Capítulo IX

Shitennou

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"Debes saber que quien nos quiere no nos abandona jamás"

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Daban exactamente las 10 en punto, cuando salía de su clase de anatomía, la última clase del día. A esas horas ya casi no había gente caminando por los pasillos de la facultad, menos desde que habían comenzado los misteriosos asesinatos en la ciudad. Sin embargo, no había absolutamente nada en el mundo que le impidiera asistir a sus clases. Estaba agotada, las intensas horas de estudio le estaban pasando factura. Si a eso le sumaba lo poco que estaba durmiendo, el combo era explosivo. La noche era clara, la luna brillaba en el centro del cielo. Abrazó su libro con fuerza. ¿Por qué tenía esa extraña sensación?

De repente, sintió como si el aire se volviera denso, sintió que se le hacía difícil respirar. Otra vez esa sensación de que alguien la observaba, que alguien la seguía. Entonces, vio la silueta de una mujer al otro lado del pasillo. Le pareció extraño que llevaba un vestido largo hasta los pies, normalmente las personas no suelen vestir así para ir a la universidad. Se detuvo al verla. Quizás era sólo su imaginación, pero aquella mujer parecía desprender una poderosa aura, un aura especial. La mujer dio unos pasos al frente, saliendo de las penumbras. Entonces, pudo ver su rostro: tez trigueña, ojos achinados, color negro azabache, cabello largo y ondulado del mismo color. Su mirada penetrante la hizo sentir escalofríos.

-Hola. - atinó a decir, mientras sentía que sus rodillas temblaban sin razón. Pero no recibió respuesta alguna. La mujer esbozó una sonrisa que lucía algo macabra. - ¿Te ocurre algo? ¿Acaso estás perdida? - preguntó, con esa amabilidad que la caracterizaba, creyendo que era una estudiante más. La mujer apenas separó sus labios, como si fuera a dar un resoplido. Entonces, sintió como si el viento susurrara a su oído. "Mercuri... Mercuri..."

-Te encontré...- Ami se sorprendió. Dio un paso hacia atrás, como poniéndose a la defensiva.

-¿Quién eres tú? - preguntó, alarmada. La mujer volvió a sonreír. De repente, un remolino de viento comenzó a formarse alrededor de ella, haciendo que sus cabellos negros danzaran al compás. Ami se apresuró a sacar su pluma del bolsillo de sus jeans. Por alguna razón, acostumbraba a llevarla siempre con ella, aun en los últimos años, en los que nada había ocurrido. Era como si esperara que, de un momento a otro, algo pasara.

La mujer se apresuró, con un rápido movimiento de sus largos y finos dedos, hizo que la pluma azul desapareciera de las manos de Ami y apareciera en las suyas.

-Mira esto...- dijo con una sonrisa. - Es muy bonito... Dime, ¿qué harás si no puedes transformarte? - Ami frunció el ceño. Ella era astuta. Además, sabía demasiado. ¿De dónde había salido? ¿Cómo sabía su identidad secreta? La observó, notó su intención de atacar. La mujer estiró su brazo derecho hacia el frente, poniendo su palma de la mano hacia ella. Así, desplegó una poderosa energía oscura, que Ami, a duras penas, logró esquivar. Una vez más, la mujer volvió a levantar su brazo, para replicar el ataque, sin darle tiempo a reaccionar. Entonces...

-¡Halo dorado! - Ami abrió los ojos con sorpresa, creyendo reconocer aquella voz. Por unos minutos se sintió transportar al Milenio de Plata, en aquellos tiempos en que sólo era Sailor Mercuri.

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La lluvia caía sin cesar, parecía que los días eran todos iguales. Igual de oscuros, igual de tristes. Observaba la lluvia caer, recargada sobre el umbral de la puerta del templo, aun sin entender que era lo que estaba pasando. ¿Cómo era posible que ellos estén ahí? ¿Acaso no habían muerto a manos de aquella cruel mujer? Y, en todo caso, ¿por qué ellos no habían podido reencarnar como lo hicieron ellas? ¿Y por qué ahora sí? ¿O realmente eran ellos, no una reencarnación? ¿Entonces era él quien la estaba siguiendo desde hacía días, o semanas? ¿Había sido él quien le había regalado aquella rosa?

Los hombres estaban sentados alrededor de la mesa, mientras Rei y Makoto les servían té y algunas galletas, de las que la segunda había preparado para compartir con sus amigas aquella tarde. Ami observaba sentada sobre un futón que se ubicaba a un costado de aquella habitación. El silencio ya la estaba incomodando demasiado, sabía que debía darles una explicación, pero ni siquiera ella misma estaba del todo segura de lo que estaba pasando.

Después de un largo silencio, interrumpido sólo por el impactar de las gotas de lluvia contra el techo del templo, un silencio que ya estaba pareciendo eterno y perturbador, Koichi se puso de pie. Observó a su amada guerrera, con su mirada perdida en algún punto recóndito del patio de aquel templo. Ella ni siquiera volteó a mirarlo. Ni siquiera pareció notarlo. Suspiró.

-Creo que debemos darles una explicación. - dijo, por fin, rompiendo aquel silencio sepulcral. Sus camaradas lo observaron, en silencio. Resultaba interesante saber por dónde comenzaría a explicar algo que ni ellos sabían dónde comenzó. Las sailor senshi también guardaron silencio. Hubiera sido mejor que lo invadieran con miles de preguntas, antes de tener que comenzar él.

Volvió a mirarla. ¿Por qué le dolía tanto? Le dolía su dolor, su indiferencia. Estaba molesta, podía sentirlo. ¿Es que acaso ella había dejado de amarlo? ¡Claro! Habían sido muchos años de olvido, años de creerlo muerto. Y, después de todo, ella no era Venus. Podría ser su reencarnación, podría tener sus recuerdos y hasta sus sentimientos, pero no era su Venus. Quizás ella ni siquiera lo amaba. Suspiró nuevamente y aclaró su garganta, dispuesto a comenzar.

-Mi nombre es Koichi y ellos son Naoki, Jomei y Zakuro.- dijo, señalando a sus compañeros, a medida que los nombraba. Desde su lugar en la puerta, y sin quitar su mirada del árbol sagrado, Minako escuchó con sorpresa. Su corazón se estremeció. Entonces, no eran ellos. Bueno, si eran ellos, pero era diferente a aquella vez, cuando despertaron en manos de Beryl. En realidad, no eran ellos, está vez si habían podido reencarnar, como ellas. - La razón por la que estamos aquí es porque algo muy oscuro se avecina, algo con lo que ya hemos batallado hace miles de años y que creímos enterrado para siempre, quizás ese fue nuestro error. Y quizás, por eso, ella nos trajo de regreso, para que acabemos aquello que no pudimos acabar entonces.

-¿Ella? - interrumpió Rei. - ¿A quién te refieres con ella? - Koichi guardó silencio un momento. La imagen de la reina llegó a su mente. ¿Estaba haciendo lo correcto?

-Al igual que ustedes, yo no soy el Kunzite original, sólo soy una reencarnación. Nuestras almas han reencarnado a través de los años, tal como lo hicieron ustedes. La diferencia fue que nosotros no pudimos reencontrarnos en ninguna de esas vidas, mucho menos recordar quienes éramos. Ese fue nuestro castigo por nuestros pecados, por sucumbir ante los deseos de la Reina Metalia. Nosotros le entregamos nuestras almas, por esa razón, cuando Metalia volvió a la vida, reclamó lo que le pertenecía. Así fue como Beryl, al sacar a Metalia del mismo infierno, también llamó a nuestras almas reencarnadas de nuevo a nuestros cuerpos putrefactos. Entonces, nuestras vidas en esta nueva reencarnación se vieron pausadas…

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Despertó desconcentrado. Sentía dolor en todo el cuerpo, sentía las piernas entumecidas. Aquella habitación era muy brillante, le costaba tener los ojos abiertos. Algo le molestaba en su rostro, quiso quitársela y, entonces, notó que también su mano le dolía. La levantó con alguna dificultad. Llevaba suero en ella. Cómo pudo se sacó aquello que molestaba en su rostro. Era una máscara de oxígeno. Miró a su alrededor. No reconocía aquel lugar. Paredes blancas, una pequeña ventana a un costado, un sillón debajo de ella. Decenas de aparatos, de todo tipo. Intentó recordar cómo había llegado allí, aturdido por los sonidos de aquellos aparatos. Pero su mente estaba en blanco. Lo único que había podido recordar era un intenso mareo, luego la oscuridad. ¿Qué había pasado? ¿Cuánto tiempo había estado allí?

Notó que había un botón junto a su cama. Supuso que con él podría llamar a alguna enfermera. La presionó. En un par de minutos una enfermera, con una inmensa cara de sorpresa, mezclada con alegría, apareció en aquella habitación.

-¡Sr Teneko!, ¿cómo se encuentra? - preguntó, tratando de lucir calmada. En seguida colocó dos dedos sobre la muñeca del hombre, mientras controlaba los minutos con el reloj que llevaba en su otra mano.

-¿Qué hago aquí? ¿Qué fue lo que pasó? - preguntó, aturdido. La mujer tomó algunas anotaciones en su libreta y luego se dispuso a tomar su presión.

-Tranquilo, está en el hospital. Sufrió un colapso hace un tiempo, ha estado en coma desde entonces.

-¿Cuánto… cuánto tiempo he estado en coma?

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Koichi suspiró, recordar aquello le afectaba. Ahora lo sabía, Beryl le había robado dos años de su vida. Por aquel entonces, solía preguntarse ¿Por qué? ¿Qué había pasado? Le habían hecho decenas de estudios para saber las causas, para saber si podría volver a pasar. Pero no habían encontrado absolutamente nada.

Por primera vez desde que el joven había tomado la palabra, Minako desvió su mirada del parque para observarlo a él. Él, el único hombre que había amado en todas sus vidas, el único al que no había podido arrancar de su corazón. ¿Por qué, a pesar de haber estado con cientos de hombres a lo largo de todas sus vidas, no había podido olvidarlo?

Koichi sintió la mirada penetrante de la rubia, así que volteó hacia ella. Sus miradas se entrecruzaron. Pudo notar ese dejo de tristeza en sus ojos azul profundo. ¿Cómo podía dejar de amarla? Lo hacía como el primer día, aunque en esta vida no eran más que dos extraños.

-Al morir en aquella batalla, se nos concedió la fortuna de poder retomar nuestras vidas, justo donde las habíamos dejado y sin recordar nada de lo acontecido. Pero, aquella noche, hace casi dos meses, todo cambió, la maldad misma, la reina del inframundo fue liberada y, con ella, la promesa de un destino oscuro y sombrío. Fue nuestra culpa, supongo, por no acabar con ella definitivamente, por suponer que una tumba en el medio del desierto sería suficiente para detenerla por toda la eternidad. Pero, no había mucho más que pudiéramos hacer. Entonces, el rey Endymion era sólo un muchacho que estaba aprendiendo a manejar sus poderes.

-¿Una tumba en medio del desierto? - Repitió Makoto, recordando la historia de la ancestral momia desaparecida en el mismo momento en que los asesinatos en Oxford habían comenzado. - No puede ser... ¿es que acaso...?

-Su nombre es Keres...- continuó Jomei, poniéndose de pie. - Estuvo a un paso de sumir al Reino Dorado en la oscuridad... En aquellos tiempos, jamás nos hubiéramos imaginado que existiría gente con interés por desenterrar el pasado. Menos, que encontrarían su tumba en un lugar tan recóndito. Ella es libre de nuevo, ha estado absorbiendo la energía vital de sus víctimas para recuperar su propia energía.

-Estuve con ella. Reiko la llevó a Oxford para que la analicen. Trabajé en su cuerpo, tratando de buscar algo que ayude a la investigación. Desde el primer momento en que la vi supe que algo no estaba bien con ella, y sin embargo...

-No fue tu culpa, Ami...- Zakuro se acercó a ella, puso la mano en su hombro. - Tú no lo sabías. Si les hubiéramos advertido a tiempo. - miró a su líder. Koichi frunció en seño, entendiendo a la perfección.

-Ahora lo importante es proteger a nuestro sensei y a la princesa. Sé que no debimos dejarlas afuera... Pensé que podíamos solucionarlo nosotros...- Minako se alejó de la puerta por primera vez. Miró al hombre de cabellos blancos, con cierto rencor. Estaba molesta, demasiado.

-Siempre fuiste tú...- dijo, mirándolo a los ojos. - Tú te convertiste en mi sombra este último tiempo. Haz estado siguiéndome, dime ¿por qué?

-Venus...

-¡Mi nombre no es Venus!

-Sólo... temía que algo pudiera pasarte a ti también. - Minako abrió los ojos, sorprendida de aquellas palabras. Entonces lo supo, realmente era cierto. Aquello que siempre habían pensado era cierto. El accidente de Usagi no había sido una mera casualidad, había algo más. Pero ¿qué tan poderosa era aquella entidad, que ni siquiera Luna y Artemis habían podido rastrear su esencia? Sus ojos se llenaron de lágrimas. Hizo un esfuerzo enorme por contenerlas.

-Entonces, Usagi... Dime que le han hecho...- Koichi desvió la mirada, como queriendo evitar sus intensos ojos azules. - ¡Dímelo!

-No lo sé... yo... nunca pensé que tendría tanto poder aun después de muerta.

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Observó su cuerpo inerte sobre sobre el árido suelo. Respiró, con cierto alivio. Habían logrado vencerla. La piedra del anillo que ella llevaba en su dedo anular estaba hecho trizas. Realmente, ese anillo era la fuente de su poder, tal como la reina Serenity lo había dicho. "Sepúltenla dónde nadie pueda encontrarla, lo mejor que pueden hacer es construir una fosa varios metros bajo tierra, en algún lugar donde la civilización nunca vaya a llegar", le había recomendado la diosa de la Luna. Ni siquiera quiso preguntarle por qué. Se había encargado de ordenar la construcción de una bóveda de piedra maciza, en el centro del desierto más extenso y caluroso de todo el reino. Ese lugar era de difícil acceso, su clima árido y sus casi 60 grados cuando el sol pegaba de lleno, lo hacían un lugar inhabitable. Él único problema era que aún no se había terminado con la construcción.

-¿Qué haremos con ella ahora? preguntó Jedaite

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Ahora entendía aquella sugerencia de la diosa de la Luna. Aquella bóveda enterrada bajo la arena había cumplido su función a la perfección. Durante miles de años había sido su sepultura. La habían sellado con el último rayo de luz lunar que tocaba la tierra, antes de que el astro supremo apareciera en el horizonte. Si acaso aquellos arqueólogos no hubieran llegado para desenterrarla, la paz seguiría reinando en el mundo.

Minako suspiró, ahogando un sollozo. Sentía muchos deseos de llorar, pero debía mantener la cordura, comportarse como la líder que era.

-Lo importante ahora es que sabemos a qué nos estamos enfrentando. - Rei tomó la palabra, poniéndose de pie. - Tantas veces deseamos que el accidente de Usagi no haya sido solo una casualidad, al menos ahora sabemos que no importa lo que los médicos digan, hay esperanzas. Debemos encontrar el Cristal de Plata.

-Ella vendrá. - intervino Zakuro.- Sabe que yo tengo su anillo, querrá recuperarlo. - dijo, mostrando el anillo que llevaba en su mano derecha. - Debemos estar preparados para la batalla que se avecina...

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Las cristalinas aguas del mar caribeño golpeaban las blancas arenas, el sol brillaba con intensidad, haciendo que el calor sea aún más intenso. El mar estaba inquieto, podía sentirlo. Quizás era el preludio de lo que se avecinaba. Observaba en silencio, desde el balcón de su apartamento frente a la playa, mientras sostenía su espejo contra su pecho.

Ella se acercó, la observó apoyada en el umbral de la puerta que daba al balcón. Ella era tan hermosa, tan perfecta. La amaba como el primer día. Eso nunca iba a cambiar.

-He vuelto a soñar...- le dijo, sin despegar sus ojos del mar. Guardó silencio, a decir verdad, le asustaba lo que fuera a pasar. Pero estaba lista para afrontar lo que sea, después de todo, siempre había sido muy consciente de su misión en este mundo, y en el que vendría. Al final de cuentas, el futuro le pertenecía a la princesa y a sus inners.- Es probable que no podamos hacer nada por ellas, no esta vez. - Ella alejó el espejo de su pecho. Observó su reflejo en él. - Pensé que podía ayudarme a comprender mis sueños... Pero...- Haruka abrió los ojos con sorpresa.

-Nuestros poderes se apagan, así como se apagó la Luna. - Haruka volteó a ver a la niña que se había adentrado a su alcoba. - No es sólo el Cristal... se trata de ella...

-¿A qué te refieres con eso? - preguntó Haruka, confundida.

-Su luz se extingue...

-¿Acaso quieres decir que...? - Michiru no se atrevió a continuar.

-Ella ya no quiere despertar, está cansada de luchar... ha comprendido que el suyo fue y será un amor prohibido, un amor que está destinado a sufrir... No importa lo que pase, la profecía es clara... cada vez que ellos están juntos, terribles cosas sucederán... La oscuridad, que siempre existió, los quiere separados, porque el fruto de su amor es el que puede traer la luz para siempre...- dijo Hotaru, con expresión seria y notoria emoción en sus ojos.

-Pero... ¡debe haber una manera de hacerla despertar!

-Quizás... Exista solo una persona en el mundo que pueda hacer que ella recupere las ganas de luchar contra todo y contra todos. Pero, su intervención no está permitida, porque podría ocasionar una ruptura en el espacio-tiempo, que podría traer aún más caos a este mundo...

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Se detuvo a los pies de la enorme estructura de metal, levantó su mirada el cielo. Impresionante. Jamás en su vida había visto una construcción tan inmensa. La lluvia cesó de repente. Las nubes negras comenzaron a abrirse, dando paso a luna. Allí era. Allí solía estar el templo donde reposaba el cristal dorado. Si tan sólo pudiera adueñarse de él, si pudiera tener el cristal Dorado. Con ese cristal y su anillo seria invencible. Y, entonces, podría ir por él, para liberarlo del tormento eterno.

Aquella maravillosa piedra estaba cerca, podía sentirlo. También él. Sus poderes aún estaban allí, la magia que había aprendido del dios del inframundo existía, más allá de aquel anillo. Entonces pudo ver su rostro. Era apuesto. Cabello negro, tez blanca, ojos azules, una hermosa sonrisa. Una sonrisa que se había apagado, junto con la vida de la diosa lunar. Siempre había tenido la capacidad de seducir a cualquier hombre que se interponga en su camino, para luego absorberles la energía, tal como lo había hecho desde que la habían liberado de su tumba de arena. Hacer lo mismo con el apuesto príncipe no sería problema ahora que había recuperado su esencia. En aquellos tiempos, el príncipe Endymion no era más que un niño por eso no podía caer en su hechizo. Sería diferente ahora.

Levantó su mirada nuevamente, esta vez para observar la Luna. Sonrió. Aquella vez, la diosa de la Luna había ayudado a que los shitennou la derroten. Pero ella ya no pertenecía al mundo de los vivos. Claro, eso no le impedía seguir guiándolos, pero sus poderes eran ínfimos en el inframundo. Qué ironía de la vida, que la diosa de la Luna haya terminado en la misma fosa a la que había condenado a su amado, y a los demás dioses. Y con la poderosa princesa fuera del juego, tenía la victoria asegurada. Si tan sólo pudiera saber en dónde quedó el Cristal de Plata cuando la heredera del Milenio de Plata cayó, víctima de su poderío… Debía encontrarlo. Pero primero, lo primero. El príncipe. Ya había perdido demasiado tiempo recuperando sus fuerzas y su belleza. Era momento de usar sus encantos, como sólo ella sabría hacerlo.

Sus ojos brillaron, mientras una sonrisa malévola se dibujaba en su rostro. Abrió la boca, como si fuera a dar un bostezo, y fue como si absorbiera el último halo de luz que le quedaba a la Luna. El satélite, que ya había perdido su luz propia, comenzó a oscurecerse más y más, hasta perderse en el cielo nocturno. Rio complacida. Sin la luz de la Luna, sólo quedaba "apagar" el Sol. Pronto, la oscuridad del Inframundo invadiría el mundo y ya no habría luz que la pueda extinguir.

Una vez más, volvió a abrir la boca como en un bostezo, entonces una suerte de vapor blanco comenzó a salir de su interior. Al alejarse de sus labios, el vapor comenzaba a tomar diferentes formas fantasmales, como de demonios y otras entidades extrañas que se fueron dispersando por toda la ciudad.

-Espíritus del Aqueronte... ¡Ayúdenme a encontrar al Monarca! - Un bramido ensordecedor se oyó en toda la ciudad, haciendo eco en los altos edificios de la metrópoli.

Sonrió nuevamente, mientras observaba a las almas perdidas dispersarse por la ciudad, sembrando oscuridad a su paso. Sería cuestión de tiempo, no importaba cuánto, no tenía apremio alguno. De todos modos, ya no había nada ni nadie en el mundo que pudiera impedir que el reinado de Hades se extienda sobre la faz de la Tierra.