Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Guia de brujas para citas falsas con un demonio" de Sarah Hawley, yo solo busco entretener y que más personas conozcan esta historia.


Dieciséis

La campanilla tintineó cuando la puerta del local que no cerraba en toda la noche se abrió. Bella levantó la vista de su plato de patatas fritas y se sorprendió al ver a Alice y Rose. Solo le había mandado un mensaje a esta última.

Rose iba vestida como de costumbre, mientras que Alice llevaba un mono de unicornio con una solapa en la espalda por donde asomaban sus alas. Las zapatillas de conejito eran adorables, pero su ceño fruncido era cualquier cosa menos eso.

—Que sepas que he venido de mala gana —anunció Alice mientras se sentaba en el reservado frente a Bella. Como en la mayoría de los establecimientos del pueblo, había un espacio entre el asiento y el respaldo para que los seres voladores pudieran colocar sus alas cómodamente.

—Lo siento —dijo Bella—. Te envié un mensaje.

Alice resopló.

—No era una disculpa muy currada.

—Siento haberte gritado —dijo Bella, tragándose su orgullo—. Y siento haberte dicho eso sobre las redes sociales. Me sentía humillada y me enfadé. —Deslizó las patatas fritas por la mesa mientras miraba a Alice con arrepentimiento—. ¿Me perdonas?

Alice alcanzó una patata frita y la mordió.

—Ahora sí —dijo—. Y, si te hace sentir mejor, que sepas que escribí sobre una reunión diferente para mi clase. Así que, vamos, ¿qué emergencia requiere terapia a la una de la madrugada?

El mensaje de texto que Bella le había enviado a Rose había sido muy impreciso. Lo había escrito mientras corría por las calles intentando encontrar a Edward: «¿He hecho algo malo? ¿O bueno? Pero estoy flipando y además te vas a enfadar mucho conmigo».

Rose le había respondido casi de inmediato. «El Café Centauro, veinte minutos».

Solo había otro cliente a esa hora: un tipo con aspecto de profesor y sombrero fedora que leía un libro sobre magia. Tal vez Bella debería preguntarle si contenía algún consejo para enamorar a un demonio.

Rose se sentó a la izquierda de Alice con los brazos cruzados.

—Sí, dime por qué estoy a punto de enfadarme contigo.

Bella no lo había pensado bien. Había entrado en pánico y estaba cachonda y confusa, y lo único que sabía era que necesitaba a alguien para despotricar. Ahora, con Alice y Rose mirándola fijamente, se preguntaba cómo iba a confesar lo que había hecho.

Rose arqueó una ceja rubia.

—¿Y bien?

—MenrolléconEdward —dijo Bella, demasiado rápido y agudo. Bella arrugó la nariz.

—¿Qué?

Bella respiró hondo.

—Me enrollé con Edward.

Se encogió en espera de la reprimenda de Rose.

—¡No puede ser! —exclamó Rose, sentándose de golpe—. Bella, eres una cachonda desastrosa.

Alice aún parecía confusa.

—¿Por qué es para tanto? Es su novio.

Bella hizo una mueca de dolor. Cierto. Alice aún no conocía los pormenores de su «relación».

—Es… complicado.

Alice puso los ojos en blanco.

—Si no me dices qué narices está pasando, me voy. Tengo que hacer un streaming por la mañana.

—Sí —dijo Rose, sonriendo a Bella—. ¿Por qué no le cuentas a Alice qué está pasando exactamente con Edward? Estoy segura de que le fascinará saberlo.

Bella fulminó a Rose con la mirada. Esto podría haberse evitado si Rose no hubiera invitado a la pixie. Por otra parte, Bella no le había mencionado que el tema iba sobre Edward y las tres habían tenido muchas sesiones nocturnas para darse consejo desde que habían conocido a Alice en el Club de Protección Medioambiental de Forks.

Alice alcanzó otra patata frita y la mojó en el kétchup de Bella.

—Esto tiene pinta de estar bueno.

—Y sobre Edward… —dijo Bella—. Sé que dije que es mi novio, pero… no lo es.

Alice arrugó la nariz.

—Entonces, ¿qué es? ¿Un amigo con derecho a roce?

—Eso tampoco. —Aunque después de esta noche, no tenía ni idea de lo que eran—. Básicamente, mi madre nos vio juntos y me entró el pánico.

—Suéltalo —dijo Rose—. Las noticias no van a mejorar.

Tenía razón. Bella decidió ir a por todas.

—¿Recuerdas el demonio que mencioné? ¿El que duerme en mi sofá?

—Sí… ¿Tienes un okupa? Pensé que Edward iba a darle una paliza. —Alice abrió los ojos como platos y Bella vio el momento exacto en que la pixie caía en la cuenta—. Espera, no.

—Sí. Edward es un demonio.

Alice salió disparada de su asiento, de la misma forma que lo había hecho la primera vez que salió el tema en Le Chapeau Magique. El movimiento tiró hacia atrás la capucha de unicornio y dejó al descubierto su cabello alborotado por las sábanas. Batió las alas con nerviosismo y se elevó varios metros del suelo.

—Le di un abrazo —susurró—. ¡Cenamos juntos! ¿Qué coño te pasa, Bella?

—Siéntate —dijo Rose—. La cosa se pone aún peor.

Alice se volvió a sentar con los ojos como platos.

Alice se metió tres patatas fritas en la boca. Ojalá la sal y la grasa curaran todos los males de la vida.

—Estaba a punto de hornear —dijo mientras comía— y quise invocar un poco de harina. Pero me equivoqué con el conjuro y traje a un demonio.

—¡Por Flora, Fauna y Primavera! —dijo Alice—. Ya sé que el lenguaje mágico es incomprensible para el resto de nosotros, pero seguro que las palabras «harina» y «demonio» no son tan parecidas.

—Cuando tú la cagas, lo son —murmuró Bella.

—¿Así que Edward apareció en tu cocina sin más? ¿En plan «¡Tachán! He aquí un demonio buenorro»

—Sí. —Bella hizo un mohín—. Y no puede regresar al plano demoníaco hasta que le entregue mi alma a cambio de algún favor.

Alice se quedó boquiabierta.

Bella se revolvió incómoda en su asiento.

—Mira, ¿podemos pasar a la parte en la que me enrollé con él? Necesito consejo.

—¿Qué es eso del alma? —preguntó Alice—. Pensé que era una metáfora religiosa.

—Al parecer es nuestra magia. Los demonios no tienen una propia. —Bella frunció el ceño—. Excepto unos pocos que tienen la magia de negociación, pero supongo que eso no cuenta.

—Los seres humanos no suelen tener magia. Pero ¿tienen alma?

—Tal vez sea una cuestión de lenguaje. Igual que infierno significa «leal» en lengua demoníaca antigua, puede que alma signifique «magia de brujos» y nuestro idioma lo estropeara.

Rose dio un fuerte golpe en la mesa con la mano.

—¿Podemos dejar de especular sobre etimología y centrarnos en el tema que nos ocupa? Te has liado con un demonio.

Alice se inclinó hacia ella, con los ojos marrones brillando de curiosidad.

—Eres toda una friki. ¿Estuvo bien?

—¡Uf! —Bella metió la cabeza entre los brazos—. Que si estuvo bien… —murmuró—. Casi me corro.

—Vaya, vaya, vaya… —dijo Rose—. Pensaba que solo se estaban enrollando.

Bella levantó la cabeza, avergonzada.

—Quiero decir, sí, pero hubo un poco de magreo y…

Alice le indicó al camarero que le trajera un batido de fresa.

—Cuéntanoslo todo.

Bella resumió lo que había pasado mientras Alice la escuchaba embelesada, sorbiendo su batido ruidosamente.

—Es tan fuerte… —dijo Bella, mientras removía una patata frita en el kétchup y miraba de forma soñadora a lo lejos—. Podría haberme cargado en brazos durante días sin sudar una gota.

—¡Uf, qué calor! —dijo Alice.

Rose le dio un golpecito a Bella en la cabeza con una servilleta enrollada.

—Eres una salida. —Luego le dio un manotazo a Alice—. Y tú también. No deberías animarla con esto.

—¿Por qué no? —preguntó Alice—. Bella no se ha acostado con alguien en… ¿cuánto tiempo?

—Cinco años —respondió Bella al instante. Había tenido algunas relaciones esporádicas en la Universidad y poco después, pero ahora estaba en un período de sequía.

—¡Uf! —Alice hizo un mohín—. ¿Le has pedido al ginecólogo que compruebe si hay telarañas? —Bella le lanzó una patata frita y Alice se rio—. De todos modos —dijo la pixie mientras se metía otra patata frita en la boca—, si va a quedarse por aquí, Bella debería llevarse bien con él. —Alzó las cejas—. ¿La tiene grande?

—Grande —dijo Bella—. Quiero decir, no le metí mano ni nada, pero es un tipo grande. Y vi la forma de su pene cuando se metió en las aguas termales.

Rose se tapó los oídos.

—¡La, la, la! No te oigo.

—¿Sabes? Que sea un demonio me asustó —dijo Alice—, pero parece un tipo decente. Aunque al principio era un poco idiota.

—Creo que es un tipo decente —dijo Bella—. No vino por propia voluntad y tampoco hace mucho por apoderarse de mi alma.

Alice le guiñó un ojo.

—Yo diría que está intentando conseguir algo más…

—Pero ahí está la cosa. Cuando eso pasó se asustó y me dijo que no podíamos volver a hacerlo.

Ella ni siquiera sabía dónde estaba, aunque tenía que ser en alguna parte del vecindario. ¿Estaría sentado en un banco del pueblo? ¿Durmiendo en un callejón? Edward era un demonio grande y fuerte, pero hacía frío, era tarde y se preocupaba por él.

Rose jugueteó con su coleta.

—¿Está reteniendo el sexo hasta que hagan un trato? Si es así, querrá mucho a su pene.

—Lo dudo. —Bella se mordió el labio inferior—. Se fue corriendo después de que le dijera algo.

—¿Qué?

Bella alcanzó la servilleta enrollada de

Rose y la hizo trizas. Los trozos cayeron como copos de nieve sobre su regazo.

—Dijo que lo estaba atormentando. Y yo le dije que, como era un demonio, él era el atormentador profesional. Y así, sin más, la cosa se acabó. —Recordó su expresión devastada y se le encogió el estómago—. Parecía muy disgustado.

Rose reflexionó con los labios fruncidos.

—Parece ser que no le gustó que lo llamaras «atormentador». Aunque es extraño porque se apoda «el Despiadado».

Alice resopló.

—Los hombres, sus egos y sus ridículos apodos de colegas. He visto cómo te mira, Bella. Ese demonio es dulce como un gatito.

Sorbió ruidosamente la última gota de batido y pidió otro al camarero.

Los pixies eran conocidos por ser adictos al azúcar, con un metabolismo parecido al de los colibríes.

Bella no estaba segura de que Edward fuera «dulce como un gatito», pero era obvio que había cierta atracción entre ellos.

—Así que herí sus sentimientos al llamarle «atormentador»? Eso no es justo. A mí me llamó lo mismo.

—¿Has pensado que puede sentirse culpable por estar aquí?

Rose miró a Alice con los ojos entrecerrados.

—¿Qué quieres decir? Apoderarse de almas es su trabajo.

Alice agarró el nuevo batido, dio las gracias al camarero y empezó a bebérselo de un trago.

—Solo digo —continuó, con una gota de batido de fresa cayéndole por la barbilla— que los tratos de almas suelen ser consentidos por ambas partes. Aunque este haya sido un error, no puede librarse de él. Además, se siente atraído por ti, lo cual es un problema si tiene que apoderarse de tu magia. —Ella se encogió de hombros—. ¿No te sentirías como una mierda si fueras él?

Se hizo un silencio tan solo interrumpido por los sorbos de Alice.

Incluso a Rose le había afectado esa información.

—¡Vaya! No lo había visto de esa manera —dijo la bruja rubia finalmente.

Bella se sintió aún más culpable.

—Es culpa mía —dijo, deseando que su vaso de agua fuera un vaso de vodka—. Yo le invoqué. Él no tuvo elección.

—Fue sin querer —dijo Alice—. Y solo han pasado unos días. Ya se te ocurrirá algo.

—Tal vez. —Pero si Edward nunca había oído hablar de un caso semejante en cientos de años, ¿cómo iba a sacarlos Bella de ese aprieto?

—Y si no, ¿por qué no mantener una relación romántica con él? —Alice suspiró con aire soñador—. Tal vez sea tu alma gemela y estén destinados a estar juntos para siempre. Quizá nunca se habrían conocido si no hubiera sido por este trato.

—Es difícil tener un alma gemela cuando solo uno de los dos tiene alma—refunfuñó Rose.

Era ridículo, una tontería al estilo Disney, pero Bella seguía sintiendo una punzada de anhelo. Básicamente había metido a Edward en una trampa, pero su parte romántica deseaba que lo que Alice estaba diciendo fuera cierto: que Bella y Edward tuvieran tal conexión, que nunca necesitaran o quisieran separarse. Nunca se había sentido enamorada y la idea de que un chico fuerte y guapo la adorara y nunca la abandonara le resultaba embriagadora.

Pero Edward sí quería marcharse. Y, desde un punto de vista práctico, alguno de los dos acabaría cansándose de tener que estar siempre juntos. Incluso el romántico corazón de Bella podía verlo.

Y, aunque se tratara de un amor de cuento de hadas, acabaría en tragedia.

—Edward es inmortal —dijo Bella—. ¿De verdad quieres que me venga a visitar a un asilo dentro de setenta años cuando tenga demencia y no recuerde quién es?

—¡Oh! —Alice se quedó atónita—. No había pensado en eso.

Siguió más silencio. Bella apoyó la cabeza en los laterales acolchados de su asiento. La mesa olía a salsa barbacoa rancia.

—No tienes que solucionarlo todo ahora mismo —dijo Rose con delicadeza—. Son las dos de la madrugada y ninguna pensamos con claridad. Puedes ir a la biblioteca mañana.

—¡Tengo trabajo y luego la asamblea! —exclamó Bella.

Rose chasqueó la lengua.

—Tienes al menos tres horas entre el trabajo y la asamblea. Puedes seguir alternando entre la impotencia y el calentón, pero a mí, personalmente, me gustaría encontrar una solución a tu problema.

Bella levantó la cabeza para mirar a su amiga.

—Das asco.

—Culpable de los cargos. —Rose cruzó la mesa para acariciar a Bella en la cabeza—. Venga. Es tarde y estás agotada.

Bella suspiró.

—Está bien. —Luego miró a sus dos amigas y sintió unas inexplicables ganas de llorar—. Gracias. Por estar aquí y escucharme.

—Gracias a ti —dijo Alice con vehemencia—. Ha sido un chisme maravilloso. —Bella le dio un manotazo en el brazo y Alice se rio—. Pero, de verdad, llámame cuando quieras. Todo este asunto es increíble.

Se despidieron para caminar (o volar, en el caso de Alice) hacia sus respectivas casas. Mientras Bella se dirigía a la suya, no dejaba de pensar en Edward. No estaba segura de dónde estaría y esperaba que, al menos, no estuviera acurrucado bajo algún arbusto muriéndose de frío.


Finalmente encontró a Edward sentado en el bordillo de su puerta. Sus cuernos brillaban a la suave luz de una farola cubierta de hiedra. No levantó la vista cuando ella se acercó.

Bella se sentó a su lado y se aclaró la garganta.

—No eres un atormentador. Creo que eres una persona encantadora.

Él hizo un mohín.

—Eso es totalmente falso y, además, apenas me conoces.

—Sé que eres amable y comprensivo. Y que no quieres ese trato más que yo.

—Claro que lo quiero —se apresuró a decir—. Hacer tratos es mi único objetivo en la vida. —Pero no parecía muy convincente. Si frunciera más el ceño, su mirada podría agujerear el asfalto.

—No creo que tengas que definirte por tu trabajo.

—Lo haces cuando eres un negociador. —Se pasó una mano por el cabello y tiró de él. Ella estaba empezando a conocerlo; se revolvía el cabello cuando estaba enfadado—. Si fallo, no solo me afectará a mí. El plano demoníaco depende de la magia que puedo conseguir.

—Pero no quieres quitarme mi magia porque sabes que no quiero perderla. Te puse en una situación imposible cuando te invoqué.

Él hizo un mohín.

—A un demonio de verdad no le importaría cómo se llegó a ese trato.

—Entonces me alegro de que no seas un demonio de verdad.

—Díselo a Astaroth. Seguro que se alegrará.

Bella estaría encantada de contarle muchas cosas a Astaroth, ninguna de ellas bonita. Estaba a punto de decirlo cuando Edward empezó a tiritar.

—Vamos —dijo, dándole un pequeño empujón con el hombro—. Es tarde y tienes frío.

—No tengo frío —dijo él tercamente, aunque volvió a tiritar.

—¿Qué conseguirás sentándote fuera toda la noche? ¿Hará que te sientas mejor?

—No.

—Entonces vamos. —Se levantó y alargó una mano, mordiéndose el labio inferior ante la mirada enfurruñada de Edward—. Estás a un paso de autoflagelarte y eso es demasiado medieval para un demonio con clase como tú.

Él resopló mientras se levantaba, rozando con los dedos los de ella en señal de agradecimiento por su ayuda.

—A veces eres muy pesada —dijo mientras se dirigían a la casa.

—Me alegra oírlo —dijo mientras abría la puerta—. Me estaba cansando de ser perfecta todo el tiempo.

Cuando Edward se dirigía al salón, Bella le agarró del brazo.

—Ese sofá no es demasiado cómodo.

Él gruñó.

—No está mal.

¡Qué mentiroso! Bella le tiró del brazo hasta que la siguió por el pasillo.

—Esta noche vas a dormir en una cama de verdad bajo un montón de mantas.

—¿Y dónde dormirás tú?

Se le aceleró el corazón. Tal vez fuera una malísima idea, teniendo en cuenta lo que había pasado, pero no quería que pasara frío y se sintiera incómodo. Estaba siendo caritativa, ¿verdad?

—A tu lado.

—Bella —dijo su nombre como una advertencia—, te dije que no podía volver a hacerlo.

Era la primera vez que él reconocía que estaba sucediendo algo entre ellos y su rechazo le dolió tanto como la primera vez. Pero Rose tenía razón: no solucionaría nada esta noche.

—Solo para dormir —dijo—. Estoy agotada y mañana va a ser un día muy largo.

A pesar de sus quejas, le obligó a lavarse los dientes con el cepillo que Rose había traído y a quedarse vestido solo con los calzoncillos de corazones. Él se sentó en el borde de la cama con incomodad. Ella le miró los pies.

—¿Llevas calcetines de gatitos?

Él subió enseguida las piernas a la cama y metió los pies bajo las sábanas.

—Puedes darle las gracias a Rosalie. Y por la ropa interior.

Bella lo haría sin duda. Dedicó unos minutos a admirar el cuerpo de Edward mientras se arropaba. La ondulación de sus músculos podía verse en la manta que se había ceñido en los hombros y sus cuernos se veían elegantes y afilados en contraste con la almohada de satén azul. Ocupaba casi todo el espacio y Bella se sintió extrañamente orgullosa de tener a un demonio tan grande y viril en su cama.

Fue a lavarse los dientes y a ponerse una camiseta negra que le llegaba casi hasta las rodillas. La había comprado en un concierto del grupo local de grunge The Pixies (No, esos no), y era su favorita para dormir. Cuando regresó descalza a la habitación, sonrió al ver que Edward había sacado más mantas del armario de la ropa blanca. Ahora era un bulto enorme bajo las mantas, con el cabello negro y las puntas de los cuernos asomando por ellas.

Se metió en la cama con él y apagó la luz. Había un calor muy agradable debajo de las sábanas. ¿Quién necesitaba una manta para calentarse cuando podía dormir con un demonio?

Bella bostezó. El cansancio la aplastaba como un yunque. La respiración de Edward le indicaba que estaba despierto, pero a ella le entró sueño rápidamente.

—Buenas noches, Edward —murmuró—. Trata de no quedarte despierto mucho tiempo dándole vueltas.

Oyó el sonido de las sábanas cuando él se movió.

—¡Qué pesada! —murmuró él, aunque sin acritud.

Bella sonrió mientras se quedaba dormida.