Pareja: Tom y Draco
Tropo: romance tóxico, diferencia de edad
Aviso: AU sin magia. Y aviso también de que para mí, un hombre de 35 con un chico de 17 es abuso en la vida real. Como dice una amiga muy sabia: si no tiene edad para ser tu amigo, tampoco para tener sexo con él.
¿Cuál es el límite entre la admiración y el romance? Esa sensación de deslumbramiento al conocer a un hombre inteligente y culto. Guapo, maduro, increíblemente bien vestido. Y que lo seguía con la mirada de una manera…
— No me gusta ese hombre.
— ¿Qué hombre? — preguntó Draco, distraído porque estaba observando al grupo de profesores que comían en una mesa cercana.
— El profesor Ryddle. No me gusta como te mira.
Volvió su atención a sus dos amigos, que le contemplaban con preocupación.
— ¿Cómo me mira?
Pansy hizo una mueca molesta y fue su mejor amigo el que respondió.
— Te mira como si quisiera empotrarte contra la pared.
— ¿Y?
— ¿Cómo que y? —saltó Pansy, nerviosa— eres su alumno. Eso está mal. Y es bastante asqueroso. ¿Cuántos años tiene? ¿cuarenta?
— Treinta y cinco.
— Te dobla la edad. Es inapropiado y alguien debería llamarle la atención. Creo que voy a ir a hablar con el director.
Draco se inclinó hacia delante y agarró a Pansy por la muñeca. Su expresión denotaba molestia, un grado de molestia que sorprendió a sus amigos.
— No te metas.
— ¿En dónde no debemos meternos? — cuestionó Blaise lentamente, tratando de que su voz sonara calmante.
— Deja a Tom en paz.
— ¿Desde cuándo es Tom?
Su amigo no respondió, solo apretó los labios y volvió a su comida. No podía contarlo, no era idiota, sabía que era inadecuado, sabía que la gente no lo entendería. Por nada del mundo arriesgaría la carrera de Tom, sabía cuán importante era para él.
Ellos no lo entenderían, no entenderían lo especial que Tom le hacía sentir. Además, lo respetaba, lo suyo era meramente platónico. Y no porque Draco no hubiera intentado varias veces llevar las cosas más allá, si las paredes del despacho del profesor Ryddle hablaran contarían que le había parado los pies en más de una ocasión. Siempre con la misma frase: no aquí y no mientras seas menor de edad.
Cuando comenzaron a organizar la fiesta de graduación, Draco inventó una mentira. Les dijo que como la graduación coincidía con su cumpleaños, sus padres querían hacer un viaje los tres juntos y saldrían esa misma tarde, después de la ceremonia en el colegio. La verdad era que había una cena, porque cumplir los dieciocho siendo un Malfoy no era cualquier cosa, era convertirse en el heredero de un imperio, pero luego había convencido a sus padres de que la fiesta de graduación con sus compañeros era lo más importante del mundo y conseguido que la gran celebración que su madre planeaba se pospusiera un par de días.
La verdad, la gran y desnuda verdad estaba en la suite de un hotel mientras sus amigos celebraban. Un hotel caro, champán y fresas con chocolate y un hombre que, definitivamente, le miraba como si lo quisiera devorar.
Estaba nervioso. Había pensado muchas veces en cómo sería su primera vez, fantaseado con la experiencia. Y cuando estaba nervioso, Draco hablaba. Mucho, su madre decía que era un defecto Black, tener incontinencia verbal cuando perdían los nervios, algo que a su padre le sacaba de quicio. Parecía que a Tom también, porque Draco no paraba de hablar, contándole los detalles de la graduación y la cena y a cambio su pareja bebía champán y trataba de hacer avances.
Cuando lo mirara con retrospectiva, se daría cuenta de lo incongruente de la situación, de él hablando sin parar mientras Tom le besaba el cuello y metía la mano bajo su ropa acariciarle con dureza los pezones, como si el hecho de que fuera un día más viejo eliminara todas las barreras, como si una cifra cambiara la situación y ya todo fuera válido. Pero en ese momento, la cabeza de Draco no estaba en eso, estaba en modo colapso nervioso.
El colapso se vio interrumpido por un mordisco. En el cuello, a la par que los dedos que retenían uno de sus pezones lo retorcía con crueldad, dos gestos que de sensuales no tenían nada. Eran propietarios, otra cosa que Draco no vio en ese momento.
— ¡Ay! — saltó, tratando de alejarse.
Mas Tom no solo no se detuvo, sino que usó la mano libre para sujetarlo por la cintura.
— Me haces daño.
— Si eso hace que te calles…
Volvió a morderle y esta vez Draco se removió con más violencia, usando el codo.
— ¿Qué demonios, Draco? — protestó Tom, soltándolo cuando el afilado codo del muchacho se clavó en sus costillas.
Draco se puso de pie y se alejó para mirarse el cuello en el espejo, donde un moretón que no dejaba lugar a dudas comenzaba a resaltar sobre la piel blanca.
— Mi madre me va a matar.
Tom se puso de pie también y se colocó tras él delante del espejo. Lo abrazó con propiedad por la cintura y para que a Draco no le cupiera lugar a dudas de lo que quería en ese momento, frotó su notable erección aún vestida contra su trasero. Molesto, Draco trató de apartarse, pero Tom frunció el ceño y lo sujetó con más fuerza.
Sintió vértigo. No era esa la primera vez que había planeado, no había nada de suavidad, de mimos, de intimidad. En lugar de eso había un hombre que lo miraba como si le debiera algo.
Fue a abrir la boca para tratar de decir algo que arreglara aquello, pero donde antes no podía callar, ahora no hallaba las palabras. Boqueó como un pez, abriendo y cerrando la boca mientras Tom comenzaba a desabrocharle los pantalones. Del vértigo al pánico el paso parecía muy corto a tenor de como le latía el corazón y le faltaba el aire cuando notó los dedos de su profesor bajo su ropa interior.
El sonido del móvil que había dejado sobre la mesilla resonó estridente en el silencio tenso de la habitación y sirvió para sacarle del trance en el que parecía haber entrado. Con una agilidad que estaba lejos de creer propia de él en ese momento, se revolvió, liberándose, y se acercó a coger el teléfono, aprovechando de paso para intentar abrocharse los pantalones con manos que temblaban, y no precisamente de excitación.
— ¿Blaise?
— Tu padre sabe que no estás en la fiesta.
— ¿Qué?
— Me ha llamado porque no contestabas a sus mensajes. La próxima vez que quieras que te encubra, deberías avisarme. ¿Dónde demonios estás?
— Vale, ahora voy.
Al otro lado de la línea, su amigo guardó silencio un momento y debíó de moverse, porque de repente el ruido de fondo de la fiesta dejó de oirse.
— ¿Estás bien?
— Creo que no. ¿En qué hospital?
Ese era su código, uno que habían decidido entre risas hacía años, cuando empezaban a tener citas a los catorce o quince años y uno de los dos llamaba al otro si era un desastre para que le rescatara.
— Voy a escribir a tu padre que localice tu móvil, pero eso llevara tiempo. No cuelgues.
— No no, yo voy, no pasa nada. ¿Estáis en urgencias?
— Ya he escrito a Lucius. Sigue al teléfono conmigo.
Draco se giró por primera vez hacia Tom, que se había sentado en una butaca y bebía champán con aparente calma. Le hizo un gesto que trataba de ser de resignación mientras recogía sus cosas y se las metía en los bolsillos antes de ponerse la americana, sin dejar el teléfono.
— ¿Le ha sentado mal algo de la cena o es que ha vuelto a beber demasiado? Pansy no tiene mesura — comentó con aparente frustración por haber sido interrumpidos.
— Lucius dice que está en un coche ya, a cinco minutos. ¿Puedes salir de ahí?
— Yo también espero que no sea nada, pero voy de camino igualmente, no voy a dejarte solo con el marrón de sus padres. ¿Estás en la sala de espera? — tapó parcialmente el altavoz del teléfono y se dirigió a Tom— Tengo que irme, Blaise ha llevado a Pansy a urgencias.
Tuvo bastante claro que Tom no le creía y por un momento temió que no le dejara marcharse, pero finalmente su profesor asintió.
— Ve con ellos.
— Gracias.
Le besó rápidamente y salió de la habitación. En cuanto estuvo en el pasillo, respiró hondo y echó a correr, sin paciencia para esperar un ascensor, la adrenalina disparada impulsándole hasta el coche que le esperaba en la puerta del hotel. El hecho de tener que darle explicaciones a su padre se quedaba reducido a un mal menor en ese momento al lado de la mirada depredadora de Tom en el espejo unos minutos antes.
