Disclaimer: Naruto no me pertenece.


Secretos al descubierto

Parte 2


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Ver toda la aldea desde la cabeza del Cuarto Hokage era uno de los pasatiempos de Menma desde pequeño. Solía jugar todo el tiempo y mirar con anhelo el rostro esculpido de su padre, uno de los más grandes y respetados héroes de toda Konoha. Podía quedarse ahí por horas, alimentando las fantasías en su cabeza, imaginando cómo luciría su rostro tallado en piedra al lado del de su padre, ambos juntos en el Monte Hokage.

No obstante dicho sueño quedó en el olvido cuando dejó de tener seis años; esa añoranza de convertirse en alguien tan fuerte como su padre dejó de impulsarlo a seguir repitiendo, como Naruto, que al llegar el momento demostraría a toda Konoha su poder y ganaría el puesto ce Hokage por sus propios méritos, no por ser el hijo del actual líder.

Naruto siempre andaba repitiendo a todo aquel que se le cruzara en el camino que en los próximos años Konoha tendría un nuevo Hokage y la mayoría le creían. Todos afirmaban, con una sonrisa amistosa en el rostro, que lo cumpliría. Él aprendió a quedarse callado, a desistir sobre ese sueño para no verse como una copia de su hermano; detestaba cuando se le comparaba con el rubio.

Siempre creyó que con buenas calificaciones y un mejor comportamiento —quedando siempre empatado con Sasuke durante sus días en la Academia— nadie osaría a medir sus respectivos esfuerzos usándolo a él como un medidor estándar; más se equivocó, razón por la cual cambió de meta y decidió obtener un nuevo nivel dentro de la jerarquía shinobi hasta llegar a ser ANBU, no solo porque eso marcaba una enorme diferencia entre los sueños de Naruto y él, sino también porque era más lo suyo.

Estar en la oscuridad era más fácil para Menma que encontrarse con las manos atadas, siguiendo cada una de las órdenes de un Consejo egoísta con ancianos decrépitos y un Señor Feudal debilucho. No tendría la capacidad de siempre sonreír como su padre o tranquilizar a todos los civiles cuando las cosas se ponían feas; él no era así de simpático.

—Olvidaba que el aire es tan fresco aquí —oyó decir a su padre, ambos viendo hacia el frente, apoyados en el barandal, dejando que el aire removiera sus mechones—. Ha pasado bastante tiempo desde que vine hasta aquí —Minato soltó una risa pequeña—, creo que la última vez fue cuando Iruka-kun me mandó llamar para decirme que Naruto había pintado las caras de los Hokages.

—Mamá estuvo furiosa —Menma recordaba vívidamente aquel suceso; había sido divertido ver a Naruto quejarse por cómo Kushina lo disciplinaba.

—Sí. Aunque algo de color no fue del todo malo.

Menma bufó, mirando a su padre como si de verdad estuviera diciendo una tontería, haciendo al rubio mayor sonreír nervioso.

—Eres demasiado blando con Naruto —dijo sin reserva alguna, girándose y dando la espalda a todo Konoha, con la vista fija en el cielo nocturno.

Mismo cielo que le recordó al cabello lacio y sedoso de Hinata Hyuga. Tal pensamiento, tan cursi y extraño, hizo a Menma fruncir el ceño, a punto de soltar una maldición por comportarse de esa manera tan poco propia de él, fuera de su personalidad, pero con la compañía de su padre al costado aquello solamente le daría la razón a cualquier sospecha que el mayor tuviera sobre él y su pensamiento sobre la joven Hyuga.

—Un poco, tal vez —Minato no ocultó aquel lado que tenía sobre sus hijos—. ¿Puedes culparme? Ustedes son mis dos únicos hijos.

Menma suspiró silenciosamente. No gustaba hablar de sentimentalismos, menos con su padre.

Era raro, casi extraño.

Nunca tenían momentos así, salvo cuando su progenitor se ponía serio al momento en que Naruto y él peleaban dentro de casa, usando técnicas exclusivas para combates con el enemigo, no para lastimar a nadie de la familia. Y aunque el Cuarto daba bastante miedo —descubriendo así Menma de quién heredó esa fría furia que era capaz de congelar a cualquier enemigo—, cuando las cosas se arreglaban entre ellos —para luego su madre decirles que se disculparan el uno con el otro, cortándose las uñas mutuamente— la sonrisa del rubio mayor volvía, dándoles una ligera palmada en la espalda y llevándolos de vuelta a casa.

A eso estaba acostumbrado, no a platicar sobre sus intimidades a su padre.

Pensó que cuando éste les habló sobre la reproducción humana —especialmente cuando Jiraiya les dejó un amplio contenido gráfico del proceso— sería el momento más incómodo que mantendría con su padre; imaginó hablar de todo con él, sobre técnicas, aventuras de su juventud, consejos de guerra, el cómo venció a tantos enemigos tan fácilmente sin necesidad de mancharse las manos y cuáles fueron los momentos más vergonzosos de Obito cuando fue un genin bajo su cargo; ese tipo de cosas.

No hablar sobre chicas.

—¿No vas a preguntarme nada? —cansado de aquel juego, Menma atacó primero.

—¿Preguntarte? —Minato no dejó de ver a toda Konoha en su esplendor, pacífica, como si ningún ataque jamás hubiera ocurrido—. ¿Sobre qué cosa?

—Papá, con Naruto eso funciona, no conmigo —gruñó, no gustándole los juegos mentales a los que su padre le gustaba usar en ellos, siempre le hacían recordar a los de Obito o a los de Ibiki Morino cuando ayudó por una temporada al Escuadrón de Interrogación.

Minato dejó de observar a su querida aldea y enfocarse en lo que importaba en esos momentos. Menma.

Era tonto pero no podía evitar pensar en lo rápido que sus dos hijos crecieron, era como si ayer esos dos pequeños aun lo siguieran a todas partes, escabulléndose en la Torre Hokage para contarles todo lo que hicieron en la Academia. O cómo se quedaban dormidos, rodeados de pergaminos que sacaban para entretenerse, con Naruto siendo el primero en caer agotado de tanto leer mientras Menma se quejaba de que el rubio lo estaba mojando con su baba, solo para empezar a bostezar y terminar dormido también.

Ahora viendo el perfil de ese muchacho, de ese ninja que poco a poco estaba escalando, Minato se dio cuenta que su hijo casi era un hombre. Sonrió con la nostalgia latiendo dentro del pecho, queriendo regresar al pasado, pero pensando que era un egoísta al saber que los hijos necesitan, en algún momento, dejar el nido y continuar con su vida.

Quizá si las circunstancias hubieran sido completamente diferentes, sin que Jiraiya-san interviniera en lo absoluto, probablemente él también se encontraría igual de contento como Kushina de que Menma se encontrara interesado en una gran chica como lo era la heredera del clan Hyuga.

Si los sentimientos de su hijo menor fueran sinceros él apoyaría incondicionalmente.

Pero las cosas no eran así.

Su hijo estaba centrado en sus planes; conocer a una mujer con la cual sentar cabeza no formaba parte de las metas que deseaba cumplir. Y era respetado.

Había experimentado aquello con Kakashi cuando el Hatake prefirió continuar con su vida como soltero, sobre todo con el historial de tragedias que aun llevaba sobre la espalda como el único de su clan. Sin embargo agradecía que Obito, Rin, Gai, Kushina y él estuvieran para el Copy Ninja, evitando que se sumiera en más oscuridad.

Desconocía si la amistad de Menma con Suigetsu e incluso Karin fuera así de fuerte, ya que el azabache carecía de ese encanto que Naruto heredó de parte de Kushina al momento de hacer amigos y, de alguna manera, agradar a las personas a su alrededor con su honesta personalidad; Menma siempre le recordaba a él de pequeño, por supuesto, sin esa actitud afilada. Intentaba ser comprensivo, decirse que aunque sus hijos fueran diferentes, él los amaría sin igual, sin darle preferencia a ninguno ni compararlos al entender lo mucho que aquello fastidiaba a ambos Uzumaki.

Como cualquier padre Minato deseaba que Menma encontrara aquello que lo hiciera feliz, o en el menor de los casos, pleno, con una tranquilidad que lograra serenarle el alma, incluso en un mundo lleno de ninjas como ese.

Siendo el hijo de un Hokage y el envase humano de una de las bestias más poderosas de todos los tiempos, entendía que no era un camino fácil; tener que soportar el peso de las miradas de unos cuantos que seguían sin ver con buenos ojos que los jinchuriki caminaran con tanta libertad, que no fueran vistos como las armas que eran y tratados como tal.

Era natural para él desear que una mujer acompañara a sus hijos en las buenas y en las malas; estar ahí fielmente cuando era necesario sentir el calor humano de alguien en las noches heladas donde los ecos de los fantasmas del pasado y de la guerra se cargaban en la espalda, con el aroma a sangre impregnado en las manos y la sensación de encontrarse nuevamente en esa caótica era.

—No te preguntaré nada, hijo, especialmente a algo de lo cual no tienes respuesta. Aún.

—Hinata no me gusta —repitió, aunque no supo si era para su padre o para él mismo, un intento de sabotaje del cual creerse—. Ni siquiera me interesa —masculló—. Es demasiado… No es mi tipo —terminó diciendo rápidamente.

—Entiendo —respondió Minato, comprensivo—. Si no te gusta, entonces le diré a tu madre que no insista con el tema.

—Suerte con eso —le resultaba complicado que su madre dejara el tema en paz. Esa mujer era demasiado terca—. Ya sabes cómo es.

—Sí, pero cuando comprenda mejor tu parecer, dejará de hacerlo. No creo que quiera hacer sentir incómoda a Hinata-san con algo que no es cierto. A pesar del poco tiempo que se conocieron, tu madre tuvo una gran impresión de ella. Es una gran chica, trata de no culpar a tu madre por su entusiasmo: cualquiera le gustaría tener a una señorita como ella como nuera.

—Aun así me quedaré con Suigetsu hasta que esa etapa en ella pase. No la soporto cuando se pone así.

—De acuerdo, pasaré tu mensaje. Pero no te tomes tantas libertades con Suigetsu-kun.

—Ese tipo me debe demasiados favores.

—Aun así…

—Sí, sí, entiendo.

Minato asintió, feliz de ver que su hijo menor comprendió y que ahora todo estaba bien. O al menos, un poco mejor que antes a cuando él salió de casa.

—Me alegra que hayamos aclarado las cosas, Menma.

—No había nada qué aclarar en primer lugar, papá.

—Por supuesto, pero no es malo en ocasiones mantener una conversación con tu padre, sobre todo cuando estás enfrentándote a problemas.

—¿Problemas? —vio a su padre, confundido—. No tengo ningún problema, papá.

Juguetonamente, tomando por sorpresa al menor, Minato despeinó los cabellos azabaches de éste.

Menma frunció ligeramente el ceño, sintiendo que tal gesto era infantil y que él ya no tenía ocho años para que su padre anduviera jugando así con él, no era propio que el Cuarto se comportara así pero no hizo nada por detenerle, salvo mirarle sin entender a qué se debió aquel movimiento de parte suya.

—Trata de resolver tus dudas con tiempo y sabiduría, Menma; darte a ti mismo la respuesta que necesitas sin que te sientas presionado u orillado a aceptar por las razones incorrectas. Lo que sientas a la primera, la segunda e incluso la décima vez, bueno, esa podría ser la respuesta que buscas.

—Papá, estás hablando como lo hace Gai Maito…

Minato soltó una risa nerviosa, rascando su nuca por el comentario audaz de su hijo menor.

—Perdón por eso —carraspeó, avergonzado—. Solo intento decir que —luego la mirada azul se suavizó— no dejes que el orgullo te ciegue, hijo —él puso una sonrisa traviesa—. En ocasiones te pareces demasiado a tu madre en lo orgulloso.

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Fugaku siempre era formal cuando se trataba de ciertas cosas.

Los asuntos del clan eran esas ciertas cosas que en ocasiones le hacían tener una expresión fría, cordial, como la de cualquier líder del clan.

Mikoto sabía la historia de su familia; el pasado de sangre y odio detrás del símbolo que adornaba todos los hogares dentro del distrito en donde la mayoría de los Uchiha vivían; entendía que ciertas decisiones debían ser tomadas. Como matriarca del clan su deber era siempre apoyar a su marido, estar con él en las buenas y en las malas; no guardarse secretos.

Constantemente debía recordarle a Fugaku que no era una mujer débil, sino su compañera, tanto de vida como la del equipo ninja que mantuvieron en sus días jóvenes, cuando la apariencia de ese joven gallardo de mirada oscura, incluso altiva, se paseó entre los candidatos para convertirse en los shinobi de apoyo de la Policía Militar de Konoha que, en aquellos tiempos, estaba bajo el mando del padre de Fugaku; haciéndola sentir interesada por ese muchacho que había visto tantas veces rodeado de jovencitas del clan así como de la aldea, siempre queriendo acercarse y quebrar la máscara de fría cordialidad por parte del azabache quien frecuentemente rechazaba cada invitación, más ocupado en su entrenamiento y en cumplir los objetivos que su padre y todos los ancianos internos tenían preparados para él en el futuro.

Mikoto fue una kunoichi especializada en gengutsu, razón por la cual fue reclutada para formar parte de un grupo especial entrenado, en aquel entonces, por Danzo Shimura.

Sí, el miembro del Consejo de Konoha más aferrado en querer extinguir al clan Uchiha por su desconfianza.

Su acceso causó gran revuelo, especialmente por aquellos quienes continuaban viendo a los poseedores del Sharingan como posibles traidores, pero la condición por parte de Danzo, usarla como una especie de espía a cambio de obtener más conocimiento y un estatus dentro de la jerarquía ninja, fueron razones para hacer a Mikoto aceptar, no sin antes darle a conocer al anciano igualmente sus condiciones si quería que ella le prestara su Sharingan y oídos.

Siendo la actual matriarca esos días quedaban en el pasado, así como esa fría cortesía a la que Fugaku y ella siempre estuvieron enfrentando cada vez que se topaban o se quedaban a solas, con el resto de los integrantes de la Policía Militar yendo por otras cosas u ocupados con asuntos más relevantes que quedarse resguardando al capitán de su escuadrón.

En ocasiones Sasuke no podía creer que ella formó parte de un grupo de kunoichis especializadas en interrogar a enemigos y tenía que contarle ciertos trucos que usaban, para luego reírse, decir que todo eso ya no importaba y que debía preparar la cena, manteniendo una sonrisa por la mirada atónita de su hijo menor respecto a la información que escuchó.

Ella sirvió las tazas con té humeante. La caja del kimono se encontraba en medio de ambos, creando un muro.

Mikoto no paraba de preguntarse qué secreto ocultaba una vestimenta para haber causado que Fugaku se comportara de aquel modo. Pensó, divertida, que podría tratarse de una relación pasada de su marido, un secretillo que él prefería mantener oculto, pero al ver la expresión del hombre, esas facciones endurecerse cuando enfocaba sus oscuros ojos en el objeto, Mikoto desechó esa idea.

—No deseo apresurarte, querido, pero si quieres esconder esta caja sin que los chicos se enteren, creo que deberías comenzar a hablar ya. O solo asumiré que tu excusa es demasiado infantil —dijo al sorber de su bebida caliente, mirando con dulzura a su esposo, esperando que con su comentario hubiera podido relajar la repentina tensión en la sala.

Fugaku suspiró a modo de respuesta, preparando su garganta con el líquido del té viajar por ésta, tratando de rescatar la importancia de las palabras que su padre, en su momento, le compartió con respecto a la historia de aquella vestimenta.

—Ese kimono le perteneció a la mujer que, en algún momento, Madara Uchiha iba a tomar por esposa.

Los ojos de Mikoto se abrieron con la sorpresa reflejada en sus irises por tamaña confesión.

—¿Madara Uchiha? —era tonto preguntar sabiendo que dentro de la Historia Shinobi no existía otro que llevara aquel nombre grabado en las memorias de incluso las generaciones más jóvenes.

Fugaku asintió, esperando que su esposa se recuperara de la sorpresa.

De cierta manera le entendía. No era de conocimiento general que Madara, en algún momento de su vida, estuviera interesado en sentar cabeza. La historia lo daba a conocer como un hombre enfocado en el poder, su clan y la Aldea de la Hoja, antes de que éste decidiera abandonar Konoha y, años después, enfrentarse contra el Primer Hokage en una batalla donde liberó el poder del Kyuubi por primera vez, demostrando a todos en aquel entonces el siniestro poder que el Uchiha poseía.

—Eso es —Mikoto retomó la palabra— muy revelador. No existe documentación al respecto. En el árbol genealógico no hay…

—No hay datos porque Madara ordenó que se borrara todo rastro de ella, que su nombre jamás fuera pronunciado dentro del clan Uchiha.

—Eso no tiene sentido —musitó Mikoto, ahora confundida—. Si planeaba casarse con esa mujer, ¿por qué…?

—No pertenecía al clan —habló Fugaku, esperando que con ello su esposa entendiera—. No era una Uchiha.

—Oh.

Entendió. Las relaciones externas habían sido prohibidas desde los inicios de todo clan.

Mikoto podía decir que, a comparación del clan Hyuga, no existía ramas que separaran a su clan o tradiciones en las cuales alguien debía ser sellado; hasta cierto punto sentía lástima por los poseedores del Byakugan por seguir reglas tan ortodoxas, pero dentro de la cuna del Sharingan existían ciertas semejanzas, como el hecho de no casarse con externos.

La pobre Izumi había sido la prueba de ello cuando su madre se casó con un civil, ganándose en automático el desprecio de los demás Uchiha por no considerarla alguien completamente pura, con un Sharingan defectuoso que no funcionaría al cien.

Eso siempre había sido así. Y aunque el Distrito Uchiha estuviera lleno de jóvenes, separados en diversas familias, nadie negaría que todos venían de los mismos antepasados, convirtiéndose así en primos lejanos. Al menos tenían aquel consuelo que el compañero en el lecho matrimonial no sería un hermano o hermana cercana a la que tendrían que ver como esposo o esposa y tener descendencia.

Le sorprendía que, en aquellos tiempos cuando los linajes de sangre importaban demasiado, sobre todo en la era de Guerra de Clanes en la que Madara Uchiha vivió, éste hubiera estado dispuesto a unir su vida con una mujer que perteneciera a otro clan o no fuera una Uchiha.

—¿A qué clan pertenecía ella? —cuestionó.

Fugaku puso una mueca de total disgusto, como si recordar aquello fuera una total deshonra.

—No es importante que lo sepas.

—Si no me lo cuentas, no entenderé por completo tus razones, Fugaku —corrigió ella.

—Mujer.

—Comprendo que pueda ser una mancha dentro de la historia de nuestro clan de la cual no te sientas orgulloso de compartir, pero como matriarca y esposa, es mi deber intentar entender a mi marido y la razón por la cual toma sus decisiones. Soy una Uchiha también, Fugaku. Así que cuéntame, querido.

El encanto de Mikoto no había disminuido, no importaba cuán indefensa luciera con ese delantal y las prendas cómodas que usaba desde que decidió darse de baja definitivamente del mundo ninja cuando se enteró que estaba embarazada de Itachi; ella seguía siendo alguien capaz de sacarle la información a cualquiera sin usar su Sharingan. En su tiempo representó una mujer peligrosa por la cercanía que mantenía con Danzo, siempre poniéndolo arisco cuando ella estaba cerca, sonriéndole, actuando como si fueran grandes amigos cuando apenas habían compartido palabra dentro del distrito, siendo ella constantemente presentada por sus tías como una hermosa jovencita e incluso ganándose el respeto de su padre. Él, por su lado, solamente le veía a una mocosa de sonrisa felina.

Ahora era su esposa, la mujer con la que se casó y juró proteger, la cual era la madre de sus dos herederos y compañera de vida hasta que la muerte los alcanzara.

Debía respetarla, no era una mujer dedicada exclusivamente a las tareas del hogar, sino el hombro en el cual se apoyaba cuando los asuntos y la desconfianza del Consejo eran demasiado pesados.

Era la matriarca del clan.

—Mi padre no me contó todos los detalles, salvo lo más importante —comenzó, Mikoto asintió, agradecida por la confianza, poniendo especial atención en las palabras del patriarca—. Durante la Guerra de Clanes, los Senju y los Uchiha lideraban la tierra del País del Fuego, siendo contratados por Señores Feudales para eliminar enemigos que pudieran poner en peligro sus intereses. Existían otros clanes pero no eran relevantes, todos buscaban aliarse con los Uchiha o los Senju para buscar protección. A cambio los líderes negociaban alianzas y tratados, ganando beneficios que ayudaran a sus ejércitos a continuar con la guerra que mantenían desde siempre…

»No obstante, había un clan que entorpecía el avance militar de los Uchiha, refugiado en el norte del país. Madara Uchiha mandó un escuadrón con sus mejores hombres para hacerse de los territorios de aquella parte, era importante tener la mayor cantidad de tierras para así arrinconar a los Senju y tener ventaja sobre ellos. Esperaba, como siempre, tener victoria gracias a su conocimiento de la guerra, confiando plenamente en sus guerreros. Pero todo resultó en un movimiento fatal que le costó la vida de todos esos Uchiha.

»Solo uno pudo regresar, completamente herido, lleno de sangre y con los órganos dañados, según dijeron los médicos del clan. Madara estaba confundido, no había escuchado de ningún clan capaz de enfrentar a un Uchiha antes, a menos que se tratara de una trampa de los Senju. Pidió tener una audiencia con el último sobreviviente del escuadrón, llevando a su hermano, Izuna Uchiha, con él; ambos escucharon atentos la historia de ninjas de ojos blancos, como fantasmas, con las manos llenas de chakra azul que al golpearles les quebraban los huesos y herían sus órganos.

»El hombre señaló que no importaba cuánto usaran el Sharingan, no les afectaba. Madara quedó sorprendido con esa revelación y de inmediato envió a su hermano a investigar ese nuevo clan del cual nunca había escuchado, la gente a la que su hombre, antes de perecer por las heridas, llamó Gente de Ojos Pálidos. Izuna viajó con varios de sus hombres hacia la zona, según cuenta la leyenda, cuidando de que nadie lo descubriera, vigilando de lejos las tradiciones de aquella gente que era inmune al Sharingan. Comprobó que lo que el hombre dijo era cierto. Eran personas con ojos pálidos, prendas que daban un aspecto feudal, rostros inexpresivos y comportamiento vanidoso. El joven de los hermanos no consideró, a primera vista, que fueran aquellos quienes vencieron al escuadrón de su hermano golpeando su cuerpo con apenas la yema de los dedos, pero bastó que uno de ellos, un joven de cabellera larga y castaña, atado en una alta coleta, viera en su dirección, con venas resaltando alrededor de los ojos y gritara que estaban siendo invadidos para comprobar que, en efecto, existía un doujutsu, una línea de sangre, capaz de invalidar la funcionalidad del Sharingan.

»Izuna, conocido por su rebelde gallardía, intentó darles combate, pero recordó las palabras de su hermano mayor. Si moría, no podría asegurarle la existencia de ese nuevo doujutsu, por lo que tuvo que retirarse, gruñendo que volvería para acabarlos a todos. Al llegar al Territorio Uchiha, dio a conocer todos los detalles sobre este clan al que más tarde conocerían como Hyuga, cuyo doujutsu representaba un enorme problema para los planes de Madara, sobre todo si estos se aliaban con los Senju.

Mikoto abrió los labios con sorpresa al escuchar el relato.

Toda la historia de la fundación de Konoha recaía siempre en dos clanes: Uchiha y Senju. La incorporación de los demás, aunque representaba importancia, no fue de gran impacto. Nunca había tenido curiosidad por conocer la historia de los Hyuga, el cómo existieron y cuál fue la razón por la cual, siendo poseedores del Byakugan, decidieron quedarse en Konoha.

Hace años un shinobi de Kumogakure intentó llevarse a la joven heredera de Hiashi Hyuga quien apenas cumplía tres años para extraerle sus ojos y tener en su poder el Byakugan. Recordaba la tensión del momento, el cómo el miedo de que el Raikage lograra su objetivo podría impactar en la aldea.

Ambos países siempre se habían envuelto en peleas sangrientas, por esa razón Minato buscó la manera de crear una alianza para evitar hacer correr sangre inocente, dejando entrar el representante de la Aldea de las Nubes a Konoha, confiado de que las intenciones de éste eran pacíficas.

Cuando se dio el toque, con Minato llamando a Fugaku para pedirle ayuda de rastrear a posibles ninjas resguardados en los alrededores, con Obito, Shisui e Itachi participando en la búsqueda, Mikoto se mantuvo despierta hasta que vio el amanecer, acariciando protectoramente la espalda de Sasuke, pensando en lo que Hitomi Hyuga debería estar pasando de ver que su hija había sido raptada por el egoísmo de una nación obsesionada con el poder.

Pero también surgió miedo de que el Raikage tuviera éxito.

Si el Byakugan, un arma potente, era usado contra Konoha, la aldea estaría en peligro. Ya que la joven heredera formaba parte de la rama más pura de los Hyuga no representaba problema alguno extraerle los ojos.

Aquel pensamiento siempre enfermó a Mikoto, viendo a Sasuke e Itachi, pensando en lo horrible que sería que alguien quisiera hacerles daño a sus hijos, a niños inocentes, por su doujutsu.

Estaba, hasta cierto punto, aliviada de que Konoha resguardara al Byakugan. Podía no tener una relación amigable con los Hyuga pero no les veía como enemigos.

Recordaba a la anterior matriarca del clan Hyuga, Hitomi; una joven de una gentileza inusual y rasgos preciosos.

Muchos afirmaron que era de las jóvenes más hermosas de Konoha, que incluso a ella se debía la obsesión del Raikage por el Byakugan cuando no pudo tenerla; eran rumores que nadie podía comprobar pero de los cuales nadie dudaría tampoco si se declaraban como verdaderos.

Cada vez que miraba a Hinata Hyuga, le era imposible no ver en sus facciones el rostro amable de Hitomi cuando la saludaba por la calle, poniéndola ligeramente incómoda al sentirse totalmente fuera de lugar cuando estaba vestida con su uniforme jounin, llena de tierra y sangre seca debajo de las uñas, mientras la Hyuga vestía los más hermosos kimonos que cualquier joven de esa edad desearía poseer, con un porte elegante que la hacían lucir como una princesa salida de un cuento de hadas.

Decidió no desviarse en sus pensamientos, volviendo a ponerle atención a su marido y al relato.

»Madara buscó la manera de contactar con el líder de los Hyuga, asegurarles protección y un terreno en sus tierras donde vivir, siempre y cuando contaran con su completo apoyo en la guerra. Por obvias razones, el líder declinó la oferta, asegurando que sus planes de alianza eran con los Senju. Por supuesto esto Madara no se lo tomó bien. Intentó presionarlos, cazándolos, reduciendo los números de sus miembros pero aquel movimiento no fue muy sabio. Los Hyuga eran fuertes, contaban con técnicas que para ellos eran desconocidos, un doujutsu que debilitaba el poder del Sharingan, que les hacía ver más allá que el Sharingan no era capaz de ver. Se convirtieron en un obstáculo.

»Luego llegó el rumor de que Hashirama Senju había pactado un trato con el clan Uzumaki, otro potente clan que vivía en el País del Remolino. Madara debía actuar rápido. Los Uzumaki eran conocidos por sus grandes cantidades de chakra. Necesitaba encontrar una manera de sacarle ventaja a los Senju. Fue que movió sus tropas, invadió más territorios, subyugó a clanes menores y los obligó a pelear a su lado.

»Pero una noche Izuna se presentó en su tienda, sonriente, diciéndole que tenía un regalo para él. Una Hyuga, dijo, para llamar la atención del líder quien ni siquiera levantó la mirada de sus mapas. El nombrar de aquel apellido hizo olvidar a Madara de todo plan y exigirle a su hermano menor mostrarle la nueva adquisición. Tener al Byakugan en sus manos, mucho antes que los Senju, era una gran ventaja. Fue así como Madara Uchiha y Aoiame Hyuga se conocieron.

Fugaku suspiró, no sabiendo si proseguir o mencionar el nombre prohibido que solo su padre pronunció esa única vez en que se encerró con él cuando descubrió aquella caja con el kimono, cuando le obligó a tirar el estúpido broche que él, idiotamente, decidió comprar en el País de la Luna durante una misión para regalárselo a una joven de precioso cabello negro azulado y los ojos perla más inocentes y hermosos que jamás había visto.

El recuerdo de los golpes que su padre le dio, con el Sharingan activado, ardieron en su piel, así como el suspiro fatigado, trayéndolo de los hombros y susurrándole, casi con miedo de que alguien más escuchara, la historia de otra de las maldiciones del clan Uchiha.

»Aoiame Hyuga era la hija mayor del líder Hyuga de ese entonces. Poseía un Byakugan puro, aunque era incapaz de mantenerlo activo por demasiado tiempo. Era conocida por ser una hermosa joven de un único color de cabello y un atisbo lavanda en sus ojos, diferenciándola de los demás de su clan. Así como el compromiso entre Hashirama y Mito Uzumaki, también corría el rumor de que el patriarca de los Hyuga diera a su hija al hermano menor de Hashirama: Tobirama Senju. Sin embargo, Izuna secuestró a la joven, trayéndola al Territorio Uchiha como regalo a su hermano para entretenerlo o hiciera con ella lo que deseara. O usarla como un medio para chantajear a los Hyuga y obligarlos a hacer una alianza con ellos.

»La Hyuga era una mujer hermosa, según decía el diario de Madara que fue destruido cuando él murió. Menor que él pero un par mayor que Izuna. Edad adecuada para buscarse marido, con una mirada tierna y piel tersa, delicada. Aunque su brillar fuera cobarde, su convicción de quitarse su vida antes de ser sometida por el líder de los Uchiha era mayor. Madara encontró cierto encanto en ella. Sus planes iniciales eran usarla a su provecho, arrinconar al patriarca de su clan y obtener lo que deseaba. O estudiar el Byakugan y encontrar su debilidad. Pero la joven no podía mantener el Byakugan activado por mucho, lo cual inutilizó la intención de Madara. Enojado por esto, Izuna opinó que debían matarla o al menos usarla para aplacar la pasión de sus hombres y secuestrar a otro Hyuga que tuviera un doujutsu más fuerte, pero Madara se negó. No dejó que nadie, salvo él, la tocara. Vivía todo el tiempo en sus aposentos, todos pensaban que él la hizo suya. Muchos temieron que la mujer, con sus desaires, provocara la ira de su líder, pero se sorprendían de ver la sonrisa de Madara cada vez que la mujer se mostraba reacia a compartir el mismo espacio que él.

»Los años pasaron. Pese a los intentos de los Hyuga por rescatar a su princesa, Madara no los dejó acercarse, eliminándolo. La muerte de un hombre en particular hizo a Aoiame prometerle que nunca escaparía y se quedaría a su lado, con la condición de que dejara en paz a su clan. Las lágrimas de Aoiame Hyuga conmovieron el alma del monstruo y lo hicieron mostrar, otra vez, esa gentileza que él había desechado con los años. La relación de ambos cambió a partir de ahí. Se fue haciendo cada vez más fuerte. Eran más unidos. Izuna no estaba contento porque se negaba a aceptar a alguien de fuera como su futura cuñada, pese a que Madara jamás había mencionado nada sobre tomarla como esposa. Pero nadie dentro del clan dudado de que las intenciones del líder fueran esas por la manera en que la trataba. Comprándole los mejores kimonos, acariciando su rostro con una delicadeza extrema y nada propia de él, paseando por los bosques serenos en la noche, tomados de la mano. Nadie podía negarlo, su líder se enamoró de una Hyuga.

»Pero la guerra no había sido ganada por nadie y la tragedia llegó al clan Uchiha. Izuna fue herido en batalla y Madara fue obligado a usar sus ojos al punto de quedarse ciego. Llegó hasta su hogar donde fue atendido. Más tarde se le informaría que las bajas en su ejército fueron demasiadas, que debían seguir con cuidado los próximos planes. Los Senju ahora tenían ventaja. Dos noches después, Izuna murió y Madara tomó los ojos de su hermano, convirtiéndose así en el poseedor más fuerte del Mangekyo Sharingan. Nuevamente se enfrentó a los Senju, pese a las advertencias de sus consejeros. El hermano mayor era fuerte, pero los Senju ya contaban con el apoyo del clan Hyuga y los Uzumaki, la ventaja era demasiada. Madara hizo el Pacto de Paz con su antiguo amigo: Hashirama Senju, fundando de esta manera a Konoha, la Aldea Escondida entre las Hojas.

»La planeación de cómo dividir la tierra igualitariamente entre todos los clanes comenzó, así como la aprobación por parte del Señor Feudal del País del Fuego. La alianza entre ambos clanes atrajo a más habitantes. Madara Uchiha quedo impune de todo delito, presentándose frente a la primera reunión con los cabecillas de los clanes como candidato a líder, y dando a conocer a su futura esposa: Aoiame.

»Tal presentación no la tomaron bien los demás clanes, especialmente aquellos que fueron abatidos por el clan Uchiha. Pero especialmente el líder de los Hyuga quien vio a su hija como una traidora, una ramera que se acostaba con el enemigo de su clan. Pidió de inmediato que se le diera muerte, negándose a que ella se uniera con Madara y dar paso a una descendencia tan fuerte que podría hacer resurgir los planes de conquista de toda la Nación Ninja por parte de Madara. Como has de imaginar, Madara declaró que Aoiame Hyuga dejaría de ser conocida como tal y se convertiría en una Uchiha cuando se casara con él. Por supuesto que los Hyuga no se lo tomaron bien, quitando cualquier información de la joven de su árbol genealógico; todo rastro de ella fue destruido.

»Madara mandó a hacer el kimono en las tierras de la que se conoció como la Aldea Oculta de la Libélula, lugar donde solo existía la Mariposa de Alas Tornasoles, cuya oruga creaba la más pura seda. Ni siquiera el clan Aburame era capaz de criar a estos insectos. Se ordenó al confeccionista que se usara la plata más preciosa para crear las siluetas de los bordados, contando la historia de cómo Madara y Aoiame se conocieron en la tela del kimono, con el logo del clan Uchiha descansando en la parte trasera, demostrándole a cualquiera que osara a levantar la voz que Aoiame era una Uchiha. El kimono tardó en terminarse en casi un año. Se estimaba que en invierno quedaría listo y esa sería la época en la que la ceremonia se concretaría.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Mikoto con el brillo de interés expandiéndose por sus ojos negros, maravillada con la historia, pensando que era lo más romántico que había escuchado.

Era raro que los Uchiha se comportaran de esa manera, siempre eran orgullosos y poco expresivos. Pero nunca imaginó que Madara Uchiha, quien aseguraba no tenía tiempo para andarse preocupando por mujeres más allá de lo necesario, resultaría ser tan romántico.

»El kimono nunca fue usado. Aoiame fue herida de gravedad en un complot anónimo. Fue llevada de inmediato a la Casa Principal de Madara, atendida por todos los médicos a su disposición, pero nadie pudo salvarla. Murió. Su muerte fue informada a Madara de manera inmediata. Después de pasar tres días en completo encierro, sin comer o beber, Madara salió y se llevó el kimono consigo, escondiéndolo, regresando después de un día fuera, exigiendo a todos que nadie hablara sobre Aoiame en su presencia ni que su nombre fuera pronunciado. Cualquiera que osara hacerlo se enfrentaría a la muerte dada por su propia mano. Después de aquello, Hashirama fue elegido como el Primer Hokage y el enfoque de Madara cambió. Todo lo demás, como ya has de conocer, sucedió tal cual.

Mikoto observó la caja con el kimono, sintiendo una tristeza infinita. Sin duda el clan Uchiha estaba manchado por la tragedia.

—Es una historia muy triste —susurró al ver a su marido quien parecía no compartir el mismo sentimiento—. Nunca imaginé que algo como eso hubiera sucedido en nuestra familia.

—Es mejor que se quede en el olvido —declaró Fugaku—, igual que ese kimono. Nadie debe saber que un Uchiha estuvo a punto de casarse con una Hyuga. Eso nunca debe suceder.

—Querido, no nos encontramos en tiempos de guerra —opinó Mikoto, hallando el pensamiento de su esposo como extremo. Sabía la enemistad que había entre Fugaku y Hiashi, y la historia que su marido compartió con ella solo alimentaba aquel odio mutuo—. Todos vivimos en una misma aldea, compartimos los mismos intereses.

—No —negó Fugaku, seguro de su sentir hacia los Hyuga—, los Hyuga tienen otra prioridad que supera su lealtad a Konoha, Mikoto. Siempre ha sido así y así será. De todos los clanes, ellos son quienes tienen una relación amena con el Señor Feudal, cuentan con su favor. Eso les da más ventaja, y por lo tanto, un poder que puede tornarse en un cuchillo de doble filo.

—No considero educado hablar sobre la lealtad de otros, Fugaku, especialmente cuando estuviste a punto de cometer un golpe de estado contra la aldea…

—Mujer —el hombre suspiró, viendo la mirada ónix de su esposa arder en silencio. Odiaba cuando traía de vuelva ese asunto—, no tienes que recordármelo.

—Por supuesto que tengo que hacerlo, Fugaku Uchiha. Tiendes a juzgar las acciones de otros como si fueras alguien ejemplar cuando estuviste a punto de sacrificar a tus hijos con tal de cumplir tus intereses. Debes estar agradecido de que Itachi siga respetándote como padre.

—Mujer…

—Y considerarte afortunado que, a pesar de tus errores, siga a tu lado —terminó por decir con un fruncimiento de cejas, aunque ese brillo amoroso reemplazó el enojo—. Bendice tus facciones, Fugaku, porque de haber sido lo contrario, pude haberte dejado hace mucho. Quién sabe, puede que me hubiera casado con Shikaku Nara…

—Mujer —ahora la voz del líder se escuchó un poco más dura, haciendo a Mikoto reír suavemente.

Pero las risas se detuvieron y la mirada de la mujer descansó en la caja, con el kimono guardado.

—Todo esto es algo que no debe saberse.

—Exacto —reafirmó Fugaku.

—Comprendo —Mikoto regresó a mirar a su esposo, con una sonrisa tranquila—. No te preocupes, querido, me encargaré de que los chicos no pregunten sobre el kimono, fingiré que al momento de sacarlo se deshizo. Conociendo a ese par, no le darán importancia —Mikoto tomó las manos de su marido, sacándola del refugio de su enredo firme—. Gracias por contarme todo esto, Fugaku. Guardaré el secreto hasta que consideres es el momento adecuado de decírselo a Itachi y a Sasuke.

—No hay necesidad, siempre y cuando no cometan ninguna tontería —bufó, apretando el agarre de su mujer.

«Como yo lo hice».

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País de los Campos de Arroz


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Tres días después…

Shisui no sabía decir si la idiotez era un grandioso regalo del cual era bueno sacarle provecho a veces.

Quizá por eso Obito actuaba así porque sabía los secretos de comportarse como un idiota frente a todos.

No quiso actuar como alguien que necesitaba cuidado; su orgullo como hombre le impedía mostrarse débil frente a alguien. Ya era de por sí complicado mostrar sus momentos de vulnerabilidad con Tachi como para hacerlo con alguien a quien ni siquiera conocía, al menos no al nivel que su primo.

Pero ser mimado, de vez en cuando, no era tan malo.

—¿Cómo se siente, Shisui-san?

El rostro de Hinata, completamente preocupado, con las mejillas sonrojadas y el cabello recogido en un chongo alto atravesaron su campo de visión. Pese a que sus ojos se sentían cansados y no lograra enfocar del todo, pudo apreciar las facciones de la joven. Sonrió en un gesto de estar escuchándola.

Aun podía sentir el entumecimiento en sus extremidades, pero a comparación de ayer, estaba mejor.

—Me siento un poco mejor —contestó con voz cansada. Tosió—. Lamento ponerte en esta situación, Hinata-san. Definitivamente soy una carga para ti.

—N-No se preocupe —Hinata negó con suavidad—, su bienestar es primero, Shisui-san.

Toda misión era más importante que la vida o la salud de otros, ese era de los principales reglamentos del Código Shinobi. Cuando trabajó con Kakashi Hatake, aprendió eso.

Y vaya que el hombre era serio con eso. Le sorprendía ese cambió que hacía, siempre luciendo como un sensei despreocupado.

Cuando Sasuke le dijo que fue puesto en el mismo equipo que él estuvo tentado a advertirle que el Hatake era alguien peligroso y uno de los ninja más habilidosos, pero dejó que Sasuke creyera que el Hatake solo era un holgazán que gustaba leer libros pervertidos —que eran obras de arte—; quizá con eso su primito aprendiera una buena lección.

Pero se recordó, viendo a la joven remojar la comprensa en el cuenco y ponérsela nuevamente, que el ladrón que habían venido a capturar ya estaba sellado en un pergamino que descansaba en su mochila de viaje, inconsciente y dentro de un gengutsu.

Prácticamente la misión estaba cumplida.

Tendría problemas cuando tuviera que mostrar su reporte al Cuarto, aguantando la mirada del rubio puesta en él, preguntándole por qué un shinobi tan capacitado como él, talentoso como Itachi y quien formaba parte del escuadrón de guardaespaldas preferido por el Señor Feudal había tardado demasiado en atrapar a un criminal de bajo rango.

Pero no importaba ahora, al menos tenía una excusa.

No era nada agradable haber vomitado varias veces, temblar, padecer sudoración fría y escalofríos pero contaba con una manera de explicar la tardanza.

Beber agua de aquel río no fue la fuente de su actual padecimiento, sino tener contacto con la sanguijuela.

Los síntomas tardaron en mostrarse, primero sintiendo una ola bochornosa, más que el clima en el lugar, ahogándolo con sus prendas, al punto de haberse quitado la playera, provocando que la joven que le acompañaba lanzara un grito, teniendo que disculparse repetidamente por su atrevimiento.

Sí, había sido vergonzoso, casi humillante caer de esa manera.

Si Sasuke y Obito se llegaban a enterar, podría esperar miles de risas hasta el final de sus días. Ese par de bastardos no lo dejarían en paz.

—Iré a traer más agua, prometo no tardar —le hizo saber al ponerse de pie.

—Sé cuidadosa, Hinata-san.

—Uhm, así lo haré, Shisui-san —comentó y él juro que su sonrisa era adorable—. Por favor, descanse y no se preocupe.

A veces era demasiado fácil asumir que Hinata era alguien quien necesitaba constante protección. Sus ademanes gentiles y elegantes daban la impresión de que no estaba hecha para ser shinobi pero bastaba ver cómo se las arregló para ocuparse de él.

No solo había cazado por su cuenta, cuidado de él, mantenerlos a salvo de cualquier ataque sorpresa dentro de aquella cueva que algún animal usó por un tiempo y estar despierta, vigilando; también estuvo a punto de alimentarlo, como solo una esposa lo hace.

Shisui tuvo que reunir toda su fuerza para hacerlo por sí mismo, desechando esa fantasía de ver a Hinata con un kimono a su medida, el logo del clan Uchiha en la espalda y su sonrisa, animándole a darle un mordisco a lo que le preparó.

—Esta fiebre me está haciendo mal —susurró para sí, ocultando la cara tras sus manos, peleando consigo mismo sobre si sentirse feliz o frustrado.

Si Tachi estuviera ahí seguramente le miraría con una expresión sombría por comportarse así.

Shisui se irguió, intentando ver si al menos podía caminar. Por más que disfrutara estar en esa posición, dormir de más, debía empezar a actuar como siempre; dejar que Hinata se encargara de todas las cosas no era muy caballeroso de su parte. Algo dentro de sí no lo dejaba en paz, aunque no sabía si era por lo de su estado o el estarle mintiendo descaradamente a Hinata sobre el estado de la misión que él mismo se encargó de terminar desde la primera noche que llegaron al país.

Soltó un suspiró, no queriendo indagar sobre eso.

En cuanto se sintiera mejor retomaría el liderazgo, pondría al hombre en algún punto estratégico y haría de cuenta que terminaron. Hinata no debía enterarse de nada. No había tenido demasiadas reacciones de su parte, salvo lo que ya venía viendo.

Chica tímida, gentil, adorable cuando se sonrojada, cuidadosa con los demás, entregada, fiel a sí misma, comprometida, valiente… Tenía muchas cualidades. Pero sentía que esa no era la forma de conocerla profundamente.

—Hay que hacer las cosas a la antigüita —se dijo con un resoplido, pensando que no era justo para Hinata, y sintiendo que estaba haciendo trampa, algo que no gustaba del todo. Ni siquiera en las cartas lo hacía, menos en un campo en el cual se consideraba a sí mismo un experto.

Obito ya no le había molestado con más mensajes, algo le indicaba que cuando regresa a casa seguramente le esperaba una paliza de parte de ese. Bien, la aceptaría, aunque no hizo nada malo; al menos no directamente a Hinata. Solo pensó en hacer durar más esa misión, ¡pero ya se arrepentía! E iba cambiar los planes.

Aprovecharía que Hinata estaba fuera para dejar al ladrón cerca de ahí, con la intencionalidad de que Hinata le hallara. No representaría problema alguno, sería fácil para ella. Solo debía hacerle creerle que lo encontró y listo, le informaría a Minato-sama que Hinata fue quien lo capturó y todos felices.

Ignorando lo mareado que se hallaba, Shisui llegó hasta su mochila de viaje, notando que estaba abierta y que algunos pergaminos habían rodado hasta donde se hallaba la bolsa de dormir de Hinata. Achicó los ojos, trayendo a todos hasta el interior de la mochila, buscando aquel en específico donde selló al criminal.

Sellar cosas e incluso personas en pergaminos era un jutsu sencillo del cual nadie había aprovechado al máximo. Cuando vio a Tenten pelear en los Exámenes Chunnin, sintió curiosidad, pensando en lo fácil que resultaría cargar cosas en los pergaminos, le harían la vida más sencilla. Por eso invitó a la joven a que le compartiera su conocimiento, viendo el rostro de la castaña sonrojarse, sintiendo la mirada intensa de Neji Hyuga sobre su espalda.

No tardó mucho en perfeccionar dicha técnica para mantener encerrados a los criminales para llevarlos en bandeja de plata hasta la Torre Hokage o con Ibiki Morino.

Confiaba plenamente en sus capacidades; nadie podía abrirle a excepción de él, que tenía un sello distintivo. Al menos nadie lo había logrado.

La mueca tranquila de Shisui lentamente se fue tornando en un pronunciado fruncimiento de cejas al no ver el pergamino que buscaba, solo el de sus invocaciones y otros vacíos. Comenzó a sentirse nervioso, recordando el camino de éstos llegar hasta el lugar donde Hinata dormitaba.

No vio rastros de su mochila ni equipo ninja. Tragó disimuladamente.

—Oh no.

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Hinata desactivó el Byakugan cuando identificó a metros de ella un claro rio. Comprobó que no hubiera rastro de sanguijuelas o algún animal que podría llevar consigo una infección. Si ella se enfermaba, la misión fracasaría rotundamente, eso no se lo podía permitir. Estaba al lado de Shisui Uchiha, no debía mostrarse así de débil frente a un ninja así de fuerte.

Además se sentía responsable.

Debido al miedo de enfermarse por el chapuzón que se dio —cayendo de una manera bastante patética— tomó las Píldoras de Soldado hasta quedarse sin ninguna de éstas para aliviar los síntomas. Cuando quiso ofrecerle una a Shisui, no tenía más. Y el joven no llevaba ninguna consigo, diciendo que generalmente no las necesitaba al acabar pronto sus misiones.

Eso último hizo sentir a Hinata culpable; pensar que probablemente por su culpa era que la misión se había retrasado tanto. Si tan solo fuera igual de fuerte que Neji-niisan seguramente estarían de vuelta a Konoha en esos momentos. No quería imaginar lo que Shisui-san podría decirle a Obito-san acerca de ella; una kunoichi demasiado debilucha.

Si Obito-san llegara a sentirse decepcionado de ella...

—No podría soportarlo… —terminó en voz alta el pensamiento, llenando las cantimploras con agua.

Era medio día y el Sol estaba en lo más alto; se estaba cocinando pero se rehusaba a quitarse la chamarra. Era tentador hundirse en el rio y darse un fresco baño, pero no quería empeorar su estado, además Shisui la esperaba en el escondite; era primordial que no lo dejara tanto tiempo solo.

Durante su estadía en el País de los Campos de Arroz no se habían enfrentado contra ningún enemigo o ninja renegado; todo era demasiado tranquilo que ella se cuestionó demasiadas veces si aquel lugar era un territorio peligroso o un lugar turístico. De estar en otras circunstancias Hinata no hubiera dudado de disfrutar de los cuerpos de agua que se encontraba dispersados por toda la zona. Era verdad que la fauna y flora eran un peligro, pero tenía un conocimiento amplio sobre las plantas venenosas, animales e insectos, esto último aprendido por sus compañeros de equipo.

—Espero que Shino-kun y Kiba-kun no hayan tenido problemas ni que mi ausencia los detenga en sus misiones —se dijo, pensando en el Equipo Kurenai.

Con su sensei embarazada Shino había tomado, naturalmente, el liderazgo del equipo. Su fama como rastreadores era buena que incluso otras aldeas los solicitaban. Poco a poco se iba ganando su propio reconocimiento, el fruto de su esfuerzo. No tuvo oportunidad de despedirse de ellos, algo que siempre hacían cuando se les asignaba separadamente misiones, a veces Kiba yendo con otros shinobis, Shino con su clan o padre y ella con Neji-niisan o Ino-san, algo natural cuando el talento de todos era reunido y necesario para determinadas misiones.

Muchas veces Hanabi se quejaba de que su vida era más emocionante que la de ella, siempre metida en el dojo, entrenando arduamente y acompañando a su padre a las citas diplomáticas que tenían con otros clanes cerca de la Capital del País del Fuego donde vivía el Señor Feudal, describiendo tales cosas como aburridas y llamando al único hijo varón del Daimyo un engreído vanidoso, el cual no entendía por qué tenía tanta popularidad con las doncellas de la Corte.

Ella solo podía reír por las anécdotas de su hermanita, disculpándose por hacerla pasar por todo eso.

Esa nostalgia que siempre la invadía cunando pensaba en sus personas queridas la invadió, con ganas de terminar todo.

Vio el lugar, preguntándose si el ladrón seguiría rondando cerca o les llevaría gran ventaja. Sabía que la aldea del país se encontraba a varios kilómetros, le costaría medio día llegar; quizá, después de tratar a Shisui-san y asegurarse de que estuviera bien, podría decirle que iría a buscar por su cuenta para avanzar con la misión.

Eso les ayudaría mucho a recuperar el tiempo perdido.

Con todas las cantimploras llenas, Hinata sacó un pergamino vacío para almacenarlas ahí. Tenten había sido demasiado amable de enseñarle su técnica, misma que usaba para cargar sus armas más pesadas. Eso le ayudaba para llevar cualquier cosa útil en el camino. Tomó el primero que salió, sintiéndolo extraño, notando que no lucía como el resto de los pergaminos que usaba; es decir, era similar al que todos los shinobis de la Hoja usaban, pero no como los que siempre llevaba consigo.

—Qué extraño —se dijo a sí misma, abriendo el pergamino de cualquier manera, encontrando en el interior los mismos kanjis de invocación, salvo que en el centro el distintivo era diferente—. No recuerdo haber usado este pergamino —susurró con un fruncimiento de cejas.

Los pergaminos vacíos no tenían nada escrito en el centro, a menos que algo ya hubiera sido sellado en su interior.

—Quizá sellé cosas sin darme cuenta —con Shisui-san enfermo, ella se encargó de buscar plantas medicinales por todos lados y comida necesaria para mantenerse alimentados. No recordaba cuántos pergaminos usó para transportar la comida pero considerando que solamente le quedaba ese que tenía abierto y otro, asumía que gastó demasiados.

Extendió el pergamino, posicionando sus dedos, lista para invocarlo cuando, inesperadamente, un instinto asesino la alertó. Saltó de inmediato antes de que algo afilado se estrellara en el lugar donde estuvo arrodillado, aterrizando en otro lugar.

No era un kunai, sino una flecha hecha de metal. Frunció el ceño y el Byakugan se activó en automático, adoptando su postura de combate.

Un encapuchado se acercó a ella. En su visión no detectó nada de chakra, algo raro que no entendió. Generalmente eso era propio de civiles, personas incapaces de crear técnicas ninja.

—¿Qué planea? —preguntó en voz alta, viendo al desconocido tomar su flecha.

—¿Eres una kunoichi, no? —preguntó el extraño.

Hinata apretó sus labios. Shisui-san le dijo que mantuvieran un perfil bajo, pero el sujeto parecía haber reconocido que era una ninja, algo que no le extrañaba considerando que logró esquivar el ataque y mostraba su doujutsu activado.

Se recriminó por ser tan descuidada.

—Soy una ninja de Konoha —se presentó, dejando ver su placa que la identificaba—. No pretendo lastimarlo, pero necesito que baje el arma…

—Ah, al fin. Andar dando vueltas en este lugar me comenzaba a hartar —masculló él e Hinata no entendió—. Para ser el único varón de mi padre, es obvio que no me tiene gran estima. Mira que hacer que sus ninjas se tarden tanto en encontrarme.

—¿Disculpe…?

El rostro del desconocido fue revelado en cuanto éste se bajó la capucha, dejando entrever un rastro de facciones masculinas atractivas, ojos tonalidad miel, cabello pelirrojo que caía ondulado por ambos costados. Sus ropas tenían el aspecto de cualquier civil, pero había algo en su postura que lo hacía lucir distinto.

Cuando sonrió, pudo ver un par de caninos, como los de Kiba.

—Bien, señorita ninja, ¿va a mostrarme el camino a Konoha, sí o no?

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Notas: Tremenda disculpa que les debo. No quise tardarme tanto en actualizar pero varias cosas se vinieron encima y fue un caos. Pero, hey, que no me olvido de actualizar.

Espero les guste la historia, y sobre todo la explicación de Fugaku del por qué no fue buena idea encontrarse con ese kimono.

Siempre he amado la historia de los Hyuga, y no entiendo cómo es que Kishimoto no les dio relevancia cuando el boss final tenía el Byakugan. Pero bueno, que para eso existen los fics.

Una de las cosas que amo de los fics SasuHina es la relación entre los Uchiha y Hyuga; las creadoras/es de ese tipo de contenido son mentes maestras y explotan tan bien aquello. Pues vine a dejar mi granito de arena, y prepararlos para algo que se viene a futuro —cuando logre editarlo y avanzarle—.

Deje algunas pistas por allí, tomando como inspiración el trabajo de okashira janet; fue gracias Equipo Cuervo que mi interés por una posible relación prohibida o nunca cumplida entre Fugaku Uchiha y la madre de Hinata nació. Viene bien con lo que tengo ideado.

Hice el esfuerzo de dejar un poquito de lado a mi querido Menma —sufro— para darle protagonismo a otros personajes que les hace falta. Espero les guste y sepan comprender a esta persona que no está acostumbra a meter a Sasuke Uchiha a sus tramas pero hago el intento, eh. Lo hago.

Y espero puedan acoger a un futuro personaje —creación original, un OC— que puede o no voltear la situación para varios.

Respecto a Shisui: ¿Su secreto será o no descubierto? ¿O es que lo salvó la campana?

En fin, muchos saludos y gracias por sus comentarios. Perdonen cualquier falta y horror ortográfico. Puede que no les conteste porque siendo que es algo, ahm, ¿atrevido? Y no quisiera molestar, pero sepan que los leo y los agradezco infinitivamente.