Capitulo 1: Florida
Ya había pasado un año desde que Candy se había vuelto a vivir con Albert a la mansión de Lakewood. La pequeña pecosa se encontraba en la clínica Happy enrollando las vendas que estaban desordenadas en una de las mesitas en las que trabajaba, estaba con
una sonrisa deslumbrante como siempre. El doctor Martin aún estaba en su habitación dormido, o eso creía Candy, ya que la noche anterior se la había pasado bebiendo, ella lo sabía porque había decidido tomar un turno nocturno para ayudar a los pacientes
de emergencia. Gracias a Dios aquella noche fue tranquila. Eran las diez de la mañana, y Candy aún no dormía nada, pero para ella no era mucho trabajo, sólo esperaría al doctor Martin e iría a descansar un rato.
Al cabo de un rato, el doctor estaba desayunando junto con su enfermera, ella era tan atenta con él que a veces se sentía avergonzado del modo en que se comportaba y de su alcoholismo, sabía que era hora de hablar con ella y se disculparía, pero antes
de que él dijera algo, Candy se despidió muy alegre y dijo que regresaría al anochecer.
El portal de las rosas en la mansión de Lakewood ahora se estaba pintando de un color café, porque ya era tiempo de que las rosas se marchitaran, esperando al invierno. Candy recordaba las palabras que Anthony le decía acerca de sus rosas, por eso mismo,
no le preocupaba que las rosas murieran, en primavera volverían a renacer y un poco más hermosas. Ella se encontraba recorriendo ese largo camino sonriendo y muy alegre, ya no se ponía triste cuando recordaba a Anthony, ya que él permanecería vivo
en sus rosas.
Tuvo que tomar una decisión muy difícil cuando Albert le propuso regresar a la mansión, esto porque no quería volver a recordar lo que un día sufrió, pero pensó que Albert estaría muy solo. La tía abuela Elroy estaba viviendo con Archie en la mansión
de Chicago, porque él había decidido estudiar, entonces esto dejaba solo a Albert con sus sirvientes en Lakewood. Albert sabía que no había problema si su protegida no quería regresar a esa casa, pero Candy sabía que ya había causado demasiados problemas
a Albert con la tía abuela.
Albert se puso muy contento de tener a la pecosa viviendo con él, se sentía feliz y a la vez sabía que la estaba protegiendo de todo mal. Pero antes de todo, Candy le pidió que la dejara trabajar en la clínica del doctor Martin, ya que eso la hacía sentir
contenta y no tenía tiempo de pensar en su triste pasado.
Ambos sabían, que habría problemas con la tía abuela, ya que Candy había vuelto a usar el apellido de los Ardley, pero Albert luego pensó que no había porqué enterarse de eso, así que dejó a Candy en la clínica. Eso le causaba un poco de adrenalina a
Candy, en cualquier momento la tía abuela habría de enterarse, pero le causaba gracia cada que lo imaginaba.
Se encontraba en el porche de la mansión cuando una brisa le pasó por la cara, no se había sentido tan contenta de estar ahí, tenía un buen presentimiento. Entonces fue cuando entró a la casa, siempre tan cálida aunque el clima ya se estaba volviendo
frío.
Los sirvientes siempre la recibían con una sonrisa y se sentían como en un hogar cuando ella llegaba. La mayoría de ellos servían a la casa Legan, pero cuando supieron que Candy regresaría, pidieron a Albert que los dejará trabajar ahí, puesto que la
mansión de los Legan en Lakewood no estaba "habitada". Claro que la señora Legan al enterarse de esto los botó inmediatamente, pero no les preocupaba porque Albert ya los había contratado. La señora Legan estaba furiosa porque contratar gente de buena
fe en esos tiempos era muy difícil, al final sólo contrató a un celador.
Entonces, significaba que los amigos que Candy había hecho durante su infancia en casa de los Legan habían regresado, tanto ellos como la pequeña pecosa estaban contentos.
Por esa parte, Candy sabía que había tomado una buena decisión en volver a esa mansión, pero por otra parte, el recuerdo de Anthony y sus maravillosas aventuras que vivió junto con Archie y Stear le dolían aún.
Dorothy, quién seguía siendo la dama de compañía de Candy, se acercó a ella en cuanto la vio entrar.
— Candy, bienvenida —. Saludó con una sonrisa.
— Hola, Dorothy —. Contestó Candy regalándole una de esas brillantes sonrisas — ¿Sabes? Anoche estuvo muy tranquilo, pero no he dormido nada porque cuidé al doctor Martin.
Candy soltó una carcajada.
— Pero Candy, no le veo la gracia. Debes descansar. Si Albert se entera de que no cuidas bien tu salud, no te permitirá volver a esa clínica —. Le dijo Dorothy un tanto preocupada.
— No tiene porqué enterarse —. Concluyó la pecosa guiñándole un ojo.
Candy dejó atrás a su amiga para dirigiese a su habitación. A Dorothy no le engañaban esas sonrisas y risas de Candy, sabía que estaba pasando por un momento difícil, sólo que ella no quería angustiarlos a todos con sus problemas, para no preocuparlos.
Además, Dorothy se había perdido la mirad de la vida de Candy, y hasta la fecha no tenía idea de qué le había pasado exactamente. Cuando se volvieron a encontrar Dorothy lloró mucho de contenta, e igual Candy, pero ella ya no era la misma niña que
se fue al Hogar de Pony para reponerse, sino que había crecido y sus lagrimas eran de felicidad y ya no eran de esa amarga tristeza con la que Dorothy la miró alguna vez.
Las dos habían crecido y ambas eran aún más fuertes, pero Candy, ella sí sabía cómo ocultar los dolores que por dentro la atacaban. Todas las noches o a la hora que ella se dormía, volvían esos amargos y crueles recuerdos, es por eso que no le apetecía
dormir y había decidido trabajar de noche, quería evitar soñar.
— Candy —. Dijo Albert muy contento.
— Albert, buenos días —. Le regaló una sonrisa inocente. No sabía si se había dado cuenta realmente de que no había llegado a dormir.
— Candy, ¿llegaste a dormir a noche, cierto? —. Preguntó arqueando una ceja.
— Ah... No.
Candy agachó la cabeza, era imposible mentirle a él. Pero luego le sonrió.
— Descuida, ya lo sabía... Dorothy se preocupa mucho por ti, no deberías causarle esos disgustos —. Dijo Albert serio.
— Lo siento —. Ella suspiró y volvió a agachar la cabeza. — Pero el doctor Martin también tiene mucho trabajo de noche. Es por eso que decidí ayudarlo con doble turno, fui entrenada para eso, Albert.
Candy soltó esa característica risa suya que hizo que Albert no se preocupara más y dejara su tono serio.
— Esta bien, pero debiste consultarlo conmigo antes. Eso arriesga tu salud, y no quisiera verte en un estado critico —. Albert de repente se puso tenso de sólo pensarlo — No quiero ni pensarlo, no, no.
— ¿Olvidas que soy una chica fuerte, eh? —. Candy volvió a reír.
— No lo olvido, querida Candy, pero me muero si algo te sucediera —. Le dijo con un tono de voz aterciopelado y al final le regaló una sonrisa. — Por cierto, necesito hablar contigo, pero en mi oficina.
Candy no dijo nada, sólo asintió con la cabeza. No era que Albert no quería que sus sirvientes se enteraran de sus asuntos, ambos Ardley confiaban en ellos, pero había ocaciones en que era necesario ir a la oficina para tratar asuntos más personales,
como la familia Ardley, sobre todo si se trataba de la tía abuela.
Y eso era lo que pensaba la pecosa, pensaba que se trataba otra vez de la tia Elroy, que otra vez vendría de visita o algo así.
Candy se sentó frente a la mesa de Albert, mientras contemplaba las pinturas de paisajes verdosos y de la naturaleza en general, había uno en específico que le gustaba mucho, era ese donde Albert había mandado pintarse a él y a sus animales que siempre
lo habían acompañado, claro esta, que ya no los tenía, ya que habían sido donados al zoológico Blue River en Londres. Ese cuadro le agradaba a Candy porque era el único en donde Albert se veía enormemente feliz a un lado de sus mejores amigos de ese
tiempo, en que él era solo un joven viviendo su propia vida.
Parecía ser que siempre que Candy entraba a esa oficina era su primera vez, ya que se la pasaba viendo cada detalle o recuerdo que su protector tenía, porque de cada viaje que hacía al rededor del mundo, regresaba con un souvenir.
— Candy — , comenzó Albert — ¿Eres feliz viviendo aquí conmigo?
Al principio, Candy no sabía qué contestar porque se había perdido viendo los souvenir que Albert tenía en su mesita de trabajo, no era porque no le estuviera poniendo atención, pero se estaba preparando mentalmente, de que próximamente se vendría una
visita de la tia abuela, pero no fue así, la pregunta la tomó por sorpresa.
— ¿Pero qué cosas dices, Albert? Nunca he sido más feliz en toda mi vida. Me has dado más de lo que merezco —. Sonrió Candy.
Albert suspiró.
— Yo sé que no es así. Haz estado ocultándome algo y no quieres decir, pero respeto tu decisión, sólo quiero saber si vivir aquí te molesta. Haría cualquier cosa por verte feliz de nuevo —. Decía Albert con su voz suave.
Oh, Albert, si tú supieras que mi corazón me duele, pero no puedo decírtelo, no quiero preocuparte, no quiero que estés triste por mi culpa, soy feliz viviendo a tu lado, pero no puedo decirte qué es lo que me pasa. Lo siento. Pensó Candy.
Candy se rió.
— Soy tan feliz que podría disculpar a Elisa y Neil por todas las maldades que me han hecho —. Dijo Candy mientras se reía.
Albert le regaló una sonrisa. Estaba aliviado pero no muy convencido.
— Eso me alegra, Candy, pero dadas las circunstancias en las que te encuentras con ese trabajo, del doble turno, me tomé la molestia de ir a hablar con el doctor Martin —. Dijo Albert retador y gracioso a la vez.
— ¡Albert! — Se quejó Candy, se había molestado un poco. — Seguiré trabajando así me lo impidas tú, no te haré caso.
Se había cruzado de brazos en forma de indignación. Entonces, Albert soltó una carcajada. Era inevitable no reírse con esa cara de frustración de Candy, porque arrugaba la nariz y se le veían más las pecas.
— No, Candy, nada de eso. Hablé con él para que te permitiera tomar unas vacaciones. Se acerca Navidad y quisiera que me acompañaras —. Aclaró él con una sonrisa, aún no podía olvidar la cara de Candy.
— ¿Vacaciones? — Candy pensaba. ¿Qué pasaría en su ausencia? Los niños enfermos necesitarían de su ayuda, y más si se trataba del doctor, él era quien más ayuda necesitaba en esos momentos y era ella quien lo estaba ayudando a salir de su alcoholismo.
— No puedo, Albert, lo siento.
Agachó la cabeza.
— Candy —, ahora Albert se encontraba de frente a la pecosa, se sostenía en una rodilla para poder estar a la altura de Candy. — no puedo dejarte sola en Navidad, tu sabes que los sirvientes tendrán sus merecidas vacaciones, y tú estarías sola aquí.
— ¿Y George? — Pregunto retadora.
— También le di su tiempo libre. No podrás escaparte de esta, pecosa — Sonrió divertido. — Es necesario para ti que descanses, has trabajado lo suficiente.
Albert le había tomado las manos a Candy, pero esta se soltó de repente muy molesta. Volvió a esa pose de defensa de cruzar los brazos.
— No, ya sé lo que tramas, Albert. La tía abuela habló contigo ¿no es así? — Esperó respuesta pero antes de que Albert abriera la boca, ella continuó. — Es un plan para sacarme de mi trabajo. No iré, a donde sea que quieras que vaya, no iré, y es mi última
palabra.
Se levantó de su asiento, se fue dando un portazo y dejando a un Albert hincado y muy confundido. Bufó.
Mientras Candy se dirigía a su cuarto iba refunfuñando y llevaba la cara roja de coraje. Cuando llegó a su cuarto, cerró la puerta con seguro para que nadie la molestara. Estaba cansada, lo admitía, pero nadie le iba a quitar su trabajo que mucho le había
costado. Mucho menos si las ordenes venían de la tía abuela.
Se supone que Candy iba a regresar al anochecer, pero ni cuenta se había dado de que se había pasado horas dormida. Eran las nueve de la noche cuando ella se despertó gritando y sudando. Había vuelto a soñar aquellos amargos momentos.
— ¡No! No puedo seguir así... Estoy echa un desastre —. Se dijo mientras resoplaba. Cuando se calmó miró por la ventana, donde yacía la noche — Dios, me quedé dormida, el doctor Martin debe estar esperándome.
Se dio prisa en ponerse ropa limpia y en atarse de nuevo el cabello. Y en cuanto pudo salió de la casa sin que nadie la notara, ya que sí alguien la veía salir, se lo iban a impedir. Claro que alguien en una ventana del segundo piso, la observaba, dejándola
ir. Albert no podía negarle ir a su trabajo, quizá, pensó, que Candy se distraía de aquello que la tenía de un modo... infeliz. Así que, no protestaría más.
Al llegar, Candy miró todo bajo control, el doctor Martin se había hecho cargo de al menos diez pacientes en lo que restaba del día. Ella lo observaba, resoplando para tomar aire, pero cuando vio que todo estaba bajo control y que el doctor no estaba
tomando whisky, esbozó una enorme sonrisa.
— Candy, has llegado —. Dijo el doctor sin dejar de mirar el vendaje que estaba haciendo a un niño no menor de cinco años. — Te has quedado dormida.
Candy se ruborizó un poco, pero asintió con la cabeza cuando el doctor la volteó a ver por encima de sus anteojos.
— Ya veo. Esta mañana se me olvidó comentarte que Albert ha venido a hablar conmigo. ¿Te ha dicho algo? — Espero una respuesta, pero al no escuchar nada, volvió a voltearla a ver.
Candy estaba sorprendida. No sabía si era obra de Albert para que ella no se preocupara por sus pacientes y el doctor Martin, para que accediera ir con él de vacaciones, o simplemente el doctor estaba mejorando cuando ella no se encontraba. Tal parecía
ser, que el doctor Martin podía alejarse de su alcoholismo si se mantenía ocupado.
Antes de que Candy lo ayudara, los pacientes preferían ir hasta la ciudad más cercana que entrar con ese doctor que se pasaba días ahogado de borracho. Para entonces, cualquier emergencia, hacía tener a Candy y al doctor Martin muy ocupados, sólo que
ella no se daba cuenta de esto.
— ¿Qué te pasa, Candy? — Preguntó el doctor.
— Nada —. Respondió ella saliendo de sus pensamientos. — Pero Albert ya me habló de eso.
— ¿Entonces has venido a despedirte temporalmente? —. Se rió él, mientras terminaba el vendaje del niño, el cual le sonrió amablemente — Listo. Para la próxima, ten más cuidado, pequeño.
La madre del niño le agradecía enormemente por haber curado la rodilla de su hijo, que se había lastimado al caer de una cerca. Al cerrar la puerta, la platica continuó.
— Doctor, ¿podrá usted estar bien sin mi ayuda? —. Preguntó ella tan preocupada.
— Claro que sí, Candy, ya me las arreglé hoy —. Le regaló una sonrisa enorme, de esas que hacían sentir a Candy un poco más tranquila.
— Yo... Lo lamento tanto —. Soltó ella de golpe un poco triste. — Me quedé dormida, y no pude ayudarlo, pero me siento tan feliz de haberlo hecho porque esto lo mantendrá ocupado y no pensará más en el alcohol. Tal vez, su rehabilitación sea yo alejándome.
Candy se puso a llorar. Estaba muy triste porque quizá ayudaría mejor al doctor Martin dejando el trabajo.
— Querida, Candy, siempre serás bienvenida aquí. Y no es por ti si dejó o no el whisky — se rió —, pero yo quiero que te tomes un tiempo para ti, eres muy joven, ve y vive tu vida.
Decía el doctor Martin con un tono de voz muy tranquilizador.
— Debes saber, que esto no es un adiós, aquí te necesitaré siempre, incluso, aceptaré si ya no quieres regresar. Pero le prometí a Albert que te cuidaría mientras estés aquí, y ahora quiero que tomes un descanso, un respiro y vuelvas a tomar tu camino
para que sepas qué es lo que en realidad quieres.
El doctor Martin finalizó regalándole una sonrisa a Candy para tranquilizarla.
Ella ya no lloraba más, pero sus ojos aún se veían cristalinos, sonreía para no desanimar a su doctor.
— Yo ya encontré mi camino, doctor Martin —. Informó ella.
— ¿No me digas que es esta sucia clínica? Porque si es así me deprimiré bastante —. Dijo él con un tono de voz divertido.
Candy se rió.
— No, es ayudar a quienes más lo necesitan. Por eso soy feliz aquí, haciendo felices a otros, no hay mayor satisfacción que esa —. Contestó Candy sonriendo.
— Mi niña, la vida nos tiene preparadas tantas cosas, que no te imaginas qué puede llegar a cambiar tu destino, tomarás más desiciones que te harán más feliz que esto, ya verás. Así que, anda a casa y ve con Albert, dile que todo esta arreglado para que
salgan de vacaciones en cuanto sea diciembre —. Finalizó el doctor.
Candy se fue al cabo de un rato, atendió a más pacientes que llegaban con alguna urgencia, pero ya no estaba tan triste de fallarle al doctor Martin, había quedado muy feliz por todo eso que le dijo, además era cierto que no tendría tiempo si tenía más
trabajo y así dejaría de tomar.
Al llegar a casa de nuevo. Candy gritaba muy contenta el nombre de su amigo, quería hablar con él pero en lugar de Albert apareció George. Con esa cara tan seria y de un porte engreído de siempre, se acercó a Candy.
— El señor Ardley tuvo que salir de emergencia a la ciudad, volverá en tres días —. Informó.
Candy se regañó. Se había molestado con él por una tontería, y tendría que esperarlo tres días para poder disculparse.
Dorothy acompañaba siempre a Candy en las noches, cuando no le tocaba ese doble turno, las dos se la pasaban horas platicando de lo que les había pasado en el día, para Dorothy, al principio era muy incomodo, ya que sus ordenes eran otras, tales como
vestir, peinar, lavar y maquillar a su jefa. Pero Candy era exigente con lo que le pedía, ser su amiga solamente y fingir todo en las visitas de la tía abuela.
Aquella noche, Candy sabía que iba a dormir tranquila porque su alma estaba cantando de alegría al saber que su doctor estaría bien y se recuperaría, ponía todas sus esperanzas en ello.
Ya habían pasado los tres días, que se suponía que Albert estaría ausente. Candy lo esperaba desde muy temprano en el comedor para tomar el desayuno antes de irse a trabajar, pero Albert no apareció, entonces pensó que volvería en la tarde y que para
el anochecer ya estaría en casa.
Tal y como lo había pensado, Albert se encontraba en su oficina hablando de algo con George, pero Candy no alcanzaba a escuchar mucho, además no le interesaba los asuntos de negocios, aunque sabía que algún día iban a hacer su responsabilidad.
George salió de la oficina, y esperó a que su jefa entrara para poder cerrar la puerta y retirarse.
Candy, no esperó ni un segundo y se echó a los brazos de Albert para abrazarlo con mucha fuerza, ya que lo había extrañado demasiado, y más sabiendo que él se había ido triste, enojado y quizá hasta contento de no tener que lidiar con la pecosa.
Albert le regresó el abrazo de igual manera mientras le decía que la había extrañado mucho.
— Albert, lo siento. Pensé que ya te habías puesto del lado de la tía abuela, para impedirme trabajar —. Comenzó Candy con su suave tono de voz, al mismo tiempo que se soltaban del abrazo.
— No te preocupes, y claro que no, jamás estaría en contra de lo que te hace feliz —. Respondió él regalándole una sonrisa sincera.
— Entonces... ¿A dónde iremos cuando comience diciembre? — Preguntó divertida.
— A Florida.
