Atención: Pokémon no me pertenece.


Otra sosa Elizabeth/Oshowatt

Segunda temporada

Obteniendo la ultima exclusiva


Como líder del club de periodismo, Elizabeth organizaba meticulosa las tareas de la semana. La sala estaba llena de energía y concentración. Carla redactaba artículos a gran velocidad, mientras Clara corregía detalles para asegurar la perfección de la edición. Javier revisaba y ajustaba las imágenes, y Luis, con su habitual calma, trabajaba en la impresión. Juntos, formaban un equipo unido y eficiente, comprometido en publicar el mejor contenido semanal.

Elizabeth, en el centro, era una figura de autoridad que mantenía el orden. Con libreta en mano, daba instrucciones a todos, asegurándose de que cada uno supiera qué hacer. Carla, con auriculares puestos, escribía veloz su artículo, siendo la redactora más rápida del equipo. Elizabeth revisó su progreso y, con un asentimiento, pasó al siguiente.

Clara, atenta a las correcciones, repasaba hojas impresas, marcando errores con su bolígrafo rojo. Elizabeth le pidió que revisara de nuevo las citas de un artículo, y Clara, concentrada, aceptó sin dudar.

Javier, encargado de las imágenes, ajustaba fotos en su computadora, asegurándose de que cada una contara la historia correcta. Elizabeth, al pasar, sugirió cambios en algunos ángulos.

Luis imprimía para luego organizar cada página en su correspondiente conjunto.

Cada miembro estaba inmerso en su tarea, pero seguían las indicaciones de su lider, cuyo liderazgo firme, pero comprensivo, mantenía al equipo en marcha, asegurando que el nuevo ejemplar saliera a tiempo, lleno de calidad y dedicación.

El lunes por la mañana, Elizabeth se dirigía al aula de Literatura con el último ejemplar del periódico escolar bajo el brazo. Las páginas recién impresas representaban una semana de arduo trabajo, y ella no podía evitar sentirse satisfecha al cargar el fruto de ese esfuerzo. El bullicio de los pasillos apenas la distrajo; estaba concentrada en su misión.

Al llegar, la profesora Martinez, quien siempre había mostrado interés en el club de periodismo, la recibió con una sonrisa.

—Buenos días, profesora —Saludó, extendiendo el periódico—. Aquí está el número de esta semana.

La profesora hojeó el ejemplar con curiosidad. Los titulares bien distribuidos, las fotos de Javier que capturaban momentos precisos y las columnas impecables de Carla y Clara le daban un aire profesional poco común en trabajos estudiantiles.

—¡Qué maravilla, Elizabeth! —Exclamó la profesora con entusiasmo—. El equipo ha hecho un trabajo fantástico. Me encanta ver cómo mejoran cada semana.

Elizabeth sonrió con modestia, pero el orgullo por su equipo era evidente.

—Gracias, profesora. Todos se han esforzado mucho. Estoy segura de que les gustará a los estudiantes.

—Estoy segura de que sí —Dijo, dejando el periódico sobre su escritorio—. Felicita a todo el equipo de mi parte. Su trabajo es invaluable para la escuela.

Elizabeth asintió agradecida. Saber que contaban con el apoyo de la profesora era clave para mantener la motivación del club. Se despidió con cortesía, sintiendo una grata sensación de logro, aunque ya estaba pensando en el siguiente número y cómo seguir mejorando.

Después de lo anterior, respiró hondo, sabiendo que aún le quedaba una tarea importante: visitar a su madre la directora. Sentía un nudo en el estómago, pero trató de mantenerse serena. Su madre, con su porte elegante y mirada firme. Al llegar a la oficina de la directora, el corazón de Elizabeth comenzó a latir con más fuerza. La puerta estaba entreabierta, y se escuchaba un suave murmullo de voces. Con una mirada de aliento de su madre, Elizabeth tocó la puerta y la empujó.

—No te preocupes, Liz —Le dijo su madre con suavidad, aunque en tono autoritario—. Solo será una breve charla. Nada que no podamos manejar.

Elizabeth asintió, aunque seguía sintiéndose un poco nerviosa. Sabía que la reunión trataba sobre decisiones importantes y desafiante.

La directora, una mujer de mediana edad con una presencia imponente pero justa, las recibió con una sonrisa cortés.

—Adelante —Dijo, señalando las sillas frente a su escritorio—. Las estaba esperando.

Elizabeth tomó asiento. La directora, tras organizar algunos papeles, comenzó a hablar.

—Elizabeth, he revisado los informes sobre el trabajo de tu club, y debo decir que me ha impresionado mucho lo que han logrado hasta ahora. Por eso te he llamado hoy.

Elizabeth miró a su madre, quien le devolvió una mirada de confianza. La directora continuó.

—Quisiera discutir la posibilidad de expandir el club de periodismo y darle más espacio en el presupuesto escolar. Con el crecimiento del periódico y su impacto, creemos que es momento de abrir nuevas oportunidades. Pero antes de proceder, me gustaría conocer tu opinión.

El corazón de Elizabeth dio un vuelco. Expandir el club era un sueño hecho realidad, pero también implicaba más responsabilidades. Miró a su madre, quien le dio un leve asentimiento, dándole la confianza que necesitaba.

—Estoy completamente de acuerdo, Mama. Creo que podríamos lograr mucho más con más recursos. El equipo está motivado y hay muchos estudiantes interesados en unirse, pero necesitamos espacio y apoyo para seguir creciendo.

La directora asintió con aprobación.

—Eso es exactamente lo que quería escuchar —Dijo con una leve sonrisa—. Presentaré nuestras propuestas al consejo escolar. Mientras tanto, sigan con el excelente trabajo que han estado haciendo.

Tras una breve charla adicional, madre e hija se despidieron. Al salir, Elizabeth se sentía más aliviada. Sabía que el futuro del club estaba en buenas manos y que su madre siempre estaría allí para apoyarla en cada paso.

Caminaba por los pasillos, repasando en su mente lo que su madre le había dado. El receso ya había comenzado, y, como de costumbre, el patio estaba lleno de estudiantes conversando, comiendo y disfrutando del breve respiro entre clases. Al doblar una esquina, se encontró con Norberto y Armando, quienes estaban discutiendo sobre algo que, a juzgar por las expresiones intensas en sus rostros, parecía importante.

—¡Te lo digo, no es tan simple! —Decía Armando, gesticulando con las manos, frustrado—. No es solo cuestión de estrategia, sino de fuerza. Por eso siempre te quedas atrás, Norberto.

Norberto cruzó los brazos y bufó.

—¿Ah, ¿sí? —Replicó con una sonrisa tensa—. Bueno, no todos necesitamos ser tan "fuertes" para entender las cosas. Algunos lo hacemos con pura habilidad, Armando.

Elizabeth decidió intervenir antes de que la conversación se tornara más tensa. Se acercó con una sonrisa divertida y levantó una ceja.

—¿Qué pasa aquí, chicos? —Dijo Elizabeth, deteniéndose frente a ellos con una expresión juguetona.

Ambos se volvieron hacia ella, sorprendidos por su llegada. Armando, aún molesto, exhaló ruidoso y señaló a Norberto.

—Estamos discutiendo sobre las competencias. Le decía a Norberto que no solo la estrategia y la habilidad importan, sino también la fuerza. Pero parece que no lo entiende.

Norberto rodó los ojos y soltó una risa sarcástica.

—Lo que Armando está intentando decir —Explicó, sin perder su tono desafiante— es que, aunque seas fuerte, no puedes ganar sin un "plan maestro". Pero yo digo que, si tienes la habilidad, a veces no necesitas tanta violencia. Solo lo haces y ya.

Elizabeth los miró a ambos, comprendiendo la tensión. La combinación de estrategia y habilidad era vital en cualquier competencia, algo que su madre le había enseñado desde siempre en sus competencias de natación.

—Creo que ambos tienen razón, en parte —Intervino Elizabeth, cruzando los brazos—. La habilidad es importante, sí, pero la resistencia puede marcar la diferencia entre ganar o perder. Yo estoy por enfrentarme a Amelia en una competencia, y aunque me siento confiada en mis habilidades, no subestimaré el valor de saber la fortaleza de mi rival.

Norberto frunció el ceño, intrigado.

—¿Amelia? ¿Esa chica de la otra escuela que todos hablan? Escuché que es increíblemente rápida.

—Lo es —asintió Elizabeth—. Y por eso necesito estar preparada. No es suficiente ser buena, también necesito saber cómo enfrentarme a ella.

Armando asintió, satisfecho con la perspectiva de Elizabeth.

—Exactamente lo que trato de decirle a Norberto. En cualquier competencia, ya sea una pelea, un deporte o incluso una presentación académica, necesitas pensar en tu oponente.

Norberto, con los brazos aún cruzados, miró a Elizabeth por un momento y luego suspiró.

—Está bien, lo admito. Tal vez la estrategia tiene su lugar. Pero no pienso dejar de confiar en mi habilidad.

Elizabeth sonrió ante la tregua entre ambos.

—Es lo mejor, usar ambos. Si confías en lo que puedes hacer y piensas en cómo lo vas a hacer, tienes más posibilidades de ganar. ¿Qué tal si lo aplicamos todos en nuestras propias metas?

Norberto y Armando asintieron, más calmados. Elizabeth sintió que la tensión se disipaba y, mientras continuaban su conversación, no pudo evitar pensar en cómo enfrentaría a Amelia en la competencia, con todo lo que había aprendido.

Armando rompió el silencio.

—Al final, lo que importa es quién gana, Norberto —Dijo con indiferencia—. Hasta ahora, mis fortalezas me han mantenido arriba. Veremos si la intelgiencia es suficiente para ti algún día.

Norberto frunció el ceño, pero no respondió, sabiendo que seguir discutiendo sería inútil.

—Nos vemos en clase —Dijo antes de alejarse, dejando a Armando solo con sus pensamientos.

Mientras caminaba, Norberto reflexionaba sobre la conversación. ¿Era la estrategia en verdad lo más importante? O, como él creía, ¿la fuerza y el instinto también eran vitales?

Al final del día, Elizabeth llegó a su casa, donde las luces encendidas y el aroma de comida recién hecha le brindaban una sensación de calidez. Abrió la puerta, dejó su mochila y oyó a su madre llamarla desde la cocina.

—¡Elizabeth! La cena está lista, ven antes de que se enfríe.

Se sentó a la mesa, donde su madre ya le había servido un guiso humeante con ensalada. Mientras comían, el ambiente era relajado, aunque sus conversaciones giraban en torno al trabajo y la escuela.

—¿Cómo te fue hoy? —Preguntó su madre, sirviéndose té y mirándola con interés.

Elizabeth suspiró, tomando un bocado antes de responder.

—Fue largo. Entregamos el ejemplar del club de periodismo. Salió bien, pero siempre hay algo que mejorar. Y, como siempre, Norberto y Armando no se ponen de acuerdo en nada.

Su madre sonrió, acostumbrada a los relatos de su hija, reconociendo el empeño perfeccionista de Elizabeth para sacar adelante sus responsabilidades en el club.

—¿Y cómo van las cosas con el equipo de natación? —Preguntó su madre, echando un vistazo a la exclusiva que había de Amelia en el periódico escolar, la campeona de la universidad, que estaba sobre la mesa desde esa tarde.

Elizabeth miró el periodico con seriedad antes de responder.

—Mañana empiezo a entrenar más fuerte. Amelia es una rival seria, y sé que no será fácil, pero... no pienso perder ante alguien más experimentada.

—Así me gusta escucharlo —Respondió su madre, orgullosa—. Será un duelo complicado, pero sabes que siempre cuentas con mi apoyo.

Durante la cena, hablaron sobre la escuela, las expectativas que Elizabeth sentía sobre ella y cómo equilibraba sus responsabilidades entre el club, la natación y las clases. Su madre, como siempre, le ofrecía consejos y palabras de ánimo, recordándole lo talentosa que era.

Después de cenar, Elizabeth ayudó a recoger la mesa. Aunque intentaba mantenerse tranquila, en el fondo sentía una ligera preocupación por la competencia. Sabía que Amelia era una oponente formidable.

Subió a su habitación, cansada. Analizó cada detalle de Amelia, visualizando estrategias para el enfrentamiento en la piscina. Dio caso cerrado, apagó la luz y se acurrucó bajo las sábanas, dejando que la mezcla de nerviosismo y determinación se disipara mientras el sueño la vencía. Sabía que tenía lo necesario para enfrentarse a Amelia.


Cuando Elizabeth abrió los ojos, sintió una calidez envolvente. No sabía dónde estaba, pero escuchaba el suave latido de su corazón y un eco distante, como si estuviera en un espacio pequeño y seguro. Movió su cuerpo, dándose cuenta de que estaba rodeada por una superficie dura, cálida y protectora. No sabía dónde estaba, pero podía escuchar el suave y rítmico latido de su corazón, acompañado de un débil eco, como si estuviera encerrada en un espacio pequeño y seguro. Movió su cuerpo y notó que estaba rodeada de una superficie dura y curva, aunque cálida y reconfortante.

Era como si estuviera flotando, en un limbo silencioso, y aunque no podía ver nada, sentía que algo la impulsaba a moverse, a despertar por completo. De repente, un impulso la invadió. Se movió otra vez, más fuerte esta vez, chocando contra las paredes que la rodeaban. La superficie comenzó a resquebrajarse. Elizabeth empujó otra vez, con más fuerza, y escuchó un sonido seco y crujiente.

De pronto, la luz entró por las grietas que había hecho en la cáscara que la envolvía. Sintió una ráfaga de aire fresco rozar su piel, algo tan diferente a la calidez que la había rodeado hasta ahora. Con un último esfuerzo, rompió lo que quedaba de la cáscara, liberándose al final.

Parpadeó varias veces, tratando de acostumbrarse a la claridad. Lo primero que notó fue un techo gris sobre ella. Después de pasar tanto tiempo en la oscuridad del huevo, el mundo exterior parecía tan extraño. Se tomó un momento para respirar profundo, llenando sus pulmones de aire fresco. Cuando sus ojos se ajustaron, se dio cuenta de que no estaba sola.

A su lado, otros dos Pokémon acababan de romper sus propios huevos. A su izquierda, un pequeño Snivy estiraba su cuerpo esbelto y verde, mientras miraba el mundo con una expresión de orgullo y curiosidad. A su derecha, un Tepig agitaba sus orejas y parpadeaba sorprendido, como si aún no pudiera creer lo que había pasado. Los tres habían nacido al mismo tiempo, y ahora compartían este primer momento de vida. Elizabeth se sentía conectada con ellos, como si, de alguna manera, sus destinos estuvieran entrelazados. Se incorporó, notando su propio cuerpo, pequeño y esbelto como el de: un Oshawott-

"¿Qué está pasando?" Murmuró para sí misma, incapaz de procesar cómo había terminado en ese lugar, en esa forma. Se esforzó en recordar, pero cada intento de recuperar sus memorias humanas se desvanecía, dejando solo fragmentos incompletos.

Los tres iniciales de Teselia se miraron entre sí, reconociendo, sin palabras, que habían llegado a este mundo juntos. Elizabeth, aún confundida, pero llena de curiosidad, dio un paso hacia adelante, sintiendo la textura del suelo bajo sus pies por primera vez. No sabía qué le deparaba este nuevo mundo, pero algo dentro de ella sabía que había sido elegida para algo importante.

Elizabeth, aún desorientada por la extraña experiencia de haber nacido de un huevo, trataba de procesar lo que le estaba sucediendo. Mientras caminaba por el lugar, notó algo que la hizo detenerse de golpe. Miró hacia abajo y vio sus pequeñas patas azules, el brillante escudo en su abdomen, y su reflejo en una charca cercana: era un Oshawott.

—¿Qué...? —murmuró, incrédula, observando lo que podía de su nuevo cuerpo. Su mente se llenó de una mezcla de confusión y frustración. "¿Cómo es posible?", pensó, tratando de recordar cómo había llegado hasta allí, pero sus recuerdos del mundo humano se desvanecían como un sueño lejano.

A su lado, el pequeño Tepig trotaban alegre hacia ella, moviendo la colita de fuego. Le sonrió con entusiasmo.

—¡Hola! Soy Tepig. Esto es increíble, ¿verdad? ¡Ya estamos aquí en el mundo exterior! —Dijo con un entusiasmo que a Elizabeth le parecía casi irritante en ese momento.

—Sí... increíble —Respondió Elizabeth, sin compartir del todo la emoción. Se sentía fuera de lugar.

Mientras tanto, el elegante Snivy se acercó con una expresión de desdén, alzando su cabeza como si ya conociera el mundo entero.

—Yo soy Snivy —Dijo con un tono altivo—. Me pregunto qué tipo de entrenador nos elegirá. Tiene que ser alguien que entienda lo especial que soy.

Elizabeth dio un paso atrás, agobiada por la idea. No quería ser parte de esto, no deseaba ser solo otro Pokémon en manos de un entrenador que no conociera su verdadero ser.

—No quiero pertenecer a un entrenador cualquiera —Dijo, con voz firme—. No nací para ser la mascota de alguien que me elija sin saber quién soy realmente.

Tepig la miró con sorpresa, mientras Snivy alzó una ceja con interés, como si no esperara una respuesta así.

—¿A qué te refieres? —preguntó Tepig, confundido—. Pensé que ese era nuestro destino, ¿no? Ser elegidos por un entrenador, viajar, pelear, ¡ser fuertes juntos!

—Eso puede ser lo que quieres tú —Respondió, algo agitada—, pero no lo quiero para mí. No soy solo un Pokémon más. No quiero que un extraño me capture y me ordene qué hacer sin conocerme, sin saber qué siento o qué quiero.

Snivy la miró con una mezcla de curiosidad y superioridad, pero no la interrumpió. Por su parte, Tepig bajó la cabeza, sin entender del todo el motivo de su resistencia.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —Preguntó Snivy, su voz más seria.

Elizabeth miró hacia el techo, queriendo sentir la libertad del viento que acariciaba su piel.

—Quiero encontrar mi propio camino. No quiero ser el reflejo de los deseos de otro. Quiero entender quién soy, más allá de lo que se supone que debo hacer como Oshawott o como cualquier cosa.

Hubo un silencio incómodo. Tepig y Snivy no parecían saber cómo responder. Para ellos, todo parecía estar claro: nacer, ser elegido por un entrenador, crecer, luchar y ganar. Pero para Elizabeth, todo era más complicado. No quería que su vida fuera definida por alguien más.

Más tarde, Tepig rompió el silencio.

—Bueno... supongo que... no todos pensamos igual. Pero, si no quieres ser atrapada por un entrenador, ¿qué harás?

Elizabeth no tenía todas las respuestas, pero sabía una cosa con certeza.

—Voy a hacer todo lo posible por evitarlo —Respondió, decidida—. No seré solo otra pieza en el juego de alguien más.

Snivy soltó un leve suspiro, casi como si estuviera evaluando a Elizabeth desde una nueva perspectiva.

—Interesante. Veremos si logras mantener esa actitud cuando los entrenadores lleguen —dijo, en tono neutral, mientras volvía a observar el paisaje.

Elizabeth sabía que su camino no sería fácil, pero no podía solo aceptar un destino que no había elegido. Miró a sus compañeros iniciales, sabiendo que, aunque habían nacido juntos, tal vez su destino sería muy diferente.

Elizabeth, todavía procesando su nueva realidad como un Oshawott, no pudo ignorar la sensación abrumadora de estar atrapada en un destino que no quería. El laboratorio donde había nacido junto a Tepig y Snivy, aunque seguro y lleno de oportunidades, se sentía como una jaula. Cada segundo que pasaba, sabía que pronto un entrenador entraría por esa puerta, los elegiría sin saber quiénes eran realmente, y empezaría a dar órdenes.

"No puedo quedarme aquí", pensó con determinación. Si quería tener el control de su vida, tenía que actuar rápido.

Una noche, cuando todo estaba en silencio y las luces del laboratorio estaban apagadas, Elizabeth vio su oportunidad. Deslizándose con cuidado, evitó el brillo de las cámaras de seguridad y pasó desapercibida. Su corazón latía con fuerza, pero su decisión era firme. Alcanzó la puerta trasera, apenas abierta, y salió corriendo sin mirar atrás.

El aire fresco de la noche la recibió como un bálsamo, y la pequeña Oshawott sintió por primera vez una verdadera sensación de libertad. Pero ahora, ¿a dónde ir? Sin un destino claro, corrió por las calles desiertas, escondiéndose entre los arbustos y evitando a las personas que podrían devolverla al laboratorio hasta encontrar un rio cercano.

Las horas pasaron, y luego de nada por horas llegó al puerto de la ciudad. Los grandes barcos mercantes y ferris reposaban en el muelle, listos para partir. Elizabeth observó en silencio, mientras las olas del mar rompían contra el muelle, generando una sensación de calma en medio de su caos interno.

—Necesito irme lo más lejos posible —Se dijo a sí misma. Entre las sombras, encontró una pequeña abertura en una de las cajas de un barco que estaba siendo cargado. Se escabulló dentro sin pensarlo dos veces, sabiendo que ese era su boleto para huir de Teselia.

El viaje fue largo, y el espacio reducido no era cómodo, pero soportó. A medida que las horas pasaban y el barco zarpaba, su ansiedad comenzó a disiparse, reemplazada por la esperanza de una nueva vida, lejos de los entrenadores y el destino impuesto. Se quedó dormida, arrullada por el suave balanceo de las olas.

Cuando despertó, la luz del sol entraba por las pequeñas rendijas de la caja, y el aire era fresco y distinto. Se arrastró fuera de su escondite, y al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que ya no estaba en Unova.

Había llegado a la región de Sinnoh.

Sus patas tocando por primera vez el suelo de una nueva región. El paisaje que se extendía frente a ella era vasto y desconocido, una mezcla de montañas lejanas, frondosos bosques y pueblos pequeños. El aire aquí era más frío, pero limpio y refrescante, lleno de nuevas posibilidades. Sintió una extraña mezcla de alivio y miedo. Por primera vez en su vida, estaba verdaderamente sola, pero también libre.

"Este es el comienzo", pensó, mirando a su alrededor. Se movió sigilosamente por el puerto, asegurándose de que nadie la notara. Aunque había escapado del laboratorio, no podía confiarse. Sabía que los humanos de esta nueva región podrían ser igual de insistentes en capturar Pokémon como en la otra.

Después de explorar por un tiempo, Elizabeth llegó a un pequeño claro cerca de un bosque. Se detuvo un momento para tomar un descanso, observando cómo el sol se colaba entre las hojas de los árboles, proyectando sombras danzantes en el suelo. Sin embargo, su mente estaba inquieta. "¿Qué haré ahora?", se preguntó, consciente de que necesitaría más que solo instinto para sobrevivir en este lugar.

Mientras reflexionaba sobre su próximo movimiento, escuchó un crujido a lo lejos. Inmediato se tensó, sus ojos azulados escaneando el área en busca del origen del sonido. Entonces, de entre los árboles, apareció un grupo de Starly que volaron al unísono, como si algo los hubiera asustado.

Elizabeth retrocedió, observando el bosque con cautela. "Sinnoh no es Teselia", se recordó. No sabía qué peligros podrían acechar aquí, pero estaba decidida a enfrentarlos de frente. Sin embargo, su mente no podía evitar preguntarse: ¿era este realmente el lugar donde podría encontrar su propósito?

Con una última mirada al puerto detrás de ella, Elizabeth avanzó hacia el bosque, sabiendo que su búsqueda de libertad apenas comenzaba.


Elizabeth despertó con los primeros rayos de sol que entraban por la ventana de su habitación. El brillo cálido iluminaba el espacio, y el suave canto de los pájaros afuera acompañaba el inicio de su mañana. Se desperezó con lentitud, frotándose los ojos y dejando que el sueño se disipara poco a poco. La calidez de las mantas la invitaba a quedarse un rato más en la cama, pero sabía que el día debía empezar.

Con un suspiro, se levantó y se dirigió al baño. El agua fría del lavabo le despejó la mente, y pronto, ya vestida y lista, bajó las escaleras hacia la cocina, donde el aroma a pan tostado y café llenaba el aire. Su madre estaba sentada en la mesa, hojeando el periódico y disfrutando de su desayuno con una taza de café entre las manos.

—Buenos días, hija —La saludó con una sonrisa cálida, sin despegar la vista del periódico.

—Buenos días, mamá —Respondió Elizabeth, sirviéndose una taza de jugo de naranja y tomando asiento frente a ella.

El desayuno era sencillo pero reconfortante: huevos revueltos, tostadas con mantequilla y un poco de fruta. Elizabeth comió en silencio, disfrutando de la tranquilidad de la mañana, cuando su madre rompió el silencio.

—Por cierto, cariño, tengo noticias —Dijo, dejando el periódico a un lado y mirándola con una sonrisa que sugería algo importante. —Este fin de semana asistiremos a la boda de tu amiga en Ciudad Guzmán. ¿Te acuerdas de Martha? Se casa el sábado.

Elizabeth levantó la mirada, sorprendida. Había conocido a Laura desde que eran pequeñas, y aunque no habían mantenido contacto frecuente en los últimos años debido al ajetreo de la escuela y sus propios intereses, siempre había sentido un cariño especial por ella.

—¡Martha se casa! —Exclamó Elizabeth, aún procesando la noticia. —¡No puedo creerlo! Hace tanto que no hablo con ella... ¿Cómo pasó tan rápido?

Su madre se rio, asintiendo.

—Así es la vida, hija. Pero será una linda oportunidad para reencontrarse. Además, hace tiempo que no vamos a Ciudad Guzmán. Será un buen cambio de aires. Y, por supuesto, estar en la boda de una amiga siempre es especial.

Elizabeth asintió, aún pensativa. Sabía que la boda sería un evento importante, y no podía evitar sentir una mezcla de emoción y nostalgia al pensar en lo rápido que estaban pasando los años. Ciudad Guzmán, un lugar lleno de recuerdos de su infancia, ahora sería testigo de uno de los momentos más importantes en la vida de Martha.

—Supongo que tendré que buscar algo bonito para ponerme —Comentó Elizabeth con una pequeña sonrisa, empezando a entusiasmarse con la idea.

—Definitivamente —Respondió su madre, levantándose para recoger los platos. —Será un evento grande, y no dudo que Laura quiera que todo salga perfecto.

El día de la boda llegó más rápido de lo que Elizabeth había anticipado. Se despertó esa mañana sintiendo una mezcla de emoción y nervios. Había elegido cuidadosamente su vestido la noche anterior, un elegante conjunto en tonos azul claro que complementaba su estilo sencillo pero refinado. Después de prepararse y asegurarse de que todo estuviera en orden, ella y su madre partieron hacia Ciudad Guzmán.

El viaje en auto fue tranquilo, y mientras se acercaban al lugar de la boda, Elizabeth comenzó a sentir una extraña nostalgia. La ciudad, con sus calles conocidas y paisajes familiares, la hacía recordar su infancia, esos días en los que jugaba con Laura sin preocupaciones.

Al llegar a la iglesia donde se celebraría la ceremonia, Elizabeth sacó su celular, decidida a capturar cada momento. No podía evitar querer documentar lo que sería uno de los días más importantes en la vida de su amiga. Desde el momento en que bajó del coche, comenzó a grabar. Filmó el lugar decorado con flores blancas y rosadas, las puertas de la iglesia abiertas y la gente entrando con sonrisas y comentarios alegres.

Una vez adentro, Elizabeth se sentó en su lugar, pero no dejó de grabar. Su madre, sentada a su lado, la miró con una mezcla de orgullo y diversión, consciente de la pasión de su hija por capturar momentos importantes.

La música comenzó a sonar, y Elizabeth enfocó su cámara hacia el pasillo principal justo cuando Laura apareció, caminando hacia el altar en su vestido de novia. Se veía radiante, y Elizabeth sonrió detrás del lente, emocionada de ver a su amiga en ese momento tan especial. Siguió grabando mientras Laura caminaba lentamente, su expresión serena pero llena de emoción.

Cuando los novios se dieron el "sí", Elizabeth sintió una oleada de emociones que no había anticipado. Mientras enfocaba con su cámara, una sonrisa cálida se dibujaba en su rostro. Aunque Martha y ella habían tomado caminos diferentes en la vida, ese día estaban unidas por los recuerdos y el cariño que siempre habían compartido.

Al salir de la iglesia, los invitados lanzaron pétalos de flores, y Elizabeth capturó cada detalle: los abrazos, las risas y las palabras de felicitación. Era una atmósfera llena de amor y felicidad. Su madre, a su lado, le dio un suave apretón en el brazo.

—Es hermoso, ¿verdad? —Le susurró, y Elizabeth asintió, todavía con la cámara en mano.

—Sí... Realmente lo es —Respondió ella, sin apartar la vista del lente, pero sintiendo una profunda conexión con el momento.

A medida que el día avanzaba, la celebración se trasladó a una hermosa recepción en un jardín cercano. Las luces colgantes brillaban mientras el sol comenzaba a descender, y el aire estaba lleno del aroma de las flores frescas y la comida recién servida. Elizabeth no pudo evitar sentir un suave toque de nostalgia al observar el ambiente festivo. Recordaba los días en que ella y Laura soñaban con el futuro, sin saber cómo cambiaría todo con el tiempo.

Mientras continuaba capturando momentos con su cámara, una figura conocida se le acercó. Era Martha, con una sonrisa brillante y aún con el velo cubriendo parte de su rostro.

—¡Elizabeth! No puedo creer que estés aquí —Exclamó, abrazándola con fuerza.

—¡Felicidades, Martha! No podía perderme esto por nada del mundo —respondió Elizabeth mientras dejaba la cámara a un lado para devolver el abrazo.

—Te ves hermosa —Añadió, echando un vistazo rápido al elegante vestido azul que Elizabeth llevaba—. ¡Es como si no hubieras cambiado nada desde que éramos niñas!

Elizabeth rio suavemente, sintiendo la misma calidez de antaño entre ellas.

—Tú también estás radiante. No puedo creer que estés casada.

Martha sonrió, mirándola con ojos brillantes.

—Ni yo, honestamente. Todo pasó tan rápido... Pero estoy feliz, y me alegra tanto verte aquí, compartiendo este momento conmigo.

Luego de eso ambas se separaron y siguieron disfrutando del convivio por su lado hasta que Elizabeth se quedó inmóvil por un momento, observando a Armando desde la distancia. La sorpresa la dejó momentáneamente sin palabras. No esperaba ver a alguien como él en una boda que, hasta ese momento, había sentido tan íntima y cercana.

Norberto, notando la distracción de Elizabeth, frunció el ceño y siguió su mirada. Al ver a Armando, levantó una ceja, intrigado.

—¿Apoco alcanzo a venir? —Preguntó, curioso.

—Sí, alcanzo a venir. No esperaba verlo aquí, eso es todo —Respondió Elizabeth, tratando de sonar despreocupada, aunque la curiosidad por su presencia crecía dentro de ella.

Armando parecía estar disfrutando de la conversación con los otros invitados, sin darse cuenta de que Elizabeth lo observaba. Sin embargo, algo en su postura y la forma en que interactuaba con los demás despertaba preguntas en su mente. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué nunca había mencionado conocer a Eric o Martha?

Norberto, notando la confusión en el rostro de Elizabeth, decidió cambiar el tema para distraerla.

—Bueno, es de Quesería asi que lo invite a ver si alcanza a venir. dejando eso de lado, ¿qué piensas hacer ahora que has terminado de grabar todo? —Preguntó, señalando el celular que aún colgaba de su mano.

Elizabeth sonrió, agradecida por el intento de Norberto de aligerar la situación.

—Supongo que es hora de relajarme un poco y disfrutar de la fiesta.

En eso se les acerco el amante de las arañas.

—Es cierto, la huerta le da un toque único. Aunque... —dijo Armando con esa sonrisa que a Elizabeth siempre le pareció un poco arrogante—, no esperaba que te gustara algo tan tranquilo, Elizabeth. Siempre te imaginé en fiestas más... ¿cómo decirlo? vibrantes.

lo miró de reojo, aún incómoda con su presencia, pero intentó no dejarse afectar. No era el momento ni el lugar para revivir viejas tensiones.

—A veces, un ambiente tranquilo es justo lo que se necesita —Respondió con un tono calmado, aunque dentro de ella sintiera una ligera molestia.

Norberto, al percibir la incomodidad en el aire, intervino rápido.

—Cada fiesta tiene su encanto —Comentó, tratando de aligerar el ambiente—. Hoy estamos celebrando a dos personas muy importantes para todos los que estamos aquí, y la vibra relajada es perfecta para eso.

Armando, notando la tensión, decidió suavizar su tono y dirigió su atención hacia Norberto.

—Tienes razón, es un día para celebrar a tu familia. Y qué bueno que estén aquí disfrutando. Por cierto, Norberto, he escuchado algunas cosas interesantes sobre ti últimamente. ¿Sigues con tus proyectos de entrenamiento? —Preguntó con genuina curiosidad, aparentemente dejando atrás la actitud provocativa.

Norberto se encogió de hombros, sonriendo modestamente.

—Sí, he estado trabajando en algunas cosas. Ya sabes, siempre hay algo en lo que mejorar.

Elizabeth, aunque agradecida por el cambio de tema, seguía observando a Armando con cautela. Aunque parecía haber bajado la guardia, no podía evitar sentirse en alerta. Decidió, sin embargo, que lo mejor era seguir la corriente y disfrutar de la noche, sin permitir que su presencia le arruinara el día.

—Bueno, es genial que todos estemos aquí para relajarnos y celebrar —Dijo, sumándose a la conversación con una sonrisa más sincera esta vez.

La música seguía sonando, y el ambiente festivo continuaba envolviendo a los invitados en esa noche mágica entre los árboles de aguacate.

De repente el cambio en el clima fue tan repentino que todos los invitados quedaron en silencio, susurros y miradas de confusión empezaron a surgir entre ellos. Elizabeth dejó de grabar, enfocando su atención en el cielo. Las nubes formaban extraños patrones, como si fueran movidas por una fuerza desconocida, oscureciendo el ambiente. Un aire frío recorrió la huerta, haciendo que las hojas de los árboles de aguacate crujieran en un silencio inquietante.

Norberto se puso de pie, alerta, su instinto diciéndole que algo no estaba bien. Miró a Elizabeth y luego a Armando, quienes también parecían desconcertados.

—Esto no es normal —Murmuró Norberto, intentando mantenerse calmado. Elizabeth, aún sosteniendo su celular, lo bajó, como si la realidad comenzara a desmoronarse ante sus ojos.

De pronto, un sonido profundo, como un trueno, retumbó en la distancia, pero no venía del cielo. Parecía provenir de la tierra misma, como si algo se estuviera moviendo bajo sus pies.

—¿Qué está pasando? —Preguntó Armando, su tono despreocupado desaparecido, ahora sustituido por la incertidumbre.

De pronto, una grieta se formó en el cielo. No era una simple tormenta, era algo más profundo, más antiguo. La ruptura espacio-temporal se expandió como una cicatriz en el cielo, luminosa y cegadora. Desde el interior de la grieta, un resplandor dorado surgió con una majestuosidad que quitaba el aliento. Elizabeth sintió que todo a su alrededor se desmoronaba.

Ho-Oh.

La legendaria criatura emergió de la ruptura con un destello imponente. Sus alas, irradiando con los colores del arcoíris, desplegaron una luz divina que iluminó el caos a su alrededor. Elizabeth cayó de rodillas, sus piernas temblando ante la presencia celestial de Ho-Oh. No era solo miedo, era la sensación de estar presenciando algo que desafiaba la lógica misma.

Antes de que pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, una sensación extraña recorrió su cuerpo. El suelo bajo sus pies comenzó a desintegrarse, y todo lo que conocía empezó a desvanecerse. Los invitados a la boda desaparecían uno por uno como si jamás hubieran estado allí. Las mesas, sillas y la música, todo se desmoronaba en partículas brillantes que flotaban en el aire y luego se desvanecían en la nada.

Miró a su alrededor con pánico creciente, buscando a alguien que también estuviera consciente de lo que ocurría. Y ahí estaba él: Norberto. Pero algo en él había cambiado también. No era el Norberto que conocía.

Él también había sido transformado.

Norberto se había convertido en un Riolu, su pequeña figura de Pokémon luchador iluminada por los destellos del cielo fracturado. Elizabeth no pudo evitar quedarse paralizada ante la visión. Intentó llamarlo, pero su voz salió como un susurro, porque en ese instante, su cuerpo también comenzó a cambiar. Sintió un cosquilleo que recorrió cada fibra de su ser, y antes de que pudiera asimilarlo, ya no era Elizabeth.

Había vuelto a ser un Oshawott.

El cielo seguía resquebrajándose, y Ho-Oh, majestuoso y etéreo, continuaba sobrevolando el caos. Pero en ese extraño espacio vacío, solo quedaban ellos dos. Elizabeth, transformada en Oshawott, y Norberto, convertido en Riolu, se miraron el uno al otro, sin palabras, pero sabiendo que algo profundo había cambiado en sus vidas.

—Nor... Norberto —Logró decir Elizabeth, aunque su voz ahora sonaba como la de un Pokémon. Pero Norberto, o Riolu, la miraba con una mezcla de asombro y comprensión, como si entendiera lo que ella quería decir, aunque ya no fueran lo que eran antes.

Estaban solos, flotando en medio de un mundo que se desvanecía, bajo la atenta mirada de un Ho-Oh que parecía haber desencadenado un destino que ninguno de los dos había anticipado.

Elizabeth, ahora convertida en un Oshawott, sentía cómo su cuerpo reaccionaba de manera extraña. Su vista era más aguda, pero su mente estaba enredada en una maraña de confusión. No sabía cómo expresar sus pensamientos, atrapada en esta nueva forma, y el peso de todo lo que acababa de suceder la abrumaba.

Intentaba adaptarse a su nueva forma, su corazón latía con una mezcla de miedo e incertidumbre. El suelo bajo ellos seguía desintegrándose, y el paisaje, que alguna vez había sido una boda tranquila en una huerta de aguacates, ya no existía. Todo lo que quedaba era el vacío, la grieta en el cielo, y la majestuosa figura de Ho-Oh, que flotaba con una quietud sobrenatural.

Norberto, transformado en Riolu, dio un paso hacia Elizabeth. Sus ojos brillaban con un entendimiento que no necesitaba palabras. En su forma Pokémon, podía sentir las emociones con mayor claridad, y el vínculo que ahora compartían parecía más profundo que cualquier conexión humana que hubieran tenido antes.

—Elizabeth, no temas todo esto debe tener una buena explicación —Dijo Norberto, aunque su voz era la de un Riolu, con un tono más grave pero aún familiar. Parecía tener más control sobre su forma que Elizabeth, quien seguía luchando para procesar todo lo que estaba ocurriendo.

—Tienes razón —Dijo Elizabeth finalmente, su voz apenas un susurro. Aunque la frustración seguía presente, algo en la calma de Norberto la ayudaba a estabilizarse—. No podemos cambiar lo que nos pasó, pero podemos seguir adelante, juntos.

Norberto asintió con una leve sonrisa, sus ojos reflejando el mismo alivio que comenzaba a sentir Elizabeth. A pesar de la extraña situación, la idea de enfrentarlo juntos hacía que todo pareciera un poco menos aterrador.

—Vamos a descubrir qué está pasando —Dijo Norberto, tomando la iniciativa—. Este lugar… puede que no sea familiar, pero si Ho-Oh apareció ante nosotros, tiene que haber un propósito detrás. Algo nos trajo aquí.

Elizabeth levantó la mirada hacia el cielo, que había recuperado su calma, aunque aún quedaba una leve cicatriz donde la grieta había estado momentos antes. El resplandor dorado de Ho-Oh había desaparecido, pero la sensación de haber presenciado algo más grande que ellos mismos permanecía.

—Si vimos a Ho-Oh —Dijo Elizabeth—, tal vez hay algo que debemos hacer. Quizás hay una razón por la que fuimos transformados en Pokémon.

Norberto la miró, pensativo.

—Posiblemente. Pero primero debemos aprender a manejarnos en estos cuerpos. No podemos ayudar a nadie si no sabemos cómo luchar o defendernos como Pokémon.

—Tienes razón —Dijo Elizabeth—. Pero será difícil. Ni siquiera sé cómo hacer uno de esos movimientos que un Oshawott debería poder hacer.

Norberto sonrió, su confianza renovada.

—Bueno, siempre he sido bueno con los entrenamientos. Y si vamos a ser Pokémon, ¡tal vez yo pueda enseñarte un par de cosas!

Elizabeth sonrió por primera vez desde que todo comenzó. Aunque el futuro seguía siendo incierto, sabía que mientras tuviera a Norberto a su lado, podrían superar lo que fuera que estuviera por venir.

—De acuerdo —Respondió ella—. Vamos a aprender, a adaptarnos y a luchar juntos.

Ambos Pokémon, ahora unidos por un destino compartido, se pusieron en marcha hacia lo desconocido, dispuestos a enfrentar su nueva realidad y encontrar respuestas a los misterios que los rodeaban.

Elizabeth y Norberto apenas habían tenido tiempo de asimilar su nueva realidad cuando, de repente, un destello amarillo cruzó entre los árboles de la huerta de aguacates. Un Pichu apareció frente a ellos, con una mirada desafiante y una chispa de electricidad recorriendo su pequeño cuerpo.

—¿Qué demonios...? —Elizabeth, aún algo torpe con su nuevo cuerpo de Oshawott, dio un paso atrás.

—Cuidado —Dijo Norberto, instintivamente adoptando una postura defensiva como Riolu. Sabía que los ataques eléctricos de un Pichu podían ser problemáticos, sobre todo para Elizabeth, siendo un tipo Agua.

Sin previo aviso, Pichu lanzó una pequeña pero rápida Impactrueno, dirigiendo la descarga hacia ambos. Elizabeth logró esquivarlo por poco, pero la electricidad se propagó por los alrededores, chisporroteando entre los troncos de los aguacates.

—¡No sé cómo pelear siendo un Oshawott! —Gritó Elizabeth mientras trataba de recuperar el equilibrio.

—Sigue mis movimientos —Respondió Norberto, con la calma que siempre había mostrado como humano—. Usa el entorno a tu favor.

Elizabeth vio cómo Norberto se movía ágil entre los árboles, rodeando al Pichu. A pesar de la sorpresa, él parecía tener más control sobre su cuerpo Pokémon. Era como si su instinto de lucha se hubiera intensificado en esta forma.

Pichu, enfurecido, cargó una chispa, dispuesto a atacarlos otra vez. Norberto lo anticipó y, con una ráfaga de velocidad, lo interceptó con un rápido Palmeo, golpeando al pequeño Pokémon y haciéndolo retroceder. El golpe fue certero, pero Pichu no se rendía tan fácilmente.

—¡Ahora, Elizabeth! ¡Atácalo mientras está desequilibrado! —Le gritó Norberto.

Elizabeth dudó por un segundo, pero luego recordó lo que había visto hacer a otros Oshawott en sus investigaciones. Se concentró en su Concha Filo, sacando su arma caracteristica y lanzándose al ataque. Con un grito, se abalanzó sobre Pichu, cortando el aire con precisión.

El golpe fue suficiente. El Pichu, sorprendido y herido, soltó un pequeño quejido antes de desvanecerse entre los arbustos. No estaba lastimado, solo debilitado, pero decidió retirarse de la pelea antes de que las cosas empeoraran para él.

Elizabeth respiraba agitada, mientras su corazón latía a mil por hora. Miró a Norberto, quien la observaba con una leve sonrisa de satisfacción.

—No estuvo tan mal para tu primera pelea —Dijo Norberto.

—Gracias, pero… —Elizabeth se apoyó en un tronco, tratando de calmarse—, esto es una locura. ¡Luchar en una huerta de aguacates contra un Pichu! ¡Esto no es lo que esperaba cuando imaginaba ser un Pokémon!

Norberto se rio, relajándose por primera vez desde su transformación.

—Bienvenida a este mundo, Elizabeth. No será fácil, pero ya hemos vencido nuestra primera batalla.

Elizabeth lo miró y no pudo evitar sonreír también, aunque el cansancio empezaba a pesar en su cuerpo. Al menos, con Norberto a su lado, sentía que podría afrontar cualquier desafío, incluso en un mundo donde todo había cambiado.

Apenas había comenzado a relajarse tras la batalla cuando un destello azul apareció frente a ellos, cortando el aire con una energía extraña. De la nada, un Totodile surgió, pero no era uno común. Su cuerpo irradiaba una extraña luz verdosa y sus ojos brillaban de manera antinatural, como si estuviera bajo el control de algo más grande. El aire a su alrededor vibraba con energía mística, y Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral.

—¿Qué es eso? —Murmuró Elizabeth, retrocediendo instintivamente.

Antes de que Norberto pudiera responder o siquiera moverse, el Totodile agitó sus pequeñas manos y, en un instante, el aire a su alrededor comenzó a distorsionarse. Un campo de energía rodeó a Norberto, atrapándolo en una especie de burbuja. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos.

—¡Norberto! —Gritó Elizabeth, corriendo hacia él.

Pero era demasiado tarde. El Totodile sonrió con una expresión extraña, y con un giro de sus manos, tanto él como Norberto desaparecieron en un destello de luz. El sonido de un leve "pop" fue lo único que quedó en el aire cuando el espacio se cerró sobre sí mismo.

Elizabeth se quedó de pie, paralizada. Todo había ocurrido en cuestión de segundos. Norberto había desaparecido, teletransportado por ese Totodile a quién sabe dónde. La huerta de aguacates, que hacía apenas unos momentos parecía tan tranquila y ordinaria, ahora se sentía vacía, oscura, y amenazante.

El corazón de Elizabeth se aceleró.

—¡Norberto! —Volvió a gritar, aunque sabía que él ya no podía escucharla. Giró desesperada sobre sus talones, buscando alguna señal, alguna pista que le indicara hacia dónde habían ido.

Pero no había nada. Solo el viento suave meciendo las hojas de los aguacateros y el leve murmullo de la naturaleza que continuaba implacable a su alrededor.

Elizabeth sintió cómo la impotencia la invadía. Su aliado se había ido. Y ella no tenía idea de cómo encontrarlo.

Después de que el Totodile desapareciera con Norberto, Elizabeth se quedó allí, sola entre los aguacates, su corazón acelerado y la mente en una maraña de pensamientos confusos. Todavía podía sentir la adrenalina del enfrentamiento reciente con el Pichu, pero algo en su interior la detenía de seguir luchando o de actuar con desesperación. Mientras intentaba calmarse, escuchó un pequeño sonido detrás de ella, un leve "pika" que la hizo girar.

Ahí estaba el Pichu, el mismo con el que había peleado minutos atrás. Estaba sentado entre las raíces de un aguacatero, observándola con ojos curiosos pero no agresivos. Elizabeth, quien aún estaba en su forma de Oshawott, se sintió menos hostil al ver al pequeño Pokémon.

—¿Tú otra vez? —Dijo Elizabeth, dejando que la tensión de su cuerpo se relajara.

El Pichu inclinó la cabeza, aparente entendiendo que ya no había motivo para pelear. Poco a poco, se acercó, sus pequeñas patas apenas haciendo ruido en la tierra. Elizabeth se mantuvo quieta, observando cómo el Pichu se detenía a su lado, mirándola con ojos brillantes.

—No quise hacerte daño —Le dijo Elizabeth suavemente, inclinándose hacia él. Estaba claro que Pichu solo había estado actuando por instinto, tal vez asustado o confundido por todo lo que había sucedido. —Yo solo... no sé qué está pasando, y Norberto... mi amigo... se lo llevaron.

El Pichu parpadeó un par de veces y luego dio un paso adelante. Elizabeth, sorprendida, vio cómo el pequeño Pokémon tocaba suave su pata con la suya. Era un gesto simple, pero lleno de empatía.

—¿Tú también estás solo? —Preguntó Elizabeth, sintiendo una conexión instantánea. El Pichu no respondió, pero asintió de alguna manera que Elizabeth pudo interpretar. Parecía que él también estaba vagando solo, tal vez perdido, al igual que ella ahora.

—Supongo que no somos tan diferentes después de todo —Comentó Elizabeth, sonriendo levemente. Se agachó para estar más cerca de él, y el Pichu se acercó más, restregando su pequeña cabeza contra su brazo en un gesto de cariño.

Ambos se quedaron allí, en silencio por unos momentos, compartiendo un entendimiento sin palabras. Pichu no era un enemigo, solo otro Pokémon perdido en un mundo que podía ser tan confuso como para ella. Elizabeth, sintiendo que había encontrado un nuevo aliado, se enderezó y extendió su pata hacia el pequeño Pokémon.

—¿Te gustaría venir conmigo? No sé hacia dónde iremos, pero... será mejor que estar solo, ¿verdad?

El Pichu miró la mano de Elizabeth por un segundo y luego asintió con entusiasmo. Con una chispa de energía en sus ojos, el pequeño Pokémon subió ágil al hombro de Elizabeth, listo para seguirla en su nuevo viaje.

—Supongo que ya no estamos tan solos —murmuró Elizabeth, sintiendo una nueva esperanza crecer en su interior mientras caminaban entre los aguacates, buscando el próximo paso en su inesperada aventura.

De pronto, un estruendo sacudió el aire y tanto Elizabeth como Pichu levantaron la cabeza alarmados. El sonido era profundo, como el choque de dos fuerzas poderosas en plena batalla. Sin dudarlo, Elizabeth corrió hacia la fuente del ruido, con Pichu aferrado a su hombro. Mientras avanzaban entre los aguacates, el ruido se hizo más fuerte hasta que, al llegar a un claro en la huerta, vieron la escena: Eric, el Arcanine, estaba en pleno combate con un Gengar.

La pelea era intensa. El Gengar se movía con una velocidad fantasmagórica, esquivando con facilidad algunos de los ataques más feroces de Eric, que lanzaba bolas de fuego con precisión. A pesar de los esfuerzos de Arcanine, el Gengar parecía tener la iniciativa. Se desvanecía y reaparecía en diferentes partes del campo de batalla, lanzando ráfagas de energía oscura y risas siniestras, su risa resonaba por todo el lugar.

—¡Eric! —Gritó Elizabeth, pero su voz se ahogó en el ruido de la batalla.

Eric estaba dando todo lo que tenía. Sus ataques de fuego iluminaban la oscuridad que comenzaba a caer sobre el huerto, creando destellos anaranjados y rojos que contrastaban con las sombras proyectadas por el Gengar. Cada embestida de fuego hacía retroceder a su oponente, pero el fantasma siempre encontraba una manera de contraatacar con una bola sombra o un hipnosis que hacía tambalearse a Eric por un segundo.

A pesar de todo, Eric resistía. Su cuerpo musculoso y poderoso era capaz de aguantar los golpes, y su velocidad natural le permitía mantenerse en movimiento. Sin embargo, el adversario, con su velocidad y movimientos impredecibles, llevaba una pequeña ventaja, jugando con la mente de Arcanine y esquivando gran parte de los ataques más directos.

—Ese Gengar tiene algo bajo la manga… —Murmuró Elizabeth, sintiendo el nerviosismo crecer en su pecho. Sabía que, aunque Eric era fuerte, su contrario tenía la astucia y la ventaja de la sorpresa.

Pichu, desde su hombro, soltó un pequeño chispazo de nerviosismo. Sabía que no podían interferir en la pelea sin poner en peligro a Eric, pero también estaba claro que debían hacer algo. Elizabeth observó el campo de batalla con ojos atentos, tratando de encontrar alguna forma de ayudar a su amigo sin desestabilizar el combate.

El Gengar lanzó una risa burlona mientras desaparecía nuevamente, apareciendo detrás de Eric y atacándolo con una Bola Sombra que lo hizo caer de rodillas por un segundo. El golpe fue fuerte, pero Eric se levantó de inmediato, con una mirada decidida y un gruñido que reverberaba por todo el lugar. Él no se rendiría.

—¡Vamos, Eric! —Gritó Elizabeth, sin saber qué más hacer que animarlo desde la distancia.

El Arcanine, al escuchar la voz de Elizabeth, pareció llenarse de energía renovada. Gruñó con más fuerza y, con una última embestida, lanzó un Envite ígneo directo a su agresor, quien apenas tuvo tiempo para esquivarlo. La onda de fuego pasó rozando al fantasma, haciendo que retrocediera y, por un momento, perdiera la iniciativa.

Pero el Gengar no se quedaría atrás. Recuperando su compostura, desapareció, listo para lanzar otro ataque. Elizabeth sabía que este enfrentamiento estaba lejos de terminar, y algo debía cambiar para que Eric pudiera salir victorioso.

La batalla entre los combatientes se volvía mas feroz, el Arcanine, se intensificó hasta un punto crítico. El Gengar, flotando en el aire con una sonrisa maliciosa, alzó una mano y conjuró una Bola Sombra. El ataque oscuro voló hacia Eric, quien, mostrando su velocidad, esquivó la esfera justo a tiempo, dejando que impactara contra un árbol cercano, haciéndolo estallar en astillas. Pero Gengar no se detuvo ahí. En un rápido giro de muñeca, lanzó una Onda Tóxica, buscando debilitar al Arcanine con su veneno corrosivo.

—¡Eric, cuidado! —Gritó Elizabeth desde la distancia, mientras veía la nube púrpura acercarse a su compañero.

Eric reaccionó con agilidad, lanzándose hacia adelante con Velocidad Extrema. Se convirtió en una ráfaga de luz, zafándose del veneno antes de que pudiera rozarlo. Pero Gengar era astuto. Apenas terminó de evadir la Onda Tóxica, el fantasma conjuró un Truco que cambió repentinamente el entorno: los objetos que rodeaban el campo de batalla comenzaron a moverse y volar en direcciones impredecibles, confundiendo a Eric.

El Arcanine gruñó, ajustando su postura. Sabía que debía mantenerse firme y no dejar que los engaños de Gengar lo desorientaran. Con determinación en sus ojos, Eric lanzó un feroz Envite Ígneo, envolviendo su cuerpo en llamas y cargando directamente hacia su oponente. Las llamas ardían con fuerza mientras avanzaba, dispuestos a quemar todo a su paso.

El impacto fue directo. Gengar no tuvo tiempo de esquivar completo, y parte de su cuerpo espectral fue envuelto en fuego. Soltó un chillido de dolor mientras retrocedía, su figura parpadeando de manera errática. Aun así, su sonrisa no desapareció. Sabía que debía mantenerse al margen para mantener su ventaja, y rápido se recuperó para lanzar una Energibola verde que cargó en sus manos. La esfera de energía verde voló hacia Eric, amenazando con golpearlo con fuerza natural.

Eric vio venir el ataque y esta vez optó por no esquivarlo. En lugar de eso, esperó el momento exacto y lanzó un poderoso Triturar, abriendo sus mandíbulas y mordiendo la Energibola en el aire, dispersando su energía antes de que pudiera dañarlo. Las chispas de energía se disiparon veloz, dejando a Gengar sorprendido por la reacción rápida de su oponente.

Gengar, recuperándose de su sorpresa, decidió cambiar de táctica. Volviéndose intangible, desapareció en la sombra del suelo, preparándose para atacar desde un ángulo inesperado. Eric, sin embargo, no se dejaría engañar tan fácil. Sabía que debía estar atento a cada movimiento del espectro. Y cuando Gengar emergió a su lado para lanzar otra Bola Sombra, Eric giró rápidamente, usando su velocidad para contraatacar con Triturar.

El impacto fue devastador. Las patas de Eric se movieron con precisión, golpeando a Gengar directo en su forma incorpórea con tal fuerza que el fantasma fue lanzado hacia atrás, girando en el aire.

—Ese maldito no se rinde... —Susurró Elizabeth, viendo cómo el Gengar volvía a levantarse con una sonrisa siniestra.

El Gengar, débil pero aún en pie de lucha, decidió que era hora de terminar el combate. Con una mirada llena de malevolencia, comenzó a cargar una Bola Sombra más grande que todas las anteriores, un ataque final con la intención de acabar con Eric. La esfera oscura creció más y más, mientras la energía en el campo se volvía cada vez más densa.

Eric, jadeando, sabía que este era el momento definitivo. Si no actuaba rápido, Gengar tendría la ventaja. Con una mirada firme, el Arcanine retrocedió un paso y, reuniendo todo el poder que le quedaba, lanzó un último Envite Ígneo. Esta vez, las llamas envolvieron su cuerpo con más intensidad que nunca, convirtiéndolo en un meteoro de fuego que se lanzó directamente hacia Gengar: El choque fue cataclismo.

El Envite Ígneo impactó con la Bola Sombra, creando una explosión que iluminó toda la huerta de aguacates en un resplandor cegador de fuego y sombras. La onda expansiva sacudió los árboles, haciendo caer frutas maduras al suelo y creando un eco que se escuchó a kilómetros de distancia.

Cuando la luz y el humo se disiparon. Eric se tambaleó, su energía al límite. Había gastado demasiado con sus ataques consecutivos, y Gengar, aún de pie aunque visiblemente agotado, vio su oportunidad. Aprovechando la vulnerabilidad de su oponente, el fantasma cargó rápido una Onda Tóxica que lanzó sin piedad. La nube de veneno púrpura envolvió a Eric, debilitándolo aún más. Los jadeos del Arcanine se hicieron más pesados, y su pelaje comenzó a perder brillo.

—¡Eric! —Gritó Elizabeth, desesperada al ver cómo su fiel compañero comenzaba a ceder ante el veneno.

El Arcanine intentó luchar, pero sus fuerzas lo abandonaban. El tipo fantasma-veneno, con su sonrisa siniestra, decidió terminar la pelea. Cargando una última y devastadora Bola Sombra, la lanzó hacia Eric. Esta vez, el Arcanine no tuvo la velocidad ni la energía para esquivarla.

El ataque golpeó de lleno, y con un gemido lastimero, Eric cayó al suelo.

—No… —murmuró Elizabeth, sintiendo cómo la desesperación se apoderaba de su pecho.

Gengar flotó sobre el cuerpo inmóvil del tipo fuego, su sonrisa más oscura que nunca. El espectro había ganado. Elizabeth corrió hacia Eric, pero era tarde. Gengar había hecho su trabajo y, en un último gesto burlón, desapareció en las sombras antes de que nadie pudiera reaccionar.

El silencio que siguió fue sofocante. Eric no se movía. Elizabeth se arrodilló junto a él, su corazón roto al ver a su valiente compañero derrotado. Sus manos temblorosas acariciaron el pelaje ahora frío del Arcanine, mientras las lágrimas caían sin control.

Gengar se desvaneció en las sombras, fundiéndose con la oscuridad que lo rodeaba. A pesar de haber ganado la batalla, su presencia aún se sentía, como si su risa siniestra resonara entre los árboles de la huerta de aguacates. Las hojas crujieron bajo el viento, y un escalofrío recorrió el aire.

Elizabeth, aún en su forma de Oshawott, respiraba con dificultad mientras miraba el cuerpo herido de Arcanine frente a ella. Las llamas que antes lo envolvían habían desaparecido, y el majestuoso Pokémon yacía exhausto, su pecho subiendo y bajando débilmente.

Pichu, quien minutos antes había sido su adversario, se acercó con preocupación reflejada en sus grandes ojos. Aunque era pequeño, trató de ayudar como pudo, usando pequeñas descargas eléctricas para estimular a Arcanine, intentando devolverle fuerzas. Elizabeth lo observaba, conmovida por su esfuerzo.

—No te rindas, Eric... —susurró Elizabeth, recordando el nombre que había escuchado durante la boda.

Las piezas empezaban a encajar. Ese Arcanine no era un Pokémon cualquiera. Era Eric, el mismo que había visto en la boda, el hombre fuerte y protector que ahora entendía era más que el padrastro de Norberto. Era su protector en todo sentido.

El corazón de Elizabeth latía con fuerza mientras se daba cuenta de la magnitud de la situación. Con Norberto desaparecido, y ahora su padrastro herido por un ataque cruel, el peso de la responsabilidad caía sobre ella.

—Pichu, sigue intentando. No lo dejes solo —Pidió Elizabeth, con determinación en sus ojos.

El pequeño Pichu asintió, y sus descargas suaves continuaron. Mientras tanto, Elizabeth, aunque pequeña y agotada, buscó entre las bayas medicinales cercanas. Sabía que alguna debía ayudar a Eric a recuperarse. En ese momento, encontró una Baya Aranja entre los arbustos, un pequeño rayo de esperanza en medio del caos.

Se acercó a Arcanine y cuidadosamente deslizó la baya en su boca. Eric emitió un débil sonido, pero no se movió. Elizabeth sentía su desesperación crecer, pero no podía rendirse. Sabía que Norberto no lo haría, y tampoco podía hacerlo ella.

—Por favor, Eric… resiste —Le rogó, sintiendo cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.

Después de unos largos y angustiantes segundos, Arcanine comenzó a respirar más fuerte. El color empezó a regresar a su cuerpo, y su gran pecho se hinchó con una nueva bocanada de aire.

—Lo logramos —Susurró Elizabeth, mirando a Pichu quien sonrió levemente, agotado pero satisfecho con su ayuda.

Con un gemido, Eric abrió sus ojos. Se levantó con dificultad, aún débil, pero consciente de lo que había sucedido.

—Eric… —Comenzó Elizabeth mientras lo miraba con gratitud y preocupación—. ¿Por qué estabas luchando contra ese Gengar?

Arcanine la miró con sus ojos sabios y, tras un largo suspiro, respondió con una voz ronca pero llena de fuerza.

—Tenía que protegerlos… siempre lo he hecho. Ese Gengar... buscaba algo. No sé qué, pero no podía dejar que lo tomara. —Eric hizo una pausa, mirándola intensamente—. Soy Eric, el padrastro de Norberto. Me imagino que ya te diste cuenta.

Elizabeth asintió, aún sorprendida por la revelación.

—Norberto… —Murmuró Elizabeth—. ¿Sabes dónde está?

Eric negó con la cabeza, su expresión se oscureció de nuevo.

—No lo sé. Lo vi la última vez en la boda, y después... desapareció. Pero siento que Gengar y sus planes están relacionados.

Elizabeth apretó los puños. Sabía que debía encontrar a Norberto, y proteger a los que estaban a su lado.

Elizabeth, con el corazón aun latiendo con fuerza, dio un paso adelante, su mirada fija en Eric.

—¡Necesito explicaciones! —Exigió, su tono firme y lleno de determinación—. ¿Qué está pasando aquí? Ese Gengar, la desaparición de Norberto, todo esto no puede ser solo una coincidencia.

Eric, aún recuperándose, se levantó con dificultad, sus ojos serios y llenos de una sombría determinación. El gran Arcanine dejó escapar un suspiro profundo antes de hablar.

—Ese Gengar… no es cualquier Pokémon. Es el lacayo de Giratina, el Pokémon que gobierna el mundo distorsión —Comenzó, su voz resonando con gravedad—. Giratina es un ser de caos y destrucción. Ha sido confinado en su dimensión por siglos, pero ahora está buscando una manera de escapar. Y ha enviado a Gengar para causar estragos, tanto en el mundo Pokémon como en el nuestro.

Elizabeth sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sabía que algo oscuro estaba sucediendo, pero no se había imaginado que la amenaza era tan grande.

—¿Giratina? —Preguntó, su voz temblando ligeramente—. ¿Quieres decir que… está tratando de destruir ambos mundos?

Eric asintió, sus ojos fijos en los de Elizabeth.

—Así es. Gengar y otros lacayos están buscando debilitar la barrera entre las dos dimensiones. Si lo logran, Giratina podrá cruzar y traer el caos absoluto. Lo que has visto hoy es solo el comienzo. Si no lo detenemos, todo estará perdido.

Pichu, quien había estado observando en silencio, dio un paso al frente con una expresión decidida.

—¡No puede ser! —Exclamó, claramente indicando que también quería unirse a la causa.

Elizabeth miró a Pichu, luego a Eric, y finalmente, respiró hondo. Sabía que no había otra opción. Tenía que luchar. No solo por Norberto, sino por ambos mundos.

—Si Giratina está detrás de esto, no podemos quedarnos de brazos cruzados —DFijo con firmeza—. Debemos detenerlo. No permitiré que destruya lo que más amo.

Eric inclinó la cabeza, satisfecho con la determinación de Elizabeth.

—Debemos prepararnos. Este es solo el comienzo. Giratina no se detendrá hasta que lo derrotemos. Pero no estarás sola. Pichu y yo también estaremos contigo. Y cuando encontremos a Norberto, juntos seremos más fuertes.

Elizabeth asintió, el miedo aún presente en su corazón, pero ahora también mezclado con una creciente esperanza. Sabía que la lucha que se avecinaba sería dura, pero no estaba sola. Junto a Eric y Elias, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que Giratina lanzara contra ellos.

Elizabeth miró a sus nuevos aliados, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y miedo. Sabía que estaban a punto de enfrentarse a algo mucho más grande de lo que jamás hubiera imaginado, pero también sabía que no tenía otra opción. Norberto estaba desaparecido, y Giratina y sus lacayos amenazaban con destruir ambos mundos.

—Está decidido —Dijo, su voz firme—. Nos uniremos para detener los planes malvados de Giratina y vencer a ese Gengar. No hay otra opción si queremos salvar este mundo… y a Norberto.

Eric, con su imponente figura de Arcanine, asintió solemnemente.

—No podemos permitir que Giratina gane terreno. Si Gengar está trabajando para él, debemos actuar rápido antes de que sea demasiado tarde. No sabemos cuánto tiempo tenemos antes de que logren su objetivo.

Pichu, quien estaba de pie junto a Elizabeth, levantó su pequeño puño en señal de determinación.

—¡Claro que lo detendremos juntos! —Exclamó, apoyando la decisión de seguir adelante con valentía, a pesar de su pequeño tamaño.

Elizabeth se agachó y acarició suavemente la cabeza de Pichu.

—Sé que eres fuerte, Pichu. Juntos podemos enfrentarnos a cualquier cosa —Le dijo, tratando de infundirle ánimo, aunque en realidad era un recordatorio también para sí misma.

Eric intervino, su voz grave pero llena de esperanza:

—No estamos solos en esto. Existen otros Pokémon que también quieren ver a Giratina derrotado. Debemos buscarlos, hacernos más fuertes y enfrentarnos a Gengar antes de que sea demasiado tarde.

—Pero… —Elizabeth lo miró, dudando—. ¿Y si no somos lo suficientemente fuertes?

Eric sacudió la cabeza.

—No pienses así. No se trata solo de fuerza bruta. A veces, las mejores batallas se ganan con estrategia, determinación y el apoyo de quienes te rodean. Ya hemos logrado superar obstáculos antes, y este no será diferente.

Un silencio cayó sobre ellos por un momento, mientras procesaban el desafío que tenían por delante. Elizabeth sentía un peso en el pecho, pero también una chispa de esperanza. No tenía todas las respuestas, pero con Eric y Pichu a su lado, sentía que podían encontrar la manera de salir adelante.

Finalmente, Elizabeth levantó la vista hacia el cielo que comenzaba a oscurecerse.

—Bien, entonces está decidido. Nos unimos en esta causa. Giratina no destruirá nuestro mundo. No mientras estemos aquí para detenerlo.

Esta historia continuará…


Nota inicial: Que tengan un feliz día de la independencia, y ¡Feliz grito! :D

Nota final: Espero que les haya gustado, y nos leemos otro día.