Disclaimer: Naruto no me pertenece.
Capítulo 14:
Derrotas
Las calles de Konoha jamás podrían compararse con las estilizadas avenidas en la Capital. El suelo que pisaba, aun oculto debajo de la nieve restante de la temporada, tenía relieves que detonaban la falta de urbanismo. Cada aspecto en la Capital estaba rebosante de lujos y un gran avance a comparación de las aldeas shinobi a las cuales había asistido por mera cortesía o parte de sus obligaciones como el heredero de su padre.
No era la primera vez que Akemi aceptaba la invitación de una doncella en dar una caminata a la redonda y conversar, todo con el fin de acercarse y entablar una relación más allá de la simple cortesía. Él lo dejaba pasar al entender que, debido a su posición, atraía ese tipo de intereses hacia su persona gracias a la influencias del Señor Feudal. Nunca accedía a entablar una relación más allá de lo puramente cortés con la hija de una importante figura dentro de la política y prefería cortar las ilusiones de las jovencitas quienes soñaban con coronarse como la próxima Dama del Señor Feudal, un título que, mediante crecía, iba a acechándole la espalda.
Estaba pronto a cumplir la mayoría de edad y sería cuestión de tiempo para que el mundo determinara la hora de encontrar una mujer llena con las cualidades necesarias para ser su esposa. Akemi prefería hacerse el desentendido y atender otros deberes por encima de aquel. Por ello decidió convencer a su padre de dejarlo viajar por los alrededores del País del Fuego y más allá.
Los consejeros de su padre buscaron por todos los medios darle una negativa, dejarlo marcharse fuera de la seguridad de la Capital representaba un enorme riesgo; existían maleante y ninjas renegados cobrando recompensas, enterarse de la identidad de Akemi como el Joven Príncipe provocaría estragos no solo a la Familia Real, sino también al País del Fuego.
Akemi consideró las palabras de su padre en quedarse en la Capital y continuar con sus estudios, pero el diario vivir en aquel apretado lugar, vistiendo las mismas ropas perfumadas y apretadas —ceremoniales y excesivamente estorbosas— lo asfixiaron al punto de botar cualquier peligro que representaría para él viajar solo y abrazar los impulsos que su joven e inquieto corazón dictaban.
Quería tener aventuras, sentir el aire pegarle en la cara, ganarse el pan con esfuerzo. La vida en la Capital era aburrida, llena de falsedades y constantes rituales llenos de procesos tan ortodoxos que siempre le tensaban el cuello. Si otro varón hubiera nacido dentro de la Familia Real, Akemi no tendría que lidiar con todas esas obligaciones.
Pero estaba atrapado. No existía alguien más a quién encomendarle todos esos deberes reales.
Su madre nunca se cansó de repetirle el futuro que le esperaba por ser el hijo más esperado por el Damyo y los súbditos de éste. Akemi era tan pequeño como para entender el gran peso en las palabras de su madre. Recordaba la mueca orgullosa que siempre ponía al pasearse frente al resto de las concubinas y la esposa del Señor Feudal con él tomado de la mano. Pocas veces podía ver a su madre debido a sus estudios y consideraba esos paseos con ella como los momentos más felices, no obstante, en lugar de disfrutar de la compañía del otro, su progenitora siempre buscaba la excusa para recordarle a todos los presentes el ser ella quien le brindó el heredero más esperado a su Majestad.
No podía culpar a su madre por la ambición. Pocos sabían de los rencores y riñas silenciosas dentro del Palacio, especialmente de las concubinas. Todas deseaban ocupar el lugar de la Dama Principal, opacar a la favorita del Señor Feudal del momento y tener para sí todas sus atenciones y privilegios.
Tener descendencia era importante para un hombre poderoso como el Damyo, eso aseguraba una larga dinastía que atravesaría las siguientes generaciones. Las princesas, sus medias hermanas, tenían la funcionalidad de servir a su Majestad como futuras y exitosas uniones con prospectos capaces de incrementar las riquezas y poderío del dominio del Señor Feudal sobre el País del Fuego, el más poderoso de todas las Naciones Ninja.
Él siendo el único varón tenía un peso mayor. Uno que le superaba y del cual esperó escapar. Muchas veces consideró convertirse en un renegado, crecer el rumor de que el Príncipe había muerto en uno de sus viajes y dedicarse a ser un trotamundos. Existían aldeas pacíficas, dedicadas a labores humildes que les brindaban lo justo y necesario para vivir en armonía. No temía ensuciarse las manos o no cenar un banquete todas las noches; añoraba ese estilo de vida que pintaba en los rostros de las personas grandes sonrisas y la certeza de que en su corazón no existían pesares.
Empero ahí estaba, en Konoha. La aldea más poderosa en la Nación del Fuego. La cuna de fuertes y dedicados ninjas a las órdenes de su padre, procurando siempre su protección y satisfacción. Nunca formó parte de sus planes visitar el lugar debido a que el Hokage conocía su apariencia y no lograría engañarlo con facilidad. Más los caminos del destino eran complicados de adivinar.
No negaba lo cómodo que era recibir una hospitalaria bienvenida por parte del clan más fuerte de la aldea, pero el tener que regresar a su verdadero rol dentro de ese tablero de juegos le ensombrecía el corazón.
Akemi no era idiota. Esa salida no fue por mera casualidad sino una obligación impuesta por el propio Hokage a Hinata-san. Verla vestida tan hermosamente solo afirmaba su suposición. La joven jamás habría elegido tales atuendos para dar una simple paseo por los alrededores de la aldea, encargándose de explicarle a detalle los hechos sucedidos en los lugares más icónicos del lugar. Ella era amable, si estaba hastiada de convertirse en su guía personal durante el tiempo en que se quedase en la aldea Hinata sabía ocultarlo a la perfección detrás de esas expresiones serenas y corteses.
Le miraba de costado en furtivos ataques espías, rehuyendo de los ojos perlados de la joven cuando la intuición de ésta le susurraba que alguien le veía profundamente. Akemi sentía un cosquilleo en el estómago. No era una cita, sino una salida formal organizada por el propio patriarca del clan Hyuga que ponía a la disposición del Joven Príncipe a la heredera y así mantener vivo el lazo que de mutuo respeto existente entre el clan del Ojo Blanco y la Familia Real.
Se convencía de ello con cada paso dado teniendo la compañía de Hinata a su lado. Aun cuando existiera una distancia prudente entre ambos, Akemi podía aspirar el suave aroma de su cabello perfumado. El aura de Hinata era distinto al de las doncellas en la Corte de su padre. Sus ademanes, aun elegantes en esas circunstancias, no expresaban una exageración absurda, sino una naturalidad inigualable que haría a cualquier otra dama sentirse ofendida e inferior.
A pesar de la apariencia frágil y delicada de la joven Hyuga, Akemi observó durante el camino del País de los Campos de Arroz a Konoha lo fuerte que ella era. Le superaba en estamina, contaba con chakra —algo de lo cual él carecía, siendo un simple mortal a comparación de ella— y tenía en su sangre una herencia mucho más importante que la de su dinastía. Hinata engloba la fortaleza y la delicadeza de una manera tan equilibrada que le resultaba incapaz de creer que semejante mujer existiera en el mundo.
Más bastaba darle una mirada para saberse despierto y no soñando con un deseo hecho de fantasía inalcanzable.
Ella existía.
—Lamento todo esto, Hinata-san.
Hinata detuvo los pasos para observar, desconcertada, al pelirrojo. Habían estado sumidos en un silencio desde el último lugar que imaginó sería de interés para el Joven Príncipe, procurando no importunar o irrumpir los pensamientos de Akemi-sama quien miraba al frente con suma profundidad que siquiera hablar o preguntarle el cómo se la estaba pasando sería claramente una ofensa.
No paraba de sentirse nerviosa por cometer un error. Ya no solo se trataba del cómo él la vería, sino del orgullo de su familia y la amistad que existía entre el Damyo y el clan Hyuga.
Pero más importante, no deseaba traer serias consecuencias para Konoha.
Tratar bien al Príncipe podría considerarse como una misión de rango A. Sumamente peligrosa. Se sentía tensa, especialmente con lo callado que él estaba. En la cena de la noche anterior lo vio compartir los relatos de sus aventuras con un mejor semblante al que le veía a la luz del día.
A pesar de que las ropas formales le dieran un aspecto distinto al que le vio en los días de viaje que compartió con él continuaran sorprendiéndole, era también su aura lo que cambió. Se le notaba más serio, cuidaba sus expresiones, la espalda siempre recta y pulcro. El mismo estilo de andar que su padre.
—No hay nada por lo que deba disculparse, su Alteza —respondió.
Akemi lanzó un suspiro al aire, llevando sus manos detrás de la espalda y mirando al cielo.
—Por supuesto que hay razones por las cuales debo disculparme contigo, Hinata-san. Estás atrapada conmigo, obligada a mantenerme entretenido. Me disculpo por lo que te estoy haciendo pasar, seguramente tenías actividades más importantes por hacer que pasar todo el día a mi lado, mostrándome los lugares de mayor importancia de Konoha.
Hinata negó, primero con pánico, al escuchar las palabras de Akemi, pero después con suavidad.
—Es un honor para mí acompañarlo, su Alteza.
Akemi le sonrió en su dirección e Hinata sintió el latir de su corazón acelerado.
—Eres demasiado gentil, Hinata-san, incluso con tus mentiras.
—Alteza, no le miento. Le soy honesta. Yo... Solo me preocupo de que no sea lo suficientemente adecuada para ser su guía. Me disculpo de antemano si llego a decepcionarlo.
Akemi soltó una risa eufórica, una que hizo a Hinata casi trastabillar por la inesperada reacción. No era propio de nobles reírse de tal manera al considerarlo como algo vulgar.
—Eres la mejor compañía que he tenido, Hinata-san —reveló Akemi con un brillo en su dorado mirar—. Y lo digo en serio.
—E-Eso me hace sentir muy halagada, su Majestad.
Fue inevitable para el pelirrojo hacer una mueca por la manera en la que la Hyuga le llamó. No podía recriminarle estando en frente del patriarca del clan Hyuga al saber el enorme peso que recaía en las formalidades y el uso de los títulos adecuados, pero no le gustaba cuando Hinata le llamaba así, lo hacía sentir aun más lejos. Ambos tenían una edad cercana, que ella se digiriera a él así solo por representar a alguien de la Realeza le hacía sentir tan frustrado.
—Hinata-san —Akemi paró e igualmente Hinata, mirándole detalladamente—, no estoy en posición de pedirte demandas incapaces de cumplir, pero... ¿Sería mucho que me llamaras por mi nombre?
Los colores se pintaron en el rostro de Hinata ante la insinuación.
—J-Jamás le faltaría el respeto.
—No lo harías —Akemi negó apresuradamente—. E-Es solo que... No existe tanta diferencia entre nuestras edades y, ah, resulta incómodo que te dirijas a mí tan formalmente... Al menos... Durante nuestras caminatas... Crees... Es decir, si podrías...
Hinata observaba al pelirrojo perderse en murmuraciones que no alcanzaban a sus oídos. Lo veía abrir y cerrar los labios, rascar sus cabellos ahora desordenados por los aires fríos y traviesos del clima; lucía avergonzado.
La petición que él le pedía no era imposible de cumplir, más Hinata siempre vivió en un régimen estricto. Incluso a su familia se le dirigía formalmente. Usaba los sufijos adecuados con las personas a sus alrededores y entendía a la perfección que la Familia Real debía ser respetada en toda ocasión. No quería faltarle el respeto al pelirrojo ni causar un malentendido. Empero... Él se veía lleno de conflicto.
Empatizó con él. Recordaba cómo, aun siendo niña, los adultos de su clan se dirigieron a ella con sumo respeto, hablándole cortésmente aun teniendo tres años. Hablar con naturalidad, olvidándose de las formalidades, había sido un mundo del cual ella desconoció hasta que ingresó a la Academia Ninja. Quizá algo similar sucedía con el pelirrojo.
Aun así no le era fácil acceder a esa demanda. Eran desconocidos; la viva amistad entre sus respectivas familias era un lazo al cual honrar, más no relajarse y considerar al joven delante de ella como un amigo de toda la vida a quien podía contarle absolutamente todo.
El encuentro con Akemi-sama fue puramente accidental. Jamás pensó encontrarse con el heredero del Señor Feudal en una misión rutinaria a las afueras de Konoha. Todo aquello fue una experiencia que la dejó mareada debido a los distintos cambios que su rutina padeció con la llegada del pelirrojo y lo que él representaba en la aldea.
Podía sentir las miradas curiosas de los aldeanos posarse sobre ellos y la idea de que rumores nacieran a partir de sus caminatas le causaron incomodidad. Hinata no quería prestarse a la idea que Hanabi expresó en su habitación sobre tratarse de una cita disfrazada de un paseo meramente cortés, más le resultaría un tanto bochornoso tener que aclarar a conocidos el por qué se le veía paseando con un joven.
Ya que Akemi-sama pidió discreción y que ninguno de los civiles se enterase de su visita sorpresa en la aldea, no podía compartir abiertamente el hecho de que el hijo del Señor Feudal rondaba las calles de Konoha y el huésped de honor en la Casa del Byakugan, ese accionar iría en contra de los deseos del pelirrojo y la orden de Minato-sama. Ella no quería fallarle a su Hokage ni clan.
—¿U-Usted se sentiría más cómodo si hiciera lo que me pide...? —cuestionó al pensar en lo complejo que sería de explicar si alguien ajeno escuchara sus conversaciones. Llamar a alguien Majestad revelaría de inmediato la identidad del pelirrojo.
—Mucho —contestó honestamente Akemi, sintiendo las ganas de sonreír por observar la mueca de Hinata quien lucía como si estuviese llena de dudas, pero dispuesta a aceptar.
—Uhm... Yo... S-Sería un tanto... ¿E-Está seguro? No quisiera faltarle el respeto.
—Para nada lo harías —la sonrisa de Akemi era radiante, incluso sus ojos dorados adoptaron el mismo brillo travieso con el cual lo conoció la primera vez Hinata.
—S-Si usted está de acuerdo... Y considerando que no desea que se sepa que usted está aquí, s-supongo que eso sería lo adecuado. P-Pero, por favor, si desea que vuelva a llamarlo como es debido, solo tiene que...
—Uhm —el pelirrojo negó nuevamente, dando un paso valiente hacia la morena quien, sorprendido, alzó la cabeza para hallar al pelirrojo más cerca de lo que hubiera imaginado. No rozaban sus cuerpos ni era algo inapropiado, más Hinata sintió un calor abrazarle todo el cuerpo—, estaría encantado de que me llamaras por mi nombre, Hinata-san.
—H-Haré mi mayor esfuerzo —fue lo que dijo para salir de la situación, dando un paso hacia atrás al desconocer el repentino escalofrío.
Akemi notó el comportamiento de Hinata e inevitablemente amplió la sonrisa. ¿Por qué ella era tan adorable?
—Eso me hace feliz, Hinata-san...
Akemi quedó a media frase cuando una bola de nieve impactó en su rostro. La imagen dibujó en Hinata una expresión llena de pánico por lo sucedido. Activó el Byakugan por puro impulso ante el temor de hallarse bajo ataque y en lugar de encontrar un enemigo con claras intenciones de dañar al Príncipe se encontró con Konohamaru, Moegi y Udon acompañados de Obito Uchiha quien tenía el ceño fruncido, mirándolos desde la distancia, totalmente enfocado en ellos.
De la sorpresa desactivó su línea de sangre para sentirse confundida de la presencia de esos cuatro. No era común verlos juntos a menos que Ebisu-sensei trabajara a la par que Obito-sensei, pero sabiendo que ambos shinobis entrenaban a equipos con rangos distintos era inusual una colaboración.
Hinata sabía por Hanabi que el Equipo de Ebisu-sensei seguía teniendo a tres genin, prontos a ser chunnin en cuanto presentaran los Exámenes Chunnin y cumplieran los requisitos. No existía una correlación. Además, Obito-sensei se la pasaba más en misiones que en atender pendientes en la Academia Ninja; era un excelente ninja, siempre yendo con su equipo de misiones peligrosas y de gran significado para la aldea.
Entonces...
—¿Obito-sensei? —despertó y escuchó a Akemi-sensei limpiarse la nieve de la cara. Lo encaró rápidamente al temer que aquello podría perjudicar todo—. Ma-Majestad... —más recordó que no debía tratarlo tan formalmente frente a terceros, eso levantaría sospechas. Tragó grueso, preparándose mentalmente—. A-Akemi-kun... —se dirigió a él e incluso el pelirrojo detuvo los gruñidos por sentir la nieve derretirse en su cara y darle frío cuando la Hyuga le llamó de esa manera, mirándolo absorto y sonrojado—. ¿E-Estás bien?
—Eh... Sí...—respondió un tanto embobado por cómo la luz del día iluminaba el rostro de Hinata. Le daba un aire angelical—. Sí, estoy bien. Es solo que hace frío y...
—C-Claro —la idea de que Akemi-sama regresa a la Capital enfermó la tensó. Era su deber cuidarlo, no dejar que se resfriara—. Yo... Lo lamento, debí poner más atención... D-Deja limpiarte...
Apurada de que él no enfermara, Hinata sacó un pañuelo guardado en los compartimientos secretos del kimono. Llevaba uno para situaciones inesperadas. Lo colocó en la mejilla del joven monarca y limpió la zona. Pronto la primavera llegaría, pero los aires helados seguían siendo peligrosos.
Estaba tan ensimismada limpiando el rostro del pelirrojo que no fue consciente de cómo Obito Uchiha acortaba los pasos que los separaban para hallarse cerca de ambos y carraspear fuertemente, asustando a ambos jóvenes perdidos en su pequeño mundo.
—Obito-sensei —Hinata reaccionó primero, apenada por cómo el Uchiha los veía sin entender del todo—. ¿Q-Qué hace aquí...?
—¿Yo? —Obito se señaló, sonriéndole a Hinata y después apuntando detrás de él a los tres genin—. Oh, nada importante, solo cuidando que esos mocosos no hagan travesuras. Especialmente Konohamaru —la sonrisa pareció congelarse en el rostro del Uchiha en cuanto posó su oscuro mirar en el pelirrojo que, sin quererlo, respingó en su sitio—. Aunque no pude evitar que Konohamaru lanzara esa bola de nieve e interrumpir su... Su... —la ceja de Obito temblaba y la lengua parecía trabarse— salida... —terminó diciendo.
—¡¿Hah?! —Konohamaru reaccionó ante la acusación injusta del mayor—. ¡Yo no lancé ninguna bola de nieve, fuiste tú, Obito-sensei!
—¡¿Pero qué dices, mocoso?! —Obito se puso derecho y miró al chico—. ¡Si clarito vi tu intención!
—¡¿Ahora qué dice?! ¡Si usted fue el que nos hizo perseguir a Hinata-san y...!
—¡Una palabra más, Konohamaru, y tendrás menos diez puntos en tu calificación final!
—¡P-Pero...!
—¡Ah, ah! —señaló con una mirada significativa al menor que hacía muecas—. ¡Ahora como castigo darán quince vueltas a toda la aldea!
—¡¿Eh?! —los tres chicos se quejaron, confundidos de que Obito les castigara de la nada.
Obito frunció el ceño y ninguno objetó, saliendo despavoridos de ahí al entender que el Uchiha no revelaría ser él el culpable de toda esa situación.
Él carraspeó en cuanto giró y observó los rostros confundidos de los jóvenes. Entrecerró los ojos al estudiar las facciones del pelirrojo. No lo conocía. Y no tenía una memoria fotográfica como Itachi, pero estaba seguro que a él ya lo había visto en algún lado.
—¿Estás de visita? —cuestionó al chico, estudiándolo de pies a cabezas.
El pelirrojo le miró y luego observó a Hinata, como buscando una explicación de parte de ella de cómo debería actuar.
—Eh... Sí... —contestó inseguro.
Hinata inmediatamente se puso delante del joven, interponiéndose entre el Uchiha y el pelirrojo, sin entender el por qué Obito-san se comportaba así. Siempre era amistoso.
—E-Es un invitado en mi casa, Obito-sensei. V-Viene de una aldea lejana de aquí. L-La Aldea de los Aullidos. Sí —asintió para convencer, recordando los relatos de Akemi-sama en el comedor la noche anterior—. L-Lo ayudo a conocer a Konoha, es su primera vez visitando el País del Fuego —ella giró al pelirrojo—, ¿verdad, A-Akemi-kun?
—Sí —a comparación de Hinata quien parecía nerviosa, el pelirrojo pareció recomponerse y miró con más seguridad al Uchiha que continuaba observándole con sospecha—. Mi nombre es Akemi Yuki —hizo una reverencia tan natural a Obito.
—¿Aldea de los Aullidos? —Obito intentó hacer memoria de todos los mapas que le hicieron memorizarse—. Nunca he escuchado hablar de una aldea con ese nombre.
—Al no ser una aldea shinobi es normal que pase desapercibida. No me extraña que no la conozca —Akemi observó el emblema bordado en la vestimenta del azabache. Era un Uchiha, por ello la familiar hostilidad—. Está demasiado lejos de aquí, al norte de la Aldea Escondida entre la Niebla.
—Aja —Obito no se veía convencido—. ¿Y la razón de tu visita es...?
—A-Asuntos personales de la familia de Akemi-sa... Akemi-kun —Hinata sonreía más nerviosa—. H-Ha venido por una planta medicinal que mantenemos en nuestro invernadero... D-Desea llevarla a su aldea natal para tratar a sus enfermos.
—Ya veo —Obito miró a Hinata, sonriéndole amistosamente, asintiendo a lo que ella decía—. Como siempre eres una chica muy gentil, Hinata-chan —Obito instintivamente acarició los cabellos de Hinata en un ademan fraternal, como solía hacerlo cuando ella medía apenas lo suficiente para llegarle a la cintura.
El habla de Hinata quedó muda cuando sintió la caricia sobre su cabeza de parte de Obito, sumiéndola en un acelerado ritmo que rebotaba detrás de sus orejas. No era un acto atrevido, sabía lo abierto que Obito-san era con las muestras de afecto, era algo normal, sin malicia, sin otras intenciones. Y ella sabía perfectamente que era algo tan propio de él, tratarla así, como si siguiera siendo la niña que halló en una noche solitaria en los columpios abandonados.
—Lamento ser descortés, pero...
El calor que recibía Hinata en su cabeza a través de la mano grande y cálida de Obito cesó abruptamente cuando Akemi intervino y separó a Obito, tomando de la muñeca de éste y enviándole una mirada un tanto hastiada. El Uchiha alzó una ceja y el ojo comúnmente amistoso se tornó en un irritado brillo.
—Hinata y yo estábamos en medio de una conversación.
—Claro, claro —a pesar de ello, la mueca de siempre regresó a Obito—. Solo me aseguraba de que nada malo pasara por aquí —de un rápido movimiento el Uchiha se deshizo del agarre de Akemi quien quedó con la mano en el aire, bajándola de inmediato—. Siendo parte de la Policía Militar de Konoha es mi deber cuidar de los aldeanos, sobre todo de los turistas que nos visitan —le envió una sonrisa brillante al pelirrojo—. Siéntete en casa —palmeó los hombros del joven que pareció querer doblarse de dolor por la fuerza ejercida—, tu seguridad está en buenas manos.
—Por supuesto que estoy en buenas manos —a pesar del dolor en sus hombros, Akemi no iba a darle el gusto al Uchiha de verlo adolorido—. Hinata es la persona más gentil que he conocido. Confío en ella ciegamente.
Obito mantuvo la sonrisa, continuando apretando los hombros del pelirrojo quien temblaba ligeramente no solo por la fuerza física, sino también por el aura del tipo.
—A-Agradecemos sus atenciones, Obito-sensei, p-pero debemos continuar nuestro recorrido. A-Aun falta mucho por enseñarle a Akemi-kun... S-Si nos disculpa.
—¡Claro, claro! —Obito le dio tregua al pelirrojo al dejarlo libre—. No se preocupen, sigan con su ci... ¡Con su camino! —Obito rio ruidosamente—. Yo me encargo que Konohamaru reciba su merecido castigo por haber molestado al buen Akemi.
—No fue nada grave, los niños hacen cosas de niños —restó de importancia Akemi, sospechando que el genin no había sido el responsable que su cabeza terminara siendo el blanco.
Hinata se removió con incomodidad. ¿Por qué sentía tanta densidad de repente?
—Opino lo mismo que Akemi-kun, Obito-sensei, no creo que Konohamaru-kun merezca un castigo... S-Seguramente fue un accidente. Por favor, no los canse demasiado, aun tienen que cumplir con sus misiones.
—Hai, hai —Obito rascó su cabello, un tanto avergonzado—. No seré tan malo, así que no te preocupes, Hinata-chan. Puedes seguir con tu cita... ¡Digo, con tu camino!
—Uhm —Hinata asintió, mirando a Akemi—. E-Entonces lo veré después, Obito-sensei, q-que tenga buen día...
—Igual tú, Hinata-chan.
Obito se despidió de los dos chicos que caminaron por la calle continua que tenía un acceso directo al Distrito Comercial de Konoha. No era solitario y había mucha gente a pesar del clima. Eso le hizo tranquilizarse de que ese par no pasaría tanto tiempo a solas, aunque no paraba de cuestionarse muchas cosas.
—No me agrada ese mocoso... —masculló.
No tenía razones por las cuales detestar a alguien a quien conocía por primera vez, pero algo en ese pelirrojo le hacía desconfiar naturalmente, como si escondiera algo.
Se cruzó de brazos. Lo peor del asunto era que la cara se le hacía conocida pero no lograba darle nombre, era como una imagen distorsionada en su mente.
—Agh —removió sus cabellos, frustrado consigo mismo de no recordarlo—. No voy a poder dormir esta noche.
.
Menma caminaba al frente como solía hacer cuando se trataba de liderar una misión. Aquello no era distinto a lo que hacían comúnmente, salvo que ahora Karin lidiaba con un moribundo Suigetsu que apenas decía coherencias al ser arrastrado por la pelirroja que no paraba de quejarse por lo pesado que éste era.
—¡Oi, Menma! —gritó Karin—. Fuiste tú quien le dio una paliza a la Sardina, es tu responsabilidad llevarlo. ¡¿Por qué tengo que hacerlo yo?!
—Eres libre de abandonarlo cuando quieras.
Karin bufó.
—Por más tentador que eso suena, él es útil para la misión.
—Entonces no te quejes.
Karin resopló al detenerse, dejando caer la cabeza de Suigetsu al suelo. Cogió sus lentes y los limpió.
—No me gusta ser siempre la que se encarga de arreglar tu mierda cada cuando no puedes controlar tus celos —expresó en voz alta, mirando la espalda del Uzumaki quien detuvo sus pasos en cuando la escuchó—. Trata de tener auto control o un día de estos vas a venir matando a alguien solo porque le gustan los pechos de Hinata Hyuga.
—¿Qué mierda estás diciendo, Histérica? —Menma se giró lentamente a observar con zafiros amenazantes a Karin quien, a pesar de lo intimidante que él era al adoptar esa expresión, tuvo el descaro de burlarse de los fallidos intentos de su primo en ocultar su atracción hacia la Hyuga.
No le gustaba observar relaciones ajenas debido a que siempre la ponían de mal humor por no tener algo similar con Sasuke, empero le ayudaba a adoptar ciertas estrategias por aplicar. Y aunque tenía un entrenamiento en cuanto a la seducción y tácticas de espionaje que Anko-sensei se encargó de impartirle en su debido tiempo —a secreto de tía Kushina quien no aceptaba tales enseñanzas por ser una ofensa para las kunoichi—, jamás funcionaría tales trucos con Sasuke. Sin embargo, podía detectar el comportamiento de un hombre interesado en una mujer. Y Menma era obvio.
En el pasado, por encontrarse más centrada en hacerse notar frente a Sasuke, no puso demasiada atención al cómo nació el interés de Menma hacia Hinata Hyuga, pero no debía de hallar una lógica capaz de explicar cada detalle para entender el por qué.
Hinata era una buena chica. Quizá demasiado para un mundo como en el que vivían. Era gentil y amable, incluso con ella quien no era una persona agradable para muchos. Pocas personas tenía el poder de soportarla, pero Hinata nunca mostró señales de despreciarla o hacerle el fuchi como Ino o Sakura frecuentaban. Además, era la única chica con la cual podía hablar de Sasuke sin temor a que ésta comenzara a pelear.
Y era bonita. Aunque a la Hyuga le gustara usar ropas holgadas todo el tiempo. Podía irritar con sus ademanes y tartamudeo ocasional, pero su preocupación por otros era genuina, no falsa.
Incluso se ganó a tía Kushina. Y vaya que tía Kushina era un excelente filtro.
No le extrañaba que Menma se interesara en Hinata. Lo que le irritaba era que fuera tan orgulloso como para querer ocultarlo. Tal como en esos momentos.
—Digo lo que veo —contestó con tranquilidad, sin moverse de su lugar aun teniendo a Menma a escasos centímetros de ella. Se había tele transportado. Era intimidante y peligroso. Él tenía poca paciencia en cuanto se le molestaba y llegaba a ser igual de impulsivo que Naruto si se atacaban los puntos correctos—. Y antes de que saques los colmillos, solo lo señalo por tu comportamiento que ella sí te interesa.
—Hinata Hyuga no me interesa —aseveró Menma.
Karin mostró una mueca burlona.
—Claro —sonó sarcástica—. Y por esa razón casi matas a Suigetsu y a Naruto.
—Ese par de idiotas siempre hace estupideces que colman mi paciencia. Es todo. El que les guste los pechos de Hinata Hyuga o no, me da absolutamente igual.
Karin se encogió de hombros. Tomó de nuevo a Suigetsu por el cuello y continuó andando, pasando de largo de Menma.
—Lo que tú digas —dijo con total indiferencia, como si esa aura amenazante de Menma no le hiciera cosquillas siquiera—. Si no te interesa Hinata, está bien. Lo entiendo. No necesitas lucir tan enojado al dejarlo claro.
Menma intentó que sus facciones dejaran de endurecerse al ver a Karin alejarse. Maldita arpía. Odiaba cuando lo hacía actuar así. Se sentía al descubierto. Y no lo decía solo porque Karin fuera capaz de ver cómo su chakra se comportaba.
Decidió alejar de lado la molestia arañándole el estómago para seguir a Karin. Irían de misión y necesitaba tener la cabeza fría para ello. Andar pensando en Hinata Hyuga solo le causaría problemas.
Avanzó y no le costó estar a la par de Karin, ambos caminando hacia la entrada principal de Konoha y dejando detrás de ellos un camino que el cuerpo de Suigetsu dejaba al ser arrastrado. No habían contactado a Obito porque desconocían dónde estaba, pero le habían hecho llegar el mensaje. Si éste aparecía en la entrada, sería porque les acompañaría. Pero de ser lo contrario, la misión la llevarían ellos.
Menma no pensaba que necesitaran del apoyo de Obito. No sería una misión peligrosa, sino de reconocimiento. Quizá lograran rescatar a unos cuantos, pero el principal motivo de Karin al regresar a su aldea natal era encontrar pistas que la condujeran a Kabuto, el estudiante de Orochimaru quien continuaba libre.
Estaba seguro de poder manejarlo. Venía actuando como el líder del equipo desde temprana edad. Karin y Suigetsu estaban acostumbrados a verle tomar el mando y sus estrategias funcionaban a la perfección al saber utilizar las habilidades ninjas de sus compañeros.
Solo era cuestión de doblar la esquina para dar punto de partida a su misión cuando la visión de Hinata Hyuga acompañada de un pelirrojo tuvo el poder de frenarlo y dejarlo con la mente en blanco por un instante que pareció eterno.
Estaba acostumbrado a verla con su equipo. Kiba en compañía de Akamaru y Shino siempre la acompañaban a todos lados. O Neji, ambos primos eran inseparables. Jamás le había visto caminar al lado de una persona distinta que no fuera el círculo de habituales conocidos, ya fuera su hermana o compañeros de la misma generación. Era bastante normal. Hinata no solía frecuentar con desconocidos. Era raro. Inusualmente extraño.
Al igual que verla vestida de otra manera que no fuera su ropa de siempre. Esa chaqueta lila que portaba, tan grande que la hacía lucir más pequeña como si no fuera la más baja de toda su generación.
No era que prestara atención a los atuendos de la chica porque ocupaba más su atención en otros asuntos, pero las únicas veces que le había visto portar un kimono fueron contadas con una mano. La última vez que Menma lo recordaba era en un festival cuando aun estudiaban en la Academia. Los colores de la tela no fueron llamativos como el del resto de las mujeres que atendieron el festival, con detalles floridos o brillantes, en total sincronía con los colores del verano. El de Hinata poseía tonos neutros, casi fríos, teniendo más una apariencia casi marchita, acompañando en todo momento a su clan. El cabello corto que ella tuvo en el momento no la hizo lucir más femenina, sino extraña. No la consideró algo despampanente de ver.
Sin embargo, la opinión de la cual se aferraba con uñas y dientes a mantener sobre Hinata Hyuga parecía desmoronarse en esos segundos en que la apreciaba entablar la conversación con la figura continua.
Llevaba un kimono, más a comparación del de sus memorias éste no era opaco ni triste. Tenía un color vivo que la hacía resaltar entre la blancura aun presente en las calles de Konoha. Era como si el retoño de una rosa comenzara a florecer en medio ésta. El poncho que llevaba suavizaba sus gestos, especialmente el peluche adornar el cuello. Dentro de su cabeza se dijo que vestirse así era estúpido por el clima, pero ni así pudo despegar los ojos de ella.
El cabello que siempre colgaba suelto en su espalda, tan brilloso y con una hipnotizante fragancia que dejaba en el aire en su pasar, lo llevaba recogido en un chongo simple, dejando al descubierto detalles en su gracil rostro que Menma no pudo evitar admirar y confesar, para su tormento y derrota, que Hinata Hyuga era hermosa.
Y que, mierda, de verdad le gustaba.
Le gustaba tanto como para desear cortarle la cabeza al maldito pelirrojo que la acompañaba.
