Mientras Lena caminaba por las calles de París, disfrutando del encanto de la ciudad, no podía evitar que sus pensamientos se dirigieran de vuelta a lo que había presenciado en el lujoso hotel Le Grand Paris. El día había sido un torbellino de eventos inesperados, desde la animada bienvenida de la chica rubia que la había arrastrado por el hotel, hasta el peculiar encuentro con una estrella de rock y su excéntrica mascota. Pero entre todas esas imágenes, una en particular persistía en su mente: el hombre con la cámara, el admirador obsesionado de Jagged Stone.
Lena recordaba con claridad la manera en la que aquel individuo se había deslizado dentro del hotel. Al principio, su presencia parecía casi inofensiva, como si solo fuera uno de esos turistas comunes que se pierden entre las calles de París, cámara en mano, buscando el ángulo perfecto. Sin embargo, la manera en que sus ojos brillaban al ver a Jagged Stone delataba una obsesión más profunda. Aquel brillo en su mirada, el ansia que se reflejaba en su expresión mientras apuntaba la cámara hacia el cantante, no era la de un simple fanático.
"Lo recuerdo tan claramente... cómo intentaba sacar la foto perfecta," pensó Lena mientras cruzaba un puente sobre el Sena, el río reflejando los destellos de la luz solar. "No parecía importarle que Jagged Stone lo ignorara por completo, ni la desaprobación de su asistente. Solo quería esa imagen, una prueba de que había estado lo más cerca posible de su ídolo."
Lena no podía evitar sentir una leve incomodidad al pensar en él. Había algo en la forma en que ese hombre se movía, con una determinación casi desesperada, que le daba un toque perturbador. "Vincent Asa, creo que era su nombre... Pero, ¿por qué alguien sería tan insistente?" Se preguntó Lena para sí misma, mientras caminaba por una calle bordeada de pequeños cafés y boutiques que desprendían un encanto característico.
El recuerdo de cómo Penny, la asistente de Jagged Stone, lo había sacado del hotel seguía fresco en su mente. Lena había visto la firmeza en los ojos de Penny, una mezcla de exasperación y protección hacia su jefe. Había sido casi sorprendente la manera en la que la mujer había manejado la situación, con una calma que solo se rompió ligeramente al lanzar una advertencia clara al fanático.
"'Nada de fotos', le había dicho ella, y luego le arrebató la cámara," Lena evocó el momento mientras se detenía frente a una vitrina de una tienda de moda, sus ojos resbalando sobre los lujosos vestidos en exhibición. "Por un segundo, pensé que realmente rompería la cámara de ese tipo. Y la forma en que él intentó justificar su presencia... todo fue tan... desesperado."
El rostro de Vincent Asa había mostrado una mezcla de súplica y confusión mientras Penny lo guiaba hacia la salida, como si no pudiera comprender por qué no le permitían estar cerca de su ídolo. Lena había notado que, incluso mientras lo sacaban, mantenía la cámara firmemente sujeta, como si fuera su última conexión con el mundo de Jagged Stone. Había sido una escena curiosa, una mezcla de admiración desmedida y rechazo que le dejaba un sabor extraño en la boca.
"Es curioso... Cómo algunos cruzan todos los límites por estar cerca de quienes admiran," reflexionó Lena mientras se adentraba en una pequeña plaza llena de artistas callejeros. "Pero supongo que la fama también tiene su lado oscuro. Jagged Stone parecía molesto, casi como si estuviera acostumbrado a que gente así lo persiguiera."
A pesar de ser alguien que venía de un mundo lleno de lujos y glamour, Lena no estaba acostumbrada a ver tan de cerca ese tipo de interacciones. Sus padres eran figuras públicas, sí, pero llevaban su vida privada con discreción. En cambio, en París, todo parecía más caótico, más impredecible. Lena sabía que su apellido atraía miradas, pero no estaba segura de cómo se sentiría si alguien la persiguiera de esa manera, con una obsesión que desbordaba lo sano.
Sus pasos la llevaron hasta una terraza desde la que se podía ver la Torre Eiffel. Lena se detuvo un momento, tomando aire profundamente y dejando que el panorama llenara su vista. Mientras observaba la majestuosidad de la ciudad, su mente volvió a aquel instante en que Vincent Asa había intentado obtener una última imagen antes de ser expulsado. Penny lo había advertido con dureza, pero él parecía más preocupado por salvar su cámara que por la amenaza. Lena no podía evitar preguntarse qué haría aquel hombre después de ser rechazado tan públicamente.
"Espero no encontrarme con alguien así en el futuro," pensó Lena con un pequeño escalofrío. La idea de un admirador tan persistente era inquietante, por decir lo menos. Sin embargo, decidió dejar esos pensamientos atrás y concentrarse en lo que la ciudad tenía para ofrecerle. París, después de todo, era un lugar lleno de posibilidades y secretos por descubrir, y Lena no quería que aquel incidente peculiar ensombreciera su primer día de exploración.
Así, dejando que los ruidos y los aromas de la ciudad la envolvieran, Lena se perdió entre las calles, llevando consigo la ligera inquietud que el episodio le había dejado, pero también una renovada curiosidad por lo que aquel día aún podría depararle.
Sentada en la terraza del restaurante, Lena tomaba un sorbo de su café, mirando la vida parisina que fluía a su alrededor. Mientras el cálido líquido le recorría la garganta, su mente se llenó de recuerdos de la tensa negociación que tuvo que llevar a cabo para poder instalarse en París. No fue una conversación sencilla, y mucho menos cuando se trataba de convencer a sus padres, dos personas que, a lo largo de los años, habían demostrado ser inflexibles y profundamente preocupados por el estatus y la imagen familiar. Recordando su conversación:
"París no es un lugar para que simplemente pasees como una turista, Lena," había dicho su padre, su tono grave y autoritario, sentado tras su escritorio de caoba en su amplia oficina. Las ventanas panorámicas dejaban entrar la luz, proyectando sombras afiladas que acentuaban la seriedad en su expresión. "Nuestra familia tiene un nombre que mantener. No puedo permitir que lo uses para hacer lo que te plazca." Para él, cada decisión debía ser calculada, cada movimiento cuidadosamente medido para preservar la reputación que tanto habían construido.
Su madre, sentada elegantemente a un lado, con su mirada crítica y ceño ligeramente fruncido, no fue menos directa. "Querida, si piensas que te dejaremos ir sin supervisión a una ciudad llena de distracciones, estás muy equivocada. Eres nuestra hija y representas a la familia Miller, no olvides eso. Lo que haces, cómo te comportas... todo se refleja en nosotros." La forma en que sus dedos tamborileaban suavemente sobre la mesita de mármol era un indicio de su impaciencia. Estaban acostumbrados a ver a Lena como una extensión de su propia imagen, y cualquier desviación de eso parecía inconcebible.
Lena, consciente de lo que estaba en juego, mantuvo la calma, aunque sentía la tensión de cada palabra. Sabía que debía abordar esto con la misma seriedad que ellos. "Lo entiendo, mamá, papá. Sé que no quieren que descuide mis estudios ni la imagen de la familia. Es por eso que he investigado las mejores escuelas de París y elegí una que no solo es adecuada, sino que también me permitirá integrarme en la vida local. Estar en París no solo es para mí, sino también para mejorar la percepción de nuestra familia en el extranjero."
La mención de la "percepción" fue un toque estratégico de su parte. Sabía que la idea de que su estancia en París pudiera reforzar la imagen de los Miller a nivel internacional era un punto sensible para sus padres. Aunque no lo admitirían abiertamente, el hecho de que su hija pudiera establecer contactos y ser vista en eventos importantes de la ciudad era algo que encajaba con su mentalidad. Sin embargo, su padre no se dejó convencer tan fácilmente.
"¿Y qué escuela es esa de la que hablas?" inquirió su padre, su mirada fija en ella, como si intentara leer cada intención detrás de sus palabras. "No permitiré que asistas a cualquier lugar que pueda asociarse con mediocridad. Nuestra familia no puede ser vista como una que se conforma con menos de lo mejor."
Lena respiró hondo antes de responder, controlando cada palabra. "Se llama Collège Françoise Dupont. Es una escuela reconocida por su diversidad y ambiente amigable, aunque no sea tan elitista como las que usualmente elegiríamos. Pero precisamente por eso creo que es la mejor opción. Me permitirá relacionarme con personas fuera de nuestro círculo habitual, y... también podré mantener mi bajo perfil, lo cual, a la larga, nos beneficia." Aunque Lena sabia que lo de mantener un perfil bajo era algo casi imposible,
El silencio que siguió fue tan denso que Lena sintió que cada segundo duraba una eternidad. Su madre intercambió una mirada con su padre, uno de esos intercambios silenciosos que decían mucho más de lo que cualquier palabra podría expresar. Finalmente, su padre suspiró profundamente, su expresión suavizándose ligeramente, aunque sus palabras permanecieron firmes.
"Está bien, Lena, pero que quede claro: no habrá margen de error. Mantendrás tus calificaciones impecables y te asegurarás de no dar ningún motivo de preocupación a tu madre ni a mí. Si en algún momento sentimos que estás fallando en tus responsabilidades, regresarás a casa de inmediato. Y no habrá más discusiones sobre el tema."
"Entendido, papá," respondió Lena, sintiendo cómo una mezcla de alivio y emoción la invadía. Aunque el tono de la conversación había sido duro, sabía que lo había logrado. Había conseguido su libertad, aunque fuera con condiciones.
Ahora, sentada en la terraza del restaurante, sonrió para sí misma mientras recordaba aquellos días de debates interminables. Miró el cielo parisino, claro y despejado, y sintió una sensación de determinación. Sabía que tenía que aprovechar cada día en esta ciudad y demostrarles a sus padres que no se habían equivocado al confiar en ella, aunque esa confianza estuviera envuelta en reglas y expectativas. Con otro sorbo de café, Lena comenzó a planificar el resto de su día, sabiendo que pronto conocería más sobre su nueva escuela y los desafíos que le esperaban allí.
Lena terminó su café, dejando el pequeño restaurante detrás de ella, y se adentró en las vibrantes calles de París. A medida que avanzaba, el bullicio de la ciudad se mezclaba con el sonido de pasos apresurados y risas de turistas que exploraban la ciudad. París tenía un aire único, una mezcla de lo antiguo y lo moderno, donde cada rincón parecía contar una historia.
Sus pasos la llevaron a las orillas del río Sena, el cual atravesaba la ciudad como una arteria llena de vida. Al acercarse, el murmullo constante del agua la envolvió, suavizando el caos urbano con su melodía natural. Lena se detuvo un momento en el borde del camino que serpenteaba junto al río, inclinándose ligeramente sobre la barandilla de hierro forjado que delimitaba la acera de la orilla. Desde allí, la vista era impresionante.
El Sena, ancho y majestuoso, reflejaba el cielo de un azul suave, roto solo por el vaivén de las hojas de los árboles que bordeaban el camino. El agua se movía con una calma hipnótica, llevando consigo reflejos dorados del sol que se filtraban entre las nubes. Cada tanto, el paso de un bote de turistas rompía la superficie, dejando pequeñas olas que se propagaban suavemente hacia las orillas antes de disiparse.
Alrededor del río, la ciudad parecía envolverse en un aura de tranquilidad. Los muelles de piedra que bordeaban el Sena se encontraban adornados con flores que colgaban desde las farolas, sus colores vibrantes contrastando con la sobriedad de las antiguas piedras grises. A lo largo del camino pavimentado, se veían parejas caminando de la mano, grupos de amigos sacando fotos, y algún que otro artista callejero pintando la escena que Lena observaba con interés.
El aire era fresco, lleno del aroma de la vegetación y la humedad del río, un contraste agradable con el tráfico de la ciudad que parecía un mundo aparte. Lena inspiró profundamente, disfrutando de la brisa que acariciaba su rostro y de la sensación de libertad que París le ofrecía. Sus pensamientos vagaban entre la emoción de explorar la ciudad y el futuro que la esperaba en la escuela que había elegido. A pesar de la presión que había sentido en la conversación con sus padres, en ese momento, bajo la luz cálida del sol parisino, todo parecía menos pesado.
El camino que seguía el curso del río estaba bordeado de árboles que proyectaban sombras alargadas sobre la acera, ofreciendo un refugio fresco bajo el cual los paseantes podían resguardarse. Lena se encontró disfrutando del ritmo lento que adquirían sus pasos, sintiéndose por un momento como una más entre las personas que apreciaban el Sena. Estaba decidida a aprovechar cada instante de esta libertad, antes de que la rutina de la escuela la atrapara de nuevo.
Pero en su mente, las imágenes de aquel admirador obsesionado de Jagged Stone todavía se mezclaban con el panorama sereno. Recordaba su expresión intensa, la forma en que había sido echado de manera contundente por la asistente de Jagged. Una parte de Lena no podía evitar preguntarse si todos en París eran así de apasionados, con una intensidad que rayaba en la locura. Pero ahora, frente a la calma del río, esas preocupaciones se desvanecían, y lo único que le importaba era el momento presente.
Lena continuó observando el río Sena, embelesada por su belleza tranquila y por la forma en que el sol se reflejaba en las aguas en un baile de destellos dorados. Pero entonces, un leve movimiento llamó su atención, rompiendo el flujo sereno de sus pensamientos. Parpadeó y frunció el ceño, inclinándose un poco más sobre la barandilla.
"¿Qué es eso?" murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro que se perdió entre el sonido del río y el suave viento que soplaba.
Entre las ondas suaves del agua, vio algo que no encajaba con el entorno natural. A medida que el objeto se acercaba, Lena pudo distinguirlo con mayor claridad: una caja de madera oscura que flotaba lentamente hacia la orilla. La madera era de un tono profundo, casi negro, pero su superficie brillaba como si estuviera barnizada, reflejando la luz de forma inusual para algo que debería estar empapado después de tanto tiempo en el agua.
La curiosidad la empujó a acercarse más al borde, estirando su cuello para ver mejor. La caja tenía una forma peculiar, un rombo alargado que no era común en los objetos que solían aparecer flotando por el río. La geometría perfecta de sus lados le daba un aire misterioso y antiguo, como si perteneciera a una época distinta.
A medida que la caja se aproximaba más a la orilla, Lena notó algo aún más curioso: cada una de las puntas de ese rombo estaba decorada con un color distinto, intensos y llamativos. La primera punta tenía un tono rojo vibrante, como la sangre fresca, que resaltaba contra la oscuridad de la madera. La segunda era de un azul profundo, como el color del cielo nocturno en una noche sin estrellas. La tercera punta estaba marcada con un blanco níveo, un contraste fuerte con los tonos oscuros de la madera, como un trozo de nieve atrapado en la forma geométrica. La última punta era de un verde esmeralda, brillante y lleno de vida, como las hojas más frescas de un bosque denso.
Lena sintió una inquietud creciente al ver aquellos colores, como si cada uno guardara un significado oculto. Los cuatro tonos brillaban a la luz del sol, pero no con la naturalidad de un objeto mojado, sino con un resplandor extraño que parecía provenir de la propia madera.
La caja flotó hasta quedar al alcance de su mano, como si el río la hubiera traído hasta ella deliberadamente. Lena se inclinó un poco más sobre la barandilla, estirando la mano hacia la superficie del agua, y con un movimiento rápido pero cuidadoso, la atrapó antes de que la corriente pudiera llevársela nuevamente. Sentir la madera en sus manos la sorprendió: no estaba fría como había esperado, sino que parecía emitir un leve calor que contrastaba con la frescura del agua que goteaba de ella.
Lena se retiró unos pasos de la orilla, observando el objeto que ahora tenía entre sus dedos. La caja, aunque pequeña y liviana, transmitía una sensación de peso, como si guardara un secreto demasiado grande para su tamaño. La textura de la madera era suave, sin astillas ni imperfecciones, pero si se miraba de cerca, se podían distinguir finas líneas talladas que recorrían la superficie, formando patrones complejos que se entrelazaban. Eran símbolos que Lena no reconocía, formas abstractas que se retorcían y se entrelazaban en un diseño hipnótico, como un lenguaje antiguo escrito con una caligrafía desconocida.
Al dar un paso más hacia la luz, Lena notó que las tallas parecían moverse ligeramente, como si los diseños cambiaran según la forma en que la luz los tocara. Era como si la caja intentara contarle una historia que no podía comprender del todo. Las tallas fluían y se enroscaban, y en el centro exacto de la caja, entre las cuatro puntas de colores, había un símbolo que no se parecía a ninguno de los otros: una especie de espiral que giraba hacia el centro, envolviendo un pequeño punto oscuro que parecía absorber la luz.
Los colores de las puntas eran más intensos de cerca. El rojo tenía una tonalidad profunda y vibrante, como si estuviera hecho de cristal de rubí. La punta azul parecía contener un fragmento de cielo, con un brillo que recordaba a las profundidades de un océano sin explorar. El blanco era tan puro que dolía mirarlo directamente, como la luz reflejada en la nieve bajo un sol brillante, mientras que el verde parecía latir con un tono de vida y naturaleza, como si contuviera la esencia misma de un bosque antiguo.
Lena giró la caja entre sus manos, fascinada por los detalles, pero también sintiendo una creciente sensación de inquietud. Parecía demasiado perfecta, demasiado cuidada para haber terminado en el Sena por accidente. ¿Cómo había llegado allí? ¿Y por qué parecía estar esperándola, como si el río la hubiera guiado hasta sus manos? Se inclinó más cerca, intentando ver si había alguna ranura o bisagra que indicara cómo abrirla, pero la superficie era continua, sin ninguna línea que sugiriera una apertura.
Mientras la observaba, un pensamiento cruzó su mente: ¿Debería abrirla? Sin embargo, algo en la forma en que la caja parecía pulsar suavemente bajo su toque la hizo dudar. No quería admitirlo, pero había algo profundamente perturbador en la forma en que la caja parecía estar viva, como si tuviera una consciencia propia que se despertaba lentamente bajo su contacto. Lena sintió un escalofrío recorrer su espalda, aunque la brisa del río era cálida.
"¿Qué eres tú, exactamente?" murmuró Lena, como si esperara que la caja respondiera a su pregunta.
Pero el único sonido que recibió como respuesta fue el murmullo constante del Sena y el susurro de las hojas en los árboles cercanos. Lena apretó los labios, indecisa, pero la curiosidad podía más que cualquier aprensión que pudiera sentir. Después de todo, no todos los días encontraba un objeto tan peculiar y cargado de misterio.
Miró a su alrededor, notando que no había mucha gente cerca. A esa hora del día, los turistas y locales parecían estar ocupados en otros lugares de la ciudad, dejándola sola con su hallazgo. Con un suspiro, decidió que lo mejor sería guardar la caja por ahora y averiguar más tarde qué podría significar o si alguien en la ciudad conocía su origen.
Deslizó la caja dentro de su bolso con cuidado, sintiendo el leve peso acomodarse entre sus pertenencias. El contacto de la madera cálida contra el tejido del bolso le causó un último escalofrío antes de que la soltara y cerrara la cremallera, como si encerrarla allí pudiera mantener sus pensamientos en orden. Se alejó del borde del río, lanzando una última mirada al Sena, que ahora parecía tan tranquilo como antes, como si nada extraordinario hubiera sucedido en sus aguas.
Lena retomó su paseo por las calles parisinas, pero esta vez, su mente estaba distraída, atrapada entre la serenidad del paisaje y la inquietante sensación de tener un secreto en su bolso. A su alrededor, la ciudad seguía viva y palpitante, con la gente caminando por las calles y el sol brillando sobre los tejados antiguos. Pero Lena no podía dejar de sentir que, en ese preciso instante, había pasado a formar parte de algo más grande y desconocido, como si el río le hubiera entregado una llave que abría la puerta a un misterio oculto bajo las piedras y las sombras de París.
A medida que avanzaba por las aceras empedradas, se preguntaba qué haría a continuación. París seguía siendo un lugar nuevo y lleno de promesas, pero ahora, con esa caja en su poder, sentía que la ciudad misma la estaba invitando a descubrir secretos que nadie más podría ver.
Lena se detuvo un momento, intentando disfrutar la calma que las calles le había proporcionado. Pero entonces, un sonido agudo llegó hasta sus oídos, cortando la serenidad de la tarde. Era un grito, seguido de otros, que resonaban con urgencia y pánico. Lena frunció el ceño, volviendo la cabeza hacia el origen de aquellos gritos que, aunque lejanos, eran inconfundibles en su tono de miedo.
"¿Qué estará pasando?" murmuró para sí misma, un tanto desconcertada. Miró a su alrededor, como si buscara alguna señal o explicación entre los transeúntes que, al igual que ella, comenzaban a notar el alboroto.
Lena intentó recordar el camino que había seguido durante su paseo y pronto dedujo que los gritos venían de la dirección de la avenida de los Campos Elíseos. Ese lugar, uno de los más emblemáticos de París, era conocido por su bullicio y la actividad constante, pero los sonidos que escuchaba ahora eran diferentes. No se trataba del bullicio de una multitud feliz, sino de algo mucho más inquietante.
Con una mezcla de curiosidad y cautela, Lena comenzó a caminar hacia el origen de aquellos gritos. Sus pasos, al principio decididos, se volvieron más lentos a medida que la incertidumbre la invadía. No quería apresurarse a un lugar que podría ser peligroso, pero al mismo tiempo, su naturaleza la empujaba a descubrir qué era lo que alteraba tanto a la gente. No podía evitar preguntarse si esto era simplemente un accidente de tráfico o algo más inusual, algo fuera de lo común.
A medida que avanzaba, Lena no se dio cuenta de que algo extraño ocurría en su bolso. La caja de madera oscura, que había estado quieta y casi olvidada durante su paseo, comenzó a emitir un tenue resplandor. Al principio, fue apenas un destello de luz, un brillo que surgía tímidamente desde las líneas talladas en la superficie. Sin embargo, poco a poco, el resplandor fue ganando fuerza, llenando el interior de su bolso con una luminiscencia que pulsaba al ritmo de un latido.
El rojo, el azul, el blanco y el verde de las puntas de la caja brillaban cada vez con más intensidad, como si reaccionaran a la proximidad del alboroto. La luz, aunque todavía oculta a los ojos de Lena, se reflejaba en el tejido del bolso, creando sombras que se movían como si tuvieran vida propia. El símbolo en espiral en el centro de la caja parecía girar lentamente, como un ojo que despertaba de un largo sueño.
Lena no se percató de este fenómeno, demasiado concentrada en los ruidos que se hacían cada vez más fuertes conforme se acercaba a la avenida. A su alrededor, los pocos turistas y paseantes que quedaban comenzaban a acelerar el paso, alejándose del origen de los gritos en lugar de acercarse. Sin embargo, eso no detuvo a Lena, quien continuaba avanzando con una mezcla de nerviosismo y fascinación.
El aire se volvió tenso y el ambiente se llenó de murmullos, un telón de fondo para los gritos lejanos. Lena sintió un ligero escalofrío recorrer su espalda, una sensación de que algo extraño e inusual estaba ocurriendo. Sin embargo, ese escalofrío no la hizo retroceder. Al contrario, sentía un impulso inexplicable que la empujaba hacia adelante, como si el destino la estuviera arrastrando hacia algo que debía descubrir.
La luz de la caja se intensificó, volviéndose cada vez más brillante y oscilante, como si respondiera al ritmo acelerado del corazón de Lena. Pero ella, todavía ajena a la peculiaridad que se agitaba en su bolso, seguía caminando hacia los Campos Elíseos, sin saber que aquello que la había encontrado junto al Sena comenzaba a despertar con una voluntad propia.
Las sombras en las esquinas de la calle parecían volverse más profundas y el aire, más denso. Lena se dio cuenta de que, aunque el día era claro, una sensación de inquietud se filtraba a través del ambiente, como si el mundo a su alrededor estuviera esperando un cambio. Y en ese momento, mientras se aproximaba cada vez más a la avenida, no pudo evitar sentir que algo importante estaba a punto de ocurrir, algo que podría alterar el curso de su día... y tal vez, algo mucho más grande.
