Capitulo 28: por ti, mi vida
Terry dio el último paso para bajar del barco que lo traía de Londres, ha decir verdad él creía que era el viaje más rápido que había hecho en toda su vida, pero al menos había sacado algo bueno de él, y aunque así fuera, fue un poco cansado.
Las molestias que le había causado su madrastra aún le seguían retumbando en la cabeza.
— Pelearé por la herencia, ya que el titulo te lo han otorgado a ti — Bufó ella resonando con su voz chillona y muy molesta.
— Si por mí fuera le daría todo hasta el apellido, pero es la voluntad de MI padre — Contestó Terry para salir de la habitación e irse de nuevo a America.
Lo último que escuchó fue cómo la señora gritaba su nombre, quizá para que volviera y pudiera gritarle las cosas que pensaba de frente, pero para el chico ya no había tiempo.
Las cosas con su padre estaban bien, pero no del todo, aún su salud estaba delicada y eso le preocupó en todo el camino, ¿qué debía hacer si algo se complicaba mientras él iba de regreso? Pero afortunadamente no pasó. Ningún mensaje fue enviado para él así que supuso que todo seguía bien.
Durante los días que pasó con su padre, Terry se sentía sumamente culpable de haber perdido la comunicación con él, pero tenía sus razones, razones que ahora le parecían estúpidas. Era muy joven y tonto para haber tomado las decisiones que lo llevaron a esta situación.
Él sólo escuchaba hablar a su padre, que para nada estaba molesto, de hecho le pareció fascinante la idea de perseguir sus sueños en lugar de, lo que para el duque de Grandchester pensaba era lo mejor, cumplir con sus obligaciones para con el titulo y su enorme riqueza. Claro que tampoco entendía las ideas de su hijo mayor, hasta que lo escuchó hablar ese día que llegó de América. Entendió que fue más valiente qué él, ademas conocía esa mirada que tenía Terry, estaba enamorado, y eso fue porque se reconoció a si mismo de cuando una vez amó a una actriz muy hermosa y elegante.
En cuanto miró el brillo de Terry en sus ojos supo de inmediato de quién se trataba: aquella jovencita de callos rubios y pecas en la cara. No hizo más que esbozar una sonrisa y aludir a su hijo por tal motivo. Pues sabía que desde que huyó del colegio San Pablo siempre fue pensando en ella. Y aunque las cosas no le salieron cómo planeó desde entonces, ahora estaban bien. Su padre aprobaba la relación.
— Padre, quiero casarme con Candy — Dijo Terry — Lo supe desde que la conocí. Te confieso que si no fuera por todo lo que pasamos, ella y yo ya hubiéramos estado juntos desde entonces.
Terry sonrió apenado, no sabía cómo le había tomado en tan poco tiempo tanta confianza a su padre, habían sido años de un enorme silencio, quizá era porque estaba muy delicado y no quería perderlo de nuevo, no lo sabía, pero quería dejar ese orgullo atrás, y todo era por Candy.
— Terrius, tengo algo para ti — Comenzó a decir el duque, quien se tuvo que levantar de su cama para poder alcanzar una cajita que tenía en una caja fuerte.
El joven lo miró extrañado, ¿un regalo? Nunca en su vida había recibido algo de parte de él, claro.
El duque de Grandchester le entregó una caja de terciopelo rojo, era sencilla pero Terry pudo notar que el broche era de oro y tenía grabado el nombre de su familia. Entonces supo que era, su curiosidad de todos modos lo llevó a abrirla. Miró dentro de ella un anillo precioso, con un diamante, que a su juicio era enorme.
— Era de tu abuela y antes de ella, de mi abuela, ha pasado en muchas generaciones, hijo, será sencillo pero el valor sentimental es lo que vale. Es tuyo, por ahora — Le dijo el duque a su hijo, luego le regaló una sonrisa —. Luego pasara a Candy, y yo espero estar para cuando nazca tu hijo, él luego pasara este anillo a quien ame y así sucesivamente.
El hombre rio por la ocurrencia y Terry lo siguió. Estaba feliz, ni siquiera sabía qué decir, pues no sabía que existía esa joya, y de verdad la añoró.
Luego de que terminaron de reírse, El Duque de Grandchester sacó de la misma caja fuerte una fotografía de sus abuelos, señalando la mano de su abuela, confirmando así que el anillo sí era antiguo.
— Me agrada Candy, hijo, por favor sé buen hombre, se lo merece.
— No tienes porque pedirme eso, papá. Yo la amo, y no me perdonaría si algo malo le llegara a suceder. Y ya me he separado de ella, era como sentir la misma muerte. — Comentó Terry aun temeroso por sus pensamientos.
— Descuida, te prometo que no será así. Como tu padre te doy mi bendición para casarte con ella… — Luego el señor hizo una pausa— Aunque sinceramente creí que estaría ella acompañándote.
— Digamos que no planee este viaje, tu mujer fue quien se comunicó conmigo. Al parecer no le soy tan indiferente como yo creía — Informó Terry.
— Ya veo —. Dijo el duque acariciando la barba. — Igual, yo espero recuperarme pronto de esto, me siento muy viejo, y quiero estar en tu boda, hijo.
— En cuanto vuelva a América le pediré a Candy su mano, nos casaremos en seguida — Dijo Terry entusiasmado.
— ¿Y si mejor nos vamos juntos? — Preguntó el hombre mayor.
— Oh no, no puedo pedirte que me acompañes en ese estado, padre. Por lo menos date un mes.
— De verdad está enfermedad me esta matando, pero de aburrimiento. Pero está bien, Terry. Haz lo que creas correcto — Dijo el duque — Y hay otra cosa de la que quiero hablarte, ¿puedes quedarte a cenar hoy aquí? Igual puedes tomar tu habitación de nuevo, para que no alquiles nada.
Terry dudó, pero qué más daba estar ahí solo por una noche, sería como en los viejos tiempos y solo de acordarse de sus travesuras a su madrastra lo hicieron sonreír, entonces aceptó.
Fue en esa cena y esa noche cuando el duque de Grandchester había dejado dicho que su herencia no se había movido para nada. De acuerdo, Terry huyó muy joven de su hogar, un escándalo así le hubiera costado muy caro a la reputación de su apellido en la sociedad en la que se movían. Para el duque esto fue muy doloroso, ya que nunca odió a su hijo por sus berrinches ni estupideces que cometió, al contrario, lo admiraba por eso, y aunque su mujer le insistía que debía quitar y despojar a Terry del titulo y de la herencia universal, no lo hizo. Y eso fue sólo un secreto hasta esa noche. El escándalo no surgió a mayores porque ni al duque ni a su esposa les convenía hablar de aquello, si alguien les preguntaba por el joven, sólo se limitaban a responder qué el había decidido irse a vivir a América por un tiempo.
Todo ese tiempo estuvieron en un perfil bajo, ya que las noticias que se habían echo populares en Estados Unidos, incluido el escándalo con Susana, jamás se supieron en Inglaterra, o al menos eso creía el Duque, ya que nunca escuchó nada hasta que Terry le contó, igual no le importaba mucho que alguien estuviera hablando de su familia, él creía que entre más le des importancia a lo que dice la gente más se lo creía y se haría más grande, comentarios siempre iban y venían. Para ese entonces, se sentía más tranquilo de que Terry hubiera también salido de su tormento.
Cuando Terry dejó atrás sus pensamientos, notó que la noche había caído, se tardó un buen rato en bajar del barco que no notó que se había puesto el sol; su idea no era quedarse en New York, y si mal no le iba estaría a tiempo para la boda de Annie y Archie al día siguiente, por lo menos a medio día calculaba él; y cómo le comentó a su madre por medio de un telégrafo cuando aún estaba en Londres, se verían en su departamento. Entonces decidió irse directo a la estación de trenes, pues no quería que el ultimo tren a Illinois se fuera sin él.
La estación no quedaba lejos, pero cómo ya no se podía dar ciertos lujos como antes cuando gozaba de la riqueza de su padre, le tocó ir a pie hasta allá y no en su auto. Él joven recordó que el día que conoció a Candy el venía dentro de su auto para encontrarse con ella, y claro que la vio, la vio con sus dos primos los elegantes.
El joven iba un poco entumecido, aunque fuera primavera, por la noche se podía sentir todavía ese aire gélido, entonces no le quedo de otra más que meter las manos a su saco, y como traía la cara hacia abajo porque le había llegado una brisa, notó que dos pares de zapatos se le habían encarado.
Terry había tomado la ruta de un callejón, que a primera vista no se veía peligroso, pero al ver a dos hombres parados frente a él con cara de matones, sintió un pequeño nudo en el estomago. Claro que ya antes había peleado, pero esa ocasión sintió algo extraño que no lo dejaba moverse, y fue el echo de que uno de esos dos hombres preguntó lo siguiente:
— ¿Dónde está la rubia?
Se inmovilizo por la pregunta tan repentina y no tenía ni idea de a que se referían, pero le dio pánico solo pensar que buscaban a su amada.
— Lo siento chicos, no tengo tiempo — Terry busco una salida fácil y sólo pudo pronunciar aquellas palabras.
El mismo hombre lo tomó de un brazo y lo giró para encararlo, Terry ahí supo que eran fuertes y sintió el latir de su corazón acelerado. Sus manos también sudaron pero no dejo mostrar miedo alguno.
— ¡No sé de qué me hablas! — Terry se soltó.
— Lo sabes perfectamente, buscamos a la chica… Rubia, de ojos verdes cual esmeraldas — El segundo hombre hablo con voz rasposa y un tono burlón en su voz — ¿Cuál era su nombre? ¿Candy?
Los dos hombres se voltearon a ver entre ellos y soltaron una carcajada.
— No lo sé, no la conozco — dijo Terry con un hilo de voz.
Él quería parecer fuerte pero su miedo, al saber que sí buscaban a Candy hizo que su voz lo delatara.
— Tú eres justo como te describieron, eres él, el del afiche — Dijo de nuevo el primer hombre, mostrando la cara de Terry en un dibujo donde promocionaban una de sus obras anteriores.
Terry miró el póster, y luego lo miro a él, y cómo no quería empezar un revuelo ni una pelea, ni mucho menos salir herido, corrió para el otro lado del callejón.
Desgraciadamente otros dos hombres lo detuvieron. Uno de ellos lo ató de manos por detrás, y otro sólo le soltó un golpe en la cara, dejándolo cabizbajo, su nariz empezó a sangrar, y el golpe había sido tan duro que no escuchó nada por unos segundos. Terry sólo pensaba en Candy, que no la hubieran agarrado antes y que sólo querían jugar con él para atormentarlo.
— ¿Creíste que podías escapar? ¡NO! Queremos a la chica, sólo dinos dónde está y probablemente salgas vivo de esto — Dijo el primer hombre que lo acorraló.
— Eres estúpido si piensas que te diré — Contestó Terry.
Y aquellas palabras fueron suficientes para que los demás hombres se abalanzaran sobre él. Terry bien pudo poner resistencia, y lo hacía lo más que podía, pero ellos eran más y más fuertes; la idea de que le hubieran hecho algo a su amada le dama terror y no podía moverse.
Entonces todos dejaron de golpearlo cuando vieron que él no se movía. Pero seguía vivo, sólo dejó de luchar.
— Es inútil, no nos dirá donde está la chica — Dijo un hombre algo frustrado y cansado.
— ¿Y que vamos a hacer entonces, eh? ¿Dejarlo aquí? — Preguntó otro hombre con ironía — Creo que "el jefe" se dará por bien servido por lo menos con este. Además no nos pagó lo suficiente como para ir por la chica.
— ¿¡Qué es esto!? — Preguntó un joven flacucho con voz temblorosa.
Terry que aún estaba en sus cinco sentidos reconoció la voz chillona pero no podía identificarla con claridad.
— Jefe, es el hombre que buscaba, trató de huir y pues…
— No, idiota, no era para que lo mataran, ¿sabes qué puede pasar si se enteran que murió? No se cansaran hasta saber quién fue el culpable.
Entonces Terry, quien seguía en el suelo sin ganas de luchar, recordó aquella voz, esa voz de un joven que nunca pudo hacer nada por el mismo y que claro, tenía que recurrir a los más grandes para defenderlo, era el cobarde y patético de Neal Legan.
Tan sólo escuchar la estupidez que acababa de decir fue más que suficiente para que Terry recobrara la fuerza y en cuanto pudo y sin aviso se abalanzó contra él; le estaba apretando el cuello con sus brazos.
— Me sorprende que seas la mente maestra detrás de todo esto, Neal. No pensé que fueras tan inteligente. — Dijo Terry al oido del chico.
Neal estaba muerto de miedo, jamás pensó que Terry lo detuviera con rapidez y ni siquiera se había asegurado si estaba muerto o no.
— Terry… tranquilízate, por favor… Todo esto es un malentendido.
Neal fingió esa última voz temerosa, si bien sí le dio miedo estar al borde de la muerte por asfixia, con una de sus manos hizo un gesto para que uno de sus hombres apuñara a Terry por uno de sus costados, esto hizo que el joven inglés cayera al suelo inconsciente.
Ya era más de media noche y Terry no aparecía. Los que si llegaron a hacer su acto de presencia fueron los hermanos Legan, Eliza como siempre despampanante e hipócrita lo había sido con Annie otra vez y sólo la felicitó, Neal ni siquiera fue capaz de pronunciar una palabra. Directamente se fue al área donde se encontraban las bebidas, y Candy pudo notar que se encontraba sumamente nervioso que ni siquiera le pudo sostener la mirada.
Para esas horas Albert había vuelto con Eleonor Baker. Fue la sorpresa de la noche, y ella explicó a los novios el plan de Terry, aunque ella también desconocía el paradero de su hijo no se preocupó mucho ya que sabía lo impredecibles que solían ser los viajes en bote, aunque en realidad no quería decirlo en voz alta, le estaba dando un poco de miedo.
— ¿Cómo estás, querida? — Preguntó Eleanor a Candy.
— No le voy a mentir a usted, no dejo de pensar en Terry — Contestó ella sumamente desanimada.
— Candy, si te soy sincera yo no estaba preocupada hasta que te vi aquí — Empezó a decir Eleonor — Me asusta un poco, pero no podemos irnos de aquí, sería una falta de respeto.
— Lo sé, pero está angustia me está matando. He tratado de ser fuerte el día entero, pero mi corazón me dice que algo está mal — Candy no lo soportó más y comenzó a llorar sin consuelo.
— Cariño, todo está bien. — Eleonor la tomó de brazo y la sacó de ahí antes de que todos se dieran cuenta.
La llevó a la salita de estar dentro de la mansión.
— Candy, si tu prefieres irte nos iremos, pero necesito que estes tranquila. Yo hablaré con Albert.
— Descuide, señora Eleonor, lo vi todo. No las dejaré irse solas — Dijo Albert quien entró detrás de ellas.
— Muchas gracias. Nos cambiamos y nos iremos.
Dicho esto último, Candy se fue a quitar el vestido de gala y se puso lo más sencillo que encontró, no podía un minuto más con su alma, y que su mejor amiga la perdone e igual Archie, pero algo no estaba bien y tenían que encontrar al chico que ella amaba.
Albert, para no hacer más alboroto, sólo le dijo a Archie de la manera más sutil que encontró, era obvio que le pidió que no le dijera nada a Annie y que si preguntaba por Candy, dije que ella ya se había ido a dormir. Archie se quedó preocupado, más por Candy que por nadie más, pero igual le parecía algo muy cruel si algo le había pasado a Terry, por fin había sentido un poco de empatía por él y rogó a Dios que no le hubiera pasado nada malo.
Albert, Eleonor, Georges y Candy, salieron en el auto para la estación de trenes rumbo a New York, cómo nunca llegó a Illinois, supusieron que su última ubicación pudo ser ahí o en el mejor de los casos es que el barco no había llegado aún. Con todo ese asunto de la Guerra que aún estaba a flote, Candy temía que el barco pudo haber sido secuestrado…
Se estaba imaginando el peor de los escenarios y nada más fuera de la realidad.
El día de lo que sería la boda de Annie y Archie, Terry despertó dentro de una cabaña, supo que estaba justo en una playa porque podía escuchar las olas muy cerca suyo, ademas de que hacía un calor húmedo insoportable, y a eso le sumó que estaba hirviendo en fiebre. El joven dio una ojeada al lugar y se detuvo en una señora que estaba sentada junto a él que estaba dormida; el chico pudo ahogar un grito, no sabía lo que estaba pasando y mucho menos sabía qué estaba haciendo ahí, sin más que su ropa interior puesta y un vendaje que le rodeaba todo el torso.
Una joven que iba entrando con una vasija llena de agua, soltó un gritó de terror al mirar a Terry despierto. La señora a un lado de él se despertó de un susto.
— ¡Mamá, ha despertado! — dijo por primera vez la joven después de que se le pasó el susto de su vida.
— Lo siento, joven, creíamos que no pasaría la noche — Dijo la señora dirigiéndose a Terry.
— ¿Dónde estoy? — Preguntó Terry haciendo una mueca de dolor al lastimarse la herida del costado que tenía.
Las dos mujeres se miraron, no sabían cómo comenzar a describir la historia
Continuara…
