose por envolver la punta su látigo en una de las piernas de la dona, y lanzarla sobre el ciempiés, lo que hizo que el último se enfureciera y se quitara al monstruo redondo de encima a fin de cargar con rapidez hacia el zorro, quien buscó con su mirada una forma de escapar, encontrando un tubo en la pared al otro lado del cuarto, por lo que se desprendió de sus armas e hizo uso de sus apéndices traseros una hélice para volar hasta agarrarse del conducto que había visto y sujetarse con su mano izquierda.
Considerándose a salvo, el vulpino quiso probar una estrategia que se le ocurrió con la idea de vencer a la bestia con forma de aro, por lo que creó una burbuja en su mano libre y usó sus aún prolongadas colas para centrifugar la esfera y lanzarla con aceleración hacia la boca de la dona con la intención de que explotara en su interior de modo que la abominación hiciera lo mismo, mas no funcionó, pues el ser la atrapó entre sus dientes y la hizo explotar, y no solo eso, sino que al enfocarse en uno de los esperpentos no notó que el otro era capaz de caminar en las paredes y estaba aproximándose a él, por lo que, aterrado, creó un conjunto de burbujas que lanzó con golpes contundentes de su cola hacia la alimaña con forma de insecto. Algunas explotaron al tocarla, mientras que otras se mantuvieron íntegras y la hicieron caer, ante lo cual se enojó y comenzó a apretar con gran fuerza las cápsulas con todas sus extremidades hasta que todas fueron reventadas, lo que hizo pensar al extraterrestre dorado:
—¿Por qué reaccionó así ante las burbujas pero de forma diferente al tirarle a la dona encima? —se preguntó Miles en su mente teniendo una idea.
Realizó una serie de pompas que impulsó hacia el piso, estallando al contacto, y observó la respuesta de los fenómenos, quienes se retorcieron y gruñeron, mordiendo la una y creando grietas en el piso la otra, lo que le permitió al zorro diseñar su nueva estratagema.
Utilizó sus colas para volar hasta atrás de la bestia con colmillos y plantando con fuerza sus pies al suelo, creó a su alrededor una burbuja de un tamaño incluso mayor a las anteriores y la hizo explotar, enviando al monstro de nuevo contra su congénere de muchos apéndices. Paso siguiente, dio realidad a muchas nuevas pompas que estampó contra la superficie bajo sus pies, irritando a las bestias, quienes otra vez se contorsionaron, haciéndose daño entre sí. La rosquilla no paraba de morder a la escolopendra, quien a su vez no dejaba de arañar y jalar la piel de su semejante, terminando ambas por explotar.
El vulpino fue pronto a por las piedras preciosas que dejaron, deshaciéndose de ellas mediante lo que había utilizado como arma.
Le habría gustado desintegrar al resto de pequeñas abominaciones, pero no podía dejar que la razón por la que fue allí se escapara, claro que, no parecía haber ninguna otra puerta excepto aquella por la que entró, pero una instalación como esa no tendría sentido, así que, tras recuperar sus armas, guardó su espada y tomó su detector de gemas pasándolo cerca de las paredes con la pretensión de encontrar cambios en su frecuencia, hallando uno justo en frente de la entrada que utilizó, así que guardó su detector y comenzó a palmear el sitio en busca de algo que le permitiera continuar, no obteniendo resultados, razón de que pensara y notara que era de máquinas electrónicas de lo que estaban hablando, por lo que obtuvo de su joya un taser, que movió por el pedazo de muro que estaba tanteando hasta dar con un sitio que se iluminó ante el toque del arma en vez de solo absorber su energía. Manteniendo ahí la corriente, al fin logró que se encendiera un panel al que le puso la mano, abriéndose para él la ruta a seguir.
Motivado por los ruidos diferentes a rugidos que escuchaba más adelante, el raposo se apresuró procurando conservar el silencio, girando esquinas y recorriendo largos pasadizos que conectaban con otras habitaciones hasta dar con aquella de la que surgían los sonidos. Temiendo ser visto, se ocultó tras los bordes de la entrada a aquella habitación, que por suerte eran los suficientemente anchos como para ocultarlo.
Asomando su cabeza, pudo ver a una figura de pelo color crema, vestida de negro, zapatos grises y guantes de tono similar, con una gema plana y redonda del mismo color se su pelaje en la palma de su mano derecha. Una coneja mobiana sin duda.
—Perfecto —dijo la lagomorfa con voz muy fría mirando una pantalla de lo que parecía ser una computadora—. Ahora que conozco la ubicación del Cluster, solo hace falta capturar al erizo azul.
Presionando un botón de lo que parecía ser un gran teclado táctil, el monitor se apagó, y la coneja se dio la vuelta, revelando sus ojos marrones, de seguro con la intención de irse.
El blondo vio allí su oportunidad. Oprimió el panel junto a la puerta, haciendo que se cerrara y salió de su escondite empuñando su espada y dándose un impulso con sus colas para llegar con gran rapidez a la gema y herirla o acorralarla, pero ella reaccionó mucho más rápido que él, realizando un gran salto y evadiendo al raposo.
—¿Quién eres tú? —preguntó la coneja sorprendida.
—Eso no te debe importar —respondió el de ojos azules.
El zarco lanzó su espada al panel que estaba junto a la puerta pero al interior de la sala, impidiéndole escapar a su contrincante.
Viendo que solo podría escapar luchando, la de pelaje más claro se arrodilló y saltó hacia el techo, apoyándose en este con el propósito de saltar en una pared y repetir la acción, rebotando en las paredes y despistando al zorro, hasta brincar directo hacia su enemigo, quien apenas pudo usar su joya cuadrilateral para obtener una lanza y bloquear el golpe de sus patas, lanzándola unos metros lejos de él.
—¿Cómo me encontraste? —gritó la lagomorfa.
El zorro prefirió tratar de capturar el pie de la de ojos cafés con su látigo, no obstante, ella lo evitó y saltó hacia una pared pretendiendo atacar de la misma forma que antes, no esperando que el zorro encerrara las puntas de sus colas en burbujas y girara a gran velocidad sobre la punta de su pie para golpearla fuerte con las cápsulas y lanzarla hacia otra pared, dejándola iracunda, pero no carente intuición.
—Oye, que buena idea —concedió con una sonrisa.
Saltó pero esta vez solo cerca del vulpino y comenzó a girar sobre una de sus patas, no sin antes hacer burbujas en las puntas de sus orejas, desatando una lluvia de golpes sobre el raposo, quien tuvo que recurrir nuevamente a su lanza para protegerse, lo que si bien sirvió, no lo haría por siempre, pues la fémina lo estaba arrastrando hacia una pared, así que pensó en como salvarse de esta.
—Podría, emitir un brillo en mi gema para despistarla, pero puede ser que no lo vea —supuso—. Tal vez pueda empujarla con la fuerza suficiente, pero tengo que incrementar la fuerza de mi agarre, soltando mi látigo, ¡mi látigo!, ¡eso es!
El raposo dejó que su látigo cayera al suelo, y cuando la lagomorfa pasó encima de él, éste se enroscó en sus pies, provocando que sus piernas se unieran y ella tropezara como resultado, lo que el de mirada garza aprovechó queriendo tratar de herirla con su lanza, mas de nuevo se movió con ligereza y logró saltar a otra pared y parecía tener una idea. Poniendo otra vez burbujas en los extremos de sus orejas, pero disponiéndolas como puños, quería darle un golpe contundente a su rival, el cual ejecutó en pocos segundos, doblando sus rodillas lo más profundo que pudo para golpear a una velocidad meteórica al zorro, pero lo que no esperaba era que este último creara una gran y elástica burbuja a la cual dio de lleno, ejerciendo presión y creando una deformación hacia el centro de la esfera sin llegar a romperla, y antes de darse cuenta, la burbuja regresó la fuerza al retomar su forma regular, lo que provocó que la presa fuese disparada hacia al muro en otra ocasión, donde se estampó su espalda, y lo último que vio fue a su amarillo enemigo lanzándole su lanza, la cual la empaló en el pecho, donde, de haberlo tenido, habría estado su corazón.
Con un gran dolor que no alcanzó a expresar mediante un grito, la coneja se retorció hasta que algo se apagó dentro de ella y sus extremidades colgaron inertes, para que después todo su cuerpo explotara, cayendo lento al suelo su vestido, guantes y zapatos junto a su gema.
Contento de haber acabado y ganado la batalla, Miles fue a por la piedra preciosa que se desprendió del cuerpo de su enemiga y su ropa.
—Fue una buena batalla —dijo el extraterrestre observando la joya—. Espero volver a verte en otras condiciones.
Tras burbujear y sacar de su vista la roca y prensas, decidió revisar la computadora que la lagomorfa había usado.
—Así que —dijo tras encender la máquina—, la ubicación del Cluster. Me gustaría poder estar seguro que una vez que la elimine de esta base ellos no podrán obtenerla, pero no es probable exista solo un respaldo.
Tras un poco de tecleado, el alienígena obtuvo la ubicación de la gran gema, aparte de un poco de información sobre aquellas monstruosidades que vio en aquel lugar.
—Tal y como escuché y suponía, los experimentos se hicieron con el fin de sintetizar al Cluster, el cual se encuentra justo debajo de Green Hills, qué gran coincidencia.
Tras obtener de su joya una USB, guardó en ella los archivos que había encontrado para después borrar la información de aquel ordenador. Una vez hecho, su misión estaba casi terminada.
Usando el brillo de su gema, invocó aquella caja negra que utilizó para buscar a sus semejantes en el desierto. Repitiendo el proceso, la recolección inició, aunque esta vez los ríos de masa negra no le trajeron solo piedras preciosas y fragmentos de las mismas, sino también a las pequeñas abominaciones de la sala en que se enfrentó al ciempiés y a la rosquilla, y unas cuantas más, las cuales él fue recibiendo y explotando hasta llenar la caja. Todo parecía listo hasta que sus pequeños robots le trajeron algo extraño. Era una mano enguantada con un guijarro azul y brillante en el centro de su palma, pero no estaba unida a ninguna otra extremidad y del agujero de su muñeca salía luz. No solo eso, sino que parecía luchar, a diferencia de los otros fenómenos.
El vulpino, intrigado, fue a por ella y la levantó, no obstante, ésta se zafó pronto de su agarre y cayó al suelo, parándose sobre sus cinco dedos sin huir y comenzando a golpearlos sin un orden fijo contra el suelo.
—¿Estás tratando de comunicarte conmigo?
La mano paró y, a su manera, asintió.
—¿Sabes cómo estás viva?
La mano levantó el meñique y el pulgar y se alzó un poco, lo que el amarillo interpretó como una subida de hombros.
—Imaginando que lo hayas tenido, ¿tienes algún recuerdo de cuando tenías un cuerpo completo?
La mano se movió de lado a lado.
—Bueno, voy a intentar algo.
Miles se quitó su guante derecho y tocó con su índice la pequeña roca en la palma de la mano. Tras hacerlo, aquella minúscula piedra y la joya en la frente del raposo se iluminaron durante unos segundos después de los cuales, el extraterrestre puso su guante devuelta en su lugar.
—Ahora, vuelve a tratar de comunicarte conmigo.
El apéndice andante volvió a golpear el piso con sus dedos, no obstante, esta vez los golpes adquirieron sentido en la mente del alienígena.
—Así que despertaste aquí hace ocho meses junto con los experimentos sin recuerdos de quién eras antes, eso tiene sentido —declaró el raposo—. Bueno, creo que sería cruel meterte en una burbuja. Me gustaría encontrar una cura para ti, pero hay otros asuntos de los que debo encargarme, sin embargo, podrías vivir conmigo si así lo deseas.
La mano asintió de nuevo.
—Ok, ven aquí —se inclinó para dejar que la mano subiera por su brazo hasta su hombro—. ¿Te gustaría que te llame de alguna forma?
Los golpes de la mano le indicaron a Miles que el ser estaría feliz con cualquier nombre.
—Bien, es muy poco creativo, pero, ¿qué tal ?
La mano se movió de arriba hacia abajo.
—Listo. Encantado de conocerte, Dedos. Espero que seamos amigos.
Pensando en retrospectiva, toda la secuencia en que Tails se comunica con su clon era algo innecesaria, mas aun así me gustó como quedó.
Es obvio que tomé al personaje de la serie de Merlina para crear al mío, pues fue lo último que vi antes de comenzar a escribir mi historia y me pareció un gran recurso.
Como siempre, gracias por leer. Si les ha gustado mi historia por favor añádanla a sus favoritas y síganla.
