[La leyenda del sol y la luna]

Summary: Como resultado de la Gran Guerra, el Dios Sol y la Diosa Luna recibieron una fuerte maldición que impidió que los amantes se encontraran. Sólo podían verse durante los Eclipses provocados por la interposición de los cuerpos celestes de los Dioses. Y era durante el eclipse, que ambos se materializaban en la Tierra y podían amarse hasta que terminara el tiempo prometido, para al final tener que despedirse anhelando el siguiente encuentro.


Los susurros corren por el reino de los mortales contando la historia de amor del Sol y la Luna. Se rumora que los dos siempre estuvieron enamorados, pero nunca pudieron estar juntos, ya que la Luna solo aparecía cuando el Sol se iba. De esta manera, el mayor ser divino, en toda su benevolencia, creó el eclipse para demostrar a todos que no existe el amor imposible.

Sin embargo, esta historia está lejos de la verdad.

Hace mucho tiempo, en una época olvidada, hubo una guerra. Dioses y otros seres raros y extraordinarios entraron en un conflicto infinito, en el que nunca llegaban a un acuerdo. Cada ser divino era responsable de algún elemento que nos proporcionaba vida, desde el agua que riega los cultivos y nos alimenta, hasta el aire limpio que respiramos en todo momento.

En tiempos de conflicto no hay exceso de poder, cada uno utiliza lo que tiene a su alcance para sobrevivir y defenderse. Pero en todo siempre hay consecuencias.

Mientras algunos luchaban cuerpo a cuerpo, los amantes y dioses del Sol y la Luna vivían en su forma material, estructurando toda una estrategia de batalla con lo que tenían a su disposición: las estrellas que iluminaban los días y las noches en el terreno mortal. Pensaron que al subir la marea a lo largo de la costa del territorio de las brujas y dejarlas en total oscuridad - provocando así la muerte de toda su fuente de alimento - estarían mostrando superioridad y todo lo que eran capaces de hacer, de esta manera, las harían rendirse y, con un poco más de esfuerzo, la guerra llegaría a su fin.

Su mayor error fue haber subestimado el poder de toda una raza enojada con los seres divinos. Y ahí es donde comienza la historia.

Después de que sus cultivos murieran por falta de luz solar y sus aldeas fueran inundadas por enormes olas, las brujas decidieron vengarse. Se lanzó una maldición sobre el astro rey y su amada. Desde el principio trabajaron juntos, su amor era incondicional, pero se pondría a prueba con ese hechizo.

Entre palabras susurradas en idiomas desconocidos, los amantes, desde el final de la guerra, independientemente del bando vencedor, verían sus formas materiales destruidas.

Sin embargo, no sería definitivo.

Sí, podían verse y amarse, pero sólo cuando se interponían las dos formas celestiales de Febo y Diana. Siempre se reencontrarían durante el eclipse, sin embargo, cuando eso pasara estarían en cuerpos diferentes.

La duración de un eclipse, visto desde el reino de los mortales, era de unos pocos minutos. Sin embargo, la forma física de los dioses veía el tiempo de manera diferente a la de los mortales. Para ellos, el eclipse duraba horas, a veces muchas, a veces pocas, pero nunca lo suficiente.

A lo largo de muchos años, se llevaron a cabo varias reuniones. Siempre que se veían aprovechaban lo que se les regalaba, se amaban bajo la luz del sol o de la luna. Sus votos de amor se renovaban constantemente, la llama que allí habitaba nunca se atrevía a apagarse. De hecho, parecía que ardía cada vez más.

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En los tiempos actuales, el mundo mortal es cada vez más tecnológico. Después de años de investigación, los científicos pudieron descubrir el día y la hora exactos en que ocurriría el próximo eclipse. No es que fuera de mucha ayuda para Febo y Diana, ya que les era imposible comunicarse directamente con los humanos desde sus respectivos cuerpos celestes - a menos que fueran convocados. Pero estos son tiempos diferentes, son raros los mortales que se preocupan (o incluso creen) en los dioses.

Como la maldición era de conocimiento común entre seres extraordinarios, en ocasiones algunas criaturas celestes que pasaban por la Tierra decían a las estrellas en cuántas vueltas se volverían a encontrar, pero no siempre era que obtuvieran esta información.

Tal era el caso de la inminente encarnación que llegaría en unas horas. Ese día, había un punto en el que se encontrarían y, en cuanto se acercaran, sus formas materiales comenzarían a aparecer en algún lugar libre de la Tierra, donde podrían amarse hasta empezar a desmoronarse en polvo cósmico. Marcando así, otro ciclo de espera para volver a verse.

Antes de materializarse, los dos siempre pensaban si alguna vez terminaría. Era agotador tener que depender de las propias estrellas - irónico - para poder verse, tocarse, besarse, amarse.

Pero lo que no sabían era que había una manera de romper la maldición y, para sorpresa de todos, solo dependía de los propios Febo y Diana.

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16 de octubre de 2024, Tokio

Los animales corrían entre las hojas verdes de aquel bosque, viviendo sus vidas en paz en ese espacio donde siempre habían estado desde su primer día en la Tierra.

Entre los árboles, había un centro donde no se podía ver ni una sola gran estructura de vida verde. Alrededor del círculo inmaculado, algunos seres se reunieron para recibir a los dioses Febo y Diana en sus respectivas formas materiales, sean humanas o no. Cibeles, la Madre Tierra y que luchó codo con codo con los seres divinos del Sol y la Luna durante la Gran Guerra, se encargó de advertir a los presentes sobre el acontecimiento más esperado por los grandes dioses.

Luego de lanzada la maldición, muchos de ellos sintieron compasión por la pareja, ya que eran antiguos amantes; y, tocados por la tristeza de la separación forzada, siempre que ocurría la reencarnación temporal, dependiendo de dónde aparecieran, había alguien allí esperándolos.

Algunos animales miraban fijamente el círculo entre los árboles cuando, de repente, polvo dorado y plateado comenzó a caer de la nada. Al tocar el suelo aparecieron formas humanas, con pies, piernas, torso, brazos, manos y, finalmente, la cabeza. Con un soplo de viento se abrieron los ojos y, en unos segundos, los chicos que estaban de pie recobraron el conocimiento.

Tan pronto como despertaban, aparecía de alguna manera el nombre de los cuerpos en los que vivían. Y esta vez no fue diferente. En el momento en que se vieron, aparecieron nombres en sus pensamientos. El chico alto y rubio escuchó "Yamato Ishida" sonar en sus oídos, susurrado por el viento. La chica más baja y de cabello color castaño escuchó "Mimi Tachikawa" salir de los labios de un ciervo que la estaba mirando. Sonrió agradecida y miró al hombre frente a ella.

Para Diana (ahora Mimi) mirar a los ojos de su amante era como una luna llena. Durante este periodo, su rostro quedó completamente expuesto a la Tierra y fue cuando Febo la iluminó al máximo.

Para Febo (ahora Yamato) ver al amor de su vida fue como un refrescante día de verano. Brillaba con gusto para complacer a la parte de la humanidad que disfrutaba de un poco de sol durante las vacaciones. Se sentía conectado con Diana, ya que era quien iluminaba el satélite natural de la Tierra.

Apartaron la mirada en cuanto se acercó un ciervo, inclinándose ante los dioses y comenzando a guiarlos a través de ese nuevo ciclo.

"Hola, dioses míos." Dijo el animal, mirando a los dos chicos, quienes le devolvieron el saludo. "Comienza otro ciclo, los dioses rezan por su amor. Es sorprendente cómo, incluso a lo largo de milenios, cada vez que se renueva el ciclo parecen más y más enamorados. Esta vez Venus envió regalos." Dijo el venado y, como por arte de magia, el escenario en el que se encontraban cambió.

Antes, donde no había vida verde, ahora había una larga tela divina en el suelo. Allí estaba dispuesta una canasta llena de comida, con las más variadas frutas - regalos de Pomona. Más al lado, había una cama con ropa limpia para que los chicos, que estaban desnudos, se vistieran.

"Baco también envió algo," mientras decía esto, señaló dos copas de cristal que estaban sobre la tela llenas de vino. "Júpiter prometió no interrumpir esta vez." Los dos chicos se rieron al final del discurso con el recuerdo del penúltimo reencuentro brillando en sus mentes.

Aquella vez, Júpiter se había enojado por algo e inició una tormenta justo donde estaban los amantes interrumpiéndolos mientras descansaban después de toda una tarde amándose de la forma más pura que existía. Una escena un tanto embarazosa.

Yamato y Mimi miraron todo con asombro, con un brillo diferente en sus ojos. Sintieron que este ciclo sería especial, más que todos los demás.

"Sin embargo, dioses míos, en este ciclo hubo...cambios." El venado los miró preocupado. "En nombre de todos los dioses, Mercurio contactó a unaSoriren busca de una solución para romper la maldición."

"¡¿Qué?!" exclamó el dios Sol, perturbado por la idea de que el clan que los maldijo aún existiera.

Queriendo calmar a su amado, Mimi tomó y acarició su mano, mostrando todo su afecto y preocupación por el rubio.

"No hay nada de qué preocuparse, Febo. Son tiempos diferentes, ahora todo es diferente, incluidos los seres extraordinarios." Dijo el venado, para calmar al dios. "Bueno, por suerte para ustedes, existe una manera de romper la maldición."

"¡¿Cómo?! ¡Cuéntanos, te lo ruego!" gritó Mimi, su corazón latía agitadamente en su pecho. Dios, simplemente desea poder volver a vivir su vida como era antes de la Gran Guerra.

"Lamento decirles, dioses, que no tengo la respuesta para eso." Se lamentó el animal. "Sin embargo, Mercurio transmitió un mensaje. Según aquella Sorir, sólo ustedes pueden romper esta maldición." Concluyó.

Los chicos se miraron completamente perdidos. Durante años habían vivido esa vida de sólo poder verse y materializarse durante los Eclipses, a diferencia de cuando podían hacer lo que quisieran cuando eran libres. No entendían qué pudo haber cambiado en ese ciclo para que finalmente se rompiera la maldición, y mucho menos qué podían hacer para romperla.

"Está bien, gracias por todo. Eres libre ahora." La castaña se acercó al animal, acariciando su pelaje y agradeciéndole la ayuda recibida.

El ciervo hizo una última reverencia a los dioses y se despidió antes de saltar hacia el bosque.

"Les deseo toda la suerte del mundo, dioses míos. Nos vemos pronto."

Yamato y Mimi suspiraron mientras observaban al animal de pelaje marrón irse, sus pensamientos enredados con posibles rupturas de hechizos. Renunciando - por ahora - a tratar de encontrar una solución, Yamato se giró hacia Mimi, atrayendo la atención de la chica hacia él.

Se acercó y, con cuidado, la envolvió en un fuerte abrazo, rodeando con sus brazos la delgada cintura de su amada y siendo correspondido al mismo tiempo.

"Cómo te extrañé, mi amor. Con cada ciclo te vuelves aún más bella." Le susurró al oído, siendo agraciado por una risa avergonzada de la castaña.

"Sigues siendo tan meloso como siempre." Se alejó del afectuoso abrazo y sostuvo el rostro del mayor con ambas manos. "¿Puedo saber el nombre de mi alma gemela en esta vida?"

Yamato rio contenidamente y acarició la cintura de la chica.

"Yamato, amor mío. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?"

"Mimi." Dijo riendo, acariciando las mejillas del astro rey.

"Bien. Entonces, Mimi, siento que debemos disfrutar todo lo que recibimos y, como siempre, ponernos al día. ¿Qué dices de una copa de vino?"

Ella miró el cielo azul cristalino y pensó que era gracioso, beber vino en un día soleado en medio de un bosque era nuevo.

"Creo que es perfecto."

Sin embargo, mientras se tuvieran el uno al otro, el cielo podría estar cayendo sobre sus cabezas, pero nada importaba ya que estaban juntos.

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Sentados, ya vestidos con la ropa que les entregaron, sobre la tela en el suelo, los novios disfrutaron de toda la comida que tenían en la canasta. A causa de la maldición, acabaron perdiendo la costumbre de materializarse y, para hacerlo tenían que gastar mucha energía. La comida humana era la forma más rápida de recuperar el ánimo para que pudieran aprovechar al máximo todo el (poco) tiempo que tenían juntos.

Yamato compartió una fresa con Mimi, alternando bocados de fruta entre los dos. Hablaron de sus vidas pasadas. No en todos ellos venían como humanos. En cierto ciclo, terminaron materializándose como lobos. Yamato caminaba sobre las cuatro patas de un enorme lobo blanco, mientras que Mimi vivía en el cuerpo de una loba con pelaje completamente marrón - era un poco más pequeña que Yamato en esa vida. Sin embargo, nada se comparaba con el maravilloso sexo que tuvieron mientras estuvieron como la especie lupus.

"¿Recuerdas aquella vez que nos presentamos en un parque infantil, en plena noche, completamente desnudos?" preguntó Mimi riendo, limpiando la comisura de la boca de su amado, la cual tenía algunas migas de las cosas que comieron.

Yamato sonrió agradecido y respondió, "¿Cómo podría olvidarlo? Una ardilla en medio de un parque nos guio en ese ciclo. Era muy...diferente." Dijo con cara pensativa, mientras buscaba las palabras adecuadas para describir el fatídico día en que fueron sorprendidos casi desnudos en un barrio concurrido.

Mimi suspiró y se recostó sobre la tela, seguido por Yamato quien se recostó y se giró hacia ella. Ahora los dos estaban uno frente al otro, con la cabeza apoyada en una de sus manos.

"¿Qué pasa?"

"Es que...es cansado tener que encontrarte en varios cuerpos diferentes." Respondió algo triste, llevando en su voz un sentimiento de arrepentimiento, el cual fue compartido por Yamato.

"Piensa en el lado positivo." Dijo, levantando y bajando las cejas repetidamente, haciendo que ella contuviera una risa y, suavemente, preguntara.

"¿Qué?"

"Tienes la oportunidad de enamorarte de mí en todos estos cuerpos." Dijo con una sonrisa confiada.

Mimi rio a carcajadas esta vez, colocando su mano libre en el pecho de Yamato y empujándolo ligeramente hacia atrás, juguetonamente.

"¡Eres tan creído!" continuó riendo un rato más hasta que pasó la ola de diversión. "De verdad, no puedo negar que enamorarse de un nuevo tú, a pesar de ser el mismo Febo de siempre, es maravilloso. Pero ¿no extrañas poder ser una sola persona y solo...?" dejó de hablar, buscando las palabras adecuadas, pero estaba tan frustrada que no pudo continuar, resopló enojada y desordenó sus mechones castaños.

"Oye, oye, mírame." Yamato tomó la mano de la menor y las sostuvo, apoyando su cuerpo en su costado y en su codo derecho. "Entiendo, sí." Miró sus manos entrelazadas, sonriendo ante la vista. En esa vida, las manos de Diana parecían haber sido hechas a medida para las de Febo. "Ser una sola persona sería maravilloso, en verdad. ¿Pero de qué valdría si no estuvieras ahí?" preguntó el mayor, refiriéndose a la parte de la maldición en la que podrían vivir normalmente en la Tierra, pero tendrían que renunciar a sus sentimientos el uno por el otro y sus recuerdos de todo lo que vivieron juntos serían borrados. "No sé qué haría sin ti. Fuimos creados juntos, funcionamos juntos."

"No qué haría sin ti." Comentó ella, mirando profundamente a los ojos de su amante, enamorándose de otra versión más de él, pues ese cuerpo tenía unos hermosos ojos azules que hipnotizaban a Mimi. "Literalmente, me iluminas." Finalizó riéndose junto con el mayor, quien la miraba con un cariño desbordante en su expresión.

Pasaron unos minutos mirándose, simplemente disfrutando el momento, guardando cada detalle del rostro del otro en su memoria. Habían vivido tantas vidas juntos durante apenas unas horas, pero aun así todavía tenían todas sus versiones grabadas en sus mentes.

"Te amo." Susurró la diosa de la luna, colocando su frente junto a la del mayor, acariciando los nudillos de Yamato con su pulgar. "Desde mi primer aliento de vida, ya sabía que eras tú. Que yo era tuya y tú eras mío. Mío, mío y mío. De aquí a la luna y de regreso." Dijo suavemente, dejando escapar una solitaria lágrima, la cual fue rápidamente secada por el rubio.

"Vida...te amo. Mucho. No sé qué haría sin ti, siento que no tendría ningún valor y mi existencia sería en vano." Juntó sus labios en un ligero beso, sintiendo algunas lágrimas invadiendo el beso que intercambiaron. "Y lo juro, aunque sea lo último que haga, descubriré cómo romper esta maldición. Te lo prometo, amor." Yamato suspiró, respirando el aroma de su amada. No importa cuántos cuerpos hayan poseído, ella siempre tendrá el mismo olor. El aroma a hogar.

"Yamato." Dijo, simplemente, sólo porque podía decir el nombre de su amante en voz alta. "Yamato. Ishida. Yamato Ishida. Yamato..." suspiró, hundiéndose en sollozos. El más alto se sentó y subió a Mimi a su regazo, acunándola sobre su pecho.

Comenzó a acariciar el largo cabello de la chica. Pasó los dedos por el cabello, alborotándolo y arreglándolo una y otra vez. La otra mano recorrió la espalda de la castaña, haciendo una caricia tan ligera como una pluma, calmándola lentamente. Alejó a la chica de su cuerpo para poder mirarla a los ojos mientras hablaba.

"Mira todo lo que hemos pasado juntos. ¿Cuántas guerras he librado a tu lado, cuántas veces hemos salvado a la Tierra, juntos, de un posible colapso, hm? Siempre he estado aquí para ti y no planeo dejarte pronto." La sonrisa que recibió como respuesta fue tan hermosa, tan brillante, que pensó que ni siquiera el Sol mismo podría brillar así.

Sus labios se buscaron en un beso desesperado. Fue un beso de anhelo, un beso de furia, de amor y de esperanza.

Extrañando el tiempo que pasaron lejos del otro; furia por el enojo que sentían hacia las brujas que les pusieron la maldición; amor porque es lo que sentían por el otro, así de simple; y esperanza porque sabían que todavía tenían una oportunidad de romper la maldición. Sabían que si se tenían el uno al otro podrían afrontar cualquier cosa. Incluso podían contar con los otros dioses, lo sabían.

Con el beso volviéndose cada vez más apasionado, Yamato se levantó con Mimi en su regazo y se dirigió hacia la cama hecha al lado del picnic que tenían. La comodidad debajo era tanta que Mimi gimió de placer, despertando algo dentro de Yamato. Algo que cada vez que podían, despertaba en cada cuerpo en el que vivían.

Cada minuto, una nueva prenda de vestir caía al suelo, explorando una nueva parte del cuerpo. Sabían qué hacer, no era la primera vez que le hacían eso a los cuerpos de dos humanos, pero esta vez era diferente.

Sus manos estaban perdidas en el cuerpo del otro, tocaron cada trozo de piel disponible, no podían separarse. Estaban tan juntos que parecía que sus cuerpos se fusionarían en cualquier momento. Estaban refutando la teoría de que dos cuerpos no ocupan el mismo espacio, estudiada por algún humano que en ese momento no importaba en absoluto.

El paisaje era el más hermoso visto desde fuera. En medio de un bosque, en un terreno llano, dos seres apasionados se amaban a la luz del día, sobre una cama, protegidos por Venus y todos los dioses que los apoyaban.

Esa vez era diferente. Ellos lo sabían.

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Cuando el sol empezó a ponerse, ambos estaban cansados. Hicieron el amor hasta que se les acabó la energía, y ahora estaban recostados en la cama, con Mimi descansando sobre el amplio pecho de Yamato.

"Amor, ¿sabes lo que estaba pensando?" la castaña inició una conversación.

Yamato, que estaba mimándola, respondió con un "¿Hmm?"

"Recuerdo todos nuestros ciclos. Cada uno de ellos. No hay un momento que pasamos juntos que no recuerde."

"Yo también, vida." Dijo con una pequeña sonrisa. "¿Pero por qué siento que ese no es el tema?"

"Porque aunque recuerdo todo, no recuerdo muy bien por qué ocurrió la Gran Guerra. Tengo recuerdos vívidos de cada batalla, cada plaga que desataron en nuestros dominios y todo lo que luchamos, pero...¿Por qué?"

El rubio respiró hondo, soltándola inmediatamente. Sabía muy bien por qué, tal vez su orgullo como dios nunca le permitiría olvidar ese hecho.

"Las brujas y varios seres extraordinarios querían poder opinar en las decisiones del reino inmortal. Los dioses siempre tuvieron total poder y control sobre todo lo que sucedía dentro de nuestro territorio común, y eso a una parte de la población no le gustaba. Ya no confiaban en los dioses. Mantuvimos la guerra sin ataques fatales, solo discusiones con los representantes de cada ser, hasta..." levantó la mirada al cielo y resopló, recordando el fatídico día que dio inicio a esa guerra. "Hasta que Júpiter se enojó y soltó un rayo sobre un pueblo perteneciente a un clan de brujas. Hubo muchas muertes ese día. A partir de entonces, las brujas se rebelaron contra nosotros y comenzó la verdadera guerra."

Mimi se había sentado, sus manos cubrieron su boca que estaba abierta por puro shock. ¿Cómo no recordaba eso?

"El día que Júpiter lanzó el rayo durante una reunión, tú no estabas presente." Como si leyera sus pensamientos, Yamato rápidamente respondió lo que se preguntaba. "Si no me equivoco, estaba en mi puesto en la enfermería. Me solicitaron para un caso específico, pero te ofreciste a ir en mi lugar." Acarició el rostro de su amada, dándole una leve sonrisa de lado. "Cariño, no sabes el alivio que fue tenerte lejos de esa reunión."

"¿Por qué?" preguntó, confundida.

"Debido a que las brujas tienen conexiones entre las hermanas del clan y el clan que había sido golpeado, era justo que la representante estuviera presente durante la discusión. Tan pronto como escuchamos el innegable sonido del trueno resonando en todo el reino, la bruja cayó de rodillas, sintiendo la muerte de sus hermanas del clan. Ella perdió el control y comenzó a atacar a los dioses con diferentes hechizos, por suerte somos seres celestiales, si fuéramos un poco más mortales..."

El silencio cayó tan pronto como Yamato terminó de contar todo lo que pasó, dejando que Mimi absorbiera e intentara recordar ese día específico.

"La maldición...Febo, la maldición que nos pusieron, ¿fue por los ataques conjuntos?" Mimi miró a los ojos de su amado, queriendo saber la verdad de todo lo sucedido.

"Sí, pero...no del todo." Respondió Yamato suavemente, mirando hacia otro lado.

"¿Cómo? ¿Qué pasó entonces?"

"Aunque ese día estuvieron presentes en la reunión varios representantes, algunos de los seres más fuertes no estuvieron y, cuando a nosotros, los dioses, nos preguntaron si Júpiter realmente había hecho lo que hizo, lo negamos." Dijo, las últimas palabras en voz baja. No podía mirar a su amada a los ojos, no quería ver la decepción brotando de esos inconfundibles iris que tanto amaba.

"Yamato." La chica intentó formular una frase, pero no pudo. Durante milenios, pensó que era sólo culpa de Diana y Febos, de ella y de Yamato en sus formas divinas, pero al parecer, se equivocó.

"Escúchame. En aquel entonces, los tiempos eran diferentes. Quien tenía más poder era el que mandaba. Si entregáramos a Júpiter, sería el fin del reinado de los dioses. Precisamente porque somos dioses, confiaron en nosotros durante siglos, quien estuvo ausente ese día decidió unirse a nosotros. Los demás seres que afirmaban que el rayo venía directamente de Júpiter y no de algún ser extraordinario de la naturaleza o de alguno de sus descendientes, se rebelaron contra nosotros."

"Entonces, ¿tenían motivos?" Con la cabeza gacha, Mimi miró a varios puntos, excepto al rubio frente a ella, y eso lo estaba matando.

Yamato acercó a la chica e hizo que lo mirara a los ojos.

"Amor, presta atención. ¡No fue del todo culpa nuestra! Querían vengarse de las vidas perdidas, ya estaban enojados con todos los dioses por nuestra mentira. Cuando atacamos el territorio de ella, creo que solo vieron una apertura para castigarnos. Nos guste o no, los otros dioses son nuestra familia. Los golpearía indirectamente si nos derribaban."

"Y lo hicieron, ¿no?" con una sonrisa triste en los labios, la menor se arrojó en los brazos de su amor y, juntos, lloraron.

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Un rato después de que cesara el llanto, los amantes decidieron explorar más el bosque mientras se les acababa el tiempo. Terminaron encontrando una cascada. Sin siquiera pensarlo dos veces fueron a bañarse en las claras aguas azules de la cascada. Parecían dos niños jugando en una piscina, sin embargo, eran tan mayores que, humanamente, no deberían haber estado vivos durante siglos.

No lo sabían, pero desde el primer ciclo estaban siendo vigilados. Y por primera vez, quienquiera que los estuviera mirando sonrió. Por fin, pensó, después de todos estos años.

"¿Mimi?" el más alto llamó a la chica, quien estaba boca arriba, apoyada contra su pecho, relajándose en el verde pasto alrededor de la cascada.

"¿Sí?"

"¿Te arrepientes?"

"¿Qué?" Giró la cabeza para poder ver mejor al rubio.

"De la guerra. De nuestros ataques...de todo." Dijo en voz baja, distraída por sus pensamientos acelerados.

"Eso depende." Respondió y llamó la atención del mayor, quien la miraba confundido. "Si no hubiésemos luchado y hecho ese ataque, podríamos haber estado juntos, como siempre lo estuvimos antes de que comenzara toda la batalla. Al igual que el clan Soror no habría sufrido tantas muertes."

"¿No es eso lo que siempre quisimos?" preguntó Yamato, no estaba siguiendo el razonamiento de la chica.

"Sí, pero, después de hoy, y después de pensar mucho en todo, siento que si no fuera por esta maldición, no habría conocido otros lados de ti." Con una sonrisa en los labios, se arrodilló entre las piernas del mayor, quien estaba sentado, y le tomó las manos. "Nunca hubiera imaginado que un lobo blanco pudiera saltar tan lejos para traerme comida, ni que dos cuerpos humanos pudieran ser tan placenteros. O que te dolería tanto que otro gato te mordiera la cola." Se inclinó y besó los labios de Yamato rápidamente, solo para regresar a su lugar y continuar hablando; con sus manos entrelazadas con las de él. "Pero de todos estos, ninguno se compara con el sentimiento de tristeza que me golpea cuando pienso que si no fuera por la maldición nunca sabría que las manos y el cuerpo de Yamato fueron hechos para encajar perfectamente con el de Mimi."

Antes incluso de mirar al rubio, su boca ya había sido tomada por un beso apasionado. Inicialmente solo permanecieron en un roce de labios, pero en cierto momento, Mimi sintió la punta de la lengua del alto en su labio inferior y, sin más, cedió para que su músculo húmedo entrara y se enredara con el suyo.

Para Yamato, los besos de Mimi son como una droga. No sabía si los dioses sentían los efectos de los besos, pero de una cosa estaba seguro: era adicto. No tenía idea de cómo sobreviviría sin sus besos cuando tuvieran que irse nuevamente. Si pudieran, se quedarían para siempre en ese bosque.

Intercambiaron besos hasta que sintieron sus bocas entumecidas, solo se separaron cuando coincidieron en que era hora de regresar al lugar donde comenzaron; el gran círculo en medio del bosque.

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De la mano, la pareja volvió al principio. Estaban sentados en la cama, esperando que apareciera el guía para llevarlos de regreso. Tenían las manos unidas, al igual que las piernas. Simplemente se tocaban y se miraban. Guardando cada detalle del otro, como el pequeño lunar junto al labio inferior de Mimi, o cómo la piel de Yamato exudaba calor - incluso después de un baño helado en la cascada - haciendo justicia a su posición divina y celestial. La castaña se quedó mirando la cicatriz que Yamato tenía en la ceja y olfateó el cuello del otro, quería recordar su olor para siempre.

Independientemente de los cuerpos que habitaran, ahí estaban Febo y Diana, preparándose para otra despedida, donde se volverían a encontrar en el siguiente eclipse.

Mientras estaban en su pequeño mundo, no notaron que se acercaba el ciervo. Y no estaba solo.

"Finalmente nos conocemos." Dijo la mujer de cabello de fuego, vestida con una capa blanca sobre su cabeza.

"¿Eh? ¿Quién eres?" el dios sol se separó de su amante lo suficiente como para ponerse de pie y no soltar su mano.

"Febo, dios del sol, de la música, la poesía y la medicina. Es un placer conocerte." La mujer se bajó del venado y, cuando le dijo algo al oído, el animal simplemente asintió y se despidió con una reverencia a ella y a los dioses. "Ese ciervo es lindo, ¿no?" se quedó mirando el camino hecho por el animal hasta que escuchó un sonido proveniente de Mimi, queriendo llamar su atención. "¡Oh!, ¿cómo podría olvidarlo? Hola Diana. Diosa de la Luna y la caza. También es un placer conocerte." Sonrió. "Debo decir que esta forma humana te sienta bien." Analizó a Mimi de pies a cabeza y luego lo mismo con Yamato. "A ambos, en realidad."

"¿Quién eres? ¿Cómo sabes quiénes somos?" preguntó Mimi, ya estaba irritada por la demora en responder.

"Soy Sora, ¿y tú?" con una sonrisa en sus labios, la desconocida extendió su mano para saludar a Mimi de manera humana.

Sin embargo, la castaña no tuvo paciencia.

"Está bien, ¿qué eres?"

La pelirroja retiró su mano y dejó escapar un suspiro, asintiendo con la cabeza y quitándose la capucha.

"Soy una bruja del clan Soror." Respondió con pesar, sabía que el sufrimiento de la pareja era causado por su clan, aunque ellos mismos contribuyeron a ello.

"Entonces, ¿todavía viven?" sorprendido, exclamó Yamato.

"Ay, querido...¿muy pocas? Sí. ¿Extintas? Nada de eso." Tenía una mirada sonriente cuando hablaba, una ligereza la rodeaba, lo cual era irónico precisamente porque era una bruja.

"¿Qué estás haciendo aquí? Se suponía que el ciervo nos llevaría de regreso ahora, si pasamos la fecha límite para el final del eclipse, no sé q-..."

"Tranquilos, dioses. No vine aquí para lastimarlos. Los he estado observando durante algunos eclipses." Comentó dejando a la pareja sorprendida, nuevamente. "Ustedes, seres divinos, siempre creen saberlo todo..." murmuró más para sí misma que para ellos. "De hecho, desde el primer eclipse que pasaron juntos, un antepasado mío acompañó cada uno de sus pasos. Nunca estuvieron solos."

"¿Por qué? ¿Querían ver nuestro sufrimiento con sus propios ojos?" preguntó un irritado Yamato. No podía creer que durante todos esos años todas sus reuniones estuvieran siendo supervisadas. Mimi pensó lo mismo, pero tenía una expresión más tranquila, como la brisa en una noche de luna llena.

"Para nada. Aunque seamos brujas, también tenemos corazón. Y su historia fascinó a nuestro clan." Dijo con expresión pensativa. "Pensábamos que no durarían más de tres ciclos, pero aquí están...en pleno siglo XXI en el reino de los mortales." Respondió a los dioses. Quería decir todo lo que tenía que decir de inmediato, pero era complicado. Su clan lanzó una maldición que los únicos que podían romperla eran los maldecidos. Necesitaba que comprendieran el significado de todo esto. "Mira, ustedes hicieron sufrir a mi gente. Mucho. No sólo ustedes dos, de hecho, todos los dioses. Cuando mis antepasados lanzaron el hechizo, estaban llenos de odio, resentimiento y sed de venganza. Pero con el paso del tiempo, mirándolos, se dieron cuenta que no tenía sentido."

Sora se acercó a la cama y se sentó, con dos pares de ojos observando todo lo que decía.

"Su sufrimiento no traerá de vuelta a nuestras hermanas. Aceptamos esto. Pero ustedes, dioses orgullosos, pensando siempre en ustedes mismos, fueron unos necios. Rechazaron nuestros intentos de contacto, levantando barreras contra nuestro pueblo, cuando lo único que queríamos era advertir sobre la ruptura del hechizo." Mimi y Yamato se miraron, sus ojos reflejaban culpa y arrepentimiento. "Cuando Mercurio nos visitó en nuestro territorio, supe que el sufrimiento de mi pareja favorita estaba por terminar." Sora lanzó una sonrisa hacia los chicos, siendo correspondida con intentos de una como respuesta. Adorables. "Sabes, desde que nací he oído hablar de la leyenda del eclipse. ¡Incluso el reino de los mortales tiene una versión! Crecí pensando: '¿Cuándo se darán cuenta?' Pero era difícil para ustedes notar algo cuando estaban influenciado por el Poderoso Júpiter en todo momento." Dijo 'Poderoso' de manera muy burlona, poniendo los ojos en blanco al mismo tiempo, lo que hizo que ambos chicos contuvieran una risa. "Entonces, cuando el mensajero de los dioses vino a nuestro clan suplicando una solución, decidimos actuar. A cambio de que digamos qué deshace la maldición, nos daría un encuentro con el Dios del Rayo."

"¿Conociste a Júpiter?" preguntó Mimi.

"Así es. Y como finalmente llegamos a un acuerdo, decidí venir a hablar con ustedes yo misma."

"Está bien, entendemos esa parte. ¿Pero qué hay de romper la maldición?" preguntó Yamato, de manera nerviosa.

Había deseado durante años poder vivir en paz con su amor, un encuentro entre brujas y dioses era lo de menos ahora que sabían que tenían una solución.

"Ya se ha roto, tonto." Dijo la pelirroja, golpeando la nariz del alto.

Ambos dejaron de respirar por un segundo, parpadeando con incredulidad con el corazón lleno de esperanza latiendo en sus pechos.

"¡¿QUÉ?! ¿Cuándo?" Mimi fue quien logró hablar primero, Yamato todavía estaba demasiado aturdido para reaccionar de alguna manera.

"Cuando se dieron cuenta que cometieron un error al atacar el territorio de las brujas. Cuando aceptaron que los dioses se equivocaron al quitarles a seres extraordinarios lo que por derecho es nuestro. Participación política, en términos humanos." Respondió en tono de broma. "Cuando comprendieron al ver que se perdieron muchas vidas por culpa del enorme ego y el excesivo orgullo de los dioses."

Yamato sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, una ola de alivio recorrió su cuerpo, de pies a cabeza. La esperanza cultivada durante milenios se estaba llevando a cabo.

Agarró la mano de Mimi, que temblaba a su costado, y entrelazó sus dedos con su amor. Querían escuchar todo lo que Sora tenía que decir.

"Ah, por supuesto. Los otros dioses también reconocieron sus errores. Júpiter era testarudo, pero Juno ayudó en esta misión." Finalizó levantándose y encarando a los dos. Puso una mano en el hombro de cada uno, cerró los ojos y, respirando profundamente, los volvió a abrir. "Febo, Diana, son libres."

La emoción que sintió la pareja fue indescriptible. Tan pronto como las tan esperadas palabras salieron de la boca de la bruja y ella se alejó para darles privacidad, Yamato rompió a llorar. Sus piernas se volvieron tan débiles que si no fuera por los brazos de Mimi alrededor de su cintura, habría caído ridículamente al suelo.

Abrazándose a los pies de la cama donde pasaron la tarde amándose e intercambiando votos de amor, los dioses finalmente pudieron relajarse.

-.-

"Entonces, ¿qué pasa ahora?" preguntó Mimi a la líder del clan Soror- descubrieron que lo era mientras hablaban durante un paseo por el bosque.

"Bueno, son dioses libres. Ahora pueden moverse libremente por el universo."

"Y, um, ¿podemos quedarnos con estos cuerpos?" cuestionó un Yamato avergonzado.

Sora se echó a reír antes de que pudiera responder.

"Ah, si quieren, claro que pueden. ¿Necesitan algo más?" la pelirroja estaba haciendo lo mejor que podía, sabía que después de años de nunca permanecer en un cuerpo definitivo y de tener prohibido abandonar sus posiciones divinas mientras durara la maldición, tendrían dudas sobre el mundo mortal actual. A pesar del ciclo que vivieron en el siglo XXI, no prestaron atención a muchas cosas. La atención se centró siempre solo en ellos dos.

"En realidad no, pero te agradecemos tu ayuda. De verdad." Dijo Mimi y se giró hacia Yamato, quien estuvo de acuerdo. "Creo que a partir de ahora podremos arreglárnoslas solos."

"¡Bien! Necesito irme ahora. Y no lo piensen más antes de llamarme si lo necesitan." Respondió la mujer y les guiñó un ojo. "Vivan su amor en paz, muchachos, ya han pasado por suficientes pruebas. Es hora de relajarse y vivir en paz. Se lo merecen."

Cada uno se despidió con un abrazo y tan pronto como apareció el ciervo, ella se alejó montada en el animal.

-.-

Unos años más tarde...

"¡Yamato!"

Se escucharon risas afuera del departamento 108 de ese edificio. La pareja que vivía allí desde hacía algún tiempo recibía constantemente quejas por exceso de ruido, pero no les importaba en absoluto.

Habían pasado por muchas cosas, vivieron separados durante años y solo habían podido verse esporádicamente.

Se merecían esto que tenían ahora.

Felicidad.

Merecían la felicidad.

El mayor corría detrás de los dos perritos que la pareja había adoptado hacía dos veranos. Los tres estaban molestando a Mimi, quien intentaba terminar el almuerzo sola en la cocina, ya que su ingrato novio la dejó para ir a jugar con los cachorros.

Apagó el fuego y terminó la comida, lavándose las manos y quitándose el delantal que llevaba para no ensuciarse. Escuchó un característico sonido de guitarra al que estaba acostumbrada desde que se mudaron al departamento. Caminó lentamente y sin hacer ruido hacia el sonido, llegando al cuarto donde estaban los perros. Yamato tocó una canción tranquila en la guitarra para los animales, quienes estaban acostados esperando a que llegara el sueño, lo cual no tardaría mucho.

Apoyada contra el marco de la puerta, observando la escena de su alma gemela cuidando a sus hijos (porque sí, sus cachorros eran hijos adoptivos de la pareja), Mimi se dio cuenta que lo tenía todo.

Mimi tenía un hogar.

Mimi tenía amor.

Mimi tenía a Yamato. Y Yamato tenía a Mimi. No necesitaban nada más.

Yamato dejó de tocar cuando se dio cuenta que los perros se habían quedado dormidos.

De repente, un fuerte trueno resonó en el cielo de Tokio, llamando la atención de los dioses.

"Vamos, amor. El deber nos llama." Le sonrió a la castaña a la que había amado durante tantos siglos, y a la que seguiría amando durante otros siglos infinitos más.

Fin

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Para el día 16 les traigo un OS algo largo~ el tema de los soulmates es de mis favs~