Hola, regrese, no tardé mucho en volver. Tengo los dedos un poco fríos de tanto escribir. Les dejo ahora el capítulo 11, algo donde se desatarán varios problemas para la mayoría de los personajes. Espero que me entiendan, por donde va esta historia. Espero les agrade. Muchas gracias por todos sus comentarios siempre los leo. Saludos.
Esperen por más, por favor, y no desesperen, esto tendrá un final como el que todas soñamos.
Capítulo 11: Un plan, dos planes.
En el mediodía del 15 de diciembre, Albert había llegado con una noticia espectacular para toda la familia; había comprado una casa de campo, esto con el fin de tener a toda su familia con la cuál esperaba pasar Navidad.
La tía abuela no tenía idea de los planes de su sobrino, pero no reprochó, sabía lo que William esta haciendo así que qué más podía decirle. Por un lado estaba contenta por que dejarían el hotel y Candy ya no sería más algo que vigilar. Además que ya no serían más el centro de atención.
Candy estaba que regentaba de alegría, por fin tendrían un espacio para compartir en familia, en Florida, se suponía que la casa era más pequeña que la mansión en Lakewood y mucho más pequeña que la mansión de Chicago. Así que supuso, que al fin serían una familia normal. Claro que no expresó esa idea frente a la tía abuela, sino un buen reclamo hubiera recibido.
Eliza y Neal siempre pasaban desapercibidos. Eliza sólo hizo una mueca, pues sabía que nada de ellos les iba a pertenecer, pero mientras estuviera la tía abuela, tendrían algo de protección al menos. Ya que Eliza se sentía menospreciada por Albert, a pesar de ser parientes, pero era obvio, él siempre había estado muy al pendiente de Candy, como lo hacía todo el mundo a su al rededor; por eso, ya no esperaba nada de él.
No pasó nada de tiempo para cuando ya estaban instalados, cada quien en sus habitaciones, y tal como lo había previsto Candy, era una casa más pequeña, en cierta parte era como siempre había soñado su casa… cuando se imaginaba una vida a un lado de Terry… y por un momento, se visualizo de nuevo así. Pero rápidamente sacó esa idea de su cabeza.
— Candy, debes sacar esos pensamientos impuros de tu cabeza … — Se regañó a sí misma golpeandose.
Annie y Archie, quien iban detrás de ella, cuando llegaron a la casa de campo, intercambiaron miradas. La noche anterior no habían sabido nada de ella, aunque sabían que iba a salir con Edward.
Se habían pasado hasta la tarde acomodando las pocas cosas que cargaban en su respectivas habitaciones. Annie y Candy decidieron compartir habitaciones por el momento (aunque la casa tenía muchas habitaciones), pues decían que era como estar de nuevo en su querido Hogar de Pony. Para eso la tía abuela les hizo un mohín, y Eliza y Neal se rieron como dos locos. Claro que a Albert le fascinaba la idea.
Como se había pasado toda la tarde dando un recorrido por toda la casa, a Albert se le había olvidado por un momento un asunto que había dejado pendiente; George, quien también estaba ahí, había recibido las ordenes de quedarse en la oficina por si algún inconveniente se presentaba.
Candy no sabía por qué Albert salía tanto, se suponía que las vacaciones eran para relajarse y alejarse del trabajo, para esto, la rubia entristeció, pues en cierta parte lo extrañaba mucho, aunque le estaba enormemente agradecida por todo lo que estaba haciendo… Pensaba que por algo había traído a la tía abuela, y no, no era para traer más problemas y que tuvieran algo qué hacer, sino para hacerla ver que Candy era un amor. El problema se presentó cuando ella llegó con sus dos sobrinos favoritos.
Era deprimente pensar, que aún a pesar de estar cerca y vivir juntos, Candy se sentía muy alejada de Albert.
— ¿Qué le pasa a Albert? — Volvió a hablar sola.
Sólo vio como Albert se alejaba en un auto con su chofer.
— Estoy segura que no es por trabajo, algo trae entre manos. — Dijo la rubia.
La casa de campo no quedaba muy cerca del centro de la ciudad como lo estaba el Hotel, así que era por eso que Albert iba que volaba en ese auto. No hacía mucho que se había vuelto a encontrar con Karen Klaiss, además, no fue una casualidad como la primera vez que se encontraron. Su segundo encuentro había quedado planeado, y es por eso que Albert volvió a salir sin avisar, ni siquiera a Candy le había informado.
Karen había quedado fascinada con él, le encantaba pasar las tardes con él, antes de los ensayos, y lo mejor de todo es que nadie sabía de dichos encuentros. No era que tuvieran mucho saliendo, pero a veces se veían dos o tres veces en un día, algo había crecido entre esos dos desde el primer momento en el que se vieron.
Además, Albert estaba interesado en una propuesta que según tenía Karen, ese era su motivo por el cual la vería ese tarde del 15 de diciembre.
Hace unos días Karen había descubierto una carta de Terry, ella lo leyó aun sabiendo que era correspondencia privada, y supo que algo estaba mal con él. Karen siempre lo había visto como un muchacho desastroso consigo mismo, y en el momento en que volvió al grupo, se compadeció de él, sabía que tenía problemas por culpa de Susana y desde entonces le fue muy leal, a pesar de que Terry no quería saber nada de nadie.
Karen sabía que él aun estaba enamorado de Candy en cuanto leyó la carta, un golpe bajo, tanto como para Susana como para Terry… Susana, decía Karen, era una torpe niña que sólo había traído desgracias por su estupidez, además, siempre había ganado los mejores papeles por ser una llorona, nunca por trabajo o esfuerzo.
Claro que Albert no sabía todo eso, Karen no era tonta, para nada iba a hablar mal de otra mujer frente a un caballero, eso era otro asunto que ella quería resolver frente a frente con Susana, independiente de querer defender a Terry.
Albert y Karen se frecuentaban en un café que estaba cerca del teatro en el que ensayaba el grupo Stanford. Y era hora de verse.
— ¿Qué era lo que querías decirme, Karen? — Preguntó Albert un tanto curioso, pues son había dejado de pensar en eso.
— Tu conoces a Candy, más que nadie, eso creo. Y yo conozco un poco a Terry… esto no te lo dije porque pensé que tomarías mala idea de mí — comenzó a decir Karen —, pero la otra noche, leí una carta de Terry…
Albert se sorprendió.
— Eso no se hace, Karen. — Le dijo el joven decepcionado.
— No, sé que estuvo mal, pero encontré algo. Siempre creí que Terry había dejado sus problemas atrás cuando regreso al grupo de teatro, pero supe que no fue así cuando leí el destinatario. Estaba su nombre calcado ahí, supe que Terry lo había escrito con tanta dulzura que lo pude sentir… — Karen esperó a que Albert dijera algo, pero no lo hizo así que continuó. — Era para Candy.
Albert no mostró ninguna emoción, pareciera ser que ya se lo esperaba, sólo cruzó los brazos y esbozó una sonrisa sarcástica… algo que nunca nadie había percibido.
— Entiendo tu punto hasta ahora, Karen. Sé que aprecias mucho a Terry, pero él y Candy decidieron estar separados. Yo no soy nadie para hacerlos sufrir otra vez. — Dijo Albert con tanta seriedad.
— Yo sé que tú harías cualquier cosa por Candy, y que más que nada te importa su felicidad. ¿O me equivoco? — Karen esperó de nuevo pero no obtuvo respuesta — Además, ¿qué haces aquí en Florida? Fue por ella.
— Claro que fue por ella, Candy tiene una de sus más queridas amigas aquí en Florida, y aproveché que estaba en negocios. — Albert sonrió satisfecho — No puedo hacerle pasar un disgusto así de grande, Karen, lo siento mucho; no puedo ser parte de tu plan malvado.
— ¿Plan malvado? — La actriz se había ofendido — ¿Lo ves así? ¡Pues no!
Karen había alzado la voz, tanto que llamó la atención de los demás comensales.
— De lo poco que he aprendido de ti es que odias a Susana Marlowe, tu quieres que Terry la deje. Candy no será el eslabón débil, y la conozco… Ella ya tomó su decisión.
Albert nunca había hablado con tal seriedad, no desde que Karen lo conocía. Pero la chica estaba que se moría de coraje, ese chico la había llamado malvada y por si fuera poco, era tan inteligente que dedujo todo tan perfectamente, como si Karen fuera tan transparente.
— No era mi intención hacer sufrir a Candy y Terry, al contrario, quería que se volvieran a ver. Es obvio que se aman, sólo un estúpido lo negaría. — Karen acusó a Albert, y fue su turno de sonreír con tal satisfacción.
Albert había caído en su juego, así que sonrió de contento.
— Como tu lo dijiste, no deseo otra cosa más que la felicidad de mi Candy, ella lo es todo para mí. Pero si estás tan segura de que ellos sólo se reencontraran y de ahí no pasara nada, te apoyaré en tu plan. — Concluyó el joven.
— ¡Hecho!
Albert sabía que no iba a resultar nada bien, tenía miedo de que Candy volviera a sufrir, y no sólo ella, Terry sufriría igual o peor, pero qué podía hacer… Algo le decía por dentro que las cosas debían ser así, que dejara que las cosas pasaran y ver lo que deparaba el futuro, pero no quería a Candy como las pruebas del destino. Pero ya había aceptado con Karen a crear un plan donde ellos dos se reencontraran. Si algo salía mal, Candy no se lo perdonaría jamás.
Al finalizar su charla, ambos quedaron muy satisfechos con su dichoso plan. Y esperarían el 24 de diciembre con muchas ansias.
La tía abuela se había vuelto a encontrar con su amigo Hoffman para las tardes a la hora del té, se había vuelto una relajante rutina.
Y esa tarde Eliza interrumpió su paz.
Había entrado a la sala donde se encontraban los viejos haciendo un ruido que la tía abuela consideró como infernal, s quejó en voz alta.
— ¡Eliza! ¡Ese no es comportamiento de una dama!
— Lo siento, tía, pero estoy muy enojada. — Dijo la pelirroja ardiendo en coraje.
Eliza no se había fijado que ahí estaba el viejo Jeff sonriendo picaron, y en cuando lo vio sólo hizo su gesto más repugnante.
— ¿Qué hace ese hombre de nuevo aquí? — preguntó con repudio.
— Es mi amigo, Eliza, y ya te lo dije esa no es forma de hablar de una señorita, es una falta de respeto.
— No me molesta para nada, Elroy, sé que soy horrible, y más si lo dice una señorita tan hermosa como tu sobrina. — dijo el hombre mostrando sus amarillos dientes.
Eliza hizo una mueca de asco.
— ¡Qué horror! — gritó la chica — ¡Tía, esto es muy injusto!
Eliza no paraba de gritar, pues estaba totalmente emberrinchada.
— ¿Qué sucede ahora, Eliza? — preguntó con mucha tranquilidad la tía abuela, aunque en realidad no quería saber nada.
— Es Candy. — Contestó con odio. — Estoy cansada de que Albert nos trate a Neal y a mí como una sombra, como si no fuéramos nada. Todo por culpa de esa… de esa ¡Candy!
La joven hizo que el nombre de Candy sonara como una palabrota.
El señor Hoffman, quien estaba escuchando todo, soltó el té que se había metido a la boca, pues a su primera impresión, Candy no era una chica mala, así que se sorprendió mucho.
Eliza de nuevo le lanzó una mirada llena de asco.
— Perdón por meter mi nariz en sus asuntos, señoritas, pero debo interferir… Debes estar haciendo algo mal para sentir que no eres nadie — Le dijo el señor a Eliza.
— ¡¿Qué!? — y esa fue la gota que derramó el vaso. — ¡Yo no estoy mal! Sea un caballero y déjenos solas a mi tía y a mí, no me importa que sea un huésped.
El señor Hoffman obedeció las ordenes de Eliza, sin nada que decirle a la tía Elroy, pues sabía que no debía estar en un momento así, aunque en realidad, no esperaba que una jovencita le diera ordenes de una manera tan desagradable.
Eliza esperó a que el señor Hoffman cerrará la puerta para poder gritar de nuevo.
— Tía, no es justo que Candy se lleve toda la atención todo el tiempo. No es justo que ella si tenga que buscar un marido y nadie haga nada por mí. — Dijo Eliza con inmensa tristeza.
— Eliza, tú no eres una descendiente de los Ardley directamente. Por desgracia y capricho de William, Candy sí lo es. Es la única que heredará el apellido de los Ardley, por eso es mi deber encontrarle un buen partido, un caballero de sangre noble o que sea de buena familia. El señor Hoffman tiene muchos hijos y todos son muy ricos, se han hecho de su propio dinero y la riqueza que ya tenían ha ido creciendo. Pero esa estúpida chiquilla, arruina los planes. — Comentó la tía abuela con tal disgusto.
— Eso me ofende, yo podría traer riquezas a la familia Ardley como a la familia Legan, tía. — Dijo ella.
— Eso lo sé, pero no dependes de mí, ni de Albert. — Informó la anciana muy seria. — ¿Qué puedo hacer por ti, mi querida Eliza? Yo no puedo hacer nada.
— Yo sí… — Comento Eliza alzando la voz.
— ¿Qué planeas? — Preguntó con mucha curiosidad la tía abuela.
— Ya he encontrado a un hombre para mí, tía Elroy, y quiero que me des tu aprobación. Sí tú lo aceptas, prometo que jamás te pediré algo. — Propuso ella con mucha esperanza.
La tía abuela Elroy ya sabía de que se trataba todo, y también sabía de quien se trataba, ya había escuchado una vez que Eliza se había enamorado de un joven…
— No es problema que me pidas algo, pero como te lo dije antes, no dependes de mí. — Repitió la anciana con fastidio.
— Entonces ayúdame. Quiero hablar con su familia en cuanto antes, eso es lo que quiero, tía. Quiero que me ayudes a convencer a su familia para hacer nuestra riqueza más grande… además, es la oportunidad perfecta de arruinar a Candy. — Dijo Eliza con picardía, su veneno de nuevo estaba entrando en las entrañas de la tía abuela, la estaba convenciendo.
— ¿Cómo?
— Edward Foster y Candy se quieren, tía.
