Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Quince

Bella regresó a casa una hora después de su crisis nerviosa agotada y sintiéndose como una mierda. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y se le había formado un nudo en el estómago. Sus emociones eran un revoltijo de vergüenza, dolor, enfado… y arrepentimiento.

«Lo siento», le había escrito a Alice en un mensaje de texto. Ella no había respondido.

Edward no tenía teléfono y Bella tampoco estaba segura de qué le habría enviado por mensaje si lo tuviera.

«Eres un imbécil por decirme que me pusiera las pilas, pero también me defendiste, pero tampoco te lo pedí, así que ¿sigo cabreada?».

«Tienes razón, no tengo agallas, pero no tienes derecho a decírmelo».

«Me cabrea que actúes como si yo te importara, porque sé que solo quieres robarme mi alma y mi magia, pero estoy sintiendo algo por ti y me duele…».

La verdad es que lo de esta noche la había fastidiado mucho. Estaba acostumbrada a que su madre la menospreciara. Todos los domingos por la noche regresaba a casa sintiéndose más pequeña. Pero nunca había tenido a nadie fuera de su familia que hubiera sido testigo de su humillación.

Alice y Edward lo habían presenciado todo. Cuando Edward estalló por lo que le estaba diciendo su familia, ella había querido que se la tragara la tierra.

Ya era una bruja incompetente y ahora sería una bruja que no sabía defenderse. Cuando Edward había empezado a hablar de la magia de Bella con sus padres, ella llegó a su límite. ¿Por qué le daba la sensación de que todos sabían lo que ella tenía que hacer?

Pero Edward había parecido tan dolido cuando ella le había gritado… Como si a él realmente le importara.

Y si así era, ¿qué significaba?

—¡Por Hécate! Esto es un desastre —le dijo a un álamo al pasar. Sus hojas crujieron en respuesta.

Cuando llegó a casa, se preparó para ver a Edward, pero este no estaba en el sofá ni en la cocina. Se empezó a preocupar. ¿Y si había estado vagando por las calles y la canalla de una mantícora lo había atrapado? ¿Y si estaba tirado temblando en algún callejón? Era una noche fría y no tardarían en llegar las primeras heladas.

Le llamó la atención una silueta que había en el invernadero iluminado por la luna. Se apresuró a salir y abrió de un tirón la puerta de cristal. El calor húmedo se esparció por el exterior; siempre tenía varios calefactores encendidos las veinticuatro horas del día.

—¿Edward? —preguntó con la voz ronca por el llanto.

Este permaneció en silencio durante un instante.

—Estoy aquí —dijo por fin.

Ella se dirigió a donde él estaba mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad. Él estaba parado frente al lirio de fuego, observando la llama que parpadeaba en su interior, tenue como la punta encendida de un cigarrillo.

—Tenemos de estos en el plano demoníaco —dijo—. Reconocí el olor a canela.

—¿En serio? Compré las semillas por internet.

Bella se detuvo a su lado, mirándole a él a la cara y no al lirio. Parecía más mayor, más cansado, a pesar de que con su inmortalidad tenía la apariencia de treinta años como mucho. Estaba suspendido en el tiempo, como un insecto atrapado en ámbar.

Sin embargo, los insectos del ámbar no cambiaban. Y si él había sido alguna vez Edward el Despiadado, esa no era la persona a la que ella había llegado a conocer. Puede que Edward fuera un gran mentiroso, pero Bella tenía mente, corazón y un buen instinto, y no lo creía capaz de decepcionarla de una forma tan cruel.

—En el plano demoníaco —dijo Edward—solo florecen en las noches más oscuras y frías del invierno. Esa noche las madres les cuentan a sus hijos historias sobre los viejos tiempos, cuando todo era frío y negro como la obsidiana. —Él sonaba distante, como si estuviera perdido en un cuento de hadas—. Era un plano primitivo, totalmente caótico y sin nadie que lo dominara. Entonces llegó el primer demonio, trayendo consigo la luz. Poco a poco, nuestra especie floreció de la oscuridad, como lirios de fuego.

—Es precioso —dijo Bella.

—Mi madre me llevó a ver cómo ardían los lirios. Lo había olvidado hasta que vi este. Me cogió de la mano y me llevó afuera, en la noche más larga y oscura del año, y me dijo que mientras hubiera luz, habría esperanza.

Sin embargo, en su rostro había ahora cualquier cosa menos esperanza, y Bella tenía la inquietante sensación de que le preocupaba algo más que su reciente discusión.

—Deja que te enseñe algo —dijo él.

Edward se dirigió al rosal más cercano y se pinchó el pulgar con una espina.

Bella protestó mientras brotaba la sangre. Él regresó a donde estaba el lirio de fuego y puso el dedo por encima. Una gota de sangre rodó por su piel y cayó al centro de la flor. Al instante, la llama creció y de ella salieron unas chispas de oro como si fueran diminutos fuegos artificiales.

Bella jadeó.

—No sabía que podía hacer eso.

—Los demonios nutrimos nuestro mundo con todo lo que tenemos. Con nuestro trabajo, nuestro dolor, nuestros cuerpos… Sin nuestros cuidados y la luz que traemos, las plantas no se desarrollarían. Y sin ellas, los insectos no se alimentarían, lo que significaría que las ranas y los lagartos tampoco lo harían, y se produciría un efecto en cascada en el que todo el mundo acabaría pasando hambre.

Fuera del invernadero el viento azotaba las copas de los árboles. La lluvia golpeaba el cristal. Bella se imaginó un campo de lirios de fuego, como pequeñas chispas que contenían la oscuridad.

—Lo siento —dijo ella—. Solo intentabas ayudar.

Él salió de su ensimismamiento y la miró con seriedad.

—Yo también lo siento.

Había algo más en sus palabras, como si se estuviera disculpando por más pecados de los que ella creía.

—Para mí es duro que la gente que me importa me vea en mi peor momento —dijo ella—. Quiero ser fuerte, pero no lo soy, así que me desahogué.

El lirio de fuego proyectaba un resplandor rojo sobre la cara de Edward y resaltaba sus angulosas facciones. La mandíbula cuadrada, la nariz grande y los pómulos altos. Advirtió que era bello. No perfecto, pero sí bello, como un paisaje agreste e indómito.

—Eres fuerte —dijo—. Has aguantado cosas horribles durante años, pero sigues en pie. Aún tienes esperanza. Todavía sonríes. —Lo dijo como si sonreír fuera una victoria y no algo cotidiano, y tal vez para él lo era. Edward suspiró—. Siento que Alice te viera en ese estado. Sé que te preocupas por ella.

¿Pensaba que estaba molesta por haberse mostrado vulnerable ante Alice?

Bella sintió vértigo como si estuviera a punto de caer por un precipicio.

Era como cuando su familia había visitado Nuevo México para conocer a la familia de Rachel en Taos, antes de su boda con el tío Billy. Estaban caminando por el puente del desfiladero de Río Grande, a seiscientos quince metros de altura, cuando Bella, que entonces tenía nueve años, había mirado hacia abajo y el estómago le había dado un vuelco.

Sin embargo, algunos impulsos eran irresistibles y, de todos modos, Bella nunca había sido buena controlándolos. ¡Al diablo con la caída!

—No solo es por Alice —dijo, acercándose a Edward.

Él frunció el ceño y luego se relajó.

—Jacob. Tu familia tiene unos nombres ridículos…

Como él seguía sin comprenderlo y Bella no estaba segura de encontrar las palabras necesarias para explicarse, hizo lo único que vio lógico: se puso de puntillas y besó al demonio.

Cuando sus labios se encontraron, Edward dejó escapar un murmullo de sorpresa. Se apartó y la miró con ojos desorbitados. Luego farfulló una maldición y apretó su boca caliente contra la de ella. Bella se fundió con él, rodeándole el cuello con los brazos. Él estaba caliente por todas partes, con el cuerpo y los labios enfebrecidos.

Esto era lo que ella necesitaba. Él la enfurecía, la castigaba, la desafiaba y la estimulaba, y había entre ellos una atracción mágica que no podía explicar. Mientras Bella lo besaba, tiró de él para acercarlo, enredando una pierna alrededor de la suya como una enredadera. En respuesta, Edward le agarró el culo con sus grandes manos y la levantó del suelo como si no pesara nada. Bella apretó los tobillos contra su espalda mientras él la llevaba hacia la casa, con las lenguas entrelazadas todo el tiempo. Su espalda chocó con el revestimiento y jadeó cuando Edward se movió para lamerle el cuello.

—Bella —susurró contra su cuello. Luego le dio un mordisquito en el lóbulo de la oreja—. ¡Mierda! ¿Cómo puedo desear esto tanto?

—Yo también lo deseo —dijo ella con voz entrecortada.

Edward apretó más las caderas contra su cuerpo y Bella gimió. La falda se le había subido y mostraba sus muslos desnudos al frío de la noche, pero ella apenas lo notó. Los labios de Edward le recorrieron el cuello con pasión antes de regresar a su boca para darle más besos profundos y embriagadores. Estaba empalmado bajo los jeans y ella se movió hacia él todo lo que pudo mientras estaba pegada a la pared.

Bella gimió cuando él tocó en el punto exacto, provocándole una descarga de placer.

—Sí —jadeó, clavándole las uñas en los hombros.

Él farfulló una maldición y luego le apretó el culo con más fuerza, frotándose contra ella a un ritmo rápido e intenso. ¡Por Hécate! Él era tan fuerte… Sus bíceps le parecieron de acero cuando la recorrió con las manos. ¿Qué sentiría al tener su enorme cuerpo encima de ella, su aliento caliente en la oreja mientras la penetraba?

La simple idea provocó que Bella se mojara aún más. Hacía años que no tenía sexo y nunca lo había hecho con alguien que la hubiera excitado tanto.

Lo besó con desesperación, deslizando la lengua sobre la suya y mordisqueándole el labio inferior. Las hojas caídas del otoño se arremolinaban a su alrededor con más fuerza a medida que su placer aumentaba y unos rayos azules iluminaron el cielo nocturno.

—Edward, por favor —suplicó ella contra sus labios—. Llévame a la cama.

Él gimió.

—Me estás atormentando, Bella.

—Tú eres el demonio —se burló—. ¿No eres tú el atormentador profesional?

Edward se calló de repente. Un segundo después, Bella resbalaba por la pared. Intentó recuperar el aliento mientras Edward se apartaba. Su expresión era desesperada mientras se llevaba las manos a la cabeza y se tiraba de los oscuros mechones.

—¡Mierda!

—¿Qué pasa? —Solo pretendía burlarse de él, pero parecía que le había hecho daño. Cuando él le dio la espalda, el dolor le atravesó el corazón—. Edward, por favor, hablemos.

Él sacudió la cabeza.

—Esto ha sido un error. No puede volver a ocurrir.

—Su voz sonaba dura y desgarrada. Luego abrió de un tirón la puerta lateral y desapareció en la noche.

Bella se quedó sola, con su cuerpo palpitando por el deseo insatisfecho.

Tembló mientras un aire frío la envolvía. ¿Qué narices acababa de pasar?