Capitulo 17. Un encuentro feliz.
Terry ya se encontraba en Chicago; según sus instintos, y por lo poco que sabía de la familia de Candy es que ahí residían. Lo que no sabía es que, en esas fechas los Ardley, pasaban las fiestas en Lakewood. Entonces se llevó una decepción muy grande, cuando el mayordomo que ahí trabajaba, le informó que la familia de aristócratas no estaba por el momento.
El mayordomo miró una cara llena de disgusto en Terry, así que comentó:
— La familia Ardley se encuentra en su casa vacacional; es ahí donde reside el señor William.
Terry lo escuchó, y sólo sonrió en forma de agradecimiento y después se fue.
Él sabía que cerca del Hogar de Pony, existía la dichosa mansión de Lakewood, es ahí donde Albert vivía, ¿cómo pudo olvidarlo? Tomó sus cosas y salió disparado a buscar algún carruaje que lo llevará hasta allá, si mal no le iba llegaría en un par de horas.
Era día de Noche Buena, así que todos estaban un poco ocupados en el Hogar de Pony, la hermana María se encargaba de hornearles a todos un pavo, que había sido regalo de Albert, la señorita Pony y unos cuantos niños decoraban el hogar con adornos navideños para que todo quedara listo antes de que el invitado de honor llegara.
Ese iba a hacer el primer año en que el joven Albert pasaría Navidad en el Hogar de Pony; la sorpresa que se llevó la tía abuela Elroy al enterarse que sus sobrinos pasarían una noche muy importante lejos de la familia, cada día se lamentaba más que Albert fuera la cabeza de la familia, pero no podía hacer ya nada, ya era todo un hombre como para ordenarle qué tenía que hacer.
Mientras en el Hogar de Pony se sentía cada vez más el nerviosismo por tener semejante honor, según las madres, alguien había tocado la puerta.
En el patio trasero, los niños más jóvenes jugaban así que no sabían que pasaba a su alrededor, pero un muchacho de unos 12 años, reconoció al joven de pelo castaño y ojos azules.
En el porche de la casa, se encontraba parado Terry Grandchester, Jimmy pudo reconocerlo porque no había cambiado mucho desde que lo vio por primera vez, esa vez que llegó – también sin aviso- para conocer el lugar en donde había crecido Candy; así que se acercó a él.
—Tú eres Terry — Aseguró el muchacho.
—Y tú eres Jimmy, ¿o me equivoco? — Quiso saber Terry regalándole una sonrisa.
—Así es… ¿qué haces aquí? ¿De nuevo buscando a Candy? Ella ya no vive aquí, vive con el señor Albert…
—¡Jimmy! —Gritó la hermana María quien interrumpió al niño al ser un poco informativo.
La hermana María había abierto la puerta cuando Jimmy comenzó a hablar ya disgustar un poco al joven, aunque Terry después echó una carcajada llena de diversión, lo cual confundió un poco a la monja. Ésta le lanzó una mirada retadora a Jimmy y el chico sólo se despidió con la mano para volver a jugar.
—Lo siento mucho, Jimmy es… bueno, cree que puede hablar como un adulto ahora—. dijo la monja un poco apenada.
—No se preocupe, la verdad es divertido, aunque a decir verdad, me sacó de mis dudas —. Aseguró el joven con una sonrisa.
—Deberías entrar, Terry, hace mucho frío.
El hogar se sentía con una atmosfera cálida, era cierto que afuera hacía frío, no había parado de nevar hasta hace unas horas atrás, pero eso no impedía que se sintiera un ambiente muy feliz, incluso eso le agregaba un paisaje hermoso.
Terry dejó sus cosas cerca de la puerta, mientras la hermana María le preparaba un chocolate caliente, llegó la señorita Pony al escucharlo entrar; ella y los niños ya había concluido sus labores, así que ellos se retiraron a jugar afuera con los demás.
—Joven Terry—. Saludó la señorita con una radiante sonrisa.
—Señorita Pony, me da mucho gusto verla—. Terry devolvió el saludo.
Desde hacia tiempo que no se sentía así de contento, donde no tenía que fingir una sonrisa.
—A pasado el tiempo, Terry, ¿cómo estás? —. Preguntó la viejita.
—Ah… yo —Terry comenzó a titubear mientras recordaba la aparatosa discusión con Susana — estoy bien.
Ambas, la señorita Pony y la hermana María intercambiaron miradas, no muy convencidas del todo de la respuesta del joven actor que fuera del escenario era como toda persona normal; había mentido, pero ellas no le dirían nada, seguramente estaba sufriendo igual o peor que Candy.
Para terminar con la incomoda situación, la hermana María había llevado tres vasos llenos de chocolate caliente, e invitó a Terry a tomar asiento.
La señorita Pony se sentó enfrente del joven y tomó una gran bocanada de aire, eso significaba algo, así que Terry se puso un poco nervioso.
—Vamos a ser sinceros, Terry, no estás aquí por nosotras —comenzó a decir ella con la mirada puesta en su vaso de chocolate.
Esperó a que Terry dijera algo.
No lo hizo.
Ahora, la señorita Pony enfocó su mirada en él, sonrió llena de alegría para sus adentros mientras veía como Terry se sonrojaba un poco y no era por el cálido ambiente del hogar.
—Me alegra mucho saber que estas bien y que has podido llegar con bien hasta acá, pero dime, ¿por qué decidiste venir hoy? —. Quiso saber ella.
Y aunque la hermana María no decía nada, también quería saber, aunque pensaba que la señorita Pony se ponía a veces un poco divertida y eso la incomodaba a ella y al joven.
Terry miró a las dos mojas.
—Vine aquí buscando una respuesta.
—¿La has encontrado? —Volvió a preguntar la señorita Pony.
—Aún no, pero el día todavía tiene unas cuantas horas. Incluso pienso quedarme aquí hasta encontrarla. —Terry agachó la mirada por un segundo cuando notó que las dos monjas lo veían con atención.
—Candy no está aquí, pero vendrá cuando el sol se oculte. Me imaginó que estás listo para verla. —Informó la monja.
—Oh, en realidad, no es una sorpresa encontrármela, ya que la he visto en Florida.
—Eso lo sabemos, Candy nos visita muy seguido desde que vive en Lakewood. —Dijo la señorita Pony.
Terry esbozó una sonrisa al recordar a Candy.
—Terry, ustedes dos tienen muchas cosas que aclarar, después de todo, lo único que deseamos la hermana María y yo es que puedan hablar de eso con todo el mundo con sólo sonreír. Has venido hasta acá sólo por ella, y no te veo para nada feliz, supongo que no estás muy bien del todo, no quiero que te fuerces, pero este día puede estar lleno de sorpresas, deberías quedarte a pasar una bonita Noche Buena. —La señorita Pony le regaló una sonrisa.
—Claro, me quedaré esta noche. —Igualmente Terry sonrió.
Algo de lo que había dicho la señorita Pony era cierto, Terry no estaba bien por el momento, sólo por el amargo recuerdo que tenía de Susana, aparte que presentía algo muy malo también, por esa parte quería regresar de inmediato a New York.
Pero el clima tan cálido que se sentía en el hogar de Pony le ganaba más, estaba de nuevo cerca de Candy y por nada en el mundo debía irse de ahí, ni siquiera por Susana.
Su incomodidad era tal, que después de que la señorita Pony le ofreció uno de los cuartos que tenían disponibles, muy humilde, decidió salir a jugar con los niños.
Jimmy era el mayor de todos, aunque en realidad ya no pertenecía como tal al Hogar de Pony, le encantaba estar ahí, pues su padre no se molestaba en lo absoluto que se encontrara con sus amigos de vez en cuando, en especial en esas fechas decembrinas.
A Terry no le encantaba la idea de ponerse a jugar con niños, pero como Jimmy no era como tal un niño, dejó de lado esa incomodidad y se unió al ejercito que éste había creado para hacer una guerra de bolas de nieve (ese era un tema que los niños pasaban desapercibidos).
—Terry deberías ponerte enfrente de los niños mas pequeños, es tu deber protegerlos. —Ordenó Jimmy.
—¡Eso haré! — Dijo él alzando la voz para que sonara imponente, después sonrió.
Ambos eran el jefe de cada comando, así que después de dichas ordenes, ambos gritaron al unísono que la guerra comenzaba.
Había gritos y risas de niños y de un adulto que se divertía como uno, después de un rato todos comenzaron a atacar a Terry por ser el mayor.
Mientras el correteaba por todo el patio trasero, un carro lujosísimo llegaba a la entrada principal, del cual descendía un chiquilla rubia gritando de emoción el nombre de sus dos madres, desde que había llegado de Florida, sólo les había enviado cartas, esperando con ansías a que se llegara el día de Noche Buena, ya que como había decidido Albert, esa noche la pasarían ahí.
Aunque los planes de Albert eran que estuviera su familia con la familia de Candy, pero no pasó, la tía abuela se había puesto de nuevo como niña y su respuesta fuerte y clara fue un no, también ordenó que Archie y Annie se pasaran esa noche con ella, en la masión para seguir con los planes de su boda, ya que la madre de Annie también estaba de invitada en la mansión de Lakewood. A ambas señoras les repudiaba la idea de tener que cenar en una casa humilde.
Así que sólo llegaron Albert y Candy… y George por ordenes de Albert.
Candy gritaba por sus madres, quienes estaban en la cocina aun viendo la cena y preparando todos los últimos detalles.
—¡Candy! —Saludó la señorita Pony muy feliz a su amada niña.
—Señorita Pony, Hermana María, me da mucho gusto verlas.
Candy las abrazó a las dos al mismo tiempo llena de emoción, este gesto fue un tanto incomodo ya que ninguna de las dos ya tenía la misma fuerza física que Candy, así que la chica sólo se disculpó al oírlas quejarse de dolor.
—Candy, a nosotras también nos da mucho gusto verte, pero ¿dónde se encuentra el joven Albert?
—Ahí viene, él y George bajan los regalos para los niños. —Dijo ella.
Las monjas se miraron entre sí.
—¿Regalos? —Preguntó confusa la hermana María.
—Sí, Albert dice que se siente muy agradecido con ustedes así que tiene que agradecer él de alguna manera. Es muy bueno. Siempre piensa en los demás—Comentó Candy antes de que sus madres reprobaran la idea.
—Es demasiado, Candy. —Dijo apenada la señorita Pony.
—Para Albert no es nada, ni para mí, es sólo un gesto de bondad, sé que Albert no lo hace por nada a cambio. — Candy les regaló una sonrisa a ambas.
El joven Albert había entrado a la cocina interrumpiendo a las señoritas, así que en cuanto entró sólo saludó con mucho gusto a las madres de Candy, había pasado el tiempo desde que no las veía, pero siempre era muy grato estar ahí.
—Albert, Candy, por favor siéntense y tomen un poco de chocolate, antes de que sea la hora de la cena. —Invitó la hermana María.
Ambos así lo hicieron, luego George se les unió cuando terminó de acomodar los regalos debajo del árbol de Navidad que había sido decorado por los niños.
Después de tanta platica, a las monjas se les había olvidado por completo que Terry estaba ahí mismo, pero Candy no sabía nada en lo absoluto. Habían platicado por un rato de las vacaciones que habían vivido en Florida, Candy contaba sus anécdotas llenas de emoción como siempre.
A Albert como siempre, le parecía divertida la idea de ver a Candy así de feliz, aunque ella dijera que en el fondo siempre estuvo triste, sí le habían servido esos días fuera de la mansión de Lakewood, algo en él le decía que Candy había estado reparándose, pero por otra parte aún había algo que lo incomodaba desde la vez pasada.
Cuando él y su familia esperaban a los O´Brien, George le entregó un periódico como todos los días, había leído una pequeña nota en la sección de espectáculos; Albert siempre pasaba desapercibido esa sección ya que no le interesaba para nada, pero el título de la nota le resonaba… así que decidió leerla. En cuanto supo que se trataba de Terry, miles de ideas se le vinieron a la cabeza, sólo que quiso ignorar todo aquello y que sólo fuera imaginación suya.
La puerta de entrada pegó un golpe y detrás de ella comenzaron a entrar todos los niños riéndose a carcajadas por la maravillosa pelea de bolas de nieve que acababan de tener, por último, entró un joven riéndose también lleno de felicidad; aquella risa resonó en los oídos de Candy, así que su corazón se paralizó.
Debía ser una broma, Terry estaba ahí. Esa era su risa, su inigualable risa burlona que a Candy tanto le encantaba.
Pero era casi imposible que él estuviera ahí, así que se levantó de su lugar sin pensarlo y fue hasta donde estaban todos los niños y él.
Fue muy grata su sorpresa cuando ella lo miró a él, estaba ahí, sus oídos no la habían traicionado, realmente estaba ahí, el chico que amaba y que juró lucharía por él, estaba parado frente a ella, sólo que él aún no se percataba de ella, y mucho menos como lo admiraba.
Pudo notar que estaba feliz, como nunca antes lo había visto, contento y riéndose porque algo bueno había sucedido, rodeado de niños que lo abrazaban. Candy estaba sorprendida tanto que no podía pronunciar palabra.
Cuando se animó a hablar la primera palabra que pudo decir fue:
—Terry…
Ella sonrió y él por fin la miró.
