—Debes tener visión de rayos X —dijo Yamato, aún impresionado de que Hikari fuera capaz de reconocerlo detrás de su disfraz.
—Solo fue un presentimiento.
—Es extraño verte por aquí, tu casa queda lejos.
—Vine a tomar fotografías, y de pronto me dio sed y quise comprar algo.
Bajó la mirada al canasto que ella llevaba y, en efecto, adentro había una botella de agua y una bolsita de botanas.
—Pues que te vaya bi…
—¿Quieres acompañarme? —se adelantó a decir antes de que el joven se despidiera.
Eran las cinco, aún faltaban unas cuantas horas para que su padre volviera del trabajo y el supermercado cerraba a las nueve, así que…
Hikari le explicó que pronto se realizaría una exposición de artes en su universidad donde ella participaría junto a sus compañeros de carrera, y había escogido esa hora para salir porque quería capturar el atardecer. Comenzó tomando unas cuantas fotos por su cuenta, moviéndose por el parque para captar los mejores ángulos en los que se escondía el sol. De repente, halló a Yamato de espaldas fumándose un cigarro y decidió tomarle una foto.
—Mira —dijo, enseñándole la pantalla de su cámara profesional.
—No recuerdo haber acordado que me convertiría en tu modelo.
—Pero lo haces muy bien.
—Pero no hice nada.
—Precisamente, es una toma natural.
Ishida miró la imagen, pensativo.
—Debo reconocer que quedó bien.
Hikari sonrió.
Acompañó a Hikari hasta la estación de metro, se devolvió al supermercado y regresó a casa con la bebida gaseosa que le había encargado su padre, y mientras esperaba a que este volviera, se dedicó a soñar despierto acostado en el sofá.
Apenas llevaba una semana en terapia y era consciente de que su proceso de sanación tomaría tiempo. Sora, con sus conocimientos en salud mental, lo había orientado muy bien al respecto, por lo que se sentía preparado para luchar contra sus demonios, y si bien tenía la esperanza de recuperarse, el futuro aún le parecía incierto.
Hiroaki regresó con comida para ambos. Cenaron y se dispusieron a ver una película. Estaban pasando más tiempo juntos no solo por haber vuelto temporalmente a vivir bajo el mismo techo, sino también por recomendación de los terapeutas de Yamato. Si bien su relación nunca fue mala en lo absoluto, su padre y él habían estado los últimos años bastante distanciados debido a sus trabajos, y la crisis que el músico estaba viviendo ahora fue una buena oportunidad para volver a acercarse.
A mitad del filme empezó a sentir sueño. Su padre captó esto y, sonriente, fue a buscar una manta para cubrirlo.
Se acordó del rato que compartió con Hikari aquella tarde, y su último pensamiento antes de cerrar los ojos fue que quería volver a verla.
Al día siguiente, Yamato le contó a Taichi por Line que se había encontrado con Hikari en el supermercado —cuidando omitir que habían pasado el rato juntos— y que ella le había comentado acerca de la exposición en su universidad.
«Y yo me la voy a perder!» escribió el mayor de los Yagami, irritado.
»Por mi culpa tomaste vacaciones antes de tiempo» respondió Ishida.
«No importa, igual no alcanzaba a ir».
Se quedó mirando un rato la pantalla, hasta que Taichi volvió a escribir para despedirse:
«Ahora te tengo que dejar, le prometí a Catherine que saldríamos a almorzar juntos».
»Suerte».
Para no parecer un acosador, decidió asistir a la exposición de artes con Takeru, quien, además, sabía dónde estudiaba Hikari. Tal y como hacía últimamente cada vez que salía de casa, fue vestido de incógnito.
—Qué recuerdos, la última vez que vine aquí fue hace dos años. No asistí a la exposición anterior por razones que te podrás imaginar, pero esta vez no quería perdérmela.
—¿Te has sentido bien al respecto?
Takaishi dudó antes de responder.
—Sí. Nunca nos hicimos daño, y Hikari es alguien con quien vale la pena conservar una amistad.
Caminaron sin prisas a través de la galería. Había cuadros al óleo, serigrafía, ilustraciones digitales, arte conceptual para películas animadas, y al final del todo estaban las fotografías.
Grande fue su sorpresa cuando vio exactamente la misma foto que le habían tomado una semana atrás. Vista aquella vez en pequeño desde la pantalla de la cámara de Hikari no le había parecido la gran cosa, pero ampliada y colgada en una pared se podían apreciar mejor tanto el plano general como los detalles. Él no sabía mucho de fotografía, sin embargo, esta en particular tenía algo que la hacía especial y que no habría podido describir.
—Qué curioso —comentó Takeru de manera casual—, ese sujeto tiene la misma chaqueta de papá.
A pesar de llevar puestos los lentes de sol y la mascarilla, a Yamato se le notaron de inmediato el nerviosismo y la incomodidad.
—Espera —captó de inmediato—, ¿eres tú, hermano? —Yamato tragó saliva— ¡Santo cielo, esta foto vale una fortuna! —exclamó por lo bajo.
—No sé qué rédito se podría obtener de tomarle fotografías a un artista fracasado.
—¡Takeru! ¡Yamato-san! —los llamó Hikari, acercándose hacia ellos.
Yamato quería esconderse, encerrarse en un búnker, lo que fuera con tal de no estar ahí en ese preciso instante. No esperaba encontrársela todavía, y menos después de que Takeru lo descubriera.
—Hikari —la saludó un animado Takeru—, me fascina comprobar que eres tan talentosa que tienes dos fotografías en una misma exposición.
—Sí, mi profesor me dejó publicar dos.
—Seguro que eres su alumna estrella —la elogió.
—Vamos, no es para tanto —respondió con modestia, riendo.
Mientras Hikari y Takeru se ponían al día con sus vidas, Yamato giró la cabeza hacia la pared de la exhibición y buscó la segunda obra: era una abeja en primer plano polinizando una flor de cerezo perlada con rocío matutino. Luego miró la otra fotografía donde aparecía él, después miró la de la abeja. Repitió esta acción dos veces más. Eran imágenes tan diferentes la una de la otra que no parecían haber sido capturadas por la misma persona.
—¿Quieres algo para tomar, Hikari? —le ofreció Takaishi.
—Sí, un jugo de mango.
—Entendido. Vuelvo enseguida —avisó justo antes de marcharse.
Yamato y Hikari se quedaron solos, y se produjo un silencio incómodo entre ambos, hasta que el primero decidió romperlo:
—¿Por qué escogiste la fotografía que me tomaste para exhibirla hoy? Seguro que tienes mejores.
Ella bajó la mirada.
—Porque transmitía un sentimiento que nunca antes había podido capturar.
—¿Qué clase de sentimiento?
—Era un atardecer, el sol emitía una luz cálida a la distancia, pero tu silueta lucía tan solitaria… era como ver a una persona ser bañada por una amable calidez sin ser capaz de sentirla, como si todo le fuera ajeno —explicó, entristecida, y dentro de Yamato brotó una emoción que no supo identificar.
Después de eso no hallaron qué más decirse.
—Aquí tienes —apareció Takeru, entregándole el jugo a Hikari—. Y para ti también —dijo, pasándole a Yamato un café helado.
—Gracias —sonrió la joven.
—Te lo pago después —dijo el mayor.
—No es necesario, yo invito.
Se quedaron platicando un rato más. Luego, Hikari se disculpó porque debía asistir a una charla académica y, por lo tanto, tenía que dejarlos.
—¡Diviértete! —le deseó Takeru.
—¡Gracias!
Yamato agitó una mano para despedirse y se quedó mirándola hasta que la perdió de vista.
—¿Nos vamos? —lo invitó su hermano menor.
—Sí.
Caminaron hacia la estación de metro en completo silencio.
Algo andaba mal. Takeru no solía quedarse callado tanto tiempo. ¿Se habría molestado por enterarse de que había estado a solas con Hikari? Sin embargo, no mencionó nada al respecto, y cuando les tocó tomar el metro en líneas contrarias, se despidieron como de costumbre.
Se sentía ridículo.
Llevaba media hora echado en el sofá boca arriba, mirando la pantalla de su celular, incapaz de llevar a cabo lo que se había propuesto.
Todos los elegidos formaban parte de un mismo grupo de Line. El número de contacto de ella estaba ahí, a su alcance. La oportunidad de volver a verla (o no, todo dependía de la respuesta que le diera) estaba a un mensaje de distancia.
¿Sería muy confianzudo de su parte pretender algo semejante?
Fuera como fuese, reunió el valor necesario para comunicarse con ella y, por fin, pudo saludarla:
«Hola, Hikari».
Y se quedó en blanco por lo menos unos quince minutos más.
Entonces, el mensaje apareció como leído.
—¡Maldición! —masculló.
»Yamato-san, qué sorpresa».
Tenía que decírselo…
»¿Qué sucede?»
¡Solo tenía que pedírselo y ya!
Su dedo se movió nerviosamente sobre la pantalla táctil. Cometió unos cuantos errores de escritura y tuvo que corregir el texto varias veces antes de enviarlo, pero finalmente lo consiguió:
«Enséñame a tomar fotografías».
