Hola de nuevo queridas lectoras, las abandoné por mucho tiempo, pero ya estoy de vuelta, me alegra saber que les está gustando la historia, y ya pronto descubrirán qué pasó con los personajes, ahora sólo me estoy enfocando en Candy, después vendrá lo bueno. Espero les guste este capítulo, disfruten.


Capitulo 5: De vuelta a la realidad

Habían estado caminando por horas hasta que se hizo de noche. Los jóvenes amigos, se habían pasado la mayoría del tiempo riendo de las ocurrencias de Candy; a pesar de los años la rubia no había cambiado para nada, seguía siendo la misma niña dulce.

En una de esas, ya cuando estaban por partir de nuevo a sus respectivos lugares, Candy se detuvo frente a un Teatro, este tenía por nombre Rose Golden. La fachada, era muy elegante y las luces hacían una buena combinación, pues lo hacían destacar de entre todos los edificios que tenía al rededor. Lo que más llamó la atención de la rubia, era el enorme cartel de las próximas obras que se iban a presentar, estaba justamente arriba y lo alumbraban focos de un color blanco.

Candy trató de enfocar la mirada en el nombre de los protagonistas de la obra de teatro que se iba a estrenar el próximo diecisiete, pero no logró percibir los nombres, pero se había puesto un poco nerviosa, no quería seguir imaginando e ignoró por completo el cartel; dejando detrás de sí a ese teatro, siguió su paso.

Edward, la mayoría del tiempo, se pasó callado, su prima le había dicho palabras de motivación pero no podía seguir hablando con Candy, sus nervios lo delatarían de inmediato. Pero pensaba en ella, quería saber más de su pasado, quería saber cómo fue su vida antes de él… Pero era demasiado, pensaba.

Todos se dirigían al auto de Archie, pero antes de que Candy subiera, Edward la detuvo.

— Candy, ¿qué te parece si vamos al teatro algún día? — Preguntó el joven.

— ¿Al teatro? — Candy se había sorprendido.

No sabía qué responder, era una buena idea salir con Edward, pero no sabía si el teatro sería una buena "primera cita" si a eso se refería, hacia tiempo que no iba a uno, y era la misma razón siempre.

— Sí. Bueno, me preguntaba si sólo podríamos tu y yo —. Balbuceó Edward.

— No me gusta el teatro —. Contestó la joven con un tono frío.

No fue la respuesta la que dejó a Edward atónito, sino la fría respuesta, había jurado que Candy estaba un poco triste desde que habían salido del hotel, no reconoció esa mirada en ella, cuando la conoció se veía tan llena de luz.

— O podríamos salir a otro lado, para que conozcas florida y lo linda que es aún a pesar de que esté por llegar el invierno —. Edward insistió con más seguridad.

Candy sonrió.

— Debo pedir permiso para salir —. Ella le regaló una sonrisa enorme, y se alejó de él.

El joven ya no supo que decir, además ella se había ido para apartarse de él, no sabía qué pensar, ¿había sido algo que dijo?, además ¿era un sí o un no?

Candy sonrió, estaba jugando con Edward simplemente por lo nervioso que había estado, ella no era tonta, Edward había comenzado a interesarse en ella, entonces quería ser parte de ese juego, pero sin lastimarlo. Edward era muy buen muchacho, además de apuesto.

Al llegar al hotel, Candy entró a su habitación echando un suspiro muy grande, había sido un largo día, pero nunca fue lo que esperó. Encontrarse a los hermanos Legan le trajeron amargos recuerdos de toda su infancia y parte de su adolescencia, pero no sólo eran los maltratos hacia ella lo que la ponían triste, era todo, eso hizo que volviera al pasado y recordar a las personas que se fueron de su lado. Hacia mucho tiempo que no pensaba en ello, pensaba que ya estaba empezando a madurar pero se decepcionó de sí misma.

— ¿Qué está pasándome? — Se preguntó —. Necesito salir de aquí, pero no de este hotel, huir de esta familia.

Candy, estás pensando disparates, ¿dejar a Albert? No, debes ser fuerte, afrontar los problemas que implica estar con esta familia. Ah, pero ya estoy tan cansada, creí que no volvería a ver mi pasado, pero lo hice. Candy estaba dando vueltas al asunto.

— Muy bien, si el problema es estar aquí entonces saldré —. Dijo.

No habían pasado más de treinta minutos cuando habían llegado al hotel, y Candy ya pensaba en salir de ahí, tuvo una idea, algo que la haría sentir bien, salir del hotel por la ventana, además Albert ni siquiera había llegado, el único problema sería la tía abuela, pero eso le dejó de importar, igual haría un escándalo y tan sólo la idea le causo risa.

La habitación de Candy estaba en un segundo piso, pero eso no era un límite, lo que le impedía bajar, era que había un jardín y los huéspedes se relajaban ahí, donde tomaban té, y aunque ya era de noche, había muchas personas ahí. Entonces optó por usar la puerta principal, lo cual era aburrido.

— Era mi oportunidad para volver a sentir un poco de adrenalina —. Candy se rió.

Tomó un abrigo ya que estaba comenzado a soplar el viento. Candy cerró la puerta con sigilo y salió corriendo de ahí en cuanto pudo.

Ya estando fuera del hotel, se sintió un poco aliviada, pues nadie le impidió el paso, no había notado lo bonito que era el lugar en donde se encontraba hospedándose, pero todo era por lo frustrada que estaba y de que seguía pensando que quedarse en un hotel era mala idea, pero no podía hacer nada.

Comenzó a caminar y recordar el camino que era para llegar al centro de la ciudad, sabía que no era correcto salir a altas horas de la noche pero quería distraerse de sus malos pensamientos, además, ¿cuándo volvería a Florida?

No era mucho recorrido del hotel al centro, y Candy quedó deslumbrada al ver lo hermoso que era de noche, el juego de luces era estupendo y pareciera ser que no había problema alguno al rededor, todas las personas que pasaban ahí sonreían, las parejas se besaban e incluso había actores ambulantes, lo cual le llama mucho la atención.

— ¡Vaya, vaya! Candy Ardley de Chicago, ¿verdad? —. Dijo una voz femenina detrás de la rubia.

Candy salto de sorpresa, no esperaba que nadie la conociera en Holmes, entonces soltó un leve grito, hasta que vio la cara de la joven.

— ¿Karen? Karen Klaiss, eres tú, ¡qué gusto! — dijo Candy.

— ¿Qué hace una dama de tu posición aquí? — Preguntó Karen más maliciosa que curiosa.

— Estoy de vacaciones, ¿y tú, qué haces aquí?

— Se te olvida que soy de Florida, Candy —. Dijo Karen un poco molesta — En fin, de entre todos los lugares de América se te ocurrió venir aquí, ¿por qué?

— No fue idea mía. — Comenzó Candy — Fue idea de Albert, por asuntos de negocio y yo quise acompañarlo.

Las chicas comenzaron a caminar sin rumbo, hasta que Karen la invitó a un café que quedaba cerca.

— Bien, ¿me decias, Candy? — Dijo Karen.

— Verás, vine aquí por Albert, ya has de saber algo de él, ¿no?

— Eso creo, sólo lo conozco por las notas de los periódicos, Candy. Es una suerte tener a alguien así a tu lado, ¿no? — Karen esperó la respuesta.

— No, no digo que sea malo, pero Albert es más que sólo millonario, es una persona increíble y ha hecho tantas cosas por mí, incluso antes de que yo supiera quien era realmente.

— Ya veo, igual es muy interesante. — Se dibujó una sonrisa divertida pero maliciosa la vez en la casa de Karen.

Candy se sintió un poco avergonzada por haber hablado de más, tal vez Karen no era la mejor persona para comenzar a hablar de Albert, y tampoco era el lugar adecuado.

Después de un rato, se había echo media noche, lo cual preocupaba a la rubia, ya que sus intenciones no eran quedarse mucho rato fuera, además, podría ser que la tía abuela ya la estuviera buscando. Candy se estaba imaginando lo peor, y por esa misma razón no ponía atención a todo lo que decía su acompañante. Karen, por otro lado no se percató de esto, ella estaba acostumbrada a ser el centro de atención, y creía que la joven rubia ponía toda su atención en ella, ya que Candy le parecía una persona muy educada.

Karen hablaba y hablaba de cosas que para ella eran muy interesantes, pero Candy comenzó a preocuparse demasiado, tenía miedo de todos los peligros de la ciudad a altas horas de la noche, miraba por una ventana y notó que no había nada de gente, si a caso una que otra alma.

— Karen, ¿qué haces aquí? — Candy. Preguntó esperando respuesta, puso cara seria e interrumpió a la actriz.

— Ya te lo dije ¿no? — Respondió Karen molesta.

— Me pregunto, ¿qué hacías aquí antes de encontrarte conmigo? Digo, estar sola de noche es peligroso — Dijo Candy mostrando su preocupación.

— Soy una actriz, señorita Ardley, por si no lo sabes he contratado a varios guardaespaldas, ya sé que es exagerado pero me gusta. — Ahora la joven sonrío. — ¿Por qué preguntas?

— Porque yo estaba sola antes de venir aquí. — Contestó la rubia.

— Debiste haberlo dicho. Si quieres puedo escoltarte hasta tu casa —. Ahora, la actriz sonaba considerada, pero su frustración era evidente. — Pero no quiero que te vayas, aún es joven la noche.

— Lo siento, debo irme.

Candy se levantó de su asiento y le dio la espalda a Karen.

— Ah, pensé que querías saber sobre Terry. — Karen dijo con voz seria.

Fue como si alguien le hubiera echado un balde de agua fría a la pecosa, y un millón de recuerdos llegaron a su mente como bombas.

— Terry. — Candy susurró, tenía la mente en blanco y la mirada perdida, aún seguía de espaldas a Karen. Pero tomó fuerzas y dijo: — Lo siento, tengo que irme, Karen.

Candy no dio vuelta atrás, dejó a una actriz enfadada y muy avergonzada. Durante su camino sólo pensaba en como evitarse un encuentro con ella de nuevo; Karen no era mala persona pero sólo quería alardear sobre su vida y hacer la vida de los demás miserable, como trató de hacerlo con la mismísima Candy.

— No puede ser, Karen habla demasiado e incluso quiere hablar de lo que no sabe. Pero bueno, eso me pasa por salirme. No lo hagas de nuevo Candice White. — La joven se regañaba. — Vamos, Candy, no pienses, no pienses.

Se detuvo a tomar un poco de aire, cerca de un edificio que parecía estar abandonado. Pero comenzó a llorar, no lo había echo desde hacia muchísimo tiempo, pero no lo contuvo más, quizá eran todos los sentimientos que había reprimido desde que había regresado a vivir a Lakewood.

— Candy, ¿por qué lloras?

¡Vaya! más sorpresas.

Candy soltó un grito de terror ya que no había reconocido al hombre que la llamó tan dulcemente, por un momento creyó que era Albert, pues él siempre aparecía en las situaciones más difíciles. Pero no, volteo y vio a Edward Foster, era tan alto y con su cara tan angelical, dejó a Candy deslumbrada, se limpió el rostro y le regaló una sonrisa llena de vida.

— Edward, lo siento, no lloraba… por cierto, ¿qué haces aquí? — Preguntó Candy un poco más tranquila.

— Daba un paseo nocturno, es normal, y más porque en mi casa las cosas se están poniendo feas. — Edward explicó a Candy, lo cual la dejó confundida.

— ¿Estás bien? — Preguntó de nuevo.

— Completamente. Pero déjame preguntarte, ¿qué haces tú aquí? No es normal que una dama este afuera de noche, podrían pasarte cosas malas, Candy —. El joven mostró su preocupación.

— No, aún no me ha pasado nada. Soy una chica fuerte, Edward, no sé si lo recuerdes. — Candy soltó una risilla.

Edward, puso una cara de idiota cuando la joven rubia hacía eso, no había cosa más perfecta que la sonrisa de Candy, la cual se combinaba con esos ojos verdes.

— No hagas eso, Candy. — dijo.

— ¿Hacer qué? ¿Escaparme de mi tía abuela? — Candy volvió a sonreír.

— No, es que, cada que sonríes pareciera ser que todo está bien y yo estoy en un mondo solo contigo. — Contestó él con voz aterciopelada mientras se comenzaba a sonrojar.

Candy no sabía qué responder, pues nunca se imaginó que Edward realmente sintiera algo por ella.

— ¿Qué quieres decir, Edward? — Preguntó confundida —. Entonces, ¿no te gusta mi sonrisa?

Ahora la chica parecía divertida y volvió a sonreír, pero ahora acompañada de una carcajada.

— Me encanta —. Contestó él. — Luces más hermosa cuando ríes.

La joven se sonrojó un poco.

— Ven, Candy, vamos a llevarte a tu hotel —. Dijo Edward ofreciendo su brazo.

Candy lo tomó con desconfianza, y se preguntaba quién era el verdadero Edward, si el chico tímido que conoció el día de su fiesta, o este joven simpático y caballeroso. Estaba un poco confundida, pero no iba a preguntar nada, no sabía qué Edward le gustaba más. O simplemente, Edward como tal le gustaba.

— Todavía no me respondes, Candy, ¿qué haces aquí? — Edward preguntó esta vez más serio.

— Quería salir, eso es todo, no me gusta mucho estar encerrada. — Explicó Candy.

— Disculpa mi atrevimiento, pero, ya es tarde.

— Me encontré con una vieja amiga, pero el tiempo pasó demasiado rápido.— Explicó la rubia. — Además no esperaba encontrarla, ni tardar tanto.

Edward se quedó conforme con eso. Y todo el tiempo que estuvieron caminado, el joven volvió a ser tímido, como si se le hubiera acabado el tema, además parecía nervioso de nuevo. Entonces llegaron al hotel.

— Candy, fue una suerte encontrarte aquí afuera, sino estaríamos lamentándonos, especialmente yo, y antes de que pase cualquier cosa, quisiera invitarte a salir. — Edward habló tan rápido que no se entendió casi nada de lo que dijo.

— Disculpa, Edward, no entendí.

— ¿Podemos vernos en la mañana? — Preguntó.

— Yo… sí.

No era la respuesta que Candy quería dar, pero era tanta la insistencia en los ojos del joven que hicieron a la rubia rendirse. Ella no quería, sentía que Edward la confundía demasiado, entonces acepto por esa razón y por querer saber más de él.

El joven, estaba que brincaba de emoción, pero no movió ni un músculo, sólo se despidió de ella y le depositó un tierno beso en la mejilla. Candy no sabía ni qué pensar, estaba ya demasiado confundida, entonces entró al hotel y no quiso saber más del mundo.

Era ya 10 de diciembre, el tercer día de Candy en Florida, era una mañana muy cálida como siempre, se despertó ya altas horas del día ya que se había quedado dormida, como no era habitual que la familia se reuniera a desayunar en el hotel, no se preocupo cuando estaba ya despierta, hasta que alguien tocó la puerta. Annie entró por ella, regalándole una sonrisa.

— Annie, buenos días. — Saludó Candy.

— Hola, Candy… ya es un poco tarde, y la tía abuela está buscándote. Claro que no me lo dijo a mí, Archie me lo comentó, dice que está muy seria. — Dijo Annie con voz temerosa.

— ¿Qué querrá ahora? — Candy soltó la pregunta al aire.

Si bien era para asustarse, Candy no sentía temor una vez que bajó al jardín donde la tía abuela había estado tomando su té, sino que sólo se preguntaba qué había hecho esta vez, o si se había dado cuenta de que había salido.

Annie caminaba junto con ella, pero no decía nada, era como si algo le estuviera preocupando, o como si supiera lo que ya se avecinaba.

Candy miró que en la mesa del té estaba sentada la tía abuela sonriendo con su sobrina favorita, Eliza, y a un lado de ésta su hermano Neal, Archie también se encontraba ahí, pero no sonreía para nada, estaba apartado del grupo, hasta que alzó la vista y miró a su prometida y a Candy, sonrió para no preocupar a nadie. Las dos jóvenes se acercaron ahí y Candy saludó con la cabeza agachada.

¿Dónde está Albert? Se preguntó, ya que tenía dos días sin verlo.

— Buen día, Candy, toma asiento, necesito hablar contigo. Es algo muy serio. — Ordenó la tía abuela, quien inmediatamente borró la sonrisa cuando vio a la chica.

Candy obedeció y se sentó en el único lugar que estaba disponible: a un lado de Neal. Ella sólo ignoró su sonrisa llena de perversión.

— Necesito hablar a solas con Candy, los demás pueden retirarse. — Volvió a ordenar la mujer con voz ronca.

Las cosas se ponían más misteriosas ahora, qué era exactamente todo eso. Archie y los demás se retiraron como la abuela lo ordenó. Pero la sonrisa malévola de Eliza no se borró y soltó una risa que desagradó a Candy.

Una vez que se habían alejado lo suficiente la tía abuela comenzó a hablar.

— Como sabes Candy, ya estás lo suficientemente grande para saber que debes estar casada. Había prohibido a casi todos los periódicos locales que no hablaran sobre la hija adoptiva del señor Ardley, pero como lo sabes eso es casi imposible; apenas me había enterado de que se sigue hablando del tema, Candy. Estoy muy disgustada con tu comportamiento egoísta, desde que llegaste a la familia no ha habido más que desgracias. No pienso soportarlo más. — La señora Ardley comenzó a hablar y entre más decía palabras más sentía enojo hacía la rubia. — Y no me importa lo que digan tú y William, he arreglado una cita de matrimonio para ti.

— ¿¡Qué!? — Gritó Candy. — No puede hacer eso. No le concierne mi vida, ni mucho menos puede decidir con quién puedo casarme, ¿se le había olvidado el ultimo incidente con eso? Además, yo soy responsabilidad de Albert, no de usted.

— Claro que tengo derecho, tienes mi apellido por desgracia, y estoy harta de ti, además no puedo permitir que te cases con un cualquiera como tú. — La señora comenzaba a enojarse.

Candy comenzó a llorar.

— No me importa, no puede hacerlo.

— Ya lo hice, Candy. Y será está tarde, no quiero verte con esos trapos y mucho menos quiero saber que te escapaste. — Comentó la señora Elroy. — Retírate por favor.

Candy no había notado a los demás comensales, así que se limpió las lagrimas y dio media vuelta.

Ahora estaba de nuevo atrapada en una situación de la cual no podía salir fácilmente, y Albert no aparecía, ¿qué se suponía que debía hacer?

Continuará...