¡Saludos a todo el mundo!

No tienen idea de lo que me costó publicar lo que van a leer a continuación. Es un reto de LeCielVAN del Foro Proyecto 1-8 que tomé hace tantos años que ya no me acuerdo. En su momento publiqué un prefacio y un primer capítulo, pero lo dejé inconcluso y con el tiempo sencillamente lo borré todo. Ahora traigo el primer capítulo con varias modificaciones, y sin prefacio, porque era innecesario.

Espero que lo disfruten.


Yamato volvió a su hogar tras haber detonado el desastre en la fiesta y llegó a su cuarto para dormir doce horas seguidas. Cuando despertó, se encontró con varias llamadas perdidas y unos cuantos mensajes de sus compañeros de la banda en su celular. Los ignoró todos. No quería saber nada del mundo, solo deseaba que la humanidad olvidara su existencia.

Hiroaki, horas más tarde, salió de una reunión amistosa que tuvo con sus colegas del trabajo en un restaurante, llamó por celular a Yamato y le extrañó que no contestara. Tenía entendido que hoy tenía el día libre, así que decidió ir a visitarlo a su departamento. Si no lo encontraba, siempre podía devolverse.

Tocó el timbre, pero nadie fue a recibirlo. Giró la manilla y comprobó que la puerta estaba abierta. Saludó en voz alta y nadie contestó. Tuvo un mal presentimiento. Caminó lentamente por el pasillo, y cuando entró a la habitación de su hijo pudo ver que esta se había convertido en un verdadero caos: ropa tirada en el suelo, varias latas de cerveza vacías, colillas de cigarro desperdigadas… y su hijo yacía sobre la desordenada cama, sintiéndose como un cadáver viviente.

Lo primero que acertó a hacer fue acercarse y preguntarle qué había pasado. El rubio no emitió sonido alguno ni se movió de su sitio. Hiroaki solo supo que seguía vivo porque respiraba y tenía el pulso normal.

Lo segundo que hizo fue llamar a Natsuko, su exesposa, para pedirle ayuda y consejo.

No sabía qué diantres hacer.


Al día siguiente, cuando Yamato se estaba quedando en el departamento de su padre, recibieron una visita. El señor Ishida atendió y la dejó pasar. Era domingo, y al oficinista le habían dado el día libre en el trabajo. Fue una conveniente coincidencia que se encontrara en casa, porque de no ser así, su hijo no habría sido capaz de levantarse a ver quién era.

El hombre golpeó la puerta de la antigua habitación de su hijo.

—Yamato… disculpa, ha venido Mimi —le informó, nervioso—. ¿Quieres que pase? —consultó, aún sin abrir.

—Me da igual —musitó, con un tono que denotaba total resignación y desgano.

Mimi entró, le dio las gracias a Hiroaki y cerró la puerta tras de sí. Guardó silencio unos instantes antes de ir directo al grano:

—Eres un imbécil, Yamato.

«Lo sé.»

—De verdad, eres un grandísimo imbécil.

«Lo sé.»

—Te odio. Yamato, no sabes cuánto te detesto ahora mismo.

«Sí, lo sé.»

—No entiendo cómo pudiste. ¡Si querías terminar conmigo, podrías habérmelo dicho!

«Eso también lo sé.»

—Fuiste un cobarde.

«Lo tengo claro.»

—Me das vergüenza. Y asco. Y pena. Y rabia, y muchas cosas más. Ay, en serio, si estoy aquí es solo porque no quería dejar esto inconcluso —apretó los puños, respiró hondo y sentenció—. Yamato, terminamos. No quiero saber nada más de ti.

«No.»

—De acuerdo —le contestó por primera vez el joven.

—No quiero que me vuelvas a llamar… ni a buscar, ni nada.

«No, por favor. No.»

La castaña se cubrió el rostro con ambas manos, angustiada. No sabía si le daba más rabia lo que había pasado el día anterior o verlo en aquel momento tirado sobre la cama como un despojo humano.

—Creo que no tengo nada más que decir.

«NO. MIMI, NO TE VAYAS.»

—Adiós.

«MIMI, POR FAVOR, NO.»

Abrió la puerta para salir. Como Yamato estaba tumbado boca abajo, con la cabeza mirando en la dirección contraria adonde se hallaba parada su exnovia, en ningún momento la vio, solo sintió el sonido que hicieron la perilla al girarse y las bisagras al moverse.

«NO ME DEJES SOLO.»

Y Mimi se marchó para no volver jamás.

«¡NO ME DEJES AQUÍ!»

De los ojos de Yamato comenzaron a brotar las lágrimas, mas se preocupó de no hacer ruido con sus sollozos. No quería que nadie lo escuchara.

«No te vayas, por favor…»

Se cubrió la cabeza con las manos y sintió ganas de morir.


Pasó tres días completos encerrado en el cuarto, sin asearse y sin querer hablar con nadie. Con suerte le contestaba a su padre con monosílabos en las ocasiones que este le dijo que le había dejado comida en la cocina para que se sirviera cuando tuviera hambre, o cuando le avisó que le tocaba hacer horas extras y que dormiría en un hotel cápsula cercano a su lugar de trabajo.

Las salidas de su habitación eran solo para comer o ir al baño. El resto del tiempo solo tenía pensamientos repetitivos sobre lo ocurrido en los últimos días y quería desaparecer.

Hiroaki había escondido todos sus licores, como le había indicado Natsuko que hiciera. Se preguntó si habría sido mejor regalarlos, pero cuando volvía a casa comprobaba, aliviado, que Yamato en ningún minuto hurgó en sus pertenencias.

Al cuarto día por fin tomó una ducha, pero luego pasó otros tres días sin asearse.


Cuando hubo transcurrido una semana desde la noche de la fiesta, Hiroaki decidió imponerse.

—Hijo, si no sales de aquí pronto, voy a llamar a una clínica para que te internen.

Y aquello fue suficiente para que Yamato reaccionara.

No contestó ni devolvió las llamadas de sus amigos y demás familiares. No quería hablar con Takeru, Natsuko, Taichi, Sora ni con ningún otro cercano. Solo contactó con el mundo del espectáculo.

Su mánager estaba escandalizado y lo gritoneó por teléfono, amonestándolo por haber desaparecido sin avisar. Sus compañeros de la banda también estaban muy molestos con él, no entendían qué le pasaba.

Yamato no se disculpó ni dio explicaciones, solo aguantó los sermones y se dispuso a retomar sus labores como músico.

Esa misma tarde le avisó a su padre por celular que había decidido regresar a su propio departamento.

—¿Estás seguro? Puedes quedarte en mi casa el tiempo que quieras.

—Pero me dijiste que me fuera.

—No, te pedí que salieras de la habitación porque llevabas días encerrado.

—Como sea, me voy.

—Entiendo. Cuídate.

Pero antes de volver, hizo una parada en la conbini más cercana y regresó de inmediato con un nuevo cargamento de drogas legales para seguir destruyendo su cuerpo.


Casi tres semanas después de la ruptura con Mimi, su mánager y sus compañeros se enteraron de que había comenzado a fumar. Lo venían sospechando desde que su voz sonaba más ronca de lo que ya era, pero solo pudieron comprobarlo cuando registraron sus pertenencias y le encontraron una cajetilla. Recibió críticas y reproches. Yamato se enfureció al enterarse de que habían estado husmeando sus cosas y tuvo una fuerte discusión con ellos.

Cuando uno de los miembros lo encaró para exigirle que cuidara su salud por el bien de la banda, el asunto se salió de control de tal manera que el joven fue a parar a urgencias a causa del puñetazo con el que Yamato le destrozó la nariz.

Se creó un escándalo en la prensa, los noticiarios y programas de farándula comenzaron a ventilar unas cuantas verdades incómodas acerca de Teenage Wolves y su popularidad como banda comenzó a decaer.


Takeru fue a visitarlo en una ocasión. Si bien su plan inicial era darle apoyo moral, verlo tan derrotado lo sacó de sus casillas.

—No te entiendo. Hasta ahora te había creído capaz de cualquier cosa. Enfrentaste grandes peligros, salvaste al mundo varias veces, ¿y te deprimes porque tu novia te dejó? ¿Y por culpa tuya, además? ¡El Yamato que yo conozco no es así!

—Hm —sonrió de manera irónica.

—Estoy decepcionado de ti —le espetó, entornando los ojos.

—Piensa lo que quieras —dijo el mayor con apatía.

Takaishi se rindió con su hermano. Hablar con él era como hablarle a la pared.


Al día siguiente, Natsuko también trató de dialogar con Yamato. No perdió la paciencia como Takeru, pero sí llegó a la misma conclusión que su hijo menor.


Durante semanas, Taichi estuvo pidiendo que le dieran vacaciones por adelantado, pero tuvo demasiado trabajo en la embajada que no podía ser pospuesto. En cuanto le dieron permiso, compró un pasaje a Japón y fue directamente a visitar a su mejor amigo. Eran las nueve de la noche pasadas para cuando tocó el timbre y fue recibido por la persona que buscaba, quien tenía un aspecto sombrío. El mayor de los hermanos Yagami no se detuvo a juzgarlo, puesto que ya había hablado con Takeru y sabía con qué se encontraría. Le lanzó una lata de jugo, la cual el rubio atajó en el aire.

—Charlemos —le dijo el moreno.

—¿Ya olvidaste que detesto la papaya?

—Da igual, me la tomo yo —zanjó, y lo invitó a dar un paseo.

No sirvió de mucho. Yamato le explicó todo lo ocurrido con una insensibilidad tal que resultaba alarmante, pero rescataba de aquella plática que pudo conocer la versión de él. Por lo demás, cuando regresó al departamento de Koushiro —quien le permitió quedarse mientras durara su estancia—, sintió mucha frustración. Notó que el músico poco a poco iba convirtiéndose en una especie de muñeco lleno de sentimientos negativos, y no saber qué hacer para ayudarlo lo frustraba muchísimo.


—Lo lamento, Mimi. Sé que él te hizo algo horrible, pero este hombre está mal.

—¿Y yo no lo estoy, acaso?

—Sí, tú también lo estás. Sé que estás muy dolida y que Yamato se portó como un patán… pero él también es mi amigo.

Mimi le había pedido empatía y solidaridad, y Sora no mentía al decir que la entendía, pero ella tenía otra perspectiva del asunto. Tachikawa, por su parte, esperaba que Sora le fuera más leal a ella que a él, ya que se suponía que eran mejores amigas.

—Entonces quédate con tu queridísimo amigo y olvídate de mí —le espetó la ofendida castaña antes de dejar unos billetes y monedas sobre la mesa para pagar lo que consumió y marcharse de la cafetería en la cual habían acordado reunirse para hablar sobre el tema.


Las prácticas con la banda se volvieron cada vez más tediosas y desagradables, y su última presentación en vivo fue incluso peor. Desde hace meses habían dejado de componer nuevas canciones, y la monotonía terminó matando a su grupo.

Yamato tomó la decisión de abandonar la banda. Les planteó el asunto a sus compañeros, sin rencores ni recriminaciones, y dos de los tres estaban de acuerdo en que era lo mejor que podían hacer. El último, todavía queriendo aferrarse a un ideal imposible, los insultó a todos y abandonó el estudio para emborracharse en un bar. Días más tarde, este mismo integrante reconoció que no había otra solución posible, y que él también estaba harto de todo y quería retirarse.

El mánager de la banda, por su parte, había encontrado a una nueva promesa musical, así que ya no le complicaba en lo absoluto el hecho de que Teenage Wolves se disolviera.

Sin sentirse aliviado en lo absoluto, Yamato fue a descargar su frustración a un bar de famosos. Bebió hasta emborracharse. Llamó a un taxi para que lo fuera a dejar a su edificio y, habiendo llegado a su departamento, corrió al baño y vomitó hasta el alma.

Casi arrastrándose, llegó a su cuarto y se quedó dormido en el piso.

Despertó a las siete de la mañana con una terrible migraña producto de la resaca. A esa hora, Natsuko había ido a dejarle víveres porque en la familia sabían que su hijo no estaba comiendo adecuadamente. El joven se levantó como pudo y le abrió la puerta.

—Oh, Yamato, luces fatal.

—Me lo puedo imaginar.


Un mes y medio había pasado desde el incidente en la fiesta. Esta vez fue Takeru quien, a regañadientes, accedió a llevarle comida.

Terrible fue su sorpresa cuando encontró a Yamato tirado en el suelo del baño con un envase de pastillas vacío a su lado.


Después de haber ido a parar a urgencias, Sora fue a verlo a la clínica y conversó directamente con él por primera vez. Prácticamente había sido enviada en representación de todo su grupo de amigos para hacerlo entrar en razón.

—Sería bueno que fueras a terapia —le sugirió con amabilidad, aunque muy seria.

Y, sin sentirse capaz de oponer más resistencia, le contestó:

—No tengo opción, ¿verdad?

—Yo no soy quien debe decidirlo.

Yamato esbozó una sonrisa.


En la clínica le dieron el alta pocos días después.

Su padre lo había invitado una vez más a quedarse a vivir con él, a lo cual Yamato accedió, y acordaron que esto sería hasta que estuviera más estable.

Pidió hora con una psicóloga y un psiquiatra, y tan solo había asistido a una sesión con cada uno para cuando ocurrió el encuentro fortuito.

Ishida se encontraba en el supermercado cuando sucedió. En la conbini que quedaba cerca de su edificio se había agotado la bebida gaseosa favorita de su padre y aún no les llegaba el nuevo stock, por lo que tuvo que ver si la vendían en otro sitio. Hiroaki lo había llamado por celular desde el trabajo para pedirle que le comprara un par de botellas, dado que habían acordado que aquella noche verían películas juntos.

—¿Yamato-san? —pronunció una sorprendida Hikari.

El rubio volteó a mirarla y abrió mucho los ojos. Había salido de su casa con lentes de sol, una mascarilla quirúrgica, un gorro y una chaqueta que pertenecía a su padre, y aun así, ella logró reconocerlo.

Yamato tardó en responder.

—Hikari —fue lo único que pudo decir.

La observó, estupefacto. Ella solo le sonreía, con su enigmática mirada y las manos entrelazadas detrás de su espalda.