Capítulo 22: No siempre hay bondad


La velada estaba pasando de lo más común, Candy se había quedado parada en el balcón en el que, según ella, vería la luna como Terry le había dicho; no se había percatado de que estaba ya ahí mucho rato, pero luego de que nadie notara su presencia se tranquilizó.

Excepto alguien, alguien que sí la había estado buscando por toda la mansión, ese era Edward, quien había aparecido por detrás de ella con dos copas llenas de champagne, no tenía idea de si Candy tomaba alcohol pero pensó que sería bonito llevarle algo.

—Candy — la llamó él.

—Hola, Ed — Ella le regaló una sonrisa, luego miró las dos copas un poco escéptica.

—Supuse que te caería bien un trago — Ed le ofreció la copa con temor.

Para su sorpresa ella lo aceptó. Luego le volvió a sonreír, aunque no tomó ni un poco de esa copa.

—Gracias, Ed.

—¿Qué haces aquí sola? — Preguntó él lleno de curiosidad.

—La verdad necesitaba un poco de tiempo a solas, pero no te preocupes, me alegra que hayas llegado a hacerme compañía… y traerme algo de alcohol —Volvió a sonreír.

—No sabía que no tomabas —Ed agachó la cabeza de pena.

—Descuida, no me molesta en lo absoluto — ella soltó una risita.

Edward sabía a qué iba a hablar con ella en ese momento, sólo que se sentía de nuevo muy atemorizado, no podía decirle, ni siquiera sabía cómo tocar el tema del que, según él, era muy delicado. Había pasado unas horas en Lakewood y todo ya era muy extraño.

Él se afinó la garganta para prepararse y sacar lo que tenía que decir.

—Candy, la verdad es que no tenía pensado hablarte de estas cosas en tu propio hogar, es más, no pensé que estas cosas se tendrían que decir de esta forma, por que no sabía que iban a ocurrir — Edward parecía más misterioso ahora.

A Candy le llamaron la atención sus palabras, así que puso cara seria ahora.

Edward suspiró y continuó al ver que ella no decía nada.

—Anoche, tu tía abuela me propuso algo, que, a decir verdad, no me pareció mala idea — él volteó a ver a Candy, ella no hizo nada de nuevo más que levantar una ceja.

—¿De qué hablas? — Candy se hizo la desatendida.

—De que tu tía abuela pretende casarte conmigo — Edward dejó de verla a la cara para pronunciar aquellas palabras lo más rápido que pudo, no podía más con ese sentimiento.

Candy fingió sorpresa, pero, estaba todavía muy indignada, así que su reacción parecía real.

—¿Qué fue lo que le respondiste?—Preguntó ella con la mayor calma que podía.

Él de nuevo se movió de lugar para echar una vista al jardín que daba abajo del balcón en el que estaban, y luego, la miró a ella, esa mirada estaba llena de un brillo, que a Candy le parecía muy conocido, así que esperaba una respuesta que no le iba a gustar para nada.

—Le dije que no — él le sonrió un tanto aliviado.

Candy ya esperaba lo peor, pero al escucharlo decir aquellas palabras, se quedó más que sorprendida.

Todas las ideas que tenía de Edward estaban equivocadas, él no tenía sentimientos de enamoramiento hacía ella, como lo pensaba…

—Le dije que no porque yo sé que tu no sientes lo mismo — él no dejaba de mirarla. Y de nuevo le regaló una sonrisa, quebrada.

—Oh, Edward — Candy sintió pena y no le gustaba.

—Candy, no soy el típico hombre que aceptaría a una mujer solo por el hecho de que se la ofrezcan, yo quiero más que eso, y yo sé que tú también. No quiero atarte por el resto de nuestras vidas a un martirio. Casar a una pareja solo por dinero me parece de lo más despreciable que hay en este mundo de ricos. —Continuó él hablando, tomó una postura más seria.

—No sé qué decir, Ed — Candy estaba confundida.

Él, de alguna manera le estaba declarando sus sentimientos, pero aceptaba el echo de que ella no lo quería a él.

—Descuida, no tienes porqué decir algo, yo le aclaré todo eso a tu tía abuela, aunque no la noté muy convencida del todo.

—No, tal vez, no. —Candy recordó lo que Albert había dicho horas antes.

Según Albert, la tía abuela YA había confirmado todo, cuando Edward era quien ahora decía la verdad; cada vez más, Candy pensaba que su tía abuela era repugnante y metiche. A tal grado, de mentir, sabotear y demás cosas solo por obtener lo que quería: una buena reputación ante la sociedad.

—Lamento no haber dicho nada antes, Candy, pero no estabas — él le sonrió ahora.

—No, pasé la noche buena en casa de mis dos madres — Le comentó — Aun así me alegra que me hayas dicho todo esto, Ed, tuviste mucho coraje al hacerlo.

—Lo pensé por el hecho de que involucré sentimientos, Candy, y quizá, no te lo dije antes por miedo a que me rechazaras. A final de cuentas, fue así.

Él la miró de nuevo para ver su reacción y esperar su respuesta.

Candy sonrió apenada.

—Es muy lindo de tu parte que consideres a esta chica como la que te gusta, Ed, si es así — Ella sonrió para no demostrarle que estaba un poco apenada.

—Pues… al principio era así, Candy. Desde el primer momento en el que te vi, me imaginé una vida a tu lado, y creí que conforme fueran pasando los días tú te enamorarías de mí, pero fue muy difícil. Y aunque no lo creas, se que estas enamorada de ese actor, Terry.

Candy abrió los ojos como platos.

—¿Cómo lo…? Ah… no, yo… ¿qué? —Candy se puso sumamente nerviosa a tal grado de no saber pronunciar alguna palabra.

—Tú no lo notas pero eres muy obvia, al igual que yo. — Él le sonrió de forma burlona. —Aquel día de la cita en la heladería, pude notar tu mirada, como te sonrojabas sin razón, como sonreíste, incluso tu respiración cambió, y eso Candy, eso es amor. Tú estas perdidamente enamorada de él y por desgracia mía, él también de ti.

Ella no sabía qué decir, al parecer Edward sabía más de amor que ella misma, se había quedado sin palabras, y lo único que pudo hacer fue abrazarlo.

—Edward, muchas gracias — Ella lo miró y le regalo la más pura sonrisa que pudo dar.

—De nada, supongo — Él se encogió de hombros porque se sorprendió, su corazón estaba acelerado, pero supo que Candy le estaba por fin demostrando algo y eso al menos para él, ya era demasiado. —Yo… creo que, debemos terminar con esto de una vez, Candy.

—¿Con el abrazo?

—No, con la conversación.

—Yo creo.

—Supongo que esto no es un adiós, eh.

—No, por supuesto que no, tu y yo podemos ser amigos, Ed, es lo que llevo intentando varios días —Contestó Candy con cierto fastidio.

Edward soltó una risita.

—Lo siento; debí entender, pero no lo hice hasta que esto sucedió… estaba siendo un poco egoísta.

—Te disculpo — Candy sonrió.

—Bien, ¿qué te parece si esta velada me permites estar contigo? —Propuso él, ya sin ni un rastro de nerviosismo.

Candy lo pensó dos veces, pero al saber que ya habían aclarado todo, le hizo tomar la decisión más fácil. Además, después de eso, ya no tendría que hablar más con él acerca de ese tema, todo se solucionó, aun cuando ella no lo había planeado así. Edward, ahora le estaba empezando a caer mejor, aunque, siempre pensó que era un buen muchacho, era guapo y que algún día encontraría a una mujer que lo mirara de la misma manera en que él lo hacía, ver todas esas pequeñas cosas con amor.

Mientras ellos dos se bajaban para dar con los demás miembros de la familia; Eliza Legan estaba observándolos muy de cerca, si bien no había alcanzado a escuchar nada de lo que decían, para ella, ambos habían estado muy a gusto como para no pensar otra cosa más que se estaban coqueteando.

—¿Qué tienes ahora, Eliza? —Preguntó su hermano sin querer saber, solo lo hizo para fastidiarla, ya que él también la había estado observando.

—Cállate. Estoy cansada de que Candy siempre obtenga todo lo que quiere. Hoy la tía abuela ni siquiera nos ha hablado, ni siquiera nos recibió con regalos como años pasados. Estoy harta de esa niña.

—Tienes razón, pero no creo que haya sido Candy la causa de su distanciamiento.

—Oh, por favor, cierra la boca, Neal. Tú lo dices así porque esa estúpida siempre te gustó. Mírate, hasta a ti te logró cautivar, ¿me quieres decir qué es lo que tiene ella y yo no? — Eliza estaba perdiendo la cordura de tanto coraje que traía esa noche.

—No quiero discutir contigo Eliza, pero, al igual que tú yo detesto a Candy, eso que dices sólo fue un tonto enamoramiento — Neal se quiso justificar, cuando la realidad era que aún le dolía el desprecio de Candy.

—Por más que quiero venganza, a ella todo se le acomoda, es por Albert— Eliza gruñó — Si no fuera por él, esa Candy no estaría ahora aquí, gozando de toda la fortuna de los Ardley, ni nada de esto… Necesito pensar algo, no sé, alguna cosa para poder hacer que esa felicidad no le dure mucho.

—De verdad te estas volviendo loca, Eliza —Neal ahora parecía estar un poco asustado por las ideas tontas de su hermana.

—Si no me quieres apoyar en esto, te entiendo, pero por favor no te entrometas. —Dijo al fin ella con cierto coraje.

—A lo que me refiero es que ninguno de tus planes han funcionado hasta ahora, Eliza.

—¡No me digas! No lo había notado —Contestó ella con sarcasmo, y cada vez se enojaba más.

—Escucha esto, tonta, me he enterado de que Terry Grandchester abandonó a Susana Marlowe hace poco.

—¿Y? Eso es sólo empeora las cosas ¿no?

—Sí, obviamente sabemos que ese idiota inglés vino a revolcarse con Candy, los mismos periódicos lo dicen.

—¿Ah sí? —Eliza ahora ponía mas atención.

—Sé que no lees los periódicos Eliza, y por esa razón te lo estoy contando. Podemos sacar provecho de esto. —Dijo Neal usando ese tono áspero y grasoso de su voz.

—Tenemos que pensar en la manera de destruir a esos dos, ¿no? —Preguntó ella a su hermano con una sonrisa maliciosa.

Neal dejó la copa de champagne que traía en manos en una mesita que tenían aun lado, para sentarse y pensar en un plan. Ambos hermanos estaban un poco apartados de la familia Ardley y de todo aquel ser que podría arruinar sus planes.

Pero para no errar, ni que alguien se enterara de sus planes, Neal se llevó a su hermana a la habitación que antes les pertenecía, en aquellos años en los que iban de visita a esa mansión; según Eliza, nadie podía habitarla más que ellos, y aún conservaban una llave, como símbolo de nostalgia. Aunque nunca vivieron ahí de niños, a Eliza le gustaba estar ahí porque decía que era mucho mas elegante que su propia casa.

Entrar ahí de nuevo era clavarle una estaca en el pecho, pensó, pues todo eso, incluso más, podría ser de ella y no de Candy.

—¿Algún día pensaste que todo esto se nos arrebataría de las manos? — Preguntó Eliza con cierta tristeza en su voz.

—Siempre tuvimos lo que quisimos y todavía podemos tener más. Deja de hablar de esas cosas, Eliza, podemos obtener mayor beneficio si nos deshacemos de Candy de una vez por todas.

—Yo estoy cansada de que ninguno de mis estúpidos planes me hayan funcionado bien hasta ahora, necesitamos ayuda de alguien, Neal, pero ¿de quién? —Preguntó Eliza fastidiada.

Neal se pasó las manos por la barbilla mientras pensaba qué podían hacer.

—¡Neal! — Eliza gritó de repente.

Se le había ocurrido una idea, no tan espeluznante ni que causara daño físico (como Neal pensaba hacerlo), sino mas bien psicológico.

—Recordé mis planes antes de regresar a Lakewood; el tonto de Edward Foster podría ayudarnos y no necesitamos su aprobación, no directamente — Eliza le sonrió a su hermano.

Ambos hermanos se quedaron buen rato platicando, para planear bien aquella "broma" o más bien venganza hacia Candy, suponiendo que ahora las cosas no le iban a resultar como siempre, planeaban una buena estrategia para poder acabarla o al menos, acabar con su libertad, que era lo que más le importaba a Candy.


Continuará...

¿De qué planes hablan Eliza y Neal?